Professional Documents
Culture Documents
Sucesión trágica. Entre 1930 y 1976, las interrupciones del proceso democrático formaron
parte de una dinámica que aún exige reflexión
4 de noviembre de 2018
Emilio Eduardo Massera, Jorge Rafael Videla y Orlando Ramón Agosti; la junta militar, tras
el golpe de 1976 Crédito: DYN/La Nación
Para más de la mitad de los argentinos, los golpes militares están ausentes de su historia
vivida. El resto vivió algunos y además recuerda perfectamente la cadena de
intervenciones militares iniciada en 1930, con siete golpes concretados y una infinidad de
"planteamientos". Pero todos conocen el último, que en 1976 inició una feroz dictadura
militar. La construcción de su memoria sigue siendo conflictiva y enconada, sin que los
historiadores hayan logrado alcanzar una versión equilibrada. Para avanzar en un
esclarecimiento de los golpes militares más allá de las pasiones, el Club del Progreso
convocó, en su ciclo de "Temas polémicos de la historia argentina", a Rosendo Fraga y
Marcos Novaro que, además de historiadores, son cotidianos analistas de la actualidad
política argentina.
ADEMÁS
Rosendo Fraga comenzó su intervención con una definición precisa del "golpe" (lo hay
cuando el Congreso es disuelto) y una apreciación histórica: el actor militar, considerado
como corporación, se fue formando gradualmente. En 1930, al desfile triunfal del general
Uriburu y el Colegio Militar solo se sumó una unidad de Campo de Mayo; el resto, activo o
celebrante, fueron civiles de las más variadas orientaciones políticas. En 1943 solo
participó Campo de Mayo, con el discreto apoyo del ministro de Guerra, general Pedro
Pablo Ramírez, quien luego del fugaz juramento del general Rawson fue designado
presidente. En 1955, la Marina de Guerra, muy dividida en junio, se sumó masivamente a la
revolución de septiembre, pero en el Ejército las adhesiones fueron mínimas -solo un
general en actividad- y no alcanzan para explicar la caída de Perón. El apoyo popular fue
grande y activo -los Comandos Civiles Revolucionarios-, aunque es difícil decir que fue
decisivo.
Posiciones enfrentadas
En 1962, con la deposición de Frondizi, aparece la Junta de Comandantes en Jefe, base de
una organización corporativa, pero las luchas posteriores entre "azules" y "colorados"
testimonian que la unidad de los armados estaba lejana. En 1966 la Junta de Comandantes
designa presidente a Onganía, quien rápidamente envió a los cuarteles a todos los
militares en actividad. La misma Junta lo depondrá en 1970, y un año después hará lo
mismo con su sucesor, Levingston. Este crescendo corporativo culminó en 1976, cuando la
Junta de Comandantes, luego de designar presidente a uno de ellos, Videla, se mantuvo en
funciones, dictó un Estatuto y creó la Comisión de Asesoramiento Legislativo, una suerte
de Congreso interfuerzas. Pocos ignoraban, por entonces, las divisiones existentes entre
ellas y entre los principales generales.
Ya desde Onganía, los militares se presentaron como los protagonistas de una gran
transformación, una verdadera revolución que restauraría el orden y el desarrollo. Actuando
con autonomía, reformarían a cada uno de los actores sociales, incluyendo a sus
eventuales asociados. ¿Hasta qué punto esta percepción castrense se ajustaba a la
realidad? Todo eso fue ilusorio -dice Novaro-, una suerte de autoengaño. Cuando
2/10
asumieron que para ganar la guerra debían eliminar físicamente al adversario, recurrieron
al terrorismo clandestino y la "desaparición". Como cualquiera de los criticados dirigentes
civiles, evitaron pagar los costos políticos ante una sociedad que, por otra parte, ya
aceptaba con naturalidad ("por algo será") los asesinatos y las desapariciones.
Recuerda Novaro la discusión actual sobre los "cómplices civiles" del Proceso, a quienes
muchos querrían ver en prisión. Los militares tuvieron socios civiles como cualquier otro
gobierno, anterior o posterior, pero ninguno de ellos los siguió más allá de la puerta del
cementerio. Tampoco los políticos, expertos en diseñar "salidas", que luego, como san
Pedro, lo negaron todo. Nadie está en condiciones de tirar la primera piedra. ¿Quién no
colaboró alguna vez con un gobierno militar? ¿Quién no legitimó alguna vez la violación de
la Constitución? ¿Quién no consintió alguna cosa espantosa?
Juego de intereses
¿Volverán los golpes?, preguntó el público. El ejemplo de Brasil inquieta a todos, pese a que
Jair Bolsonaro fue electo democráticamente. Para Fraga, el Lava Jato barrió con la
legitimidad de los partidos y del sistema institucional y abrió el camino para este político
de la antipolítica, sostenido por el ejército, uno de los sobrevivientes del vendaval
anticorrupción. En Brasil, el ejército apoyó institucionalmente esta candidatura, que lo
colocó nuevamente en el centro de la escena. Muchas cosas son distintas en la Argentina,
pero no debe descartarse de plano la posibilidad de un fenómeno similar.
Un optimista diría: nunca más los golpes militares interrumpirán nuestra democracia. Un
pesimista agregaría: los civiles pueden hacerlo solos. Esa es hoy la cuestión.
RECOMENDADOS
Configurar
4/10
El álbum de la boda de Gwyneth Paltrow, con menú de Francis
Mallmann
Motorola
BENEFICIOS
5/10
Club LA NACION
10%
Easy
Política
6/10
Aerolíneas Argentinas pide al Gobierno que intervenga en el
conflicto gremial
Videos
7/10
Sergio Massa: “Ojalá podamos incluir a Emilio Monzó en
nuestra alternativa”
Deportes
8/10
Incidentes en la venta de entradas: quejas de los socios de
Boca en el estadio
Revista Living
9/10
Intimidad y buena iluminación, las claves de un espacio
donde reinan los libros
Más comentadas
ENVÍA TU COMENTARIO
Ver legales
Para poder comentar tenés que ingresar con tu usuario de LA NACION.
Ingresar
0 personas siguiendo
10/10