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Creemos que el discipulado relacional es la manera bíblica en la que vivimos y ayudamos a vivir

a otros el evangelio

Eclesiastés 2:9-12; Marcos 3:14; 1 Corintios 11:1; 2 Timoteo 3:10,11, Filipenses 3:17, Santiago
5:16; Mateo 28:19-20

¿Qué es el discipulado?

¿Cómo crecemos los seres humanos? La respuesta es muy obvia. ¡Con ayuda!
Ningún bebé llega a ser un adulto maduro solo. Todos los niños necesitan ayuda personalizada
para aprender a comer, a hablar o a caminar. Más tarde todos los pequeños reciben consejos
sobre cómo atarse los cordones, cómo cruzar la calle o cómo jugar a un juego de mesa. A todos se
nos enseña a leer y a escribir, a hacer sumas y restas y, más tarde, a conducir un coche. Este
proceso de aprendizaje dura años (de hecho, toda la vida) y demanda una enorme atención
personalizada. A veces aprendemos simplemente viendo a otros, otras repitiendo, otras
manipulando, otras estudiando y otras experimentando y fallando en el intento. Pero nunca,
nunca llegamos a ser personas maduras solos.

En la vida cristiana sucede algo similar. Todos necesitamos ayuda. Todos necesitamos atención
personalizada para crecer sanamente. Todos necesitamos de alguien que camine con nosotros y
nos ayude a aprender a vivir como Cristo lo haría si estuviera en nuestro lugar. De eso se trata el
discipulado. De ayudar a otro cristiano a crecer y madurar en su fe. De desafiarnos juntos a
disfrutar a Cristo y aplicar el evangelio a las múltiples situaciones de vida que se nos presentan.

En la iglesia contemporánea hay mucha confusión acerca de qué es el discipulado. Para la gran
mayoría el discipulado es un curso o un programa de la iglesia para creyentes que recién
convertidos. Sin embargo, bíblicamente hablando el discipulado no es un curso, es una relación.

Permítenos darte una definición un tanto larga pero que te permitirá tener una imagen bien
precisa de lo que queremos decir cuando afirmamos que el discipulado es una relación. Por favor,
léela lentamente y medita en ella unos minutos.

El discipulado es una experiencia de vida entre dos o más creyentes donde poco a poco
comienza a formarse una relación de amistad cada vez más profunda y donde una persona
espiritualmente más madura, toma el compromiso y la responsabilidad de, por un tiempo, vivir
junto a otro/s la vida cristiana con el objetivo de ser una herramienta para su crecimiento
espiritual.

¿Cuál es el objetivo del discipulado?

Como acabamos de decir, el discipulado es una relación donde dos o más personas comparten un
tiempo regular enfocados en el crecimiento espiritual. Esta experiencia involucra compartir una
gran cantidad de actividades juntos (como leer juntos la Biblia, estudiar un libro cristiano, orar el
uno por el otro, etc.), pero más que ninguna otra cosa involucra un objetivo mucho más grande y
trascendente.

Si tuviéramos que expresarlo en una frase corta y sencilla diríamos que: el objetivo del
discipulado es ayudar a la persona a disfrutar a Jesús.

Dicho de otra forma, la gran meta del discipulado es ayudar a la persona a que ame a Dios con
todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas y que, producto de esto, tenga un
deseo igualmente fuerte de compartir esta experiencia con otros.

¿Puedes verlo? El propósito del discipulado es ser un instrumento de Dios para ayudar a una
persona a vivir en su vida cotidiana el Gran Mandamiento y la Gran Comisión.

La meta es ser una herramienta en las manos del Espíritu de Dios para que las personas, no
simplemente cambien su conducta, sino que realmente amen y disfruten a Jesús (si haces
clic AQUÍ podrás leer una explicación más detallada sobre este asunto).

¿Cómo se realiza el discipulado relacional?

EL MIEDO A NO SABER

Una de las preguntas que más inseguridad nos causa es: “¿Y si me pregunta algo que no se?”. En
realidad, si lo piensas un momento, la respuesta es muy simple; podemos sencillamente decir: “No
lo se. ¡Tu pregunta es muy buena! Déjame investigar un poco y la próxima semana que lo
hablamos, ¿Qué te parece?”.

Es muy común que algunos de nosotros nos sintamos un poco temerosos y perdidos frente a la
posibilidad de vernos con otro creyente para comenzar una relación de discipulado. Después de
todo, más de uno suele preguntarse: ¿Qué debo hacer cada vez que me junto con la persona que
quiero discipular? Considerar esto suele generar en todos nosotros mucha inseguridad.

Quisiéramos darte cinco grandes pilares que te ayudarán de manera práctica a discipular
relacionalmente a una persona. Ten en cuenta que no tienen un orden particular sino que se
suelen dar todos juntos de manera relativamente natural y progresiva.

1. Intenta cultivar una amistad fuera del ambiente de la iglesia

Como la palabra lo indica, el discipulado relacional involucra formar una relación con alguien. No
es una actividad ni un programa de la iglesia; es una relación que se cultiva y se profundiza al
compartir tiempo juntos. Idealmente, es mucho más efectivo hacerlo más allá de las reuniones
formales de la iglesia. Esto permite experimentar juntos múltiples oportunidades para aprender
cómo aplicar y vivir el evangelio en la vida real. (Marcos 3:14; 2 Timoteo 3:10.) Al hacer esto, la
persona no sólo aprende porque escucha una predicación o enseñanza, sino que también tiene la
oportunidad de ver en nosotros una “encarnación imperfecta” de cómo viviría Jesús en el siglo XXI.
Esto genera en la persona una idea real de cómo él o ella puede aplicar el evangelio en situaciones
similares; pero no imitando formas ni copiando un comportamiento, sino interiorizando
respuestas Cristo-céntricas.

Tener esta clase de relación (especialmente en contextos cotidianos no religiosos) nos permite
amar a la persona como Jesús la amaría, servirla como Jesús la serviría y escucharla como Jesús la
escucharía. Esta experiencia de recibir “amor encarnado” tiene el poder de hacer visible el
evangelio de tal forma que la persona aprende quién es Dios y cuánto le ama, producto de que lo
está recibiendo de uno de sus hijos. Después de todo, si somos el cuerpo de Cristo, tiene sentido
que él use nuestros brazos para dar un abrazo, nuestros oídos para escuchar y nuestras manos
para ofrecer ayuda. Jesús mismo dijo que la mayor y más eficiente herramienta que él iba a usar
para que otros pudieran conocerle era justamente el amor “poco común” que un cristiano que
ama a Cristo es capaz de darle a otro (ver Juan 13;34,35. Si lees este versículo detenidamente,
notarás que el amor del cual Jesús habla es justamente el que deberían tener los discípulos ¡entre
ellos!).

Este primer aspecto del discipulado enfatiza y reafirma la idea que ser un cristiano no es ir el
domingo a la iglesia. Ser un cristiano es vivir como cristiano de lunes a lunes los trescientos
sesenta y cinco días del año. En casa, con los amigos, en el trabajo, en la facultad o donde sea que
nos encontremos. Nos recuerda que en el día a día y dónde transcurre nuestra vida es donde
debemos aprender a disfrutar a Jesús y amar a los demás. La religión superficial se contenta con
cumplir ciertas costumbres los domingos, el discípulo verdadero está cambiando su vida porque
Cristo está cambiando su corazón.

Concebir el discipulado como una relación con otra persona, nos ayuda a comprender el énfasis
que hace el Nuevo Testamento en vivir la vida junto a otros (si haces clic AQUÍ podrás ver un
listado de la cantidad de cosas que se nos piden vivir “los unos con los otros”. No existe otra forma
de vivir estos mandamientos que a través de una relación intencional con otros creyentes).

Si bien es común que el discipulado relacional involucre que ambas personas se vean una vez por
semana para hacer algún tipo de material juntos y charlar, el discipulado relacional busca y
persigue oportunidades para verse y relacionarse en situaciones y espacios “no religiosos”. Allí (en
casa, en un café, en un parque, en la playa) es donde pasaremos momentos divertidos y
lloraremos juntos, allí es donde aprenderemos a ser menos religiosos pero más espirituales, allí es
donde dejaremos de lado la superficialidad e hipocresía y se arraigara la amistad verdadera.

Hay una última cuestión importante a tener en cuenta en el discipulado relacional. Pablo la deja
claramente reflejada en Filipenses 3:17 donde afirma: “Hermanos, sed imitadores míos,
y observad a los que andan según el ejemplo que tenéis en nosotros.” Según este pasaje una de
las características de un buen discípulo de Jesús es la capacidad de observar. Debemos estar
siempre atentos para aprender de cómo otros están viviendo en Cristo en su vida cotidiana. Con
sus hijos, con su cónyuge, con sus amigos, en casa, en el trabajo, en los momentos de prueba, de
ocio, etc. La idea no es imitar su forma de vivir, sino observar cómo el Espíritu de Dios les está
dando la capacidad de disfrutar a Cristo y aplicar el evangelio en la vida diaria. Ver vidas llenas de
Cristo, nos enseña que es posible vivir de esa forma y nos ofrece un modelo (imperfecto pero
alcanzable) de cómo también nosotros podemos depender de él para hacerlo.

2. Intenta ayudar a la persona a desarrollar una cosmovisión Cristo-céntrica

Expresado de una manera muy simple, una cosmovisión se puede definir como las gafas que
utilizamos para leer, interpretar y responder a todo lo que nos sucede en la vida. Para ilustrarlo,
pensemos en una discusión con un compañero de trabajo. Si tenemos una cosmovisión atea (que
se basa es la supervivencia del más fuerte, donde todo es relativo y donde lo único que importa es
ser feliz) esta forma de concebir la vida nos moverá a intentar manipular la situación para que
nuestro jefe concluya que nuestro compañero es el culpable. Nos convencerá de que somos
víctimas de sus malos tratos e inocentes de toda culpa. Finalmente, nos moverá a hablar mal de él
delante de otros compañeros de trabajo y así ganar adeptos para nuestra causa y descargarnos
por todo lo que nos ha hecho. En contraste, una cosmovisión basada en el evangelio nos recordará
que nosotros también somos parte del problema. De hecho, nos llevará a ser más objetivos y a
preguntarnos: “¿Cómo yo contribuí o estoy contribuyendo a la discusión? ¿Estoy respondiendo
con el mismo nivel de incondicionalidad con el que Cristo me trata a mí cada vez que yo le
desobedezco? ¿Por qué me duele lo que me hizo mi compañero? ¿Estoy lastimado porque ha
menospreciado la gloria de Dios o porque ha puesto en jaque la mía? ¿Cuál ha sido mi respuesta
frente a su maltrato? ¿He pronunciado yo palabras hirientes o con doble sentido? ¿Le he
criticado? ¿Le he guardado amargura? ¿He sido capaz de confrontarlo con verdad y amor? ¿Puedo
aceptar que está lejos de Dios (como también yo lo estoy muchas veces) y sentir compasión por su
realidad de vida?

¿Puedes verlo? El discipulado relacional es el mejor medio para incorporar una cosmovisión
centrada en el evangelio. ¿Por qué? Porque las experiencias cotidianas que ambos vayan
viviendo juntos se convierten en el laboratorio de la aplicación. Constantemente la persona a la
que estamos ayudando (y también nosotros mismos) nos preguntamos: ¿Cómo espera Dios que
responda en situaciones así? ¿Cómo debo reaccionar cuando mi esposo me grita, cuando mi
esposa no me pide perdón, cuando mis hijos me desobedecen, cuando mi jefe me humilla
públicamente o cuando un amigo habla mal de mí? El discipulado relacional provee un contexto
único para poder ayudar a la persona a desarrollar la mente de Cristo y responder en Cristo a cada
una de estas situaciones (1 Corintios 2:16).

Es absolutamente esencial que entendamos que el discipulado bíblico no busca simplemente que
la gente actúe como Jesús. El discipulado bíblico busca que la gente llegue a experimentar el amor
de Jesús para que desee a Jesús por encima de cualquier otra cosa. ¿Puedes verlo? No es un
cambio de conducta, es un cambio de corazón, es un cambio de deseos y pasiones, es un cambio
de aquello que llena nuestra vida y nos trae verdadera felicidad.

Permítenos terminar esta sección facilitándote un listado que te puede ayudar a desarrollar una
cosmovisión basada en el evangelio. Hemos incluido de diez verdades seguidas por una serie
preguntas para reflexionar. Ten cuenta que esta lista es incompleta, sin embargo, puedes utilizarla
como un modelo o ejemplo de cómo ir generando una mentalidad Cristo-céntrica:

DIEZ VERDADES EN LAS QUE REFLEXIONAR

1. Tengo la tendencia a transformar mis deseos en demandas.


Si esto es verdad, debo preguntarme: ¿Estoy demandando o deseando esto? Si no
obtengo lo que deseo, ¿cómo reacciono? ¿Por qué reaccioné de esa forma?

2. Mi enojo, ira, frustración y amargura son el resultado de que no obtuve algo (bueno o
malo) que deseaba demasiado.
Si esto es verdad, debo preguntarme: ¿Qué fue lo que no obtuve que generó esta clase de
respuesta? ¿Qué es lo que mi corazón realmente ama que produjo que reaccione de esta
forma?
3. Suelo tratar bien a las personas que me sirven para obtener lo que quiero (es decir, uso
a las personas como vehículos para ser feliz).
Si esto es verdad, debo preguntarme: ¿Estoy “amando” a esta persona porque me hace
sentir bien, o porque la relación me da algún tipo de beneficio, o porque realmente el
amor de Cristo me motiva a hacerlo? ¿Estoy haciendo lo que hago por él o ella con
verdadero amor desinteresado o tengo una agenda oculta y me cuesta reconocerlo? ¿Cuál
es esa agenda o motivación más profunda?

4. Suelo tratar mal a las personas que se interponen a mis deseos (es decir, trato a las
personas como obstáculos a mi felicidad).
Si esto es verdad, debo preguntarme: ¿Estoy frustrado porque esta persona arruinó los
planes de Dios o los míos?

5. Es muy fácil pensar que estoy viviendo para la gloria de Dios cuando en realidad estoy
viviendo para la mía.
Si esto es verdad, debo preguntarme: ¿Qué me motiva a hacer lo que hago? ¿Por qué me
duele tanto cuando me sale mal? ¿Por qué me lastima tanto la crítica?

6. La vida cristiana no es difícil de vivir, la vida cristiana es imposible de vivir.


Si esto es verdad, debo preguntarme: ¿Por qué me sorprendo cuando caigo? ¿Me castigo
de alguna manera? ¿Me sorprende cuando otros caen y me hieren o desilusionan? ¿Se
sorprende Dios de que yo caiga? Cuando no vivo como Dios espera, ¿me destroza mi
autoestima o me recuerda que soy amado a pesar de mis caídas y que hay ayuda
disponible para mí?

7. Cada vez que peco estoy (engañado) intentando buscar la felicidad lejos de Dios.
Si esto es verdad, debo preguntarme: ¿De qué manera estaba intentando ser feliz? ¿Cómo
Dios es capaz de llenar esa necesidad en mi vida?

8. Tengo la tendencia a “castigarme” o a “no perdonarme” después de hacer algo que


considero muy malo.
Si esto es verdad, debo preguntarme: ¿Por qué será que me castigo? ¿Por qué me alejo de
Dios cuando él me invita a acercarme? Si no me perdono, ¿qué estoy diciendo del
sacrificio de Cristo en la cruz?

9. Solo puedo amar a otros cuando estoy disfrutando del amor de Jesús.
Si esto es verdad, debo preguntarme: ¿Estoy disfrutando ahora del amor de Jesús? ¿Por
qué sí? ¿Por qué no? ¿Cómo espera Jesús que recupere mi pasión por él?

10. Mi identidad cristiana se resume en la siguiente frase: Soy un pecador amado por gracia.
Si esto es verdad, debo preguntarme: ¿cuando la gente me rechaza, soy capaz de recordar
esta verdad y encontrar suficiente el amor de Cristo de tal forma que me libera de
necesitar la aceptación de otros? ¿Estoy disfrutando de su amor (a pesar de que sé
perfectamente lo que soy) al punto que me permite disfrutar la vida y amar a otros con
una intensidad no normal?
3. Intenta generar un ambiente de gracia donde ambos puedan compartir sus luchas y pecados

El evangelio nos permite ser honestos. No hemos llegado a la meta. Pablo no consideraba haber
llegado y nosotros tampoco lo hemos hecho. (Filipenses 3:13,14) No es necesario esconderlo. No
es necesario maquillarlo. El evangelio nos permite ser transparentes y verdaderamente
vulnerables. Nuestra identidad y sentido de valor no radica en mantener una buena imagen
delante de la gente sino en sentirnos incondicionalmente amados por Cristo a pesar de nuestros
muchos fallos y caídas. Esto nos libera para confesar con otros nuestras luchas (Santiago 4:17),
especialmente nuestras luchas actuales. (Las luchas pasadas tienen la capacidad de dejarnos como
héroes, las presentas realmente nos humillan y nos igualan con quienes estamos intentando
ayudar). Cristo mismo, pese a no haber caído jamás en pecado, fue honesto con sus discípulos y
compartió su momento de mayor debilidad. “Mi alma está triste hasta la muerte.” (Mateo 26:38.)
¡Y le pidió a sus amigos que oraran por él! Meditémoslo un momento. El Dios del universo
pidiendo intercesión por causa de la angustia que sentía. ¡Es difícil encontrar un modelo más
grande de humildad y transparencia!

El discipulado relacional (tanto uno a uno como en grupos reducidos) nos permite ir generando un
nivel de confianza hasta que, poco a poco, llegamos a compartir mutuamente nuestros más
humillantes ídolos y caídas. Al hacerlo, tenemos, por un lado, el regalo de recordarnos
mutuamente el perdón que Cristo nos ofrece y, por el otro, el privilegio de que alguien ore por
nosotros para superar esa lucha. Santiago 5:16 afirma que la oración que se hace luego de
compartir nuestras luchas no es cualquier tipo de oración; ¡es una oración eficaz! ¿Por qué? La
respuesta resulta tan obvia como relevante: ¡porque ahora la persona sabe cómo orar
específicamente por nosotros! De esta forma, no hace la típica oración religiosa: “Señor, bendice
al hermano.” Sino que, producto de que conoce su lucha actual, es capaz de orar eficazmente
diciendo: “Señor, ayuda a Juan en su lucha con la pornografía. Muéstrale lo atractivo que tu eres
para que te elija a ti por encima de los placeres pasajeros que ofrece esta adicción. Recuérdale tu
precioso perdón para que se vuelva a enamorar de ti y vuelva a disfrutarte como el día que se
convirtió”.

Es cierto. Algunas personas tienen miedo de hablar de sus pecados debido a la posibilidad que la
persona se lo cuente a otros. (En muchas ocasiones su miedo es muy sincero y correcto puesto
que está fundado en experiencias pasadas donde la cosa no salió muy bien.) Como habrás podido
observar en este escrito, para nuestra iglesia la transparencia es un gran valor; pero también lo es
la confidencialidad. Los líderes de la iglesia no están interesados en saber los detalles de las luchas
de los miembros (a no ser que puedan ser de ayuda o dar un consejo). Nuestro objetivo es que a
través de relaciones de discipulado sanas, todos podamos aconsejar y ser aconsejados. Escuchar y
ser escuchados. Confesar nuestras luchas y escuchar las de otros. Orar por otros y que otros oren
por nosotros.

Permítenos darte un consejo a la hora de compartir tus luchas. Comienza poco a poco. Como
cuando uno está a punto de tomar un baño bien caliente en la bañera; ¡prueba el agua! Comparte
algo “pequeño” y mira cómo la persona responde. ¿Se escandaliza? ¿Te condena? ¿Ofrece un
consejo Cristo-céntrico? ¿Lo comparte con otros? O, ¿recibe mi confesión con madurez,
compasión y sana sabiduría? A medida que la relación crezca en confianza, puedes ir
incrementando aquello que sientas la libertad de compartir. No hay necesidad de hacerlo todo de
golpe. Pero no es nada aconsejable vivir la vida cristiana sin ayuda. Como nos recuerda Eclesiastés
4:9,10 : “Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el
uno levantará a su compañero; pero !ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo
levante.”

4. Intenta separar un tiempo para practicar juntos las disciplinas espirituales

LAS DISCIPLINAS ESPIRITUALES

1. La lectura diaria de la Biblia

2. La oración personal

3. El ayuno

4. El retiro

5. El evangelismo

6. El servicio

7. La confesión

8. La adoración

9. La sencillez

10. La memorización de la Biblia

11. La meditación de la Biblia

12. El llevar un diario espiritual

Imagina por un momento que quieres construir una casa. ¿Qué necesitas para hacerlo?
Posiblemente lo primero que venga a tu mente sea cemento, arena, ladrillos, madera, martillos,
clavos y un listado bastante grande de otros materiales y herramientas. Si bien es verdad que
necesitas cada una de estas cosas para construir una casa, no hemos mencionado la cosa más
importante que necesitamos para construirla, ¡un constructor! Alguien que, valiéndose de esos
elementos, sea capaz de construir la casa. Sin un constructor, todas esas cosas son completamente
inútiles. Algo similar sucede en la vida espiritual. Dios es el constructor y el que nos hace crecer
espiritualmente (Filipenses 1:6); pero él ha decidido utilizar ciertos medios o elementos para
construir el carácter de Cristo en nuestro corazón. Esos medios son las disciplinas espirituales.

Richard Foster escribió: “Las disciplinas espirituales no pueden hacer nada por sí solas; sólo
pueden llevarnos al sitio en que se puede hacer algo por nosotros. Son los medios de gracia de
Dios. La justicia interna que buscamos no es algo que se derrama en nuestras manos. Dios ha
establecido las disciplinas de la vida espiritual como medios por los cuales somos colocados en el
lugar que él puede bendecirnos… nos permiten colocarnos ante Dios de tal modo que él puede
transformarnos”.

Dicho de una forma más simple, las disciplinas espirituales son medios a través de los cuales
podemos experimentar y disfrutar más a Jesús.
Como dijimos al principio, nadie nació sabiendo cómo atarse los cordones. De la misma forma,
ninguno de nosotros sabrá cómo sacarle el jugo a la lectura de la Palabra si alguien no nos enseña
cómo hacerlo. Tampoco sabremos cómo llevar un diario espiritual, escribir una lista de oración,
cómo aprovechar un retiro personal o cómo compartir el evangelio de una manera simple si
alguien no nos lo muestra. Uno podría leer en un libro acerca de cómo atarse los cordones, pero la
realidad es que todos hemos aprendido con ayuda. Mirando, escuchando una explicación,
practicándolo junto a otros, fallando y necesitando nueva ayuda. En una relación de discipulado
uno puede vivir esta experiencia junto a otra persona tal como sucede cuando alguien nos enseña
a pescar. Cuando queremos aprender a pescar no nos anotamos en un curso de seis semanas o
leemos un libro de cómo hacerlo. Ponemos el despertador, nos levantamos temprano, vamos a
una laguna con un amigo y nuestra propia caña de pescar, y hacemos juntos nuestros primeros
intentos hasta que poco a poco aprendemos a hacerlo solos. Dios ha establecido el discipulado
para que algo similar suceda con nuestra vida espiritual.

Como podrás imaginarte, la gran ventaja del discipulado uno a uno es la atención personal. Si
tenemos la posibilidad de sentarnos regularmente a practicar las distintas disciplinas juntos,
responder preguntas, compartir nuevos hallazgos (y también muchos fracasos); es muy probable
que la persona aprenda mucho más rápido y con mayor eficiencia cómo hacerlo. Por otro lado, la
gran ventaja del discipulado en grupos pequeños es que somos influenciados por un mayor
número de personas y vemos distintos “pescadores” y distintos “aprendices” que están en nuestra
misma situación y juntos vamos aprendiendo. En este contexto una persona (o más de una)
funciona como facilitador de un diálogo y como generador de relaciones. De esta forma, leemos
juntos las Escrituras (o un libro cristiano), escuchamos distintas opiniones, participamos, oramos
en grupo, comemos juntos, hablamos sobre un sin número de temas y, de esta manera, nos
posicionamos en un ambiente donde Dios utiliza distintos medios para cambiarnos.

5. Intenta contagiar la visión de que ellos también discipulen a otros

Permítenos hacer una paráfrasis contemporánea de 2 Timoteo 2:2 (tú puedes leer luego el
versículo original en tu Biblia). Nuestra paráfrasis dice lo siguiente: “Tú que has tenido el privilegio
de experimentar una relación de discipulado que ha impactado drásticamente tu vida, debes
buscar una persona y regalarle el privilegio de tener la misma experiencia, para que luego ésta
busque a otra, y esa a otra y así sucesivamente.”

La Gran Comisión no es la tarea del algunos (pastores, misioneros, líderes, etc.); la Gran Comisión
es el llamado de todos. Cada uno de los cuatro evangelios termina de la misma forma. (Mateo
28:16-20; Marcos 9:14-18; Lucas 24:36-53; Juan 20:19-23.) El libro de los Hechos comienza con el
mismo mandato. (Hechos 11:1-11) Debemos hacer discípulos de todas las naciones. ¿Quienes?
¡Nosotros! Los que nos consideramos discípulos de Jesús. Los que hemos decido seguirle y amarle
a él por encima de cualquier cosa en el mundo.

Dawson Trotman, el fundador de un reconocido grupo misionero solía preguntar: “¿Dónde está tu
hombre? ¿Dónde está tu mujer? ¿Dónde está esa persona en la que estás invirtiendo tu vida y
estás ayudando a crecer en su fe?” Su pregunta tiene tanta relevancia hoy, como hace más de
cincuenta años cuando él la pronunció. Cristo no nos dejó la Gran Sugerencia, no dejó la Gran
Comisión (Haz clic AQUÍ para leer un artículo que Trotman escribió sobre este tema. No tiene
desperdicio).

Muchas iglesias (quizás la mayoría) alientan a sus miembros a participar y servir en un ministerio.
Eso está muy bien, de hecho, nosotros también lo hacemos. Sin embargo, servir en un ministerio
de la iglesia no es la Gran Comisión que Cristo nos ha dejado. Compartir el evangelio con otras
personas y ayudarlas a aplicarlo en su vida de todos los días es el gran mandato que Jesús nos
dejó. Esa es la prioridad de Cristo y esa debe ser también nuestra prioridad.

¿Es importante que sirvas en un ministerio? Sí, lo es. Pero mucho más importante es que puedas
decirle a Cristo (no a tus líderes): “Aquí está mi hombre, aquí está mi mujer. Ésta es la persona que
estoy ayudando a crecer en su fe. Estas son las personas no creyentes que estoy intentando pasar
más y más tiempo junto a ellos para poder serviles desinteresadamente y mostrarles tu amor.”
¡Ése debe ser el énfasis de nuestra iglesia! ¡Ésa debe ser nuestra prioridad!

Como habrás podido notar si has leído el resto de nuestros valores, la motivación en el discipulado
(y en cualquier aspecto de la vida) es esencial. No queremos que hagas ninguna de estas cosas
para poder responder “estoy discipulando a alguien”; y de alguna manera, acallar tu conciencia
(“librándote” de la culpa) o que infles tu ego (cayendo en la trampa del orgullo de sentirte
espiritual). Sabemos que tus motivaciones (y las nuestras) no serán siempre puras, pero
anhelamos que tus pasión por evangelizar y discipular a otros nazca de un corazón que disfruta
profundamente al Salvador.

No podemos llamarnos discípulos de Jesús y no estar haciendo discípulos de él. Ambas frases son
bíblicamente incompatibles (algo similar sería decir que somos apasionados del fútbol y no ver ni
un solo partido. ¡Hay algo que no va! O dices que lo eres pero te estás engañando; o, ¡has perdido
tu pasión!) Si has leído hasta aquí, lo más probable es que sea lo segundo. Pero no te desanimes,
Dios es el primer interesado en que recuperes tu entusiasmo espiritual. Vuelve a leer nuestros
primeros tres valores. Allí encontrarás muchas ayuda acerca de cómo recuperar tu amor por Jesús.
No te pierdas el artículo de Trotman, tiene muy buenos conceptos y te puede ser gran ayuda.
Finalmente, pídele al Señor que produzca un avivamiento en tu corazón. Moléstalo. Incomódalo.
Insiste en oración hasta que el renueve tu pasión. A él le encanta que lo hagas (Lucas 18:1-8).

LAS CINCO METAS DEL DISCIPULADO RELACIONAL

1. Cultivar una amistad fuera del ambiente de la iglesia.

2. Ayudar a la persona a desarrollar una cosmovisión Cristo-céntrica.

3. Generar un ambiente de gracia donde ambos podamos compartir luchas y pecados.

4. Separar un tiempo para practicar juntos las disciplinas espirituales.

5. Contagiar la visión de que ellos también discipulen a otros.

Conclusiones

Sin importar en qué estadío de nuestra vida espiritual estemos, todos necesitamos ayuda. Nadie
se gradúa de discípulo de Jesús. Todos, mientras estemos vivos, necesitaremos de la ayuda de
otros. El discipulado no es para cristianos nuevos, el discipulado es para todos. La Biblia nos
muestra que aún pastores como Tito y Timoteo necesitaban de un mentor como Pablo que los
guíe y aconseje.

De esta forma, nuestro anhelo como iglesia es que todos seamos “Pablo” para alguien y, a su vez,
alguien sea “Pablo” para nosotros. Jesús nos llamó a hacer discípulos, y en ese cometido queremos
enfocar nuestro esfuerzo hasta que él vuelva.

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