You are on page 1of 2

La memoria viva de los carnavales

Guiselle Mora N. proa@nacion.com


Domingo 22 de octubre de 2006

Cyril Sylvan, símbolo de los carnavales limonenses de hace cuatro décadas, vuelve convertido en leyenda
para dignificar el calipso y traerlo de regreso a la memoria del pueblo. Junto a él, otros calipsonians
famosos cerraron con broche de oro los tradicionales festejos.

Para los que vivieron los primeros carnavales de Limón en la década de 1960, existía un personaje mítico, el
cantante de las mejores comparsas del desfile, una voz grande que llenaba las avenidas con cantos de
fantasía. Se trataba de Cyril Sylvan quien, además de pescador y carnicero en el mercado municipal de
Limón durante 40 años, era uno de los máximos exponentes de este género musical. Aunque muchas
décadas han transcurrido desde aquellos tiempos de gloria del calipso, ayer fue un día maravilloso para
Sylvan, hoy de 74 años.
Al finalizar el carnaval, en el Parque Vargas, Sylvan, junto con Herberth Glinton Lenky; Emilio Álvarez Junny;
Roberto Congoman Watts y Reynaldo Kenton Shanty– en una banda dirigida por los músicos Manuel
Monestel y Manuel Obregón–, ofrecieron un concierto en que se rescató el más amplio y variado repertorio
de calipso limonense. Este fue el espectáculo de apertura del día estelar de los carnavales y, a diferencia de
años anteriores, los artistas locales –y sobre todo, los limonenses– volvie-ron a tener espacio en un
escenario que últimamente estaba reservado para grandes figuras internacionales del reggae y la música
tropical. Ayer, los calipsonians fueron las estrellas de Limón y se hicieron escuchar en medio del
avasallamiento de los grupos de cumbia y reggaetón. ¡Resucitó el calipso! Y en el marco de este día
privilegiado, Papaya Music presentó a la comunidad limonense una nueva propuesta musical para renovar
este género con la voz misma de sus autores originales.
El disco Calypso Limón Legends abre con un tema de Sylvan, la Canción de la Langosta, pieza que recuerda
la época de “las grandes arribadas de langosta” y los pescadores no podían atrapar tantos crustáceos. Tal
era la bonanza, en ese entonces, que encendían cigarrillos con billetes de cien colones, y las mujeres
confundían a los pescadores con millonarios. Sylvan –ese cantante espontáneo que, aún hoy, se detiene en
cualquier lugar donde haya buena música a improvisar, cantar o pregonar– fue el líder de la Langosta Band y
de Skelintan, dos comparsas que fueron muy populares hace 30 ó 40 años.
Desde las Antillas. Hablar de estas comparsas implica remontarse a los orígenes del calipso en Costa Rica,
pues comparsas y calipso coexistieron en absoluta simbiosis. Este ritmo llegó a Limón por las migraciones y
el intercambio entre las comunidades negras que vivían en nuestras costas. Provenía de la isla de Trinidad,
en el archipiélago de las Antillas, donde se desarrolló como un medio para comunicar situaciones de la vida
cotidiana; y, aunque sus letras abordaban temas populares, algunas de las canciones adquirieron relevancia
social y política. De hecho, en sus letras se guardan mil historias de esa provincia y de su gente.
En Limón, el calipso se convirtió en elemento principal de las comparsas. Un bambú y dos botellas
arregladas servían de instrumento musical, y le ayudaban al banjo, las guitarras y a un intérprete
espontáneo, a contar situaciones por medio de la música. Esa alegría de los calypsonians, expresada en sus
gestos y movimientos, se mezcló con el sabor limonense y condujo a la formación de grandes comparsas.
Cieneguita fue uno de los barrios madre del calipso en Limón. La mayoría de las comparsas, así como los
singulares disfraces, surgieron en ese lugar. Ahí también se formaron las grandes voces que más tarde se
abrieron paso en los carnavales por su facilidad de interpretar las canciones de calipso. Las comparsas
tenían de 20 a 30 participantes de diversas edades. Todos aportaban su granito de arena, y muchas veces,
una familia completa pertenecía a una banda. Para armar una comparsa, solo bastaba con tener algunos
buenos músicos, un cantante y una costurera con aptitudes para para confeccionar disfraces. El cantante
debía ser alguien que, con ingenio e improvisación, inventara “el juego” que iba a seguir la comparsa. Tal
juego era lo que definía su nombre, su disfraz y su canción principal. Así surgieron la comparsa de la
Langosta, la del Dragón, la de la Mariposa y otras más. “Los juegos hacían el carnaval” afirma Cyril Sylvan.
Juegos de fantasía. Reynaldo Kenton formó parte de las comparsas Lobster (Langosta) y Skelintan
(Esqueleto). Él recuerda cómo eran los preparativos para el carnaval, ya que para poder montar “el juego”,
cada integrante tenía que trabajar con mucha anticipación. “Íbamos unos días antes a tocar en las calles y la
gente nos donaba plata para los disfraces”, recordó.
Las comparsas y sus juegos formaban parte de la vida diaria y todos los habitantes colaboraban en la fiesta.
No se limitaban solo a ser espectadores sino que, de distintos modos, ayudaban para hacer posible el
espectáculo. Con el dinero necesario en mano, empezaban la elaboración de su vestuario. Confeccionar un
buen disfraz podía durar hasta tres meses. El disfraz de la Banda de la Langosta llevaba una máscara en
forma de langosta, hecha de barro. “Cogíamos barro y poníamos varias capas en un molde para formar la
máscara. Pero, para que quedara bien, debía pasar entre seis y ocho días secándose al sol”, detalló Sylvan.
Además de los disfraces, tenían que montar y ensayar su canción principal, cuyo nombre era el mismo de la
banda, y un repertorio de siete u ocho canciones que iban turnando durante su presentación. Muchas
bandas empezaban a desfilar desde su barrio aunque los carnavales eran en el centro de Limón. Esto hacía
que la fiesta no se celebrara solo en un sitio, sino que se extendiera por toda la región gracias a las
comparsas. El “juego” de la Banda de la Langosta –además del disfraz y la canción– era representar la pesca
de la langosta. Iban por la calle con un barco construido por ellos y uno de los integrantes tiraba la carnada
y simulaba atrapar a su presa. “Nos pagaban a ¢2,50 la libra de langosta. Pero en aquel tiempo eso era
muchísima plata”, rememora hoy Sylvan, en alusión a la generosa abundancia de crustáceos que a la vez fue
inspiración para su música. Fire in the land era la canción principal de esta banda. Su letra habla
precisamente de ese período de holgura económica.
Los duelos musicales. Los cantantes de calipso eran muy ágiles para componer. Cómo no serlo, si debían
improvisar rimas para casi cualquier tema con astucia e ironía. Este requisito era especialmente necesario si
participaban en los llamados duelos musicales. Las peleas de calipso eran la parte más esperada del
carnaval. Resulta que los cantantes competían entre sí con sus rimas: uno cantaba, el otro respondía.
El más creativo era el que lograba contestar con rimas a lo que dijera su contrincante, pero agregándole el
sabor de esta música y usando palabras que despertaran la furia del otro. Cyril Sylvan participó muchas
veces en estas concurridas “peleas”. Juegos de fantasía. Con los años, los carnavales de Limón empezaron a
cambiar y atrás quedó el espectáculo de los calipsonians. Las comparsas adoptaron nuevos ritmos y los
antiguos intérpretes se quedaron solo con sus oficios habituales. Aunque el calipso se escucha todavía en
algunos bares de Limón, es más un sonido del pasado. Ojalá este disco le dé un nuevo impulso entre las
nuevas generaciones.

Aquella figura mítica...


Un ‘calipsonian’ resurge del olvido
Cyril Sylvan empezó a participar en las comparsas desde muy joven. “Siempre había mucha gente
envuelta en conjuntos, y yo andaba detrás de ellos”, relata.En su barrio natal, Cieneguita, integró
La Banda de la Langosta, para la que compuso e interpretó infinidad de piezas.“Al principio,
estaba solamente en la de la Langosta, pero después me llamaron de la banda de la Mariposa, la
de la Iguana y otras, para que les compusiera sus canciones. Como no podía estar con todas a la
vez, yo escribía la canción y los ayudaba a ensayar, pero desfilaba solo con la Banda de la
Langosta”, recuerda. Así, iba dejando en cada banda un poquito de su creatividad con rimas
diferentes. Con los años, se quedó solamente con sus oficios de pescador y carnicero hasta que,
hace poco, fue contactado por Papaya Music para grabar un disco junto a otros exponentes de
este ritmo y músicos reconocidos. Todo esto con el objetivo de rescatar el calipso. La producción,
llamada Calypso Limón Legends, contiene las canciones más importantes del calipso de los años
50 y 60, reforzadas con un jazz piano de Nueva Orleans. “Ahora los carnavales se hacen por
negocio, antes se hacían por amor”, lamenta Sylvan, quien asegura que “antes eran 100% mejor”.

You might also like