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"Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por
el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos,
pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una
pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal
se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada.
“Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda,
usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán
de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de
los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo
delante de mis tus sus nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos.
Puestos a contar, si se pudiera ir a beber un bock por ahí y que la máquina
siguiera sola (porque escribo a máquina), sería la perfección. Y no es un modo
de decir. La perfección, sí, porque aquí el agujero que hay que contar es también
una máquina (de otra especie, una Contax 1. 1.2) y a lo mejor puede ser que una
máquina sepa más de otra máquina que yo, tú, ella-la mujer rubia-y las nubes.”