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ISBN: 978-607-477-718-5
Mario Rufer
Coordinador
ÍNDICE
Y LUGAR DE ENUNCIACIÓN
PERFORMATIVIDAD, CONMEMORACIÓN
Mario Rufer
Si me preguntan quién soy aquí [en Sudáfrica], diré que soy negro y que desconozco
cualquier identi cación con este país. Si en Inglaterra o en el Congo me preguntan
quién soy, tengo que decir que soy negro pero negro sudafricano. Porque no es la
misma historia ni la misma lucha, porque no me entienden, porque hay que de nir
estrategias y porque la conciencia negra transnacional generaba confusiones si no
decíamos claramente qué entendíamos por negro: y ese “qué entendíamos” estaba
marcado por el país de origen, por su historia. Esa partición en mi palabra, exac-
tamente eso, es el peso trágico que la nación tiene hoy en día: no puedo escapar a
ella ni siquiera como táctica política. Aun cuando reniego tanto de esa trampa, me
atraviesa.1
Este es un libro sobre los “usos de la nación”: sobre prácticas, formaciones dis-
cursivas, ejercicios de lectura y procesos de signi cación. Desde los aportes de
Benedict Anderson (1991) —pasando por los de Gellner (2001) y Hobsbawm
(1998)—, sabemos que la nación es un concepto-entidad: imaginada, imagina-
ria, históricamente construida, simbólicamente producida o como más acomode
a nuestras sensibilidades teóricas. El acuerdo generalizado es que la nación “no
existe ontológicamente” pero “produce efectos”, moviliza prácticas y, en conni-
1 Lionel Mati, activista del Black Sound Movement, “Talking About Race in South Africa
9
10 N ACIÓN Y DIFERENCIA
vencia con los constructos políticos, origina vías de acción y reacción, en defensa
o en oposición a su signi cante. La alusión metafórica y apocalíptica de Eric
Hobsbawm sigue resonando: si hoy un meteoro arrasara con la humanidad y
una cultura posterior quisiera comprender su historia, no tendría más remedio
que obsesionarse en explicar qué fue para esa civilización la nación moderna
(Hobsbawm, 1998).
Como plantea Alejandro Grimson (2011: 24-30), el boom del argumento de
que “todo es construido” dejó tras de sí un tipo especí co de producción acadé-
mica: aquella que se ufanó de demostrar que no existe un sustrato esencial (a la
nación, a la identidad étnica o a la raza, entre otros conceptos). Esta poderosa
y necesaria constatación produjo al menos dos desplazamientos peligrosos: uno
que identi có ese carácter imaginado con cticio y por ende innecesario; el otro
que rápidamente equiparó el discurso del “ n de las ideologías” de los años no-
venta del siglo pasado y la celebración de la “era global” —con mayor o menor
sutileza—, con el n del nacionalismo, el auge de las identidades trasnacionales
y la inoperancia del Estado-nación como agente de acción y regulación, y su
decadencia como categoría central de análisis.
Este libro se separa de dichas tradiciones desde dos premisas básicas. La
primera sostiene que pensar el carácter construido de las signi caciones ne-
cesita de un movimiento adicional que permita entrever qué tipo de relacio-
nes asimétricas de poder y articulaciones hegemónicas existen en esa exhibi-
ción pedagógica y a la vez performativa de lo que la nación es, como presentación
siempre contingente (Bhabha, 2002a).2 En este volumen no se nos convoca tanto
a constatar que la nación no existe ontológicamente, como a explicar las prácticas
que hacen funcionar su sintagma de forma productiva, y las fuerzas ideológicas
y políticas que desencadenan esas prácticas hoy en día. ¿Por qué hablar de la
2 Aquí podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que el retorno crítico del concepto de ideolo-
gía ha sido un aliciente. Por crítico me re ero a la acepción que lo desplaza de la teoría del re ejo
o la “falsa conciencia” del materialismo clásico y lo introduce como una herramienta que nos
permite identi car aquello que permanece productivamente metamorfoseado como otra cosa en
ciertas formaciones discursivas, como espectros que forcluyen sus connivencias con las estrategias
cotidianas de dominación (cfr., Zizek, 2007).
INTRODUCCIÓN 11
3 Para un estudio que ofrece un panorama genealógico y analítico de los discursos históricos
la distinción que establece Homi Bhabha. Para él, la dimensión pedagógica de la nación está cen-
trada en una temporalidad de acumulación continuada y sedimentada de un tipo de identi cación,
narrada en artefactos diversos. Al contrario, la dimensión performativa juega con el tiempo irrup-
tor e iterativo de “lo que emerge” como pueblo, lo que acontece como nación en el momento mismo
de la identi cación nombrada y asequible. Estas dos dimensiones son contradictorias y a la vez in-
disolubles para la presentación de la nación “a sí misma”. Es una de las aporías que la constituyen.
“En la producción de la nación como narración hay una escisión entre la temporalidad continuista,
acumulativa, de lo pedagógico, y la estrategia repetitiva, recursiva, de lo performativo […]. Las
fronteras de la nación se enfrentan constantemente con una doble temporalidad: el proceso de
identidad constituido por la sedimentación histórica (lo pedagógico) y la pérdida de identidad en el
proceso signi cante de la identi cación cultural (lo performativo)” (Bhabha, 2002a: 189).
INTRODUCCIÓN 13
5 En 2001 el gobierno mexicano bajo la presidencia de Vicente Fox intentó construir el nuevo
Aeropuerto Internacional en las inmediaciones del municipio de San Salvador Atenco, para lo
cual compró tierras ejidales a un precio irrisorio. Los habitantes se organizaron en el Frente
de los Pueblos en Defensa de la Tierra y el movimiento de resistencia civil de Atenco impidió la
construcción. En 2006 el Frente fue duramente reprimido por la Policía Federal Preventiva, de lo
cual resultaron 290 personas afectadas entre heridos y detenidos, además de dos jóvenes muertos.
14 N ACIÓN Y DIFERENCIA
6Tal vez la misma sorpresa que me re rió la socióloga guatemalteca Gladys Tzul Tzul cuan-
do en su estancia en 2006 en Acteal, la población de Chiapas que sufrió la masacre brutal de 45
indígenas en 1997, vio a los pobladores que cantaban todas las mañanas puntualmente a las seis,
el himno nacional mexicano.
7 Para un estudio sobre los “usos” de la categoría de pueblo y su politización, y la inscripción de
“lo popular” como dinámica de la cultura local/nacional desde el romanticismo hasta las vertientes
autoritarias del siglo XX, véanse Bourdieu (1988) y Martin Barbero (1987). Un estudio excelente
sobre la acción pedagógica que “descubre” al pueblo en la misma acción por la cual lo extingue y lo
domestica, se encuentran en De Certeau (2009).
INTRODUCCIÓN 15
estratégicos en momentos en los cuales hablar de comunidad tiene una connotación pública más
restringida (comunidades originarias, comunidades indígenas); incluso cuando los intelectuales
insistimos en la importancia del retorno crítico del concepto de comunidad (que considero indis-
pensable), en esta práctica discursiva puntual la patria remite a la gura “madre del pueblo”, y
con ella de fundamento (tan ideológico como la homogeneidad); sin embargo, es más alta la posi-
bilidad de lograr signi cativamente la comunión: hijos de un pueblo-totalidad desconocido y des-
plazado por un Estado espurio del que el movimiento intentaba —como el grueso de la población
a la que apela— separarse.
INTRODUCCIÓN 17
10 Aquí Bhabha hace un juego con localidad y locación: la particularidad del espacio enuncia-
tivo con respecto a cualquier totalidad imaginada, y el anclaje en una territorialidad especí ca
de la cultura.
INTRODUCCIÓN 19
quiasma del “sujeto nacional”, amparadas por las disciplinas que a su som-
bra se construyeron, asumidas y practicadas como “nuevos órdenes políticos”,
metamorfoseadas en la singularidad histórica del ser nacional. Continuidades
escudadas en las sinécdoques productivas que supieron sustituir —bajo pode-
rosas cciones políticas— casta por mestizajes, racialización por inequidades,
diferenciación por reconocimientos.
Con la capacidad de movilizar (o de paralizar), de sintetizar, de aglutinar
prácticas, de diferenciar sujetos, de materializar cuerpos, de identi car poéti-
cas o de interpelar políticas, en esa potencia de refundarse en la ambivalencia
como todo signi cante que ota (o que está, al decir de Michael Taussig, abier-
to), ahí es donde la nación como trama de sentidos fundada sobre los pilares en-
debles de esa colonialidad, cobra actualidad y pertinencia dentro de los debates
contemporáneos en las humanidades y en las ciencias sociales (Burton, 2003:
11-15; Rufer, 2010a: 28-30). Desde donde la nación se “hace” material (aunque
no materia ni sustancia), y se amarran las preguntas que recorren este libro:
¿quiénes hablan por la nación y para qué?11
LA ADMINISTRACIÓN DE LA DIFERENCIA
La nación como concepto que recoge la voluntad general del volk romántico
europeo fue modi cándose a medida que en Europa y en Latinoamérica, en el
siglo XIX —y más tardíamente en Asia y África—, se transfería como imperativo
para la conformación política de los Estados nacionales (Rufer, 2006: 18-31).
11 Aquí parafraseo la discusión sobre los procedimientos políticos inclusivos y excluyentes del
Estado-nación contemporáneo (y la “fuerza del guión” que los une) vertida en Butler y Spivak (2009).
INTRODUCCIÓN 21
Por eso siempre es más fácil saber qué decimos cuando hablamos de Estado, que
lo que signi camos cuando hablamos de nación.
La insistencia en separar aquí Estado y nación en términos analíticos no
re ere solamente a una preocupación académica por distinguir la singularidad
histórica (el acontecimiento moderno occidental) que de ne la unión de ambos
términos, también es una manera de recordar lo que aparece a lo largo de este
libro en distintos textos como una advertencia, como un modo de recuperar
un silencio que la historia-disciplina reforzó una y otra vez: el Estado-nación
re ere a un lugar particular de enunciación. Hay un aparato que habla por la
nación, que se adjudica la virtud de la representación, una paradoja en térmi-
nos jurídicos y discursivos. Por supuesto que ese aparato no es unívoco, homo-
géneo ni maquinario, pero en sus diferentes versiones utiliza la ventriloquia
como capacidad política. La noción de representación es la que pretende dotar
de legitimidad al Estado y es también la que permite ese ejercicio de usurpa-
ción ventrílocuo: el Estado puede hablar por la nación y puede hablar por el
pueblo.12 Esa amalgama histórica y contingente entre un aparato institucional
y su aparente capacidad de representar el interés es de una e cacia mucho más
profunda que la mera institucionalización de la voluntad general en un aparato
jurídico-político (la ciudadanía) (Butler y Spivak, 2009: 67-83; Spivak, 2003).
Pero aquí deberíamos reparar en que es un tipo de Estado el que habla
sobre un concepto de nación: el que supo vincular desde el siglo XIX europeo
una lectura particular y restringida de pueblo de nida por las élites (criollas
en Latinoamérica) con una acepción unívoca de cultura como homogeneidad y
criterio de pertenencia. Este proceso respaldó la creación de un tipo especí co
de homogeneización ciudadana (la cultura hecha fundamento de ley). A lo que
me re ero aquí es que el concepto de “una nación, una cultura, una lengua y (a
veces) una religión”, ha funcionado generalmente como un enunciado hegemó-
nico que ocultó una serie de mecanismos que intentaron implementar formas
especí cas de racialización excluyente, modalidades de heteronormatividad de
género, conjuros performativos del patriarcado en el derecho y formaciones pe-
culiares del discurso liberal. Dese ese momento, este último escindió mediante
una retórica de derechos, para decirlo claramente, la igualdad jurídica de la
igualdad en condiciones materiales.
Las formaciones discursivas del Estado-nación que amalgamaron pueblo-
nación-cultura-ciudadanía-Estado, además de ser altamente e caces en la cons-
trucción de aparatos legales que objetivaron relaciones históricas, tuvieron un
efecto más poderoso, naturalizaron esa historicidad, la hicieron aparecer como
necesaria, y universalizaron un proceso particular de la unión Estado-nación.
Dicho proceso no es natural o general, ni es —como intentó probar cierto histo-
ricismo de raíz hegeliana— el destino teleológico de los pueblos, es una plura-
lidad de formaciones históricas que formularon arcos variables y tácticas espe-
cí cas de dominación y que, en cada caso, tienen sus agentes de intervención,
vale decir responsables políticos.
Sin embargo, más arriba hemos resaltado el concepto “generalmente” por-
que para poder estudiar —y en algún modo este libro lo hace— los cambios que
están provocando ciertas particularidades históricas de los nuevos lugares de
enunciación, por ejemplo, el caso del Estado boliviano; en el cual el Estado-na-
ción dejó de ser un universal naturalizado ocupado por la particular élite blan-
ca que dominó económica y políticamente el país desde el periodo colonial. Tal
vez la mayor traición para las élites haya sido la “mostración” de esa contingen-
cia, evidenciar esa usurpación que había sido elevada a “disposición natural”
(Chakrabarty, 2008: 29-40). Cuando se expone la historicidad de un proceso, y
con ella su singularidad, se enfatiza también que las cosas podrían haber sido
de otro modo. Se demuestra la apertura de todo acontecimiento, se subraya que
esa formación puede cambiar, mutar radicalmente, transformarse en otra cosa
que desquicie sus fundamentos aparentemente incólumes (Rufer, 2010a: 12-15).
Pero lo que hay que desmontar siempre es ese lugar de enunciación que repre-
INTRODUCCIÓN 23
13 Tomo este concepto de las investigaciones del antropólogo brasileño Antonio Carlos de Souza
Lima. “El período enfocado más detalladamente es el de nales del siglo XIX y primeras déca-
das del veinte, que corresponde al delineamiento de un formato sociopolítico […] A este modo de
relacionamiento y gubernamentalización de los poderes concebido para coincidir con una única
nación, lo denominaremos poder tutelar. Su nalidad sería la de implantar, gestionar y reproducir
tal forma de poder de estado, con sus técnicas (prácticas administrativas), normas, y leyes princi-
pales, construidas por (y conformando) un modo de gobierno sobre lo que se denominaría el indio (o
en su plural indios), un status que se inventa y se transforma al inventarlo” (Souza Lima, 1995: 39).
24 N ACIÓN Y DIFERENCIA
parados para ser ciudadanos”) y dieron pie a las grandes retóricas disciplinares
indigenistas de América Latina (Urías, 2000; Guerrero, Andrés, 2010).
Los aparatos institucionales (entre ellos la escuela como estructura elemen-
tal, las redes técnicas de comunicación, el periódico y los elementos que con-
tribuirán a la creación de la esfera pública) son diseñados desde una densidad
jurídica que con ere la e cacia simbólica para ejercer ese tutelaje. Sus pro-
cedimientos de largo alcance, siempre en rede nición con la noción heredada
de contrato, y en un proceso denso de a rmación y contestación en el plano de
la articulación hegemónica, construyen lo que Norbert Elias llamó el “habitus
nacional” (Elias, 1999). Por medio de este concepto el sociólogo alemán re ere
los procesos de reiteración donde se legitima y naturaliza la existencia de un
Estado-páter, Estado-fetiche. De ahí que lo que construye aquello que Michael
Taussig denominó “la magia del Estado” (Taussig, 1997) es precisamente el
ejercicio cotidiano de borrar su producción contingente e histórica, de hacerlo
aparecer como necesario y trascendente; los discursos de nación y patria y sus
lenguajes iterados por esos aparatos contribuyen ampliamente al ejercicio de
borramiento.
Pero el verdadero secreto, dirá Taussig parafraseando a Adams, “es el se-
creto de la no existencia del Estado” (Taussig, 1995: 168). Se re ere aquí a una
materialidad que sólo es asible en agentes, actores y acontecimientos contingen-
tes, y no en esa narración estructural-personi cadora de cierta historiografía
(cuando se habla de algo como el “Estado priísta”), o la dotación fetichista de
agencia a las instituciones, tan recurrente en cierta vertiente de la sociología
o la politología acríticas (“el Estado propone”, “el Estado dirime”, el “Estado
resuelve”). Como advierte Gustavo Blázquez en su ensayo, “en la construcción
social del olvido, del carácter construido del Estado y su consiguiente presenta-
ción como fetiche, las performances patrióticas tienen una participación espe-
cial cuando se (re)presentan, contra toda evidencia empírica, como manifesta-
ciones espontáneas de un sentimiento patriótico”.
En esa performatividad los procesos actuales no son tan lineales ni uní-
vocos, hoy ya no podemos plantear una formulación unánime sobre “el Estado
26 N ACIÓN Y DIFERENCIA
mos van quedando siempre de nidos por una triangulación que los especi ca entre
sí y los (re)posiciona vis-à-vis con el “ser nacional” (Briones, 2005: 16. Subrayado
nuestro).
La tesis de Briones es capital por razón de que en la acción por la cual son
reconocidos, esos “otros internos” son también movidos hacia una parcialidad
diferenciada y productora de otredad; y forman parte de un Estado-nación que
en el propio proceso por el cual reconoce y otorga, continúa ejerciendo el poder
de la mirada legislativa, administrando subjetividades/sujeciones, y extendien-
do su soberanía. Este punto central funda la ética de la sospecha con la que este
libro aborda el problema de la diversidad, la diferencia y la diferenciación como
fenómenos históricos, contextuales y políticamente complejos.
La segunda parte del libro comprende tres trabajos que dialogan sobre la
relación entre los discursos de nación y los usos del pasado. Estos textos abor-
dan la tensión en la que Homi Bhabha identi caba “el complejo pedagógico-
performativo” al que ya aludimos, desde la disemi-nación de sentidos que no tie-
nen un anclaje unívoco ni una temporalidad única (Bhabha, 2002a); aquí ancla
el texto de Frida Gorbach, “La ‘historia nacional’ mexicana: pasado, presente
y futuro”. Desde una re exión pocas veces aludida para diferenciar “cultura
nacional” de “historia nacional”, la autora a rma que “aun cuando la historia
apunte hacia el futuro permanece inmóvil, y ello debido a que el progreso, -
nalidad hacia la cual la secuencia se dirige, es al mismo tiempo el escenario
que la hace posible”. A partir de aquí, y en un texto poderoso, Gorbach analiza
las modalidades discursivas en que la historiografía mexicana construye una
idea homogénea de temporalidad bajo la abstracción “nación”, en la que se “ha-
cen funcionar” los acontecimientos en diferentes metarrelatos que en última
instancia contribuyen a la realización de esa abstracción en una temporalidad
única, lineal y progresiva.
Además de esta constatación, se estudia la manera en que un desmantela-
miento de esas estructuras míticas amenaza con dejar al descubierto la futili-
dad de las promesas desarrollistas (de ciudadanía, de inclusión, de ampliación
de justicia) implícitas en el discurso histórico, eso que Hayden White llamaba
la doble cara de la historia, su política de la interpretación (jamás neutral) y
la deseabilidad de lo real en ella presente (White, 1979). La autora hace un
análisis tropológico sobre cómo funciona la “separación” entre la historia “pre-
hispánica” y la “historia de la nación” en las dos vertientes más importantes
de la historiografía mexicana. La Historia general de México, publicada por El
Colegio de México en varias ediciones, y La visión de los vencidos, de Miguel
León-Portilla (cuya primera edición data de 1959) son textos clave que se dis-
putan estas signi caciones históricas de repercusión de largo alcance en las
pedagogías nacionalistas.
Frida Gorbach propone como tesis que la historia se antropologizó sobre el
fondo de un no-tiempo. En él, la Conquista —a la vez que borrada por superada,
32 N ACIÓN Y DIFERENCIA
Por otra parte, este capítulo nos muestra de qué manera la pretendida “se-
cularización” del Estado-nación estuvo siempre tamizada por una cercanía pro-
funda con los imaginarios religiosos en los que Dios, la Patria y la Nación se
amalgaman en la producción de un nudo de afecciones: lo cual contribuye, a
partir de ciertos mecanismos celebratorios y ceremoniales, a otorgar al Estado
el carácter “trascendente y necesario” que lo reviste y a producir esa “construc-
ción social del olvido” que, como sabemos desde Renan, es el elemento crucial
que mantiene más o menos estable el guión del Estado-nación.
El tercer texto es de mi autoría, “De las carrozas a los caminantes: Nación,
estampa y alteridad en el bicentenario argentino”. Con preocupaciones cercanas
a las de Blázquez, intento analizar qué discursos sobre la historia nacional fue-
ron los que se privilegiaron en las celebraciones del Bicentenario argentino en
mayo de 2010. Principalmente trabajo con las celebraciones o ciales y el “des le
de carrozas alegóricas” de la historia, y por otra parte, con la “marcha de los
pueblos originarios” que partió días antes del 20 de mayo desde diferentes pun-
tos de la geografía argentina hasta la capital, Buenos Aires.
Me interesa contrastar de qué manera el primero trabaja con “estampas” de
la historia nacional que actualizan una vez más la imagen eterna y profunda
de los mitos fundacionales. Aun los “episodios” problemáticos como la Conquis-
ta del Desierto necesitan ser borrados con el arti cio de una alegoría. El mito
nacional que vincula el origen no con un pasado remoto pre-colonial o con la
modernidad hispana sino con un “viaje” (en Argentina, “todos bajamos de los
barcos”) es puesto a funcionar de manera productiva y ambivalente en la cele-
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42 N ACIÓN Y DIFERENCIA