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BRAGONI, Beatriz y MIGUEZ, Eduardo, “Introducción.

De la periferia al centro: la formación de un


sistema político nacional, 1852-1880”, en Bragoni, Beatriz y Miguez, Eduardo (coord.), Un nuevo
orden político. Provincias y Estado Nacional, 1852-1880, Biblos, Buenos Aires, 2010, pp. 9.28.
Historiografía tradicional: ve la formación del Estado Nación a partir de los instrumentos montados por
una elite dirigente a través de un Estado nacional para someter cualquier elemento que obstaculice el
progreso del país, y logrando un principio de autoridad estable (lo cual se logra recién en 1874 con la
presidencia de Avellaneda y la coalición de gobernadores).
La propuesta de Bragoni y Miguez, y de quienes signan los artículos publicados en su compilación, es la
de desplazar el foco de observación del centro a la periferia. De esta forma se exhibirán dinámicas
políticas más complejas de las normas que rigieron los vínculos políticos entre Buenos Aires y las
provincias.
La formación del Estado argentino sirve como sustrato para este debate, ya que uno de los rasgos más
descuidados en este proceso es el estudio de las formas institucionales previas. Esto no es sorprendente
teniendo en cuenta la existencia de una visión preocupada por retrotraer la existencia del Estado al
momento de la independencia. Quienes por otro lado han intentado reconstruir el proceso de construcción
de la Nación desde 1852, han prestado poca atención a estas formas institucionales preexistentes. Estas
visiones son tributarias de una periodización que pone el énfasis más en las rupturas (para señalar la
consolidación de un Estado luego de los 30 años de discordia abiertos con la independencia) que en los
procesos a largo plazo. Para abordar este tema es importante definir el Estado: una primera respuesta
viene de los clásicos: división social del trabajo, surgimiento de una clase ociosa que domina el estado,
monopolio de la fuerza legítima, sistema tributario para extraer excedentes, organización administrativa,
etc.
Tres discusiones historiográficas son importantes teniendo en cuenta esta definición:
a. Sin prestar atención a las formas institucionales anteriores al Estado Nación, alguna literatura
parece proponer que la conformación del Estado se hace a partir de la sociedad civil, descuidando
el hecho de que el Estado es una construcción política que se establece sobre otras formas de
autoridad o gobierno preexistentes, por lo tanto no se aboca a la explicación de estas formas
estatales previas (Oszlak sería un ejemplo de esto, ya que plantea al estado como una entidad que
absorbe las prerrogativas de la sociedad civil, por ejemplo el uso de la fuerza que estaba en manos
de las milicias locales).
b. La segunda discusión tiene que ver con análisis sobre el funcionamiento de la sociedad colonial.
Se ha observado como en esta había límites muy débiles entre lo público y lo privado, y como las
relaciones interpersonales eran de gran importancia. Esto ha llevado a historiadores a restar
importancia a las instituciones estatales en la regulación social. Es importante destacar que aunque
no se trate de las expresiones de los modernos estados nación, no dejan de ser formas estatales.
c. La tercera es la concepción de la formación del Estado como un proceso de cooptación del poder
central sobre los poderes locales. Este proceso debe verse como una relación negociada y
conflictiva entre centro y periferia.
Con estas advertencias un punto de partida útil puede ser el trabajo de Chiaramonte, quien subraya que
a partir de 1820, con la disolución del poder central, el esquema que siguió es una “confederación” de
“estados” (soberanías) independientes sujetos a pactos interprovinciales que no consiguieron la
consolidación de un Estado Nación. Esta concepción de estado claramente no es la clásica, pero significa
la existencia de formas de dominación social estatal, previas a 1852. La existencia de estas se ve
claramente en la dificultad de Buenos Aires a partir de 1829 para lograr una dominación estable. La
escasez de recursos hacía que esta dependiese de liderazgos locales y lealtades personales, ante la
imposibilidad de consolidar formas impersonales de respeto a las instituciones. Si Buenos Aires, mejor
económicamente posicionado, tenía dificultades económicas, mayores eran las de las provincias.
Las administraciones estatales provinciales sobrevivían como podían con exiguos recursos, y la
capacidad de establecer un control social real era muy limitada. Esta precariedad institucional sin
embargo, no fue motivo para que ninguna de las provincias abandonara su estatus político-jurídico, ni
tampoco para que uno pudiera ejercer un dominio sobre los restantes. Este poder formal, definido por una
aceptación de la subordinación, en la mayoría de los casos tenía realidad en el ámbito urbano, mientras
que en las zonas rurales el poder informal de los caudillos era más significativo.
Debe reconocerse sin embargo que estos caudillos siempre concibieron su poder en un marco provincial
e incluso en un proyecto de nación. Existe una apelación en sus referencias a un orden superior, así,
aunque las expresiones institucionales de un Estado estaban lejos de existir, este estaba bien instalado en
el imaginario.
CUANDO LA CONSTITUCIÓN DE 1853 VIO LA LUZ CONSISTÍA EN UN PROGRAMA PARA REUNIR EN
UN ESTADO-NACIÓN A 14 ESTRUCTURAS DE DOMINACIÓN SOCIAL DIFERENTES. NO SE
TRATARÍA DE LA EMERGENCIA (como plantea Oszlak) DE UN NUEVO ACTOR QUE SE VA
IMPONIENDO SOBRE LA SOCIEDAD CIVIL, SINO DE LA CONVERGENCIA DE CATORCE FORMAS
QUE LO PRECEDIERON. EN SENTIDO ESTRICTO TAMPOCO ES UNA FORMA TOTALMENTE
NUEVA, YA QUE EXISTÍA EN LA COSMOVISIÓN POLÍTICA DE LAS ELITES PROVINCIALES. SI LA
NACIÓN FRACASA INSTITUCIONALMENTE CON LOS PACTOS INTERPROVINCIALES, PERVIVE EN
EL IMAGINARIO COLECTIVO. PARA 1853, AUNQUE LA CONSTITUCIÓN SEA UN AVANCE, ESTA
NACIÓN SEGUÍA SIENDO UN PROYECTO: SU CONSOLIDACION EN LA REALIDAD REQUERÍA EL
MONTAJE DE UN DISEÑO INSTITUCIONAL QUE ARTICULARA CATORCE FORMAS SOCIALES MAS
O MENOS AUTONOMAS (formas sociales autónomas que en algunos casos no lograban imponer una
dominación total sobre toda la región). ASI EL ESTADO NACIONAL NO ES PRODUCTO DE
PROGRESIVAS PENETRACIONES SOBRE LAS PROVINCIAS, LA CENTRALIZACION DEL PODER
RESULTA DE DOS DINÁMICAS DIVERGENTES: LA PROVINCIAL Y LA NACIONAL.
Más allá de esta dinámica, es necesario comprender que los actores políticos provinciales lejos estaban
de convivir en armonía. En el proceso de centralización política, las reglas del juego de la lucha cambian
para quienes quieren ocupar un lugar en la constelación de poder nacional. El poder de las milicias debía
ser subordinado por el del Ejército y el Estado (contradicción grande con un modelo en que la lucha
política no podía no echar mano de las milicias provinciales), y a los liderazgos locales, el nuevo orden no
les deparaba ningún lugar.
El triunfo de Bartolomé Mitre en Pavón altera el estado de cosas. Si la historiografía tradicional muestra
el progresivo avance sobre las provincias desde el nuevo estado, los trabajos del libro complejizan esta
visión desde las variantes locales que el proceso adquirió, no podría hablarse de una hegemonía porteña.
Y esto nos lleva a otro problema, la interpretación halperiniana de un consenso liberal. Si lo que guía a los
actores es la vida económica, podría decirse que se llegó a un nuevo consenso basado en el programa
liberal, y la promoción del progreso y la civilización, que superaba otras instancias de pensamiento político
como el federalismo. Si bien el federalismo siguió existiendo luego de 1862, debió ser reactualizado, y
cualquier posibilidad de alcanzar auténtica repercusión política, llevaba a domesticar este federalismo para
transformarlo en una variación del sistema ideológico establecido. Las únicas manifestaciones
revolucionario-reaccionarias, provenían de aquellos liderazgos marginados por su condición del concierto
político (Peñaloza, Varela, Saa.), formas que buscaban restaurar un orden político y social que el Estado
condenaba a ser obsoleto.
Por otro lado hay una visión que suele ver a Mitre como el promotor de una hegemonía porteña, y a
Avellaneda como el que coloniza al estado Central a través de la Liga de Gobernadores. La experiencia
parece más compleja: Mitre dependió de una política de alianzas y la colaboración de numerosas
facciones en el interior; Sarmiento y Avellaneda si bien eran provincianos tenían larga experiencia en la
clase política porteña. Si bien Sarmiento no fue el fin de la hegemonía porteña ni su continuidad, sí fue la
primera vez que una alianza de gobernadores “hizo” a un presidente a través del mecanismo electoral y
con apoyo de los jefes militares involucrados en la guerra internacional, que controlaban a los electores en
las provincias. Con Avellaneda también cobra importancia un actor como el Ejército Nacional, y la
necesidad de poder movilizar las fuerzas militares para tener poder político, fuerzas militares que habían
logrado un alcance nacional luego de la guerra del Paraguay y que comenzó a incorporar oficialidades en
las fronteras y provincias.
LA PRESIDENCIA DE AVELLANEDA MÁS QUE UN DESEMBARCO EN EL INTERIOR FUE LA
CONSOLIDACION DE UN CENTRO AL QUE LAS PROVINCIAS NO SE SUBORDINARON SINO QUE LO
CONSTITUYERON, A TRAVÉS DE ALIANZAS Y NO DE PENETRACIÓN.

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