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Rolando Astarita Origen del dinero, cuestiones históricas

Origen del dinero, cuestiones históricas


En una nota anterior (​aquí​) presenté las principales diferencias teóricas sobre la
génesis del dinero entre Smith, Menger y los neoclásicos, por un lado, y Marx,
por el otro. En esta nota amplío el tema con los aspectos históricos del
surgimiento y evolución del dinero. Una cuestión que está en el centro de las
discrepancias entre la concepción marxista del dinero y los enfoques ortodoxos,
por un lado, y de la Teoría Monetaria Moderna, por el otro. Empiezo con la
diferencia entre la explicación “a lo Adam Smith” y el enfoque de Marx.

El marxismo sobre la “propensión a comerciar” y el origen del dinero

El primer punto a destacar es que Marx fue crítico de la naturalización de las


relaciones mercantiles en que incurre la economía burguesa, sea clásica,
neoclásica o “austriaca”. Tengamos presente que Adam Smith (también
Ricardo) pensaba que, desde el fondo de los tiempos, los productores tuvieron la
propensión “natural” a comerciar, y que esto dio lugar al surgimiento del
mercado y el dinero. Una idea que se sigue sugiriendo en los manuales
neoclásicos de Economía.

El enfoque de Marx, en cambio, es que no existe tal propensión “natural”. En


crítica a Ricardo, dice que este “[h]ace que ​de inmediato​ el pescador y el
cazador primitivos cambien la pesca y la caza ​como si fueran poseedores de
mercancías​, en proporción al tiempo de trabajo objetivado en esos valores de
cambio” (Marx, 1999, nota p. 93, t. 1; énfasis añadido). El punto central de
Marx es que la posesión de mercancías no es una relación inmediata en la
historia humana, ​sino mediada​ por la propiedad privada de los medios de
producción. Por eso, la circulación de bienes ​bajo la forma social de
mercancías​ no existía al interior de comunidades en las que el suelo era
propiedad en común, y el trabajo también era en común. En esas sociedades la
reglamentación de obligaciones comunitarias –por ejemplo, dotes, reparaciones
por agravios, dones- era ​cualitativamente distinta​ de la que existe entre
propietarios privados de mercancías. Marx destaca esta diferencia: “tal relación
de ajenidad recíproca [la del mercado]… no existe para los miembros de una
entidad comunitaria de origen natural, ya tenga la forma de una familia

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patriarcal, de una comunidad índica antigua, de un Estado inca, etcétera” (1999,


p. 107). En estas formaciones sociales el suelo era propiedad del
Estado-soberano, y el comercio entre sus miembros estaba muy reducido, o era
inexistente (véase Godelier, 1971, que sintetiza las ideas de Marx al respecto).

Samir Amin (1986) también observa que en “los modos de producción de


comunidad primitiva” los intercambios mercantiles eran inexistentes o muy
reducidos; y que la distribución del producto dentro de las colectividades se
realizaba según unas reglas íntimamente relacionadas con la organización del
parentesco” (p. 10). A su vez, y de manera más particularizada, Vilar (1982)
señala que en las sociedades precolombinas no existía el intercambio mercantil
entre sus miembros.

De todo esto se desprende que no hay razón entonces para sugerir –como
parecen hacerlo algunos defensores de la TMM- que la explicación histórica de
Marx y los marxistas sobre la génesis del dinero es similar a la que presenta el
enfoque ortodoxo.

El comercio a distancia

Si el intercambio mercantil al interior de las comunidades antiguas era casi


inexistente, ¿dónde apareció? La respuesta de Marx es que surgió a medida que
las comunidades entraban en contacto. “El intercambio de mercancías comienza
donde terminan las entidades comunitarias, en sus puntos de contacto con otras
entidades comunitarias o con miembros de estas” (Marx, 1999, p. 107, t. 1). En
este respecto, el análisis de Marx en ​El Capital​ tiene como punto de partida la
que llama la forma “simple, o contingente” del valor, ​la cual corresponde a los
intercambios ocasionales entre comunidades​. Es contingente porque solo por
azar los bienes se intercambian de acuerdo a los tiempos de trabajo invertidos.
Luego, a esta forma le sigue la forma desplegada, que corresponde a la
repetición más o menos regular de los intercambios. Es la que da lugar a que
muchas mercancías puedan tener el rol de equivalentes (expresan valor, sirven
de medios de intercambio). Lo cual habría preparado el terreno para el
surgimiento del dinero. El dinero existe cuando una o dos mercancías

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–típicamente el oro y la plata- sirven de medios para expresar el valor de todas


las mercancías.

Por eso, históricamente, y como destaca Amin, en el mundo antiguo el comercio


a distancia jugó un rol de primer orden en la circulación y distribución del
excedente del que se apropiaban las clases dominantes. Amin precisa asimismo
que, si bien no se trató de un modo de producción, fue “el modo de articulación
entre formaciones autónomas” (p. 12). Pero por eso también, ese comercio a
distancia fue clave para el surgimiento del dinero. Lo cual ocurrió ​por encima o
por fuera de los sistemas estatales de recaudación impositiva, o de emisión de
dinero fiduciario​.

En base a lo anterior, tiene interés describir las principales características del


comercio “mundial” (utilizando un anacronismo) tal como existió durante el
segundo milenio y la primera parte del primer milenio a. C., en Mesopotamia,
Egipto y Persia. Según Aglietta y Orléan (1990), los comerciantes eran agentes
intermediarios que ejercían su profesión por estatuto y estaban organizados en
gremios (véase p. 215 y ss.). Sus ingresos provenían de comisiones establecidas
sobre el valor de los objetos comercializables; las mercancías estaban
estratificadas en categorías, y las tomaban a su cargo a cambio de una caución
de igual valor. O sea, no había riesgo económico. Las evaluaciones de los
objetos que se intercambiaban en ese comercio eran fijas y las cantidades por
intercambiar estaban predeterminadas (véase ​ibid​.). Los activos y pasivos, eran
contabilizados por instituciones financieras que hacían operaciones de ​clearing
y pagaban con plata u oro el comercio de larga distancia. Esas instituciones se
encargaban también del intercambio de medios de pagos entre los Estados, los
cuales tenían distintas tasas de conversión entre los metales (véase p. 216). Los
altos dignatarios, que también eran terratenientes, adelantaban sumas del tesoro
al sector comercial, por lo cual recibían intereses. Esto es, existía capital
comercial y capital dinerario a interés, formas “ante-diluvianas” del capitalismo,
que se beneficiaban del comercio entre las comunidades. El dinero -oro y la
plata- servía como unidad de cuenta (incluso para compensar operaciones),
medio de pago y medio de atesoramiento.

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De conjunto, aunque todavía no se trata de una relación mercantil plenamente


“desplegada” –las operaciones se realizaban bajo vigilancia del poder político-
estamos ante una forma social de naturaleza muy distinta de las que regían al
interior de las comunidades primitivas.

Vilar también observa, refiriéndose al reino de Hammurabi, que “aunque la


plata servía quizá para los pagos interiores, se reservaban pequeñas cantidades
de oro, materia más rara, para los pagos exteriores (que actualmente diríamos
‘internacionales’). De tal forma que el imperio de Hammurabi, con sus lingotes
de oro en los sótanos del palacio, y este oro reservado para los pagos
internacionales, anuncia ciertos fenómenos modernos: nuestros bancos estatales.
En cambio, nosotros tenemos mucha moneda circulante, mientras que el sistema
estatal en Egipto, en Asiria y en China, reducía a casi nada, como entre los
incas, el papel de esta moneda interior” (p. 34).

Todo indicaría entonces que, por fuera de lo que podía legislar el Estado, el oro,
o la plata, se impusieron como dinero “mundial” a partir del comercio a
distancia. Más aún, el cobro de impuestos (que en las sociedades campesinas en
realidad eran rentas de la tierra) muchas veces se realizaba en especie, en tanto
el soberano intercambiaba con otras comunidades utilizando el oro como dinero
(véase Godelier, pp. 77-78).

Por otra parte, el comercio “hacia afuera” parece haber socavado la cohesión de
las viejas comunidades. Lo cual, si bien no generó necesariamente capitalismo
(una cuestión que subraya Amin), dio lugar a la mercantilización creciente de la
producción interna, y con ella, a la circulación de dinero. Citamos de nuevo a
Godelier: “Los pueblos pastores fueron los primeros en transformar sus bienes
en dinero y en bienes muebles fácilmente enajenables. Algunos pueblos se
especializaron en el comercio, pero este comercio no modificaba el modo de
producción de los pueblos bárbaros respecto a los cuales jugaban el papel de
intermediarios. En todos los casos las relaciones monetarias actúan como un
disolvente sobre las relaciones sociales tradicionales. Cuando el capitalismo
desarrolla el comercio mundial, este en una primera fase no afecta a los modos
de producción antiguos, aunque después los destruye a pesar de su resistencia”
(p. 78).

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Acuñación y surgimiento de la moneda

Existiendo ya dinero (oro y plata, en particular) como dinero “mundial”, la


acuñación metálica estatal surgió en ciudades griegas de Jonia y en Lidia,
durante el siglo VII a. C. La misma habría sido el producto de la emisión
embrionaria ​privada,​ y la proliferación de piezas de moneda de contenido débil;
de la libertad de detentación de esas piezas por miembros de la sociedad; y de la
compra y venta de los bienes alimentarios con esas monedas (Aglietta y Orléan,
p. 218). Según estos autores, la acuñación privada habría significado un impulso
a la disgregación de la solidaridad social, y la acuñación estatal de moneda la
forma de conjurar el peligro de la violencia recíproca. Esta explicación se
inscribe en su explicación más general, que dice que el origen de todo orden
social es la “rivalidad mimética”, algo así como el deseo de imitar el deseo del
otro, lo que estaría en el origen de una violencia esencial. Sin compartir esta
interpretación, destacamos sin embargo, el dato histórico: ​antes de ser estatal la
acuñación fue embrionaria bajo la forma privada​. Y surgió como un producto
de transacciones, habiéndose ya desarrollado el dinero en las relaciones
mercantiles a distancia. Sobre esta cuestión Vilar observa también que, por un
lado,” la aparición de la moneda propiamente dicha fue tardía; [y] tuvo lugar en
los márgenes comerciales del mundo antiguo y no en los imperios interiores: el
comercio crea la moneda más que la moneda el comercio” (p. 35). El cobro de
impuestos no parece haber jugado el rol en la aparición del dinero, ni de la
moneda, que le asigna el cartalismo.

Por otra parte, desde el principio de la acuñación hubo desconexión entre el


valor instituido de las monedas acuñadas en relación con las equivalencias
establecidas entre metales no acuñados. O sea, existía una tensión entre el valor
mercantil del metal y su valor monetario instituido (véase Aglietta y Orléan, p.
222). Pero el hecho de que existiese esa tensión pone en evidencia que el valor
de la moneda ​no pudo ser establecido simplemente por la voluntad del poder
político, con independencia de alguna referencia al valor del metal.​ Aquí
entraba en juego la calidad de la acuñación oficial, “y a partir de allí la solidez
política de la ciudad” (​ibid.​ ). Por eso, el mercado de metal era la relación “por la
cual se precipitaban las crisis económicas”. Salvando las distancias, estamos

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ante la típica “corrida” hacia una “garantía de valor”; la cual se impone ​a pesar
de las disposiciones oficiales de convertibilidad o no al respaldo​. En este punto
es de notar que el propio Knapp reconoce que cuando se acuñaron las primeras
piezas monetarias, la principal consideración fue que debía ser posible
reconocer inmediatamente la naturaleza y cantidad del metal que antes se había
utilizado por su peso. Aunque con la acuñación ya no era necesario examinar o
pesar el material, durante mucho tiempo se siguió suscitando la cuestión de si
las piezas eran válidas de acuerdo a su peso, o si lo eran “por proclamación”
(esto es, por el acto político legislativo del Estado; véase Knapp, p. 35). Lo cual
está indicando la relevancia de una referencia “material” al valor.

Volviendo ahora a Aglietta y Orléan, también señalan que el Tesoro público era
una garantía del funcionamiento fiduciario de la moneda “con un carácter
esencialmente simbólico” (​ibid.​ ). Otra prueba de que con la mera voluntad
política del Estado no se podía sostener el valor de la moneda emitida. Cuando
se acuña la moneda, de hecho, se establece una relación entre el valor que la
moneda dice representar y el valor que efectivamente contiene. Y si la moneda
se transforma en mero signo, su valor se establece por referencia a un respaldo.
Knapp es consciente de este hecho. Por eso, se opone a llamar “símbolos” a los
billetes o monedas que circulan en lugar del oro o la plata, ya que esa expresión
sugiere la “idea equivocada de que tales medios de pago están allí simplemente
para recordar otros mejores y más genuinos” (p. 33). Pero el carácter de signo se
reafirmaba, ​de hecho​, cuando se testeaba la convertibilidad al “material
respaldo” del billete, o la moneda.

Algunos hitos de la historia monetaria

Siguiendo a Vilar, destacamos algunos hitos de la evolución monetaria a partir


de la crisis y caída del Imperio romano de Occidente. Por empezar, la creación,
por Constantino, del ​solidus​-oro, que contenía 4,5 gramos de oro fino, y
coexistía con monedas de cobre y de plata. El ​solidus​ fue introducido con
independencia del pago de impuestos (en realidad, renta) por parte de los
campesinos, ya que los mismos se pagaban en especie. Luego de la caída del
imperio, los pequeños reinos bárbaros acuñaron cada vez menos, y con cada vez
más aleación; y después de Carlomagno ya no se acuñó oro (Vilar, p. 40). Sin

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embargo, el ​solidus​ continuó siendo acuñado por Bizancio. ​Existió una base
material para ello​: el oro de Occidente había sido drenado, incluso durante el
apogeo del Imperio romano, hacia Oriente, a cambio de productos preciosos
(seda, especias). Por eso, el oro acumulado en las ciudades orientales y en las
minas de Nubia, Alto Egipto, permitió mantener la solidez metálica del ​solidus.​
De nuevo, hubo una razón económica detrás de la aceptación y prestigio de que
va a gozar el ​solidus,​ que siguió siendo acuñado hasta 1203, y se convirtió en
moneda internacional, al punto que se lo ha llamado “el dólar de la Edad
Media”. Su influencia iba desde Inglaterra a India (Dwyer y Lothian, 2003).
Aunque a partir de finales del siglo VII compartió su posición de moneda
mundial con el dinar, acuñado en varios lugares del mundo musulmán, y que
también mantuvo un contenido metálico estable durante siglos. El dinar estuvo
sostenido en el oro que los musulmanes habían conseguido de sus pillajes, de la
producción de las minas de Nubia y del oro que salía de los ríos de Sudán y
Ghana y llegaba a Egipto y la Magreb atravesando el Sahara (Vilar, p. 42). A su
vez, y más en general, el oro seguía circulando de oeste a este, siempre a cambio
de productos preciosos. Por eso seguía siendo “el instrumento por excelencia
del comercio general”, o sea, “internacional”, para seguir con el anacronismo (p.
43).

Por lo explicado hasta aquí, parece innegable el rol que jugó la composición
metálica de la moneda para su aceptación como moneda “mundial”. Pero eso no
parece encajar en la historia que cuenta el cartalismo, y sí en la tesis de Marx de
que, cuando se trata del dinero mundial, solo cuenta su contenido (véase 1980,
p. 139). Es que en la circulación interna, y hasta cierto grado, se acepta la
circulación de signos y promesas de pago del más diverso tipo. Pero en el plano
mundial, es necesario que la moneda se presente como encarnación pura de
valor. Y este rol no lo puede jugar un simple signo “en sí y por sí”, carente de
valor. En este punto es de destacar que Knapp admite que la tesis cartalista no
puede explicar el uso de la pieza monetaria más allá de los límites del territorio
del Estado, esto es, donde no rige la ley “nacional” (pp. 40-1). Agrega que la
forma cartal nunca puede ser efectiva “internacionalmente”, dado que cada
Estado es independiente de los otros. Reconoce que esta es una limitación
llamativa en comparación con el metalismo, y que no puede haber dinero común
a dos Estados (véase p. 41). Pero entonces es imposible explicar cómo y por qué

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se instalan, de hecho, monedas que fueron internacionales, como ocurrió con el


solidus​ o el dinar.

La explicación de Marx, en cambio, parece encajar mucho más adecuadamente


en los hechos históricos. La solidez mundial del ​solidus​ y el dinar (y otras a lo
largo de la historia) no se debió a la acción legislativa del Estado emisor, sino
tuvo su sustento en sus valores intrínsecos. A su vez, la caída del ​solidus​ como
moneda mundial estuvo vinculada tanto a la reducción de sus pesos, y a la
alteración del contenido, en el final del siglo X. Era el resultado del
debilitamiento económico y de las dificultades crecientes para financiar los
gastos del Estado. Algo similar ocurrió con el dinar, aproximadamente para la
misma época (Dwyer y Lothian, 2003). Parece imposible explicar estas
monedas como los simples ​token debt​ del cartalismo.

El caso de Malí, siglo XIII

Aglietta y Orléan sostienen que el orden mercantil “no tomó verdaderamente


impulso hasta el siglo XIII de nuestra era” (p. 224). Esto ocurrió en las ciudades
mercantiles de Italia, en las ciudades del Mar del Norte y del Báltico. Pero antes
de tratar esa cuestión, presento el caso del reino de Malí, gran productor de oro
durante el siglo XIII. Según Amin, hasta el descubrimiento de América África
occidental fue el principal proveedor del metal amarillo desde la Europa del
Medioevo hasta el Oriente antiguo y el mundo árabe (véase Amin, p. 33). De
ahí la importancia del comercio transahariano. En este contexto, entre los siglos
XIII y XIV el reino de Malí llegó a la cima de su poderío económico. Malí
comerciaba oro por sal (que escaseaba en el sur del país), telas, especies,
perfumes, dátiles, caballos, hierro, armas, entre otros bienes. La producción de
oro entonces era vital. Por disposición del poder político, las pepitas de oro
pertenecían al rey y eran medio de atesoramiento. Sin embargo, el pueblo podía
quedarse con el polvo de oro, que servía como medio de cambio. Aunque
también la sal y ropa eran medios de cambio; y luego también sirvieron conchas
marinas. En cualquier caso, los agricultores ​pagaban sus impuestos en especie,
de lo cosechado.​ Tenemos aquí un ejemplo histórico de varios equivalentes, que
parecen surgir de la circulación mercantil, siendo distinto el medio en que se

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recaudaban los impuestos del dinero que se empleaba en el comercio


“internacional”.

Orden mercantil

Siguiendo a Aglietta y Orléan, hemos adelantado que hacia el siglo XIII tomó
impulso en “orden mercantil”, con centro en ciudades italianas. El florín de
Florencia y el genovino de Génova pasan a ser ahora las “monedas mundiales”.
Tuvieron gran prestigio y fueron ampliamente aceptadas por fuera de los
Estados emisores. De nuevo, el contenido metálico, oro, jugó un rol importante
en esa aceptación (véase Dwyer y Lothian, 2003). Vilar señala que la acuñación
de oro por Florencia y Génova es la culminación de la recuperación de Europa
desde el siglo XI. La mejora económica en Europa (por caso, mejora de la
productividad agrícola) genera una balanza excedentaria, que explica la
afluencia del oro. Las ciudades italianas captan los frutos de ese comercio. De
nuevo, la actividad económica explica más a la moneda, que la moneda a la
actividad económica. A su vez, en el siglo XV el genovino y el florín fueron
desplazados por el ducado veneciano.

Paralelamente al ascenso económico, se produjeron innovaciones monetarias


trascendentales que fueron “invenciones ​privadas​ puestas en práctica por los
comerciantes-banqueros italianos” (Aglietta y Orléan, p. 224; énfasis añadido).
Los puntos de partida de estas iniciativas fue la acumulación de tesoros por
parte del capital comercial. De esta manera “[u]n poder monetario privado pudo
desafiar la soberanía del monarca” (​ibid​.). Es claro que estas transformaciones
del siglo XIII ​tienen su motor en la acumulación de capital dinerario.​ La misma
permitió que ​la iniciativa de la creación monetaria pasara a manos privadas, a
pesar de que la acuñación seguía siendo un derecho real​ (p. 225). Es que los
comerciantes banqueros comenzaron a emitir las letras de cambio, que
terminarían siendo, hasta el siglo XIX, el principal medio financiero para las
transacciones internacionales (véase también Dwyer y Lothian). Los florines o
los genovinos servían entonces como medidas de valor para la emisión de las
letras, y para saldar los pagos netos, una vez hechas las compensaciones en las
cuentas bancarias. Por esta vía se reducía sustancialmente la circulación
internacional de dinero metálico.

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Pero con estos desarrollos aparece una nueva relación crédito deuda (Aglietta y
Orléan, p. 226). Es una relación que nunca había podido desarrollarse en la
Antigüedad, donde las deudas “eran compromisos personales a los ojos del
derecho romano” (​ibid​.). Ahora la deuda que había aceptado el vendedor del
comprador, podía ser transferida a un tercero por el vendedor para pagar su
propia compra. Es la monetización del crédito, que estudiará largamente Marx
en ​El Capital​. A partir de este desarrollo, se planteará entonces una nueva
relación jerárquica entre monedas: la que existe entre los créditos monetizados y
la moneda “de alta potencia” en que se saldan definitivamente las
compensaciones. Estamos en camino hacia los sistemas monetarios modernos.

Las manipulaciones monetarias y “curas económicas milagrosas”

Lo hemos sugerido, pero es necesario subrayarlo: las manipulaciones


monetarias, típicamente la alteración de la aleación, o del peso, fueron utilizadas
por los poderes políticos, una y otra vez, para hacerse de fondos con los cuales
enfrentar sus gastos en tiempos de crisis. Refiriéndose a las manipulaciones
monetarias durante la crisis del siglo XIV (pero la observación tiene alcance
general), Vilar señala que las mismas “corresponden a nuestras ‘inflaciones’,
seguidas de ‘devaluaciones’, que permiten pagar menos el trabajo, aunque
parezca que se pague más, disminuir el peso de las deudas y competir algún
tiempo con los extranjeros, exportando a precios más bajos. Pero estas ventajas
son siempre momentáneas, a poco que la multiplicación de las monedas
corrientes sin valor se convierta en excesiva” (p. 49). Marx también se refiere a
la “falsificación de dinero por parte de los príncipes, practicada secularmente,
que del peso originario de las piezas monetarias no dejó más que el nombre”
(1999, p. 122). Asimismo habla de las “fantasías sobre el alza o la baja del
precio de la moneda”, consistentes en creer que por medio de las operaciones de
acuñación se podrían “efectuar curas milagrosas económicas” (nota, pp. 123-4).
Esto es, las alteraciones del contenido metálico terminaban depreciando el valor
de la moneda, al margen y por encima de lo que dictaba el gobierno de turno.
Una vez más, la ley económica terminaba imponiéndose.

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Termino diciendo que no encuentro la manera en que estas evoluciones


históricas del dinero, y la moneda, puedan ser explicadas con el esquema
cartalista.

Bibliografía citada:
Aglietta, M. y A. Orléan (1990): ​La violencia de la moneda,​ México, Siglo
XXI.
Amin, S. (1986): ​El desarrollo desigual​, Barcelona, Planeta –Agostini.
Dwyer, G. P. y J. R. Lothian (2003): “International Money and Common
Currencies in Historical Perspective”, Federal Reserve Bank of Atlanta Working
Paper 2002-7.
Godelier, M. (1971): ​Teoría marxista de las sociedades precapitalistas,​
Barcelona, Estela.
Knapp, G.F. (1924): ​The State Theory of Money​, Londres, Macmillan.
Marx, K. (1999): ​El Capital​, México, Siglo XXI.
Vilar, P. (1982): ​Oro y moneda en la historia (1450-1920),​ Barcelona, Ariel.

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