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Universidad Autónoma de Bucaramanga

Grupo de investigación: Violencia, lenguaje y estudios socioculturales


Semillero de investigación Sujeto y Psicoanálisis
Relatoría: Las unidades del discurso, primer apartado de La arqueología del saber de
Michel Foucault.
Elaborada por Iris Aleida Pinzón Arteaga.

“Es preciso renunciar a todos esos temas cuya función es garantizar la infinita continuidad
del discurso (...) Estar dispuesto a acoger cada momento del discurso en su irrupción de
acontecimiento; en esa coyuntura en que aparece y en esa dispersión temporal que le
permite ser repetido, sabido, olvidado, transformado, borrado hasta en su menor rastro,
sepultado muy lejos de toda mirada en el polvo de los libros.”

En Las unidades del discurso, primer apartado de Las regularidades discursivas, Michel
Foucault presenta una serie de puntualizaciones metodológicas para el trabajo con los
discursos, partiendo de los problemas teóricos relacionados con la puesta en juego de los
conceptos de discontinuidad, ruptura, umbral, serie y transformación. Así, señala la
necesidad de librarse de lugares comunes que, sin tener una estructura conceptual rigurosa,
cumplen con la función de diversificar y sostener el tema de la continuidad. Entre ellos,
destaca cuatro: la noción de tradición, cuya finalidad es la de proveer un estatuto temporal
a un conjunto de fenómenos que se consideran análogos y, de esta manera, atribuir
cualquier novedad a la originalidad o el genio de los individuos; la cuestión de las
influencias, desde la que se ofrece un soporte mágico a los fenómenos de transmisión y
comunicación, ligando fenómenos a través del tiempo sin una delimitación rigurosa; los
conceptos de desarrollo y evolución, que permiten reagrupar una sucesión de
acontecimientos dispersos en función de un único principio organizador y, finalmente, la
mentalidad o espíritu de una época, rótulo que otorga a fenómenos sucesivos una
comunidad de sentidos en razón de la soberanía de una conciencia colectiva. En síntesis,
propone el autor, es necesario revisar estas unidades fabricadas, aceptando que el trabajo
con los discursos supone enfrentarse a “una población de acontecimientos dispersos”.
Acto seguido, Foucault señala la importancia de interrogar también los grandes tipos de
agrupamientos a los que nos hemos acostumbrado como los de ciencia, filosofía, literatura,
religión e historia; pues, el análisis de los mismos permite evidenciar que sus límites no
resultan tan claros, más aún cuando se trata de analizar conjuntos de enunciados que, en
su época de formulación, atendían a reglas de distribución y caracterización distintas. A
manera de ejemplo, alude a las categorías de política y literatura, las cuales no pueden ser
aplicadas a la cultura medieval ni aun a la cultura clásica. Así, se debe partir por reconocer
que dichas categorías reflexivas, principios de clasificación y tipos institucionalizados son
hechos de discurso que merecen ser analizados.
Por otro lado, el autor refiere que las unidades que deben ponerse en suspenso
primeramente son aquellas que se imponen de manera inmediata, tal es el caso del libro y
de la obra; pues, un análisis detallado empieza a revelar las dificultades: los márgenes de
un libro nunca pueden establecerse con rigurosidad, dado que este no existe por sí mismo,
sino en relación de apoyo y de dependencia con otros, constituye un punto en una red cuya
aparente unidad sólo puede describirse en el marco de un campo de discurso. En lo que
respecta a la obra, aunque en apariencia se trata de la suma de los textos que pueden ser
atribuidos a un nombre propio, no es una función homogénea, dado que el nombre de un
autor no denota de la misma manera un texto publicado a título propio y otro encontrado
después de su muerte en forma de bosquejo; además, la constitución de una obra completa
supone una serie de elecciones respecto de los textos que serán agregados, elecciones que
son de carácter discursivo.
En adición lo anterior, Foucault advierte a los investigadores respecto de la tentación de
hacer del análisis del discurso una búsqueda de un origen secreto que escaparía a toda
determinación histórica; tampoco corresponde a un ejercicio de interpretación y escucha
de un jamás dicho, un discurso sin cuerpo que estaría a la base de lo manifiesto. Así, la
apuesta se orientaría en la vía de tratar el discurso en el juego de su instancia, acogerlo en
su irrupción de acontecimiento. No obstante, aclara el autor, más que recusar las formas
de continuidad previamente mencionadas (género, disciplina, obra, autor, ciencia), es
preciso tenerlas en suspenso para sacudir la quietud con la que se les acepta, “liberar los
problemas que plantean”, reconociendo que su aparente continuidad es efecto de una
construcción que atiende a determinadas reglas susceptibles de ser conocidas. En síntesis,
el esfuerzo del investigador debe permitir disipar la aparente familiaridad de las unidades y
los saberes consabidos para reconocer que exigen una teoría, la cual no puede formularse
sin que aparezca “el campo de los hechos de discurso a partir del cual se los construye”.
Con el fin de ilustrar lo anterior, Foucault hace referencia a su trabajo de investigación,
señalando que partió de unidades totalmente dadas como la psicopatología, la medicina o
la economía política para interrogar a qué leyes atiende su formación y cuáles son los
acontecimientos discursivos sobre los que emergen.
Para concluir, el autor señala que, una vez suspendidas las formas inmediatas de
continuidad, se libera todo un dominio de trabajo, el proyecto de una “descripción pura de
los acontecimientos discursivos”; apuesta que difiere de un análisis lingüístico, pues,
mientras este se centra en la pregunta por las reglas desde las que ha sido construido un
enunciado y que servirían, a su vez, para construir otros enunciados semejantes, la
propuesta foucaultiana plantea la siguiente cuestión: “¿cómo es que ha aparecido tal
enunciado y ningún otro en su lugar?”. Tampoco se trata de una historia del pensamiento,
dado que esta corresponde a un ejercicio alegórico, se centra en encontrar la intención del
sujeto parlante, más allá de los enunciados, aquello que se ha querido decir en lo dicho; por
el contrario, la pregunta que orienta la arqueología es ¿cuál es, pues, esa singular existencia,
que sale a la luz en lo que se dice, y en ninguna otra parte?
Finalmente, Foucault señala que renunciar a los lugares comunes y las síntesis prefabricadas
permite restituir al enunciado en su singularidad de acontecimiento, revelando, a su vez, su
carácter paradójico: está ligado a un gesto de escritura o a la articulación de una palabra,
pero se abre a sí mismo a una existencia en el campo de diversas formas de conservación;
es único, pero se ofrece a la repetición, la transformación o la reactivación. En adición a lo
anterior, la operación de renuncia permite captar otro tipo de relaciones, regularidades o
conexiones cuya base no es un operador de síntesis de carácter psicológico como la
intención del autor; hace aparecer el espacio en el que se despliegan los acontecimientos
discursivos con el fin de describir juegos de relaciones en él y fuera de él; incluso, permite
describir las unidades en función de un conjunto de decisiones dominadas y considerando
su funcionamiento. Así, aunque el investigador siempre parte, en una primera
aproximación, de un corte provisional, más que empeñarse en reforzarlo, deberá permitir
que el trabajo de análisis le altere y le reorganice.

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