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Instituto de Altos Estudios Sociales - Universidad Nacional de San Martín

Maestría en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural

Maurice Agulhon o la política de la vida cotidiana.


Una lectura de El Círculo Burgués. La sociabilidad en Francia, 1810-1848

Trabajo final para “Historiografía y práctica histórica”


Docente titular: Dr. Fernando Devoto

Vera de la Fuente
DNI 23.327.243

Agosto de 2011
Le cercle dans la France bourgeoise, 1810-1848. Étude d’une mutation de
sociabilité, publicado originalmente en 1977 por la Librairie Armand Colin en la
prestigiosa colección Cahiers de Annales, es reconocida hoy en día como una obra
clásica de la historiografía francesa contemporánea. En esta parte del mundo fue recién
en 2009 que pudimos contar con una edición en español, al cuidado de la historiadora
argentina Pilar González Bernaldo, discípula de Agulhon y buena conocedora de su
producción y trayectoria.
Además de acercarnos a un autor de mucha influencia en el campo historiográfico
europeo -y también en el medio hispanoamericano, a pesar de haber sido hasta ahora muy
poco traducido-, un aporte valioso de esta edición de Siglo XXI1 es la inclusión de “Una
pequeña autobiografía intelectual”, conferencia que diera Agulhon en 2001 en el marco
del coloquio en torno a su obra realizado en la Casa de Velázquez. Se trata de un breve
pero muy interesante complemento a la lectura de El Círculo burgués, que nos permite
acceder a las reflexiones del autor sobre su propia labor y sobre múltiples aspectos de su
recorrido académico y profesional, conocer sus afinidades políticas e intelectuales así
como las distancias que busca demarcar respecto de otras perspectivas del pensamiento
social. También las palabras de presentación de la investigadora argentina aportan al
lector sugerentes consideraciones que se sustentan en su propia labor historiográfica, en
la que aporta a la historia política latinoamericana objetos y preguntas que transitan el
sendero abierto hace ya un par de décadas por el historiador francés 2. En su presentación,
el lector encuentra observaciones que ofrecen una contextualización de la obra y una
síntesis de la trayectoria de Agulhon, además de una estimulante reflexión teórica sobre
la productividad de su perspectiva y algunos problemas ligados a la sociabilidad como
categoría histórica y analítica.

Maurice Agulhon, nacido en 1926 en Uzès, se formó como historiador al lado de


Ernest Labrousse, quien tuvo gran ascendencia intelectual sobre una generación de
jóvenes historiadores que, en el período de la segunda posguerra, deseaban sellar una
alianza entre el compromiso activo con el Partido Comunista Francés y una rigurosa

1 Agulhon, Maurice; El círculo burgués. La sociabilidad en Francia, 1810-1848, Buenos Aires, Siglo
XXI, 2009, 208 páginas. La traducción estuvo a cargo de Margarita Polo.
2 González Bernaldo de Quirós, Pilar; Civilidad y política en los orígenes de la Nación Argentina. Las
sociabilidades en Buenos Aires, 1829-1862, Buenos Aires, FCE, 2000, 406 páginas. Caminos
compartidos en buena medida a través de Francois-Xavier Guerra.
formación en la disciplina histórica. Pero Agulhon no siguió el camino de la historia
económica y estructural como lo hizo su maestro, su obra es ajena al paradigma
estructural de quien fuera su director de tesis. Su primera gran investigación, publicada
en 1966, anunció el surgimiento historiográfico de un concepto que desde entonces está
inevitablemente atado a su obra: la sociabilidad. La publicación de La sociabilité
meridionale fue el inicio de una larga y múltiple indagación orientada a elucidar
problemas propios de la historia política francesa, más precisamente la difusión y
recepción del republicanismo. Reeditado dos años después con el título de Pénitents et
francmaçons de l’ancienne Provence, estaba dedicado a la etapa final del Antiguo
régimen, la que se analizaba bajo el prisma de las asociaciones. Le siguió su
investigación principal sobre la región del Var entre el final de la Revolución francesa y
el año 1851, que retomaba el postulado del erudito provenzal Fernand Benoît de una
identificación entre sociabilidad y “temperamento” meridional, para darle una nueva
inscripción material en un marco de interpretación renovado.

En los años finales de la década de los sesenta y a lo largo de la siguiente,


Maurice Agulhon trabajó intensamente en el análisis de las formas y los espacios de
sociabilidad, de manera inseparable del estudio más global sobre el nacimiento y el
desarrollo de la Francia burguesa. Desde entonces, su pregunta por la sociabilidad
resultaría inseparable de la política.

Sin duda, los aportes de Agulhon no solamente renovaron la historia política sino
también la historia social de Francia, y no sólo a la historia de los sectores burgueses sino
también la de los sectores obreros y populares, como quedó bien reflejado, entre otras
cosas, en los ensayos reunidos en Historia vagabunda, lo más conocido hasta ahora en
lengua castellana de su extensa producción historiográfica.

El Círculo burgués representa en el recorrido intelectual de Agulhon el momento


de pasaje de una historia regional, especializada sobre todo en el espacio meridional, a un
examen de la dimensión nacional de ciertas prácticas asociativas propias de la clase
burguesa. El libro ofrece un pormenorizado estudio de la difusión de la forma asociativa
del círculo en Francia, entre finales del Imperio y las vísperas de la caída de la
Monarquía, el que es concebido como “la forma típica de la sociabilidad burguesa en
Francia durante la primera mitad del siglo XIX”3. En el prefacio, el autor plantea sus
interrogaciones sobre la utilidad y la pertinencia de la noción de sociabilidad para el

3 Agulhon, M., Op. cit, p. 47.


análisis histórico, ofreciendo una serie de observaciones de orden teórico y metodológico
que le permite clarificar las bases sobre las cuales procederá a construir su objeto de
estudio: la sociabilidad burguesa expresada bajo la forma del círculo y su relación con la
política y la cultura de la modernidad francesa.

A través de las dos partes principales en que se estructura la obra, una primera de
historización y una segunda de análisis institucional, el círculo adviene a los ojos del
lector un espacio social con todos los atributos que lo definen como una proto-forma de
la vida liberal, un espacio para la experiencia de la igualdad, para la vivencia de una
democracia entre pares. Agulhon logra reconstruir históricamente el proceso de
conformación y expansión del círculo en el territorio francés, a través de un minucioso
trabajo de construcción de lo empírico (la historia como una “ciencia de la observación”,
dirá Pilar González) con el que logra asentar un objeto de considerable abstracción como
es la sociabilidad (categoría - objeto) sobre una institución social primero informal y
luego formalmente constituida, volviéndola así un fenómeno histórico mensurable,
historizable, comparable.

Su intención es retratar, caracterizar y distinguir entre las distintas formas o


expresiones de la sociabilidad burguesa, aristocrática y popular, y las relaciones
complejas que es posible detectar entre ellas, tanto de oposición como de confusión: el
círculo se va definiendo así en referencia al salón, al café, al cabaret, a la asociación
científica o especializada y emerge entonces con más precisión en sus novedades, en las
mutaciones que cobran así evidencia. Tan minucioso es en el análisis que por momentos
parece caer en la redundancia, en la reiteración, pero termina siempre sumando un
elemento, aportando un nuevo color a la descripción.

Entre los principales rasgos del período y del fenómeno estudiado es posible
subrayar tres: primero, que la revolución no fue el origen de estas prácticas, que ya
existían e incluso que los años post-revolucionarios fueron política y jurídicamente
hostiles y temerosos ante la expansión de estas formas asociativas, que evocaban la
politicidad de aquellos días; segundo, el autor constata que el círculo fue una institución
asociativa moderna, principalmente porque promovía formas igualitarias de asociación y,
tercero, el círculo fue una asociación que se caracterizó por su plasticidad, admitiendo la
cotidianeidad de la política como parte de la función de contención de actividades para el
disfrute del ocio como el juego, la lectura del periódico, la bebida y el consumo de
tabaco.

Esa descripción, que podría leerse como una especie de etnografía, se alimenta de
múltiples fuentes a través de las cuales Agulhon logra caracterizar el círculo y dar cuenta
de su evolución a lo largo de varias décadas, con las diferencias que existían en diversas
regiones del territorio francés. El historiador busca analizar no sólo cómo este tipo de
prácticas intervienen en la acción política –la sociabilidad informal o formalizada en
sociedades participa del juego político a través de los vínculos que teje entre los actores y
el clima de confianza o de recelo que pueden alimentar entre los mismos–, sino poner en
evidencia cómo ésta supone un marco de referencia de las acciones y de los discursos que
los propios vínculos construyen.
Para ello recurre con notable habilidad tanto a documentos oficiales como a todo
tipo de relatos y fuentes de información. Entre los primeros, el historiador cuenta con el
increíble censo de asociaciones de 1811 y analiza las normativas que intentan regular la
vida asociativa, los informes de policía y cientos de expedientes de autorización o
formación de círculos y sociedades. Agulhon aprovecha al máximo la abundante
documentación que produce el estado en esos años de expansión de su rol de control,
regulación y vigilancia de la sociedad civil. Pero su versatilidad le permite recurrir
también a otro tipo de indicios, aquellos que mejor parecen responder al tipo de
preguntas que a Agulhon le interesan plantear, como son las memorias personales, la
correspondencia privada y especialmente la narrativa contemporánea al período
estudiado, encontrando en autores como Proust, Balzac, Baudelaire, Stendhal y otros,
significativas descripciones y retratos de su época. La reconstrucción abarca de este
modo tanto la forma institucional y su relación con el estado -por ejemplo a través del
análisis de los estatutos y los informes policiales-, como la recreación de sus ambientes y
espacios, sus dinámicas internas, el modo de vida de sus miembros, entre otros aspectos.
La argumentación avanza a través de una progresiva definición de tipologías o
modelos y fundamentalmente en base a la comparación como método de conocimiento:
su construcción opera diferenciando el círculo francés del club inglés, señalando las
diferencias entre París y las provincias, buscando las transformaciones que se suceden
entre el momento previo y posterior a 1830. El comparativismo como método es,
efectivamente, una de las afinidades que pueden encontrarse entre la historia agulhoniana
y la sociología, además de una cierta voluntad de descubrir leyes y regularidades, aunque
el énfasis se mantiene prudentemente en una historia de factura tradicional que sólo
puede afirmarse sobre los documentos.
De allí que su trabajo sea descriptivo, exploratorio, atento a lo conceptual y pleno
de sugerencias e hipótesis interpretativas, pero sin arriesgar fuertes movimientos de
generalización o especulación, sino por el contrario, definiendo con extremo cuidado los
límites de su investigación y los alcances de sus conclusiones.

Una de las preguntas que motivan al historiador y al ciudadano que conviven en


Agulhon es la búsqueda de una historización que explique la decadencia de la sociedad
burguesa. La pregunta involucra en verdad a la misma valoración del impacto de la
modernidad en Francia. La idea de progreso y de evolución está muy presente, al igual
que los entrecruzamientos entre lo político y lo cultural. Y por supuesto es la burguesía
como clase renovadora la protagonista principal de su análisis. Hay en Agulhon una
mirada positiva sobre las transformaciones del proceso histórico, en las que encuentra
aspectos que no fueron lamentables sino por el contrario, abrieron vías de progreso
democrático respecto del antiguo régimen. En este punto es donde se hace más clara su
profunda diferencia con Foucault, tal como él mismo reconoce en su “autobiografía
intelectual”.
El interés de Agulhon está orientado a descubrir las claves de la conformación
histórica de una conciencia política republicana y de una cultura burguesa que logró
universalizarse, asociada a un modo de vida liberal, inicialmente resistido y subterráneo,
que se verá en unas décadas extendido, convirtiendo en neutras instituciones y espacios
que originalmente no lo eran. La pregunta es, sin duda, política. Forma parte de su
compromiso cívico. Su motivación historiográfica es esencial y profundamente política.
La historia en el nivel de lo cotidiano es un medio para responder a problemas de tipo
general. Si no hay relación a un problema de ese orden, lo cotidiano no es más que un
repertorio de banalidades. La idea subyacente es que los grandes problemas político-
culturales pueden encontrar parte de explicación en la dimensión de la vida privada.
Por otra parte, es interesante observar que si bien se puede reconocer en términos
de los vínculos personales, académicos y editoriales una fuerte cercanía a los
historiadores de Annales, en lo atinente propiamente a su producción históriográfica se
hace evidente una cierta distancia epistemológica. Cabe preguntarse, en ese sentido, si su
obra es enteramente ubicable en la línea de la historia de las mentalidades políticas.
Porque si bien Agulhon es un historiador de la cultura y de las prácticas sociales, al
menos en El círculo burgués, no aparece una noción relevante de totalidad, ni hay una
búsqueda de lo estructural o de encuadrar lo estudiado en grandes procesos, sino que la
mirada de Agulhon sitúa la sociabilidad en la dimensión concreta, “objetiva”, de la vida
cotidiana. La política para este historiador funciona y se entiende en ese plano, y allí la
acción humana tiene un papel decididamente central.
Lo que Agulhon encuentra en el círculo es el escenario, los medios y el clima que
favorecen la puesta en acto de una pequeña democracia entre pares, una estructura de
sociabilidad que permite el despliegue de una politicidad nueva, republicana, embebida
de aquella primordial vivencia de la igualdad. Un enfoque como este va un poco a
contrapelo de los grandes relatos sobre la formación de conciencia de clase, de los
sistemas políticos o incluso de las ideologías, cuya capacidad de interpelar a los sujetos
queda en un muy borroso segundo plano frente a las prácticas y experiencias cotidianas.
Lo político se vincula a las afinidades, a los intereses sí, pero también a las amistades,
preferencias y aficiones compartidas, a la dinámica de las interacciones sociales en
ciertos ámbitos o lugares de reunión. La ideología está ubicada en un nivel menos
determinante.
Así es que en la obra de Agulhon puede hallarse una síntesis fecunda del estudio
de las representaciones colectivas y de las mentalidades, entendida como aquello que está
en el origen y en la historia de las formas de la acción política. Esta perspectiva en aquel
entonces novedosa tenía como contracara una ampliación notable en el tipo de fuentes a
las que recurre el historiador, e incluso la modificación de la misma noción de
documento.
Historiador tradicional entonces, la suya es una historia social en diálogo con la
sociología francesa, deudora de Marx y de Durkheim, que trabaja centralmente a partir de
la idea de las clases sociales. Ahora bien, ¿qué significa “burgués” para Agulhon? ¿Cómo
está pensando la sociedad burguesa? ¿Cómo caracteriza a la burguesía? La sociedad
burguesa aparece como un conjunto de valores y normas de comportamiento
internalizadas, un período histórico en que se extienden y generalizan determinadas
formas de vida e interacción social. Se trata de una mirada que es cercana a una
definición de tipo weberiana, en la que el rasgo más importante es un comportamiento y
una mentalidad orientada por el racionalismo como visión del mundo. Los valores
internalizados como deber ser de la burguesía alcanza la estructura familiar, la educación
de los niños y jóvenes, la vida social en su conjunto. Y se expresan en comportamientos
de los que depende el ser admitido, la posibilidad de pertenecer o no a un determinado
grupo social. A la vez, y en buena medida, la burguesía se define por oposición a la
aristocracia, por un lado, y a las clases populares, por otro.
El campo de estudios de la sociabilidad ofrece un terreno propicio para una
estrecha y deseable colaboración de la historia con otras disciplinas de lo social, en
especial con la sociología y la antropología. De hecho se trata de un concepto
proveniente de la sociología -y de pensadores como Simmel, Weber, Gurvitch-, que entre
fines de los años sesenta y la década siguiente se convirtió, en palabras de este historiador
que fue en buena medida responsable de que ello suceda, en objeto de la historia.

También es destacable el diálogo con la antropología que Agulhon pone en juego


en el análisis de las sociabilidades y su devenir político durante los procesos complejos y
traumáticos de la formación de la conciencia republicana. Se puede reconocer en la suya
una mirada “etnográfica” sobre los comportamientos y representaciones colectivas por
medio de la cual dar cuenta de las vivencias políticas en la vida cotidiana, y a través de
ella las adhesiones políticas y la presencia entre los diversos sectores sociales de
determinados símbolos y valores. Es notable asimismo el interés por el vocabulario como
medio de acceso a las mentalidades políticas, aunque pareciera trabajarlo en un registro
casi anti-teórico, de historización de las palabras y reposición de los contextos y sentidos
propios de cada época y lugar.

Conclusiones en torno a la sociabilidad y sus límites

Como referimos anteriormente, la sociabilidad, lejos de presentar un estatuto


cerrado, se constituye con un perfil bifronte: mientras uno de sus costados la muestra
como objeto de estudio, el otro la posiciona como una herramienta metodológica, una
categoría útil para el análisis histórico. Ahora bien, a medida que los estudios sobre la
sociabilidad en registros temporales y espaciales diversos se multiplicaron, especialistas
como la propia Pilar González Bernaldo advierten sobre el riesgo de trivialización
teórica, conceptual y metodológica. Utilizada desde el sentido común, confundida con el
asociacionismo o incluida en una mezcla teórica muchas veces indigesta, la sociabilidad
se torna un concepto de difícil definición, una especie de comodín: “Si todo es
sociabilidad, la invocación de la categoría para dar inteligibilidad a fenómenos históricos
tan diversos pierde cierta pertinencia”4. Por eso el espacio que esta noción ha ido
adquiriendo en la agenda historiadora no deja de tener sus áreas sinuosas, confusas y
tensas. Es cierto que el propio Agulhon no ha construido una definición unívoca, sino que
el uso que dio al concepto permite verificar deslizamientos a lo largo de sus
investigaciones.
Como el autor mismo señala en su prefacio, en El Círculo burgués la sociabilidad
refiere a los sistemas de relaciones que provocan la vinculación y la gestación de
sentimientos de pertenencia-solidaridad entre los integrantes. Así, el concepto se
mantenía en una zona de cierta ambigüedad, haciendo coincidir en él tanto las

4 Agulhon, M., op. cit, p. 26.


experiencias de sociabilidad recreadas en asociaciones formales –con estatutos,
comisiones directivas, locales fijos de reunión, etcétera–, como así también situaciones
de agrupamiento informal, como los cafés, las tabernas, los paseos públicos, etcétera.
Pareciera que Agulhon lo reformulara y remitiera exclusivamente a las instituciones o
“formas de sociabilidad específicas, para hacer su estudio concreto”5, tal como enfatiza
en el prefacio. Más tarde, como puede apreciarse por ejemplo en Historia Vagabunda,
Agulhon avanza en el estudio de las formas de sociabilidad de los obreros y vuelve a
hacer énfasis en la necesidad de estudiar la sociabilidad en su expresión concreta,
material:
“Sin embargo, existe una diferencia considerable entre la sociabilidad de las clases superiores y la
de la clase obrera (o popular en general). No existe asociación, ya sea informal (simple reunión de
parroquianos) o formal (con estatutos, reglas escritas), sin que exista un lugar de reunión estable. Este lugar
es un bien material, un capital. Para el rico, la dificultad no resulta grande. La sociabilidad informal de la
vida de salón se lleva a cabo, precisamente en los salones de las grandes residencias aristocráticas o
burguesas. La sociabilidad formal del círculo de hombres se lleva a cabo en un local alquilado o comprado
por cooperación; son gastos, sin embargo, fáciles de sobrellevar. En cambio, el obrero es muy pobre y vive
en gran estrechez. En el estudio de la sociabilidad obrera exige que, antes, nos preguntemos dónde se
ejercía”6.
La cita nos permite vislumbrar algunas de las principales líneas que atraviesan la
problemática de la sociabilidad. En primer lugar, los sujetos puestos en acción en los
juegos de la sociabilidad, son seres colectivos que se agrupan de acuerdo con su clase,
trabajos, necesidades e intereses. Pero si bien la tendencia asociativa es inherente a los
individuos, no todos disponen de los mismos recursos para materializar aquellos sitios de
encuentros. El espacio donde llevar a cabo la reunión resulta sustancial e indicador del
nombre y de las prácticas a ser realizadas.
Ahora bien, ¿se puede tomar como modelo el de la sociabilidad burguesa para
estudiar la sociabilidad popular? Agulhon parece afirmarlo al partir de una valoración
positiva de la cultura de elite, mientras que lo popular se entiende como una especie de
derivado de aquella. Su pregunta es ¿cómo llega la cultura de elite a los sectores
populares? La búsqueda lo lleva al estudio de formas homólogas al círculo y al café
como la chambreé o el cabaret. Agulhon dice de la sociabilidad, y en esto no habría
diferencia entre la sociabilidad burguesa y la obrera, que puede ser entendida como “la
aptitud de vivir en grupos y consolidar los grupos mediante la constitución de
asociaciones voluntarias”7. Como Agulhon lo expone, la diferencia entre la sociabilidad

5 Agulhon, M, op. cit., p.38.


6 Agulhon, M., Historia Vagabunda. Etnología y política en la Francia contemporánea, México, Instituto
Mora, 1994., p. 56-57.
7 Agulhon, M., Historia Vagabunda.. op. cit., p. 55.
de los burgueses y la de los obreros es material: mientras los primeros poseen recursos
para comprar o alquilar, los otros deben inflamar la imaginación para construir puntos de
encuentro en lugares tan dispares como accesibles: un parque, el taller, la taberna o la
habitación colectiva. Entonces, las preguntas y las fuentes donde buscar respuestas a la
problemática son redefinidas y se vuelve sustancial el acercamiento a la etnología.

Si se busca sumar a una definición que delimite el campo de estudios de la


sociabilidad, podríamos acordar también que se ocupa de “analizar las formas a través de
las cuales un grupo de individuos entra efectivamente en relación, considerando la
dimensión afectiva -positiva o negativa- como componente del vínculo”8.
Son varios los problemas que se han señalado a este tipo de abordaje. Uno de los
principales problemas es el de la disponibilidad de fuentes adecuadas y, de la mano con
ello, la tendencia a privilegiar la sociabilidad “formal”, es decir, a historiar o analizar las
instituciones asociativas por encima de otras prácticas y espacios de sociabilidad menos
institucionalizadas y menos fácilmente estudiables a partir de documentos escritos.
Pilar González Bernaldo señala otro problema que puede conllevar la sociabilidad
como categoría de análisis y es la posibilidad de confusión (o la dificultad para
distinguir) entre marco formal y relación social. En efecto, se puede pertenecer a una
asociación y no entablar ningún tipo de relación con los otros miembros. Asimismo, el
desafío es entender a las sociabilidades “en plural”. El plural no es sólo una consecuencia
de las diferentes prácticas y los diversos actores sociales que la movilizan, sino de una
división más sutil que el mismo Agulhon reconoce entre la “sociabilidad formal” y la
“informal”. Cuando el historiador afirma que la sociabilidad refiere a la aptitud que lleva
a los sujetos a agruparse de manera voluntaria en asociaciones, sin dudas está
estrechando el vínculo entre sociabilidad y asociacionismo. Vínculo que se estrecha y se
concentra al diferenciar con claridad tanto los niveles de formalidad/informalidad de las
prácticas como el carácter claramente institucionalizado de tales relaciones.

Las prácticas asociativas institucionalizadas contribuyen a la formación de los


valores propios del liberalismo político. Desde esta perspectiva, el proceso histórico que
desemboca en entidades orientadas por la coalición y la representación de intereses
particulares –fundamentalmente materiales– compartidos y formalmente acordados, es
visto como un ideal de progreso. La institucionalización de las asociaciones tenía
directamente que ver con que el Estado asumiera la vigencia de los derechos civiles y de
8 González Bernaldo de Quirós, Pilar; “La « sociabilidad » y la historia politica”, Nuevo Mundo Mundos
Nuevos, BAC - Biblioteca de Autores del Centro, 2008. http://nuevomundo.revues.org/24082, p. 22.
Consultado el 12 agosto 2011.
las libertades de reunión, de opinión y de prensa, y, de esta manera, regulara legalmente
tales formas de constitución social ciudadana. Por ello, también la reunión voluntaria
podía estar formalizada, al consolidarse lazos de cohesión que permitieran a un grupo
mantenerse en el tiempo e intervenir socialmente, sin que por ello buscaran o recibieran
reconocimiento en términos de legalidad institucional.
Por último, cabe preguntarse si lo que es válido dentro del modelo francés vale
para otros contextos o en caso que así sea, con qué limites o precauciones se puede
trasladar el objeto, la categoría y los problemas que a partir de ella se construyen a otros
espacios sociales y geográficos. Sería interesante tener estas cuestiones presentes al
momento de aproximarnos a una cantidad de trabajos que se vienen desarrollando en los
últimos años en torno a la sociabilidad formal e informal en la Argentina. En efecto,
contamos con trabajos como el ya citado de Pilar González Bernaldo o el de Jorge
Myers9, que concentran su atención en los espacios de sociabilidad en la ciudad de
Buenos Aires en las primeras décadas previas y posteriores a la independencia, o los de
Sandra Gayol10, que estudia los espacios de sociabilidad informal, como los cafés, en
Buenos Aires desde fines del siglo XIX hasta el Centenario. Asimismo, una visión
general de las formas de asociacionismo en Argentina se puede obtener de una
compilación que abarca desde los tiempos virreinales hasta los últimos años del siglo
XX11. El ejercicio crítico que realizamos en estas líneas nos invita a profundizar en la
problemática con no pocas preguntas abiertas.

9 Myers, Jorge, “Una revolución en las costumbres: las nuevas formas de sociabilidad de la elite porteña,
1800-1860”. En Devoto y Madero (DIR.): Historia de la vida privada en la Argentina. Tomo I,
PaísAntiguo. Buenos Aires, Taurus, 1999.
10 Gayol, Sandra: Sociabilidad en Buenos Aires. Hombre, honor y cafés, 1862-1910. Buenos Aires,
Ediciones del Signo, 2000.
11 Di Stefano, R.; Sábato, H.; Romero, L. A.; y Moreno, J.: De las cofradías a las organizaciones de la
sociedad civil. Historia de la iniciativa asociativa en Argentina, 1776-1990. Buenos Aires, Gadis, 2002.

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