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Octubre 2018
MARCO POLITICO
El modelo descansa sobre el pilar de la máxima explotación del trabajo que tuvo su origen
en el taylorismo y que se evidencia en la actualidad de un modo específico derivado de la expansión
vertiginosa de la actividad económica y la transformación de los mercados globales que presionó la
rebaja o remoción de los límites y restricciones impuestas a la generación, desarrollo y término de
las relaciones laborales. Bajo este modelo se impuso un marco de relaciones laborales anclado en
el derecho individual a nivel de empresa y la neutralización del conflicto colectivo, que permitió la
instalación de un esquema de fuerte flexibilidad laboral y fragmentación de las formas de trabajo,
como la subcontratación, el suministro, el teletrabajo o el trabajo autónomo, en contrapartida de la
concentración por arriba de las facultades directivas en las figuras de Grupos Económicos, de
Empresas o Holding.
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Lo anterior involucra una reconfiguración del rol económico del Estado, expresada en el
cercenamiento de la intervención directa en la actividad económica como agente productivo a raíz
del proceso de privatizaciones y política de concesiones públicas, a excepción de CODELCO. En
cuanto a las políticas económicas, el Estado deviene en un mero garante o fiscalizador del orden
público económico, dando lugar a la autonomización de las instituciones públicas ligadas al manejo
monetario y presupuestario. El Banco Central, del cual depende tanto la emisión monetaria, como
la regulación de la tasa de interés y de encaje, queda en manos de paneles tecnocráticos ajenos a
toda intervención gubernamental. De igual forma ocurre en materia de elaboración presupuestaria
con la autonomía del Consejo Fiscal Asesor. De esta manera se profundiza la brecha entre las
funciones económicas y políticas, en que éstas se subordinan exclusivamente a los equilibrios
macroeconómicos y a la regla del superávit estructural. Desde el punto de vista de la recaudación
fiscal, la liberalización en materia de comercio exterior y el incentivo a la inversión extranjera
involucró la eliminación de las barreras arancelarias que consolidó una estructura tributaria
regresiva basada en el impuesto al consumo, en contraste con la baja carga impositiva a las rentas
del capital, y el incentivo a la concentración a partir del sistema de integración impositiva.
Desde el punto de vista de la gestión pública, el neoliberalismo no solo pone en marcha una
poderosa fuerza de corrosión y debilitamiento de la democracia, sino que redefine sus sentidos y su
funcionamiento. Esto es, no la suprime simple y sencillamente, sino más bien es reorganizada a
partir de la lógica y el sentido común empresarial, con procesos como el benchmarking y la
incorporación de “buenas practicas” en la administración públicas asociadas a la gestión de recursos
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humanos y clientes, que toma forma en una determinada concepción de gobernanza y tienen su
origen en las conclusiones de la Comisión Trilateral en 1975. Al mismo tiempo se impone un
esquema de control social asentado en los mecanismos de la democracia liberal representativa,
consistente en eliminar y bloquear los canales y vehículos de representación y deliberación social,
imponiéndose un modelo de representación de intereses de clase en el Estado plenamente
subordinado al poder económico.
Desde el punto de vista axiológico, los conceptos liberales han sido fuertemente instalados
en la esfera subjetiva de la sociedad chilena, apoyados en una matriz de opinión totalizante anclada
en la extrema concentración de los medios de comunicación. El ethos social que moviliza la
realización material se sustenta en el paradigma del esfuerzo eminentemente individual, la
dependencia del crédito como vehículo de la realización privada y las políticas sociales focalizadas
en la solución individual de baja cobertura. La ausencia de densidad del tejido social da cuenta de
escasos lazos colectivos y bajos niveles de asociatividad, lo que expresa identidades fragmentadas
que dan cuenta de un temor y desconfianza subjetivados y profundamente anidados en la sociedad
chilena. El espacio intersubjetivo está débilmente constituido a partir de valores tradicionales
asociados a la nacionalidad, el orden, la familia y la religión, sin perjuicio de que la clase social pueda
constituir una determinante central de la conciencia sociopolítica oposicional de los individuos.
1.- El primer ciclo político del proceso transicional que abarca los dos primeros gobiernos
de la Concertación dan cuenta del reflujo del movimiento popular y la desmovilización social, sobre
la base del temor a la reversibilidad del proceso democrático pactado; y la renuncia por parte de los
partidos de la concertación a la posibilidad de construir un sujeto encaminado a la superación del
paradigma neoliberal. Esta tendencia a la desmovilización y descomposición del campo social
coincide con el fuerte enraizamiento subjetivo del modelo económico neoliberal, basado en la
Integración de capas marginales por medio de políticas sociales focalizadas, de fomento al
emprendimiento y expansión del crédito de consumo, dando cuenta de un programa sustentado en
la administración del modelo y la promesa de humanizarlo en la medida que la expansión de la
economía lo hiciera posible. En el plano institucional a partir de 1989 se inaugura la política de los
consensos entre la centro izquierda y la derecha para la sustentabilidad del modelo neoliberal,
cristalizada en el plebiscito del mismo año, que termina por consagrar las componentes autoritarias
de la Constitución de 1980, expresados en la existencia de enclaves autoritarios (COSENA,
Senadores Designados, inamovilidad de los comandantes en jefe) y de cerrojos institucionales
(control preventivo del Tribunal Constitucional, quorum supra mayoritarios, materias de ley
elevadas a rango constitucional y Sistema electoral binominal).
2.- En el segundo ciclo político de la transición, que abarca el tercer y cuarto gobierno de la
Concertación, el régimen neoliberal alcanza su madurez dando cuenta de la consolidación del
consenso neoliberal, lo que da lugar al abandono paulatino de los militares del escenario político y
la consolidación de una democracia de baja intensidad. La Reforma Constitucional de 2005, elimina
los “enclaves autoritarios”, persistiendo los “cerrojos institucionales”, dando cuenta de una
tendencia a la normalización democrática, por arriba o sin ciudadanía, en el marco del régimen
neoliberal. En lo económico, la tendencia a las reformas infraestructurales de bajo alcance da
cuenta la legitimación del modelo económico en democracia, sin embargo, el corto alcance de las
políticas sociales neoliberales acrecienta las tensiones entre autocomplacientes y auto flagelantes,
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inaugurando una tendencia a la descomposición del arco de la centro izquierda. Ante la negativa-
imposibilidad de introducir cambios y sin ser capaces de concertar la promesa de “crecimiento con
igualdad”, comienza un proceso de radicalización y masificación del fenómeno de la protesta social
en ciertas franjas sociales (mochilazo, allegados, deudores habitacionales, pinguinazo, conflictos
laborales en sectores exportadores) que no logran ser procesados por la institucionalidad a través
de mesas e instancias con ciudadanía, definiendo el cuadro sin participación política de los actores
sociales. Ello coincide con el paulatino proceso de descapitalización de la base electoral de la
Concertación y el ascenso de la derecha al gobierno en un marco de unidad política y programática,
dando paso a la alternancia en el poder entre fuerzas neoliberales.
3.- El tercer ciclo del proceso transicional atraviesa el primer Gobierno de la derecha y el
de la Nueva Mayoría. El eje transversal será la crisis de representación, en que se evidencia cuadro
general de malestar y desconfianza agudizado a raíz de los casos de Corrupción político-
empresarial. Este escenario da lugar un proceso de politización de la protesta social a partir de 2011
a raíz del conflicto estudiantil (se funde gobierno y modelo a los ojos de la sociedad chilena)
ampliándose los marcos de las franjas movilizadas con cifras de convocatoria y participación que
contrastan fuertemente con la persistente caída de las cifras de participación electoral, fenómeno
que pretende ser contenido con la Ley de inscripción automática y voto voluntario, expresando la
tendencia a la contención institucional por arriba del consenso neoliberal. Tal contexto de
debilitamiento de la derecha, malestar y apatía política abre la puerta al cuestionamiento
estructural expresado en las demandas sociales. Sin embargo, la derecha responde al malestar con
políticas por abajo, destinadas a aliviar el sobreendeudamiento a partir de leyes como la de quiebra
de las personas y la ley DICOM que significó un virtual perdonazo para los pequeños deudores. La
agenda de cambios enarbolados por la movilización social significó un envión a la alicaída
concertación, que la obliga a dar paso a una nueva coalición con incorporación del PC denominada
Nueva Mayoría.
En síntesis las tendencias políticas centrales en las tres primeras etapas son:
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4.- El cuarto ciclo involucra la clausura del ciclo político abierto en 2011 y se encuentra
determinada por la consolidación de la unidad de proyecto de la derecha como alternativa de
gobierno en el marco de la tendencia a la alternancia en el poder, a lo que se agrega la instalación
en el escenario político de un ala neofascista de corte neoliberal; el vaciamiento del centro político
y profundización de la tendencia de la descomposición del arco de la centro izquierda, la
emergencia institucional de un tercer bloque socialdemócrata y de izquierda, sustentado en un
programa anti neoliberal coincidente con una tendencia al reflujo parcial del movimiento social y
a la carencia de ejes articuladores centrales que doten de direccionalidad anti neoliberales a nuevas
formas de impugnación social.
El agotamiento del ciclo anterior responde, en el plano subjetivo, a la derrota del proceso
de apertura social, deviniendo en la crisis de la expectativa de transformación incubada desde 2011.
A pesar de los esfuerzos desplegados y la legitimidad del movimiento social en la ciudadanía la
inamovilidad del régimen cristalizó subjetivamente la imposibilidad de concretar cambios,
agudizando el malestar de modo regresivo, dando paso al procesamiento negativo del conflicto
social. Esta situación terminó por consolidar la apatía política en la población, en que la derecha
echando mano a su capacidad de construir realidad intersubjetiva, agudizó la sensación de temor e
inestabilidad social, instalando los valores del orden y la aversión a lo colectivo. De esta manera la
derecha logra imponer, en parte, su interpretación del ciclo político previo, en cuanto anomalía
derivada de la crisis de expectativas de la población generada a partir del crecimiento económico y
las bondades del modelo, combinándose malestares e intereses de la población asociados a
seguridades sociales con deseos orden.
En este cuadro, la derecha comprende que para construir una mayoría política que permita
defender y proyectar él modelo, debe ser capaz de mantener unido el amplio espectro de
sensibilidades que la constituyen, pero asimismo asumir directamente las banderas de reformas
infraestructurales, ofreciendo un modelo de gestión modernizante que permita canalizar en un
sentido neoliberal los ajustes en las áreas más sensibles. Para ello pretende construir una alianza
con sectores tecnocráticos y neoliberales del centro político, en un contexto de abierta
fragmentación de la ex Nueva Mayoría, de reflujo y fragmentación del movimiento social, graves
problemas de instalación de la tercera fuerza socialdemócrata y de izquierda, que virtualmente
involucra la inexistencia de oposición política.
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a) Oposición
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gobiernos concertacionistas post-transicionales. A ello se suma, una franja del electorado que no
buscando una transformación profunda del modelo neoliberal, sí opta por alternativas que traten
de representar una salida a la crisis de representación de la política y los casos de corrupción.
El cuadro indicado expresa un nudo gordiano que dificulta la posibilidad de una articulación
de campo de la oposición: la existencia de un campo neoliberal transversal a los partidos de la ex
nueva mayoría (con excepción del Partido Comunista) que se encuentran cómodos con una
democracia de baja intensidad y con la existencia de cerrojos institucionales destinados a dar
sustentabilidad a un modelo que ya hicieron propio. La herencia binominal, asociada a la idea de
dos grandes bloques de partidos, constituye una tendencia centrípeta debido a la consolidación de
pactos tendientes al centro y por tanto subordinados a la razón neoliberal, lo que se confirma a raíz
de la correlación de fuerzas electoral desde 1988 a la fecha y que expresa una tendencia sostenida
a la mantención de la distribución de votos entre la derecha y la centro izquierda. Ello evidencia la
dificultad en la conformación de un arco o alianza amplia de oposición, toda vez que, de constituirse,
si bien su rendimiento electoral pudiera verse favorecido, lo cierto es que significaría para el Frente
Amplio transformarse en una muleta por la izquierda de partidos en los que sus respectivas
expresiones neoliberales poseen una gran capacidad de articulación y alineamiento político.
En este contexto los partidos que conformaron la Nueva Mayoría tienen escasas
posibilidades de restauración de su proyecto político, en parte por el aislamiento de la Democracia
Cristiana y su intención de recuperar su rol de fiel de la balanza del sistema de partidos a pesar de
su baja incidencia electoral. Por otra parte, el eje constituido por la Convergencia Progresista (PR-
PS-PPD) carece de relato que sobrepase el tradicional discurso de vencer a la derecha en las urnas,
además de evidenciar las clásicas tensiones internas entre sectores neoliberales y socialdemócratas,
que se expresa en el aislamiento del Partido Comunista, el que mantiene su orientación en torno a
una alianza política de centro-izquierda, esto es desde la DC al Frente Amplio.
En este cuadro, la izquierda del Frente Amplio debe sostener como eje prioritario la
superación de los cerrojos institucionales de la constitución pinochetista enmarcada en una
“agenda de mínimos democráticos” que fije una línea demarcatoria entre las expresiones
neoliberales/antineoliberal en el espectro político y que abra la puerta a las demandas de
participación y cambio estructural esbozadas por el movimiento social.
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En ese contexto, entre estos mínimos se encuentran la eliminación de las atribuciones que
convierten al TC en una tercera cámara, y un programa de reformas para una nueva política y mejor
democracia, con énfasis en la austeridad de la función pública, la lucha contra la corrupción y el
narcotráfico; una sociedad de derechos para asegurar una vida, condiciones de trabajo, niñez y
vejez digna a los y las chilenas; la eliminación progresiva del subsidio a la demanda y el
fortalecimiento de la salud y educación públicas tendiente a la universalización; una reforma
tributaria sustancial y restricción presupuestaria al gasto en defensa. Asimismo, la necesidad de
avanzar en la elaboración de diseño orientado hacia Modelo de Desarrollo inclusivo y sustentable
para avanzar en la democracia económica, con especial énfasis en la diversificación de la matriz
productiva, del desarrollo logístico y el cambio en la matriz energética; el fomento cooperativo y de
la asociatividad e innovación, ciencia y tecnología de rango ministerial y creación de la Empresa
Estatal del Litio y capitalización de Codelco para una segunda fase productiva; la recuperación del
agua y una nueva institucionalidad ambiental. Finalmente resulta necesario abordar las demandas
de participación asociadas la soberanía de los territorios, sus organizaciones sociales e instituciones
a partir del fortalecimiento económico y decisional de las regiones y los municipios del país; además
de un nuevo trato con los pueblos originarios, contemplando el indulto presidencial a los presos
políticos mapuche como gesto unilateral para una solución política del conflicto Chileno-Mapuche.
Como se ha indicado estos marcos están orientados a poner fin a las tendencias regresivas
del ciclo transicional y revertir la carencia de orientación política en un escenario de retroceso de
los gobiernos progresistas y de izquierda en nuestro continente. Si la derecha (y la ultraderecha) se
ha tomado buena parte de la iniciativa política, no se explica simplemente por las deficiencias
propias de cada uno de esos gobiernos, sino por la siempre activa y eficaz intervención del
imperialismo en las agendas políticas locales.
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Más allá de que el retroceso de la izquierda en América Latina ha querido ser signada como
“la segunda caída del muro”, lo cierto es que lo que está en juego en lo estratégico no es la sociedad
de derechos versus el mercado. Esta contradicción, coyuntural, se sitúa en campo de la necesidad
de salidas tácticas que abran espacio a que el movimiento popular y sus expresiones políticas
cuenten con mejores márgenes de maniobra, a partir de una orientación socialista y democrática
La crisis de paradigma de la centro izquierda debe ser pensada a partir de un trazado táctico
y estratégico, sin anular ninguna de estas dos dimensiones. No es solo la reminiscencias del viejo
debate sobre mínimos y máximos, sino que expresa, más profundamente, el movedizo terreno de
configuración de los actores políticos y sociales chilenos que se debaten entre la continuidad o no
del modelo.
Por ello, si la herencia transicional fue la lógica de los consensos y la alteración periférica de
los “excesos” del modelo, la izquierda de orientación revolucionaria debe apostar por la ruptura
definitiva en clave democrática, de los pilares de dicho modelo y sus lógicas subyacentes. La disputa
del sentido común pasa por encaminar, en un primer orden de prioridades, las reformas políticas al
régimen que faciliten la participación popular en la administración del poder, ya no como un fin en
sí mismo, sino como obertura de un espacio de disputa que encarne, dialécticamente, la tensión
social, política, económica y cultural entre el neoliberalismo y la soberanía popular.
No obstante aquello, estos elementos de orden secundario (como puede ser la resistencia
ante tal o cual reforma de parte del gobierno) siguen siendo un campo de batalla ante lo cual se
debe anteponer una salida que supere tanto una aparente “vuelta atrás” al concertacionismo , como
a la agudización neoliberal de la derecha. A modo de ejemplo, “la reforma a la reforma” en materia
laboral, no nos puede situar en la defensa de la reforma de la Nueva Mayoría toda vez que ésta no
alteró el modelo de negociación colectiva circunscrito a la empresa (aspecto medular) privilegiando
cuestiones procedimentales y técnicas por sobre el diseño político del régimen laboral. Por tanto,
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superar la dicotomía es abrir paso a una nueva manera de situar la contradicción al plano estratégico
de la superación del modelo.
Dicho esto, consideramos que asistimos a la existencia de dos estrategias de relación con el
gobierno: la estrategia de la incidencia y la estrategia de ruptura. La primera, pone énfasis en lo
técnico antes que en la proyección política; a lo más, se considera importante la generación de hitos
o la cristalización de una oposición “responsable” o “situada al contexto”.
La segunda estrategia, si bien se adentra en el debate técnico y está dispuesta avanzar con
fuerzas en reformas que se orienten a conseguir los mínimos democráticos antes señalados, no
agota su despliegue en esta sola esfera, apostando por evidenciar los soportes estructurales del
modelo, en tanto pilares políticos (cerrojos institucionales), económicos (matriz neoliberal y disputa
del sentido del progreso) y culturales (disputa del sentido común) con el objeto de proyectar una
salida posneoliberal de orientación socialista.
Ser gobierno en el próximo ciclo implica por subordinar políticamente al arco de la Centro
Izquierda, invitando a sectores del progresismo a poner su agenda política en sintonía con la ruptura
democrática y la perspectiva de superación del modelo.
b) Frente Amplio
Para ello era necesario la disputa electoral, contar con representantes en los municipios, en
el congreso, en los consejos regionales, -y si pensamos más allá- en todos los espacios donde se
diseñan e implementan las políticas públicas. Ahora bien, esta incursión en el aparato del Estado,
no busca mantener una tribuna de denuncia, tampoco la acumulación de fuerza electoral para un
recambio de administración del modelo vigente. Lo que se quiere es incidir en la institucionalidad
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política, aprovechar la presión ejercida desde el campo social e innovar en las formas de
relacionamiento entro lo institucional y la sociedad desarrollando procesos virtuosos de
retroalimentación y constitución de nuevas subjetividades en función de un proyecto de superación
del modelo neoliberal.
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Por último, el frente amplio tiene posibilidades reales de dirigir un próximo gobierno, el
problema es que aún no contamos con las condiciones internas y externas para garantizar que ello
constituya una alternativa de gobierno, que se desmarque de la derecha y la exconcertación, no
solo por su forma de hacer política -probidad, democracia participativa- sino sobre todo en sus
contenidos, en su propuesta país. En este orden es clave asumir la conducción del conglomerado
para un Nuevo Chile.
Es decir, nuestra política hacia el frente amplio debe apuntar a dotar de robustez e
institucionalidad al conglomerado, expresado en la profundización del Programa de Muchxs a partir
de líneas específicas orientadas a desmontar y desactivar las lógicas neoliberales subyacentes en las
líneas de gobierno existentes y potenciar la creación de nuevas políticas públicas. En segundo
término, pensar en una coalición dispuesta a la construcción y la acumulación de fuerzas
transformadoras, involucra superar de manera gradual pero sostenidamente la lógica
eminentemente electoral de la coalición, dotándola de una institucionalidad que integre a los
Partidos, pero asimismo abrace a todos aquellos y aquellas que se ven reflejados por esta
referencialidad de cambio.
El dialogo sostenido a nivel de partidos es imprescindible, por lo que resulta necesario dotar
de mayor robustez a la Mesa Política desde el punto de vista de la elaboración colectiva de la
política, sintetizando posiciones que permitan digerir y conducir el debate interno de manera
virtuosa, evitando los exabruptos y salidas de libreto que afecten la credibilidad de la coalición ante
la opinión pública. En este sentido es pertinente la construcción de una agenda legislativa común y
canales expeditos para procesar las contingencias, así como la sistematización de experiencias
asociadas a nuestras expresiones institucionales a nivel comunal y regional, abriendo ambos
procesos al conocimiento y contribución de la ciudadanía frente amplista.
En este sentido la convergencia política debe tener como prioridad la generación de una
propuesta política desde la izquierda ecosocialista y feminista muy precisa, que permita visualizar
en concreto y con claridad las orientaciones y principios del tipo de sociedad que aspiramos
construir, orientada a la construcción de poder, de participación directa y vinculante con las
comunidades y organizaciones sociales que supere las lógicas clientelares propias de un modelo
destinado a eliminar la categoría de sujeto.
c) Movimiento Popular
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Nuestro proyecto político se sustenta en una ideología que involucra una filosofía específica
expresada en una determinada perspectiva del ser humano, una determinada perspectiva de la
sociedad y la historia, una determinada perspectiva de la relación de la conciencia y la naturaleza,
etc., desde las cuales interpretamos la realidad y nos disponemos a actuar.
Esta filosofía parte de la concepción Hegeliana del ser humano como sujeto moral universal,
libre, esencialmente práctico y constructores de una subjetividad transindividual. Asimismo, el
mundo es una totalidad en movimiento y la contradicción el fundamento del ser, de ahí que tal
orden es inmanente, trasciende la historia y esté dentro de ella. Esta relación involucra la
concepción de nuestra filosofía como filosofía de la praxis en cuanto sustento de una ideología
liberadora y transformadora por la vía de la acción consiente resultante de la interpretación de la
realidad material.
El análisis del sujeto permite identificar los intereses sociales y políticos que están detrás de
una crítica al neoliberalismo, del contenido de tal crítica y de la manera en que ella puede presentar
un proyecto alternativo a éste. Un análisis claro del sujeto permite definir dónde enfocar los
esfuerzos para organizar políticamente las incipientes demandas de cambio social existentes hoy en
día.
La idea de “sujeto” involucra distinguir dos momentos en los que éste se expresa. El primero
es el momento histórico, es decir, aquél referido sujeto de cambio histórico que llevará adelante las
transformaciones para la superación del modo de producción capitalista. En tanto expresión de los
explotados y oprimidos por el régimen capitalista, entendemos a este sujeto histórico como clase
trabajadora. La organización de la clase trabajadora es el elemento central para la superación del
capitalismo, el establecimiento de un régimen socialista autogestionario, así como para la defensa
de los logros obtenidos en el transcurso del proceso revolucionario.
El segundo momento de la idea de “sujeto” dice relación con sus expresiones concretas o,
en otras palabras, con las formas que éste toma en determinados contextos político-sociales. En
este sentido, esta segunda dimensión se relaciona con los agentes de la estrategia de Ruptura
Democrática, entendidos como los agentes que llevarán adelante las transformaciones
democráticas que permitan las condiciones que potenciarán la reconfiguración de la clase
trabajadora en tanto sujeto de la transformación histórica. A diferencia del sujeto en sentido
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histórico, los agentes que se observan en las coyunturas y los periodos políticos concretos no son
unívocos, sino que múltiples, plurales, y muchas veces contradictorios entre sí. Ellos se expresan en
demandas anti-neoliberales que pueden manifestarse en diversas maneras (por ejemplo,
organizaciones ecologistas, feministas, estudiantiles, de trabajadores/as precarizados/as, de
migrantes, etc.). Sin embargo, ellos sólo pueden tomar forma política a través de la construcción de
una identidad común—de una idea de “nosotros”—que sea capaz de unificar tal diversidad ante un
enemigo común (la clase dominante, “los ricos”, un gobierno neoliberal, etc.) a ese “nosotros”
denominamos Pueblo.
Dicha identidad debe ser lo suficientemente amplia para integrar a todos los excluidos y
marginados de los privilegios, pero, al mismo tiempo, lo suficientemente clara para articular las
demandas anti-neoliberales en un eje de desarrollo de cambios estructurales de orientación
socialista, democrática, feminista y libertaria. Del mismo modo, dicha identidad debe ser lo
suficientemente flexible para integrar diversas formas de acción y, al mismo tiempo, lo
suficientemente clara a fin de entender que cualquier proceso de reforma en clave de ruptura debe
sostenerse en sectores sociales organizados.
Ello será posible en la medida que nuestro proyecto sea capaz de apelar al sentido común
general para desde allí desarrollar un discurso que impulse la consecución de los objetivos de
nuestra estrategia de Ruptura Democrática. Esto involucra asumir condiciones de entrada asociada
a la fuerte penetración de una matriz liberal en lo subjetivo de la sociedad chilena y la ausencia de
densidad del tejido social da cuenta de escasos lazos colectivos y bajos niveles de asociatividad que
expresa identidades fragmentadas ancladas en el temor y la desconfianza. El espacio intersubjetivo
está débilmente constituido a partir de valores tradicionales asociados a la nacionalidad, el orden,
la familia y la religión, por lo que nuestra política debe sustentarse en contrarrestar la tendencia
regresiva de orden liberal y hacernos cargos de los valores subyacentes y combatir sus aspectos más
regresivos en la sociedad chilena de manera de disputarlos a la derecha. La idea de nación, familia
y la religiosidad deben ser abordadas desde la realidad social profunda del país, superando las
lógicas unilaterales de carácter patriarcales y conservadoras. Esta disputa debemos centrarla en
cotidianidad de la gran mayoría nacional, de los y las trabajadoras chilenas, inmigrantes y pueblos
originarios que constituyen una realidad plurinacional; desde las múltiples formas de familia y desde
un compromiso territorial que permita contener el avance de expresiones religiosas conservadoras
y reaccionarias. Igualmente debemos reivindicar a la clase trabajadora y la condición de
trabajadores y trabajadoras, como determinante central que permita cimentar la conciencia
sociopolítica oposicional de los individuos para construir un sujeto de cambio histórico.
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y la sociedad organizada la que debe disputar el carácter del Estado, por lo que debemos erigir una
alternativa de autoridad basada en el hacer y en el esfuerzo por hacer más con menos, sin temor a
la contraloría y participación social y con fuerte anclaje en mecanismos de transparencia y probidad
activa, pues solo desde la seriedad en el desempeño del ejercicio de la actividad pública y social
podremos irradiar orden, rigurosidad y seguridad para conducir los procesos a escala nacional y,
especialmente, comunal pues es en el territorio donde se enlazan las diversas realidades y en donde
es posible gestionar la res publica mejorando directamente las condiciones de vida de la población,
a la vez de cimentar un ethos social alter liberal y comunitario desde el cual alterar las correlaciones
de fuerza para transformaciones estructurales posteriores.
Finalmente, la disputa de la base material involucra integrar a la clase media profesional, así
como pequeños y medianos empresarios que tienen en común la posición de subordinación cultural
y material al gran empresariado y sus representaciones políticas de clase. Para ello se deben
establecer las medidas económicas y políticas concretas que transformen a dichos segmentos en
aliados del proceso de cambio. Asimismo, la disputa del control económico implica potenciar el
desarrollo de un sector cooperativo o asociativo hacia donde canalizar el gasto público para el
fomento, innovación e inversión de capital en sectores que posibiliten la emergencia de relaciones
sociales de producción distintas a las hegemónicas (basadas en el principio de cooperación y
autogestión). Finalmente, es necesario potenciar el desarrollo y expansión de empresas públicas en
plano territorial, municipal y nacional, dando lugar a motores de desarrollo fuertemente anclados
en la diversificación productiva, la sustentabilidad socio-ambiental y la pertinencia territorial en el
marco de un plan de desarrollo nacional.
El carácter plural de los actores subalternos es el germen que constituye a los agentes de
cambio necesarios para la Ruptura Democrática; el “nosotros” necesario para constituir política y
socialmente el cuerpo social que la movilice. Sólo a través de este camino será posible sostener un
programa de reformas profundas que sean la base para la consecución de los objetivos históricos
de superación del capitalismo.
Chile está organizado sobre la base de un Estado unitario que no convence ni está preparado
para resolver las problemáticas más variadas de los territorios que componen el país, profundizando
con el tiempo un modelo centralista que ha dilapidado cualquier proyecto o intento de
descentralización con autonomía territorial. Durante los últimos años, hemos visto que se han
avanzado en reformas al nivel subnacional regional, como la elección directas de los consejos
regionales, sin embargo, en el plano local todavía no existen propuestas que vayan a subsanar la
crisis estructural de los municipios, tanto financiera como políticamente, que permita constituir y
construir gobiernos locales, y no solo una institucionalidad a cargo de administrar una porción
acotada de territorio, como está consagrado en la Ley Orgánica Constitucional de Municipalidades.
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La crisis de los municipios tiene distintas aristas. Por una parte hay una escasez financiera
estructural, donde la mayoría de los 345 municipios del país tienen una alta dependencia del Fondo
Común Municipal, es decir, una baja capacidad de generación de recursos propios, por tanto, este
mecanismo redistributivo tiene que ser profundamente re-evaluado, ya que mientras más pequeño
el municipio menos recaudación tiene, más dependencia genera, y evidentemente son aquellos
municipios donde más necesidades de la población existen. Este mecanismo de financiamiento ha
cumplido un ciclo y el momento político en el que fue diseñado (1979), ya no da cuenta de la realidad
del país ni de la compleja institucionalidad local.
Por otra parte, existe toda una elaboración en torno a los “gobiernos locales”, sin embargo,
la institucionalidad municipal en Chile las convierte en meras corporaciones administradoras de
programas, servicios y espacios públicos que, en su mayoría responden a políticas públicas
ministeriales del nivel central que no cuentan con financiamiento para su desarrollo y terminan
siendo más carga laboral y aumento de responsabilidades de los municipios y sus funcionarios/as,
al que deben responder, sobrecargando o duplicando esfuerzos inconexos sobre los territorios, pero
sin capacidad de planificación, coordinación o construcción de una estrategia de gobierno local en
co-gestión con las organizaciones sociales y ciudadanos/as de la comuna. Esto sin mencionar los
bienes y servicios estructurales que tienen que asumir los municipios, perforando profundamente
sus arcas y posibilidades de maniobra, como la salud primaria.
Esta última forma de entender los municipios es una propuesta política importante, donde
debemos profundizar en nuestra apuesta electoral, sin embargo, debemos tener claro o, al menos,
profundizar nuestra mirada política y técnica sobre lo que está ocurriendo hoy en las comunas y
municipalidades, cuales son sus alcances, limites y posibilidades.
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potencial de desarrollo y construcción de sociedad post-neoliberal, y más aún es urgente pues son
los espacios donde mayor conflictividad hay por mega-proyectos industriales, es decir fuera de la
ciudad.
En este sentido, nuestro ejercicio debe ser pedagógico para explicar la crisis actual de la
institución, pero también de la salida que nosotros vemos, que es compartida, global y transversal,
acusando un dejo de importancia de parte de los partidos tradicionales y de los sucesivos gobiernos
del momento político de los municipios en la actualidad. Pero también es necesario proponer
soluciones a esta crisis al corto, mediano y largo plazo, y que vayan a subsanar necesidades de
políticas para nuestros barrios, unidades vecinales, ciudades, localidades, villorrios y sectores
rurales que profundicen nuestros ejes programáticos, poniéndonos en disputa del modelo
neoliberal de desarrollo urbano y rural.
Nuestra apuesta política sobre los municipios debe ser estructural y coyuntural. Por una
parte, debemos saber reconocer la crisis que está viviendo esta institución y cómo poder apuntar a
subsanar su diseño en el mapa político-administrativo del país y sus mecanismos de financiamiento,
cambiando la Constitución y su Ley Orgánica Constitucional, aumentando el presupuesto nacional
hacia estos y sus posibilidades políticas, son construir mayor capacidad de maniobra para decidir
sobre su territorio y aumentar los grados de co-gobierno local con las comunidades organizadas. Y,
por otro lado, debemos proponer una política municipal que tenga sus pilares fundamentales en la
técnica y en la política local-nacional, profundizando un proyecto de municipalismo comunitario
que de cuenta de que cuando podemos llegar a conducir un municipio (alcaldes/as) o incidir en su
administración (concejalías), tenemos un modelo, un proyecto y una voluntad a seguir, la cual se
rige en los siguientes fundamentos:
i. Municipios para las comunidades: son las organizaciones sociales y la ciudadanía en general
que habitan las comunas, los principales actores que se beneficiarán de las decisiones de la
municipalidad en el plano de la planificación, la estrategia comunal de desarrollo humano y
la ejecución de políticas públicas locales, tanto situando las políticas nacionales como
produciendo las propias según el territorio y sus necesidades. En este plano se debe avanzar
en la formación ciudadana para un nuevo municipalismo participativo y comunitario,
generando escuelas de formación y fortaleciendo o construyendo organizaciones,
cooperativas, corporaciones y empresas locales colectivas. Así como utilizar herramientas
tecnológicas para abordar la ciudad. Esto no es incongruente con que la administración
municipal tiene que generar capacidades políticas y técnicas propias del ejercicio de su labor.
Este proceso lo reconocemos como autonomía territorial, pues los municipios deben
convertirse en la casa de las luchas locales.
ii. Co-gestión municipal: en este sentido debemos apuntar a construir decisiones en base a
instituciones abiertas a la comunidad, con mecanismos claros y certeros de participación y
decisión popular, y con la generación de instrumentos conocidos que den cuenta de la
posibilidad que tienen las comunidades de aportar al desarrollo de la gestión municipal
(Presupuesto participativo, concejos municipales abiertos en los territorios, mesas
territoriales por Unidad Vecinal, co-diseño y ejecución de proyectos, administración
comunitaria de redes y planificación sectorial con perspectiva de coordinación comunal). En
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este plano también se adscribe la posibilidad de generar acuerdos y trabajos vinculados con
los gremios y sindicatos de funcionarios/as públicos/as y trabajadores/as dependientes del
municipio.
iii. Proyecto político comunal: en este punto debemos profundizar las políticas públicas locales
que queremos desarrollar en los territorios con una visión estratégica e ideológica, donde
imprimamos un sello a la gestión municipal, más allá de los mecanismos y la democratización
del municipio. En este sentido, debemos construir:
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superación del extractivismo, para que ya no existan zonas de sacrificio ni far west
empresariales en diferentes territorios del país.
iv. Trabajo plurinacional mancomunado con otros municipios de la provincia, región, país o en
el plano internacional: la generación de redes entre municipios es importante para
profundizar, compartir experiencias y entablar trabajos comunes para las comunidades y la
defensa territorial, estableciendo acuerdos de colaboración, proyectos comunes e
intercambio de funcionarios/as y políticas con otros municipios, tanto para la disputa de
proyecto político-administrativo a nivel nacional e internacional, como la generación de
capacidades propias y colectivas. En este marco, también es necesario avanzar en el
intercambio y la construcción de institucionalidad plurinacional, con organizaciones
originarias e identidades territoriales, que tengan representación e interacción política
vinculante en el plano local, regional y nacional.
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