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“Ambos supimos, desde el primer instante, que íbamos a ser amigos de toda la vida. Lo
supimos por esa intuición juvenil que nos alumbra, a veces, desde el futuro,
panoramas enteros de nuestra propia existencia”. (“Mi encuentro con cesar vallejo”,
1955).
El filósofo y el poeta se conocieron en 1914, y desde entonces sus vidas y sus obras se
unieron por lo transcendente y perdurable. Extendieron sus miradas hacia adelante, al
porvenir y no se quedaron en lo inmediato, en lo transitorio, ni pensaron en éxitos
instantáneos.
A finales de 1914, vallejo entrega a Orrego, en las oficinas del diario “La Reforma”,
los primeros manuscritos de versos de los cuales requiere su opinión. El crítico
relata que al terminar la lectura, tuvo la diáfana intuición de que había surgido en
el Perú una extraordinaria vocación poética y literaria.
En 1915, vallejo acude a Orrego por el comentario solicitado y el filósofo entre
conceptos le dice:
“César; he visto a través de tus versos barrenando, diré, las paredes literales de tus
palabras escritas, la posibilidad de un poeta extraordinario, pero, a condición de
que te esfuerces por alcanzar la fuente más auténtica de tu espíritu. Luego, debes
expresar lo que allí encuentres con tu propio y más genuino estilo personal que
tienes que crearlo, porque traes algo que es absolutamente nuevo {…} olvídate de
estos versos y ponte a escribir otros durante los meses de vacaciones,
concentrándote resueltamente en ti mismo.
Debes tener la seguridad que posees algo que nadie ha traído hasta ahora a la
expresión poética de américa”. (1995, III: 26).
Orrego publica en la página literaria de “La Reforma”, el poema “Aldeana”, uno de
los que había seleccionado de entre el conjunto entregado por el amigo. Y al pie
puso un breve comentario, no textual, pero si aproximado, según su autor:
“saludemos la aparición de un gran poeta en América. Esta pequeña y original
composición es como la partida de bautismo de un creador de calidades
excepcionales. Por su voz, comienza a expresarse auténticamente el continente”
Mientras unos expresaban confiados sus mejores augurios al talento, otros, habían
pedido su trituración.