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un derrame que dio mucho de qué hablar ocurrió en 2009, cuando una sustancia

tóxica afectó 20 de los 54 km del río Orotoy. En esa ocasión, Ecopetrol fue
señalado por el Ministerio de Ambiente como responsable de afectaciones en las
fuentes hídricas por contaminación, por limitar su uso para las poblaciones
ribereñas, por provocar mortandad de peces y por haber usado sustancias
químicas sin contar con un plan de contingencia.

Otras contingencias tuvieron lugar entre septiembre de 2010 y enero de 2014 en el


bloque Cubarral, como se puede ver en el Auto 511 de 2015 de la ANLA. Cuatro
de los derrames ocurridos afectaron al Caño Alfije, uno al Caño Lejía y al Caño
San Luis, y el más grave de ellos, al Caño La Berraquera, con un derrame de
1.698 barriles de crudo en 2011. El Caño Alfije ya había sido impactado con dos
derrames en 2010: el rebosamiento de una piscina de agua tratada de la Estación
Castilla 2, y el de una piscina de aguas aceitosas en la Estación Acacías.

Los impactos ya mencionados se suman a otros producidos por distintas


actividades del proyecto, como la exploración sísmica, los vertimientos, y el
rebosamiento y filtración de lodos y cortes de perforación por piscinas que no
cumplen con las especificaciones técnicas. Esto último ha sido reportado en varias
ocasiones en el bloque Cubarral desde 2008, cuando Cormacarena señaló que
“los líquidos con hidrocarburos se siguen almacenando en piscinas excavadas en
tierra y a cielo abierto, lo que genera la contaminación de las aguas lluvias que
caen directamente y posiblemente la contaminación del suelo, aguas subterráneas
y superficiales”.

En 2013, la ANLA advertía que Ecopetrol no utilizaba los materiales exigidos por la
normatividad en ninguna de sus piscinas para almacenamiento de residuos en
Castilla y Chichimene, por lo que sus contenidos se filtraban. Tiempo después, en
una Audiencia Pública Ambiental celebrada en diciembre de 2015 en Acacías, la
comunidad continuaba denunciando el desbordamiento de las piscinas en
múltiples puntos del bloque.

Ecopetrol le explicó al OCA que tras el derrame de unas piscinas que fueron
contratadas con terceros y que afectaron el Caño San Luis en 2012, se instaló una
planta de tratamiento de lodos aceitosos propia en la Estación Acacías que inició
operaciones en julio de 2015. “Actualmente no tenemos piscinas de
almacenamiento ni de tratamiento in situ de lodos aceitosos", afirmó Claudia
Villalobos, profesional de viabilidad ambiental de la empresa. Sin embargo, las
piscinas de cortes de perforación, que contienen temporalmente los residuos de la
excavación de nuevos pozos se mantienen, y no deja de ser preocupante que lo
advertido en 2008 por la corporación ambiental, tardase 7 años en solucionarse.

Al ver este tipo de accidentes o fallas operacionales que impactan las aguas con
residuos contaminantes, cabe preguntar qué tan probable es la contaminación de
las capas de agua que se almacenan bajo la superficie, más conocidas como
acuíferos. El riesgo de contaminación se establece a partir de la estimación de su
vulnerabilidad, la cual según el Plan de Manejo Ambiental del bloque Cubarral “se
asocia principalmente a la cercanía de la lámina de agua a la superficie y a los
suelos con predominio de arenas y gravas presentes en el área de estudio, donde
la permeabilidad de los mismos puede facilitar el movimiento de los contaminantes
al acuífero”.

énesis de la desconfianza

Que exista un riesgo ambiental frente a las aguas subterráneas no es un asunto


menor, pues aproximadamente el 30% de toda el agua dulce es subterránea.
Además de proveer una gran fuente de agua aprovechable, los acuíferos son
ecosistemas que actúan como biofiltros donde se purifican enormes cantidades de
agua, y dada su estrecha conectividad con los ecosistemas terrestres y acuáticos
vecinos, constituyen un mecanismo clave de mitigación de inundaciones y
sequías.

Tanto el bloque Cubarral, como parte importante del bloque CPO-9 se localizan en
zonas de recarga y descarga de aguas subterráneas que se encuentran a menos
de 5 metros de la superficie. Para el primero, Ecopetrol entregó a la ANLA en 2012
un estudio de vulnerabilidad, realizado con el método “Drastic”, en el cual
establece 2 unidades hidrogeológicas:

 I1 con vulnerabilidad muy alta, correspondiente a acuíferos superficiales


conectados con los ríos Acacías, Orotoy y Guamal, que son usados por la
comunidad para construir aljibes.
 I2, que presenta una vulnerabilidad alta y ocupa el 95% restante del bloque.

La ANLA prohibió la intervención de la Unidad I1, pero en 2015 Ecopetrol presentó


un nuevo estudio con el mismo método, con resultados muy diferentes: la
vulnerabilidad muy alta de los acuíferos de la unidad I1desapareció, y
la vulnerabilidad alta de la unidad I2 se redujo al 18%.

Con estos datos la empresa solicitó una nueva zonificación mucho más permisiva,
que la ANLA rechazó, pues no encontró argumentos técnicos que la soportaran.
Cuando dos estudios tan similares arrojan resultados distintos, aparece el
escepticismo. Si a esto se suma que la zonificación que existe no ha logrado evitar
el impacto sobre las aguas en la región, ese escepticismo se desborda.

Dado que la actividad petrolera en el bloque Cubarral se localiza sobre unidades


hidrogeológicas que constituyen la mejor categoría de acuíferos posible, ¿no
debería existir un margen de protección también para los acuíferos más
vulnerables? y de hecho, ¿lo más razonable no sería prohibir esta actividad donde
éstos existan?

En 2012, una visita de la ANLA constató que la plataforma de perforación del


clúster 4 (plataforma multipozo) del bloque CPO-9 Campo 50 K ha causado una
afectación en el abastecimiento de aguas de las comunidades de la vereda
Montelíbano en Acacías. El pozo está construído sobre “acuíferos que
corresponden a los niveles de terraza y depósitos aluviales [del río Acacías], los
cuales tienen gran potencial para almacenar y circular el agua por sus poros y
grietas”, dijo la ANLA, y en la misma visita señaló que Ecopetrol no cumplía o no
contaba con medidas de manejo de residuos, aislamiento y manejo de lixiviados, y
plan de contingencia en caso de derrames.

De nuevo en 2013, el Grupo Técnico de la ANLA señaló que Ecopetrol construyó


en el clúster 10 en la vereda La Esmeralda, sobre una zona donde “emerge agua
de la cual se alimenta toda la comunidad, por lo tanto, es evidente que Ecopetrol
no respeta la normatividad ambiental, al perforar encima de acuíferos”. No
considerar la zona de alto riesgo durante la planeación, ya había tenido como
consecuencia un derrame de 40 barriles de crudo en enero de 2011.

Según Eduardo Uribe, vicepresidente de Desarrollo Sostenible y HSE de


Ecopetrol, la probabilidad de que un acuífero se contamine dentro del proceso de
exploración y/o explotación de petróleo convencional y aún en el caso del fracking,
es cero, debido a los diseños herméticos con los que se maneja el proceso.

No obstante, como se ha podido ver aquí, esgrimir soluciones técnicas no es


suficiente para garantizar la integridad de los ecosistemas, y la actuación de la
ANLA parece no trascender las advertencias. La autoridad se ha quedado muy
corta en realizar una gestión ambiental eficiente, y el panorama no es alentador si
lo miramos a la luz del presupuesto nacional proyectado para 2018, por lo que
anunciar medidas más estrictas de manejo no tranquiliza a nadie.

Con el plantón de la vereda Pio XII se reabrió esta discusión que viene desde
2012 ¿Por qué las autoridades ambientales se ven tan limitadas en su capacidad
de acción efectiva? Pero las movilizaciones abren otra pregunta: ¿Por qué si el
petróleo produce empleo, movimiento inmobiliario, regalías y otros beneficios
parciales, las comunidades se siguen oponiendo a la actividad? La acumulación
histórica de impactos, la dificultad para admitir los riesgos de la actividad, y su
creciente expansión parecen ser la respuesta.

“Ecopetrol dice una cosa y hace otra” dice Fernando Ombita, de la vereda Pio XII.
Y es que los habitantes de la región han visto cómo poco a poco los 30 pozos
aprobados para el bloque CPO-9 en el 2012, pasaron a ser 50 en el área de
perforación exploratoria Taray, o 468 en el Campo 50 K en el 2015. La empresa
sostiene que la actividad siempre genera más beneficios que costos y que ha
hecho un trabajo juicioso de socialización y de gestión del entorno, mientras que
las comunidades sostienen que por el contrario, no cumple sus compromisos de
socialización ni de manejo de impactos ¿Quién tiene la razón?

En momentos así, vale la pena preguntarse por qué la gente siente que su
territorio agoniza en nombre del progreso, no solo en el Meta sino a lo largo y
ancho de un país donde 26 de las 44 consultas populares que se están cocinando
a lo largo del territorio, son para que los habitantes de los municipios decidan si
quieren que se realice exploración y explotación de hidrocarburos en sus
municipios. El país necesita más reflexión, menos represión y que se cierren filas
en torno al patrimonio ambiental.

*El Observatorio de Conflictos Ambientales hace parte del Instituto de Estudios


Ambientales de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá. Para mayor
información, visite oca.unal.edu.co

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