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Realidad y digitalidad

1.- INTRODUCCIÓN

En el encuentro con el espacio digital el ser humano ha develado una nueva


forma de establecer contacto consigo y con los demás, la aldea global. La
comunidad que impera en internet se ha transformado en un lugar de experiencias
significativas, experiencias que han generado una nueva forma de entender aquello
que denominamos realidad. Un intercambio entre espacios virtuales, intercambio
que ha resignificado los modos de comportamientos sociales y personales. Nuestra
experiencia no puede ser vista de la misma forma, todo está permeado por lo digital,
esto debido a que la digitalidad ha ganado territorio en un espacio de tiempo muy
acotado. No es casual que los tiempos del hombre sean medidos en tiempo de
productividad y en el contexto de la velocidad el espacio digital es la respuesta a
esta necesidad.

Sin embargo, la respuesta a esta forma de entender el mundo no necesariamente


es el retroceso o la búsqueda de una reconfiguración de nuestra realidad para volver
a un pasado anti digital, más bien la respuesta ante este fenómeno es la apropiación
de los elementos técnicos en post de una nueva forma de entender el progreso
tecnológico. El progreso no puede ser un tren desbocado sin un conductor, la única
forma de generar una comunión entre el ser humano y maquina es reconocernos
como seres en constante avance, en constate cambio. Hay que entender la
digitalidad como un territorio, un lugar desde el cual podemos acceder a nuevas
formas de entender la realidad, formas que nos ayuden a encontrar aquello que
entendemos como una real sociedad del conocimiento. Para esto es clave
reconocer los aspectos que nos movilizan tanto en la digitalidad como en la realidad
tangible o análoga, aquello que es trascendente en el hombre no desaparece con
el ingreso al espacio digital.
2.- DESARROLLO

2.1.- Territorio análogo y territorio digital

Para entender de qué manera se establece la relación entre el mundo digital y


nuestro plano de realidad, debemos entender cuáles son las características que
diferencian a uno de otro, estableciendo estos dos términos desde su relación con
lo que entendemos por proporcionalidad dentro del espacio de la realidad. Para este
fin ocuparemos los términos análogo y digital, ya que los mecanismos de relación
con el espacio y el cotidiano se establecen desde dos formas diametralmente
distintas. Por una parte, lo análogo se nos presenta como un movimiento continuo,
el cual, por medio de la proporcionalidad de sus mecanismos establece una
dinámica constante, esto se puede apreciar en el reloj análogo, que mide el tiempo
mediante un mecanismo que proporcionalmente genera movimientos, los cuales,
marcan las diversas medidas de un tiempo continuo. Por otra parte, lo digital se
establece desde el salto de un dígito a otro, el cual, al igual que lo análogo, establece
una medida de realidad, aunque estos términos pueden ser engañosos. La realidad
en sí misma no necesariamente apela a la relación con lo natural, en la cual se es
capaz de establecer una medida continua de los fenómenos naturales que rodean
al ser humano, más bien lo análogo y lo digital responden a una forma de
representación, que se establece como marco o medida que regula la percepción
humana con dichos fenómenos. Según esto, la naturaleza en sí, no presentaría este
continuo, a su vez, lo análogo y lo digital no serían más que formas de establecer
una representación de dichos fenómenos, adecuados a la percepción humana. En
este aspecto lo digital nos presenta la posibilidad de establecer una nueva forma de
representación que no nace desde el continuo de lo análogo, sino que se fragmenta
en unidades de medida que se configuran desde el salto de un dígito a otro, de ahí
el apelativo de “lo digital” (Serrano, 2016: 278). En resumen, el uso de los términos
de espacio análogo o digital, no son más que distinciones que nos servirán para
entender dos formas de representación de la realidad, por una parte, el espacio de
convivencia cotidiana o espacio análogo, corresponde a la percepción sensorial o
física y, por otro lado, el espacio digital es aquel que se establece por medio de la
mediación de internet y sus diversas ramificaciones. Esto debido a que la
disposición de los fenómenos en el mundo análogo se pueden apreciar desde una
cadena de acciones que se entrelazan entre sí y forman un tejido que se establece
desde la consecución de sucesos físicos, y por otra parte, el espacio análogo nos
presenta un espacio fraccionado en donde no existe una consecución física de
acontecimientos sino que saltos que no obedecen ni a un espacio ni a un tiempo
determinado. Por otra parte, no podemos hablar de una u otra realidad debido a que
no estamos poniendo en tela de juicio el concepto de realidad, ya que se da por
dicho que las interacciones, tanto en el plano digital, como en el análogo no son
más que formas de representar el mundo y que la realidad en sí misma no es
cuantificable ni medible. La presente investigación no pretende ahondar en el
concepto de realidad, sino más bien entender el fenómeno que representa internet
como territorio de interacción humana.

Velocidad (influencia de la sociedad industrial y el avance de la técnica en la


convivencia humana).

Para tratar el problema de la velocidad debemos entender cuál es la influencia


de esta en los diversos aspectos de la migración digital, para esto debemos intentar
indagar en los orígenes de la necesidad de velocidad humana. Es bien conocido
que a lo largo de la historia quienes han dominado la velocidad también han sido
capaces de conquistar el mundo. Un claro ejemplo de esto ha sido la maquinaria de
guerra en donde los métodos de ataque siempre se han sustentado en la capacidad
de llevar a cabo de manera rápida y eficiente diversas estrategias militares, es decir,
quien es capaz de dominar de manera efectiva la velocidad también es capaz de
dominar a su oponente.
La creación de nueva tecnología a lo largo del siglo XX se transformó en la marca
del progreso humano, que también ha significado una ruptura del hombre con el
trabajo. Entendemos esto desde la idea del trabajo como algo propio, como un
esfuerzo que pone al hombre en contacto con el objeto, que lo transforma y que lo
recrea, la materia prima se transforma y se vuelve un nuevo producto, algo que nace
desde el hombre. Los procesos de producción industrial han generado un
distanciamiento del hombre con el objeto, despersonalizando la idea de trabajo, el
hombre ya no es quien transforma la materia sino que es una pieza más dentro de
una larga cadena de piezas que están dispuestas en función de acelerar la
producción. En este sentido, el objetivo ya no se establece desde la transformación
de los elementos a la mano, sino que en la elaboración serial a gran escala, es decir,
la producción en masa de objetos de consumo. Esto a su vez ha provocado una
sociedad que debe absorber los productos, la sociedad debe ser capaz de consumir
grandes cantidades de productos de manera veloz, para sustentar la existencia de
la maquinaria de producción, siendo el centro de este el paradigma de la sociedad
de consumo. Es necesario entender que los objetos de consumo también deben ser
a su vez objeto de desecho, de renovación constante. Los medios de comunicación
escritos, la televisión, la radio y la publicidad en general han jugado un rol
fundamental en la creación de dicha sociedad, imponiendo la necesidad de
consumo.
Por otra parte, tenemos que entender que el paso de una forma de
representación a otra (de lo análogo a lo digital) nace desde la necesidad de
producción humana, la creación de lo análogo como forma de representación y su
instrumentalización obedece a necesidades productivas de mayor velocidad. Un
primer acercamiento a este fenómeno lo podemos establecer desde la creación de
máquinas análogas, las cuales nos permiten mejorar y acelerar nuestro rendimiento
productivo. Nace la maquinaria como respuesta a un proyecto industrializado
propuesto por la modernidad, dicho cambio es fundamental a la hora de entender el
comportamiento humano moderno, ya que éste, al querer alcanzar la velocidad de
la máquina también se establece como un engranaje más de la misma. En este
punto es donde nace un primer acercamiento a una nueva forma de entender el
trabajo, uno en el cual el pulso de vida ya no es determinado por el hombre sino por
la velocidad de los procesos productivos que pueda alcanzar la máquina.
El gobierno de las sociedades industriales avanzadas y en
crecimiento sólo puede mantenerse y asegurarse cuando logra
movilizar, organizar y explotar la productividad técnica, científica y
mecánica de que dispone la civilización industrial. Y esa
productividad moviliza a la sociedad entera, por encima y más allá
de cualquier interés individual o de grupo. El hecho brutal de que el
poder físico (¿sólo físico?) de la máquina sobrepasa al del individuo,
y al de cualquier grupo particular de individuos, hace de la máquina
el instrumento más efectivo en cualquier sociedad cuya
organización básica sea la del proceso mecanizado (Marcuse,
1993: 40).

La mecanización de la sociedad industrial establece una relación entre el hombre


y la máquina, el proceso productivo en su incesante necesidad de velocidad
traspasa al ser humano dicha necesidad, generando en él un estilo de vida que se
sustenta en la producción y el avance tecnológico. Internet es por esencia el plano
de la velocidad de la información, un espacio que se mide desde su capacidad de
establecer nexos comunicativos a la mayor velocidad posible, una relación de
inmediatez que es promovida por la fragmentación y no establece líneas temporales
ni espaciales. El salto de una página a otra, de una aplicación a otra, de un tópico a
otro, nos sugiere el rompimiento de la uniformidad de las acciones cotidianas
análogas y nos propone la multifuncionalidad de los diversos contenidos en los
cuales nos podemos desenvolver mientras navegamos en la red.

La velocidad, en este proceso de digitalización del quehacer humano es


fundamental, teniendo en cuenta que es una necesidad heredada desde los
mecanismos de producción. Esto ya era palpable en el auge industrial, donde la
maquinaria análoga daba un nuevo sentido a los medios de producción,
transformándose así en una forma para alcanzar un nivel de consumo en serie que
fuese capaz de satisfacer la necesidad de acumulación de bienes de las nuevas
sociedades industriales. En palabras de Paul Virilio:
Si se da una definición filosófica de la velocidad, se puede decir que
no es un fenómeno, sino la relación entre los fenómenos. Dicho de
otro modo, la relatividad en sí misma. Se puede incluso llegar más
lejos y decir que la velocidad es un medio. No es simplemente un
problema de tiempo entre dos puntos, es un medio que está
provocado por el vehículo (Virilio, 1997: 17).

Dependiendo del tipo de instrumento análogo, la velocidad se establecerá como


medio para uno u otro fin, transporte, armamento, alimentación e incluso educación,
pueden ser los motivos por los cuales la velocidad se establezca como una
necesidad, y es así como a partir de la era industrial se ha vuelto un foco central en
cuanto al quehacer humano. La digitalidad se enmarca como un medio para
transmitir un lenguaje ya construido, el lenguaje de la imagen, de la escritura, del
símbolo, no son nuevos, sino que son reproducidos por el espacio digital,
estableciendo una nueva forma de propagación y participación en dicho mensaje:

Visto así, aparentemente esta nueva tecnología digital no estaría


cambiando sustancialmente los modos de producción y recepción
de esos contenidos audiovisuales. Tan solo variaría la velocidad de
difusión, el tipo de soporte de recepción y la mayor instantaneidad
en los procesos de transmisión y feedback que nos permiten
actualmente las redes digitales (Gómez Isla, 2015: 36).

Cuando hablamos de velocidad no sólo nos referimos a modelos de producción


que en cuanto a su temporalidad son veloces. El reciclaje de elementos también es
una forma de establecer velocidad, esto ha sido una práctica usual mucho antes de
la llegada de internet, muchos son los ejemplos de ideas ya establecidas y
resignificadas con tal de proponer un nuevo mensaje, comerciales, jingles, spots,
etc. En efecto, esta forma de establecer la información también ha sido emulada por
la red, enmarcadas en relaciones de cortar y pegar, de reciclaje y de resignificación
de contenidos.

La existencia de la velocidad dentro de la idea de la digitalalidad nos revela la


imposibilidad de controlar el avance de los procesos virtuales en la misma
coexistencia humana, pues el hombre no es capaz de controlar aquello que ha
creado. El avance de la tecnología digital es sólo el último bastión dentro de una
larga cadena de sucesos que apuntan a que la idea de progreso no representa tan
sólo una idea de bienestar, sino que también representa una fenómeno irreversible.
Reflejo de esto son las crisis económicas y políticas que se han generado de forma
frecuente a lo largo de la modernidad, las cuales son producto de la incapacidad de
dominar los fenómenos que se desencadenan producto de la idea de progreso.

La aceptación de la velocidad de la maquina se enmarca en un “ceder” espacio


a ésta para que tome el control por sobre la capacidad del individuo para ser dueño
de su velocidad de producción y de vida, esto se enmarca en un proceso mucho
más complejo que H. Marcuse establece de la siguiente forma:

El impacto del progreso convierte a la razón en sumisión a los


hechos de la vida y a la capacidad dinámica de producir más y
mayores hechos de la misma especie de vida. La eficacia del
sistema impide que los individuos reconozcan que el mismo no
contiene hechos que no comuniquen el poder represivo de la
totalidad. Si los individuos se encuentran a sí mismos en las cosas
que dan forma a sus vidas, lo hacen no al dar, sino al aceptar la ley
de las cosas; no las leyes de la física sino las leyes de su sociedad
(Marcuse, 1993: 41).

Las razones de la sumisión del hombre ante una sociedad tecnificada se


establece en una relación de progreso. Esta idea somete a la razón a la
reproducción del mismo estilo de vida, instalándose como idea de fondo. La finalidad
última del ser humano en la época digital no es la razón como búsqueda de la
verdad, sino más bien la idea de progreso como producción, la que se identifica a
la elaboración y adquisición de objetos, cosas, la acumulación de bienes que en
definitiva, no se acaban dado su carácter de desechable. Es en este punto donde
debemos entender que la lógica de la velocidad no trabaja por sí misma, sino que
es un vasto entramado de intereses que obedecen a una ideología propia de la
modernidad, la cual ha creado a una sociedad de consumo desenfrenado y que no
encuentra satisfacción en sí misma, si no es por medio de la lógica que establece
el consumo.

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