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Rolando Astarita Origen del dinero, cuestiones históricas
De todo esto se desprende que no hay razón entonces para sugerir –como
parecen hacerlo algunos defensores de la TMM- que la explicación histórica de
Marx y los marxistas sobre la génesis del dinero es similar a la que presenta el
enfoque ortodoxo.
El comercio a distancia
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Todo indicaría entonces que, por fuera de lo que podía legislar el Estado, el oro,
o la plata, se impusieron como dinero “mundial” a partir del comercio a
distancia. Más aún, el cobro de impuestos (que en las sociedades campesinas en
realidad eran rentas de la tierra) muchas veces se realizaba en especie, en tanto
el soberano intercambiaba con otras comunidades utilizando el oro como dinero
(véase Godelier, pp. 77-78).
Por otra parte, el comercio “hacia afuera” parece haber socavado la cohesión de
las viejas comunidades. Lo cual, si bien no generó necesariamente capitalismo
(una cuestión que subraya Amin), dio lugar a la mercantilización creciente de la
producción interna, y con ella, a la circulación de dinero. Citamos de nuevo a
Godelier: “Los pueblos pastores fueron los primeros en transformar sus bienes
en dinero y en bienes muebles fácilmente enajenables. Algunos pueblos se
especializaron en el comercio, pero este comercio no modificaba el modo de
producción de los pueblos bárbaros respecto a los cuales jugaban el papel de
intermediarios. En todos los casos las relaciones monetarias actúan como un
disolvente sobre las relaciones sociales tradicionales. Cuando el capitalismo
desarrolla el comercio mundial, este en una primera fase no afecta a los modos
de producción antiguos, aunque después los destruye a pesar de su resistencia”
(p. 78).
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ante la típica “corrida” hacia una “garantía de valor”; la cual se impone a pesar
de las disposiciones oficiales de convertibilidad o no al respaldo. En este punto
es de notar que el propio Knapp reconoce que cuando se acuñaron las primeras
piezas monetarias, la principal consideración fue que debía ser posible
reconocer inmediatamente la naturaleza y cantidad del metal que antes se había
utilizado por su peso. Aunque con la acuñación ya no era necesario examinar o
pesar el material, durante mucho tiempo se siguió suscitando la cuestión de si
las piezas eran válidas de acuerdo a su peso, o si lo eran “por proclamación”
(esto es, por el acto político legislativo del Estado; véase Knapp, p. 35). Lo cual
está indicando la relevancia de una referencia “material” al valor.
Volviendo ahora a Aglietta y Orléan, también señalan que el Tesoro público era
una garantía del funcionamiento fiduciario de la moneda “con un carácter
esencialmente simbólico” (ibid. ). Otra prueba de que con la mera voluntad
política del Estado no se podía sostener el valor de la moneda emitida. Cuando
se acuña la moneda, de hecho, se establece una relación entre el valor que la
moneda dice representar y el valor que efectivamente contiene. Y si la moneda
se transforma en mero signo, su valor se establece por referencia a un respaldo.
Knapp es consciente de este hecho. Por eso, se opone a llamar “símbolos” a los
billetes o monedas que circulan en lugar del oro o la plata, ya que esa expresión
sugiere la “idea equivocada de que tales medios de pago están allí simplemente
para recordar otros mejores y más genuinos” (p. 33). Pero el carácter de signo se
reafirmaba, de hecho, cuando se testeaba la convertibilidad al “material
respaldo” del billete, o la moneda.
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embargo, el solidus continuó siendo acuñado por Bizancio. Existió una base
material para ello: el oro de Occidente había sido drenado, incluso durante el
apogeo del Imperio romano, hacia Oriente, a cambio de productos preciosos
(seda, especias). Por eso, el oro acumulado en las ciudades orientales y en las
minas de Nubia, Alto Egipto, permitió mantener la solidez metálica del solidus.
De nuevo, hubo una razón económica detrás de la aceptación y prestigio de que
va a gozar el solidus, que siguió siendo acuñado hasta 1203, y se convirtió en
moneda internacional, al punto que se lo ha llamado “el dólar de la Edad
Media”. Su influencia iba desde Inglaterra a India (Dwyer y Lothian, 2003).
Aunque a partir de finales del siglo VII compartió su posición de moneda
mundial con el dinar, acuñado en varios lugares del mundo musulmán, y que
también mantuvo un contenido metálico estable durante siglos. El dinar estuvo
sostenido en el oro que los musulmanes habían conseguido de sus pillajes, de la
producción de las minas de Nubia y del oro que salía de los ríos de Sudán y
Ghana y llegaba a Egipto y la Magreb atravesando el Sahara (Vilar, p. 42). A su
vez, y más en general, el oro seguía circulando de oeste a este, siempre a cambio
de productos preciosos. Por eso seguía siendo “el instrumento por excelencia
del comercio general”, o sea, “internacional”, para seguir con el anacronismo (p.
43).
Por lo explicado hasta aquí, parece innegable el rol que jugó la composición
metálica de la moneda para su aceptación como moneda “mundial”. Pero eso no
parece encajar en la historia que cuenta el cartalismo, y sí en la tesis de Marx de
que, cuando se trata del dinero mundial, solo cuenta su contenido (véase 1980,
p. 139). Es que en la circulación interna, y hasta cierto grado, se acepta la
circulación de signos y promesas de pago del más diverso tipo. Pero en el plano
mundial, es necesario que la moneda se presente como encarnación pura de
valor. Y este rol no lo puede jugar un simple signo “en sí y por sí”, carente de
valor. En este punto es de destacar que Knapp admite que la tesis cartalista no
puede explicar el uso de la pieza monetaria más allá de los límites del territorio
del Estado, esto es, donde no rige la ley “nacional” (pp. 40-1). Agrega que la
forma cartal nunca puede ser efectiva “internacionalmente”, dado que cada
Estado es independiente de los otros. Reconoce que esta es una limitación
llamativa en comparación con el metalismo, y que no puede haber dinero común
a dos Estados (véase p. 41). Pero entonces es imposible explicar cómo y por qué
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Orden mercantil
Siguiendo a Aglietta y Orléan, hemos adelantado que hacia el siglo XIII tomó
impulso en “orden mercantil”, con centro en ciudades italianas. El florín de
Florencia y el genovino de Génova pasan a ser ahora las “monedas mundiales”.
Tuvieron gran prestigio y fueron ampliamente aceptadas por fuera de los
Estados emisores. De nuevo, el contenido metálico, oro, jugó un rol importante
en esa aceptación (véase Dwyer y Lothian, 2003). Vilar señala que la acuñación
de oro por Florencia y Génova es la culminación de la recuperación de Europa
desde el siglo XI. La mejora económica en Europa (por caso, mejora de la
productividad agrícola) genera una balanza excedentaria, que explica la
afluencia del oro. Las ciudades italianas captan los frutos de ese comercio. De
nuevo, la actividad económica explica más a la moneda, que la moneda a la
actividad económica. A su vez, en el siglo XV el genovino y el florín fueron
desplazados por el ducado veneciano.
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Pero con estos desarrollos aparece una nueva relación crédito deuda (Aglietta y
Orléan, p. 226). Es una relación que nunca había podido desarrollarse en la
Antigüedad, donde las deudas “eran compromisos personales a los ojos del
derecho romano” (ibid.). Ahora la deuda que había aceptado el vendedor del
comprador, podía ser transferida a un tercero por el vendedor para pagar su
propia compra. Es la monetización del crédito, que estudiará largamente Marx
en El Capital. A partir de este desarrollo, se planteará entonces una nueva
relación jerárquica entre monedas: la que existe entre los créditos monetizados y
la moneda “de alta potencia” en que se saldan definitivamente las
compensaciones. Estamos en camino hacia los sistemas monetarios modernos.
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Bibliografía citada:
Aglietta, M. y A. Orléan (1990): La violencia de la moneda, México, Siglo
XXI.
Amin, S. (1986): El desarrollo desigual, Barcelona, Planeta –Agostini.
Dwyer, G. P. y J. R. Lothian (2003): “International Money and Common
Currencies in Historical Perspective”, Federal Reserve Bank of Atlanta Working
Paper 2002-7.
Godelier, M. (1971): Teoría marxista de las sociedades precapitalistas,
Barcelona, Estela.
Knapp, G.F. (1924): The State Theory of Money, Londres, Macmillan.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Vilar, P. (1982): Oro y moneda en la historia (1450-1920), Barcelona, Ariel.
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