En el encuentro con el espacio digital el ser humano ha develado una nueva
forma de establecer contacto consigo y con los demás, la aldea global. La comunidad que impera en internet se ha transformado en un lugar de experiencias significativas, experiencias que han generado una nueva forma de entender aquello que denominamos realidad. Un intercambio entre espacios virtuales, intercambio que ha resignificado los modos de comportamientos sociales y personales. Nuestra experiencia no puede ser vista de la misma forma, todo está permeado por lo digital, esto debido a que la digitalidad ha ganado territorio en un espacio de tiempo muy acotado. No es casual que los tiempos del hombre sean medidos en tiempo de productividad y en el contexto de la velocidad el espacio digital es la respuesta a esta necesidad.
Sin embargo, la respuesta a esta forma de entender el mundo no necesariamente
es el retroceso o la búsqueda de una reconfiguración de nuestra realidad para volver a un pasado anti digital, más bien la respuesta ante este fenómeno es la apropiación de los elementos técnicos en post de una nueva forma de entender el progreso tecnológico. El progreso no puede ser un tren desbocado sin un conductor, la única forma de generar una comunión entre el ser humano y maquina es reconocernos como seres en constante avance, en constate cambio. Hay que entender la digitalidad como un territorio, un lugar desde el cual podemos acceder a nuevas formas de entender la realidad, formas que nos ayuden a encontrar aquello que entendemos como una real sociedad del conocimiento. Para esto es clave reconocer los aspectos que nos movilizan tanto en la digitalidad como en la realidad tangible o análoga, aquello que es trascendente en el hombre no desaparece con el ingreso al espacio digital. 2.- DESARROLLO
2.1.- Territorio análogo y territorio digital
Para entender de qué manera se establece la relación entre el mundo digital y
nuestro plano de realidad, debemos entender cuáles son las características que diferencian a uno de otro, estableciendo estos dos términos desde su relación con lo que entendemos por proporcionalidad dentro del espacio de la realidad. Para este fin ocuparemos los términos análogo y digital, ya que los mecanismos de relación con el espacio y el cotidiano se establecen desde dos formas diametralmente distintas. Por una parte, lo análogo se nos presenta como un movimiento continuo, el cual, por medio de la proporcionalidad de sus mecanismos establece una dinámica constante, esto se puede apreciar en el reloj análogo, que mide el tiempo mediante un mecanismo que proporcionalmente genera movimientos, los cuales, marcan las diversas medidas de un tiempo continuo. Por otra parte, lo digital se establece desde el salto de un dígito a otro, el cual, al igual que lo análogo, establece una medida de realidad, aunque estos términos pueden ser engañosos. La realidad en sí misma no necesariamente apela a la relación con lo natural, en la cual se es capaz de establecer una medida continua de los fenómenos naturales que rodean al ser humano, más bien lo análogo y lo digital responden a una forma de representación, que se establece como marco o medida que regula la percepción humana con dichos fenómenos. Según esto, la naturaleza en sí, no presentaría este continuo, a su vez, lo análogo y lo digital no serían más que formas de establecer una representación de dichos fenómenos, adecuados a la percepción humana. En este aspecto lo digital nos presenta la posibilidad de establecer una nueva forma de representación que no nace desde el continuo de lo análogo, sino que se fragmenta en unidades de medida que se configuran desde el salto de un dígito a otro, de ahí el apelativo de “lo digital” (Serrano, 2016: 278). En resumen, el uso de los términos de espacio análogo o digital, no son más que distinciones que nos servirán para entender dos formas de representación de la realidad, por una parte, el espacio de convivencia cotidiana o espacio análogo, corresponde a la percepción sensorial o física y, por otro lado, el espacio digital es aquel que se establece por medio de la mediación de internet y sus diversas ramificaciones. Esto debido a que la disposición de los fenómenos en el mundo análogo se pueden apreciar desde una cadena de acciones que se entrelazan entre sí y forman un tejido que se establece desde la consecución de sucesos físicos, y por otra parte, el espacio análogo nos presenta un espacio fraccionado en donde no existe una consecución física de acontecimientos sino que saltos que no obedecen ni a un espacio ni a un tiempo determinado. Por otra parte, no podemos hablar de una u otra realidad debido a que no estamos poniendo en tela de juicio el concepto de realidad, ya que se da por dicho que las interacciones, tanto en el plano digital, como en el análogo no son más que formas de representar el mundo y que la realidad en sí misma no es cuantificable ni medible. La presente investigación no pretende ahondar en el concepto de realidad, sino más bien entender el fenómeno que representa internet como territorio de interacción humana.
Velocidad (influencia de la sociedad industrial y el avance de la técnica en la
convivencia humana).
Para tratar el problema de la velocidad debemos entender cuál es la influencia
de esta en los diversos aspectos de la migración digital, para esto debemos intentar indagar en los orígenes de la necesidad de velocidad humana. Es bien conocido que a lo largo de la historia quienes han dominado la velocidad también han sido capaces de conquistar el mundo. Un claro ejemplo de esto ha sido la maquinaria de guerra en donde los métodos de ataque siempre se han sustentado en la capacidad de llevar a cabo de manera rápida y eficiente diversas estrategias militares, es decir, quien es capaz de dominar de manera efectiva la velocidad también es capaz de dominar a su oponente. La creación de nueva tecnología a lo largo del siglo XX se transformó en la marca del progreso humano, que también ha significado una ruptura del hombre con el trabajo. Entendemos esto desde la idea del trabajo como algo propio, como un esfuerzo que pone al hombre en contacto con el objeto, que lo transforma y que lo recrea, la materia prima se transforma y se vuelve un nuevo producto, algo que nace desde el hombre. Los procesos de producción industrial han generado un distanciamiento del hombre con el objeto, despersonalizando la idea de trabajo, el hombre ya no es quien transforma la materia sino que es una pieza más dentro de una larga cadena de piezas que están dispuestas en función de acelerar la producción. En este sentido, el objetivo ya no se establece desde la transformación de los elementos a la mano, sino que en la elaboración serial a gran escala, es decir, la producción en masa de objetos de consumo. Esto a su vez ha provocado una sociedad que debe absorber los productos, la sociedad debe ser capaz de consumir grandes cantidades de productos de manera veloz, para sustentar la existencia de la maquinaria de producción, siendo el centro de este el paradigma de la sociedad de consumo. Es necesario entender que los objetos de consumo también deben ser a su vez objeto de desecho, de renovación constante. Los medios de comunicación escritos, la televisión, la radio y la publicidad en general han jugado un rol fundamental en la creación de dicha sociedad, imponiendo la necesidad de consumo. Por otra parte, tenemos que entender que el paso de una forma de representación a otra (de lo análogo a lo digital) nace desde la necesidad de producción humana, la creación de lo análogo como forma de representación y su instrumentalización obedece a necesidades productivas de mayor velocidad. Un primer acercamiento a este fenómeno lo podemos establecer desde la creación de máquinas análogas, las cuales nos permiten mejorar y acelerar nuestro rendimiento productivo. Nace la maquinaria como respuesta a un proyecto industrializado propuesto por la modernidad, dicho cambio es fundamental a la hora de entender el comportamiento humano moderno, ya que éste, al querer alcanzar la velocidad de la máquina también se establece como un engranaje más de la misma. En este punto es donde nace un primer acercamiento a una nueva forma de entender el trabajo, uno en el cual el pulso de vida ya no es determinado por el hombre sino por la velocidad de los procesos productivos que pueda alcanzar la máquina. El gobierno de las sociedades industriales avanzadas y en crecimiento sólo puede mantenerse y asegurarse cuando logra movilizar, organizar y explotar la productividad técnica, científica y mecánica de que dispone la civilización industrial. Y esa productividad moviliza a la sociedad entera, por encima y más allá de cualquier interés individual o de grupo. El hecho brutal de que el poder físico (¿sólo físico?) de la máquina sobrepasa al del individuo, y al de cualquier grupo particular de individuos, hace de la máquina el instrumento más efectivo en cualquier sociedad cuya organización básica sea la del proceso mecanizado (Marcuse, 1993: 40).
La mecanización de la sociedad industrial establece una relación entre el hombre
y la máquina, el proceso productivo en su incesante necesidad de velocidad traspasa al ser humano dicha necesidad, generando en él un estilo de vida que se sustenta en la producción y el avance tecnológico. Internet es por esencia el plano de la velocidad de la información, un espacio que se mide desde su capacidad de establecer nexos comunicativos a la mayor velocidad posible, una relación de inmediatez que es promovida por la fragmentación y no establece líneas temporales ni espaciales. El salto de una página a otra, de una aplicación a otra, de un tópico a otro, nos sugiere el rompimiento de la uniformidad de las acciones cotidianas análogas y nos propone la multifuncionalidad de los diversos contenidos en los cuales nos podemos desenvolver mientras navegamos en la red.
La velocidad, en este proceso de digitalización del quehacer humano es
fundamental, teniendo en cuenta que es una necesidad heredada desde los mecanismos de producción. Esto ya era palpable en el auge industrial, donde la maquinaria análoga daba un nuevo sentido a los medios de producción, transformándose así en una forma para alcanzar un nivel de consumo en serie que fuese capaz de satisfacer la necesidad de acumulación de bienes de las nuevas sociedades industriales. En palabras de Paul Virilio: Si se da una definición filosófica de la velocidad, se puede decir que no es un fenómeno, sino la relación entre los fenómenos. Dicho de otro modo, la relatividad en sí misma. Se puede incluso llegar más lejos y decir que la velocidad es un medio. No es simplemente un problema de tiempo entre dos puntos, es un medio que está provocado por el vehículo (Virilio, 1997: 17).
Dependiendo del tipo de instrumento análogo, la velocidad se establecerá como
medio para uno u otro fin, transporte, armamento, alimentación e incluso educación, pueden ser los motivos por los cuales la velocidad se establezca como una necesidad, y es así como a partir de la era industrial se ha vuelto un foco central en cuanto al quehacer humano. La digitalidad se enmarca como un medio para transmitir un lenguaje ya construido, el lenguaje de la imagen, de la escritura, del símbolo, no son nuevos, sino que son reproducidos por el espacio digital, estableciendo una nueva forma de propagación y participación en dicho mensaje:
Visto así, aparentemente esta nueva tecnología digital no estaría
cambiando sustancialmente los modos de producción y recepción de esos contenidos audiovisuales. Tan solo variaría la velocidad de difusión, el tipo de soporte de recepción y la mayor instantaneidad en los procesos de transmisión y feedback que nos permiten actualmente las redes digitales (Gómez Isla, 2015: 36).
Cuando hablamos de velocidad no sólo nos referimos a modelos de producción
que en cuanto a su temporalidad son veloces. El reciclaje de elementos también es una forma de establecer velocidad, esto ha sido una práctica usual mucho antes de la llegada de internet, muchos son los ejemplos de ideas ya establecidas y resignificadas con tal de proponer un nuevo mensaje, comerciales, jingles, spots, etc. En efecto, esta forma de establecer la información también ha sido emulada por la red, enmarcadas en relaciones de cortar y pegar, de reciclaje y de resignificación de contenidos.
La existencia de la velocidad dentro de la idea de la digitalalidad nos revela la
imposibilidad de controlar el avance de los procesos virtuales en la misma coexistencia humana, pues el hombre no es capaz de controlar aquello que ha creado. El avance de la tecnología digital es sólo el último bastión dentro de una larga cadena de sucesos que apuntan a que la idea de progreso no representa tan sólo una idea de bienestar, sino que también representa una fenómeno irreversible. Reflejo de esto son las crisis económicas y políticas que se han generado de forma frecuente a lo largo de la modernidad, las cuales son producto de la incapacidad de dominar los fenómenos que se desencadenan producto de la idea de progreso.
La aceptación de la velocidad de la maquina se enmarca en un “ceder” espacio
a ésta para que tome el control por sobre la capacidad del individuo para ser dueño de su velocidad de producción y de vida, esto se enmarca en un proceso mucho más complejo que H. Marcuse establece de la siguiente forma:
El impacto del progreso convierte a la razón en sumisión a los
hechos de la vida y a la capacidad dinámica de producir más y mayores hechos de la misma especie de vida. La eficacia del sistema impide que los individuos reconozcan que el mismo no contiene hechos que no comuniquen el poder represivo de la totalidad. Si los individuos se encuentran a sí mismos en las cosas que dan forma a sus vidas, lo hacen no al dar, sino al aceptar la ley de las cosas; no las leyes de la física sino las leyes de su sociedad (Marcuse, 1993: 41).
Las razones de la sumisión del hombre ante una sociedad tecnificada se
establece en una relación de progreso. Esta idea somete a la razón a la reproducción del mismo estilo de vida, instalándose como idea de fondo. La finalidad última del ser humano en la época digital no es la razón como búsqueda de la verdad, sino más bien la idea de progreso como producción, la que se identifica a la elaboración y adquisición de objetos, cosas, la acumulación de bienes que en definitiva, no se acaban dado su carácter de desechable. Es en este punto donde debemos entender que la lógica de la velocidad no trabaja por sí misma, sino que es un vasto entramado de intereses que obedecen a una ideología propia de la modernidad, la cual ha creado a una sociedad de consumo desenfrenado y que no encuentra satisfacción en sí misma, si no es por medio de la lógica que establece el consumo.