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Prólogo

E\rFc, Conversación en la villa del puerto


(327a-336b)

EL DÍA en que toda esta inmensa historia comenzó, Sócrates volvía del
barrio del puerto, flanqueado por el hermano más joven de Platón, un
llamado Glaucón. Habían ido a darle unos besitos a la diosa de la Gente del
Norte —esos marinos borrachos— y nada se habían perdido de la fiesta en
su honor, iuna gran premiére! Tenía buena pinta, por lo demás, el desfile
de los nativos del puerto. Y las carrozas de la Gente del Norte, sobrecarga-
das de damas bien descubiertas, tampoco estaban nada mal.
Entre los innumerables tipos llamados "Polemarco", el que es hijo de
Céfalo los vio de lejos y lanzó a un chico tras sus talones. "iEspérenos!",
vociferó el muchachito; tirándole de la chaqueta a Sócrates. "¿Pero dónde
has dejado a tu patrón?", le preguntó éste. "Viene corriendo detrás, !espé-
renlo!". "Está bien", consintió el llamado Glaucón, el joven hermano de Pla-
tón. ¿Y quién llega unos minutos más tarde? iToda una banda! Polemarco,
desde luego, el que es hijo de Céfalo, pero también Nicérato, el que es hijo
de Nicias, y un montón de otros, que son hijos de montones de otros, sin
contar a... iA que no aciertan!... ¡La hermana de Platón, la preciosa Ama-
tanta! Toda esa gente, como Sócrates y Glaucón, venía de la fiesta.
Polemarco, el que etc., le hizo entonces saber a Sócrates que él solo,
para enfrentar a esa banda, no daba el peso, ni siquiera si lo sostenía el
llamado Glaucón, por más hermano de Platón que fuera. Así, debía acep-
tar la apremiante invitación, que todos venían a comunicarle, de ir a ce-
nar a la magnífica villa sobre el puerto en la que vivía papá Céfalo. Sócra-
tes le objetó que podía también, en lugar de afrontar una trifulca sin
esperanzas, dialogar tranquilamente y convencer a toda la tropa de que él
tenía buenas razones para volver a su casa. Polemarco le replicó que to-
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*iff

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placeres que se pueden obtener del cuerpo, siento que al mismo tiempo
dos iban a taparse los oídos y que no iban a escuchar ninguno de sus
aumentan los que se obtienen de la conversación. ¿No le sería posible, sin
melosos argumentos. tener que dejar por ello a esta encantadora juventud, venir aquí a me-
En ese momento crítico intervino, melosa por dos, la vivaracha her-
nudo, como un amigo, como un huésped familiar de esta villa?
mana de Platón, la susodicha Amaranta: "¿No sabe usted acaso que esta
Sócrates le responde con elegancia en un periquete:
noche, como continuación de las fiestas consagradas a la turbia diosa de
—Querido Céfalo, ¡por supuesto que puedo! En realidad, lo deseo. Es
la Gente del Norte, los armadores del puerto organizan una carrera de an-
siempre un placer dialogar con venerables ancianos como usted; estimo,
torchas a caballo? ¿Y ahora qué me dice?". "iRayos y centellas!", exclama
en efecto, que hace falta instruirse con ustedes acerca de la naturaleza
Sócrates, visiblemente encantado por el brío de la muchacha. "¿Una ca-
exacta de esa última porción del camino de la vida en que nos preceden y
rrera de relevos a caballo? ¿Quiere decir que los equipos van a correr y
que, a nuestro turno, deberemos tomar. Ese camino ¿es pedregoso y hostil?
ganar pasándose las antorchas entre ellos?" "iExactamenter, dice Pole-
¿O fácil y amistoso? Le pediría de buen grado su parecer, puesto que usted
marco-el-hijo-de, arremetiendo en la brecha de las defensas de Sócrates.
ha llegado al momento preciso del que hablan los poetas, ese que ellos
"Y al final de la carrera, la municipalidad ofrece un gran baile nocturno. llaman "el umbral de la vejez". ¿Es un trance penoso de la vida? Si no, ¿cómo
Iremos después de cenar, ¡habrá una muchedumbre! Innumerables jóve-
lo ve usted?
nes beldades, todas las amigas de Amaranta, con las que charlaremos
—Vea, querido Sócrates, voy menudo a reuniones del Círculo de an-
hasta el alba. ¡Vamos! ¡Déjese llevar!" cianos, un bello edificio que la municipalidad construyó en el sur del
El joven hermano de Platón, el llamado Glaucón, capituló sin más de-
puerto. Evidentemente, allí se evocan los buenos viejos tiempos. Casi
mora, y Sócrates, en secreto, estaba encantado de tener que seguirlo, so- todos los de mi edad se lamentan, corroídos como están por el recuerdo
bre todo en un cortejo en que la joven Amaranta, literalmente, resplande-
de los placeres de la juventud, el sexo, el alcohol, los banquetes, todo
cía. Fue así como toda la banda desembarcó en lo de papá Céfalo. Una eso. Se irritan contra el tiempo que pasa como si hubieran perdido for-
masa de gente vagabundeaba ya en la villa del puerto. Estaban Lisias, Eu- tunas. Y te digo que antes era la buena vida, y te repito que hoy no es ni
tidemo, las hermanas de Eutidemo acompañadas de Trasímaco, el que na- siquiera una vida digna de tal nombre... Hay algunos que machacan
ció en Calcedonia, Carmántides, el que nació en Peania, y también el Cli- con las vejaciones que sufren en la casa. Los jóvenes de su familia se
tofonte que es hijo de Aristónimo. Y por supuesto el viejo papá Céfalo, aprovechan de su ancianidad, no hay más que burlas e insolencias. Des-
bien deteriorado, apoltronado en unos cojines, con una corona atravesada pués de lo cual insisten en los males de los que la vejez, según ellos, es
en la cabeza, ya que acababa de degollar un pollo en el patio en guisa de la causa. Pero en lo que a mí concierne, creo que no invocan la verdadera
sacrificio a la sospechosa diosa de la Gente del Norte. causa. Porque si fuera la vejez, yo sufriría también sus efectos, y conmigo
Hicieron respetuosamente un círculo en torno a ese simpático dese- todos aquellos, sin excepción, que han llegado a la misma edad. Pero he
cho. Y he aquí que él amonesta a Sócrates: conocido en persona a viejos con una disposición completamente dife-
—Querido Sócrates, ¡no se puede decir que usted descienda a menudo rente. Un buen ejemplo es el inmenso poeta Sófocles. Yo estaba un día
a estas afueras portuarias para visitarme! Claro que sería "chévere", como en los parajes en que un periodista que había ido a entrevistarlo le pre-
les he oído decir a algunos de los jóvenes que lo siguen por todas partes. guntó, de modo —debo decir— bastante grosero: "Pero, vamos, Sófocles, en
Si yo tuviera aún la fuerza para subir fácilmente al centro de la ciudad, no eso del sexo, ¿qué tal le va? ¿Está aún en estado de acostarse con una mu-
valdría la pena que usted viniera hasta aquí, iría a verlo. Pero dado el es- jer?". El poeta le cerró el pico de manera soberbia: "iHablas en plata, ciuda-
tado de mis piernas, es necesario que usted venga con más frecuencia. dano!', le respondió. "lEs maravilloso para mí estar sustraído al deseo sexual,
Tengo que confesarle que si bien, poco a poco, siento que languidecen los
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pero es cierto que la vejez de un hombre desprovisto de toda sabiduría,
liberado, al fin, de las garras de un amo rabioso y salvaje! Tuve el intenso
por más que esté forrado en oro, no será menos sombría".
sentimiento, entonces, de la belleza de esa respuesta, y su efecto sobre mí
no ha disminuido en modo alguno hasta ahora. Cuando llega la vejez, to- Sócrates quiere formalizar esta historia del humor de los ricos:
—Dígame, querido Céfalo, ¿es usted un heredero o un self-made man?
das esas historias de sexo se recubren con una suerte de libertad pacifica-
—Ni una cosa ni la otra. Mi abuelo, un Céfalo también, era un self-
dora. Los deseos se apaciguan, o incluso desaparecen, y la sentencia de
Sófodes se realiza por completo: uno se encuentra, en efecto, liberado de made man típico. Heredó una fortuna comparable a la mía y la multiplicó
por cinco. Mi padre, Lisanias, era un heredero hecho y derecho. En menos
una masa de amos tan locos como exigentes. A fin de cuentas, todas esas
que canta un gallo, dividió por siete lo que había recibido de mi abuelo,
quejas de los viejos en cuanto a sus tribulaciones domésticas tienen una
de tal manera que, cuando murió, había un poco menos dé dinero del que
sola causa, que no es la vejez, sino las costumbres de los hombres. Para
yo poseo actualmente. Como usted ve, levanté cabeza, pero no tanto. Dado
aquellos que son disciplinados y, a la vez, abiertos, la vejez no es real-
que no soy ni mi abuelo ni mi padre, me contento con no dejarles a mis
mente penosa. Para los que no son ni una cosa ni la otra, la juventud y la
hijos ni mucho más ni menos que lo que heredé de mi padre. "Un poco
vejez son deplorables por igual.
Como la cortesía exigía que se aprobara este tipo de parlamento, e in- más": tal es mi divisa en todas las cosas.
—Mi pregunta —retorna Sócrates— viene de que no tengo la impresión
cluso que se pidiera otro, Sócrates, con el único fin de darle de nuevo la
de que usted adore el dinero. Tal es a menudo el caso de quienes, más
palabra al viejo, sale con una banalidad:
—Cuando usted dice estas cosas sabias y magníficas, mi querido Cé- bien herederos que self-made men, no tuvieron que hacer fortuna perso-
falo, imagino que sus interlocutores no están de acuerdo. Piensan que es nalmente. Los self-made men están dos veces más apegados al dinero que
los herederos. Así como los poetas adoran sus versos, o los padres, a sus
menos duro envejecer cuando uno está sentado sobre un montón de oro,
y a sus consoladoras riquezas, más que a la grandeza de su alma, atribu- hijos, los negociantes toman muy en serio los negocios, porque son su
propia obra, además de que, como cualquiera, aprecian la buena posición
yen esa serenidad suya. ¿No tengo razón? que les procuran. De ahí que esa gente sea pesada en sociedad: sólo tiene
Céfalo caza la ocasión al vuelo y recomienza por un rodeo:
—No me creen, claro está. Por lo demás, no afirmo que esa crítica no el dinero en la boca.
—Por desgracia —dice Céfalo— ésa es la pura verdad.
vale nada, sino que es menos decisiva de lo que ellos imaginan. Pienso
Sócrates aprovecha la oportunidad que él mismo suscitó:
en la maravillosa historia que se cuenta a propósito del Gran Almirante
—Pero si los que hablan siempre de dinero son tan pesados, ¿qué decir
de la Flota. Un día, lo colma de injurias un quídam llegado de un pobla-
entonces del dinero mismo? ¿No es el dinero, en realidad, lo insoportable?
cho perdido del norte, de Seriposa, creo. "Usted no tiene ningún mérito pro-
Según usted, Céfalo, ¿cuál es ese bien superior a cualquier otro que la opi-
pio —grita el tipo, un republicano furioso—. Reducido a usted mismo, ¡no
nión común discierne en la posesión de una enorme fortuna?
es más que un aborto! iLe debe todo a la potencia de Atenas y a la devo-
—iDebo de ser casi el único que lo aprecia! Situémonos en el momento
ción de sus ciudadanos!" El Gran Almirante de la Flota, muy calmo, le
en que alguien comienza a pensar en serio que se va a morir. Es entonces
dice entonces al energúmeno: "De acuerdo, Señor, si yo fuera de Seriposa, presa de preocupaciones y temores respecto de ciertas cosas que antes le
nadie conocería mi nombre. Pero incluso si usted fuera de Atenas, nadie
importaban poco. Recuerda historias que se cuentan a propósito del In-
conocería el suyo". Podríamos inspirarnos en el Gran Almirante para res-
fierno, en especial, que allí se hace justicia por las injusticias cometidas aquí.
ponderle a la gente de poca fortuna que soporta mal envejecer: "Por cierto,
puede ser que un hombre lleno de sabiduría llegue difícilmente a enveje- En otros tiempos, en cuanto bon vivant, se burlaba de esas fábulas. Ahora,
en cuanto Sujeto, se pregunta si son verdaderas. Debilitado, al fin, por la
cer con perfecta serenidad si está desprovisto, además, de todo recurso,

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noce: en las palabras, la verdad, y en la vida práctica, la devolución de lo
vejez, nuestro hombre, al imaginarse en el umbral del más allá, escucha con que le_ha.n prestado? La dificultad, me parece, es que una acción conforme
una atención aguda todos esos relatos fabulosos. Acosado por la descon-
a estas dos propiedades puede ser algunas veces justa, otras, injusta. Tomo
fianza y por el pavor, pasa revista a las injusticias que pudo haber cometido
un ejemplo: alguien le ha pedido prestadas unas armas a un amigo con mu-
durante su vida. Si encuentra que las hay en gran cantidad, entonces, por la
cho sentido común, pero ese amigo se vuelve loco de atar y le reclama sus
noche, se despierta bruscamente, aterrorizado como un niño visitado por
armas, ¿quién va a afirmar que es justo devolvérselas, o incluso querer a
una pesadilla, y para él los días ya no son sino una espera envenenada. Si su
toda costa decirle toda la verdad y nada más que la verdad a ese enfermo
examen de conciencia no revela nada injusto, se siente entonces ganado
mental?
por una agradable esperanza, aquella a la que el poeta llama la "nodriza de
—En todo caso, ¡yo no! —dice Céfalo.
la vejez". Usted debe de recordar, querido Sócrates, esos versos en los que
—Ve usted muy bien que con "decir la verdad" y "devolver lo que le
Píndaro describe a aquel cuya existencia fue sólo justicia y piedad:
han prestado" no logramos una definición de la justicia.
Polemarco, que aún no había dicho ni pío, sale bruscamente de su
Nodriza de la vejez, reserva:
fiel compañera que le abriga el corazón, —Si hay que confiar en el inmenso poeta que es Simónides, es, por el
dulce esperanza, la única que calma contrario, una excelente definicign.
al tan mortal pensador? —Veo que no hemos salido de'l paso —retoma el viejo Céfalo—. Los dejo
continuar con el hilo de la discusión. Todavía tengo que organizar el sa-
iPindaro tiene aquí una fuerza y una exactitud sobrecogedoras! Con estos crificio de un chivo negro.
versos en la cabeza, respondo sin vacilar a la pregunta que usted me plan-
—En suma —bromea Sócrates—, ¡Polemarco hereda su conversación
tea: la riqueza del propietario es muy ventajosa, pero no en general, sino afortunada!
para el hombre que sabe servirse de ella con el fin de dar pruebas de equi-
—iEso es! —sonríe Céfalo.
dad. "Equidad" quiere decir_aquí:
- no servirse nunca de la mentira ni de la
Y desaparece para siempre del debate que nos ocupa y que durará —los
apariencia, ni siquiera involuntariamente; no tener ninguna deuda con
protagonistas no lo sospechan ni por asomo— ¡más de veinte horas!
quien sea, ni con un hombre a quien se le deba dinero, ni con un dios
—Y bien —retoma Sócrates, vuelto hacia Polemarco—, usted, el here-
a quien se le deba un sacrificio. En resumen: no tener ninguna razón por
dero de las réplicas, díganos un poco por qué tiene en tan viva estima las
la cual temer la partida hacia el más allá. Es evidente que es mucho más
palabras sobre la justicia de Simónides, el poeta.
fácil ser equitativo cuando uno es un rico propietario, y ésa es una ventaja
—Cuando Simónides declara que es justo devolverle a cada quien lo
enorme. La riqueza tiene muchas otras, lo sabemos, pero si las examino
que le es debido, me digo: ha hablado muy bien.
una por una, no veo ninguna que, para un hombre plenamente capaz de
—i.Ah, ese Simónides! ¡Sabio, inspirado! ¿Cómo no seguirlo? Dicho
pensar, sea más importante. esto, ¿cuál puede ser el sentido de lo que él cuenta sobre la justicia? ¿Lo
—iQué hermoso discurso! —exclama Sócrates—. Pero en cuanto a esta
sabe usted, Polemarco? Yo, en todo caso, no tengo ni la más mínima idea.
virtud de la justicia, cuya importancia usted acaba de subrayar, ¿diremos
Está claro, con todo, que él no afirma —es el contraejemplo que acabamos
que la hemos analizado a fondo con las dos_propiéclades que usted le reco-
de citar— que hay que devolverle, a un tipo loco por completo que la re-
clama, la pistola que él le confió a alguien. Sin embargo, es sin duda algo
En el original: "Nourrice du grand áge, / Elle est sa vraie compagne et lul chauffe le que se le debe, ¿no?
cceur / La suave espérance, la seule qui soulage / Le trop mortel penseur". [N. de la T.]

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—El cocinero le da a lo que cocina los condimentos apropiados.


—Sí. En este punto, Polemarco está contento de sí mismo. Sócrates, ade-
—Estábamos de acuerdo en que si le han confiado a usted esa pistola,
no es porque se la reclama su propietario, que se volvió loco de atar, que más, lo felicita:
—!Excelente! Y el saber hacer llamado "justicia", entonces, ¿qué da y a
hay que devolvérsela. Simónides, el sabio poeta, quiere decir entonces otra
cosa que lo que dice cuando enuncia que es justo devolver lo que se debe. quién se lo da?
—Si alineamos la justicia con la cocina y la medicina, y si somos fieles
—Es obvio que lo que tiene en mente es otra cosa. "Devolver" quiere
7.;
a Simónides, diremos: la justicia, según a quien se la aplique, a los amigos
decir que se les debe devolver a los amigos las pruebas de amistad que
o a los enemigos, les da ventajas o calamidades.
nos dan. A los amigos se les hace el bien, y ningún mal.
—iAhí estamos! Es claro como agua de roca: Simónides dice que la jus-
—iVaya, todo se aclara! Un prestatario que restituye a un prestador el ticia consiste en hacer bien a los amigos y mal a los enemigos. Perfecto,
dinero que éste le ha prestado no le devuelve verdaderamente al prestador
perfecto... Pero, dígame: hay amigos que están mal, enemigos también.
lo que le es debido si esa restitución, por parte del prestatario, así como su
¿Quién es más capaz, tratándose de la pareja salud-enfermedad, de hacer-
aceptación por parte del prestador, son perjudiciales para el llamado pres-
les bien a unos y mal a los otros?
tador, y si además prestador y prestatario están vinculados por la amistad.
—Es trivial: ¡el médico!
!Uf! ¿Es entonces ése, a su parecer, el sentido de la frase de Simónides?
—Y si amigos y enemigos se embarcan en una larga travesía, ¿quién
—Exacto. puede, en la tempestad, salvarlos o ahogarlos?
—Y a los enemigos mismos, ¿hay que devolverles aquello que, por un
—Es obvio: el piloto del navío.
malévolo azar, uno se encuentra en situación de deberles?
--tX el justo? ¿En qué circunstancias prácticas y a partir de qué trabajo
—iY cómo1 ¡Lo que uno les debe, se lo devuelve! Y lo que se le debe a
un enemigo, en la medida en que eso es lo que conviene a un enemigo, es: es el más apto para servir a los amigos y perjudicar a los enemigos?
—Es fácil: en la guerra. Se defiende a unos, se ataca a los otros.
¡el mal! Queridísimo Polemarco! Si la salud de uno es un encanto, el médico i

—En calidad de verdadero poetá, se diría, Simónides transformó en un
es inútil; si uno camina sobre tierra firme, no va cargar con un capitán de
oscuro enigma la definición de la justicia. Sostiene —si lo sigo bien a us-
corbeta. Ahora, si lo sigo comprendiendo bien, "justicia" y "justo" no tie-
ted— que sería justo restituirle a cada quien lo que le conviene y que él
nen ningún sentido para quienes no están en guerra.
llamó, curiosamente, "lo que le es debido". —iPero no! ¡Es una conclusión absurda!
—Y entonces —se irrita Polemarco—, ¿dónde está el problema?
—¿O sea que la justicia es útil en tiempos de paz?
—A este grado de profundidad poética, sólo el gran Otro puede sa- —Evidentemente.
berlo. Supongamos que el gran Otro le pregunta al poeta: "iSimónides! El
—Lo son también la agricultura, para obtener buenos frutos, o el zapa-
saber hacer que se llama 'medicina', ¿a quién le restituye lo que le con-
tero, para proveerse de zapatos. ¿Cuál es, entonces, la utilidad de la justi-
viene o, en tu jerga, lo que le es debido?". ¿Qué respondería nuestro poeta?
—Simple como un cubo! Respondería que la medicina restituye a los cia en tiempos de paz? ¿Qué permite adquirir?
—Permite comprometerse en, asegurar, consolidar relaciones simbólicas.
cuerpos remedios, alimentos y bebidas. —¿Quiere decir convenciones acordadas con algún otro?
—¿Y el cocinero? —Sí, pactos que tienen reglas cuyo respeto la justicia asegura.
—¿El cocinero? ¿Qué cocinero? —dice Polemarco, enloquecido.
—Veámoslo de cerca. Si usted juega al ajedrez, coloca las piezas sobre
—¿A quién le da lo que le conviene, o lo "debido", si usted prefiere? ¿En
el tablero en cierto orden. Es una convención simbólica, como acaba de
qué consiste ese don?

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decir. Para esa colocación, el experto ¿es el hombre justo o el jugador pro- ¡Pero hay algo todavía peor! Usted admite, supongo, que un boxeador pro-
fesional? Vamos con otro ejemplo: usted construye una casa. Para dispo- fesional cuyo golpe es temible sabe también guardarse de los golpes del
ner como corresponde, según las reglas, los ladrillos y las piedras, ¿quién adversario. O bien, que aquel que sabe protegerse de una infección sexual
es más útil, quién es el mejor: el hombre justo o el albañil? Vamos todavía transmisible es también el que sabe contaminar a su partenaire sin que
con otro: el músico es, con toda seguridad, mejor que el justo para tocar éste o ésta tengan la más mínima sospecha.
las cuerdas de una guitarra según la convención que rige los acordes. En- —1Amigo Sócrates! —se queja Polemarco—. ¡Usted no deja piedra sin
tonces, ¿para qué asuntos en que está en juego una regla simbólica es el remover! ¡Es un delirio! ¿A qué vienen en todo esto la sífilis o el sida?
justo mejor partenaire que el jugador, el albañil o el guitarrista? —Permítame un último ejemplo. El que se muestra como impecable
—Creo que lo es en los asuntos de dinero. defensor de un ejército en campaña y el que sabe hurtarle al enemigo sus
—¿Qué asuntos de dinero? Si uno se sirve del dinero, por ejemplo, para proyectos y sus planes de acción, ¿no son un único y mismo hombre?
comprar un caballo, el buen consejero, el hombre de los símbolos eficaces, —Sí, sí, por supuesto! Sus ejemplos no hacen más que repetir la misma
será el fino caballero; si uno vende un barco, vale más que se asocie con idea...
un marino que con un justo, que no conoce nada de eso. Se lo vuelvo a —... y la idea es la siguiente: si alguien está dotado para la guardia,
preguntar, pues, con insistencia: ¿en qué asuntos en que hay que cobrar o también está dotado para el robo.
gastar dinero será el justo más útil que los otros? —¿No es eso, en el fondo, unA banalidad?
—Pienso que cuando se quiere recuperar sin pérdida el dinero que se —Tal vez, tal vez... Pero entonces, si el justo está dotado para guardar
ha depositado o prestado. el dinero que le han confiado, está igualmente dotado para robarlo.
—En suma, ¿es cuando uno no tiene la intención de servirse del dinero —¿Es allí adonde quería llegar el Célebre Sócrates?
y lo deja dormir? ¡Eso sí que es muy interesante! La justicia sirve en la me- El duelo Sócrates-Polemarco toma un sesgo reñido. Glaucón y Ama-
dida misma en que el dinero no sirve para nada... ranta cuentan los puntos:
—Me temo que sí. —iPues sí! —replica Sócrates—. El justo, tal como usted lo ha definido, ;
—Prosigamos en esta vía prometedora. Si uno quiere dejar enmohecer nos aparece de pronto como una especie de ladrón. Y creo que usted
un ordenador en su armario, la justicia es útil; si uno quiere servirse de él, aprendió esa extraña doctrina en Hornero. En efecto, nuestro poeta nacio-
es útil el informático; si hay que guardar en un rincón del desván un vio- nal adora al abuelito de Ulises, el llamado Autólico, del que cuenta engo-
lín polvoriento o un fusil oxidado, ¡es ahí donde la justicia es indispensa- losinado que, en lo que se refiere al robo y al perjurio, no le tenía miedo a
ble! Porque si uno quiere tocar un concierto o matar un faisán, vale más nadie. De eso deduzco que para Homero, para Simónides y para usted,
un violinista o un cazador. querido Polemarco, la justicia es el arte del ladrón...
—No veo bien adónde quiere llegar. —iPero no! ¡Pero para nada! —lo interrumpe Polemarco.
—A lo siguiente: si seguimos al poeta Simónides, sea cual fuere la —... a condición de que ese arte —continúa Sócrates, sin perturbarse—
práctica considerada, la justicia es inútil en la acción y útil en la inacción. beneficie a los amigos y perjudique a los enemigos. Robarles a los enemi-
—Extraña conclusión! ¿Qué piensas de ella, amigo Polemarco? —se gos para darles a los amigos, ¿no es ésa su definición de la justicia? ¿O he
mofa Amaranta. comprendido mal?
Sócrates remacha el clavo: —Usted me parte la cabeza. Ya no sé ni siquiera lo que quería decirle. -
—En suma, para Simónides y para usted, la justicia casi no tiene impor- Pero me mantengo con firmeza en un punto: la justicia consiste en bene- j
tancia. ¿Qué vale algo que no es útil sino en la medida en que es inútil? ficiar a los amigos y perjudicar a los enemigos.
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realidad, hay que decir: es justo hacer el bien al amigo que es un alma
—¿Y a qué llama usted un amigo? ¿Al que le parece que es un buen bella, y el mal a un enemigo que es un canalla.
tipo o al que es verdaderamente un alma bella, incluso si no tiene esa apa- —Creo —dice Polemarco, aliviado por este acuerdo aparente— que he-
riencia? Y le hago la misma pregunta en cuanto al enemigo. mos encontrado la solución del problema.
—Es conveniente amar a aquellos a los que uno juzga que son almas Pero Sócrates, con una sonrisa de costado:
bellas y detestar a los canallas. —iNo tan rápido! Una preguntita todavía. La naturaleza del hombre 1
—Pero puede ocurrir, como usted bien sabe, que nos equivoquemos: a justo ¿lo autoriza a perjudicar a su prójimo, sea quien fuere?
veces vemos almas bellas allí donde no hay sino canallas, y canallas donde —Por supuesto! Usted acaba de decirlo: hay que perjudicar a todos
todo el mundo es honesto. En tal caso, los buenos son nuestros enemigos, los canillas que son enemigos por añadidura.
y los malos, nuestros amigos. —A propósito de los caballos, se dice...
—Desgraciadamente sí, eso ocurre, es un hecho —concede Polemarco. —¿Los caballos? —se sobresalta Polemarco—. ¿Por qué los caballos?
—Siguiendo esta misma hipótesis, vemos —si aceptamos la definición !Ningún caballo fue nunca el canalla enemigo de nadie!
de Homero, la de Simónides y la suya— que es justo beneficiar a los cana- —... se dice —se obstina Sócrates— que si se los maltrata, no mejoran.
llas y perjudicar a las almas bellas. Como las almas bellas son justas y —IEs archiconocido! Maltratar a un caballo es convertirlo en un caballejo.
nunca cometen injusticias, debemos concluir que, según usted, es justo —Y a propósito de los perros...
perjudicar a quienes nunca son injustos. —¿Ahora los perros? ¡Pero caracoles! ¡Buscamos a la justicia en un
—¿Pero qué me está diciendo? ¡Sólo un canalla puede pensar así! zoo!
—Entonces, ¿es a los injustos a los que es justo perjudicar y a los justos —No, sólo constato, examino, comparo. Si uno maltrata a los caballos,
a los que seria injusto no beneficiar? empeoran, en lo que respecta a lo que es la virtud propia del caballo, que
—iAh! ¡Eso sí que está mucho mejor! consiste en galopar derechito llevando alegremente a su caballero, la coraza
—Pero ahora, desde el momento en que alguien se equivocó acerca de de su caballero, su espinillera, su lanza y su equipo completo. Desde luego,
la verdadera naturaleza de la gente, puede ser que sea justo, en lo que le la virtud propia del caballo no es la del perro, en absoluto. No es cosa de
concierne, perjudicar a sus amigos, que resultan ser canallas, y también perros llevar al acorazado con su espinillera. Lo que es cierto es que, si uno
justo beneficiar a sus enemigos, que son almas bellas. Eso es exactamente maltrata a un perro, se vuelve o bien temeroso, o bien feroz, pero en todos
lo contrario del discurso que le atribuimos a Simónides. los casos, muy malo en lo que respecta a su virtud propia de perro domés-
Sócrates, contento, se vuelve hacia los jóvenes: marcó un punto, ¿no? tico, que no es —lo digo de nuevo— la del caballo. O sea que es cierto en el
Pero Polemarco no se deja torear: caso de los perros y en el de los caballos.
—Ese bello razonamiento sólo muestra una cosa, Sócrates, y es que —¿Que es cierto qué, Sócrates? Nos está atolondrando.
nuestra definición de los amigos y de los enemigos no es correcta. Hemos —La verdad es que, si uno los maltrata, desnaturaliza su virtud propia.
dicho que es amigo el que nos parece un alma bella. Hay que decir: el Del caballo y del perro al hombre, ¿la consecuencia es buena? Si uno mal-
amigo es aquel que, a la vez, parece y es un alma bella. El que parece serlo trata a la especie humana, ¿no se vuelve peor, en lo que respecta a su vir-
sin serlo no es un amigo, es sólo su apariencia. De la misma manera consi- tud propia?
deraremos el ser y el aparecer en el caso del enemigo. —iComprendí! ¡Usted introduce al hombre por el caballo! La conclu-
—iMagnífico! El alma bella es entonces el amigo, y el canalla, el ene- sión me parece excelente. Habría que determinar aún cuál es la virtud
migo. En consecuencia, tenemos que transformar la definición de la justi- propia del hombre. ¡No es como galopar o ladrar!
cia, que era: es justo hacer el bien a un amigo y el mal a un enemigo. En

LA REPÚBLICA DE PLATÓN PRÓLOGO 37
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es de eso de lo que hablamos desde el inicio de la tarde! Y Polemarco, conquistado:


—Pero si
De -iEs a toda una visión del mundo a la que usted nos convoca! Estoy
!Afirmamos que la virtud propia de la especie humana es la justicia!
nuestra comparación resulta entonces que, si se maltrata a los hombres, dispuesto a librar batalla a su lado.
se los hace más injustos de lo que eran. O sea que es imposible que un -Entonces, comencemos por el comienzo. Si la justicia no es lo que
los poetas y los tiranos sostienen que es, ¿qué puede ser?
justo maltrate a quien fuere.
-iEsperel Hay algo que me falta aquí, no veo la lógica del razonamiento.
-Un músico no puede, sólo por el efecto de su música, crear a un
analfabeto musical, como tampoco un caballero, sólo por su arte ecuestre,
a un ignorante total del caballo. ¿Y sostendríamos que un justo puede,
sólo por el efecto de su justicia, hacer a alguien más injusto de lo que es?
¿O, para abreviar, que la virtud de los buenos es lo que engendra a los ca-
nallas? Es absurdo, tanto como sostener que el efecto del calor es enfriar o
el de la sequedad, mojar. No, no puede estar en la naturaleza de un alma
bella perjudicar a quien fuere, Y como el justo es un alma bella, no está en
su naturaleza perjudicar a su amigo, aunque éste fuera un canalla, ni, por
lo demás; perjudicar a quien sea. Ésa es una propiedad del injusto que, él
sí, es un canalla.
Aturdido, Polemarco capitula:
-Temo que debo rendirme. Usted es demasiado fuerte para mí.
Sócrates remata al interlocutor:
-Si alguien, incluso Simónides, incluso Homero, sostiene que la justi-
cia equivale a devolverle a cada uno lo que se le debe, y si su pensamiento
subyacente es que el hombre justo debe perjudicar a sus enemigos y be-
neficiar a sus amigos, sostendremos con arrojo que esos argumentos son
indignos de un sabio. Porque, sencillamente, no son verdaderos. La ver-
dad -que nos ha aparecido en todo su esplendor en el hilo del diá-
logo- es que nunca es justo perjudicar. Que de Simónides a Nietzsche,
pasando por Sade y tantos otros, se haya sostenido lo contrario no nos
impresionará más, ni a usted ni a mí. Amén de eso, mucho más que a
los poetas o a los pensadores, la máxima "es justo perjudicar a sus
enemigos y beneficiar a sus amigos" me parece apropiada para los Jet-
jes, Alejandro, Aníbal, Napoleón o Hitler, para todos aquellos en quie-
nes la extensión del poder, por un tiempo, provocó una suerte de
embriaguez.
I. Reducir al sofista al silencio
(336b-357a)

LA PREGUNTA de Sócrates había caído en un silencio pesado. Trasímaco


sintió entonces que había llegado su hora. Más de una vez, durante la
discusión, el violento deseo de entrometerse en ella lo había atormentado.
Pero sus vecinos se lo habían impedido, porque querían captar el encade-
namiento de las réplicas. Esta vez, aprovechando el desconcierto que se-
guía al retomo —singularmente brutal, por cierto— a la forma inicial de la
pregunta, evadiéndose al fin de la calma que le habían impuesto, po-
niendo en tensión todos sus músculos, agazapado como una fiera que
está por sacar sus enormes garras, Trasímaco se lanzó sobre Sócrates para
hacerlo trizas y comérselo crudo. Sócrates y Polemarco, aterrorizados, die-
ron un salto hacia atrás. Una vez que llegó al centro de la habitación, el ‘1

monstruo fusiló con la mirada a toda la asistencia y se puso a hablar con


una voz a la que el alto techo de la sala, los ventanales, la noche cerrada
sobre los veleros y el mundo entero parecían conferirle la potencia del
trueno:
—i Qué deplorable cháchara nos inflige Sócrates desde hace horas! ¿A
qué vienen esas reverencias que se hacen el uno al otro bombardeándo-
nos por turno con sus idioteces? Si quieres saber qué es la justicia, deja de
hacer preguntas en el vacío y frotarte las manos cada vez que refutas lo
que farfulla una oscura comparsa. Preguntar es fácil, responder lo es mu-
cho menos. Dinos de una buena vez, tú, cómo defines la justicia. Y no nos
vengas con que la justicia es todo salvo la justicia, que es el deber, lo útil,
lo ventajoso, el provecho, el interés, y así sucesivamente. Dinos con preci-
sión y claridad lo que tienes que decir. Porque yo no voy a hacer lo mismo
que todos los figurantes de tu circo, no voy a soportar más tu garrulería.

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REDUCIR Al SOFISTA AL SILENCIO 41
40 LA REPÚBLICA DE PLATÓN
tú sabes muy bien que, con este tipo de prohibiciones, nadie va a poder
Ante estas palabras, Sócrates, que finge —¿o experimenta?— una estupe- responder a tu pregunta. Pero sin embargo, tu interlocutor puede a su vez
facción temerosa, fija un instante su mirada en Trasímaco, como lo hacemos hacerte preguntas. Por ejemplo: "¿Cuál es exactamente tu objetivo, oh, su-
cuando encontramos, en una noche de nieve, a un lobo que está por apun- tilísirno Trasímaco? ¿Que no te dé ninguna de las respuestas que me pro-
tarnos con sus ojos crueles, porque si no —dicen las viejas del campo—, nos híbes dar? Pero si una de ellas, o incluso muchas, son verdaderas, ¿cuál es
volveríamos mudos. Luego encadena, con una voz un poco temblorosa: entonces tu oculta intención? ¿Que te diga otra cosa que la verdad?". ¿Qué
—Felizmente, es a mí a quien has visto en primer lugar esta noche, le responderías a este supuesto interlocutor?
¡feroz retórico! !Estuve a punto de perder la voz! Pero ahora pienso tratar Trasímaco no se deja desorientar:
de ablandar al lobo que saltó sobre nuestra conversación como sobre una —Es simple: ¿qué relación tiene todo esto con la cuestión de la justi-
oveja jadeante... ¡Querido Trasímaco! ¡No te enojes con nosotros! Si nos cia? Como siempre, no haces más que cambiar de caballo cuando ves que
equivocamos por completo, Polemarco y yo, en el examen del problema, va a perder la carrera.
sabes bien que es involuntario. Suponte que somos buscadores de oro, —iHay una relación! Mi doce y mi justicia son caballos de la misma
como en un western, con grandes sombreros y todo eso. ¿No vas a creer caballeriza. Pero supongamos que no hay ninguna relación. ¿Imaginas
que, así y todo, con los pies en el agua y la criba en la mano, vamos a per- que si tu interlocutor, por su parte, piensa que hay una, va a cambiar la
demos en reverencias y en "Pase usted primero, estimado colega", arries- respuesta que cree verdadera únicamente porque tú se la has prohibido?
gándonos a no encontrar nada de nada? Ahora bien, buscamos la justicia, —!Por mis pistolas! ¡Vas a hascer lo mismo! ¡Vas a definir la justicia por
que es mucho más importante que un montón de pepitas, y tú nos cree- una de las palabras que te prohibí emplear!
rías capaces de irnos en cortesías infinitas en lugar de poner, él y yo, la —Podría ser, sin duda. Para eso me. bastaría con pensar, después de un
mayor seriedad para hacer aparecer su Idea. ¡No! Es imposible. La mejor sólido examen dialéctico, que es la palabra conveniente.
hipótesis es, dicha en pocas palabras, que somos incapaces de encontrar —iToda esta trastería del deber, de lo conveniente, del interés, de lo ven-
lo que buscamos. Y en tal caso te digo, a ti y a todos los hábiles de tu gé- tajoso! ¿Con esta chatarra quieres volver a taponar el bidón abierto de tu
nero: antes que demolemos, itengan piedad de nosotros! discurso? ¡Por mis ballestas! Si te demuestro, primero, que existe una res-
Al final de este parlamento, Trasímaco estalla en una risa sardónica puesta en la que ni siquiera has pensado y, luego, que esa respuesta echa
que hace que toda la asistencia se estremezca: por tierra todas las idioteces que aquí han removido, ¿qué sentencia pro-
—Yo tenía razón, ¡por mis petardos! ¡He aquí la famosa ironía socrá- nunciarías contra ti mismo?
tica! Lo había dicho, se lo había predicho a mis vecinos: Sócrates no acep- —Y bueno, la que tiene que soportar el que no sabe: aprender de aquel (
tará nunca responder. Ironizará en todos los sentidos y revolverá Roma que sabe. Me condeno a sufrir ese castigo.
con Santiago con tal de no responder a una pregunta precisa. ¡Por Hera- —Sales del apuro a buen precio —dice con risa burlona Trasímaco—.
cies! ¡Se los había dicho! Además de tu aprendizaje, me darás un buen fajo de dólares.
—Es que —puntualiza Sócrates— tú eres un gran sabio. Organizas tus —Cuando los tenga, si algún día los tengo...
predicciones con el más grande de los cuidados. Tal como te conozco, si le Pero Glaucón, rico hijo de familia, no quiere que el enfrentamiento
preguntas a alguien cómo se puede, en un cálculo, llegar al número doce, que se prepara sea diferido por cuestiones de dinero:
vas a agregar: "Sobre todo, amigo, no vengas a afirmar que es dos veces —Tiene usted todo lo que precisa, Sócrates. Y usted, Trasímaco, si lo
seis, ni tres veces cuatro, ni veinticuatro dividido por dos. Menos aún que que quiere es dinero, ¡siga nomás! Todos nosotros vamos a hacer una co-
es once más uno, ocho más cuatro o, como escribe ese pobre Kant, siete lecta para Sócrates.
más cinco. No me vengas con ninguna tontería de ese tipo". En todo caso,
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Dicho esto, clava su mirada aplastante en Sócrates. Pero el silencio se
—iEso es! —chifla Trasímaco—. Para que Sócrates, a costa mía, haga su
número habitual: uno no responde nunca, el otro responde, uno tritura lo prolonga, porque Sócrates, bajito y barrigón, con los ojos redondos y los
que el otro dijo, lo refuta, iy asunto concluido! brazos colgantes, toma el aspecto de un perro al que le proponen un trozo
—Pero mi tan querido —interviene tranquilamente Sócrates—, ¿cómo de zapallo.
puedo responder, dado que, en primer lugar, no sé; en segundo lugar, Nada contento está Trasímaco:
paso todo el tiempo diciendo que lo único que sé es que no sé; en ter- —No veo venir tus famosos elogios; te quedas más mudo que un
cer lugar, suponiendo incluso que supiera y dijera que sé, pese a todo poste. Eres en verdad un mal jugador, incapaz por entero de saludar la
me quedaría mudo, puesto que alguien que está en un nivel top, en victoria de tu adversario, iY proclamarse el más sabio de los hombres!
particular tú mismo, me ha prohibido de entrada que contestara la pre- !Chapó!
gunta con cualquiera de las respuestas que considero apropiadas? Eres —Perdóname, pero es menester primero que esté seguro de compren-
tú, más bien, quien debe hablar, dado que, en primer lugar, dices que derte. Veamos. Dices que "lo que es justo es el interés del más fuerte".
sabes, y, en segundo lugar, que sabes lo que dices. !Vamos! iNo te ha- ¿Qué significa con exactitud este enunciado? Tomemos como ejemplo a
gas rogar! Si hablas, me complaces y muestras que no tratas con des- un ciclista de competencia. Supongamos que es el más fuerte para escalar
precio el deseo que tienen Glaucón y sus amigos de instruirse con el montañas en bici. Supongamos que su interés es el de doparse inyectán- ,
dose eritropoyetina en las nalgas para correr aún más rápido y pulverizar
gran Trasímaco.
Glaucón y todos los otros hacen coro, le suplican a Trasímaco que todos los récords. ¿No vas a decirme, con todo, que lo que es justo para
ceda. Es evidente que se muere de ganas, seguro como está de las aclama- nosotros, que es el interés del más fuerte, consiste en pincharnos el tra-
ciones que le valdrá su fulminante respuesta a la pregunta del día: "¿Qué sero sin piedad?
es la justicia?". Pero por un momento finge que sigue batiéndose para que —iEres sencillamente crapuloso, Sócrates! Tomas lo que te digo en
Sócrates responda y, al final, capitula con este comentario: sentido contrario, lo pegas sobre una anécdota asquerosa, y todo eso para
—Ejemplo típico de la "sabidunía" de Sócrates: proclama que él no es ridiculizarme.
profesor de nadie. Pero en cuanto a birlarles el saber a los otros, !siempre —En absoluto. Creo solamente que hace falta que aclares tu magnífica
dice "presente" y nunca "gracias"! sentencia. Es dura y negra como el carbón...
—Cuando dices —replica Sócrates— que me instruyo con los otros, tie- —iEl carbón! ¿Pero qué me estás diciendo?
nes toda la razón. Cuando aduces que no agradezco nunca, te equivocas. —... ese carbón del que se extraen los diamantes. Haznos cocinar un
No pago las lecciones, claro está, porque no tengo dólares, ni euros, ni poco tu sentencia en el caldo de su contexto, para hablar como nuestros
dracmas, ni yenes. En cambio, soy muy rico en elogios. Ya vas a conocer oradores modernos.
de inmediato el ardor con el cual admiro a quien habla bien. De hecho, —Ya veo. Sabes que las constituciones de los diferentes países pueden
apenas hayas respondido a nuestra pregunta, respuesta que —mi intuición ser monárquicas, aristocráticas o democráticas. Por otra parte, en todos
me dice— va a sorprendernos a todos. los países, el gobierno tiene el monopolio de la fuerza, en especial de la
Trasímaco se lanza entonces, bien derechito, y cierra los ojos como la fuerza armada. Constatamos, así, que todo gobierno hace leyes a favor de
Pitia en plena meditación. En el patio invadido por la sombra, el silencio su propio interés: los demócratas hacen leyes democráticas; los aristócra-
es impresionante. tas, leyes aristocráticas, y del mismo modo los demás. En suma, los gobier-
—Escuchen, escuchen bien. Yo digo que lo que es justo no es ni puede nos, que disponen de la fuerza, declaran legal y justo lo que es de su pro-
1 ser otra cosa que el interés del más fuerte. pio interés. Si un ciudadano desobedece, lo castigan por violar la ley y

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cometer una injusticia. He aquí, querido mío, lo que digo que es lo justo, —Hay que romperse la crisma para encontrar una observación tan
uniformemente, en todos los países: el interés del gobierno instalado. Y chata y desprovista de todo interés.
dado que es ese gobierno el que tiene el monopolio de la fuerza, la conse- —Sin duda, sin duda... Pero si uno te sigue, dirá que, para un diri-
cuencia que de ello extrae cualquiera que razona correctamente es que, gente, promulgar leyes adecuadas es servir a su propio interés, e inade-
en todas partes y siempre, lo justo es, de idéntica manera, el interés del cuadas, no servirle. ¿De acuerdo?
—Cae de su peso.
más fuerte.
Y Trasímaco recorre la asistencia con una mirada de vencedor. —Y que haya que hacer lo que los dirigentes decidieron, a tu enten-
El rostro de Sócrates se aclara: der, ¿es justo?
—lile comprendido lo que querías decir! —iMira que machacas! ¡Sí, sí y sí!
Pero de inmediato se ensombrece: —Por lo tanto, si uno adopta tu definición de la justicia, puede con-
—Por desgracia, no estoy para nada seguro de que eso sea verdad. Por cluir que es justo no sólo hacer lo que es del interés del más fuerte, sino
lo pronto, alguien que te haya escuchado podría decir —y Sócrates imita a también —eso sí que es admirable— lo contrario: lo que va contra el interés
un actor que habla gangoso—: "Qué extraño! iQué extraño!". Y diría incluso del más fuerte.
más: "iQué extraño! Trasímaco le prohibe formalmente a Sócrates que diga —iPero con qué nos vienes! —grita Trasímaco.
que la justicia es el interés y, dos minutos después, ¿qué anuncia a toda —Con las consecuencias in'evitables de tu definición. Vayamos más
trompeta? Que la justicia es el interés". Sin duda, yo le objetaría a ese res- lento. Estábamos de acuerdo en un punto, que hasta has juzgado trivial:
friado: "iAtención, señor, atención! El interés, sí, ¡pero el del más fuerte!". cuando los dirigentes les imponen a los dirigidos que hagan esto o aque-
—iUna precisión que es una nadería! —se burla Trasímaco. llo, aunque los dirigentes puedan equivocarse en cuanto a lo que es su
—No queda todavía claro si es importante o no. Lo que está absoluta- verdadero interés, sigue siendo invariablemente justo que los dirigidos
mente claro es que debemos examinar si es la verdad, desnuda y pura hagan a pie juntillas lo que los dirigentes les ordenan hacer. ¿Sí o no?
—Te lo he dicho y repetido. iQué cansancio! ¡Sí y sí!
como un querubín, lo que sale de tu boca.
—iPero miren a este Sócrates! —dice Trasímaco, hilarante, vuelto hacia —Has admitido entonces que es justo ir contra el interés de los dirigen-
la asistencia—. !Cree que escupo a los ángeles! tes, o sea los más fuertes, cuando esos dirigentes ordenan, de modo invo-
—Dejemos para más tarde el examen de tus escupitajos. QueloTi,e es luntario, hacer cosas malas para ellos, puesto que es justo —lo has dicho y
justo competa al interés de un Sujeto, eso es algo que te concedo. Que haya repetido— hacer todo lo que prescriben los susodichos dirigentes. De ello se
_ sigue con implacable rigor que es justo hacer exactamente lo contrario de
que agregar "el Sujeto que es el más fuerte", no sé nada—d-e—esó, pero hay que
lo que dices, puesto que, en el caso que nos ocupa, hacer lo que va contra el
mirarlo de cerca.
—Mira, Sócrates, examina, considera, sopesa, y chicanea. ¡Te conoce- interés del más fuerte es lo que el más fuerte ordena que haga el más débil.
En la asamblea, la agitación producida por este parlamento es consi-
mos, vamos!
—Me pareció entender que, para ti, es justo obedecer a los dirigentes derable. Polemarco se despierta sobresaltado, el pálido Clitofonte enro-
del Estado. Por otra parte admites, supotigo,—que esos dirigentes no son jece, Glaucón patalea, Amaranta se manosea nerviosamente la oreja iz-
quierda. Es Polemarco el que se tira al agua:
infalibles sino que, por el contrario, son falibles.
—iCreo que Trasímaco tiene que poner pies en polvorosa!
--lObvio!
—En consecuencia, cuando se ponen a promulgar leyes, lo hacen o —Eso es —susurra Clitofonte, de nuevo pálido como la misma muerte—.
¿Porque Polemarco lo ha dicho, Trasímaco debe hacerlo?
bien como corresponde, o bien al revés, ¿no?

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46 LA REPÚBLICA DE PLATÓN
equivoca. O "matemático" al que comete un error grosero de cálculo en el
-iEs el mismo Trasímaco el que se enredó en su propia madeja! -re- momento mismo en que lo hace. A mi modo de ver, cuando decimos que
plica Polemarco-. !Convino en que los dirigentes ordenan a veces hacer el médico se equivoca, o que el matemático se equivoca, o que el gramá-
lo que se opone a su propio interés y en que es justo que los dirigidos lo tico se equivoca, no son ésas más que palabras vacías. A mi modo de ver,
hagan! ninguno de ellos se equivoca en la medida en que su ser, o más bien su
- Trasímaco -protesta Clitofonte, blanco como el yeso- planteó un acto, corresponde al nombre que le damos. De tal suerte que, una vez más
solo principio: es justo hacer lo que los dirigentes ordenan. a mi modo de ver y para ser preciso -ya que Sócrates presume de preci-
_lsipios, no uno
- Trasímaco -se exaspera Polemarco- planteó dos prir sión-, nunca un artesano, un especialista, un creador o un artista se equi-
solo. En primer lugar, la justicia es el interés del más fuerte; en segundo voca desde el momento en que actúa en conformidad con el predicados,
lugar, es justo obedecer- a los dirigente-s. DesPués de haber Validado así un que lo identifica. En efecto, el que se equivoca no se equivoca sino en la
principio cte intérés y -un principio .de obediencia, tuvo que admitir que medida en que su saber lo abandona y, por lo tanto, cuando dejó de ser el
puede suceder que los más fuertes les ordenen a los más débiles y a los artesano, el especialista, el creador o el artista que suponíamos que era.
dominados hacer lo que va contra el interés de ellos, los más fuertes. De Concluyo de ello que, siempre a mi modo de ver, ninguno de aquellos a
donde resulta que la justicia es tanto el interés del más fuerte como lo que los que llamamos artesano, sabio o jefe de Estado se equivoca en tanto
va contra ese interés. uno de esos nombres le conviene, y eso aun cuando todo el mundo repite
-Pero -chilla Clitofonte, de pronto rojo como sangre de vaca-, cuan- tontamente que el médico se equivocó o que el dirigente se equivocó. Te
do Trasímaco habla del interés del más fuerte, se trata de un fenómeno ruego, Sócrates, tengas a bien querer comprender mis respuestas anterio-
subjetivo: lo que el más fuerte estima que es su interés. Es eso lo que el res a la luz de estas observaciones de. sentido común. Y para ser lo que se
más débil tiene la obligación de hacer y es eso lo que, para Trasímaco, es llama del todo preciso, a mi modo de ver absolutamente del todo preciso,
justo. la verdad pura y dura se enuncia en cuatro tiempos. En primer término, el
-No es para nada lo que dijo l-masculla Polemarco, molesto. jefe de Estado, en tanto jefe, no se equivoca. En segundo término, en tanto
-iPoco importa! -interrumpe Sócrates-. Si Trasímaco piensa ahora lo no se equivoca, decide lo que es lo mejor para sí mismo. En tercer tér-
que no ha dicho, va a decirnos lo que piensa. O lo que piensa pensar. Va- mino, es eso lo que el gobernado, aquel al que el jefe comanda, debe ha- )
mos, noble Trasímaco, ¿era ésa tu definición de la justicia: lo que el más cer, y ninguna otra cosa. Y en cuarto término, volvemos a mi comienzo,
fuerte imagina que es el interés del más fuerte, independientemente de que Sócrates fingió no ver que destrozaba toda su garrulería: la justicia
que, en lo real, sea o no sea su interés? ¿Podemos decir que tal era el sen- consiste en que toda práctica tiene por ley el interés del más fuerte.
tido auténtico de tu discurso? Sócrates, como embargado por la gravedad del momento, mueve lar-
. ¿Me imputarías la idea
-iNo, en absoluto! -dice en seco Trasímaco- gamente la cabeza. Luego:
; ridícula según la cual el más fuerte es el que se equivoca en el momento -A tu modo de ver, una vez más y siempre, ¿soy un sicofante? A tu
mismo en que se equivoca? modo de ver, ¿es para perjudicarte que te formulé preguntas como lo he
-A fe mía, creí que era eso lo que sostenías cuando me concediste hecho, eh? ¿A tu modo de ver?
que los dirigentes, que no son infalibles, se equivocan a veces en cuanto a -iPardiez! ¡Es claro como agua de roca! ¡Son bien conocidas las trapa-
lo que es su propio interés. cerías de Sócrates! Pero, a mi modo de ver, sales vencido. Eres incapaz de
-En materia de argumentación racional, Sócrates, no eres más que un esconderme tu juego y frente a alguien que, como yo, ve claro en tu ItiegO,
sicofante. Es como si llamaras "médico" al que se equivoca acerca del ori- no uedes dé-ViVia fuerza un triunfo en la discusión.
gen de los sufrimientos de un enfermo en el momento mismo en que se

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LA REPÚBLICA DE PLATÓN
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—En todo caso, está claro que el médico y el almirante tienen un inte-
—iNi se me ocurre siquiera, bienaventurado hablador! Pero, con el fin rés que les es propio. Y el saber hacer que es el suyo tiende a buscar, ,
de no darles ningún pretexto a mis trapacerías, ¿podrías decirnos en qué luego a procurar a cada uno ese interés. Es .evidente que un saber hacer
sentido tomas las palabras "jefe de Estado" o "gobierno", y también la ex- tomado en sí mismo no tiene otro interés propio que su perfección posi-
presión "el más fuerte", en la famosa fórmula que acabas de repetir: "La ble—. Se puede entonces...
justicia, que es el interés del jefe de Estado, o sea el más fuerte, es lo que —iNo tan rápido! —corta Trasímaco—. ¿Qué es esta historia del interés
el gobernado, que es el más débil, debe hacer"? ¿Tomas estas palabras y de un saber hacer cuyo único interés, por otra parte, es el interés del que
estas expresiones en el sentido preciso que pueden tener para nosotros, o posee ese saber hacer? Veo venir una jugarreta a la Sócrates.
de manera vaga y general? A tu modo de ver, una vez más, ¿eso incumbe —Voy a ser claro como agua de la fuente. Supongamos que me pre-
al decir o al por así decir? guntas si el cuerpo se basta a sí mismo o si algo le falta. Te respondería:
—Es en el sentido más riguroso posible de las palabras que, a mi modo 1Seguro que le falta algo! Es sin duda por eso que se inventó el saber ha-
de ver, hablo del gobernante y de todo lo demás. Trata de perjudicarrne a cer médico tal como lo conocemos hoy en día. El cuerpo está a menudo
cuento de todo eso, ihaz de sicofante! No tienes los medios para hacerlo. en mal estado y no se puede contentar con lo que es. El saber hacer mé-
—A tu modo de ver, ¿sería yo suficientemente loco como para intentar dico s_e desarrolló,y se organizó para servir a los intereses del cuerpo". Y,
ser el sicofante de un Trasímaco, que es tanto corno decir para cortar con tal como conozco al leal Trasímaco, aprobará mi respuesta.
finas tijeras la melena de un león que galopa? Trasímaco se ríe con sarcasm¿ly se suena ruidosamente la nariz.
—Con todo, iacabas de intentarlo, endeble peluquero! —Para aprobar ese tipo de truismo, te alcanzaría con un idiota.
—Dejemos de lado las metáforas cabelludas. Volvamos a nuestras difi-
—O sea que apruebas —puntualiza cón calma Sócrates—. Preguntémo-
cultades actuales. En lo concerniente al médico en el sentido preciso de la nos ahora si, a su vez, el saber hacer médico está, en el mismo sentido que
palabra, aquel del que hablabas hace un instante, ¿cuál es su verdadera el cuerpo, en mal estado. Si es así, puede ser que tenga necesidad de otro
meta? ¿Ganar dinero o curar a los enfermos? Responde sólo a propósito saber hacer para servir a sus intereses y procurar lo que le falta. ¿Es nece-
del médico cuya acción está en conformidad con el nombre genérico sario seguir? ¿Es necesario admitir que ese segundo saber hacer necesita,
"médico". él mismo, por las mismas razones, un tercero, y así sucesivamente hasta el
--lCurar a los enfermos, es obvio! infinito? Si esta recurrencia interminable parece extraña, podemos volver
—¿X el almirante? El almirante adecuado a su nombre, ¿es el jefe de al punto de partida y suponer que el saber hacer médico se encarga, él
los marinos o no es, él mismo, más que un marino? mismo, de remediar sus imperfecciones. Y la tercera posibilidad es que un
—iCómo me fastidias! Es el jefe de los marinos: eso es, así te doy el saber hacer no requiere un saber hacer segundo ni se requiere a sí mismo
gusto. para obtener lo que le falta, dado que_no comporta, en tanto saber hacer
—Que un almirante, por casualidad, navegue solitariamente en una real, ni falta ni error. En efecto, observamos que un saber hacer no busca
vulgar barcaza no tiene, en cuanto a la apelación "almirante de la flota", sino el interés de aquello a lo que se aplica y, por su parte, si es autentico,
ninguna influencia, y eso no conduce a llamarlo "simple marino". Porque permanece intacto Ycortipleto todo el tierapo que, en el sentido estricto de
no es en la medida en que navega así o de otro modo que se lo llama "al- la expresión "saber hacer", sigue siendo por entero lo que es. Tenemos, pues,
mirante", sino en razón de su saber hacer y del poder que tiene sobre los tres posibilidades. Uno: cada "técnica", como se traduce a veces tekhne —"sa-
marinos. ¿De acuerdo, a tu modo de ver, con tus propios ojos? ber hacer" es mucho más exacto, pero pesado— exige, para satisfacer sus
—De acuerdo. Pero nos haces perder el tiempo con esas fruslerías faltas, una técnica de esa técnica, y así hasta el infinito. Dos: toda técnica
marítimas.
'

50 LA REPÚBLICA DE PLATÓN REDUCIR AL SOFISTA AL SILENCIO 51

es inmediatamente técnica de sí misma y, por lo tanto, apta para satisfacer puesta en esa gente, los gobernados, los dominados, los sufrientes, los
sus propias faltas. Tres: a una técnica considerada en sí y_para sí no le falta remadores de la vida, como un verdadero amo dice lo que dice y hace lo 1
nada. Mi querido Trasímaco, examina esta; tres posibilidades y dinos cuál que hace.
déellás, a tu modo de ver, desde luego, es la buena. Hay en ese momento, como se dice en los resúmenes de asamblea-,
-Ami modo de ver, ciertamente la tercera. "movimientos diversos". Unos sonríen, otros murmuran, otros toman un
-iMagníficol O sea que la medicina no se ocupa del interés de la me- aire de importancia o de agobio. Todo el mundo tiene conciencia de un giro
dicina sino únicamente de los intereses del cuerpo; la técnica hípica no se en la discusión: la definición de la justicia propuesta por Trasímaco ha
preocupa en absoluto del hipismo sino sólo del caballo. A una técnica no sido lisa y llanamente vuelta en su contrario. Lo miran con un dejo de mi-
le importkpara nada su propio interés -no tiene, por lo demás, ninguno-, sericordia, esperan su réplica sin creer demasiado en que la habrá. Hay
sino únicamente erfñféfélide-áuln_ bjeto, de aquello a lo cual se aplica el que decir que, cuando al fin llega, suscita un intenso asombro:
saber hacer que la define. -Dime -pregunta Trasímaco, cuyos ojos chispean de pronto de ale-
-No haces más que repetir la elección que he hecho, a mi modo de gría-, ¿estás bien escoltado? ¿Tienes a tu nodriza a la derecha y a tu pre-
ver, de la tercera hipótesis. iSiempre esa garrulería socrática! ceptor a la izquierda?
-Es para que no me acuses de tenderte una celada. He aquí mi pre- -¿A qué viene eso? -dice un Sócrates a ojos vista desestabilizado-.
gunta: un saber hacer obtiene de aquello a lo que se aplica los efectos que_ Sería más conveniente que me respondieras en vez de decir sandeces.
busca, ¿no? o es un saber hacer, no es más que ráll-c-nica de nada.
_ Si neci-,---n- - Es que, a mi modo de ver, si tu trasero está tan merdoso como tu
-10bviol iTus "largos desvíos" son de una ingenuidad! discurso, ¡tu nodriza debería limpiarte mejor! Y tu preceptor debería ense-
-Pero aquello que obtiene de alguna cosa los efectos que espera es en ñarte la diferencia entre un camero y un pastor.
verdad aquello que comanda, que ejerce su poder sobre esa cosa, ¿no? - Pero -pregunta Sócrates cada vez más perplejo- ¿de qué me estás
Trasímaco frunce el ceño, y es que huele la trampa. ¿Pero cómo evi- hablando?
tarla? Elige la bravura: -Pareces creer que pastores y boyeros sólo tienen ojos para el bienes-
-No creo, por mi parte, que se pueda decir lo contrario. tar de los ovinos y de los bovinos, que es sólo para complacer a las seño-
-Luego, la técnica está en posición de gobernante, de jefe, en suma, ras ovejas y a los señores toros que los ceban y los cuidan. Es grotesco, mi
respecto de su objeto. La medicina gobierna al cuerpo, el almirante es el pobre amigo. Lo hacen sólo para que su amo, el propietario de esas boni-
jefe de los marinos. En lo que concierne a los cuerpos que sufren y a los tas bestias cornudas y lanudas, saque de eso un enorme provecho. ¿Qué
marinos que reman, el médico y el almirante son los más fuertes. Sin em- decir entonces de aquellos que están en el poder en un Estado? Quiero •
bargo, como lo has admitido sin la más mínima vacilación, no sirven en hablar de los que ejercen de verdad el poder. ¿Imaginas que son diferen-
modo alguno a su propio interés, sino al interés de aquello que es más tes de los propietarios de rebaños? ¿Tienes la ingenuidad de pensar que
débil, de aquello que ellos mismos gobiernan: el cuerpo, cuya salud de- se ocupan de otra cosa que de sacar una enorme ventaja personal de la
sean; los marinos, de los cuales desean que logren navegar como es con- masa de los dominados? Te crees en la vanguardia de las cuestiones que
veniente. De este modo, ningún saber técnico propone ni ordena el inte- giran en torno a lo justo y a lo injusto, o a la justicia y a la injusticia,
rés del más fuerte. Finalmente, vemos que ningú-n-Téf— e, nir ~Dierno
— como prefieras, mientras que ignoras, de hecho, su abecé. No compren-
considerado como jefe propone ni ordena lo que conviene a su propio des que "justicia" y "justo" nombran un bien que pertenece a otro: el inte-
interés. Por el contrario, prescribe el interés de aquellos a los que co- rés, por cierto, pero el de ese otro, el más fuerte, el jefe. De donde se sigue
manda o gobierna y para los cuales ejerce su saber hacer. Y es con la mira que lo que pertenece al dominado o al servidor es únicamente, como di-
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ría mi amigo Jean-Francois Lyotard, el daño que se le hace. "Injusticia" es de injusticia mezquina! A gran escala arrebata los bienes de otro va-
quiere decir todo lo contrario. Es el nombre de una acción que obliga a la liéndose de artimañas y violencia. Se alza con todo, sin hacer diferencia
obediencia y al servilismo a aquellos que son justos y creen tener que 9atre lo público y lo privado,_ como tampoco entre lo profano y lo sa-
actuar en toda circunstancia de acuerdo con las leyes morales. Tú te em- grado. Observarás que, si un quidam cualquiera no logra encubrir una
barras en la más crasa ignorancia en lo concerniente a toda una serie de injusticia de tal calibre, se lo castiga con severidad y se lo cubre de ver-
J
íti s. Por ejemplo, que los dominados sólo actúan bajo la güenza. Le llueven todos los nombres injuriosos, según el tipo de vilezas
ley de hierro del interés del más fuerte y, al hacerlo, contribuyen a la feli- en las que haya participado: ¡Vendedor de carne humana! iSacrilego! r ,.. • A
cidad de éste y en modo alguno a la suya propia. Lo que me asombra, en !Violador de cajas fuertes! !Salteador de caminos! !Ratero! ¡Qué contraste
el fondo, es tu increíble ingenuidad. ¿Cómo no ves que un justo, confron- con nuestro tirano que, además de robar los bienes de sus compatriotas,
tado con un injusto, pierde todas las veces? Suponte, por ejemplo, que los redujo a ellos mismos a la esclavitud! En lugar de cubrirlo de injurias,
montan juntos un negocio y firman contratos por los cuales se compro- lo llaman "hombre feliz" o "bendecido por los dioses". Y no son sólo sus
meten uno con el otro. Y bien, cuando hay disolución de la sociedad, compatriotas los que le lustran los zapatos. Lo hacen también todos los
constatas invariablemente que el justo dejó hasta su camisa en la aven- que conocen las infames infamias que lo hicieron famoso. Porque los crí-
tura y que el injusto se alzó con todos los fondos. Toma el caso de los ticos que critican la injusticia no tienen miedo de cometerla, sino tan sólo
impuestos y las retribuciones. A igualdad de ingresos, el justo paga siem- de sufrirla. Así, querido Sócratel, hemos demostrado que la injusticia,
pre más impuestos que el injusto y no recibe un pepino del Estado, mien- desdi.rnnie.n.to_en-que ,tan lejos como sea posible, es más
_
tras que el injusto se alza con el paquete. Supongamos ahora que nom- potente, más intrínsecamente libre, más soberana que lo que puede -serlo
bran al justo, luego al injusto, dirigentes de la Dirección de un servicio la justicia. Tal como he dicho desde el principio, la justicia es, en su esen-
del Estado. De un lado, ¿qué le sucede entonces al justo? En el mejor de -cia, el interés del más fuerte 'Y el injusto se paga a sí misil1-'6 los intereses
los casos —la mayoría de las veces es mucho peor—, por una parte, sus ne- del capital que-érrepresenta.
gocios personales se van a pique, a falta de poder consagrarles el tiempo Habiendo derramado de este modo, como un bombero sobre el fuego,
necesario; por otra, dado que es justo, se prohíbe tomar aunque más no el enorme balde de su discurso en los oídos del público pasmado, Trasí-
fuere un céntimo de las cajas públicas. Ese pobre tipo se hace odiar por maco piensa retirarse colmado de aplausos, en tanto vencedor indiscutible
su parentela y sus familiares porque —isiempre la justicia!— se rehúsa ca- del combate de los retóricos. Pero sucede que la asistencia no está de
tegóricamente a recomendarlos para que trepen a toda marcha los esca- acuerdo. Quiere forzarlo a permanecer y a despejar con más claridad el
lones del funcionariado. Del otro lado, ¿qué le sucede al injusto? Exacta- nudo racional de lo que acaba de decir. Sócrates echa su cuarto a espadas:
mente lo contrario de estas calamidades. Hablo, claro está, del injusto —i Querido Trasímaco! !Genio de las bellas frases! Después de arrojar-
auténtico, aquel que trata con el mayor desprecio a los subalternos. Hay nos un gigantesco discurso, no tienes más que una idea en la cabeza: huir
que observarlo a él si quieres medir la distancia entre los goces del in- sin haber demostrado suficientemente tu punto de vista ni aprendido de
justo en el secreto de su vida privada y la lastimosa mediocridad del justo los otros si las cosas son como tú dices o de otro modo. ¿Crees, entonces,
que vive a plena luz. Tendrás el perfecto saber de esta distancia si te vuel- que te has ocupado de una bagatela? !Vamos! Intentabas definir la regla
ves hacia la injusticia perfecta, aquella que dispensa la felicidad suprema de la existencia entera, el imperativo gracias al cual podemos esperar vivir
a los canallas más temibles y sumerge a sus víctimas, cuya conciencia se la más fecunda de las vidas.
rehúsa a todo encanallamiento, en un infortunio horrible y sin esperan- —¿Parezco un tosco que ignora la importancia de aquello de lo que
zas. Esta forma pura de la injusticia no es otra que la tiranía. ¡El tirano no habla? —dice con amargura Trasímaco.

,••
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vende a la Bolsa toneladas de carne sin haber metido nunca los pies en un )
-En todo caso, !finges de manera admirable ser ese tosco! O bien, no establo-, !todo, salvo un pastor! Sin embargo, nada es más apropiado para la
te preocupas en lo más mínimo de nosotros, tu público. Te importa un técnica del pastor que dispensar los mejores cuidados a su objeto propio: el
bledo lo que pueda sucedemos. A falta de conocer lo que afirmas saber, rebaño. Porque, en cuanto a lo que determina de manera puramente in-
nuestra vida, pesada en las balanzas del bien y del mal, corre el riesgo de terna su cualidad, es evidente que esta técnica estará provista de ella, por
inclinarse del lado de lo peor. ¡Vamos, queridísimo mío! ¡Un buen movi- esencia, mientras su identidad -ser la técnica del cuidado de los rebaños- '
miento! !Transmítenos ese saber! No te parecerá tan mal hacernos bien a siga siendo tal.
todos nosotros, que hacemos un círculo a tu alrededor. Para impulsarte, -Lo cual quiere decir -interviene Amaranta- mientras continúe me-
no me convenciste. reciendo ese nombre.
voy a decirte lo que pienso. Voy a ser franco contigo:--, _
No creo_qu_e_la,iniusticia J,Le reporte al Sujeto más que la justicia, ._l_quiera -Exacto. Por las mismas razones, hasta hace poco, creía que tú y yo
en las condiciones límite que - noi_has descripto-c-orriirrm la injus- nos veíamos forzados a convenir en que un poder, pensado en su esencia,
ticia está._cle-algún )do autorizada, y nada-Zaaculiza los deseos _que
—m-7- sólo considera, en materia de bien, el de la gente de la cual se ocupa y so-
. _
dan Iga suartimañas Que todo quede claro, querido amigo. Supone- bre la cual se ejerce su autoridad. Y que eso era verdadero para todo po-
mos la existencia de un hombre injusto. Suponemos que él dispone de la der, ya opere a escala del Estado o a escala de la familia.
posibilidad de ser injusto, una posibilidad ilimitada, tanto en secreto como -Ya sea público o privado -precisa Glaucón.
por la fuerza de las armas. Y bien, no estoy convencido en modo alguno -Yo diría más bien -rectifica Amaranta- político o doméstico.
I
de que este hombre saque más provecho de su injusticia que el que hu- -Lo cual me lleva -continúa Sócrates, clavando sus ojos penetrantes
biera sacado de la más estricta observancia de los principios de la justicia. en Trasímaco- a plantearte una pregunta. Aquellos que dirigen los Esta-
Y no creo ser el único. Estoy persuadido de que otros, en esta sala, com- dos -y hablo aquí de los que los dirigen realmente, no de los fantoches,
parten mi convicción. !Conviértenos, formidable retórico! Danos razones de los presidentes de adorno, de los fundados en el poder del Capital ni del
decisivas para reconocer que rtos equivocamos miserablemente cuando los "representantes" trajeados- ¿crees que lo hacen voluntariamente?
ponemos a la justicia por encinia de la injusticia. - IPor mis petardos! -exclama Trasímaco-. No lo creo, lo sé.
-¿Y cómo convencerte? ¿Puedes decírmelo? Si mi implacable razona- - La ciencia es algo sagrado. Pero la ciencia, la noble sociología, te en-
miento no logró hacerlo, no veo qué más se puede hacer. ¿O tengo que seña también que, tratándose de la mayoría de los puestos gubernamen-
transportar personalmente mi argumentación al interior de tu cerebro? tales, de los subsecretariados de esto o aquello, de los gabinetes ministe-
-iAh, no! iQué horror! !Eso no! Comienza, antes bien, por mantener riales, de los comités, de las comisiones, de los despachos y de las oficinas,
con firmeza tus posiciones, en lugar de inducirnos al error porque las modi- nadie Jzitiiere hacerse cargq_gratuitamente. Desde el momento en que al-
ficas todo el tiempo sin decir agua va. Te doy un ejemplo de este tipo de guien no va a retirar de ese pequeño trozo de poder ventajas personales y
metamorfosis incongruente que, además, nos lleva otra vez al punto de par- tiene que ocuparse de los administrados, exige un salario, un muy buen
tida de nuestra discusión. Primero definiste al médico, tal como es, en el salario.
- Ahora, retomemos las cosas de más lejos. ¿No decimos que, cada
elemento de la verdad. Pero luego, cuando de lo que se trataba era del pas- vez que cada una de las técnicas es diferente de las otras, es otra porque,
tor, no te sentiste obligado a conservar de cabo a rabo, de modo coherente, su función propia es otra función que la de las otras?
la identidad del pastor pensado, él también, en su verdad. En el hilo de tu -Y bien -dice Amaranta, vuelta sobre Trasímaco—, no se pierda en el
1
1 discurso, el pastor dejó de ser el que cuida del bienestar del rebaño para laberinto de lo que es diferente de lo otro porque cada uno de los otros es
diferente de él...
( transformarse en todo lo que se quiera -el convidado a un festín que sólo
, piensa en deleitarse con un cuscús de cordero, o un especulador que le
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—Mi respuesta —declara Trasímaco, no sin cierta pompa— es clara y Jalado el salariado. Y si no cobra ningún salario, su ejecución técnica no se
neta. Es por su función, sin la más mínima duda, que una técnica difiere anula por ello. Sigue siendo lo que es y permanece, en su ser, totalmente I
exterior al salario.
de otra.
—Y cada técnica —prosigue Sócrates— nos brinda un servicio en todo Trasímaco siente que las mandíbulas del argumento amenazan con
y por todo particular. En el caso de la medicina, es la salud; en el del pilo- triturarlo. Toma las cosas como un gran señor y, con un tono irónico:
taje de un avión, es la rapidez y la seguridad de un viaje, y todo lo demás —Si tú lo dices, Sócrates, lo diremos también.
por el estilo. ¿Sí o no? —Tendrás que tragarte entonces las consecuencias. En efecto, de
—iSí! Te lo remacho en los oídos. iSí! aquí en más queda establecido que ninguna técnica ni ninguna posición
—Y la técnica... i0h! Decididamente, me provoca horror esta traduc- dominante tiene por meta o función su propio interés. Tal como hemos ,
voy a encontrar otra durante la noche. En resumen, la dicho, sólo tiene en vistas y prescribe, si se trata de una técnica, lo que
ción de tekhne;
técnica cuyo nombre antiguo era "mercenariado", y que hoy en día, om- concierne al interés de aquello que es su objeto y su sustancia. Y si se
nipresente, se llama "salariado", no tiene otra función propia más que la trata de una posición dominante, sólo tiene en miras el interés de la
de proporcionar un salario. Desde luego, no confundes nunca a un mé- gente dominada. He aquí por qué yo decía hace poco, mi querido Trasí-
dico con un piloto de línea. Si —tal es la regla que nos impones tú, el faná- maco, que nadie deseaba, de por sí, dirigir lo que fuere, y menos aún
tenemos que definir todas las palabras con el ri- comprometerse gratuitamente a tritar y curar los males de otro. Porque,
tico del bello lenguaje—
gor más extremo, nunca llamaremos "médico" al capitán de un navío con en ese tipo de situación, hay que considerar el interés del más débil, y
el pretexto de que los pasajeros, dopados por el aire marino, están en su no el del más fuerte. El resultado es que todo el mundo reclama un sala-
mejor forma. ¿Podemos entonces, te pregunto, llamar "médico" a cual- rio. ¡Evidentemente! Aquel que, al servicio de un cliente, pone en prác-
quier salariado, desde el momento en que el asalariado está mejor porque tica una técnica de manera eficaz y bien afinada, no tiene nunca en vis-
cobró su salario? tas ni prescribe su propio bien. Sólo se ocupa de los bienes de aquel para
—¿Pero adónde quieres llegar con estas cuchufletas? —refunfuña quien trabaja, aunque sin embargo es superior a él, puesto que domina
Trasímaco. una técnica que el otro ignora. Es para reparar esta aparente paradoja
—Llego al momento crucial de mi argumentación, cuando todos los —el superior al servicio del inferior— que, casi siempre, hay que garanti-
hilos se juntan y todo se aclara. Escucha bien mi pregunta: ¿vas a confun- zarle un muy buen salario a quien acepta un puesto de más alta jerar-
dir la medicina con el salariado arguyendo que, cuando cura a la gente, el quía, salario abonado en forma de dinero y de honores varios. En cuanto
médico cobra un salario? a aquel que lo rechaza con obstinación, cobrará su salario en forma de
—Sería grotesco. castigo.
—Has reconocido que cada técnica, tomada en sí misma, nos brinda Glaucón, al observar que Trasírnaco,_hastiado
_- prepara una. retirada ,
un servicio, y que ese servicio es particular, distinto de aquel que nos estratégica, estima que es su deber alimentar la discusión:
' brinda otra técnica. Por lo tanto, si muchas técnicas diferentes nos brin- ---IíSótrates! ¿Qué nos está diciendo exactamente? Entiendo bien que ah
dan el mismo servicimstá claro clae_ese servicio resulta de un elemento salariado corresponde un salario diferente de aquel que es apropiado para
dás- con-
común que se agrega a la función propia de cada una de las tleni- las técnicas como la medicina o la dirección de un gran cuerpo del Estado.
Sideridas. La aplicación de ese principio es simple en el caso que nos Pero que un castigo —¿y cuál?— pueda hacer las veces de salario para al-
ocupa: cuando un técnico cobra un salario, es porque agregó.a la técnica guien que rechaza un puesto y que, por no brindar ningún servicio, no
- 11a-
de la que es especialista esta otra técnica, más general, que hemos merece ningún salario, ¡eso es algo que me sobrepasa!
--
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58 LA REPÚBLICA DE PLATÓN
para gran cosa. Me pregunto qué pasaría en un Estado ideal, sometido a
-Pregúntate cuál puede ser el salario de uno de nuestros mejores par- rincipios justos.
tidarios, un muy buen filósofo, por ejemplo. ¿No sabes por qué razón va a -Si tal Estado llegara a existir, se organizarían allí competencias para
resignarse, a veces, a aceptar una función importante en el Estado? ¿No no estar en el poder, tal como se organizan hoy en día para estar en él.
sabes que carrerismo y codicia de ganancia son, para él, vicios? -1Elecciones negativas! ¡Increíble! -se burla Glaucón.
-A decir verdad, realmente lo son. ¿Y entonces? -uno se jactaría de haber sido elegido al fin para no ocupar ningún
-Usted mismo -encadena Amaranta-, si mal no recuerdo, aceptó ser puesto. Porque, compuesto por mujeres y hombres libres, y dominado por
presidente del Consejo en Atenas. Era más o menos en el momento en la máxima igualitaria, el país consideraría, de modo unánime, que el ver-
que a su querido Alcibíades le daban una paliza en la batalla de Notio. dadero dirigente no tiene en vistas su propio interés, sino únicamente el
¿Cuál fue su salario? del pueblo entero. Y a la masa de los habitantes le parecería más tranquilo
-Hija mía, reavivas aquí un recuerdo en extremo penoso. En todo caso, y más agradable confiar su destino personal a gente de confianza en vez
como puedes figurarte, no se trataba del gusto por el poder ni por lo que éste de que se les confíe a ellos personalmente el destino de inmensas multitu-
reporta. En el punto culminante de la Revolución cultural, Mao Tse-Tung des. Por lo tanto, no le concedo nada en absoluto a Trasímaco: lo que es
lanzó la directiva: "Ocúpense de los asuntos del Estado". Cuando obedece- justo no es y no puede ser el interés del más fuerte.
mos esta directiva, no tenemos la idea de ser tratados como asalariados -Pero usted no nos ha dado la contrapartida positiva de su refutación
que exigen el salario de su compromiso, ni como ladrones que extraen de al sofista -gruñe Amaranta—. ¿Qué es, a fin de cuentas, la justicia?
ese compromiso provechos secretos. Tampoco se trata de correr tras los -Veremos eso más tarde. Por el momento, hay un punto que me in-
honores, ya que no es la ambición lo que nos anima. De hecho, todos no- quieta en lo que ha dicho Trasímaco.
sotros pensamos -nosotros, filósofos de la nueva generación- qUe-partici- -iVa a cambiar de caballo, lo estoy sintiendo! -declara Amaranta.
par por Vol-tía- ad propia en el poder de Estado tal como existe, sin estar - Déjame decir ese punto. Trasímaco alega que la vida del injusto es
obligado a ello por circunstancias excepcionales, es ajeno por completo a mucho mejor que la del justo. Y tú, Glaucón, ¿qué vida elegirías? ¿Qué
nuestrós principins políticos. EIS entonces inevitable que sÓlo nos obfigu -e
hay de verdadero en esta jerarquía?
a ello la perspectiva de un castigo interior aún _
más grave que la vergüenza
- - - iBah! -dice Amaranta-. El hermanito sabe demasiado bien lo que usted
que ex- p-erimentáffairicis si Eo-ifiéramos tras los puestos y los créditos. quiere que diga, y lo voy a decir en su lugar: la vida del justo ies lo máximo!
Ahora bien, ¿qué puede ser, en este tipo de situación, lo más insoportable? -Tanto uno como el otro -insiste Sócrates- han escuchado a Trasí-
Ser gobernado por crápulas tan sólo j)ot''tie hetm_a_do el poden El maco detallar las ventajas inauditas de la vida injusta, ¿y todavía no están
témor a este castigo es la úriica razón por la cual, cada _tanto,-hay-gente_ convencidos?
honorable que se ocupa en el m_ás alto nivel de los asuntos del Estado. Y -Preferiría -resiste Amaranta- estar afirmativamente convencida de
bien se ve que no lo hacen por interés personal ni por su placer, sino por-_ la superioridad del justo. Por el momento, me contento con no estar con-
que creen que es nece_sario, vista la imposibilidad, en las adversidades por vencida de la del injusto. Seguimos empantanados en la negación.
las qUe-pasa el -Estado, de encontrar mejores candidatos, o al menos tan - Por una vez, ella tiene razón -confirma Glaucón-. Demostrar direc-
buenos como ellos, para los puestos que van a ocupar. tamente que A es superior a B es otra cosa que demostrar que no es ver-
-lEspere, espere! -interrumpe Amaranta-. Usted está hablando del dadero que B pueda ser superior a A.
compromiso paradójico de gente honesta en un Estado medianamente - iTodos nuestros parabienes para el lógico! -exclama Sócrates-. Pero
podrido, en el que dominan de ordinario los carreristas, los aprovechado- hay que elegir el método. Podemos proceder por vastas antítesis, discursos
res y los demagogos. Una abnegación que, por lo demás, nunca ha servido
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contra discursos. Exponemos en bloque todos los beneficios de la justicia En este punto, Sócrates da signos de perplejidad. Se rasca la nuca y, luego:
y Trasímaco, luego, los de la injusticia. Habrá que enumerar esos benefi- —¿Es tu convicción, querido amigo, que los injustos son gente pru-
cios en cada discurso, medir, en suma, lo que se haya dicho de un lado y dente que conoce a fondo la verdad de las situaciones?
del otro. Y necesitaremos justas exteriores para zanjar el litigio. La otra —sí. A condición de que se trate, claro está, de gente capaz de esclavi-
manera de hacerlo es proceder según el modelo del inicio de esta velada: zar a una ciudad entera e incluso a todo un país. Parece que creyeras que
a través de un juego ceñido a preguntas y respuestas construimos un te hablo de carteristas que les birlan la billetera a los pasajeros en el me-
acuerdo entre las dos partes, de modo tal que no se requiera un tercero tro. No niego el interés de esos pequeños rateros, mientras no se dejen
exterior. Por turno, tanto los unos como los otros somos, a la vez, los que atrapar. Pero ni siquiera vale la pena hablar de ellos si lo que tenemos en
vistas son las injusticias en gran formato de los tiranos, cuyo retrato les he i
argumentan y los que juzgan. pintado hace un momento.
—Es mucho mejor así —aprueba Glaucón. —No ignoro lo que tienes en mente —observa Sócrates—. Pero cada vez
Sócrates se vuelve entonces hacia Trasímaco, que se retrepó a medias
en un sillón y, con la cara sombría, apenas si habla con la punta de los la- que vuelves a decirlo en público me sorprendo tanto como si nunca te
bios y con el tono de hastío propio de aquel que "en peores plazas ha to- hubiera oído perorar. Entonces, ¿cla-sificas sift—clu- dar a ra injusticia del lado
reado", a quien "no se la juegan" y que "ya no cree en nada". de la virtud y la sabiduría, y a la justicia del lado opuesto?
—Perfecto, iy encantadísirno de asombrar a Sócrates!
—iVamos, Trasímaco, ánimo! Retornemos las cosas desde el principio.
¿Sostienes que, comparada con la perfecta injusticia, la justicia perfecta se El llamado Sócrates se rasca á nuevo la nuca con un aire soñador:
—Hay que reconocer que tu posición es, en consecuencia, muy fuerte.
revela infinitamente menos ventajosa?
—Lo sostengo —desliza con desgano Trasímaco—, y ya les he dicho Por el momento, no veo qué se le puede Objetar. Si plantearas que la injus-
ticia es muy ventajosa pero a la vez admitieras, como casi todo el mundo,
por qué. que es viciosa y repugnante, podríamos responderte apoyándonos en la
—Veamos un poco. Sin duda, tú aplicas a la pareja real justicia-injusti-
cia la pareja predicativa vicioso-virtuoso. Y supongo que le atribuyes, opinión dominante. Pero está claro que vas a sostener.que la injusticia es
tan nobe. y m.nnífica corno_ventajosa. Todas Fas cualidades que le atri-
como todo el mundo, "virtuoso" a la justicia y "vicioso" a la injusticia. . --
De pronto, bajo el látigo de la suposición socrática, Trasímaco aban- buttfitis a la justicia se las vas a atribuir a la injusticia, a la que con gran
dona su pose de escéptico fatigado. Y literalmente chilla: audacia intelectual has elevado al rango de la virtud y la justicia.
—¿Quieres reírte? ¿Quieres hacerme una vez más la jugada de la ironía —Adivinas a la perfección las verdades que animan mis discursos.
socrática? ¡El que ríe último ríe mejor, viejo zorro! Ya he demostrado que —Y bien —dice con calma Sócrates—, no vamos a bajar los brazos por
la injusticia es universalmente ventajosa para el hombre injusto, mientras ello. Hay que seguir argumentando, al menos mientras estemos en dere-
que la justicia es universalmente perjudicial para el hombre justo. cho de suponer que dices lo que piensas. Porque efectivamente me pa-
—¿Alegas entonces que es la justicia la que es viciosa? rece, hombre dichoso, que no estás bromeando, y que con la mayor natu-
—No, no exactamente viciosa —matiza un Trasímaco contento de sí ralidad nos revelas la verdad tal como la concibes.
mismo—. Es muestra, más bien, de una noble inocencia. —¿Pero qué cuernos te importa, perdonando la expresión, que te diga
—De tal suerte que —puntualiza Sócrates— la injusticia es, por su parte, lo que pienso "verdaderamente" o no? Conténtate con refutar mi argu-
mento éplicito si eres capaz de hacerlo, algo de lo que dudo, y no pierdas
vulgar. el tiempo en hurgar en las vacías bolsas de basura de lo que pienso "ver-
—De ningún modo. Es muestra de una evaluación exacta de las cir-
cunstancias y de lo que se puede ganar con ella. daderamente". ¡Como si se pensara "verdaderamente"!

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LA REPÚBLICA DE PLATÓN
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—Tienes razón. Perdóname por haber pensado verdaderamente que —Pero no te incomodes —dice Sócrates—; eres tú el lógico.
pensabas verdaderamente. Así y todo, intenta responder algunas preguntas. —Veamos —dice Glaucón, contentísimo de poder ubicar sus fórmu-
A partir de allí, lo que comienza verdaderamente es un duelo, y no las—. Llamo J al justo en general, y si hay que distinguir entre dos justos,
con floretes abotonados. Amaranta, Glaucón, PolemarCO-y todos los otros serán Jj y .j2. Llamo I al injusto en general, y si hay que hacer distinciones,
cuentan los toques. Sócrates, el primero en desenvainar, esgrime: I e I. Anoto la relación "aventajar a" como se hace en matemática en el
—Dime, Trasímaco: a tu entender, ¿quiere el hombre justo afirmar su caso de desigual. Por ejemplo, J> 1 quiere decir que el justo domina al in-
( superioridad sobre otro hombre justo? justo. Es una simple notación, eh, por el momento no es una verdad:.
—iJamás! Si tuviera esa ambición, si quisiera aplastar a un rival en el Anoto como "igual" en matemática la relación "no aventajar a" o "ser se-
/ terreno de la justicia, no sería el inocente bien educado al que me he mejante o idéntico a". Por ejemplo, J, J, quiere decir que dos justos son
referido. semejantes. Es sencillísimo.
—¿Desearía que una acción justa le permitiera dominar a otros justos? —CY entonces? —comenta Amaranta con acritud.
—Por cierto que no, y por la misma razón. —Entonces puedo escribir en dos fórmulas, con toda claridad, en qué
—¿Y aventajar a un injusto, entonces? ¿Tendría el justo ese deseo? Y punto estamos. Del lado del justo, tenemos: [U, = J2 ) y Cr > I)]. Lo cual for-
en cuanto a ese deseo, ¿lo consideraría él justo o injusto? maliza que, para un justo, dos justos no tienen que aventajarse uno al
—Como buen pánfilo que es, el justo creería justo aventajar al injusto, otro, pero que un justo debe aventajar a un injusto. Del lado del injusto,
pero sería incapaz de hacerlo. tenemos: [(I, > 12) y (I >I)]: el injusto tiene que aventajar tanto a cualquier/
—Que sea capaz o incapaz de hacerlo no es nuestro problema. Te pido otro injusto como a cualquier justo.
tan sólo, mi tan querido, que precises tu pensamiento, que recapitulo así: el —Bueno —dice Amaranta—, es exactamente lo que Trasímaco y Sócra-
justo no estima en modo alguno digno de sí mismo aventajar al justo y no tes han dicho. ¿Para qué sirve todo esto?
siente el deseo de hacerlo. Por el contrario, tiene el deseo de dominar al in- —Ya verás —dice Glaucón, con aire enigmático—, ya verás...
justo y juzga que ese deseo es tolalmente digno de sí mismo. ¿De acuerdo? —En todo caso —retorna Sócrates—, henos aquí todos de acuerdo, en la
—No haces más que repetir mi respuesta. forma y en el fondo. Pasemos a las verdaderas dificultades. A tu entender,
—Soy prudente. Avanzo paso a paso en la construcción de un pensa- excelentísimo Trasímaco, ¿el injusto es saber y sensatez, mientras que el f
miento_que tú y yo deberemos compartir. Pasemos al hombre injusto. justo es analfabetismo y atontamiento?*
¿Pretende él aventajar al justo y actuar de manera tal de neutralizar toda —Hablas por mi boca —se mofa Trasímaco.
acción justa? —¿Diremos entonces que el injusto es semejante a todo hombre cuya
—iEs evidente! El deseo propio del injusto es la dominación universal. determinación subjetiva es saber y sensatez?
—Por lo tanto, ¿deseará también el injusto aventajar al injusto y neu- —Es trivial, iUn hombre que tiene cualidades se parece al que también
tralizar por su propia acción toda acción injusta exterior, de manera tal de las tiene y difiere del que no las tiene! He aquí lo que el gran Sócrates
asegurar su poder sobre todo? acaba de descubrir.
—Nada que repetir. iCómo me cansas!
—O sea que estamos de acuerdo acerca de la relación que mantienen •En el original, "abrutissemenr. Sería más preciso traducir este sustantivo por "em-
/ el justo y el injusto tanto con sus semejantes como con sus contrarios. brutecimiento", y el adjetivo "abrutr, que aparece luego, por "embrutecido" y no por
--lEh, eh! —interviene Glaucón—. iNo tan rápido! El argumento comen- "atontado", que es la versión aquí propuesta. Hemos sacrificado este matiz de precisión
para conservar la inicial, "a", que condensa las ideas de "analfabeto" y de "atontado" en
zó como para ser retorcido. Un poco de formalismo no vendría nada mal. las fórmulas desplegadas por Glaucón en lo subsiguiente. [N. de la TI

-

-r•

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64 LA REPÚBLICA DE PLATÓN

-¿Qué piensa de esto el lógico? -pregunta Sócrates, insensible al no como idea propiamente médica, aventajar a otro médico. Su idea será
curar al enfermo, tomando las decisiones que discute y comparte con sus
sarcasmo.
colegas. Por el contrario, aventajará a un quídam que no sabe distinguir
Glaucón salta sobre la ocasión:
u na rubeola de un golpe de calor. De manera general, el que es sensato y
- Si S designa al hombre sabio y sensato, la posición de Trasímaco,
con las notaciones precedentes, da: I - S. sabio en un dominio determinado, el S del joven Glaucón, aspira a hacer las
-Y por supuesto -dice Sócrates-, dado que el justo es analfabeto y cosas tan bien como sus semejantes y a aventajar al que no sabe nada en la
atontado, Trasímaco clixit, se parecerá al hombre ejemplarmente atontado materia. En cambio, el que no es ni sensato ni sabio, si tiene la arrogancia
y analfabeto por completo. En términos lógicos, ¿qué resulta de esto? escandalosa de meterse en lo que ignora, declarará que aventaja a todo el
mundo, a los sabios y a los ignorantes mezclados, pues no está en condicio-
- Si A designa al hombre analfabeto y atontado -dice Glaucón-, la
posición de Trasímaco se escribe J = A. nes de distinguir los unos de los otros. ¿Qué dice de todo esto el lógico?
-Si retomo S para anotar al que es sensato y sabio, y si anoto A en el
- iPerfecto! Ahora hablemos de música y de medicina.
-En suma -dice Trasímaco con amargura-, ¡no dejemos piedra sin caso del "analfabeto" y "atontado", o sea, al pretencioso que no conoce
nada en la materia, obtendría, formalizando, sus opiniones respectivas:
remover!
- Pero no, si son sólo analogías... Respecto de la música, el músico es
sensato y sabio, y el que no sabe leer una nota no es ni una cosa ni la otra. Para S,: [(S, S2) y (S > A)]
Del mismo modo en que, en lo que atañe a la salud pública, el médico es Para A,: [(A1 > A2) y (A > S)]
sensato y sabio; y los otros no lo son.
-iExactamente como hace un rato para J e I! -exclama Amaranta.
% -¿A dónde quieres llegar? -se impacienta Trasímaco.
-Excelente amigo, ¿piensas que cuando un músico afina un piano es -Y sí -aprueba Sócrates-. Puedes comparar las fórmulas, bien amado
(. su deseo aventajar a otro músico en materia de aumento o disminución
de la tensión de las cuerdas? ¿O no lo es, antes bien, el de llegar a un re-
Trasímaco. Tú .has __ alegado
_ que el injusto era sensato y sabio, y por lo
tanto que Glaucón debía escribir I = S. Y, desde luego, sostenías también
sultado que cualquier otro músico competente estimaría correcto? que el justo, en tanto contrario del injusto, no era ni sabio ni sensato, sino
analfabeto y atontado, lo cual se puede anotar, según nos propone Glau-
,) -Como hay una sola posición correcta de la cuerda, es tu segunda
( hipótesis la buena. cón: J - A. Pero ahora ves bien, después de nuestros ejemplos y estas fór-
mulas, que si el injusto es sensato y sabio, anotado S, debe de creer que
):. -Por el contrario, nuestro afinador tendrá sin duda la idea de hacerlo
mejor que un quídam que apenas si sabe lo que es un piano, ¿no? iguala a todo sensato y sabio, o sea a todo injusto, y que sólo aventaja al
-No me rehusaría a darte el gusto de verme aprobar semejante que es analfabeto y atontado, o sea al justo. Mientras que el justo, como es
analfabeto y atontado, anotado A, debe de tener la pretensión de aventa-
puerilidad.
-¿Y qué dice el lógico? jar a todo el mundo. Ahora bien, has afirmado con violencia hace un rato
-Si M designa al músico en general -dice Glaucón, un poquitín pe- -y Glaucón formalizó tu convicción- que era exactamente lo contrario: es
el injusto el que, a tu entender, aventaja a todo el mundo.
dante-, N, al nulo en música, y M, y M 2, a músicos diferentes, tenemos:
-Es muy posible -dice Trasímaco, fingiendo indiferencia.
[(Mi - M2) Y (M > Mi• -¿Qué sucedió entre tanto? Sencillamente, agregaste dos enunciados
-iHombre, cómo se parece a las fórmulas del justo! -observa Amaranta.
-iNo vayamos más rápido... que la música! -bromea Sócrates-. Creo suplementarios a lo que te permitía concluir que el injusto aventaja a todo
que es también evidente que no será la idea principal del medio, al menos el mundo: que el injusto es sensato y sabio y que el justo es analfabeto y
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66 LA REPÚBLICA DE PLATÓN

atontado. Como eso te lleva al foso fangoso de una contradicción, hay que —Es —continúa pacientemente Sócrates— la misma pregunta que quedó
abandonar esos enunciados suplementarios; en realidad, tenemos que in- planteada hace un rato, para que la discusión no pierda su unidad: ¿qué
vertir las cualidades: es el justo el que es sensato y sabio, y el injusto es puede ser la justicia confrontada con la injusticia? Alguien ha dicho, ya no sé
cuándo, que la injusticia era_ más fuerte y le abría a la vida más posibilidades
analfabeto y atontado.
—Hemos demostrado por el absurdo —anuncia con solemnidad Glau- que la justicia. Ahora que sabemos que la justicia es sabiduría y virtud, es )
muy fácil concluir que es ella la más fuerte, dado que la injusticia no es más (
cón— que debernos plantear: J=SeI= A.
—Hagan lo que quieran —dice Trasímaco. que ignorancia. Éste es un punto que, en adelante, ninguno puede descono-
—También debes dejar por sentado, vista la fuerza de una demostra- cer. Sin embargo, no es mi deseo aventajar por medios tan sencillos, sino to-
ción cuyas etapas has ratificado en su totalidad, que el justo está en la mar las cosas por otro sesgo. ¿Aceptarías decir que el pasado, el presente y el
i verdad del saber, y el injusto, en la noche de la ignorancia. futuro vieron, ven y verán a Estados injustos esclavizar injustamente a otros
Trasímaco acuerda en este punto a duras penas y con desgano. Y Estados, oprimidos por largo tiempo bajo sus botas o intentar hacerlo?
suda la gota gorda a pesar de que, en el corazón de la noche, la brisa del —iPor cierto! Y el mejor Estado, lo cual quiere decir aquel cuya injusti-
mar refresca la habitación. Los asistentes afirman incluso haber visto lo cia es más resplandeciente, se esforzará en ello mejor que cualquier otro.
que nunca nadie hubiera creído posible ver: iTrasírnaco ruborizándose! —Ya sé —responde Sócrates, tranquilo— que tal es tu posición. Pero
aislemos el punto siguiente: supongamos que un Estado se vuelve más
Así y todo, Sócrates quiere meter el dedo en la llaga:
poderoso que otro. ¿Puede organizar su dominación sin recurrir en modo
—Que la justicia es sensatez y saber es de aquí en más tan verdadero
para ti como para mí. Pero hay otro punto que me interesa. Alguien ha alguno a cierta representación de lo que es la justicia? LO hace falta que
dicho, no sé cuál de entre nosotros, que la injusticia es más fuerte que la entre en escena, por las buenas o por las malas, una norma de ese género,
por más ilusoria que sea?
justicia, ¿te acuerdas de eso?
Trasírnaco evita con habilidad la trampa de una respuesta unívoca:
—Me acuerdo —masculla Trasímaco—. Pero lo que acabas de decir no
me gusta. ¡Para nada! Y yo ter iría mucho que decir sobre lo que has di- —Si partimos de la premisa que tú nos impones, a saber, que la justicia
cho, y mucho más sobre lo que has dicho que yo debía decir. No obs- es sensatez y sabiduría, toda dominación durable requiere una suerte de
tante, si tomo la palabra, sé muy bien que vas a aducir que, en lugar de justicia. Si, tal como yo lo sostengo, la que es sensatez y sabiduría es la injus-
dialogar contigo, arengo a las multitudes. Mi conclusión es clara y neta: o ticia, una dominación racional y eficaz exige la injusticia, e incluso la injusti-
cia absoluta.
bien me dejas hablar como quiero, o bien, si te apegas a tus supuestos
-I "diálogos" como a la niña de tus ojos, !continúa! !Interroga! Yo voy a hacer —En todo caso, querido Trasímaco, me alegra que no te contentes con
como si escuchara a una vieja que no para de relatar cuentos chinos: mur- menear la cabeza para decir "sí" o "no". Tus respuestas son totalmente cor-
muraré "isea!" con un aire ausente y moviendo la cabeza. teses. Tengo así la prueba de que no soy una vieja que chochea.
—Es sólo para darte el gusto.
—iNo digas "sí" con la cabeza si tu íntima convicción es
- una buena idea la de darme el gusto! Dame entonces el gusto de
—Haré lo que más te guste, puesto que me prohibes hablar. ¿Qué más
seguir respondiéndome. A tu entender, el triunfo de una acción colectiva,
quieres?
—Nada en absoluto. Haz según tu deseo. Yo, por mi parte, planteo incluso injusta por completo, ¿es compatible con el reino desencadenado
de la injusticia en el interior del grupo concernido? Pienso en un partido
preguntas.
—Puesto que nos impones tus planteos, plantea sin descanso y des- político, en un ejército, y hasta en una tropa de bandoleros o de ladrones
que se supone están comprometidos en una acción injusta.
cansaremos luego —se burla Trasímaco.

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LA REPÚBLICA DE PLATÓN
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—Y adivinas bien. De eso se sigue que el injusto será también enemigo
—Sin duda, no lograrán su mala jugada si se pasan todo el tiempo po- de esos dioses de los que el justo es amigo.
niéndoles palos en las ruedas a sus queridos colegas.
—Y si renunciaran a esa injusticia interna, ¿lo lograrían mejor? —Trágate con apetito tus propios discursos azucarados, Sócrates. Se-
guro que no voy a contradecirte. Tienes a toda tu claque contigo.
—Es claro —dice Trasírnaco, con tono desabrido.
—¿Y por qué, entonces? ¿No será que la injusticia excita en todos los —Vamos adelante, entonces. Me servirás tu parte de golosinas respon-
grupos las divisiones brutales, los odios y las riñas, mientras que de la jus- diendo a mis preguntas. Hemos demostrado que los justos aparecen en
ticia procede una amistosa convergencia de los sentimientos y de los las arenas del mundo dotados de más sabiduría, cualidades subjetivas y
capacidades prácticas que los injustos, que son incapaces, por su parte, de I
pensamientos? unirse para hacer lo que fuere. Algunos aducen que, a pesar de su injusti-
—iVamos, vamos, Sócrates! Ya no quiero debatir contigo.
—Eres demasiado bueno, mi querido amigo. Una pregunta más toda- cia patente, ciertos personajes llegaron a actuar en común con vivacidad y
vía. Constatamos que, por todas partes, apenas hay injusticia, hay odio. éxito. Esos "algunos" meten la pata hasta la coronilla. Si los supuestos per-
Que uno sea libre o esté esclavizado no cambia nada: la injusticia con- sonajes hubieran sido absolutamente injustos, no se habrían socorrido los
duce a que todo el mundo deteste a todo el mundo. Es el triunfo de las unos a los otros, y toda su empresa habría fracasado. Está claro que les
divisiones más feroces y de la imposibilidad de hacer todos juntos lo que quedaba un chiquitín de justicia, la suficiente, en todo caso, para no per-
fuere. Incluso si no hay más que dos personas, se dividirán, hostiles, y se judicarse los unos a los otros en el momento mismo en que todos juntos
odiarán una a la otra tanto como odian a la gente justa. Y si, finalmente, perjudicaban a sus enemigos. Fue esa pequeña dosis subsistente de justi-
no hay más que una sola persona, excelentísimo Trasímaco, ¿no seguirá cia la que les permitió actuar como actuaron. Cuando se embarcaron en
siendo implacable esta propiedad de la injusticia? ¿No se dividirá la per- la injusticia, lo hicieron sólo corrompidos a medias por la injusticia. Por-
que los que están corrompidos por entero y practican la injusticia sin el
sona en cuestión contra sí misma?
más mínimo residuo de justicia son incapaces de hacer lo que fuere. Es así
—Siento que quieres que así sea.
—Y sientes bien. Se instale donde se instale, ciudad, nación, partido, como suceden las cosas, y de ningún modo como has afirmado hace un
ejército o una comunidad cualquiera, la injusticia acarrea de inmediato, rato que sucedían. En cuanto a saber si la vida del justo es mejor y más •
, por la exacerbación de las escisiones y los conflictos, la impotencia para feliz que la del injusto, pregunta que nos habíamos prometido plantear-
actuar del grupo concernido. Luego vuelve a ese grupo enemigo de sí nos, se puede decir que ahora conocemos su respuesta, e incluso que esa
mismo y, a la vez, de todos aquellos que se le oponen por el hecho de per- respuesta es evidente, ya que se deriva de inmediato de todo lo que aca-
severar, por su parte, en la justicia. Incluso si se asienta en un solo indivi- bamos de decir. No obstante, mirémoslo más de cerca. No se trata de una
duo, producirá en él efectos del mismo orden, puesto que está en su natu- simple astucia retórica, sino de la regla según la cual importa vivir.
raleza producirlos. Lo volverá incapaz de actuar porque provocará su —Si quieres mirarlo más de cerca —puntualiza Trasímaco—, acércate.
división íntima y la imposibilidad de toda convergencia amistosa entre él —Me pareces corroído por la ironía, pequeño camarada. Dime más
mismo y él mismo. Al final, será el enemigo encarnizado tanto de su pro- bien: a tu entender, ¿tiene el caballo una función propia?
pia persona como de todos aquellos a los que la justicia anima. ¿Pero —iAdmirable Sócrates, vamos! Sigamos ahora con tu dialéctica caba-
Huna. Sí, el caballo tiene usos particulares.
puedo aún hacerte una pregunta, eminente retórico?
—Puedes tanto como no puedes —dice a modo de enigma Trasímaco. —Y la función —ya sea la del caballo, la del jabato o la de la boa cons-
trictor— es lo que sólo se puede hacer con ese animal. O al menos lo que
—Es una pregunta muy sencilla: ¿no son los dioses justos?
se hace lo más perfectamente posible con él. ¿No es cierto?
—Adivino que deseas que lo sean.
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LA REPÚBLICA DE PLATÓN
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—Están hablando un poco en jerga —murmura Amaranta.
—Es cierto. Y cuando hayas terminado tu demostración, me dirás al oído
••—Pero es o no cierto? —se irrita Sócrates.
cuál es exactamente la función del jabato y la de la boa, sea o no constrictor.
—1Te burlas de mis ejemplos, caramba! Te propongo otro. Sólo se puede • —Es cierto para todo existente que es definible por su función —inter-
viene Glaucón.
ver con los ojos y oír con los oídos. O sea que ésas son sus funciones. Otra
—Es el momento decisivo, aquel en que encontramos la pista que nos
cosa: se podría podar la viña con un gran cuchillo, un hacha pequeña o
llevará a la meta —dice Sócrates, no sin cierta solemnidad—. ¿No hay una
una larga sierra. ¿Estás de acuerdo? función propia del Sujeto que ningún otro existente puede asumir y que se
—ITe veo corno si estuviera allí! iSócrates cubierto de aserrín ase-
llama "prestar atención a", o "aplicar principios", o "tener la intención de", y
rrando la cepa con su silbante sierra! así sucesivamente? ¿Podríamos atribuir esas funciones a otra cosa que a un
—Pero el mejor instrumento es un hocino de viñador, realizado preci-
Sujeto? ¿Y no se requiere decir que le son propias? Incluso el hecho de vivir,
samente para podar la viña. en su sentido más profundo, ¿no es una función propiamente subjetiva?
—iQue sí! ¡Ya lo creo! Como decía el poeta: —Sí, dejemos, dejemos eso —dice con negligencia Trasímaco.
—Se sigue de ello, por ende, que el Sujeto tiene una cualidad propia,
Para podar la cepa empúñese el hocino, una virtud singular, sin la cual no podría cumplir con sus funciones.
que sierra, hacha y cuchillo no valen un comino:. —Admitamos esta virtuosa cualidad —dice Trasímaco, inclinándose
—iÉse sí que es un verdadero bucólico! En todo caso, podar la viña es la como ante un prefecto de provincia.
—Deberás admitir también las consecuencias lógicas de esta primera
función del hocino. admisión.
—iTe digo "sí, sí, sí"! ¡Te aplaudo! En eso eres buenísimo: Sócrates, el
—¿Cuáles?
gran filósofo serpentino del hocino. —Un Sujeto viciado, reactivo u oscuro se orienta mal o sólo tiene inten-
—Tu "il-lurral" admite que la función de una cosa consiste en lo que
ciones pervertidas. En cambio, un Sujeto fiel, en conformidad con sus propios
únicamente hace ella o en lo clie, en todo caso, hace mejor que las otras.
principios, sabe cumplir de un modo totalmente correcto sus obligaciones.
Pero lo que tiene una función debe tener también una cualidad que le es —Te concedo todos los cuentos morales que quieras.
propia, gracias a la cual la función es efectiva. Así, los ojos o los oídos tie-
nen una función definida —ver u oír— gracias a la disposición particular de —¿No hemos declarado de común acuerdo que la justicia es la cuali-
esos órganos, a la cualidad de esa disposición. Si los órganos tuvieran la dad esencial del Sujeto, su virtud singular, y que la injusticia es su vicio
capital?
cualidad contraria... —Era para darte el gusto.
—¿Quieres decir la ceguera en lugar de la potencia de ver?
—Aquello que es la cualidad propia de un órgano o lo que es el defecto —iUna razón tan buena como cualquier otra! Y de la cual resulta una
conclusión definitiva: el individuo que participa en el devenir de un Su-
contrario a tal cualidad compete a la fisiología y no es aquí nuestro pro-
jeto justo tendrá una vida digna de ese nombre, y el injusto, una vida
blema. Te pregunto tan sólo si es a partir de su cualidad propia que los lamentable.
existentes hacen funcionar la función que les es asignable, si es cuando
\ operan según el defecto opuesto a tal cualidad que la función disfunciona. —1Ahí estamos! La dialéctica de Sócrates da vueltas como una ardilla
en su jaula. Porque tu enunciado, ese, "el justo tiene una buena vida", es
sencillamente tu convicción inicial, iY pretendes hacernos creer que es el
En el original: "Pour entailler le cep empoignez la serpette / Car scie, hache et cou- resultado de tu razonamiento! ¡Pasémoslo por alto!
teau ne valent pas tripette". IN. de la T.1

_••••
". y
e

72 LA REPÚBLICA DE PLATÓN

—Aquel cuya vida es una verdadera vida es feliz, e incluso bienaven- II. Preguntas apremiantes
turado. Aquel cuya vida es indigna es infeliz. Así llegamos al fin a este de los y las jóvenes (357a-368c1)
enunciado crucial: el justo es feliz; el injusto, infeliz. Ahora bien, no es
ventajoso ser infeliz, y sí lo es ser feliz. Puedo al fin afirmarlo categórica-
mente: no es verdadero, profesor Trasímaco, que la injusticia es más ven-
tajosa que la justicia.
—iAl profesor Sócrates no le queda más que fiestear hasta la mañana!
Y yo, Trasímaco, no puedo menos que cerrar el pico. Sé comportarme,
amigos. Van a ver lo que es el silencio de un virtuoso de los discursos.
iPero no por eso dejo de pensar!
Dicho esto, Trasímaco toma un sillón en el rincón más sombrío de la DESPUÉS DE su espectacular victoria —y con Trasímaco amohinado en su
habitación, se sienta y cierra los ojos. Va a permanecer así, por largo tiempo, rincón sombrío, reducido al silencio—, Sócrates pensaba que podía reposar
inmóvil por completo. Aunque sin mirarlo, Sócrates se dirige a él: sobre sus laureles. Por cierto, había admitido que, a fin de cuentas, había
—Eres el covencedor de la justa, querido Trasímaco. Me has respon- fracasado en definir la justicia. Pero había prohibido que se aceptara que
dido casi amablemente, dejando de lado tus grandes aires y tus discursos la justicia coincide con el reino sle la fuerza. Creía entonces haber llegado
de plomo. A mi entender, el festín intelectual no ha sido muy nutritivo. al término de su esfuerzo. Muy pronto comprendió que sólo estaba en su
Pero es por mi culpa y no por la tuya. Actué como esos golosos que se preludio, cuando el joven Glaucón, revelándose aún más combativo que lo
precipitan sobre la fuente que se acaba de servir en la mesa sin haber sa- que lo era su hermano mayor (conocido en su círculo con el sobrenombre
boreado en verdad la precedente. Al principio, buscábamos una sólida de- Platón-el-trapisondista), desaprobó la capitulación del sofista y se lanzó en
finición de la justicia. Antes de haberla encontrado, me lancé a examinar una verdadera diatriba:
una pregunta derivada a propósito de los predicados que convienen a la —Querido maestro, seamos serios. Lo que está en juego en toda esta
justicia: ¿es vicio e ignorancia, o sabiduría y virtud? Y he aquí que otra justa intelectual es saber si, en toda circunstancia, el justo es superior al
pregunta vino de través: ¿es la injusticia más ventajosa que la justicia? injusto. Entonces, o una cosa o la otra: o bien usted se contenta con la
Dejé de inmediato el tema precedente para tratar ese otro temita... El re- apariencia —y hace como si nos hubiera convencido—, o bien lo que desea
sultado de todo nuestro diálogo es que no sé nada. Porque si no sé qué es es convocamos a una verdad.
la justicia, sabré menos aún si merece o no ser llamada virtud, y mucho —A una verdad, desde luego —protesta Sócrates—, al menos si puedo.
—iLejos está de ese objetivo! —dice Glaucón, excitadísimo por poder
menos aún si aquel que es justo es feliz o infeliz.
Del mismo modo que Trasímaco, pero al otro lado del salón, Sócrates tomar el timón del diálogo—. Debería comenzar por clasificar las diferentes
se hunde en su sillón y se enjuga la frente. Luego: especies de lo que usted llama uniformemente "el bien". Yo veo al menos
—Perdónenme, jóvenes. Ya es tarde, estoy muy cansado. Ha habido olea- tres. Está primero el bien que no buscamos con vistas a sus efectos, sino
das de palabras y no sabemos más que cuando caminábamos medio borra- porque lo queremos en su ser. Por ejemplo, el hecho mismo de regoci-
chos, en la ruta de Atenas, después de la fiesta de la Venus del puerto. jarse, los placeres inocentes por los cuales, en el tiempo, a aquel que es su
sujeto no le ocurre nada más que el puro hecho de regocijarse con ellos.
Está luego el bien que amamos por sí mismo y, a la vez, por los efectos que
de él dependen; por ejemplo, pensar, ver, tener buena salud... Queremos a

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