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l JN M< )MLNTO HISTORIOGRÁFICO

Trc•cc ensayos de historia social


)ACQUl:S REVEL

UN MOMENTO HISTORIOGRÁFICO
Trece ensayos de historia social

MANANTIAL
Buenos Aires
"La cour" © Gallimard, 1984
ÍNDICE
"L'institution et le social"© Albín Michel, 1995

Traducción: Víctor Goldstein; el capítulo "Microanálisis


y construcción de los social" fue traducido por
Sandra Gayo! y Juan Echagüe

Diseño de tapa: Eduardo Ruiz

Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d' Aide a la Publication Victoria Ocampo,
bénéficie du soutien du Ministere frani;;ais des Affaires Etrangeres et du Service de
Coopération et d' Actíon Culturelle del' Ambassade de France en Argentine.

Esta obra, publicada en el marco del Programa de Ayuda a la Publicación Victoria Ocampo,
recibió el apoyo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia y del Servicio de
Cooperación y Acción Cultural de la Embajada de Francia en la Argentina.

Revel, Jacques
Un momento historiográfico: Trece ensayos de historia social - la ed. - Buenos Aires :
Manantial, 2005.
l~1·lt·rcncias ...................... .. ........................................................................ 9
296 p. ; 23xl5 cm. (Reflexiones)

Traducido por: Víctor Goldstein y Sandra Gayo] l 11 !'scntación .............................................................................................. 11


ISBN 987-500-090-2
11 isloria y ciencias sociales: los paradigmas de los Annales ................... .. 19
l. Historiografía. 2. Historia Social de Francia. l. Goldstein, Víctor, trad. II. Gayo]
Sandra, trad. III. Título Microanálisis y construcción de lo .social ················································· 41
CDD 907.2: 944

1.;1 institución y lo social........................................................................... 63

Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Mentalidades ····························································································· 83


Impreso en la Argentina
1,a cultura popular: usos y abusos de una herramienta historiográfica ..... 101
© 2005, Ediciones Manantial SRL
Avda. de Mayo 1365, 6º piso
1~I revés de la Ilustración: los intelectuales y Ja cultura "popular"
(1085) Buenos Aires, Argentina
l'll Francia ( 1650-1800) ............................................................................ . 117
Tel: (54-11) 4383-7350 / 4383-6059
info@emanantial.com.ar
www.emanantial.com.ar 1•oucault: el momento historiográfico ...................................................... . 133

ISBN: 987-500-090-2 La corte, lugar de memoria ...................................................................... . 143

Derechos reservados Cuerpos y comunidades a fines del siglo XVIII ...................................... . 195
l'rohihida la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la trans-
1<11maciún de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, me-
diante rotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su in- La biografía como problema historiográfico ............................................ . 217
lrarTir.111 cstú penada por las leyes 11.723 y 25.446.

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.l.ll)
Recursos narra ti vos y conocimiento histórico ......................................... . RLI LRLNC :IAS
María Antonieta en sus ficciones: la puesta en escena del odio ............... .

La carga de la memoria: historia frente a memoria


en Francia hoy ............................................................. ······························ 271

Los artículos que componen este libro fueron originalmente publicados en:

1. Historia y ciencias sociales: los paradigmas de los Annales: "Histoire et


sciences sociales: les Paradigmes des Annales", Annales E.S.C., 6, 1979,
págs. 1360-1376.
2. Microanálisis y construccipn de lo social: "Micro-analyse et construction du
social", en Jacques Revel, comp., Jeux d'échelles. La micro-analyse a l'ex-
périence, París, Gallimard/Seuil, colección "Hautes-Etudes", 1996, págs.
15-36.
3. La institución y lo social: "L'institution et le social", en Bernard Lepetit,
comp., Les Formes de l'expérience, París, Albin Michel, 1995, págs. 63-84.
4. Mentalidades: "Mentalités": inédito.
5. La cultura popular: usos y abusos de una herramienta historiográfica: "La cul-
ture populaire; sur les usages et les abus d'une notion", en Las Culturas popu-
lares, Madrid, Editorial Universidad Complutense, 1986, págs. 223-239.
6. El revés de la Ilustración: los intelectuales y la cultura "popular" en Francia
(1650-1800): "L'envers des Lumieres: les intellectuels et la culture populaire
en France (1650-1800)", en Philippe Roger, comp., L'Homme des Lumieres
de Paris a Pétersbourg, Nápoles, Biblioteca Europea, 6, Vivarium, 1995,
págs. 237-259.
7. Foucault: el momento historiográfico: "Naissance de la clinique: le moment
historiographique", en Luce Giard, comp., Foucault: Lire l'~uvre, Greno-
ble, J. Million, 1992, págs. 83-96.
8. La corte, lugar de memoria: "La Cour", en Pierre Nora, comp., l, III, Les
France, vol. 1, París, Gallimard, 1993, págs. 128-193.
IU JACQUES REVEL

9. Cuerpos y comunidades a fines del siglo XVIII: "Les Corps et communau PRI SI N 1;\( l()N
tés", en Keith Baker, comp., The Political Culture of the Ancien ReKimc,
Oxford-London, Pergamon Press, 1987, págs. 225-242.
10. La biografía como problema historiográfico: "La biographie comme problc-
me historiographique", en Hans Erich Bi:ideker, comp., Biographie schrei-
ben, Gi:ittingen, Wallstein Ver!ag, 2003, págs. 329-348.
11. Recursos narrativos y conocimiento histórico: "Ressources narratives et
connaissance historique", Enquéte, 1, Editions Parentheses, Marseille, 1995,
pág. 43-70.
J2. María Antonieta en sus ficciones: la puesta en escena del odio: "Marie-An-
toinette dans ses fictions: la mise en scene de la haine", en De la Russie et
d'ailleurs. Feux croisés sur l'histoire. Mélanges Marc Ferro, París, Institut
d' études slaves, 1995, págs. 23-38.
13. La carga de la memoria: historia frente a memoria en Francia hoy: "Le far-
deau de la mémoire: histoire vs. memoire en France aujourd'hui" fue publi-
cado primero con el título "Histoire vs. mémoire en France, aujourd'hui",
French Politics, Culture and Society, vol. 18, nº 1, primavera de 2000, Nue-
va York, 2000, págs. 1-12.
Los textos reunidos en este volumen fueron escritos y publicados durante un
lapso bastante largo, desde fines de los años setenta. Incluso para un historiador,
un cuarto de siglo es suficiente para provocar la sensación de que, en ese lapso,
sus interrogantes, sus expectativas (y a veces las condiciones) acerca de su ofi-
cio cambiaron, porque la disciplina evoluciona, pero también porque el mundo
se ha transformado a su alrededor. A todas luces, el tiempo de la disciplina his-
tórica es más lento que el de la historia. Y también menos dramático, mejor pro-
tegido contra las violencias de lo cotidiano. Sin embargo, para quien tiene lapo-
sibilidad de observarlo con cierta distancia, se impone la sensación de una
evolución profunda en nuestras maneras de pensar y de hacer. Este libro querría
dar cuenta precisamente de eso. Los textos fueron elegidos por el autor y el edi-
tor, entre muchos posibles, con la intención de ilustrar una gama de interrogan-
tes que fueron los míos, pero también, más ampliamente, los de una generación
de historiadores, y en los que la generación siguiente pueda acaso también reco-
nocerse, por lo menos en parte. Entendámonos bien: no se trata de describir un
itinerario intelectual que no tiene ningún motivo para reivindicar cualquier
ejemplariedad, y que por lo demás correría el riesgo de sólo tener interés para
mí. A través de esta selección de textos, tampoco pretendo ilustrar una posición
teórica unificada, cuya necesidad imperativa, como muchos historiadores, no ex-
perimento en mi trabajo de todos los días. Para bien y para mal (a menudo para
bien y en ocasiones para mal), la historia depende fundamentalmente del género
de las "artes de hacer", vale decir, de una gama de prácticas en las cuales la teo-
ría difícilmente se emancipa de las formas concretas de la investigación y la es-
critura; lo que por supuesto no significa que esté ausente ni que podamos perma-
necer desatentos a las implicaciones teóricas de nuestras actitudes. El objetivo
12 JACQUES REVEL PRESENTACIÓN 11

de esta recopilación es más simple y modesto a la vez. Precisamente, querría pio vértigo y definir los dominios sobre los cuales pretende ejercer su dercclu 1
ilustrar algunas prácticas de investigación reubicándolas en los marcos de refe- de observación.
rencia en los que adquirieron su sentido; mostrar cómo tales prácticas se trans- Esto es lo que tal vez permita circunscribir mejor la intención de los ensayo.'
formaron en función del desplazamiento y la renovación (por lo menos parcial) historiográficos que figuran en este libro. Escritos en un período de más de Vl'Íll
de los cuestionarios que orientaban esas prácticas. te años, fueron concebidos para acompañar la reflexión de la disciplina sohn· si
Así se explica mi decisión, la de incluir aquí textos que, en apariencia, se misma, a partir del punto de vista particular de un historiador francés cercano a
inscriben en dos registros que la mayoría de las veces se distinguen, y que por el los Annales, pero consciente -por lo menos eso espera- de cómo cambiaba el
contrario creo necesario confrontar de manera permanente. El primero es histo- mundo a su alrededor, y por supuesto también el mundo historiográfico. Volvt•n•
riográfico. Detrás de esta palabra, que hoy conoce una nueva preferencia tras ha- sobre este punto dentro de un momento. No desconozco ni la existencia ni la im
ber estado muy desacreditada, pongo algo realmente distinto -y algo más, espe- portancia de las modas: ellas afectan a nuestro oficio como a cualquier scclor d1·
ro- que la clásica historia de la historia. La reflexión historiográfica se dedica a la actividad social. Pero no bastan para dar cuenta del cambio y la innovaciú11 t'll
comprender la escritura de la historia como una operación, para retomar la bella nuestras disciplinas. No son recibidas, ni son interesantes, sino en la medida 1·11
expresión de Michel de Certeau, vale decir, como un conjunto de procedimien- que son pertinentes, vale decir, que nos ayudan a plantear preguntas nuevas, di
tos inseparablemente escriturarios y cognitivos que son movilizados al servicio bujar configuraciones y lecturas inéditas, sugerir desarrollos originales. 1\111rn1
de esta actividad extraña, paradójica y sin embargo familiar: producir un discur- ces pueden transformarse en proposiciones operatorias, por lo menos dura1111· 1111
so verdadero sobre aquello con lo que ya no podemos tener una relación directa, tiempo. Para tomar un ejemplo sobre el cual vuelvo más largamente en L'st1· vo
y que ya no existe para nosotros sino en el modo de la ausencia. Porque desde lumen, tal fue el caso de la micro-historia en los años 1980-1990. Para IÍislo11a
que existe, por lo menos en su versión occidental, la actividad histórica mezcla dores formados, como era mi propio caso, en la historia social clásica lal y 1·01110
dos repertorios diferentes, y los mezcla inextricablemente. Por un lado, pretende la había poderosamente ilustrado la tradición francesa en particular, las i1111·110
ser una práctica de conocimiento, cuyos instrumentos se renovaron y que no es gaciones y proposiciones formuladas por los microhistoriadores italianos l11c1011
exagerado pensar que no dejó de progresar. Por el otro, está investida de una primero el medio de un retomo crítico sobre nuestras convicciones. Nos i111p11
función social -la construcción de una relación específica con el presente y el sicron reflexionar sobre las expectativas, a menudo implícitas y por eso 111i~.11111
pasado, con el pasado a partir del presente- que engloba la actividad de conoci- demasiado evide11tes, de la concepción de lo social que habíamos recibido y •l'll'
miento y que además no es la única que se ocupa de esto en nuestras sociedades. nos inclinábamos a reproducir como si fuera evidente; en ocasiones nos llt·v:111111
De ser necesario, bastaría como recordatorio la tensión entre historia y memoria, a elaborar estrategias de investigaciones alternativas, pero más frecue1111·1111·111t· 11
que desde hace una generación empezó a ponerse en marcha una vez más y que l'Valuar mejor nuestros instrumentos más familiares.
hoy adopta en ocasiones formas exasperadas. Hacer historia, articular un discur- Los ensayos que aquí se conservaron tienen que ver con esos rclorno:; t 1111
so de verdad sobre el tiempo a partir de un tiempo particular, nunca es separable rns que son inseparables de la reflexión histórica, como de cualquier 0110 dc~ .. 1
de una exigencia y una producción de inteligibilidad de las huellas subsistentes 11 ol lo científico. Pero en este punto es preciso reconocer que la ge1u·rar iorr d1·

de un pasado que tratamos de reapropiamos en función de las expectativas de l11storiadores a la que pertenezco tuvo la sensación de atravesar un )lL'11od11 1111
nuestro presente. Conviene tomar en serio esta ambivalencia, que a menudo 111t·111oso, donde esos cuestionamientos fueron numerosos y vigorosos a la v1·1
adoptó la forma de una ambigüedad, durante mucho tiempo mal experimentada < 'rn110 muchos historiadores franceses -y no solamente franceses-., l'ui lo1111ad11
por los historiadores. Ello es la condición misma de su oficio, cualquiera sea o 1·11 la lradicicín de los A1111ales, los de Marc Bloch y de Lucien Fehvrc, pl'ro (;1111
haya sido, de manera recurrente, su ambición de sustraer de la historia la apre- hw11 L'll la de sus continuadores, Fernand Braudcl, Ernest Lahroussl', l'i1·111· V1
hensión histórica del pasado. Es más conveniente no ceder ni un ápice en la exi- L11. y luego la siguiente gcncracicín, Georges Duhy, Jacques Le ( ioll, 1·:111111;111111"1
gencia de conocimiento que sigue siendo inseparable de la actividad historiadora l .1· l~oy l .:1d11rie, Mauricc Agulhon y muchos otros. Yo l'ui el editor dt• la 1t·v1•,111
desde que ella existe. Esta evocación puede parecer inútil. Sin duda lo sería si la v t'll la aclualidad si¡•,o lormando parle del L~quipo lJllL~ la respalda. l'asc lt1 t'St'll
historia, y más ampliamente las ciencias sociales, no hubieran sido sometidas, , 1;d de 111i vida p1ok.~irn1al c11 la l•:sl'ul'ia dt· Altos Hstudios 1·11 ( 'il'11cias Snn.111".,
desde hace unos veinte años, a una ofensiva relativista y escéptica que en oca- ,.. , cl1'111. t'll la i11.~lil11t·io11 q11l' 11acio, i11111l'diala1111·11ll' dt·spllt'S d1· la S1·¡•,1111d11
siones cuestionó hasta la posibilidad de un conocimiento de lo social. Así como t 1111·11:1 M1111d1al. del pro¡•,1a111a di· los i\111111!1·s, l'I dl' 1111:1 n111fm11lal·ío11 :1hw1l•I ~
creo indispensable -y a decir verdad ineludible- inlcrrogar sin dcst"a11so 11111·s1ras .¡,., 11l1d.1 1·11111· la l11.',ln11a y J;1s l'Ít'lll'ia~ •;111"1al1·s S111 11i11¡•.1111 ¡11ohlc111a, 1111' 'd/'11
pr;ícticas, nucslras conviccio11cs y hasla 11t1t·.slras i11lc1 H1¡ 1,:wi111w~. 1¡ ,11;il111t'lll!'
1
·.111lw11dn t 1·11 ;1110 ;1 c,.,1· 11111v111111·1110 1li- p1·11.·.a111w11lo 1· 111v1".l1¡•.1t 11111 M;i" 1 111111
erro q1w t'sa duda hc11ríslil"a, a rit·s¡•,o d1· s1·1 1·~;lc1il. ddw •,;ill('1 1n1•.111 :1 :.11 p111 d11 11·1111101111 tflll', 1 011111 1 11;tlq1111·1 11q 11w.1110 \'l\'11, 1 ;111il1111 V •,1· wdd111111 p111
1..
JACQUES REVEL PRESENTACIÓN 15

cialmente. A decir verdad, lo hizo desde sus orígenes. Así, el texto que abre esta disciplinas científicas que permiten captar este mundo, al mismo tiempo, se hi-
recopilación (y que fue una de mis primeras incursiones en el campo de la histo- cieron más modestas; a menudo los objetos que se dan son más reducidos, más
riografía), propone leer detrás de lo que se llama, impropiamente en mi opinión, locales. Al fin y al cabo, es la idea misma de sociedad "como un conjunto natu-
ta "escuela de los Annales ", una serie de tentativas sucesivas para reformular el ral e integrado por sus funciones sistémicas, y por su cultura", la que resultó
diálogo inestable entre las disciplinas sociales y la historia. Cuando se la propu- cuestionada. 3
so, en ocasión del cincuentenario de la revista, en 1979, esta interpretación sor- Evidentemente, nuestras disciplinas resultaron afectadas, y sin duda eso es
prendió y en ocasiones impactó, a tal punto podía ser considerada como icono- lo que hace comprender que, desde hace un cuarto de siglo, hayan emprendido
clasta. Para algunos parecía cuestionar hasta la identidad de esta empresa un retorno crítico semejante sobre sus adquisiciones, sus certezas y también so-
colectiva, en el mismo momento de su mayor reconocimiento público. Sin em- bre su historia. Realmente se trata aquí de un movimiento de fondo: sociólogos,
bargo, a mi manera de ver, no se trataba sino de reemplazar el trabajo histórico antropólogos, geógrafos, dernógrafos procedieron de tal modo, como lo hicie-
en el contexto intelectual que le da sentido y que nos permite comprenderlo, sin ron los historiadores, a un estado de situación. Sin exagerar su importancia, sin
ceder a las fáciles tentaciones de la identificación. 1 Esta actitud, que podía ser embargo no se puede ignorar el síntoma que constituyen, así fuera porque rom-
un poco inaudita hace veinticinco años, hoy ya no sorprendería a nadie. Ocurre pen con las garantías ostentadas durante el período precedente. Estos inventa-
que, junto con la mayoría de las ciencias sociales, la historia entró desde enton- rios críticos señalan que realmente entramos en un momento reflexivo. Ese mo-
ces en una zona de marcadas turbulencias de la que todavía no salió. Puede ju- mento del cual, una vez más, todavía no salimos verdaderamente, en ocasiones
garse con las palabras; puede hablarse de "crisis'', entre comillas o no, de dudas, lúe vivido difícilmente en el modo de un desencanto epistemológico o, más am-
de inquietudes. 2 Pero en todos los casos se reconocerá que el soporte de nuestras pliamente, científico. No fue ése mi caso. Yo, por el contrario, junto a otros, tu-
certezas no es tan firme como solía ser. Es cierto que en su famoso artículo so- ve la sensación de encontrar en ese cambio de decorado algo así como una nue-
bre "La longue durée" (1958), Fernand Braudel estimaba que había que com- va jugada: las condiciones para reflexionar más libremente sobre las
prender la historia de las ciencias sociales, en su totalidad, como un encadena- operaciones que hacen a la cotidianidad de nuestro oficio, sobre algunas de las
miento de crisis recurrentes que era necesario aceptar como una condición nociones que las orientan y que con mucha frecuencia nos resultan demasiado
normal de nuestro ejercicio; pero eso no impedía que el gran historiador constru- familiares para que no las consideremos como evidentes. Así, toda una serie de
yera instituciones, lanzara programas, definiera una política de la investigación debates se abrió alrededor·de los objetos sobre los cuales trabajamos y sobre los
que la duda no parecía menoscabar. El momento que se abrió durante los años 111slrumentos conceptuales de que disponíamos para dar cuenta de ellos. De ese
setenta, a mi juicio, es de una naturaleza diferente, y sus efectos fueron mucho 111omento conservo la sensación de una extrema libertad intelectual y el gusto
por una experimentación, individual y colectiva, algo que espero encuentre el
más profundos.
A decir verdad, presenta varios aspectos, que puede ser útil distinguir. Sin lector en algunos de los textos reunidos en este libro. Ya no teníamos un gran
duda, el primero es la erosión de los grandes paradigmas funcionalistas que, des- paradigma por encima de nuestras cabezas. Las proposiciones circulaban con
de la segunda mitad del siglo xrx, habían sostenido el programa de las ciencias 1111a intensidad notable: al respecto, los años 1970-1990 fueron un tiempo de in-
sociales. Estas arquitecturas integradoras, por lo menos de manera asintótica, lncambios historiográficos intensos, de los que todos nos beneficiamos y de los
garantizaban la posibilidad de una aprehensión y una inteligibilidad global de lo que, creo, todos salimos enriquecidos, transformados. Nos habíamos convertido
social en el seno de un marco analítico y explicativo común. Pero fue la idea 1·11 historiadores en un momento en que el "territorio" de nuestra disciplina pa-
misma de la sociedad como una totalidad o como un sistema la que resultó des- 11·cia tender a ampliarse indefinidamente. La fortuna de esta metáfora espacial,
quiciada, en el momento mismo en que, en nuestras sociedades, la confianza en f' lijada por E. Le Roy Ladurie, dice lo suficiente sobre lo que pudieron ser las
las posibilidades del porvenir, en las promesas del progreso, se agotaba. Por ra- a111hicioncs de nuestros años de formación, la de una disciplina que creía que
zones conocidas, las viejas sociedades occidentales -y sin duda otras- hoy per- ¡1odía anexarse ilimitadamente nuevos territorios. Respecto de esos años más
ciben el mundo como menos coherente, más opaco y difícil de descifrar. Las l1i1·11 triunfalislas, 4 sin duda alguna, el período que siguió fue menos seguro,

l. Prolongué este trabajo crítico en un ensayo recientemente traducido, Las construccio1w.1'.fiw1 1 1·' 1l11hct, 1l. M;11t11ccclli, /J1//l.I' r¡11clle société vil·ons-nous?, París, Seuil, 1998, pág. 17.
cesas del pasado, la escuela francesa y la historiografía del pasado, Buenos Aires, Fondo de ( 'ultu ·I t 11· 111·. q111· 11·aii11c1111· d:on fe 1·11 Francia Jo, A1111ales de rines de los años sesenta y comienzos
1 11 •'• ·.c11·11fn. 1·11¡ia111111lar :,11·~ 111111wrns t'.'>pcciaks; D incluso obras colectivas tales como los tres
1 1
ra Económica, 2002.
2. G. Noiriel, Sur la "crise" de l'histoire, París, Belio, 1996; R. Charticr. !111 lnml d1· /11fili11i11· '"l1111111w·. cl1111•1d11•. I"" 1 1 " ( i11ll y I' No111. F11i11· d1• l'!tistoin·. l'aris, (iallimard, 1974, o el die-
/.'histoirc rntre certitudes et inquiétudes. París, Al hin Mirhcl, 1')')8. ' '"11""" ,¡,. 1" N"'"'""" ""''"' '" 1'1111 ... lfrl1, 1•1 /K, t111 w1clo I'"' 1 1 ,. ( i"l I, I~ <'lia11i1·r y .1. lfrvt.'I.
l(l JACQUES REVEL PRESENTACIÓN 17

más discreto. Menos legible, y también más duro, porque requería una revisión nario, que ocupó lo esencial de mi vida como docente: la formación que uno se
de cantidad de convicciones que parecían adquiridas. En este volumen se en- esfuerza por aportar a Jos estudiantes la mayoría de las veces consiste en partir
contrarán ecos de los debates que nos ocuparon, sobre la construcción de las de un caso, de un protocolo, de deslindar los problemas que plantea y las mane-
identidades y las taxonomías sociales, sobre las formas y los usos de la institu- ras posibles de darle respuesta. La mayoría de los ensayos de esta recopilación
ción en la sociedad, sobre la cultura "popular" y, más generalmente, sobre las fueron presentados en este marco; espero que hayan contribuido en el aprendiza-
modalidades de la apropiación cultural. También se encontrarán referencias, au- je de jóvenes investigadores; de rebote, ciertamente se beneficiaron con la curio-
tores que fueron aquellos con los cuales -en ocasiones también contra los cua- sidad y los interrogantes que me planteaban los que venían a aprender su oficio.
les-, aprendimos a pensar: Foucault, Bourdieu, Certeau, sin duda Ricceur, pero Sin duda, estos ensayos dan una muestra de mis intereses como historiador,
también el sociólogo Norbert Elias -acaso el más importante para muchos de como especialista de las sociedades del Antiguo Régimen. Pero acaso también
nosotros-, E. P. Thompson, Ginzburg o Levi. Este trabajo movilizaba al co- puedan sugerir algunas de las líneas mayores de Ja evolución de la historia social
mienzo iniciativas individuales y, con mayor frecuencia, pequeños grupos de en la que me reconozco. Sin anticipar en detalle los análisis que son desarrollados
investigación que se formaban un poco en todas partes alrededor de una interro- más extensamente en este libro, quiero destacar uno, el que a mi juicio afectó pro-
gación compartida o un proyecto en común. La dinámica que resultó de esto, fundamente nuestras concepciones, nuestras opciones y nuestras maneras de ha-
sin embargo, produjo efectos más amplios. En 1987, los Annales necesitaban cer. Es la reconsideración de la acción y los actores en la comprensión de las di-
ardientemente un "giro crítico" e invitaban a los historiadores a calibrar lo que námicas históricas. Que sin embargo estuvieron largo tiempo ausentes y como
estaba cambiando en su disciplina, y más generalmente en las ciencias sociales. borrados de la escena. En los años 1950-1970, los grandes modelos funcionalistas
Dos años más tarde renovaban su llamado a "intentar la experiencia", reunien- que evocaba más arriba no implicaban que se apelara a ellos para dar cuenta de lo
do cierta cantidad de proposiciones que daban fe de la amplitud de las transfor- que ocurre en el mundo social. Los historiadores intentaban articular estructuras y
maciones en curso. Sin embargo, no por ello se constituyó una nueva ortodoxia, coyunturas bajo diferentes regímenes de temporalidades, los sociólogos pensaban
y hay que felicitarse por eso. El paisaje que ofrece hoy la historiografía francesa en términos de funciones o instituciones, los antropólogos disponían del podero-
-y en este caso no es Ja única- es más bien el de una serie de obras a partir de so instrumento del análisis estructural. Los procesos sociales eran pensados como
las cuales pueden bosquejarse recomposiciones de amplitud variable. Hemos autónomos, cualquiera que fuese el modo metafórico en el que se expresaba su
aprendido a vivir en esta contingencia y hasta a encontrar en ella recursos heu- cricacia: estructuras, proce·sos sin sujeto, dispositivos, máquinas, gramáticas nor-
rísticos y críticos. mativas: todos estos términos permitían pensar una sociedad sin actores o a los
Se pueden encontrar algunos ejemplos de esas obras en este libro. Se trata de que no les dejaban otro papel que servir de ilustraciones singulares para mecanis-
artículos, es decir, piezas necesariamente breves, que a menudo se contentan con mos englobantes y anónimos. Durante mucho tiempo, la historia económica y so-
señalar un problema y sugerir que se redefinan algunos de los temas .. Pero si he- L·ial y la de las mentalidades según los Annales (entre otros), la sociología de Ja
mos insistido en hacer figurar estudios de casos al lado de reflexiones más explí- dominación y la crítica institucional, la antropología social nos propusieron es-
citamente historiográficas, fue con la convicción de que las segundas no tienen quemas de este tipo, que entonces, en nuestra opinión, imponían su evidencia.
sentido ni justificación sino con respecto a los primeros. Al comenzar lo evoca- l'recisamente contra esta evidencia se afirmó progresivamente, desde los años
ba: ante todo, la historia sigue siendo un arte de hacer. Es necesario que se inte- ochenta, lo que con frecuencia se llamó un "giro pragmático", que, a partir de la
rrogue sobre sus actitudes, sus conceptos. Pero esta exigencia epistemológica de 1crnnsideración de las prácticas, progresivamente desembocó en el redescubri-
nada sirve si no es puesta a prueba en la práctica, como bien saben todos los his- 111ic11!0 de los actores y de su papel en la producción de la sociedad. Ninguna du-
toriadores. A decir verdad, es en su práctica donde se plantean los asuntos que (la cabe de que el debilitamiento contemporáneo de las instituciones de regulación
conciernen a las condiciones de posibilidad y a la legitimidad de las operaciones <'11 nuestras propias sociedades representó un papel determinante en esta evolu-
que emprenden. En todo caso, no se tomarán los estudios de casos que se pre- n1i11 mayor. El imaginario comúnmente aceptado de una máquina acéfala y regu-
sentan aquí como ejemplos o aplicaciones "concretas" de consideraciones histo- lada, que inratigablcmcnte produce efectos imperturbables, fue reemplazado por
riográficas más generales, que serían presentadas en otras partes y que constitui- 1:1 1<·pn·scntaciú11 de un mundo social irregular, discontinuo, regido por formas de
rían la etapa noble de la reflexión. Además de que no daría cuenta del orden de 1;11·1011alidad discretas. que por cierto imponía coerciones a los actores, pero que
las cosas, de las condiciones reales de la elaboración de unos y otros, una repre- l:1111hw11 l1·s orn·cía l"l'l'llrSllS, asideros, posibilidades de elección. Aquí, el proble-
sentación semejante daría una idea falsa del trabajo ordinario que fue el mío (y, 111a 110 1·s t°'Sl'. 11wtal1.~ico, d1· la lilwrtad ontolt\,ica de los sujetos, sino el de la par-
1

me imagino, el de la mayoría de los historiadores). Los dos tipos de prácticas no 11· q1w, a pa1111 d1· 1111 p11'/'.º 1h· ¡u1•;i1·1D11t·s y rcl:wiom·s si11gulares, toman en la
son separables. Por lo demás, realmente es así como concibo el trabajo de semi- 11111-.lllli1·11111 d1· lo :.rn 1.il 1·11 1t·111p111,il1d,11h':, p;11l111i1;11t"~;.
.'() lll'. l i 1Jll1\ \' 1 '11,N< 'JI\:,,'.< 11 '11\I 1 •; .'I

bales y estudios tienen un mérito: nos invilan a interrogarnos acerca dl' la unidad '" d1· 1·1·1 p1011io ,.01111s 1111t·vos 1\111111/1•,1,": la ali1111acio11 dt• una lidl'lidad que 11u11c1
de un movimiento intelectual que se prolonga desde hace medio siglo de hecho .,,. prnll' 111;1s d1· 111a11ífit·s10<JllL' en la i1111ovacití11. la volunlad dc inscribir la conli-

desde hace más tiempo; volveré sobre esto-, aun cuando esta unidad pareciera 111111L1d y la t'11hnl'llcia del movimiento b;~jo el signo de una diferencia cscncial. Y
evidente tanto a sus participantes como a sus adversarios. d.111 k de dio otros indicios más dispersos, pero no menos significativos: el hecho
La inteITogación es tanto más necesaria en la medida en que tal vez se termi- d1· 1l'rnnir a la rckrcncia legitimante -a la que dicho texto tiene conciencia de no
na por olvidar que los Annales no sólo tienen un origen -la ruptura fundadora de ,..,,·;ipar . el uso del "nosotros", o, más aún, del colectivo impersonal -los Annales,
1929- sino también una historia. Los programas, las declaraciones de intención ·.1ql'lo de nombre colectivo- entre aquellos que tienen la responsabilidad de la re-
bien pueden dar la imagen de una continuidad sin problemas; en cincuenta años, v1~.1a. pero también entre cantidad de colaboradores ocasionales. Esta identifica-
el oficio del historiador ha cambiado, y en esa evolución, por otra parte, la inter- ' 1011 1l~pctida llegó incluso a ocultar verdaderos desacuerdos.
vención de los Annales no fue desdeñable. El campo disciplinario, el papel social Porque esta comunidad proclamada plantea más preguntas que explicacio-
del historiador, la naturaleza del trabajo científico se transformaron en profundi- 1u·s. ¡,Qué pueden tener en común el grupito de profesores de la Universidad de
dad: ¿cómo se podría creer que el discurso histórico permaneció intangible? l ·:s1 ras hurgo que, a fines de los años veinte, intentan la aventura de una revista y
Sin embargo, el análisis de estos cambios es dificultoso. Ante todo porque la ·,1· lanzan a enfrentar la ciudadela universitaria, y la poderosa red que desde ha-
historia de los Annales fue marcada muy tempranamente por una doble leyenda. n· veinticinco años se constituyó alrededor de los Annales y la École de Hautes
Una leyenda negra, que, desde los primeros años, se vinculó con una revista agre- l ·:111dcs? ¿O entre esa red todavía homogénea y las ramificaciones difusas que
siva, irritan le, que de buen grado se dedicaba a impartir lecciones, y que se había hoy proliferan y que, en ocasiones mucho más allá del campo científico, la ma-
fijado la larca de llevarse por delante las reglas y los usos establecidos por la co- yoría de las veces escapan a la iniciativa y el control de la revista? O incluso,
munidad de hisloriadores. Esta hostilidad dio marcha atrás ante el éxito de la em- ¡,qué hay en común entre el programa muy unificado de los primeros años y la
presa. Vano snia creerla totalmente abolida, y debates recientes se ocuparon de ;1parente fragmentación de las orientaciones más recientes? Únicamente una his-
recordarlo. l'cro 1a111hién, y acaso sobre todo, leyenda dorada, vehiculizada por el lmia del movimiento podría dar aquí respuestas seguras. Que en la actualidad no
éxilo i11ll'h-cl11;il e institucional, que consagra en su conjunto el gesto de los padres 1·xiste, y por una doble razón. Por un lado, la mayoría de los ensayos que les
furnladmt·s. Marc llloch y Lucíen Febvre, y la continuidad de una tradición. Que l11cron consagrados parten del discurso que los Annales sostuvo sobre sí mismo.
no ~;t· vt·a aq111 la 111L·nor ironía: después de todo es notable y, para quienes preten- 1>esde el vamos, admiten su continuidad y coherencia, y a menudo se contentan
den 1·~.1ar t•11 su proximidad, no es indiferente que un movimiento intelectual colec- rnn ilustrarlos. Plantean la existencia de una "escuela" allí donde sobre todo hay
tivo ~;,· haya otorgado una identidad tan explícita ni que reivindique con tanta per- 1111 movimiento, una sensibilidad, estrategias: una actividad, a la que en el fondo
sew1 ;111cia su origen y su unidad. En la revista, editoriales, aniversarios y 110 le preocupan demasiado las definiciones teóricas. Por lo demás -y cuanto
se111lila11zas durante mucho tiempo fueron motivo para recordar, incansablemente, menos de manera aproximativa, a través de los textos de método y los testimo-
la crn.;lencia de un proyecto continuado, sostenido por una comunidad científica. 11 ios-, conocemos las coITientes de ideas que convergen alrededor de la revista.
Nada lo expresa mejor que la presentación de los "nuevos Annales" por Fernand !'ero no nos proponen más que una historia ideológica y, sin embargo, abstracta.
Bra11dcl, hace diez años: "Una vez más, los Annales mudan la piel. De este modo ¡,Parroquia? ¿Agrupación informal? ¿Sindicatos de intereses? ¿Holding, como
pen11anecen fieles al espíritu de Lucien Febvre y de Marc Bloch, que los fundaron cn ocasiones se expresa en estos tiempos? A pesar de algunos elementos ya reu-
han· ya cuarenta años. Su objetivo siempre fue servir a la historia y las ciencias nidos, 4 lo ignoramos casi todo de la sociología del movimiento, de la composi-
del hombre, pero -en la medida de lo posible y aceptando todos los riesgos- lle- ción de las redes sucesivas y sedimentadas que, en uno u otro momento, en todo
gando al mismo límite de las innovaciones que se bosquejan. Existen otras revis- o en parte, fueron asociadas a los Annales; apenas conocemos la organización y
tas, además de la nuestra, que se consagran a nuestro oficio y mantienen sólida- el funcionamiento del campo de las ciencias sociales tal y como lo definieron y
mente las tieITas ya conquistadas. Su papel nos parece importante, decisivo, rcacondicionaron, desde el inicio del siglo, las instituciones universitarias, los
irremplazable. Y nos permite representar otro diferente en la coyuntura intelectual recortes científicos, pero también las relaciones concretas de fuerza o de presti-
de nuestra época". 3 Todo está a la vista en este texto, que culmina con la esperan- gio que jerarquizan las disciplinas y los grupos. Sólo una investigación sistemá-
tica permitirá señalar el lugar de la historia en el seno de las ciencias sociales en

y por otra parte en Furio Díaz, "Le stanchezze di Clio", Storiografia, op. cit., págs. 73-162. Por su-
J>IH'slo, estas referencias sólo son indicativas, y se podrían multiplicar. 4. Por T. Stoianovich, y sobre todo por J. H. Hexter, en un ensayo crítico y lleno de humor: "F.
.l. Fernand Braudel, Annales ESC, 1969, 3, pág. 571. Braudell et le monde braudellien", Joumal ofmodern history, 1972, 4, págs. 480-539.
22 JA< '()lll:S Rl·.Vl'.I. 111.'. 11 1lll i\ Y ( '11 · Ne 'l 1\ ,<; .'l ( 11 '1 i\ 1 1.,<; .' 1

Francia, y el papel que tuvo en su desarrollo. Y también comprender 111e1m l;1 d1·~,;111olla ;il 1111s1110 IH·111po un prngra111a que situaría la historia en el seno de las
forma que adoptó ese desarrollo -con sus avances, sus retrasos, sus bloqueos , 11l1a" n1·111·ias sociales o de lo ciencia social, para hablar como el propio Si-
analizar las condiciones de innovación, recepción, reproducción del trabajo cien- 1111a11tl . d1· las que nada, fundamentalmente, las separa ni en cuanto al proyecto
tífico. Esta investigación no se hizo. Y será larga y compleja debido a la inter- 111 ta111¡mco en cuanto a los métodos. Por lo demás, el artículo de 1903 no está
vención multiforme de los Annales a lo largo de medio siglo. Hasta entonces -y ;11sl;1d1i. ( 'onstituye uno de los documentos del gran debate que, en Francia, en-
las reflexiones que siguen son un ejemplo- habrá que contentarse con hipótesis IJ1·111a a historiadores y sociólogos. 6 Además, el texto es de buen grado provoca-
demasiado generales y proposiciones empíricas. 11 vo, y en ocasiones injusto: con excepción de P. Lacombe, en él Simiand no se
Historia y ciencias sociales, historia ciencia social: estas palabras son usadas 11111t·slra muy atento con aquellos que, por el lado de los historiadores, y con los
por la retórica académica. Sin embargo fueron nuevas, y nos esforzaremos por 11ll'dios de que se disponía, entablaron una crítica epistemológica o institucional
mostrar que definen desde su origen el corazón del programa de los Annales. Pe- 11111ida, parcial, pero no siempre desdeñable. Realmente se trata de un manifies-
ro un programa cincuentenario tiene una historia. Se pone en ejecución en un to, y tiene las ventajas del género. Sin duda, endurece las oposiciones, simplifica
entorno intelectual cambiante, en condiciones que no dejaron de transformarse, las posiciones, las que escinde enérgicamente, pero formula con toda claridad los
sobre todo si desde el inicio proclama estar abierto a todas las solicitudes del desafíos de la polémica. Sin embargo, ese manifiesto es importante por varias ra-
presente. Aquí insistiremos precisamente en esas transformaciones, y en las 1.oncs. A título indicativo, aquí no evocaremos más que el lugar de Simiand y de
adaptaciones que intentan darle respuesta, sin tratar de probar por la fuerza su .~11 obra en la reflexión de los Annales, a L. Febvre, comentador perspicaz del
continuidad y su unidad. Lo que equivale a decir que no plantearemos de entra- ( '011rs d'économie politique, a E. Labrousse y, todavía muy recientemente, a J.
da la existencia de un "paradigma" general de los Annales en el que ya nadie l\ouvier. Pero, más profundamente, llama la atención sobre el papel representa-
cree. Al tratar de deslindar una serie de paradigmas particulares que se fueron do por la escuela francesa de sociología en la generación de Bloch y de Febvre.
sucediendo (sin por otra parte eliminarse siempre), más modestamente nos gus- l 'apcl complejo, por otra parte: a sus colegas historiadores, los durkheimianos
taría reflexionar sobre las condiciones prácticas del trabajo del historiador. proponían, todo junto, un proyecto, un estilo de intervención y un modelo de so-
1·iabilidad intelectual ilustrado por el primer Année sociologique. 7 Por último, si
*** damos tanta importancia al texto de Simiand es porque él fue explícitamente rei-
vindicado. Bajo la dirección de F. Braudel, en efecto, los Annales lo volvieron a
Sin duda, el nacimiento de los Annales marca en profundidad la reflexión de publicar tal cual en 1960, en una rúbrica significativa -Debates y combates-,
los historiadores, tanto sobre su disciplina como sobre su oficio. El programa in- acompañado simplemente por una nota que evocaba su importancia para los his-
telectual que postula la revista resulta entonces nuevo, agresivo. Se organiza al- loriadores que se formaron antes de la Segunda Guerra Mundial. Por eso, ese ar-
rededor de una proposición central: es urgente sacar la historia de su aislamiento lículo de circunstancia, fechado, escrito en el corazón del combate durkheimia-
disciplinario, hay que abrirla a los interrogantes y los métodos de las otras cien- 110, aparece como una suerte de matriz teórica. Las relaciones entre la historia y
cias sociales. Esta reivindicación, que afirma claramente la unidad de lo social las otras ciencias sociales son definidas allí en términos que, setenta y cinco años
más allá de las aproximaciones de que es objeto, corre a través del medio siglo después, todavía son admisibles, por lo menos formalmente.
de los Annales: hace a la unidad del movimiento, y probablemente exhibe su Simiand escribe contra una concepción de la historia que él llama "histori-
verdadera identidad; aunque, como veremos, se puso en funcionamiento a través zante", y que nosotros adoptamos la costumbre de llamar positivista. Ninguna
de modalidades bastante diferentes. Sin embargo, en 1929 esa exigencia no es
totalmente inédita.
Una evocación nos introducirá en esa más larga duración en que se inscribe 6. Por lo demás, el debate no es estrictamente francés. Se encuentran otras versiones en Alema-
la empresa de Marc Bloch y de Lucien Febvre. En 1903, en la muy joven Revue nia, Italia, Estados Unidos. No obstante. en Francia adquiere una coloración muy particular porque es
un momento esencial de una discusión más amplia sobre el papel de las ciencias sociales en la univer-
de synthese historique, el sociólogo Franc;ois Simiand presenta bajo el título
sidad y la sociedad, cuyo desafío político es conocido en los orígenes de la III República: porque tam-
"Méthode historique et science social" 5 una crítica ceñida del discurso tradicio- bién se ubica en la difícil época inmediatamente posterior al caso Dreyfus. Sobre las implicaciones
nal del método histórico, en particular de la última versión que acaba de dar múltiples -políticas, institucionales, epistemológicas- de esta polémica, remito al excelente análisis
Scignobos en La méthode historique appliquée aux sciences sociales (1901); allí de Madeleine Reberioux, presentado en el coloquio consagrado a "La naissamces des Annales" (Es-
trasburgo, octubre de 1979). Este estudio se publicó en las actas del coloquio en 1980.
7. Véase John E. Craig, 'The durkheimians and the Annales school", comunicación inédita al 9º
Congreso Mundial de Sociología, Upsala, agosto de 1978; R. Chartier y J. Revel, "Lucien Febvre et
5. Revue de synthese lzistorique, 1903, t. VI, págs. 1-22 y 129-157. les sciences sociales", Historiens et géographes, febrero de 1979, págs. 425-442.
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de las dos etiquetas es satisfactoria, y sin duda fue un error aceptarlas sin tralar d111klH·11111a110. poi lo t;111J1111·pn•st·11tantc dl' una prüctica cil'11l1"i'ica nueva, co11-
de identificar mejor el conjunto complejo de concepciones y prácticas agrupadas q111 .. tadrna, p1·10 a1n11crn1ada y por mucho tiempo todavía--· en la marginalidad
bajo tales denominaciones. 8 Sin embargo, como ocurre a menudo, el adversario 11111 v1·1 s1J;11 ia y social. 1º En el cambio de siglo, la sociología sólo está débilmente
es amalgamado por las necesidades de la polémica. En lo fundamental, la histo- 111:.•·1 Jada en el sisll'ma académico francés, pero tiene el dinamismo de las em-
ria criticada por Simiand es sin embargo la que se da, como medio y como fin, p11·:;as 11ul'vas. Con los historiadores, los sociólogos mantienen relaciones ambi-
la ejecución de un método proclamado como científico "que debe servir a todos i·1i;1.» 1k solidaridad y rivalidad: a menudo tienen orígenes universitarios, intelec-
de centro de reunión y de información" 9 y que, por sí solo, define las ambicio- 111all's y políticos comunes, y, desde el comienzo, la historia ocupa un lugar
nes y los privilegios del conocimiento histórico. Para esta "escuela metódica", la pl<'kn·111c en las críticas bibliográficas de L'Année sociologique. Pero la socio-
tarea esencial es establecer los hechos (según las reglas de la crítica erudita), 111¡• 1a. lodavía muy minoritaria, frente a las otras ciencias del hombre -y singu-
planteando que se trata de datos cuyo sentido, precisamente, está dado de ante- L11111t·111c a la historia- reivindica un status preeminente y un derecho de control
mano. Por lo tanto, basta con restituir su realidad primera. Cada uno de tales he- , 011ccplual cuyo ejemplo y tono está perfectamente ejemplificado en la polémica
chos, por lo demás, constituye una unidad suficiente, y todos vienen por sí mis- d1· 1IJOJ. Sin duda, no es indiferente que sea desde la periferia del sistema uni-
mos a ordenarse en el interior de un relato objetivo, una intriga -el tiempo v1·rsilario donde se proclame la necesidad de lograr -de un modo voluntarista-
cronológico de la evolución y del progreso- que sólo al historiador le correspon- la 1111idad de las ciencias sociales, proposición tras la cual pronto se denunciará
de hacer visible y segura. Para Simiand, sin embargo, las técnicas críticas de la 1111 imperialismo sociológico. Porque precisamente desde el punto de vista del
historia de ninguna manera definen una ciencia positiva, no son más que un sociólogo los aislamentos disciplinarios son menos admisibles: carecen de vali-
"método de conocimiento": de hecho, el empirismo reivindicado por los histo- d1·z epistemológica, pero representan un papel intelectual institucional coerciti-
riadores descansa en opciones que jamás son explícitas. La constitución de una vo y retrógrado al prohibir toda reformulación del debate científico.
verdadera ciencia social pasa por nuevas exigencias conceptuales, y ante todo A la historia se le atribuye un lugar específico en el nuevo dispositivo de la
por la elección de hipótesis que deben ser verificadas. En esta perspectiva, el he- ciencia social. Si nada distingue en principio la práctica del historiador de la del
cho aislado no significa nada: no está dado, sino construido de manera de inte- sociólogo, el economista o el geógrafo, a la historia se le asigna además el papel
grarse en series que permitirán determinar regularidades y sistemas de relacio- de un banco de pruebas empírico para verificar hipótesis forjadas fuera de ella.
nes. Aquí, por lo tanto, la dimensión temporal ya no ofrece el marco coercitivo <>curre que la dimensión temporal, en el fondo, propone la única posibilidad de
de una cronología lineal sino uno en el cual se pueden estudiar variaciones y re- experimentación a ciencias que, por definición, estudian hechos que no son re-
currencias: sirve de laboratorio para una investigación que desde el inicio afirma productibles; por lo menos en el sentido en que lo entienden las ciencias exac-
la necesidad de la comparación. Así, la clasificación construida sobre hechos so- tas. Por lo tanto, a la historia le asignan un doble papel: el de una aproximación
ciales debe desembocar en la identificación de sistemas: "Si el estudio de los he- a lo social entre las otras, más particularmente encargada de dar cuenta de los
chos humanos tiende a explicar, en el sentido científico de la palabra [ ... ] se fenómenos pasados; y el más específico de una ciencia social experimental, ane-
propone como tarea dominante deslindar las relaciones estables y definidas que xo o prueba, como se prefiera, de las demás ciencias sociales. Su posición es im-
[ ... ]pueden aparecer entre los fenómenos". Al releer el texto de 1903, bien se portante, pero no central.
ve lo que los Annales sabrán encontrar en el programa de Simiand: la primacía
de la historia-problema, la búsqueda de modelos, la convergencia de las ciencias Ahora ubiquémonos en 1929, en la creación de los Annales. La advertencia
del hombre, y hasta la invitación al trabajo colectivo, a la investigación, cuya inaugural de Marc Bloch y de Lucien Febvre 11 coincide con bastante exactitud
importancia en la historiografía posterior es conocida.
Y sin embargo, ¿de dónde viene ese manifiesto que propone de manera tan
clamorosa replantearse la investigación en ciencias sociales? De un sociólogo
10. Sobre estos puntos, remito a los notables estudios de Victor Karady: "Durkheim, les scien-
ces sociales et l'université: bilan d'un semi-échec", Revue fram;aise de sociologie, 2, 1976, págs.
267-312; "Recherches sur la morphologie du corps universitaire littéraire sous la Troisieme Républi-
8. Elementos de crítica en el artículo de Ch. O. Carbonell, "L'histoire dite 'positiviste' en Fran- que'', Le Mouvement social, número 96, 1976, págs. 47-79: "Stratégies de réussite et modes de fai-
cc", Romantisme, número especial sobre "Le(s) positivisme(s)'', 21-22, 1978, págs. 173-186; y en re-valoir de la sociologie chez les durkheimiens", Revuefra111;aise de sociologie, l, 1979, págs. 49-
<Jiuliana Gemelli, "Tra due crisi: la formazione del metodo delle scienze storico-sociali nella Fran- 82; y, más ampliamente, a los dos números especiales que la Revue franr,;aise de sociologie consagró
cia rcpubblicana", Atti della Accademia delle scienze dell'Istituto di Bologna, Rendiconti, 1977- en 1976 y 1979 a Durkheim y los durkheimianos.
1'!'18, págs. 165-236. 11. M. Bloch, L. Febvre, "Á. nos lecteurs", Annales d'histoire économique et social, 1, 1929,
•J. <i. Monod, "Du progres des études historiques en France'', Revue historique, t. 1, 1876. págs. 1-2.
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con los términos de Simiand. A su vez, y para criticarlas, evoca las barreras dis- p11·0111p;11·11111dl'11111dllil·ados lo 1m•11os pos1'11Je.') f'w1te11te111enle,
'1 " 11 se ¡me-
no.·.
ciplinarias que todavía separan a los historiadores de todos aquellos que se con- d1· v ·o111 d11da s1· ddie, leer este texto como una evocación de la función heurís-
sagran "al estudio de las sociedades y las economías contemporáneas"; asigna a 111 ,¡ 11111st·11tida por Simiand a la experimentación histórica en el seno de una
la revista la tarea de unificar empíricamente ("con el ejemplo y los hechos"), no , 11·11na social unificada. Pero. ¿no se lo traicionará en demasía viendo también
sólo el campo de la investigación histórica, demasiado aislado, según las espe- 1·11 1·1 la impaciencia de un historiador, que reivindica la especificidad de su
cialidades, sino aquel de las ciencias sociales en su totalidad. 11p111rn11aci<Í11 y la necesidad de una dimensión histórica en toda reflexión sobre
Las opciones de la revista explicitan dicho programa. Primero, la elección Ji 1~• olijdos sociales?
del título: en la fórmula "historia económica y social", retomada de la gran re- < '<11110 historiadores de formación, de carrera, Bloch y Febvre se preocupan
vista alemana Vierteljahrschrift für Sozial-und Wirtschaftsgeschichte, lo que ·,111111· todo por entablar confrontaciones empíricas, a las que desde el principio
pronto va a predominar es lo social. Primero, porque "no existe una historia eco- ul11l'11 Jos Annales. La apertura disciplinaria que predican y se esfuerzan por ilus-
nómica y social. Sólo existe la historia en su unidad", como lo recordará L. 11>11 1·11 la revista no se identifica exactamente, ni en sus intenciones ni en su eje-
Febvre, a partir de 1933, en su lección inaugural en el College de France. Lue- ' 11ri1111, con el modelo durkheimiano. Pronto se comprende lo que conservan y
go, y quizá sobre todo, porque lo social está hecho a la medida de las ambicio- 111 que rechazan de este modelo. Lo que conservan: la voluntad de una mejor efi-
nes ecuménicas y unificadoras de la empresa. Una vez más, Febvre lo dice cla- ' acia intelectual a través del incesante cuestionamiento de las nociones admiti-
ramente: "Una palabra tan vaga como social [ ... ]parecía haber sido creada para 1las, de los recortes instituidos: "Cuando a los veinte años, con sentimientos
servir de estandarte a una revista que pretendía no rodearse de murallas", 12 Las 111t·1.clados de admiración y de rebeldía instintiva, leíamos L'Année sociologi-
opciones intelectuales de los Annales, también, son significativas. Reclutan a 'I'"" una de las novedades que más nos llamaba la atención ¿no era acaso ese es-
sus colaboradores mucho más allá del círculo de los historiadores y hasta de los l1wr1.o perpetuo de reacondicionamiento, de readaptación de los marcos clasifi-
universitarios. La información y la reflexión sobre los fenómenos contemporá- ' atorios que, de volumen en volumen, se flexibilizaba, se modificaba, y siempre
neos -en particular sobre las sociedades en vías de transformación rápida y vo- por razones que los colaboradores de Durkheim exponían, discutían, formulaban
luntaria- están asombrosamente presentes. Principalmente, sobre el modelo de , Jaramcnte?".14 Y también lo que rechazaban, al menos por omisión: toda la
L 'Année sociologique, la lectura crítica de los trabajos de sociología, economía, , 011strucción teórica que sustentaba la empresa de una ciencia social. Porque en
geografía, psicología, al lado de las reseñas más estrictamente históricas, ocupa 1·llos la afirmación de una unidad de lo social no parte tanto de una posición
un lugar esencial, excepcional si se comparan los sumarios de los primeros An- <'pistcmológica sino que se fui:ida sobre su convicción de historiadores. En el
nales con los de las otras revistas históricas de la época, y probablemente con 1110111ento en que se dispone a convertirse en la depositaria de lo social --como en
las de nuestro tiempo. Inéditos todavía en las publicaciones históricas, también .. 1 siglo xrx había sido de lo nacional-, la historia sintomáticamente encuentra
se encontraban los programas de investigaciones colectivas que reúnen compe- los acentos y la imaginería románticas: para Bloch, para Febvre, como lo era pa-
tencias e intereses pluridisciplinarios. Las múltiples aproximaciones de lo social, 1a Michelet, como lo será para Braudel, su unidad es "la de la vida". Referencia
las más de las veces inspiradas por cuestiones del presente, se hallan en el cora- mPánica fundamental sobre la cual encontraremos cien variaciones en las pági-
zón de la renovación historiográfica de los años treinta. 11;;~ de los Annales: sin duda, es más un acto de fe que rigurosamente una funda-
La juventud de la revista es el tiempo de los descubrimientos y las aventuras. cilÍn de las nuevas ambiciones de los historiadores. Sin embargo, resultará por-
Unos y otras son permitidos porque se inscriben en la perspectiva unificadora de tadora de un formidable dinamismo, de un insaciable apetito, para retomar el
una ciencia de las sociedades humanas. Las relaciones bosquejadas entre la his- knguaje carnívoro tan apreciado por Febvre y Bloch: apetito de lecturas, de ini-
toria y las ciencias sociales parecen ubicarse cómodamente en el proyecto que ciativas, de experiencias: dinamismo unificador, que muy pronto sitúa a la histo-
propone Simiand, una generación antes. Pero no es seguro que sus implicacio- ria en el centro de las ciencias del hombre.
nes y su sentido sean los mismos. Aquí tenemos una larga nota crítica que Lu- Más adelante volveremos sobre esa vocación unificadora de la historia. Ahora
cien Febvre consagra en 1930 al Cours d'économie politique de Simiand, Muy destaquemos que se hace en nombre de lo concreto contra el "esquematismo", la
elogiosa, termina con estas palabras: "Historiadores, ¿qué hay aquí para noso- tentación de la "abstracción": "La historia vive de realidades, no de abstraccio-
tros? ¿Resultados para utilizar tal cual? ¿Procedimientos de investigación para
transportar del presente al pasado, sin modificaciones, o, por lo menos, con la
13, L. Febvre, "Histoire, économie et statistique", Annales d'histoire économique et socia/e, II,
1930, págs. 581-590.
12. Texto retomado en Combats pour l'histoire, París, 1953, pág. 20, 14, L. Febvre, art. cit, pág. 583.
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ncs"; los términos del debate, sin lugar a dudas, son fechas. Sin embargo, duran le lll11d1: "l•:I anal1s1s y la n.pliraric111 dl· una l'Structura social con .1·11s r<'focio-
11 Y 1.11cic11 1;l·hvrc: "l ,a larc:a del historiador no es encontrar y desplegar
varias décadas, caracterizan la historiografía que se constituye alrededor de la re- 11<"1" .

vista, y explican en parte la fuerza de atracción de un movimiento que, más allá 1·11tn· los agr11p:1111iL~nlos y las sociedades una cadena ininterrumpida de filia-
de sus opciones intelectuales, y en esas mismas opciones, sigue siendo profunda- 1·ioncs sucesivas j ... j sino captar en el pasado toda la serie de combinaciones
mente acogedor, hasta ecléctico. Una vigilancia crítica incesante, una retórica i11/i11itm11('11/c ricas y diversas". La tarea de las ciencias del hombre es hacer
combativa no impiden, muy por el contrario, que los Annales se conviertan en un l·omprL~ndcr lo social, no por simplificación o abstracción, sino, por el contrario,
lugar hospitalario. En el cambio de siglo, la geografía de Vidal de la Blanche ha- complcjizándolo, enriqueciéndolo de significaciones alumbradas por la madeja
bía dado el ejemplo de un cuestionario abierto, de una investigación al mismo indefinida de las relaciones. Sin duda, hay que distinguir, clasificar; pero la ta-
tiempo multiforme e integrada, pero también de una búsqueda concreta, inscrita xonomía es sobre todo agrupadora, y el mejor punto de vista es siempre el que
en una región, en grupos humanos, en un paisaje: Marc Bloch, y todavía más Lu- permite confrontar la mayor cantidad de fenómenos.
cien Febvre, con bastante frecuencia reivindicaron su herencia para que sea nece- Empirismo, apertura de principio a todas las confrontaciones: la dinámica de
sario detenerse en esto más tiempo. Es precisamente la experiencia que los Anna- los Annales se explica tanto por una aptitud reivindicada para la innovación co-
les se dedican a encontrar y a orquestar a mayor escala.1 5 La aprehensión del mo por el prestigio de una actitud metodológica nueva. Pero la sociología acadé-
hecho social, precisamente porque debe ser global, se prohíbe toda exclusión, y mica de Francia en el período entre las dos guerras, también, ayuda a compren-
hasta rechaza toda jerarquía entre las aproximaciones particulares de que es obje- der el éxito de la empresa. Los Annales no son el primer intento de organizar las
to. Aquí, la (relativa) dominante "económica y social" de los primeros años de la ciencias sociales alrededor de la historia. Alrededor de la Revue de synthese his-
revista no debe inducir a error: lo económico es privilegiado ante todo porque su torique, del Centro internacional de síntesis, de su colección "L' évolution de
estudio, hasta entonces, había sido demasiado descuidado; luego y principalmen- l'humanité", Henri Berr había intentado la constitución de una red de la que for-
te porque en él las relaciones sociales son más densas y visibles que en otras par- maban parte Febvre y Bloch, y en la cual pudieron abrevar, llegado el momento.
tes; pero en ningún caso representa el papel de una instancia que determine el La Síntesis, sin embargo, se situaba al margen de las instituciones universitarias,
conjunto de los funcionamientos sociales, en el sentido en que lo entiende el aná- y siempre le faltó la legitimidad académica. Que, por el contrario, de entrada es
lisis marxista, con el cual Bloch y Febvre, por lo demás, desde los Annales man- una conquista de los Annales. En el momento en que ellos la emprenden contra
tienen relaciones reservadas y a menudo francamente críticas.16 las concepciones historiográficas que dominan en la universidad, lo hacen a par-
Las razones de sus reticencias fueron varias veces explicitadas, aunque nun- tir de una posición universitaria. Sus fundadores son historiadores reconocidos,
ca hayan sido expuestas de manera sistemática. Radican en una desconfianza cuya carrera, en gran parte, ya está realizada, que de ningún modo son margina-
instintiva hacia toda construcción teórica que correría el riesgo de volverse coer- les; sus primeros colaboradores, los que dieron su fisonomía a la revista, fueron
citiva. Ellas remiten a una aproximación a lo social que es globalizante en su reclutados en una universidad de Estrasburgo que fue brillante e innovadora en
proyecto, pero fundamentalmente empírica en su desarrollo. Porque lo social ja- el período inmediatamente posterior a la victoria; y se benefician con el padri-
más es objeto de una conceptualización sistemática articulada; más bien, es el nazgo prestigioso de Henri Pirenne.
sitio de un inventario, siempre abierto, de las correspondencias, de las relaciones Sin embargo, entre las ciencias sociales, la historia -y en un grado menor la
que fundan la "interdependencia de los fenómenos". La Société féodale de Marc geografía, con la cual, por otra parte, mantiene una relación al mismo tiempo
privilegiada y jerarquizada- se beneficia con un status favorecido. La sociología
atraviesa entonces un largo purgatorio. Los jóvenes durkheimianos fueron dis-
15. Por supuesto, es vano jerarquizar retrospectivamente las influencias; sin embargo, el modelo persados por la guerra; el jefe de la escuela desapareció y, con él, el proyecto
geográfico parece más determinante en los orígenes de los Annales que el de la Revue de Synthese sistemático cuyos espíritu y estilo no sabrá (o no querrá) recuperar el segundo
lzistorique de Henri Berr: precisamente debido a la integración efectiva de las aproximaciones en el
Année sociologique. Con la psicología (cuya inserción, de lejos, no es exclusiva-
seno de una investigación concreta, ilustrada por el Tableau géographique de la France de Vida! de
La Blache y las grandes tesis regionales de sus discípulos; pero también porque la ideología de las mente producto de la facultad), la sociología permanece vinculada a la enseñan-
empresas de Berr está marcada por un evolucionismo social fundamental que permanece ajeno a
Fchvre y a Bloch, al igual que a sus sucesores. Por lo que respecta a la Síntesis, los Annales son más
dcu<lorcs de una red y de una forma de sociabilidad intelectual cuyo papel es importante, por lo me- 17. Y todavía Febvre reprocha al libro, en el análisis crítico que le consagra (Annales d'histoire
""" en los primeros años de la revista. socia/e, 1940, págs. 39-43, y 1941, págs. 125-130), ser demasiado esquemático y señalar un retorno
1(>. Sobre estas relaciones, véanse las interesantes observaciones de Marina Cedronio en su con- hacia "lo sociológico, que es una forma seductora de lo abstracto". Las posiciones de los directores
l1ih11ci<Ín "Profilo delle Annales", en la recopilación colectiva Storiografiafrancese di ieri e di og- de los Annales, por otra parte, no coinciden exactamente, y evolucionan en sentidos diferentes en los
gi. "!'· 1·il., en particular págs. 10-18. diez primeros años de la revista.
1() JA< '<Jtll·:s 1~1 . v1·.1 111'. 11 llOA Y ( 'll·NI 'IA.'i ,•;( H '11\I ¡.,•; 11

za filosófica en las facultades de letras; las cátedras son escasas, ademas, y 111as l1racil111. T1ci11la a11os 11ias lardl' es retornado y desviado desde l'I interior por un
bien se las encuentra en los grandes establecimientos, en las secciones de la 1•.111po dt' hislmiadon·s universitarios en una revista, primero marginal y luego,
École des hautes études o en el College de France. La etnología permanece en- ¡11o¡~n·s1va111enti.:, reconocida -algunos dirán institucionalizada-, en todo caso
cerrada en el Museo del Hombre hasta después de la Segunda Guerra Mundial. dolada de una autoridad intelectual importante. El programa inicial -el de los
La economía permanece aparte, en facultades de derecho mucho más temprana- durkheimianos- resulta bastante deformado. La confrontación deseada se ha rea-
mente diversificadas en sus enseñanzas y en las formaciones que proponen, pe- lizado, parcialmente, pero ni en sus modalidades ni en sus fines evoca la cons-
ro que tienen poca comunicación con la enseñanza "general" de las facultades lrucción voluntarista y casi transparente anunciada por Simiand en 1903. En to-
de letras. 18 La historia, por su parte, aprovecha el prestigio tradicional de las dis- do caso, nunca adopta la figura de una integración, ni siquiera de una
ciplinas clásicas. Tradicionalistas e innovadores mezclados, posee numerosas reorganización disciplinaria. La consigna de la segunda posguerra es la interdis-
cátedras, ofrece carreras, rentabiliza competencias intelectuales. Administra un eiplinariedad. Frente a la proliferación de las especialidades y a su lenta institu-
capital social, institucional, mucho más gravoso que las otras disciplinas, y dis- cionalización, se trata de constituir instituciones de recepción nuevas, espacios
pone de una legitimidad científica y simbólica mucho más fuerte. Precisamente científicos abiertos donde el encuentro sea posible. Mientras que el proyecto
en ese dispositivo universitario viene a deslizarse la innovación historiográfica, durkheimiano proponía una reformulación radical del cuestionario de las cien-
que es la ofensiva de los Annales. Del que saca provecho, y al mismo tiempo lo cias sociales, en adelante se trata de inventar estructuras de concentración, de co-
refuerza. Sin duda, es eso lo que explica la conformación muy particular del laboración, de distribución comunitaria de los métodos y los resultados; de ma-
campo de las ciencias sociales en Francia: por lo menos durante treinta años, és- nera característica, se lo imagina en términos espaciales cuya tonalidad está dada
te se organiza alrededor de la historia. por un informe oficial, redactado en 1957: "[ ... ]cualquiera que sea su edad (o su
Todo lo demuestra: en primer lugar el éxito, y el efecto de arrastre de la re- éxito), todas las ciencias humanas son 'entrecruzamientos' o, si se prefiere, pun-
vista conducida por Bloch y Febvre: el proyecto de la Encyclopédie franr;aise, tos de vista diferentes sobre el mismo conjunto de realidades sociales y humanas.
confiado a Febre, desde 1932, por Anatole de Monzie; la construcción de la VI Como consecuencia, al capricho de la coyuntura intelectual, hubo y debe haber
Sección de la École pratique des hautes études, el sitio donde la enseñanza y la fases de aproximación y fases de segregación de las diversas ciencias humanas.
investigación en ciencias sociales se concentraron más fuertemente en Francia Las fases de segregación, donde cada uno, sumiéndose en su campo particular, lo
en el período inmediatamente posterior a la guerra alrededor de un núcleo de defiende contra su vecino, corresponden al nacimiento de nuevas ciencias, vale
historiadores; dos de ellos, Febvre y Braudel, se hicieron cargo entonces de su · decir, nuevos métodos y nuevos puntos de vista: la demografía, la sociología, la
dirección, y los historiadores no dejaron de representar allí un papel determinan- etnografía, para citar los ejemplos más recientes. Las fases de aproximación per-
te, aunque, desde hace tiempo, ya no son mayoritarios, y se convirtió en École miten que las ciencias ya establecidas asimilen esos nuevos resultados[ ... ] En la
des hautes études en sciences sociales. Y hoy, cuando, con la demora habitual, actualidad, tras el desarrollo bastante desordenado de varias ciencias nuevas, se
los medios de comunicación -desde los manuales escolares hasta los programas impone una aproximación global, vale decir, una distribución en común de todo
de televisión- descubren las ciencias sociales, de manera muy desigual y en oca- lo adquirido y una superación sistemática de las posiciones antiguas". 19 El desa-
siones escandalosa, es a través de la historia como más en general la encaran, tal rrollo de la VI Sección de la École des hautes études, los proyectos de una casa
vez también porque ella propone su más fácil acceso. Remodelado, renovado, de las ciencias del hombre en la década de 1950 (cuya historia algún día habrá
incesantemente regenerado, el imperialismo de los historiadores dominó las que contar), ilustran claramente esta concepción.
ciencias sociales en Francia de manera casi indiscutida durante por lo menos una En todas estos emprendimientos, los historiadores representan un papel mul-
generación. En el mismo tiempo, las otras disciplinas, entre otras cosas, se rede- tiforme de iniciadores, de aglutinadores, de coordinadores. Durante mucho tiem-
finieron con relación a la historia, y a veces en contra de ella. Detengámonos un po son los principales beneficiarios de las ganancias de las ciencias sociales, cu-
momento en este cambio de perspectiva. ya introducción en Francia, de hecho, no data más que de unos veinte años. Así
se comprueban extrañas demoras, sorprendentes desfasajes. La reflexión antro-
A comienzos del siglo XX, algunos sociólogos, en nombre de una concep-
ción unificada, integrada, de las ciencias sociales, proponen un programa de uni-
19. H. Longchambon, "Les sciences sociales en France. Un bilan, un programme", Annales
ESC, 1958, 1, págs. 96-97. El artículo, publicado con un caluroso comentario de la revista, fue ex-
traído de un informe sobre las ciencias sociales presentado al gobierno en junio de 1957. Henri
18. Desarrollos muy interesantes en V. Karady, "Durkheim, les sciences sociales ... ", op. cit., Longchambon era entonces presidente del Consejo Superior de la Investigación Científica y el Pro-
p:11 tirnlarmcnlc págs. 275-288. greso Técnico.
,li\( '<)111·..'> IH'.Vl·:I.
11

pológica representa hoy un papel central, casi referencial: pero la obra 1k ( 'la11 tnt11 •,,. ali11· 1·C111 la v1·1Jfw:111C111 d1· 1111a "nisís gc11vral dl' las cil'11cias dd ho111-
de Lévi-Strauss, más allá del círculo de los especialistas, no encuentra su p[1hli- l111·". ni 1111.c,111" 111·111p11 "a¡•,.,li1ad;1s h:1jo su propio progreso" y tentadas por d re-
có intelectual ni con la tesis sobre los Nambikwara (1948), ni siquiera con las plw¡•111· '•"llll' s1 111is111as l'll 11rn11lm: de su respectiva especificidad. Detrás del
Estructuras elementales del parentesco ( 1949), sino con Tristes trópicos ( 1955 ), • 111111111. p1ws, 1·01110 l'lllrc líneas, corre la nostalgia de una unidad que los durk-
y sobre todo con la publicación de Antropología estructural (1958). Para otros l11•11111;11111s lt:tlil:111 identificado con el método sociológico y que los Annales de
desarrollos, los plazos de reconocimiento serán mucho más largos todavía. A las f 1·lt1·1·· v llfoclt habían deseado realizar alrededor de una historia sin fronteras.
dificultades de recepción se añaden los problemas ligados a la institucionaliza- 11111 1·11tlia1¡•,o, treinta años después, ¿qué lugar se propone a la historia? Braudel
ción tardía, a menudo parcial, de las diversas ramas de las ciencias sociales en el 111 p11".1'11la rn1110 "una de las posibilidades de lenguaje común con miras a una
sistema universitario: también aquí, unas y otros reforzaron por mucho tiempo la 11111f11111laciú11 de las ciencias sociales". Y, más explícitamente todavía: "Ya se
posición de los historiadores. Compréndase bien que, por parte de estos últimos, l1111t· d«'I pasado o de la actualidad, una clara conciencia de esta pluralidad del
no se trata de un gran designio maquiavélico con los fines de regentear las cien- 11t·111p11 :meial es indispensable para una metodología común de las ciencias del
cias del hombre. Basta con recorrer, a través de innumerables informes y notas l111111liw" ..'I Aquí, la exigencia de una perspectiva histórica en toda interrogación
críticas, el abanico de las lecturas y los intereses de Lucien Febvre para estar ~11li11· '"social es evocada con fuerza: sin duda, la historia conserva la vocación
persuadido de ello. Al mismo tiempo, Femand Braudel se esfuerza por proseguir 11111111 ;11l11ra de que estaba investida, aunque ya no sea la única que ofrece un
un diálogo difícil con el sociólogo Georges Gurvitch, con el economista Fran- "li-11¡•11ajl' común" a la comunidad de especialistas. Pero ¿cómo no sentir que el
c;ois Perroux, y muy pronto será uno de los primeros en saludar, en los Annales, 1111111 ha 1·ambiado, y cómo no presentir, detrás de la inquietud explícita, que está
la importancia de los primeros trabajos de Michel Foucault. Sin duda, mucho 11pn;111do una reorganización del campo científico? Así, en el momento en que
más que las intenciones o las personas, lo que hay que cuestionar son los efectos 1·1 d1·.p11si1ivo institucional que organiza las ciencias sociales está acaso más po-
inducidos por el recorte y la valorización académicas, la jerarquía más o menos ol1 111· .. 11111·11tc organizado alrededor de la historia, un historiador escoge los An-
acostumbrada de las disciplinas. "'""1 p:1ra proponer una revisión necesaria que, tal vez, en un principio se había
Esta minoridad demasiado prolongada de las ciencias sociales, por otra par- '"'"' 111d:1do.
te, estuvo a punto de costar un alto precio a la historia todavía reinante a co- l '111 lo tanto, se ha abierto una crisis; crisis larvada y de la que no se tomará
mienzos de los años sesenta. La extraordinaria violencia de la reacción estructu- • l.11.1 l'o11cicncia, como a menudo ocurre, sino cuando haya sido en parte resuel-
ralista en Francia, hace aproximadamente veinte años, se expresó en· los 111 111wdo las relaciones entre la historia y las otras ciencias del hombre se ha-
términos de un anti-historicismo en ocasiones terrorista. Aquí confluían varios 11111 11·dcf'i11ido empíricamente. Entonces se descubrirá que las modalidades del
elementos: la definición de métodos nuevos, que establecían procedimientos de 1111li.qo científico cambiaron al mismo tiempo que el proyecto pluridisciplinario.
trabajo relativamente homólogos en varios campos hasta entonces separados; la ) 1.11d1:1111cnte se inquietarán de la fidelidad de los historiadores al programa ini-
reivindicación (legítima) de campos teóricos particulares, sin duda; también el ' 1.d di· los Annales, como si un programa fuera indiferente de las condiciones
desengaño de una intelligentsia decepcionada por las astucias de la historia real, 1111d1·1·111ales en que fue pensado.
como lo mostró F. Furet; 20 pero también -y tal vez no se insistió lo suficiente en ·;111 embargo, en lo inmediato, raros son aquellos que saben reconocer las re-
esto hasta ahora- una voluntad de emancipación intelectual e institucional. 11111 .11 11111cs en curso. Esta miopía tiene razones evidentes. Antes de que el recha-
Un texto de Femand Braudel da la medida del debate incluso antes de que se '" di· 1:1 historia, por algunos años, se convierta en una consigna polémica, algu-
haya entablado verdaderamente. Se trata del artículo clásico sobre "La larga du- """ L1ms reales se tejieron entre las diversas prácticas disciplinarias, y la
ración", publicado en los Annales en 1958, el mismo año que apareció Antropo- • '1¡•1·111·ia de una dimensión histórica es patente en muchos trabajos en ciencias
logía estructural. Sin que sea necesario volver sobre esto, es sabido la repercu- '" 1.tl1·,-; emprendidos en Francia. Nada lo muestra mejor que la organización de
sión que tuvo. Sobre todo se destacó y discutió la sistematización del análisis f.1·. 11n·1·stigaciones (y de las instituciones de investigación) sobre las áreas cultu-
diferencial de las temporalidades sobre el cual estaba construido Mediterranée. 1.i1 ..... 1·011ccbidas de manera sensiblemente distinta de las area studies norteame-
Aquí también -y los dos aspectos no están reunidos por azar- podemos leer una 111 1111.1.·;, de las que, por otra parte, no son exactamente contemporáneas. Simétri-
situación de la investigación en ciencias sociales, y más en particular una refle- ' 1111w11l1'. la historiografía asociada a los Annales salió al paso -si puede decirse-
xiún sobre las relaciones que mantiene la historia con las otras disciplinas. El

'1 l·nnand Braudel, "Histoire et sciences sociales. La longue durée'', Annales ESC, 1958, 4,
.'O. Fr:rnc,•ois Furet, "Les intellectuels fran~ais et le structuralisme", Preuves, 1967, págs. 3-12. 1"'!' ¡·,' Vil.
J/\( '()lll·:.'> Rl·:Vlcl. 111 .. 111111/\) 1 ll·NI lt\.', ,',I JI ·11\I I"•

de esas evoluciones, privilegiando el estudio de los sistemas resrecto dl'l l·.~tudio 1111111111 .d11 la lll'p;1<·1<111 dl'l 1 ;1111111<11·11 l'I nirazn11 dl' <'llll'O siglos de historia i11.
del cambio. La comprobación es evidente cuando se trata del análisis de una l's- 1111·11 il) l••,I;¡ lll l1'11t:tl'l<lll, 1'<111 lll;Í.S f'rl'Clll'ncia f'u11cio11alista que eslrucluralisla

tructura social en Bloch (La société féodale), de la definición de los sistemas cul- 1111 ' 11 1. h:w1· ('( 1111¡Hr11d1·r q1w la historia como disciplina, en un principio, superó
turales y de la noción de civilización en Febvre (Le probleme de l 'incroyw1ce au 11 11 d1·111a:;i;1d<1 111al la crisis de los afíos sesenta. Cuanto menos, a las "nuevas"
xv1e siecle), o de la larga duración en Braudel. Atentos a las permanencias, las 1
w111 1a:. :;•ll·1:1ks ks of'recía un terreno donde identificar otras organizaciones,
solidaridades, estos historiadores no buscan tanto restituir evoluciones como 1111.i" l"J'H"a.s; es lo que ilustran, de manera muy diferente, el desarrollo de la an-
marcar las rupturas que señalan el paso de un sistema a otro, o que, más exacta- 1111p11l<1¡'.1a hist1'1rica o el éxito de una arqueología de sistemas de pensamiento
mente, identifican el desvío entre dos sistemas sucesivos: "revoluciones" tecno- 111v1 1 111iciador l'ue Michel Foucault. Pero estos elementos de continuidad -de
lógicas, económicas, mentales que tan a menudo evocaron. Sin duda, se objetará • 11 111 il 1aci1i11, hay que decir- no deben ocultar discontinuidades esenciales.
todo el esfuerzo de análisis de la coyuntura -de las coyunturas económica, so- l'111 q11c las secuencias que acaban de ser rápidamente localizadas bien pue-
cial, cultural- que los Annales desde el principio acogieron y alentaron, y que ol1·11 1'Vllc1r la unidad de un proyecto continuado desde hace ochenta años. Cada
continúa hasta nosotros. Pero ¿cómo no ver que, detrás de lo que se llama la co- 1111.1 d1· ellas, sin embargo, remite a una organización no sólo de la práctica de la
yuntura en la historiografía francesa, lo que primero uno trata de comprender es 111v1·~.ti¡•.aci611 histórica sino, más ampliamente, del campo de las ciencias socia-
la intervención reiterada de fenómenos cíclicos cuya compleja disposición carac- ¡, .. , 1·11 su totalidad. En la definición de los paradigmas que se prosiguen y se en-
teriza un modelo? Así, como el estudio de los hechos repetitivos designa en ' 111h-11a11, dos puntos se hallan en el centro del debate: la misma unidad de ese
Bloch un nivel de permanencias casi estructurales, los retornos cíclicos definen 1
J1111p<1, por un lado, y las modalidades del trabajo interdisciplinario por el otro.
en Labrousse un modelo socioeconómico (el Antiguo Régimen económico); y en ll 1·1i 1111t·mos nuestros ejemplos. Para Simiand, a comienzos de siglo [XX], la
Meuvret y Goubert, el sistema de las fluctuaciones y los mecanismos de la crisis, 11111d;1d era definida como una unidad de método. Él proponía que la historia se
de igual modo, caracterizan un antiguo régimen demográfico. Sin duda, convie- ,i111wara sobre las otras ciencias sociales (o, más exactamente, que entrara con
ne no forzar demasiado la oposición: de Simiand a Labrousse y a Vilar, el análi- ,,.,1;1.\ las de la ley en la ciencia social), reformando su método de manera de
sis coyuntural también inviste "el tiempo económico que aparece como creador, 1'1 111hfl'ir, según reglas homólogas, objetos de estudio comparables a los que
y como creador por sus propios ritmos[ ... ]". 22 y toda una reflexión sobre el cre- • 11 11~;t111ye el sociólogo, y, con él, el economista, el geógrafo, etc. El problema de
cimiento (por lo demás muy diverso en sus inspiraciones) se hace eco de tales l.1 1111ndisciplinariedad, por lo tanto, no se planteaba en cuanto tal. Simiand for-
preocupaciones. Sin embargo, la mayoría de las veces, ¿no tomó la interrogación 1111d;1ha de entrada como evidente la existencia de un modelo de referencia uni-
sobre el crecimiento económico la forma de un análisis de las condiciones de po- 111 adll: "f ... ] creo que, de hecho, ·en el propio trabajo de los historiadores actua-
sibilidad del crecimiento, en un sistema determinado? Y ¿cómo no ver que, en la l· ·.. t'll la elección y la disposición muy estudiadas de sus trabajos, en su
impresionante posteridad de la obra de Ernest Labrousse, el Esquisse representó l'"'• 1rnpación manifiesta por renovar su obra aprovechando los progresos reali-
un papel más determinante que la Crise? : .1dlls por las disciplinas contiguas, ya se manifiestan muchas tendencias para
Con frecuencia se repitió que la voluntad sistemática de los Annales era co- «11.·.títuir progresivamente la práctica tradicional por un estudio positivo, objeti-
mo una defensa ideológica frente a los desórdenes reales de un mundo difícil- '
11
• dd fenómeno humano susceptible de explicación científica, para dirigir el

mente inteligible, en la época de la Gran Depresión, de la que su nacimiento es 1


·.l11n1.o esencial sobre la elaboración consciente de una ciencia social".
contemporáneo. Como vimos, su inspiración era más antigua. Pero sigue siendo l lna generación más tarde, el modelo ha cambiado. Ya insistimos en el he-
notable comprobar hasta qué punto la historia mayoritaria en los Annales es aje- ' li11 de que, alrededor de 1930 y durante treinta años, el campo de las ciencias
na a todo análisis del cambio social, e incluso a toda explicación del pasaje de "'"·iales se había reorganizado en Francia alrededor de la historia. Pero aquí lo
un sistema histórico al sistema siguiente. Significativamente, Jos que se arriesga- q11« más importa es que el referente fundamental no es ya un método sino un ob-
ron en esto fueron a buscar a otra parte sus modelos de análisis, por el lado de 11·1<1: el hombre. La universidad francesa conservó ese hábito, creo que original,
esos teóricos cuya historiografía, entre nosotros, es tan alarmante: en Marx para d1· llamar ciencias del hombre (o ciencias humanas) lo que ella misma llamaba
Georges Lefebvre, sobre todo para Pierre Vilar, y muy recientemente para Guy 1
·11 el rasado -y en el extranjero se sigue llamando- ciencias sociales. La unidad
Bois; en un Malthus revisitado para Emmanuel Le Roy Ladurie (pero para en- di'! campo interesado, en consecuencia, ahora se ubica del lado del objeto apre-
l11·1Hlido por las diversas prácticas científicas, objeto supuestamente común y so-
l11r el cual se funda la posibilidad de una investigación colectiva. El modelo del
22. Pierre Vi lar, La Catalogne da ns / 'I:'spagne 111oderne. Recherches sur les fondements éco110- 111fcrcambio y de la circulación interdisciplinarias, por lo tanto, deja de ser el de
111iq11es des structures nationales, París, Sevpen. 1<Jú2, t. l. pág. 17. 1111a normatividad metodológica para convertirse en el del préstamo, préstamo
111 '. 11 1U l 1\ \ e '11 N< .1A'. .'; 1 11 'l 1\ 1 1 .'1 I/

conceptual y fúctico. Las prácticas científicas ya no tienen que alinearse 1111as 111 ¡i111111111 11111 di'!
11 1 f1• d1.•;, 1pl111ario do11d!' las vil~_jas circunscripciones insti-
ll'('01
sobre otras sino que deben capitalizar un fondo común donde provisional111rnle 1111111111111-.~ ~1·1a11 1t·,·111pla1.ad;1.~ pm ca111pos definidos por prácticas.
cada uno se defiende como puede. Esta capitalización se efectúa en una perspec- ·,.. 11;11a di· la evol11ci1í11 que, desde hace unos diez años, en ocasiones se ha
tiva optimista donde la supuesta unidad del hombre permite esperar, por lo me- 1lt •11 1110 <'01110 1111 "estallido de la historia", o que se denuncia más severamente
nos de manera asintótica, una reconciliación general. Tal esquema parece implí- 11111111 1111a "historia en migajas". Por el momento, dejemos la polémica de lado.
cito en la famosa concepción del zusammenhang, que Lucien Febvre siempre N111¡•1111a dc cslas caracterizaciones es totalmente pertinente, porque tanto una
defendió y quiso ilustrar. 23 Él propone una suerte de interdisciplinariedad flexi- , 1111111 la nlra parece identificar dos aspectos de naturaleza sensiblemente distin-
ble -en ocasiones se dice blanda-, de la que no es sorprendente que la historia 111 poi 1111 lado, la vitalidad de una investigación que no deja de diversificar sus
haya sido la principal beneficiaria, tanto a favor de su apertura intelectual como 11111·11·.·;i·s, que multiplica sus campos de trabajo y que se abre -bien o mal, poco
a causa de su dinamismo institucional. Ella ofrece el más amplio campo de ex- l11q1111fa cso aquí- a todas las sugerencias; y por el otro, las condiciones episte-
perimentación a la comparación y la importación conceptual, al mismo tiempo 11111111¡• ll'as de esta investigación: el territorio del historiador, y la naturaleza de
que el discurso científico menos codificado, y, por consiguiente, el más acoge- 1111 l1:1hajo. De hecho, lo que ha cambiado es la relación que mantienen entre sí.
dor. Una vez más, Femand Braudel lo escribió con mucho coraje, en un momen- 1 " 1·' 11•.cncia de una práctica más local, pero que se esforzaría por experimentar
to en que los prestigios y las realizaciones de la historia invitaban más bien al 1k 111amTa más explícita los procedimientos científicos a los que recurre, ¿cues-
triunfalismo, en su artículo de 1958: "[ ... ]la historia -acaso la menos estructu- 111111;¡ l;1 perspectiva de una historia global, tan esencial para las dos primeras ge-
rada de las ciencias del hombre- acepta todas las lecciones de su vecindad, y se 111·1 ;irnmes de los Annales?
esfuerza por que tengan eco". 24
Esta constelación del saber se disuelve bajo nuestra mirada desde hace unos 1.a pregunta no deja de aflorar desde hace algunos años, y de buena gana sir-
veinte años. Entonces el campo de la investigación en ciencias sociales se frag- 11· p:11a expresar la inquietud o la irritación suscitada por la reciente evolución
menta, se disgrega. El hombre, figura central del dispositivo precedente, deja de .11· la investigación histórica, tal como la presenta la revista en particular. Por lo
ser el referente fundador para convertirse en el objeto transitorio, fechado, de .11 111as, no existe ninguna seguridad de que, en términos tan generales, el proble-
una disposición particular del discurso científico. Desde este punto de vista, es 111.1 p11eda estar bien planteado; pero al menos tiene el mérito de invitar a la re-
significativo que, en la obra obstinada, devastadora, de Michel Foucault, Las pa- 111·, 11 in acerca de los paradigmas de los Annales.
labras y las cosas ocupe un lugar emblemático: publicado en 1966, el libro pro- 1.a reivindicación de una historia global -o total, como se ha dicho en oca-
pone precisamente una arqueología (vale decir, una deconstrucción) de las cien- .11111,·s, sin que el uso de ambos epítetos sea claramente especificado- traducía al
cias humanas. Pero, perdida por el lado de su objeto, la unidad de las ciencias 1111·.i110 tiempo un rechazo y una convicción. Como vimos, el rechazo era el de la
sociales tampoco será encontrada ya por el lado de un improbable método gene- ol11'1si611 demasiada estricta entre los saberes y las competencias disciplinarias, el
ral del que, en el mismo momento, nos recuerdan que precisamente carecería de ,¡,. las especializaciones abusivas en el interior de una disciplina. La convicción
objeto. En consecuencia, lo discontinuo hace irrupción en las ciencias sociales. .1111111aba que entre las aproximaciones de lo social debían existir una coherencia
En efecto, todo ocurre como si la hipótesis de una unidad global fuera reempla- 1 1111a convergencia, y que la integración de las ciencias sociales era posible, y
zada por la constitución de unidades parciales, locales, definidas por procedi- I'"' lanto necesaria. Desde hace cincuenta años, estas opciones son la originali-
mientos científicos, o sea, por un trabajo. En secuencias limitadas, en adelante d.1tl de los Annales; pero tuvieron consecuencias que acaso no sea inútil evocar.
no se trata tanto de reconciliar aproximaciones diferentes en una aproximación !\ falta de poder decirlo todo (aunque con frecuencia conservara la nostalgia
única como confrontar prácticas y medir desvíos en tomo de la construcción de .¡,. 1111a resurrección integral del pasado), el historiador decidía no prohibirse na-
objetos particulares. Pero entonces, quizá lo que ocurre es que ha comenzado un ol.1 de entrada. Poco más o menos, ya era geógrafo; también se convirtió en eco-
verdadero trabajo interdisciplinario. Los aislamientos disciplinarios son cuestio- 1111mista, demógrafo, antropólogo, a veces lingüista, otras, naturalista. En su in-
nados no tanto en nombre de un proyecto unificador de conjunto como de una 1 <'sligación importaba nociones, hipótesis, elementos inéditos de comparación.
producción específica. Bien podría ser que hayamos empezado a asistir a una l ·~;fa inventiva casi no tuvo descanso desde hace medio siglo, y, a un ritmo ace-
lnado, suscita nuevos campos. ¿Es esto suficiente para definir una "historia glo-
l>al"? Más bien, da la impresión de haber procedido por yuxtaposición de apro-
23. Excelentes textos de Febvre en el estudio de H. D. Mann, Lucien Febvre, la pensée vivante ' i 111aciones diversificadas en el interior de un trabajo cuya definición no era
d'1111 !zistorie11, Cahiers des Annales, 31, París, Armand Colin, 1971. págs. 93-122. , 11cstionada. Los grandes estudios monográficos (que, bajo la apariencia de la
24. F. Braudel, "La longue durée", art. cit., pág. 726. t1·sis, siguen siendo en Francia el género historiográfico dominante) ilustran cla-
IK J/\< '!)111·..'i l<l·.Vl·.I.
lll'o l 1 lllL\ i 1 '11 N< 'I;\'; .'>! 11 'l!\I 1 .•;

ramentc esta evolución ambigua: los resúmenes, siempre sobrecargados, 111a11i


11111111·.1.1·., 1·11 111 ~.11n·s1vo, al l/'.llal q1w t·I p1rsc11ll', d pasado dejaba de eslar ga-
fiestan el enriquecimiento constante del cuestionario y los métodos; pero d mar-
11111111o1d11, 1·1 lii.\lrn iado1 111vt·11lariah;1 l'I espesor y la complejidad del tiempo so-
co de la investigación -el "terna", corno se sigue diciendo- las más de las vcn·s
' 1.d t '11 1111 a la ll·111;1ci< )11 dl· las s1·111esis demasiado armoniosas, demasiado esque-
es extrañamente repetitivo y corno inerte. Aquí conviene tener en cuenta las
11111111 ""· L1 aproxi111acilÍ11 global sugerida desde el vamos por los Annales
coerciones del oficio y de las condiciones concretas en las que se efectúa un tra-
fl'' 11·111l1;1 l'sl;1r ale11la a la diversidad de los espacios, a las evoluciones desfasa-
bajo que, por lo general, resulta de una empresa individual; y también las coer-
"''"· d1"' 111d;111les, a las temporalidades múltiples, a las discontinuidades; y, sin
ciones universitarias y de los hábitos. Por otra parte, grandes libros recientes (y
d11do1 .1l¡',1111a, 110 es un azar si el Mediterrannée de Fernand Braudel sigue siendo
no tanto) están presentes para recordarnos que un objeto tradicional puede ser
li111· 1·11 d1a J;1 obra emblemática de toda la empresa: en su proyecto, en su arqui-
renovado de arriba abajo tanto en su definicion corno en su construcción. Mayo-
" • 1111 :i. t•I l1hro habla claramente de la voluntad de aprehender lo social a través
ritariamente, la discordancia entre el objetivo y los medios, sin embargo, es evi-
.¡, I• "111 1111 sistema de diferencias. También aquí, las formas y el estilo del traba-
dente. Todo transcurre corno si el programa de historia global no ofreciera más
l"• .1111l1iaro11. Sin embargo, más allá de la multiplicidad y la dispersión aparente
que un marco neutro para la adición de historias particulares, y cuya disposición
11.- 1.. ., t·;11npos de trabajo, en condiciones transformadas en profundidad, los An-
no parece suscitar ningún problema.
,,,,¡,., :;i¡'.ut:n_dando testimonio de una forma de historia que se preocupa, no por
Sin embargo, la parte que corresponde a la inversión metodológica no dejó
"d111 11 a la fuerza desvíos y discontinuidades, sino por convertirlos en el objeto
de recargarse, las técnicas de análisis y de tratamiento de los datos se hicieron
11111· ilq•iado de su interrogación, por situarlos y comprenderlos.
más complejas, hasta bosquejar nuevas especialidades con sus competencias y
sus fronteras. Sin duda, esta evolución es inevitable desde el momento que se
sale del programa para emprender su ejecución. Al reducir el campo de sus in-
vestigaciones, al especificar sus hipótesis, afirmando sus procedimientos, algu-
nas de esas historias sectoriales llegaron a resultados por lo menos verificables,
en ocasiones acumulativos, corno por ejemplo la demografía histórica, o ciertas
formas de la historia económica. Pero esas tentativas, corno ocurre con todo de-
sarrollo científico, no progresaron sino especificando su objeto y limitando sus
ambiciones. Su misma articulación con la disciplina-madre -cuyo objeto, funda-
mentalmente, sigue sin estar definido- ya es problemática. Por lo tanto, no hay
que sorprenderse de ver surgir nuevos baluartes, y hasta exclusiones. Esta frag-
mentación del campo histórico es alarmante en la medida en que manifiesta la
tentación de un repliegue sobre sí, y, a la larga, confirma situaciones adquiridas.
Pero ¿no es más que eso? Sin duda, la unidad de las ciencias sociales no resulta
tan evidente como podía serlo hace veinte años. 25 Pero una vez más, lo quepa-
rece perdido en el nivel del programa tal vez esté en vías de ser reconquistado
en el trabajo efectivo. En el análisis de los hechos sociales, la interdisciplinarie-
dad deja de ser invocada corno la panacea universal para ser experimentada lo-
calmente, en los campos mejor definidos donde se borran las prerrogativas dis-
ciplinarias. ¿Historia "fragmentada" o historia en construcción?
Por último, hay que recordar que, en su origen, la historia global fue una in-
terrogación sobre la propia historia. El historiador renunciaba a la lógica y a la
dinámica del relato; revocaba la perspectiva evolucionista y las interpretaciones

25. Claude Levi-Strauss fue uno de los primeros que lo expresó claramente; véase "Criteres
scicntifiques dans les disciplines sociales et humaines'', Revue internationale des sciences sociales,
1%4, 4, págs. 579-597.
MI< 1\( )/\NÁI ISIS y ( :< )NSll\LJ( :c1c)N
DE LO SOCIAL

LI procedimiento microhistórico se ha convertido, en los últimos años, en


111111 de los espacios importantes del debate epistemológico entre los historiado-
'"';. 1lecha esta afirmación, conviene delimitar inmediatamente su alcance: pues
1· ... 1c debate ha quedado concentrado en el interior de un número relativamente

11·:;tringido de grupos, de instituciones, de equipos de investigación (cuya carto-


¡•1;ilfa, por lo demás, sería interesante hacer). Es necesario reconocer también
q11e la interpretación y las apuestas de la opción microhistórica no fueron conce-
li1das en todas partes en términos homólogos, sino todo lo contrario. Para tomar
"' ilo un ejemplo, se confrontará y opondrá la recepción americana y la versión
1rancesa del debate. La primera se centra en el "paradigma del indicio" propues-
to recientemente por Carlo Ginzburg, y se ha definido, en buena medida, como
1111 comentario sobre su obra. 1 La segunda prefiere tomar la microhistoria como
2
1111a interrogación sobre la historia social y la construcción de sus objetos. En

l. Cario Ginzburg, "Spie: radici di un paradigma indiziario", en A. Gargani (comp.), Crisi della
111gione, Turín, Einaudi, 1979, págs. 57-106 (trad. fr,: "Signes, traces, pistes. Racines d'un paradig-
111c de !'indice", Le Débat, 6, 1980, págs. 3-44). Un buen ejemplo reciente de esta recepción ameri-

cana es la introducción de Edward Muir, "Observing Trifles", en la recopilación realizada por Ed-
ward Muir y Guido Ruggiero, Microhistory and the /ost Peoples of Europe, Baltimore-Londres, The
.lohns Hopkins University Press, 191, págs. VII-XXVIII.
2. Sobre este punto remito a la presentación que, bajo el título: "L'histoire auras du sol", he dado
a la traducción francesa del libro de Giovanni Levi, Le Pouvoír au vi/lage, París, Gallimard, 1989,
págs. !-XXXIII (original italiano: L'Eredita immateriale. Carriera di un esorcista ne/ Piemonte del
.1/\<'t)lll·:S Rl·Vl·I. ~IJl 'llC 11\NAI l',I'.' e 'e IN'. 11111! 't 'IC IN 111 1t1 •;1 IC '11\I ·I 1

verdad estas modulaciones particulares del tema rnicrohist<írico ya csta11 pn·s¡·11


tes en Jos trabajos de Jos historiadores italianos, quienes fueron los primeros ¡·11
intentar experiencias con este procedimiento, si bien se subrayaron en sus rcfor- 11 11 , 1 d«las vnsiollL'S drnninanles --pero no la única- de la historia social es la
mulaciones posteriores. Ellas no son gratuitas ni indiferentes. Cada una remite a o1 1 111111 1; 1 piillll'rn e 11 ¡:rancia, y luego ampliamente fuera de ella, en :orno a los
una configuración historiográfica específica dentro de la cual el tema ha actuado 11111 ,r/n s 11 lrnrnulaci<ín no ha sido constante a lo largo de sesenta anos. De to-
como un revelador. No es aquí el Jugar de emprender Ja referencia y el análisis, o111., 11, 1111 as. presenta rasgos relativamente constantes que podemos. le~ítimamen­
pero es conveniente reconocer que las páginas que siguen brindan una de las po- li" 1..i,. 111 al programa crítico que, un cuarto de siglo antes del nac1m1e~to ~e los
sibles versiones del debate hoy en curso. 1111111 ¡1.s, l'I durkheimiano Frarn;:ois Simiand había elaborado para los h1stonad?-
La diversidad de las lecturas propuestas remite sin duda a la de los contextos 1, ... 1 Siiniand les recordaba las reglas del método sociológico destinado, segun
de recepción. Pero también debe relacionarse con las características propias del •'I .i tt·¡•,ir una ciencia social unificada donde las diferentes disciplinas ~o pro-
proyecto microhistórico en sí. Éste nació, en el curso de los años setenta, de un 111111¡11 i; 111 más que modalidades particulares. Lo importa~t~ en lo suces1v? era
conjunto de preguntas y propuestas formuladas por un pequeño grupo de historia- i1 • ¡ ar lo único, lo accidental (el individuo, el acontec1m1ento, el ~aso_sm~~­
1 1 1111 011
dores italianos comprometidos en empresas comunes (una revista: Quaderni Sto- i.11 1 p;ira consagrarse sólo a aquello que podía ser objeto de un estud10 ~1ent1f1-
rici; a partir de 1980 una colección dirigida por C. Ginzburg y G. Levi editada ' 11 i. 1 rcpetiti vo y sus variaciones, las regularidades observables a partlf de las

por Einaudi: Microstorie), pero cuyas investigaciones personales podían ser muy , ,tl,·s sería posible inducir leyes. Esta elección inicial, tomada en cuenta por los
11
diferentes entre sí. Es de la confrontación entre estas experiencias de investiga- luiuladorcs de los Annales y sus sucesores, permite comprender los carac.teres
ción heterogéneas, de una reflexión crítica sobre la producción histórica contem- 11i 1¡•inales de la historia social a la francesa: el privilegio dad?.ª} estud10 ~e

poránea, de una gama muy amplia de lecturas (particularmente antropológicas, .11 •1,·¡•.ados tan masivos como sea posible; la prioridad d~ }ª me~1~10n en el ana-
pero también en campos menos esperados, por ejemplo, la historia del arte) que 11·.t" de tos fenómenos sociales; la elección de una durac10n suf1c1entemen~e lar-
poco a poco emergieron las formulaciones (interrogaciones, una temática, suge- 1.,1 para permitir observar las transformaciones glob~les ~con el co~olano del
rencias) comunes. El carácter tan empírico del proceso explica que no exista un ,111 .olisis de temporalidades diferenciales). De estas ex1genc1as de partid~ s~ des-
texto fundador, estatutos "teóricos" de la microhistoria. 3 Ésta no constituye un l''"'ulían consecuencias que han marcado de manera durable l~s pr~ced1m~:ntos
cuerpo de proposiciones unificadas ni una escuela, menos aún una disciplina au- l''"'~;tos en marcha. La elección de la serie y el número req~e.na la mvenc10n de
tónoma, como se ha querido creer con demasiada frecuencia. Es inseparable de 111 ,· 11 tes adecuadas (o el tratamiento ad hoc de fuentes trad1c10nales), pero tam-
una práctica de historiador, de los obstáculos y las incertidumbres experiementa- 1,1,.11 la definición de indicadore.s simples o simplificados que servirían para abs-
dos en intentos por lo demás muy diversos, en una palabra: de una experiencia de l1.wr, del documento de archivo, una cantidad limitada de propiedades: de rasgos
investigación. Este primado de la práctica remite, probablemente, a las preferen- ,, t iculares cuyas variaciones en el tiempo debí~n ~stud.iarse: al co~1enzo, pre-
1 11
cias instintivas de una disciplina que con frecuencia desconfía de las formulacio- ' , is
1 0
ingresos, luego, niveles de fortuna, las d1stnbuc10nes profes10nales,, los
nes generales y de la abstracción. Pero más allá de estos hábitos profesionales 1, ,·imientos, los matrimonios, las muertes, firmas y títulos de obras o de ge~e-
1 1
aquí puede reconocerse una opción voluntarista: la microhistoria nació como una 1, 1:; editoriales, los gestos de devoción, etc. De estos índices era ~o~ible estud1~r
reacción, como una toma de posición frente a cierto estado de la historia social de 1, 1., t:voluciones particulares; pero también y sobre todo, como S1mrnnd lo ha~ia
la que sugiere reformular ciertas concepciones, exigencias y procedimientos. lwdio con los salarios y luego Ernest Labrousse, en 1923, en el Esquzsse, podian
Desde este punto de vista, puede tener valor de síntoma historiográfico. .,,·r usados en la construcción de modelos más o menos complejos. .,
De Simiand y de los durkheimianos, Bloch, Febvre, y luego en la generac1?n
·.il'1tiente, Labrousse 0 Braudel, mantuvieron también una forma de vo~u~tans-
11;0 científico: no hay otro objeto que el se que construye según proced1m1entos

Seicento, Turín, Einaudi, 1985); véase también el editorial colectivo de la redacción de los Annales, "'plícitos, en función de una hipótesis sometida a validación empírica. Estas re-
"Tentons l'expérience", Annales ESC, 6, 1989, págs. 1317-1323.
3. Giovanni Levi, "On Microhistory", en Peter Burke (comp.), New Perspectives on Historical
Writing, Oxford, Polity Press, 1992, págs. 93-113 (trad. cast.: "Sobre microhistoria". en P. Burke
(comp.), Formas de hacer historia, Madrid, Alianza, 1993, págs. 119-143). El texto de C. Ginzburg, 4. Fran~ois Simiand, "Méthode historique et science sociale", Revue de synthese historique,
"Signes, traces, pistes", citado en la nota 1, tuvo la ambición de fundar un nuevo paradigma históri- l 'J03; sobre Ja importancia de la matriz durkheimiana en los orígenes de los Auna/es, cf: J. Revel,
co. Recibió una gran acogida y una amplia circulación internacional. Sin embargo, no creo que per- "1 listoire et sciencies sociales. Les paradigmes des A1males", Annales ESC, 6, 1979, pags. 1360-
mita rendir cuenta de la producción microhistórica que ha seguido a su publicación.
1 176 [cap. 1 de este libro].
1\111W1.-\N:\J l'.I'. Y 1 'l IN~; l IH IC '1 'IC IN l ti· 1 e> .•;1 H '11\I
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·l·I Ji\C 'C)l JJ·:S l!J·:Vl·.I.

glas elementales de método dieron luego la imprcsiún de haber sido perdidas d(' 1'1'11lw11111 ~;e ;1111pldlt'ali;111 po1que los paradig111as unificadores de las disciplinas
vista. Ciertamente, los procedimientos de trabajo se han vuelto cada vez 111;is so '11"', 1111·,111uyl'11 las l'il'lll'ias sociales (o que, al menos, le servían de punto de re-
fisticados. Pero, probablemente, a causa de la dinámica misma de la investiga 11•11·111 1a) 1·1 ;111 scvna111e11te cuestionados, y con ellos algunas de las modalidades
ción, su status de experimentación ha sido a menudo olvidado. Los objetos con·· ol1·I 1111<·n·;1111hio i11terdisciplinario. La duda que se impuso en nuestras socieda-
siderados por el historiador continuaban siendo hipótesis sobre la realidad, pero ol1" .. 1·11l1r111adas en esos años a formas de crisis que no sabían comprender ni,
había una tendencia creciente a considerarlos como cosas. Esta desviación co- 1111lw;o, a 1m·11udo, describir, ha contribuido, por supuesto, a difundir la convic-
menzó muy temprano en ciertos casos. 5 Ha sido denunciada algunas veces, a 111111 dt' que el proyecto de una inteligibilidad global de lo social quedaba -al
propósito de la historia de los precios, del uso de unidades espaciales de obser- 11w1111s provisoriamcnte- entre paréntesis. Aquí solamente se sugieren algunas lí-
vación, de las categorías socioprofesionales, pero sin que las advertencias basta- 1w:1s de reflexión para un análisis que se resiste a construirse. Ellas remiten a
ran para quebrar la tendencia general. Notemos también que estos procedimien- 1·v11l11cioncs cuyos puntos de partida pueden haber sido muy diferentes, pero cu-
tos se inscribían globalmente dentro de una perspectiva macrohistórica que no v1 ,., l'i'cl:tos fueron en el mismo sentido, y se han, evidentemente, influenciado
explicitaban ni testeaban. Más exactamente, consideraban que la escala de ob- 11111111a111ente. Todas juntas constribuyeron a cuestionar las certezas de un enfo-
servación no constituía una de las variables de la experimentación porque supo- q1ll' 111acrosocial que había sido poco discutido hasta entonces. La propuesta mi-
nían, tácitamente. al menos, una continuidad de hecho de lo social que autorizaba ' 111histúrica ha sido el síntoma de esta crisis de confianza al mismo tiempo que
a yuxtaponer los resultados cuya organización no parecía un problema: la parro- 11111lrihuía, de manera central, a formularla y precisarla.
quia, el conjunto regional o el departamento, la ciudad o la profesión parecían
así poder servir como cuadros neutros, aceptados como eran recibidos por la
acumulación de datos. 6 3
Este modelo de historia social entró en crisis a fines de los años setenta y co-
mienzo de los ochenta, es decir, por una extraña ironía, en el momento en que l ·:I cambio de la escala de análisis es esencial en la definición de la micro-
aparecía triunfante, cuando sus resultados se imponían más allá de las fronteras li 1.•;loria. Importa comprender bien su significación y sus apuestas. Como losan-
de la profesión y el "territorio del historiador" parecía poder ampliarse indefini- 1rnpúlogos, los historiadores acostumbran trabajar sobre conjuntos pequeños y
damente. El sentimiento de una crisis se insinuó muy lentamente, y no es evi- l11c11 delimitados, 7 que no constituyen "campos" (aun cuando desde hace veinte
dente que sea hoy mayoritario entre los historiadores. Podemos decir, más mo- .111os, la fascinación de la experiencia etnológica aparece insistentemente en la
destamente, que fue entonces cuando la crítica al modelo dominante se hizo más l1isloria). Más prosaicamente, la monografía, forma privilegiada de la investiga-
insistente (incluso si a menudo fue hecha desordenadamente). Varias razones de 1·ic»11, está asociada a las condiciones y reglas profesionales de un trabajo: exi-
diverso orden han contribuido a esta toma de conciencia. Mientras que la infor- 1•1·11cia de una documentación coherente, familiaridad que se supone garantiza el
mática hacía posible el registro, almacenamiento y tratamiento de datos conside- ;111111inio del objeto de análisis y una representación de lo real que muchas veces
rablemente más masivos que en el pasado, entre muchos se impuso la sensación parece requerir la ubicación del problema dentro de una unidad "concreta", tan-
de que los interrogantes no habían sido renovados al mismo ritmo y que los 1•ihle, visible. El cuadro monográfico es pensado habitualmente como un enfo-
grandes estudios cuantitativos estaban amenazados, en lo sucesivo, de rendi- ;¡11e práctico, donde se agrupan datos y se construyen pruebas (es también don-
mientos decrecientes. Al mismo tiempo, la consolidación de especializaciones de se recomienda pasar las pruebas). Pero, como ya dijimos, se lo supone inerte.
más marcadas tendía a compartimentar desde el interior un campo de investiga- < 'cntenares de monografías construidas a partir de un cuestionario general han

ción que se pensaba definitivamente abierto y unificado. Los efectos de esta snvido de cimiento a la historia social. El problema planteado por cada una no
1·ra el de la escala de observación, sino el de la representatividad de cada mues-
Ira respecto al conjunto en que buscaba integrarse, como una pieza debe hallar
su lugar en un rompecabezas. Por lo tanto, no hay ninguna duda fundamental so-
5. Cf Jcan-Yves Grenier y Bernard Lepetit, "L'expérience historique: a propos de C. E.
Labrousse", Annales ESC, 6, 1989, págs. 1337-1360.
6. Cj: las reflexiones muy lúcidas de Jacques Rougeric, "Faut-il départementaliser l'histoire de
France?", Annales ESC, 1, 1966, págs. 178-193; y de Christophe Charle, "Histoire professionnelle, 7. Sería interesante seguir en paralelo la formulación de estos problemas en historia y en antropo-
histoire sociale? Les médecins de l'Ouest au x1xe siecie", Annales ESC, 4, 1979, págs. 787-794. En IDgía, considerando las diferencias de una disciplina a otra: Christian Bromberger, "Du grand au petit.
el mismo sentido véase el debate de mediados de los años setenta sobre la naturaleza del hecho ur- Variations des échelles et des objets d' analyse dans l' histoire récente de !' éthnologie de la France'', en
bano a partir de la tesis de Jean-Claude Perro! sobre Genese d'wze ville moderne: Caen au XV/lle l. Chiva y U. Jeggle (comps.), Ethnologies en miroir. La France et les pays de langue allemande, Pa-
.rih'fr, París-La Haya. Mouton, 1975. rís, Ed. de la MSH, 1987, págs. 67-94.
11\C \>111".') l<l·VJ J r.11t 'Jlc l•\N ·\I l'.J'. \'e 't >N', J 11111 't 'Jt IN l >1 111 ,',( IC '11\1 .¡ 1

bre la posibilidad de ubicar los resultados de la investigación m 0110 ¡'.r<ifú·; 1 ll'S· 111" d11l"'· 111w; d1v1·1•;1l11·ad,,~;. ¡\ 1·st1· pw1·1·di111icnlo oprn11· l'I d1· la a11tropolog1a
pecto a un valor medio o una moda, dentro de una tipología, ctc¡;tcrn. J1"o1·111 1;1l11w11tc a11¡",lo.c;;qo11a) l'uya origi11alidad reside. scgLi11 d. "111e11os c11 la
La vía microhistórica es profundamente diferente tanto en sus i11 te 11 ciones 1111·111d11l11¡.,1a q1ll' 1·11 el sig11ificativo acento puesto en el enfoque holístico de los
como en sus procedimientos. Ella toma como principio que Ja elección de una , 1111q1,,1 Ja111i1·11tos".'J Dejemos de lado esta afirmación demasiado general y con-
escala de.o?servación particular tiene efectos de conocimiento y puede ser pues- 11·1111·1111111ns co11 retener una preocupación: desarrollar una estrategia de investi-
ta al serv1c10 de estrategias de conocimiento. Cambiar el foco del objetivo no es 1'"' 1,,11 q11c 110 se rumiaría ya prioritariamente en la medición de propiedades
sola1:11~nte aumentar (o disminuir) el tamaño del objeto en el visor, sino también 11h·.11 :ll'las de la realidad histórica sino que, inversamente, procedería dándose
modificar la forma Y la trama. En otro sistema de coordenadas, modificar las es- I'"' 11·¡ la integrar y articular entre sí la mayor cantidad de estas propiedades, Es-
1

calas en cartografía no lleva a representar, en diferentes tamaños, una realidad '" d1·cisiú11 se ve confirmada, al año siguiente, en un texto algo provocador de C.
constante, sino a tra.nsformar el contenido de la representación (es decir, elegir e 11111hmg y C. Poni to que propone trabajar sobre el "nombre" -del nombre pro-
lo re_rre~enta.bl.e). ~1gam~s ya que, en este sentido, Ja dimensión micro no goza p111. 1·s decir, la referencia más individual, la menos repetible- el marcador que
de nmg~~ pnv1leg10 pait1cular. Lo importante es el principio de la variación, no ¡w1111it ir;í construir una nueva modalidad de una historia social atenta a los indi-
la elecc10n de una escala en particular. 11d1111s tomados en sus relaciones con otros individuos. Aquí la elección de lo
_ Es cierto también que la óptica microhistórica ha tenido, en estos últimos 111d1vid11al no está pensada como contradictoria con la de lo social: ella debe ha-
anos, una fortuna particular. La coyuntura historiográfica que hemos resumido ' 1·1 p11sihlc un enfoque diferente, siguiendo el hilo de un destino particular -el
brevemente más arriba permite comprenderlo. El recurso al rnicroanálisis debe ,¡,. 1111 hombre, de un grupo de hombres- y con él la multiplicidad de espacios y
en primer lugar, c?rnprenderse corno la expresión de un distanciamiento respec~ .¡,. t11·111pos, la madeja de relaciones donde se inscribe. Los dos autores están,
to.al rnode:o.comunmente aceptado, el de una historia social desde el origen ins- .11111 aq11í, obnubilados por "la complejidad de las relaciones sociales reconstrui-
~npta explicita o (cada vez más) implícitamente en un nivel macro En este sen- d.1-. por el antropólogo en su trabajo de campo [que] contrasta con el carácter
tido, permitió quebrar hábitos adquiridos y posibilitar una mirada' crítica sobre 11111l:11nal de los datos de archivos sobre los que el historiador trabaja[ ... ]. Pero
los instrun_ientos ~ procedimientos del análisis sociohistórico. Pero, en segundo .i ,.¡ L·ampo de investigación está suficientemente delimitado, las series docu-
!~~ar, ha sido la figura historiográfica a través de la que se ha prestado una aten- 1111·111:dcs particulares pueden superponerse en duración y espacio, permitiendo
Cion nueva al problema de las escalas de análisis en historia (corno había sido el , 1111111trar al mismo individuo en contextos sociales diferentes". 11 En el fondo es
caso, un poco antes, en la antropología). s , 1 v wjo sueño de una historia total, pero esta vez reconstruida a partir de la ba-
"'' ·que redescubren Ginzburg y Poni. Ellos la ven inseparable de una "recons-
111111·ión de lo vivido" que ella hace posible: a esta formulacióón algo vaga y
4 l 111:d111ente ambigua, puede preferirse el programa de un análisis de las condicio-
111", (k~ la experiencia social, restituidas en su mayor complejidad.
Es conveniente reflexionar, en este punto, sobre Jos efectos de conocimiento No continuar abstrayendo sino, al principio, enriquecer si se desea lo real,
asociados al pasaje a la escala micro o al menos esperados del pasaje. Partamos , , 111~;idcrando los aspectos más diversificados de la experiencia social. Es el pro-
de algunos de los ~a:os textos programáticos que han contribuido a dibujar el ' .. i1i111iento que ilustra, por ejemplo, G. Levi en su libro Le Pouvoir au village.
contorno Y las arn?1c10nes del proyecto rnicrohistórico. En un artículo publicado 1 11 1111 cuadro limitado, recurre a una técnica intensiva recogiendo "los sucesos
en 1977, E. Gr~nd1 observa que la historia social dominante, debido a que ha op- h111¡•,r~íficos de todos los habitantes del pueblo de Santena que han dejado una
tad~ por ~rgamzar sus datos dentro de categorías que permiten su máxima agre- l1111·1la documental" durante cincuenta años, a fines del siglo XVII e inicios del
gaCion (mveles de fortuna, profesiones, etc.), deja escapar todo Jo concerniente '' 111. El proyecto es hacer aparecer, detrás de la tendencia general más visible,
a los comportamientos y la experiencia social, a la constitución de identidades
de grupo porque hace imposible, por su procedimiento mismo, la integración de
•J. E. Grendi, "Micro-analisi e storia sociale". Quademi Storici, 35, 1977, págs. 506-520; véase
1.11111>1,'11 del mismo autor la presentación del número especial sobre "Famiglia e comunita'', en Qua-
,¡,.,,,; .1·torici, 33, 1976, págs. 881-891.
. . 8. Convie_ne señalar la importancia que ha tenido en muchos microhistoriadores, más allá de la JO. Cario Ginzburg, Cario Poni, "Il nome et il come. Mercato storiografico e scambio disugua-
1
11l l!ucnc1'.1 mas general de la antropología anglosajona, Ja reflexión de Fredrik Barth (cf F. Bmth ¡.. '. (!11ademi storici, 40, 1979, págs. 181-190 (traducción parcial en francés: "Le nom et la manie-
komp.), Sea/e and Socwl Organization, Oslo-Bergen, Kegan Paul, Universitetsforla<>et 1978· Pro- '" '. /1· Débat, 17, 1981, págs. 133-136).
,·,·.1.1· 1111d Form in Social Lije, Londres, Routledgc & Kegan, 1981). " ' ' 1 1. !bid, pág. 134 de la trad. francesa.
.Jr: Ji\! '!)111·.,'-; RI Vl·.I 1\11< 111 l1\N1\I l'.I'. \' 1 ·¡ IN,'d IU ll'!'l!IN 111 l t 1 ;,111 t1\I

las estrategias sociales desarrolladas por los diferentes actores en f'u11ci1»n de .<>11 11",,11111 dl'l11111 las 11·¡.,las d1· 1·1111s1111wi1111 y l11m·1011;1111Íl'l1to de 1111 co11.11111to .<>m·ial
posición y de sus recursos respectivos, individuales, familiares, de grupo, etc. J<:s 11. 11w1111, d1· 1111a cxpc11c11l"Ía cok1·tiva.
cierto que "a la larga, todas las estrategias personales o familiares tienden, qui
zás, a aparecer atenuadas para fundirse en el equilibrio relativo que resulta de
ellas. Pero la participación de cada uno en la historia general, en la formación y 5
modificación de estructuras que sostienen la realidad social no puede ser evalua-
da solamente sobre la base de los resultados tangibles: a lo largo de la vida de 1·:11 su vnsiún "clásica", la historia social es concebida mayoritariamente co-
cada uno, cíclicamente, nacen problemas, incertidumbres, elecciones, una polí- 11111 1111a historia de las entidades sociales: la comunidad de residencia (pueblo,
tica de la vida cotidiana centrada en la utilización estratégica de las reglas so- 1'·111 oquía, ciudad. barrio, etc.), el grupo profesional, el orden, la clase. Cierta-
ciales" . 12 Es el mismo camino presentado por M. Gribaudi para el estudio de la 1111·1111·, se podía discutir los límites, y más aún, la coherencia y la significación
formación de la clase obrera en Turín a comienzos del siglo xx, un lugar geográ- """'ºhistórica de estas entidades, pero en lo fundamental no se las cuestionaba. 15
ficamente cercano, pero histórica e historiográficamente muy alejado. 13 Allí 1>1· allí surge la impresión, al recorrer el enorme capital de conocimientos acu-
donde se insistía esencialmente en una comunidad de experiencias (inmigración 1111dado durante treinta o cuarenta años, de un cierto déja vu y de inercia clasifi-
urbana, trabajo, lucha social, conciencia política, etc.) que fundaría la unidad, la 1almia. De un lugar a otro, obviamente, las distribuciones varían, pero los per-
identidad y la conciencia de la clase obrera, el autor se impone seguir itinerarios •,1111ajes de la obra, ellos, no cambian. Será necesario algún día interrogarse
individuales que muestran la multiplicidad de experiencias, la pluralidad de con- -.obre las razones, probablemente múltiples, que puedan explicar este desliza-
textos de referencia donde se inscriben las contradicciones internas y externas 111í1·11to hacia la sociografía descriptiva. En todo caso, fue suficientemente fuerte
de las que son portadoras. La reconstitución de los itinerarios geográficos y pro- t 01110 para retardar durablemente la influencia de un libro que, como el de E. P.

fesionales, de los comp01iamientos demográficos, de las estrategias relacionales 1'11ompson, The Making of the English Working Class (publicado en 1963, pero
que acompañan el pasaje de la campaña a la ciudad y a la fábrica. Siguiendo a 11 aducido al francés recién en 1988), se negaba a partir de una definición pre-
muchos otros, Gribaudi había partido de la idea de una cultura obrera homogé- rn11struida (o supuestamente adquirida) de la clase obrera para insistir en los me-
nea o, en todo caso, que homogeneizaba los comportamientos. Durante el traba- ' :111ismos de suformación. 16 Tardíamente, a partir de trabajos inicialmente ais-
jo (particularmente recogiendo los testimonios orales sobre el pasado familiar de lados,17 poco a poco se ha impuesto la convicción de que el análisis no podía
los protagonistas de la historia que estudiaba), descubrió la diversidad de las for- 11·alizarse solamente en términos de distribuciones, y esto por dos razones prin-
mas de entrada y de vida en la condición obrera: "Se trataba de ver mediante 1·ípales que deben ser distinguida·s, si bien se interfieren en parte. La primera re-
cuáles elementos cada familia de la muestra había negociado su propio itinerario 111ilc al problema, planteado desde hace mucho tiempo, de la naturaleza de los
y su propia identidad social; qué mecanismos habían determinado la fluidez de nitcrios de clasificación sobre los que se fundan las taxonomías históricas; la
unos y el estancamiento de otros; mediante qué modalidades se modificaron, .•;1·gunda, al acento que la historiografía ha puesto, más recientemente, sobre el
muchas veces drásticamente, las orientaciones y estrategias de cada individuo. 18
1ol de los fenómenos de interrelaciones en la producción de la sociedad.
En otros términos, y presentando el problema desde el punto de vista de la con-
dición obrera, esto significaba investigar sobre los diferentes materiales con los
que se construyeron las diversas experiencias y fisonomías obreras, y de expli- 15. Recordemos el debate abierto por E. Labrousse en los años cincuenta en torno al proyecto
car así las dinámicas que permitieron tanto las agregaciones como las desagre- de una historia comparada de las burguesías europeas, o la discusión -hoy pcrimida- de los años se-
gaciones" .14 :,cnta entre E. Labrousse y R. Mousnier sobre "órdenes y clases".
Puede verse que el enfoque microhistórico se propone enriquecer el análisis 16. Edward P. Thompson, Lafonnation de la classe ouvriere anglaise, París, Gallimard-Seuil,
l '!88. Recordemos que el estudio de Thompson se inscribe dentro de una perspectiva macrosocial
social haciendo las variables más numerosas, mús complejas y también más mó- (lrad. cast.: La formación histórica de la clase obrera. Inglaterra: 1780-1832, Barcelona, Laia,
viles. Pero este individualismo metodológico tiene límites porque es siempre ne- 1977, 3 tomos).
17. Citemos, por ejemplo, la tesis de Michelle Perrot, Les Ouvriers en greve: France 1871-
1890, París, Universidad de París I, 1974; de Jean-Claude Perrot, Genese d'une ville moderne, op.
12. G. Levi, Le Pouvoirau village ... , op. cit., pág. 12. cit.; o desde la sociología, el estudio de Luc Boltanski, Les Cadres. La formation d'un groupe
13. Maurizio Gribaudi, ltinéraires ouvril'l"s. Fspt1C1"s 1·t groupes sociaux a Turin au début du xxe social, París, Minuit, 1982.
siecle, París, Ed. de Ja EHESS, 1987. 18. Una presentación de estos debates puede encontrarse en la introducción del libro de Simona
14. !bid., pág. 25; nuevamente las rckrrncias invocadas por el autor remiten a la antropología Ccrntti, La Vil/e e' les Métiers. Naissance d'wz langage corporatif, Turín, !7e-18e siecles, París, Ed.
anglosajona: F. Barth, ya citado, y más a111pli:1111c11lt' a los análisis interaccionistas. de la EHESS, 1990, págs. 7-23.

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l·ia iil'cisiva. Trat:í11dose de la 11aturalcza de las categorías dl' a11al1..,1:, 1k lo social, 11d11d 1 .,1, .. ·11va". 1" .
1·s Sl')'.liramc11te a 11ivcl local que la diferencia entre categorías gL'.lll'lak·.s (o exóge- 1 1 di· ... pla 1 : 11111,·11lo q1ll' i111plica11 estas elecciones es prohabl~mente mas sL'.n-
11as) y categorías endógenas es más marcada. Reconocido desde hace tiempo, el ·dlil1· ,1 lo:; 111 stmiadorcs que a los a11lropólogos, porque la historia dc las proble-
0
111,111, a:, y dt• los procedimientos de las dos disciplinas es asirnétrica-,~ Este de~­
0
'problema se ha vuelto más sensible en los últimos años por la influencia de ciertas
problemáticas antropológicas (en particular de la antropología cultural norteame- pi,11:11111,·1110 11 1,, parece ser portador de varias redefiniciones cuya importancia
ricana) que se ha ejercido, preferentemente, sobre los análisis locales. No es éste el 1111 ,.. , dt·s¡HL'l'iahk:
momento para entrar en los detalles de las soluciones bosquejadas. Retengamos al
menos que el balance de esta revisión necesaria (y por lo demás inconclusa) es l~i'lklinici 1 'm de los presupuestos del análisis sociohistórico, cuyos rasgos
ambiguo. Ciertamente, ha permitido una revisión crítica de la utilización de crite- 111 :iyorl's ya evocamos. A la utilización de sistemas de c'.asific~c~ó.n fundad~s
rios y particiones cuya pertinencia aparecía, con demasiada frecuencia, como evi- ., 01in· los criterios explícitos (generales o locales), el m1croanahs1s los sust1-
dente. Pero, a la inversa, tiende a animar un relativismo de tipo culturalista que es 111yc por la consideración de los comportamientos a travé~ de '.ºs cuales ~as
uno de los efectos tendenciales del "geertzismo" en historia social. 1dt·iitidades colectivas se constituyen y deforman. Esto no implica que se ig-
La segunda dirección de investigación, aquella que invita a reformular el 11,1ren ni se descuiden las propiedades "objetivas" de la población estu~ia?~·
análisis sociohistórico en término de procesos, sugiere una salida a este debate. sino que se las trate como recursos diferenciales cuya importancia Y.s1gmf1-
Sostiene que no basta con que el historiador se apropie del lenguaje de los acto- rnciún deben ser evaluadas dentro de los usos sociales de que son objeto -es
res que estudia, sino que debe utilizarlo como indicio en un trabajo a la vez más dl'cir, dentro de su actualización. .
amplio y más profundo: el de la construcción de identidades sociales plurales y l<cdefinición de la noción de estrategia social. El historiador, al contrano que
plásticas que se efectúa a través de una densa red de relaciones (de competencia, i·I antropólogo 0 el sociólogo, trabaja sobre el hecho consum~do -sobre "lo
solidaridad, alianza, etc.). La complejidad de las operaciones de análisis reque- que efectivamente ocurrió"- y que, por definición, no es repetible. ~s exc~p­
ridas por este tipo de procedimiento impone de hecho una reducción del campo "ional que las fuentes presenten las alternativas y, con mayor raz~n, las m-
de observación. Pero los microhistoriadores no se limitan a registrar esta limita- n~rtidumbres enfrentadas por los actores sociales del pasado. De alh el recur-
ción factual; la transforman en un principio epistemológico ya que es a partir de so frecuente y ambiguo a la noción de estrategia: ella sirve a menudo de
los comportamientos de los individuos que intentan reconstruir las modalidades ll'emplazo de una hipótesis general funcionalista (que permanece general-
de agregación (o de desagregación) social. El trabajo de Simona Cerutti sobre mente implícita), y en ocasiones para calificar, más prosaica~ente,, l~s com-
los oficios y las corporaciones en Turín en los siglos XVII y XVIII puede servimos portamientos de los actores individuales o colectivos que tuvieron ~x1to (que
de ejemplo. Sin duda, ninguna historiografía es más espontáneamente organicis- son, en general, los que conocemos mejor). Desde este pun~o de _v1st~ la po-
ta que la de los oficios y las asociaciones de oficios: se trataría de comunidades sición resueltamente antifuncionalista adoptada por los m1croh1stor~adores
evidentes, funcionales, y que se suponen tan poderosamente integradoras que se está llena de significación. Considerando en sus análisis una pluralidad. ~e
volverían casi naturales en la sociedad urbana del Antiguo Régimen. La apuesta destinos particulares, buscan reconstituir un espacio de posibles -en func10~
metodológica de Cerutti consiste en revocar estas certezas y mostrar, a partir del de los recursos propios a cada individuo o a cada grupo dentro de una ~onf1-
juego de las estrategias individuales y familiares, y de sus interacciones, que las guración dada-. G. Levi es sin duda quien ha ido más lejos en.este ~ent1~0 ~l
identidades profesionales y sus traducciones institucionales, lejos de ser adquiri- reintroducir las nociones de fracaso, de incertidumbre y de rac10nahdad hm1-
das, son objeto de un trabajo constante de elaboración y de redefinición. Lejos tada en su estudio de las estrategias familiares campesinas desarrolladas en
de la imagen consensual y esencialmente estable que daban las descripciones .
tomo al mercado de la tierra en e1 s1g
. 1o XVII. 21
tradicionales del mundo de los oficios, todo es cuestión de conflictos, de nego-
ciaciones, de transacciones provisorias. Pero, a la inversa, las estrategias perso-
nales o familiares no son puramente instrumentales: ellas están socializadas en 19. Ibid, pág. 14. r·
tanto son inseparables de representaciones del espacio relacional urbano, de los 20. Incluso si un trabajo como el de Marc Abé!es sobre las formas y las apuestas de la po 1t1ca
recursos que ofrece y de las restricciones que impone, a partir de los cuales los local en Francia contemporánea (Jours tranquil/es en 89, París, Odile Jacob, 1988) retoma -y sm
acuerdo previo- la mayoría de los temas y ciertas fomrnlaciones propuestas, en el mismo m_omento,
actores sociales se orientan y hacen sus opciones. La cuestión es entonces des-
por los microhistoriadores. Faltaría indicar la posición de Abéles en el debate en antropologia Yana-
naturalizar -o al menos desbanalizar- los mecanismos de agregación y de aso-
lizar la recepción del libro en su medio profesional.
ciación, insistiendo sobre las modalidades relacionales que los hacen posibles, 21. G. Levi, Le Pouvoir au village, op. cit, cap. 2.
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Redefinición de la noción de contexto. t'~sta hw a menudo objeto de 1111 11sn ,·1111tnlm tJ,· d1111c11.•.111111·s y 11iveks dikn·ntl's. dl'I 111<Ís local al m;ís global.
cómodo y perezoso en las ciencias sociales y, en partic11lar. en la historia. N11 ''"';t,· c11trnH"l'~ 1111 vo1k, ni menos aún oposición, entre historia local e
Uso retórico: el contexto, a menudo presentado al comienl'.o del estudio. pro- historia ¡•,loh;1I. l .o q11e la experiencia de un individuo, de un grupo, de un es-
duce un efecto de realidad alrededor del objeto de la investigación. Uso ar- pacio permite aprd1l'11der es una modulación particular de la historia global.
gumentativo: el contexto presenta las condiciones generales dentro de las Particular y original: pues lo que el punto de vista microhistórico ofrece a la
cuales encuentra su lugar una realidad, aun si no siempre se va más allá de observación no es una versión atenuada, parcial o mutilada de realidades ma-
comparar simplemente dos niveles de observación. Más raramente, uso inter- crosociales, es, y es el segundo punto, una versión diferente.
pretativo: del contexto se extraen, a veces, las razones generales que permi-
tirían comprender situaciones particulares. Más allá de la microhistoria, una 6
buena parte de la historiografía de los últimos veinte años ha manifestado su
insatisfacción frente a estos diversos usos e intentado reconstruir, según dife- Tomemos un ejemplo que ha retenido la atención de varios microhistoriado-
rentes modalidades, las articulaciones del texto al contexto. La originalidad rcs. Se puede analizar la dinámica de un macroproceso, como la afirmación del
del enfoque microhistórico parece ser la de rechazar la certidumbre que sub- Estado moderno en Europa entre los siglos xv y XIX, en términos muy diferen-
yace en todos los usos mencionados según la cual existiría un contexto uni- tes. Por mucho tiempo los historiadores se interesaron sobre todo en quienes, de
ficado, homogéneo, en el interior del cual y en función del cual los actores manera visible, habían hecho la historia. Luego, bajo el impulso de los grandes
determinarían sus opciones. Este rechazo puede entenderse de dos maneras teóricos del siglo XIX, descubrieron la importancia de las evoluciones masivas Y
complementarias: como un recordatorio de la multiplicidad de las experien- anónimas. Entre ellos se impuso muy ampliamente la convicción de que la ver-
cias y representaciones sociales, en parte contradictorias, en todo caso ambi- dadera historia es la de lo colectivo y lo numeroso. Esta mutación puede expli-
guas, mediante las cuales los hombres construyen el mundo y sus acciones car que a sus ojos las encamaciones históricas del poder se hayan transformado
(es el eje de la crítica a Geertz que propone Levi; 22 pero también, en un aná- sustancialmente. En la década de 1880 se examinaba extensivamente la política
lisis más profundo, como una invitación a invertir el procedimiento más ha- de Richelieu y la imperiosa vuelta al orden político, administrativo, religioso,
bitual del historiador, que consiste en partir de un contexto global para situar fiscal, cultural que esta política impuso en la Francia de principios del siglo x_vn.
e interpretar su texto. Lo que se propone es, al contrario, constituir la multi- Hoy se habla habitualmente de la afirmación impersonal del Estado absolutista
plicidad de contextos que son necesarios a la vez a su identificación y a la tal como se inscribe inevital¡lemente en la larga duración, entre los siglos XIV Y
comprensión de comportamientos observados. Aquí nos reencontramos, por xvm; se evoca, siguiendo a Max Weber, el lento proceso de racionalización que
supuesto, con el problema de las escalas de observación. ha afectado las sociedades occidentales; se evoca, siguiendo a Norbert Elias, el
Es el último punto el que, me parece, es objeto de una revisión drástica. A la doble monopolio sobre el fisco y la violencia que adquirió, entre la Edad Media
jerarquía de los niveles de observación, los historiadores instintivamente se y la Modernidad, la monarquía francesa; se sigue, con Kantorowicz, la emanci-
refieren a una jerarquía de las apuestas (enjeux) históricas: para expresar las pación de una instancia laicizada en el corazón mismo de la cristiandad medie-
cosas trivialmente, a escala de la nación se hace historia nacional, a nivel lo- val. Todas estas lecturas (y aun otras) son précieuses y a menudo convincentes.
cal, historia local (lo que en sí mismo no compromete necesariamente una je- Han enriquecido considerablemente nuestra comprensión del pasado. Todas o
rarquía en la importancia, en particular desde el punto de vista de la historia casi -se debería poner aparte, aquí, el caso de Elias- comparten sin embargo
social). La historia de un conjunto social tomada au ras du sol se dispersa, en aceptar como tal la existencia de macrofenómenos cuya eficacia es evidente. Lo
apariencia, en una miríada de acontecimientos minúsculos, difíciles de orga- que antes se atribuía a la majestad, al prestigio, a la autoridad, al talento de un
nizar. La concepción tradicional de la monografía busca hacerlo proponién- personaje singular, hoy se sitúa aún más cómodamente en la lógica de grandes
dose como tarea la verificación local de hipótesis y resultados generales. El ordenamientos anónimos que se denominan Estado, modernización, formas del
trabajo de contextualización múltiple practicado por los microhistoriadores progreso -pero también de modo más sectorial, los fenómenos clásicos como la
parte de premisas muy diferentes. Plantea, en primer lugar, que cada sector guerra, la difusión de la cultura escrita, la industrialización, la urbanización, en-
histórico participa, de cerca o de !~jos. en procesos -y entonces se inscribe en tre muchos otros.
Estos fenómenos son extraordinariamente complejos, se sabe, al punto de
que generalmente les es imposible a los historiadores marcar sus límites. ¿Dón-
de se detiene la esfera del Estado, dónde los efectos inducidos por el trabajo y la
22. G. Lcvi, "On Microhistory". cit., p;Í¡•. :'O.': \'\'"-'"' 1;i111hiL'n "! pericoli del geertzismo", Qua-
demi .lforici 5R, 1985, págs. 26'l-277. producción industrial, dónde aquellos de los cuales el libro es portador? Ya
li\1 '1)111,•;111 \'I 1 Mii 'llt 1,.\N:\J 1.·.1.o; Y« 'l IN.'i 11111< '« 'J( IN l •I 111.'1111 'IAI

1• tl1·.•,111111·11 p11d1·11111s d11d;11 solln' .\11 11101lolo¡'.iil, '"ºhll' l.1dn11 qw1011 lfrt111111·11111s l'l 1~j1·111plo del Hslado 111011;irquico L~ll la lidad Moderna. Visto
1 11L1n1111 11111·111:1. 1'1·10 es ;iso111h1oso ver que su l'lw.111a, .ti 11w1111.\ 11·11· d1·.,d1· l 'ans y Vcrsallcs, Berlín o Turín, se presenta como una especie de vasta
111 o", p1w"l;i 0·11 tl11d;i casi 11u11c;1. Las "111;íqui11as" dl'I po1dn .\1' apoyan o11q11111·c1111a cuyas formas no cesan de multiplicarse, de ramificarse hasta pene-
1111111;1 a11l1111dad y ellas son eficientes precisamente porque so11 m;íqui- 11 ;11 en lo 111:ís profundo de la sociedad que él encuadra y que torna a su cargo.
11 111;1" n:wlo 1lt-cir: ellas son eficientes a los ojos de los historiadores 1:11l'alidad, lo sabemos bien, es un poco más complicada y menos armoniosa.
1· po 11q111· 1'.\los las i111agi11an corno máquinas.) Se tenderá a buscar cn- l ·11 los hechos, las instituciones se superponen, compiten, a veces se oponen
L1 11·¡•11lacio11 de la misma máquina la explicación de sus actuaciones, 1111:1s a otras; algunas están ya fosilizadas (pero, según la lógica del Antiguo Ré-
d11k 111¡•1·1111a111rntc 1111a ideología de la racionalización y de la rnoder- ¡•1111cn. ellas son reemplazadas sin ser suprimidas, lo que puede determinar
q111· po·110·111Tc al sistema que se ha propuesto estudiar. En el mejor de 11wxtricablcs enmarañamientos de autoridad, de competencia, de gestión); otras
1
·.i· 1 11"º ;1 1dc111ilicar a quienes a través de estas grandes transforrnacio-
1·:;1;in en pleno auge, ya sea porque son muy nuevas, ya sea porque están provi-
11 okd11 ad11 a denunciarlas y bloquearlas en nombre de los valores so- .,miamente mejor adaptadas a una configuración dada de la sociedad. También
·111.111 v11.·,, Sin duda no es un azar si la misma generación intelectual 1·1 pensamiento del Estado, el que tuvieron sus promotores en los siglos pasados
v1·11111· ;111os. solemnizaba los aparatos del poder es también la más en- lanlo como el de los historiadores de hoy, es un pensamiento global que, a tra-
¡,, p111 los 111arginales, los rechazados, los alternativos de la historia, Yl;S de dudas, contradicciones, cambios de ritmo, reconoce un único gran pro-
do· 11111101 y brujas, heterodoxos y anarquistas, excluidos de todo tipo. 1·cso en marcha a través de los siglos. Cuando se habla del crecimiento del Es-
11111 1111;1 111;111cra de reconocer y señalar la realidad masiva del poder, ya lado y se intenta dar una evaluación aproximada (es el famoso pesée globale
1111;1 111111oda dispersa de héroes había sido capaz de levantarse contra 1·aro a P. Chaunu), por ejemplo midiendo el peso de la fiscalidad pública o el
1· .1l1w1;1 y sin verdadera esperanza. número de funcionarios o los progresos cuantitativos de la justicia real, se lo
n1 º""'ª v1.•;i1i11 de las cosas, tal distribución de roles, en los hechos es piensa sobre el modelo de crecimiento económico, proponiendo que una peque-
10· "º·p.11;11111 de la lógica mayoritaria de los aparatos, fuera de las for- na cantidad de indicadores elegidos permita dar cuenta de la evolución de con-
111il1·" do· 11·si.,lcncia a su afirmación, los actores sociales están masiva- junto de un sistema que sería a la vez continuo e integrado. Por supuesto, es
·1·1111"., 11 a1111 que son pasivos y se han sometido, históricamente, a la más delicado intentar una medición en términos de eficiencia: pero cuando la
lil 1•1.111 1.l'Viatán que englobaba a todos. Esta puesta en escena de la relación entre el número de oficiales públicos y la cifra de la población global
• l.1 dd11l1dad es inaceptable. No por razones morales sino porque es- 1iende a subir, se acepta casi sin discutir que resulta una mayor eficiencia. En
: 111.1". tlrn1asiado ligada a las representaciones que no han cesado de todas estas operaciones se plantea en todo caso corno obvia la existencia de una
" 1111 .. 111;1.·, logicas del poder, que quisieran dictar hasta la manera de lógica común que unificaría el conjunto de las manifestaciones del Estado.
11 11.,.., v porque incluso si se acepta la hipótesis de una eficiencia glo- Nada es menos seguro. Si se renuncia a esta perspectiva central que es aque-
.ip.11.1111.·; y de las autoridades, falta comprender enteramente cómo esta lla desde donde se enuncia el proyecto etático (y donde se produce la argumen-
li.1 "1d11 posible -es decir, cómo han sido retranscriptas, en contextos tación ideológica que lo sostiene), si se cambia la escala de observación, las rea-
1t 1 .111:1hlcs y heterogéneos, las órdenes expresas del poder. lidades que aparecen pueden ser muy diferentes. Es lo que ha demostrado
11 ..J ¡'111hlc111a en estos términos lleva a rechazar pensarlo en términos recientemente G. Levi en la investigación, citada a menudo, que ha consagrado
11·11 .1/1lo·l1i 1id ad, autoridad/resistencia, centro/periferia, y a establecer el a una comunidad rural del Piamonte, Santena, a fines del siglo XVII. ¿Qué suce-
¡,,., l1·1111111enos de circulación, de negociación, de apropiación en todos de cuando se observa el proceso de construcción del Estado au ras du sol, en sus
· 1 " 1111¡iorlante ser claro aquí: la mayor parte de los historiadores tra- más lejanas consecuencias? Los grandes movimientos del siglo, la afirmación
' ... " l<'da1k~s fuertemente jerarquizadas y desigualitarias, donde el prin- tardía del Estado absolutista en el Piarnonte, la guen-a europea, la competencia
111 •¡, · L1 jl'rarquía y de la desigualdad está profundamente inlernalizado. entre las grandes casas aristocráticas existen, ciertamente, incluso si la traza es
r1d11 111·¡•ar L~slas realidades y simular que las operaciones que venimos detectable a través del polvo de acontecimientos minúsculos. Pero a través de
111 1d.11 11111, negociación, apropiación- puedan ser pensadas fuera de es- estos acontecimientos surge precisamente otra configuración de las relaciones
',¡,. l"•d1T. Todo lo contrario, yo quisiera sugerir que ellas son insepa- (entre el fuerte y el débil) del fuerte con el débil.
11 li;111 ·;ido maneras de pactar con los poderes; pero ta111hié11 que ellas Hubiese sido tentador reducir toda esta historia a la de las tensiones que
11 ¡.,., ..i,·,·tos, inscribiéndolos en contextos y pleg:índolos a lógicas so- oponen una comunidad periférica a las exigencias existentes de un absolutismo
11·111i':. ,¡,. las que eran las suyas al inicio. en pleno auge. Pero la escena tiene participantes mucho más numerosos. Entre
Santena y Turín se interponen e interfieren las pretensiones de Chieri, ciudad
11\( 'C)l 11·.S l~l·.Vl·.I -~ 1
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mediana y que cree tener algo para decir; las del arzobispo de 'J'urí11, dc dondl· 1·~ ll'al 111rnlc sal isfoclrn ia porque la conslrucción del Estado moderno está prcci-
depende la parroquia; las de los principados feudatarios del lugar, rivales c111n_. '.:lllH'llll' hccha dd conj1111lo de estos niveles, cuyas articulaciones quedan por
sí, que desean afirmar su preeminencia. La misma sociedad aldeana se descom- 1dl·111ilicar y pensar. La apuesta de la experiencia microsocial -y su posición ex-
pone, se fractura en función de los intereses divergentes de los grupos particu- pni111e111al, si se quiere- es que la experiencia más elemental, aquella del grupo
lares que la componen. Estos actores colectivos se enfrentan, pero también se lll'lJllC1ío, incluso del individuo, es la más esclarecedora porque es la más comple-
alían según sus posibilidades, ellas mismas cambiantes. Los frentes sociales (y ¡a y porque se inscribe en el mayor número de contextos diferentes.
"políticos", si se quiere) no cesan de dislocarse para recomponerse de otro mo-
do. Es precisamente a la multiplicidad de intereses en cuestión, a la compleji-
dad del juego social, que el burgo de Santena ha debido, durante la segunda mi- 7
tad del siglo XVII, la suerte colectiva de permanecer un paese nascoto,*
mantenido al abrigo de las maniobras del Estado central. La neutralización re- Esto plantea otro problema, que de hecho es consustancial al proyecto mis-
cíproca de las estrategias que apuntaban a la aldea, y también la inteligencia 1110 de una microhistoria. Admitamos que limitando el campo de observación
política de los frentes aldeanos pueden hacer comprender esta situación; pero surgen datos no solamente más numerosos, más finos, sino que además se orga-
igualmente el rol de un negociador excepcional, el notario-podestá Giulio Ce- nizan en configuraciones inéditas y hacen aparecer otra cartografía de lo social.
sare Croce, que reinó sobre Santena durante cuarenta años: fue él quien supo
/,·Cuál puede ser la representatividad de una muestra tan acotada? ¿Qué puede
aprovechar su conocimiento íntimo de las redes sociales, su dominio de la in- enseñarnos que sea generalizable?
formación, tan necesaria en las estrategias familiares, y de la memoria colecti- La pregunta ha sido formulada tempranamente y ha recibido respuestas que
va para imponerse en todo como intermediario obligado en el interior de la co- no recogieron mucha adhesión. En un artículo ya antiguo, Edoardo Grendi pre-
munidad y fuera de ella. Significativamente, no es especialmente rico y su venía la objeción forjando un elegante oxímoron: proponía la noción de "excep-
status profesional no tiene nada de excepcional. No pertenece al mundo de los cional normal".24 Este diamante oscuro ha hecho correr mucha tinta. Ejerce la
poderosos reconocidos. Su poder es de naturaleza diferente: está fundado sobre fascinación de los conceptos que se desearía poder utilizar si se supiera definirlo
la posesión de un capital "inmaterial" hecho de informaciones, de inteligencia, con exactitud. ¿Debe verse en lo "excepcional normal" un eco, en total conso-
de servicios prestados que le han permitido afirmarse para administrar mejor nancia con la sensibilidad de los años posteriores a 1968, de la convicción de
los intereses de la aldea. que Jos márgenes de una soci~dad dicen más sobre ésta que su centro?, ¿que los
Sin duda, el notario Croce es un personaje fuera de lo común y cuando desa- locos, los marginales, los enfermos, las mujeres (y el conjunto de los grupos do-
parece, a fines del siglo XVII, no es reemplazado. Santena sale entonces de su casi minados) son los privilegiados poseedores de una suerte de verdad social? ¿De-
clandestinidad, la gestión local de poderes se desagrega y, con el apoyo de una be comprenderse en un sentido bastante diferente, como una separación signifi-
crisis a la vez económica, social y política, el Estado central, retoma sus derechos cativa (¿mas respecto de qué?), o aun como una primera formulación del
(o al menos una parte). Si se pone atención, los archivos dejan aparecer una mul- paradigma del indicio vuelto a proponer más tarde por Cario Ginzburg? .
titud de esos personajes que, en el rol de intermediarios, han arreglado, limitado, Es difícil decidir entre estas diferentes lecturas posibles, que tal vez coexis-
pero también acreditado la construcción del Estado. Todos no han podido ni que- tieron en el pensamiento de Grendi. Puede proponerse, prudentemente, una su-
rido sustraer su grupo de pertenencia a la lógica del poder central, pero trabajaron plementaria que me parece coherente con las proposiciones enunc~a~~s pre~e­
en acomodar los intereses locales (y primero los suyos) con sus exigencias, sus dentemente. Grendi reflexiona a partir de los modelos de anahs1s social
prácticas, sus instituciones, su personal. 23 A decir verdad, la elección no es alter- utilizados por los historiadores y que son, en su gran mayoría, modelos funcio-
nativa entre dos versiones de la realidad histórica del Estado, una que sería "ma- nalistas basados en la integración del mayor número de rasgos. Es cierto que al-
cro" y la otra "micro". Ambas son "verdaderas" (y muchas otras aun en niveles o-unos de ellos se resisten a este trabajo de integración; constituyen otras tantas
intermedios que convendría poner a prueba de manera experimental), y ninguna b . "
excepciones que sin disgusto nos habituamos a tratar como excepc1~nes o
. "

"desviaciones" en relación con la norma que el historiador ha establecido. La


* En italiano en el original (n. del t.). propuesta de Grendi, que reencuentra aquí la reflexión inau~urada por el. antro-
23. Todo esto según G. Levi, Le Pouvoir au vi/lag<', op. cit. Un ejemplo diferente pero que va pólogo Fredrik Barth, sería la de construir modelos "generativos": es dec!f, mo-
en el mismo sentido, sobre las regulaciones de la violencia en conexión con la construcción del es-
tado genovés puede verse en Osvaldo Raggio, Faide e parentele. Lo Stato genovese visto dalla Fon-
tanabuona, Turín, Einaudi, 1990. 24. E. Grendi, "Micro-analisi e storia sociale", op. cit.
JA< '()l/J ,<; l~I VJ·I ~111 ·1111.·\N-\I 1'.f', \ 1·1IN'i11011 ·1 1111" 111 1'1 "'" 1:\1

delos que permitan integrar plenamente (y no mús colllo excepcioIH'.~ o d(·sv 1a .'>:111111:1l1111¡•.a :,01111· 1·1 •'ll'Jt·11t1 p1;11111111ll'S del si)'.lo XVIII, cuyo 111odl'lo L'xplícito
ciones) los itinerarios y las opciones individuales. En este sentido, pmlna dl'cir- ,·-. l'I dt'l l{aslu1111t111 _1apllllt'S. '"
se que lo "excepcional" se volvería "normal".25 Nw; t•11lrt·111a111os e111011n·s a elecciones explícitas de ciertas formas de escri-
En el debate que permanece abierto me parece que el trabajo de Giovanni 1111:1, t·11 el sl'11tido amplio del término. ¿Cómo estudiarlas? Notemos para co-
Levi aporta un cierto número de respuestas que cambian útilmente el punto de 111t·111:1r q11L' 110 es la primera vez que los historiadores savants utilizan recursos
vista de la argumentación. Levi recuerda primero que se puede pensar la ejem- l1tnarios. Sin remontarse hasta las grandes obras de la historiografía romántica
plaridad de un hecho social en términos diferentes de los rigurosamente esta- dt'I siglo x1x, pensemos, entre la múltiple producción del siglo xx, en Federico
dísticos. El segundo capítulo de su libro, Le Pouvoir au village, dedicado a las 11 de Kantorowicz, o en César de Carcopino (escrito al nivel de las fuentes anti-
estrategias desarrolladas por tres familias de aparceros de Santena, hace una ¡•11as), o la biografía de Arnaldo da Brescia de Arsenio Fragoni, o el Retour de
elección entre algunos cientos de otros casos posibles, que no son objeto de /\f11rlin Gucrre de Natalie Zemon Davis. Por lo demás, todos sabemos, utiliza-
ningún tratamiento comparable, pero que están todos presentes en el fichero 111os constantemente -conscientemente o no- procedimientos retóricos destina-
prosopográfico. El procedimiento no consistió en relacionar estos tres ejem- dos a provocar efectos de realidad, a mostrar que incluso si nosotros, historiado-
plos a la totalidad de la información constituida, sino en abstraer los elemen- rl's, no estuvimos allí, podemos garantizar que las cosas realmente tuvieron
tos de un modelo. Estas tres biografías familiares fuertemente contrastadas lugar como nosotros las contamos. Con los microhistoriadores, el problema me
bastan para hacer aparecer regularidades en los comportamientos colectivos de parece, sin embargo, de otra naturaleza. La búsqueda de una forma no depende
un grupo social particular sin perder lo que cada una tiene de particular. Che- llindamentalmente de una opción estética (incluso si ella no está ausente). Me
quear la validez del modelo no consistirá entonces en una verificación estadís- parece más de orden heurístico, y esto de manera doble. Invita al lector a parti-
tica sino en su puesta a prueba en condiciones extremas, cuando una o varias (·ipar en la construcción de un objeto de investigación, y lo asocia a la elabora-
variables que incluye están sometidas a deformaciones excepcionales. La cons- t·ión de una interpretación.
titución de un fichero sistemático es precisamente lo que hace posible una ve- Entre los instrumentos que están a disposición de los historiadores, los hay clá-
rificación de este tipo. sicos, o al menos reconocidos como tales por la profesión. Es el caso del material
rnnceptual, de diversas técnicas de investigación, de los métodos de medición, etc.
1lay otros, no menos importantes, pero sobre los cuales nos interrogamos más ra-
8 ramente, ya sea porque son objeto de una suerte de convención tácita, o, más sim-
plemente, porque nos pareceñ obvios. Así sucede con las formas argumentativas,
Llego finalmente a mi último punto. A menudo nos hemos sorprendido de los modos de enunciación, las modalidades de las citas, el uso de la metáfora y, en
constatar que ciertos microhistoriadores italianos -no todos, ni siquiera la mayo- general, con las formas de escribir la historia. Rozamos aquí un inmenso conjunto
ría- recurrían a veces a procedimientos de exposición, incluso a técnicas narrati- de problemas muy vastos que emergen hoy de manera salvaje, en todo caso desor-
vas que rompían con las formas de escribir habituales de la corporación de histo- denadamente, en las preocupaciones de los historiadores. 27 Durante mucho tiem-
riadores. Así fue el caso del Fromage et les Vers de Cario Ginzburg, compuesto po, estas cuestiones no merecieron ser sujetas a interrogación. La escritura de la
como una investigación judicial (al cuadrado, ya que el libro reposa, en lo esen- historia se pensaba espontáneamente como el estricto protocolo de un trabajo cien-
cial, en los archivos de los dos procesos del molinero Menocchio frente al Santo 1ífico. En consecuencia, mientras más científica se hacía, menos se planteaba el
Oficio), y de Pie ro, del mismo autor, concebido esta vez como una investigación problema. La masa de piezas anexas -documentos, luego, cada vez más, un apara-
policial (anunciada, por otra parte, en el título), con sus tanteos, sus fracasos, sus lo en constante crecimiento de series, tablas, gráficos, mapas- parecían garantizar
golpes de teatro cuidadosamente distribuidos; del Le Pouvoir au village de Gio- la inexpugnable objetividad del enunciado y dejaban suponer que era el único po-
vanni Levi, donde la investigación histórica se transforma en su propio espejo a sible (o, en todo caso, el más próximo al enunciado perfecto). Se llegaba así a ol-
través de una composición en abfmes;* o, más recientemente, el bello libro de

26. Sabina Loriga, Soldats. Un laboratoire disciplinaire: l'armée piémontaise au xvme siecle,
25. Me parece que un buen ejemplo de esta lectura es dado por el estudio de M. Gribaudi y A. París, Mentha, 1991; versión italiana: Soídati. L'istituzione militare ne/ Piemonte del Settecento, Ve-
Blum, "Des catégories aux liens individuels: l'analyse statistique de l'espace social", Annales ESC, necia, Marsilio, 1992.
6, 1990,págs. 1365-1402. 27. Pero también antropólogos, desde James Clifford hasta Clifford Geertz -incluso si el proble-
* Técnica artística que consiste en representar dentro de un objeto el objeto mismo: un relato ma está ya presente explícitamente en Malínowskí, Léví-Strauss y muchos otros. Cf Clifford Geertz,
dentro de un relato, un cuadro dentro de un cuadro, etc. (n. del t.). \Vorks and Lives. The Anthropologist as Author, Stanford, Stanford University Press, 1988.
v 11 L11 q1w 111d 11.·.u 1111;1 :,1'11<' d1· p11·v. 111' v, 111st 1111y1· 1111;1 1111111;1 d" 11'111111 <'i l.1 rn ¡ '.;111i 111111"'•1<'11.1" ul11:1:, d1· la 1111nol11slo11:1 ha11lt'llHlo1111 papl'I dclt'lllllll:tllll' l'tl l'i
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t'lllllO la de "cnyt111llll a", ta11 Í111pol l:llll¡• l'll la hisl<ll iogra(fa f'l'alll'l'.'i:I dc los !\111111-
, <111111111 "" , .. ,1·:d:1 li:i d1·sc111pc11ado, lo hemos dicho, el rol de un estrangement en
/,•s, 1111la 1·11 ella, i11disolullle1111·11t1· l iga1las, u11 1m;todo de análisis, una hipótesis in- 1·1 •,1·1111d11 d1· los sc111iúticos: de un alejamiento respecto a las categorías de análi-
terpretativa y una manera de crn1t;I.-. '"" v a 11 ,., 111odl'los interpretativos del discurso historiográfico dominante; pero
De 111ancra aún m<is di rusa. I; • escritura de la historia se refería, sin saberlo 1,1111hw11 ll's1wc10 a las formas de exposición existentes. Uno de los efectos del
siempre, al modelo clásico de la ilºVcla donde el autor-organizador conoce y do- 1'•1· .. q1· a lu 111ino es transformar, por ejemplo, la naturaleza de la información y
mina soberanamente los persona~ es, Sus intenciones, acciones y destinos; sabe- 111 ll'la1·1011 q11c d historiador mantiene con ella. G. Levi gusta comparar el traba-
mos que se llegó incluso a inle1~ t.ar lOczclar los dos géneros. Pero desde hace l" tl1· 1·:,lc t·o11 el de la heroína de un cuento de Henry James, In the Cage: la tele-
mucho tiempo la novela ha cambÍ udo. Luego de Proust, Musil o Joyce, su escri- 1•1,il 1sl:1 c11ccrrada detrás de su mostrador reconstruye el mundo exterior a partir
tura no ha dejado de experimenta( forioas nuevas. Con cierto retraso, la escritura .¡,. 1wq111·11os trozos de información que recibe para transmitirlos. No los elige,
histórica hace lo mismo. Ella no ¿; 0 1llienza a hacerlo hoy. Tomemos un ejemplo tl1·lw prnducir lo inteligible a partir de ellos. Pero la palabra tiene sus límites que
que merecería un análisis más prc1~undo: en el célebre libro de Femand Braudel, "" 1111portante marcar: porque lo que distingue al historiador de la telegrafista de
a
La Méditerranée et le monde me(¡tterranéen l'époque de Philippe II (1949), se l¡1111t·s es que, tan desprovisto como ella, sabe que su información es una selec-
señaló primeramente el uso origir1"ª1de una triple temporalidad que organiza las ' 11111 que le es impuesta por la realidad, a la que agrega además sus propias elec-
tres grandes partes del libro. ¿S& encontrará hoy como completamente icono- ' 11 llll'S. 1>e esta serie de sesgos sucesivos, puede intentar medir los efectos y ex-
clasta leerlo como una tentativa dY ~ 0ti.tar desde tres puntos de vista y en tres re- 11 ;1n las consecuencias necesarias.
gistros diferentes, una misma histpna, partida entre estos relatos y luego recom- l ·:s cierto también que la imagen en el el tapiz vista au ras du sol no es fácil
puesta? En todo caso, vale la pePª Plantearse el problema. Lo que tal vez ha ,¡,.descifrar. En esta profusión de detalles, ¿qué es lo importante y qué no lo es?
cambiado hoy es que la relación pntre una forma de exposición y un contenido 1-.I historiador se encuentra entonces, para pasar de James a Stendhal, en la posi-
de conocimiento se ha transformaPº ell. objeto de una interrogación explícita. ' 1011 de Fabrice en la batalla de Waterloo en La Chartreuse de Parme: de la gran
En esta evolución los microhi#toriadorres desempeñan un rol central porque l11storia -la historia sin más- percibe solamente el desorden. G. Levi se interro-
ellos consideran que una elección f1ªrrativa concierne a la experimentación histó- I'º· al comienzo de su libro, "sobre aquello que es importante y sobre aquello
rica tanto como a los procedimientos de investigación en sí mismos. Los dos as- º
q111· no lo es cuando escribe una biografía". 3 En la composición de su texto bus-
pectos no son, de hecho, disociablP~· la invención de un modo de exposición no ' , ) la composición mejor adaptada para rendir cuenta de una vida, la del cura
induce solamente efectos de conc1c 1_illiento. Ella contribuye explícitamente a la 1 ;1ovan Battista Croce, que nosotros conocíamos por fragmentos y que no toma
producción de un cierto tipo de inteligibilidad en condiciones experimentales de- -.1·ntido sino por su inserción en una serie de contextos de referencia disconti-
finidas. La forma de la investigaciPn 10ma aquí todo su sentido: ella asocia al lec- 1111os. La elección de un modelo narrativo -o, más exactamente, de exposición-
tor al trabajo del historiador, a la ¡1i-0 dttcción de su objeto de estudio. Pera esa no 1·s también la de un modelo de conocimiento. Desde este punto de vista no es in-
es la única forma; el libro de Robe:f'~O Zapperi sobre Annibale Carraci muestra, a diferente que sean viejos géneros historiográficos, la biografía, el relato de un
1
través del itinerario de tres CarracV ' dos hermanos y el primo, los tres en el ofi- arnntecimiento, los que de forma privilegiada han sido objeto de este tipo de ex-
cio de la pintura en Boloña, en la s~gull.da mitad del siglo XVI, lo que puede ser la pnirnentación. En su forma tradicional, ellos están gastados y, digámoslo, ya no
experimentación en el género que, e~ apariencia, menos se presta: la biografía.28 :;on creíbles. Si es suficiente saber todo sobre un personaje, de su nacimiento a
El problema se presenta hoy a _rnve1 micro. Nada, por supuesto, impide que :;11 muerte, o sobre un acontecimiento, en todos sus aspectos, para comprender-
lo sea a otros niveles, en otras cJ1 mell.siones de la investigación histórica. El los, los periodistas contemporáneos estarían mucho mejor armados que los his-
ejemplo de Fernand Braudel vier1e a recordárnoslo. 29 Sin embargo, no es por loriadores; lo que no es necesariamente el caso. Pero la biografía o el relato so-
bre el acontecimiento desempeñan, me parece, el rol de una experiencia límite:
dado que los modelos narrativo-analíticos clásicos ya no son convincentes, ¿qué
28. Roberto Zapperi, Annibale CarracÍ' Ritratto di artista da giovane, Turín, Einaudi, 1989.
debe hacerse -qué puede hacerse- para contar una vida, una batalla, unfait di-
29. Lo es hoy, en Francia, al nivel de jfl. historia nacional -en una escala macrohistórica. Algu-
nas referencias en A. Burguiere y J. Revel { coll\ps.), "Presentation", en Histoire de la France, vol. 1•ers? Si, por hipótesis, se renuncia a las convenciones establecidas del género
L L'Espace Franr;ais, París Seuil, 1989, páPs. 6·24; Y más recientemente, P. Nora, "Comment écrire
l'histoire de France", en P. Nora (comp.), ¡j?s lieux de mémoire, vol. 3, Les France, t. !, París, Gal-
limard, 1992, págs. 11-32. 30. G. Levi, Le Pouvoir au village .. ., op. cit., pág. 18.
la continuidad de una historia inscripta entre 1111 l'11111í1·11111 y 1111 l111al. la d1·s
cripción sobre el modo de la evidencia, el e11cade11a111ic11t11 di· , a11,;1s y l'll·l'lo. 1/\ INS 111 LH l(.)N Y l.() SOC:l/\L
etc.-, ¿en qué se convierten los objetos que se da el historiad1H'! 11
Objetos problemáticos. Una experiencia monográfica, la del cura Croce o la
del pintor Annibale Carraci, puede así ser releída como un conjunto de tentati-
vas, de opciones, de tomas de posición frente a la incertidumbre. Tal experien-
cia no puede continuar pensándose solamente bajo la forma de la necesidad --es-
ta vida ha tenido lugar y Ja muerte la ha transformado en destino- sino como un
campo de posibilidades entre las que el actor histórico debió elegir. Un aconte-
cimiento colectivo, una insurrección, por ejemplo, deja de ser un objeto opaco
(un poco de desorden) o, al contrario, sobreinterpretado (el accidente insignifi-
cante, pero en los hechos sobrecargado de significación implícita): se puede ha-
cer el intento de mostrar cómo en el desorden los actores sociales inventan un
sentido del que simultáneamente toman conciencia. La elección de un modo de
exposición participa aquí en la construcción del objeto y de su interpretación.
Pero, nuevamente, los privilegios del análisis microsocial no me parecen into-
cables. Están fundados hoy en nuestro indiscutido acostumbramiento al microa-
nálisis. Pero no existe ninguna razón de principio por la cual los problemas narra-
tivo-cognitivos recién evocados no puedan plantearse a nivel macrohistórico: ¿la
!'ara comenzar, conviene circunscribir el programa -demasiado vago y am-
Nueva Historia Económica no fue pionera hace veinte años al introducir de for-
1nt'ioso a la vez- sugerido por el título de esta presentación. Más modestamen_te,
ma razonada, controlable, el uso de las hipótesis contrafactuales en el análisis
1111s proponemos seguir a grandes rasgos los desplazamientos y las reform~la~10-
histórico? Más que una escala, es aquí nuevamente la variación de escala lo que
111·.<> del discurso que los historiadores de la sociedad sostienen sobre la mstitu-
parece fundamental. Los historiadores se dan cuenta hoy, pero no son los únicos.
' 1,·,11, sobre su eficacia social, sobre las prácticas que genera y, más ampliamen-
En 1966, Michelangelo Antonioni contó en Blow up la historia, inspirada en un
ll'. sobre el mundo institucional. Varios indicios, sobre los cuales volveremos
cuento de Julio Cortázar, de un fotógrafo londinense que por azar fija sobre la pe-
, , 1n más detenimiento, parecen afestiguarlo: un interés renovado de los historia-
lícula una escena de la que es testigo. Ella le es incomprensible, los detalles no
dores por el derecho, 1 pero también -proveniente de la economía y la. soci.olo-
son coherentes. Intrigado, agranda las imágenes (éste es el sentido del título) has-
¡· ia- por las convenciones y los espacios de legitimación en los que se mscnben
ta que un detalle invisible lo pone sobre la pista de otra lectura del conjunto.3 2 La
las acciones sociales. Este tipo de preocupaciones no es indiferente a una refle-
variación en la escala le permitió pasar de una historia a otra (y, por qué no, a va-
rias otras). Es también la lección que nos sugiere la microhistoria. ' i<ln más general sobre la historia social. Porque si es cierto que existe un irre-
ductible institucional (o, más ampliamente, jurídico), que se manifiesta proba-
blemente no tanto a través de los objetos específicos como en el modo de
producción de las instituciones y en las tecnologías que ellas inducen,2 intenta-
l"l~mos mostrar que los términos del debate vigente son inseparables de las cues-
1iones que los historiadores sociales se plantean desde hace algunos años: tanto

31. Sobre la biografía véanse las pertinentes reflexiones de G. Levi, "Les usages de la biograp- l. y del que da fe, por ejemplo, el número especial de los Annales ESC, 6, 1992, "Droit, histoi-
hie", Annales ESC, 6, 1989, págs. 1325-1336; de J.-C. Passeron, "Biographies, flux, itinéraires, tra- rc, sciences sociales".
jectoires", Revue Fra~·aise de sociologie, XXXI, 1990, págs. 3-22 (retomado en Le Raisonnement 2. Éste es un campo en el que no correré el riesgo de aventurarme, y por lo tanto un límite evi-
sociologique, París, Nathan, 1991. Sobre el acontecimiento, me permito remitir a A. Farge y J. Re- dente de esta presentación: la falta de competencia es su razón principal; pero también porque, la
vel, Logiques de lafoule. L'affaire des enlevements d'enfants. París, 1750, París, Hachette, 1988. aproximación jurídica podría haber sido menos determinante en el desplazam1ento_de los desaftos
32. Para el script. véase Michelangelo Antonioni, Blow up, Turín, Einaudi, 1967. ,1ue las interro"aciones de la historia social. A mi juicio, en todo caso, el punto se iust1f1ca para la
" la modernidad; sin duda, diferente sería el caso para otros peno
historiografía de , dos.
11\I '1)1 IJ·.'; lll·.Vl·I

1·11 ln1111a d111 adl'I a 1111 l11p,111 11•11l11d I ·11 n 111:;l'l'lll'lll'la, 1rp1 t'Sl'lllo 1111 p:qwl l'i'lll
sobre su proyecto y sus desarrollos como sobre las co11ccpl11al11:H·1111u·:; q11t' po
t;d 1·11 la <il·li11wio11 n1l1·d1\'.111w111<' ;ll'l'Jllada dt· 11t1cstm ohjl'lo. Si11 t·111h:11p,11, d11
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.11<·l11v1s1ica, que partía de la si111pll' vL:ril'icación de que las inslilucionL'S son p10
. 1. Aquí e~c~ntramos una primera dificultad, o más bien, una primera exigen-
d11l'loras y conservadoras de archivos (lo que explica que se hayan hcnl'I ici:ulo
ci~: la de ?efmrr lo que se entiende por "institución". Entre los historiadores, y
• (111 la acumulación que ellas mismas habían producido). Una lógica jundit·a, y
mas ampliamente, entre los profesionales de las ciencias sociales, el término se
¡111 idico-política luego, que era la de una competencia especializada. y qut· p1 iv1
presta desde hace tiempo a usos diferenciados y que apuntan a realidades de na-
k)'.i<'i d estudio de los dispositivos más formalmente organizados. y ta111hit'11 lm
t~ral~za y amplitud muy diversas. Para comenzar con lo más simple, pueden dis-
111as estables. Así se comprende que en el occidente europeo -pero par1irnl:11
tmgurrse tres usos. El primero, el más restringido, el más técnico, y también el
11w111c en Francia, en virtud de la antigüedad y de una suerte de antcccd1•11t·ia
~ás antiguo, define la institución como una realidad jurídico-política: es el que
hisl1írica del Estado- esta tradición disciplinaria, fuertemente asociada a la t•11s1·
ilustra la "historia de las instituciones" como disciplina, tal y como fue clásica-
11anza del derecho y la reflexión sobre el derecho haya insistido espccial11w111t·
men~e p~acticada por los juristas y los historiadores (según modalidades por lo
1·11 las instituciones en el sentido más restringido del término, en particular 1:1.'>
demas diferentes). El segundo uso es más amplio: apunta a toda organización
111slituciones públicas, inscribiéndose en la doble perspectiva de una continuidad
q~e funciona de manera regular en la sociedad, según reglas explícitas e implí-
y un crecimiento en la duración.
citas, y que se supone que responde a una demanda colectiva particular. Entre
Pero existe por lo menos un segundo lugar, muy diferente del primero. do11d1·
estas "agencias de la sociedad", para retomar la expresión de Boudon y Bourri-
se formó entre nosotros el pensamiento de la institución. Y es la tradiciún socio
cau~, ~a famil~a, la escue~a, el hospital, el sindicato, entre muchos otros posibles,
lúgica, vale decir, ante todo, la tradición durkheimiana. Sin duda, aquí no l'.'> la
summ1stran ejemplos evidentes y que, como instituciones, fueron objeto de un
1inica en discusión, pero dio un lugar central a la elaboración del concepto. <'01110
~uy vasto debate contemporáneo. El tercer uso todavía es más amplio y suscep-
se sabe, para Durkheim la institución es un condensado y una materializaci1í11 d1·
tible de una extensión casi indefinida: se interesa en "toda forma de la organiza-
representaciones sociales en el seno de un grupo que se convierten en cread< 1r;1s
ción social que relaciona valores, normas, modelos de relaciones y de conductas,
de identidad y de coerciones a la vez. Por lo tanto, se trata de una acepción t·xtcn
roles"; 4 en este sentido, toda forma social que presenta cierta regularidad puede
si va, mucho más abierta que la que acaba de ser señalada. Descansa en la afi1111a
formar parte de un análisis institucional.
ción, esencial para el pensamiento del sociólogo, de que las representaciones s11
Por supuesto, estos diversos usos, que implican una definición de la institu-
ciales preceden y engloban las representaciones individuales. 5 Pero fue ta111hi(;11 a
ción y un campo de aplicación del análisis a la vez, no son arbitrarios ni aleato-
partir de tal construcción de su objeto que Durkheim plantea en principio el t";1
rios. En la práctica, no siempre están claramente separados, y son frecuentes y a
rácter regulador y coercitivo de tales representaciones, y, en realidad, de todo lw
menudo subrepticios los deslizamientos de uno y otro. En mi opinión, sin em-
cho social, que puede así ser comprendido como una institución: "Un hecho ~11
bargo, puede resultar útil distinguirlos porque los tres remiten a otras tantas ma-
cial se reconoce por el poder de coerción externa que ejerce o es capaz de cjn1·1·1
neras de construir las relaciones entre la institución y lo social.
sobre los individuos, y la presencia de dicho poder se reconoce, a su vez, ya si·a
Por ~n lado, estos usos fueron producidos por prácticas científicas que, en
por la existencia de alguna sanción determinada o por la resistencia que el .lll'l'i10
profundidad, moldearon la reflexión sobre la historia. Evidentemente, es el caso
opone a toda empresa individual que tiende a violentarlo". 6 Esta reivindicanrn1
de la historia de las instituciones. El hecho de que en la actualidad, por lo menos
de la autonomía de lo social trae aparejada una generalización tendencia! casi il1
en Francia, esté menos de moda que lo que estuvo durante mucho tiempo (y has-
mitada del fenómeno de institucionalización, puesto que la sociedad se co11s1i111
ta una época reciente: bastará con evocar los trabajos realizados por R. Mous-
ye como productora de instituciones y obligaciones.
n_ier y su ent~mo, o incluso las primeras investigaciones de B. Guenée), no auto-
nza a subestimar su importancia. No sólo esta disciplina fue esencial para la
constitución (y la legitimidad) de una historia erudita sino que ocupó en ella y
5. A título informativo, remitimos a las Regles de la méthode sociologique (1895); enlr<" null'liw.
evocaciones al método, véase también el artículo "Représentations individuelles et représl'11lal1<111'.
collectives", Revue de nzétaphysique et de mora/e, 6, 1898, págs. 273-302.
6. E. Durkheim, Les Regles de la méthode ... , op. cit., pág. 11 (de la reedición "Quadrig<"", l'rn "'·
3. En esta mirada crítica me limitaré a la producción hisloriográfica que se ocupa de Ja época 1987). Recordemos que, en Durkheim, esta afirmación remite a una exigencia epistemológica ¡,·,,111
moderna, que me resulta más familiar.
blece las condiciones necesarias de un conocimiento científico de la sociedad) y a una w11v1<T1<111
4. G. Balandier, "Préface a l'édition franqaisc" de M. Douglas, Ainsi pensent les institutions
moral y política (a través de la coerción es como la sociedad socializa y civiliza) a la vez.
París, La Découverte, 2004, pág. XI. '
l 1\ IN'1lllll1·111N Y l 11~,IH'lt\I

Sin mayores problemas, vemos lo que opone a estas dos ap111\1111¡111111w~; y al


h1'>h 111111•.rnl ll'a l 1.1111·1· ..,a 111111i·111pn1 illll'll, r111rn·111a11do prn las oh111~ d1• 11q11rl ¡,
tipo de conocimientos que engendran. La mayoría de las veel's, la l11s1rn 1a de las
q1w liw1011 s11s p1111w111s 111-.p11¡11lm1·.~. 1•:11 /.1· S11lr111r· de S1111ia11d. 1·11 I .ahw11~
instituciones volvió la espalda al análisis de lo social. Puesta en ¡míctica por es-
pml1nila11111·111c l'I dd /·.'.\'f/flis.1·1· 1·11co11lr:1111os la 111is111:1 JllOfll'llsi1111 a 111sl1I
pecialistas del derecho (o por sus émulos entre los historiadores), funda la auto-
1·1011ali1.ar, l'll l'I 111arco de 1111 111oddo global, la 1kli11i\'iú11, la posÍl'iú11 y 111 111
nomía de lo institucional, por lo menos implícitamente, en la explotación de un
1·11111 de los aclores sociaks (aunque, con total l'iddidad durkhci111ia11a. ta1110 111
repertorio de fuentes privilegiadas al mismo tiempo que en una tradición profe-
1111110 l'I otro ·-sobre todo el primero-- los arraiguc11 en rcprcsc11lari111ws).li M
sional. La actitud sociológica procede a la inversa: cualquiera que haya sido el in-
di· s1·s1·111a :11ios después de su publicación, la lectura que podemos han·r h11y 1
terés por el derecho de Durkheim y de varios de sus discípulos directos, y aunque
1·s1· ¡',ran libro que es Esquisse acaso sea menos sensible a lo que 111otivt1 la ll'Jl
haga de la institución una pieza central, que engendra y hace funcionar a la vez a
1;1\'itin de la obra -la identificación y la medida de la larga coyuntura dl'I ~11-!
Ja sociedad, es ésta la primera y la que se trata de aprehender en sus producciones
xv111 francés- que a las modalidades según las cuales se construye l'I 111lldt·
institucionales. A partir de ahí, y alejándose de Durkheim, fue tentador conside-
¡•,lohal: corno un sistema de relaciones casi institucionalizadas entre los divl'1~1
rar que Ja institución no es más que una realidad intermedia -reflejo, pretexto,
protagonistas de la vida económica, definidos por su papel en el procl'so 1lc-
hasta camuflaje- que tendemos a vaciar de su propio interés. Es evidente que la
producción, el intercambio y la acumulación. Desde este punto de vista, l'I 1111
oposición de las dos aproximaciones que sugerimos es demasiado sencilla. Sin
lisis del movimiento de los precios y los ingresos puede aparecernos m:is rn11
mayores problemas, es posible oponerle ejemplos -a decir verdad no tan numero-
la experimentación, a través de un conjunto de variaciones empíricallll'llll' vt•1
sos- de tentativas para emprender una historia social de las instituciones. Por
licables, de la coherencia y la estabilidad del modelo casi institucional d1· la t'I''
simplificadora que sea, la comparación de dos tradiciones de estudios opuestas,
110111ía de tipo antiguo. Por otra parte, en mi opinión, los usos historiop,1ftl11 t
sin embargo, no me parece falsa, y, además, tiene la ventaja de relacionar la
del "modelo Labrousse" confirman esa interpretación.
construcción del objeto con prácticas disciplinarias y profesionales diferentes.
A decir verdad, me parece que este aspecto marcó considerablcmrnll' la 11
También tiene el interés de mostrar aquello que, más allá de lo que las sepa-
dieión de la historia social cuyo inspirador fue E. Labrousse, que akl'la 1·11 p11
ra, puede acercar la aproximación jurídico-histórica y la socio-histórica por los
tint!ar la muy vasta literatura consagrada desde los años cincuenta al l'Sl111l111 t
efectos que inducen, particularmente en la experiencia francesa contemporánea.
los grupos sociales. De manera recurrente, allí encontramos una tendenna a 111
Tanto una como la otra proclaman la centralidad del hecho institucional, aunque
1itucionalizar a los actores en una óptica funcionalista. La mayoría de la~ v1·1 1·
por supuesto no le confieran la misma significación. Tanto una como la otra
su base es una descripción empírica, fundada en el trabajo sobre una l'rn·111t· o 1
tienden a aceptar como evidente la eficacia de las realidades institucionales,
conjunto de fuentes: lo cual permite contar, clasificar, jerarquizar. /\ pa1l11 •
aunque, una vez más, la comprendan de otro modo. Por último, tanto una como
ahí, la identidad del (o de los) grupo(s) se considera como adquirida, y 1H1 p.111
la otra parecen proclives a extender de manera casi indefinida el campo de sus
ce presentar problemas. A lo sumo, remite a una confirmación posll'l'Ílll, 11111
análisis. Al respecto, puede decirse que la concepción ampliada de la institución,
bién fundada en localizaciones empíricas cuya tarea será confirmar la dl'I i1111 11
aquella propuesta por la sociología durkheimiana, poco a poco prevaleció res-
implícita, aceptada como evidente en el comienzo de la investigación. 1·:, 1 .
pecto de la definición estricta que era la de los historiadores del derecho, y esto
brousse lo decía claramente desde las primeras líneas de su gran infor1111· p11
incluso entre aquellos que se inscriben más bien en esta última filiación. 7
grama, que en 1955 abogaba por "una historia de la burguesía occidental 1·11 1t
siglos xvm y xrx": "¿Definir lo burgués? No nos pondríamos de acuerdo. M1
2. Pero también puede proponerse otra lectura de esta evolución historiográ-
bien, vayamos a reconocer sobre el terreno -en los sitios, las ciudades a l'~a 1·
fica, vista esta vez del otro lado: los historiadores de la sociedad (y muchos
pecie ciudadana, y a ponerla en condiciones de observación. Sólo se tratil dt· 111
otros profesionales de las disciplinas cercanas) se vieron inclinados a tratar co-
operación previa, provisoria, de conservación. El peligro es volverse dc111a~1;11I
mo instituciones toda una gama de realidades, de relaciones y hasta de actores
pequeño, hacer el corte más acá de las fronteras posibles. Desde cn101111·~.
sociales. La crítica, desde hace mucho tiempo dirigida a Durkheim, de tender a
consigna será incluir en la investigación el mayor número de casos, a pa1l11 1
cosificar la vida social, aquí podría apuntar a una buena parte de la producción
un señalamiento somero, fundado, sobre todo, en la profesión, comhi11ada 11111 1

7. Se encontrará un buen ejemplo de esto en los dos volúmenes que R. Mousnier consagró a las
8. F. Simiand, Le Salaire, l'évolution sociale et la monnaie, París, Domat-Monchn·,111·11. 1•11
Institutions de la France sous la monarchie absolue ( 1598-1789), París, Presses Universitaires de
C. E. Labrousse, Esquisse du mouvement des prix et des revenus en France au xv111r· ,,·ii'i",,., 1'1111
France, 1974-1980.
Dalloz, 1933.
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nivel social. Algunas presunciones pueden bastar: una cs¡ieciL· dl' p1tll'1·:.11 d1· los inv1~stigaciú11, co1110 los primeros estu-
<h- 1·s10 <'11 ca111po:. c1111111t c.<. 11111·v11s di' la
sospechosos. Retengo a todos los que sospecho que son burgueses. 1>csp11cs li:~ dios rna111ita1ivo.'. dl' l11~;ll111a sociocultural. En la gran investigación que dirigió
remos la selección. Más cuando no puede haber dudas en las categonas princi- J<'r·a111;ois h11r1 ;1 pa11 i1 de l 1J<i2, como en los primeros trabajos de historia del li-
pales. Primero, la investigación. Primero, la observación. Más tarde ~eremos, bro, 11 la dislrilluciti11 de los dalos con frecuencia está hecha en el marco de cate-
por lo que respecta a la definición". 9 Claro que Labrousse propone aqm un_ ?ro- gorías prefabricadas, y que son aceptadas porque identifican a los actores institu-
grama de investigación fundado en un corpus documental cuya presentac10n Y cionales -el clero, la nobleza, el comercio y hasta el pueblo-, cualesquiera que
análisis crítico constituyen lo esencial de su informe, y que, preocupado por no sean la índole y la antigüedad de los criterios que legitiman esas categorías.
encerrarse en una definición prescriptiva previa, para aplazarla plantea el proble- Este tipo de tratamiento -lo que podría llamarse una tendencia a Ja institu-
ma de una experimentación de la coherencia y de la identidad col_ectiva del ~o~­ cionalización de lo social- dominó toda una época de la producción histórica.
junto burgués. El caso es que ese momento no llegará. L~s trabajos se m~lt1pir­ Particularmente en Francia, donde caracterizó el momento más voluntarista, el
carán en la obra así iniciada. Pero, en cuanto a lo esencial, se contentaran con más conquistador (y sin duda uno de los más fecundos en resultados) de la in-
ilustrar esa presunción de existencia que progresivamente será considerada co- vestigación. Fue la época de las grandes investigaciones colectivas, de las que
mo una certeza. La investigación histórica pudo extraer una loable apertura de acabamos de evocar en forma superficial solamente algunas. Por otra parte, creo
esa indecisión aceptada, y, sin duda, una notable eficacia. Y también la hizo he- que ese tratamiento estuvo fundamentalmente ligado a una aproximación macro-
redera de sorprendentes contradicciones. Por ejemplo, cuando Adeline D~~­ social inscripta desde el inicio en el pliego de obligaciones de los historiadores
mard, discípula de Labrousse, abre un estudio ya clásico sobre La bourgeo1sze de la sociedad, por lo menos entre nosotros. Con una clara filiación durkheimia-
parisienne de 1815 a 1848 con esta sorprendente afirmación: "La bur_gu_esía es na, esta aproximación apuntaba prioritariamente a la localización y la descrip-
un grupo social cuyos contornos no están definidos [ ... ]. Nuestro objetivo era ción, y eventualmente a la interpretación de regularidades estadísticamente men-
caracterizar[ ... ] el conjunto de las categorías sociales que pertenecían a la bur- surables. Los indicios que permitían establecer tales regularidades eran obtenidos
guesía, pequeña o grande, sin excluir a priori ningún medio, ningún. grupo". por la selección y la abstracción de una cantidad limitada de propiedades, consi-
Con seguridad, modestia descriptiva. Que sin embargo no prohíbe ubicar a la deradas como características de cada entidad social. De ello resulta una doble
burguesía en una posición central en la caracterización de una modernización consecuencia. Por un lado, la lógica a la que obedecía la investigación era la de
global de Ja sociedad francesa postenor . a la Revo1uc10n.
., IO . . una acumulación, la más amplia posible, de datos; invitaba a neutralizar la defi-
Muchos otros ejemplos ilustran esta tendencia. Pensemos en el mtermrnable nición de las categorías empleadas, o por lo menos a no cuestionarlas en cuanto
debate sobre "órdenes y clases", entre el mismo Labrousse y R. Mousnier Y su tales: por el contrario, la cifra tendía a darles una especie de realidad suplementa-
escuela durante los años sesenta; en la controversia sobre la interpretación social ria. Por otra parte, el desarrollo procedía a través de una suerte de empobreci-
de los orígenes de la Revolución Francesa entre F. Furet y D. Richet, por un lado, miento de lo social que se asignaba como tarea a analizar. Éste era el costo de su
y por el otro A. Soboul. Cada vez puede haber vacilación y discusión ~obre la eficacia. Lo que no podía tener en cuenta, en cambio, o no de manera central, en
composición y el contenido social de los grupos-instituciones, pero existe una la construcción de los grupos, era la madeja de las relaciones mantenidas entre
convicción compartida de que los actores sociales colectivos existen en cuanto ta- los actores individuales, y entre ellos y el grupo, porque esos actores sólo existían
les porque son considerados, precisamente, como instituciones. Por lo de_más, es- para ser agregados en el seno de categorías macroanalíticas. Con mayor razón, no
te destino no fue reservado a los grupos sociales. A mi juicio, la tendencia afectó podía concebir que esas relaciones hubieran sido capaces de representar un papel
la mayoría de los análisis que se refieren a las sociedades antiguas. Puede bastar determinante en la constitución del grupo, de sus límites (representados una y
con evocar aquí la sacralización, en los trabajos de historia eeon6mica y social de otra vez), o de su identidad. Se trataba de otra manera de plantear -las más de las
los años 1950-1960, de que fue objeto "la coyuntura", promovida al rango de ac- veces sin saberlo- una suerte de esencialismo de las identidades sociales. Todo,
tor autónomo y casi individualizado. Pero también podemos encontrar ejemplos en definitiva, podía formar un grupo, a poco que el objeto se prestara a la medida
estadística de sus propiedades: no solamente categorías sociales o socioprofesio-
nales en el sentido clásico del término, sino también ciudades, provincias o de-
9. E. Labrousse, "Voies nouvelles vers une histoire de la hur¡',cllSil' m·cidcntale aux xvme et XI-
xe siecles (1700-1850)". en Comitato Internazionalc di Scicnzc Sto1 id1c. X Con~resso Internazio-
nale di Scienze Storiche, Roma, 4-11 de septiembre de l'Vi5, Ndt1:io11i, vol. IV, Sroria Moderna,
Florencia, 1955, págs. 365-396 (cita, pág. 367). , , I l. F. Furet (comp.), Livre et société dans la France du xvm e siecle, vol. !, París-La Haya,
10. A. Daumard, La Bourgeoisie parisienne de !815 ú IS-18, l'a1 Is. S<'VJll'll, 1%3, pag. 7 y, mas Mouton, 1965; vol. 2, París, l 970; H.-J. Martin, Livre, pouvoirs et société a Paris au.x xvne siecle
ampliamente, la introducción de la obra. (1598-1701), Ginebra, Droz, 1969, 2 vol.
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partamentos. 12 Esta agenda oculta fue tanto müs eficaz cuanto q111· ¡•,1·1w1al11w11lc 11adw 1·111110 11110 de los pwla¡•,011islas 111;ís visibles del debate político y social
permaneció implícita. Y bastante coercitiva, en todo caso, para ohstantl11ar 1lt-sa- dl'l 1111111111 .si¡.•.lo del A11liguo Régi111c11. 1·t ( 'on mayor frecuencia, entre la descrip-
rrollos alternativos. Encontraremos una ilustración convincente de esto en la re- 1·i1111 de las propiedades sociales de un grupo y su función, la continuidad pare-
sistida trayectoria, en Francia, del gran libro del historiador británico E. P. c1a evidente. Encontraremos numerosos ejemplos en sectores aparentemente
Thompson, The Making of the English Working Class, publicado en 1963, y por 11111y alejados (y a menudo opuestos) de la historiografía: basta con evocar aquí
lo tanto contemporáneo de la historiografía "labrussiana" en su apogeo. Aquí, el la enérgica polémica entre R. Mousnier y B. Porchnev sobre la interpretación de
autor adoptaba una estrategia muy diferente de análisis. Prohibiéndose toda defi- las sublevaciones populares en la Francia del siglo xvn, en los años sesenta; o
nición prefabricada (o supuestamente adquirida) de la clase obrera, por el contra- incluso, en un historiador británico fuertemente marcado por la tradición "jaco-
rio se dedicaba a reconstruir los mecanismos de su formación progresiva. 13 Como bina" francesa, el estudio de G. Rudé sobre las muchedumbres revolucionarias.
se sabe, la propuesta tardó mucho en abrirse camino, y durante mucho tiempo só- f{cleídos con la distancia que da una generación, los casos más interesantes, sin
lo fue retomada en desarrollos aislados (pensemos en el estudio de M. Perrot so- duda, siguen siendo aquellos en los que el modelo interpretativo subyacente no
bre Les Ouvriers en greve, 1974, o en el de L. Boltanski sobre Les Cadres, 1982). funciona bien. Cuando, en su tesis sobre los sans-culotte parisinos (1958), A.
Esta recepción demorada puede asumir el valor de un síntoma. En todo caso, Soboul, con mucha lucidez, mostraba que el radicalismo político no se ajustaba
confirma la fuerza y la presencia de un modelo de análisis que marcó en profun- a una asignación social evidente -los sans-culottes, en cuanto a lo esencial, no
didad la producción de dos generaciones de historiadores. se reclutaban entre el proletariado urbano sino más bien en el mundo del comer-
En mi opinión, precisamente a partir de estas consideraciones se podrían re- cio Y en el taller-, se ofrecía la oportunidad de una reflexión sobre la construc-
leer las adquisiciones y los sesgos del amplísimo trabajo de prosopografía social ción de las identidades sociales y su interpretación por el historiador, 15 que no
que fue realizado durante esos años, en marcos que, como se ha evocado, eran fue aprovechada ni por el autor ni por sus críticos. Algunos años más tarde,
de naturaleza muy diversa. Las adquisiciones: aquí es importante no ser ni injus- cuando D. Richet propuso enérgicamente revisar, con su teoría de las elites, la
to ni ingrato y recordar el enorme capital de conocimientos que fue constituido oposición clásica entre nobleza y burguesía a fines del Antiguo Régimen, 16 hu-
de este modo. Los sesgos: la supuesta adecuación entre la caracterización socio- biera sido tentador interrogarse, como lo sugería el autor, sobre la consistencia y
gráfica de una entidad social y su identidad trajo aparejada una limitación sensi- la coherencia de esas grandes entidades. Obliterada por la polémica que había
ble de la capacidad interpretativa de tales investigaciones. En el fondo, todo desencadenado, la proposición tardó mucho en abrirse camino, sin duda porque
ocurrió como si la tendencia a una institucionalización funcional de los actores perturbaba muchas costumbres metodológicas e interpretativas.
sociales colectivos suministrara una respuesta fáctica a un problema que no es-
taba realmente formulado. De hecho, ocurrió que no lo estaba: la vasta investi- 3. De paso, podría ser la ocasión de interrogarse acerca de los usos de la pro-
gación prosopográfica llevada a cabo por F. Bluche sobre los magistrados del sopografía en historia social. Esta técnica de análisis fue introducida en Francia
Parlamento de París en el siglo xvm se vio así voluntariamente arrinconada al con cierto retraso, pero desde hace unos treinta años conoce una notable fortuna
registro de la descripción; no intenta utilizar los resultados que produce al servi- de la que dan fe numerosos trabajos, tanto individuales como colectivos.17 Está
cio de una relectura del papel y de la afirmación progresiva de la institución par- claro todo lo que aportó para un mejor conocimiento de las sociedades que estu-
lamentaria, en el momento en que ésta se afirma -y el autor lo sabe mejor que dian los historiadores; también, iodo el partido que supo extraer de los nuevos
instrumentos de almacenamiento y tratamiento de la información que, en el ca-
mino, se pusieron a su disposición. Sin embargo, tal vez llegó el tiempo de
adoptar cierta distancia con el optimismo acumulativo que anima este proyecto
12. Sobre este punto, véanse las precoces observaciones críticas -durante mucho tiempo débil-
mente oídas- de J. Rougerie, "Faut-il départementaliser l'histoirc de France?", Annales ESC, 1,
1966, págs. 178-193; y las de Chr. Charle, "Histoire professionnellc, histoirc sociale", Annales ESC,
4, 1975,págs. 787-794. 14. F. Bluche, Les Magistrats du Parlement de Paris du xvme siecle ( 1715-1771), París, Les
13. Recordemos que la obra de E. P. Thompson sólo fue traducida al f'rancés veinticinco años Belles Lettres, 1960.
más tarde: La Formation de la classe ouvriere anglaise, París, Gallimard/Seuil, 1988. Encontrare- 15. A. Soboul, Les Sans-culotte en l'an JI, París, Clavreuil, 1958.
mos un muy lúcido análisis del debate de concepción y de método entre la aproximación sociodes- 16. D. Richet, "Antour des origines intellectuelles ou lointaines de la Révolution fran9aise: éli-
criptiva. dominante en la historiografía francesa, y el análisis pron·s11al propuesto por E. P. Thomp- tes et despotisme", Annales ESC, 1, 1969, págs. 1-23.
son, en la introducción del libro de S. Cerutti, La vil/,· <'I /1·s 1111'Ji<-rs, Nuissance d'un langage 17. Un buen ejemplo de la riqueza, la diversidad, pero sin duda también de los límites del pro-
corporat1f (Turin, 17e - 18e siecles), París, Éditions d,· l'l~:('(lk dt·s hautes études en sciences yecto prosopográfico en F. Autrand (comp.), Prosopographie et genese de l'État moderne, París,
sociales, 1990, págs. 7-23. Presses de la Sorbonne, 1986.
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n>nj1111lo; 110 para n-chazarlo, por s111H1cslo, si110 para l'SJl\'l'llll·a1 1111·1rn 111 que )'.Wll'll a f ks1·11rn111 d1·.-,pf;11.;11 los ln111i11os del prohle111a. Ya no se trata de dedu-
realmente puede ofrecer, y también para reconocer sus límites. "" la si¡•11d1cano11 polilic;1 dl'I 111ovimie11to a partir de la pertenencia social de
En una serie de artículos recientes, el historiador alemán N. Bulst. a su vez :,11s 11111·111l>ms, sino de i11terrogarse, a partir de ella, sobre la identidad de un fe-
gran usuario e incansable propagandista de la actitud prosopográfica, marcó sus 11rn11c110 tal como el radicalismo de los miembros de una liga. Por supuesto, sin
méritos con gran utilidad. Tratándose, por ejemplo, de la historia de las asam- n·m111ciar a captar el movimiento como un conjunto (ni a sacar partido de la in-
bleas representativas (Estados generales y asambleas de Estado) en la Francia lormacicín sociográfica reunida), el análisis del expediente propone su reconfi-
del Antiguo Régimen, debe permitir que se eviten las deformaciones inducidas guración a partir de las trayectorias cruzadas y los modos de intervención de los
por una aproximación estrictamente institucional que, por un lado, tiende a ha- actores, así como de las representaciones de que son portadores. De hecho, de-
cer hablar a la institución con una sola voz; y, por el otro, corre el riesgo de re- semboca en una redefinición, social y política a la vez, de la institución y de su
forzar artificialmente, por el lado de una supuesta unanimidad, el sentimiento de dinámica.
su evidente eficacia. 18 El tratamiento prosopográfico también debe posibilitar el El libro de Robert Descimon fue publicado en 1983, y trabaja los resultados
estudio de las trayectorias de los miembros del grupo, de las relaciones que de una investigación realizada a partir de los años setenta. Esta evocación crono-
mantienen, de sus acercamientos y sus divisiones en el seno del conjunto insti- lógica no es superflua, en la medida en que la misma historia de esta investiga-
tucional y de las permanentes redefiniciones que inducen. Con justa razón, Bulst ción -como la de varios otros, cuyo desenlace no siempre fue tan feliz- implica
ve aquí un argumento para renunciar a la utilización de clasificaciones sociales una suerte de testimonio sobre las transformaciones de la coyuntura científica, y
preestablecidas, a las que recurrieron con demasiada facilidad algunos de sus más ampliamente de la coyuntura intelectual durante ese período. Comenzada
predecesores (Major, Mousnier, Hayden en particular) para caracterizar la com- con cierto optimismo metodológico (todo debe resultar posible a quien sabe reu-
posición y la significación de las asambleas representativas. 19 nir y utilizar los datos), el trabajo desemboca tanto en la constitución de un con-
Estas reflexiones críticas son saludables. Ellas encuentran entre nosotros una junto de información positiva de una excepcional calidad y en una prudencia crí-
confirmación en los trabajos llevados a cabo, en el mismo momento, por R. Des- tica fuertemente subrayada, que sin duda no hubiera sido conveniente al
cimon, y que aquí pueden adoptar un valor de modelo: no sólo porque se trata comienzo del proyecto. Lo que ocurrió mientras tanto se nos volvió más sensi-
de una de las tentativas más obstinadas -más heroicas, podría decirse- en el ble y, quizá, un poco más claro, estos últimos años: el agotamiento progresivo
campo de la prosopografía, sino también porque el autor no dejó de mostrarse de cierto paradigma historiográfico y, más ampliamente, la revisión crítica que
preocupado por reflexionar sobre el alcance de los resultados obtenidos. Por afecta el conjunto de las ciencias sociales y su programa. Esta revisión en curso
ejemplo, a título indicativo, su gran trabajo sobre Les Seize. 2 La obra está fun- º no sólo tiene efectos negativos, ni" mucho menos. 21 En los espacios de reflexión
dada en el estudio de 225 expedientes de cuadros radicales de la Liga, miembros liberados por la duda, toda una serie de cuestiones, de proposiciones, hasta de
del consejo secreto de los dieciséis barrios parisinos, al mismo tiempo institu- elementos de respuesta nos invitaron a formular en términos diferentes viejos
ción y partido político entre 1585 y 1594. Los resultados de la investigación son problemas, centrales para la disciplina. Una de estas reformulaciones en curso, a
problemáticos: hacen aparecer una inadecuación entre la composición social del mi juicio, interesa desde hace unos diez años a las relaciones entre la institución
grupo y las interpretaciones generales de la Liga. Allí donde se esperaba el y lo social.
aplastante predominio de los curas y de la sotana, se comprueba la presencia
masiva del comercio, y, en un grado menor, del artesanado; allí donde uno se 4. Sin embargo, las cosas no habían empezado tan bien. Los años 1960 y
imaginaba encontrar un mundo de desclasados, se encuentran familias en plena 1970 fueron los de una crítica institucional generalizada. El ambiente, si nos
promoción social. Pero hay más. Los datos recolectados, por ser paradójicos, su- atrevemos a decir, tuvo mucho que ver. Antes y después de mayo de 1968, que
aquí puede servir de emblema, las instituciones fueron pensadas y denunciadas

18. N. Bulst, "L'histoire des assemblées d'État en France et la rccherchc prosopographique,


x1ve- milieu du xvue siecle", en F. Autrand (comp.), Prosopograplzic el gl'!11'.1·1'. op. cit., págs. 171- 21. A título indicativo, recordemos la reflexión lanzada por los Annales a partir de fines de los
184; y, más ampliamente, Die Franzosische Generalstande von 1468 //111/ 1·18·1. l'msopographísche años ochenta alrededor del "giro crítico" de la historia y de las ciencias sociales. Desde entonces, los
Untersuchungen zu den Delegierten, Sigmaringen, 1992. textos, que mezclan en proporciones variables la verificación y las tentativas de reformulación en los
19 Id., págs. 178-180. análisis que proponen, se multiplicaron. Para la potencia y la pertinencia de sus análisis, en virtud de
20 R. Descimon, Qui étaient les Seíze? Mythes et réalités d1• la l.ig111· ¡1111i.vi1·11111· ( 1585-1594), la amplitud también de las reacciones que comenzó a suscitar, reservaremos una atención particular
Memorias de la Federación de Sociedades Históricas y Arqucoltigirns 11<' l':u" y de la lle de France, al libro de Jean-Claude Passeron, Le Raisonnement sociologique. L'espace 11011-poppéríen du rai-
l'arís, 1983. sonnement naturel, París, Nathan, 1991.
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co1110 las lúrr11as, pale11les o subrepticias, de 1111 control sol·ial )'.l11haJ 1111 d11 J ,1<'.'> 1·~. 11i'111, la s11rw1Lul 1·11111t·111p111a1wa. 1·1a c11lcmlida c11 su l11lalidad t"llllltl 1111a l'lll
cuela, el hospital, el asilo, la prisión, la familia se convirtiero11 ;1.-;1 1· 11 ;d¡'. 1111 11s dl' pi•"•ª d1.•;c1pl111a1 ia. l l11a Vl'I. 111as, es i111porla11le 110 reducir abusiva111c11tc un pe11-
~os ~un~os más visibles -y los más frecuentados- de una suerte dl' a 1d 11 p1clago ·.;11111t"11l1l 1·11111plcjo, c11y;1s prnpucslas frecuc11te111e11le fueron objeto de simplifi-
mst1tuc1onal, o, para utilizar otro sistema metafórico, de una red de coerciones ' ;11·i11111·s notorias por parte de quienes se referían a él. Desde la descripción de
ejercidas sobre sí misma por la sociedad. En esta empresa de denuncia las cien- las "111aq11i11as" para curar (para castigar, etc.) hasta lo analítico de la "razón pu-
cias sociales representaron un papel determinante, que por otra parte n~ les evitó 11111va", por otra parte, fueron profundamente reformulados. El caso es que, en
ser lógicamente cuestionadas y encontrarse asociadas, a regañadientes, al pro- l •011ca11ll, a partir de la Historia de la locura, una institución y el poder que ella
yecto de una normalización tendencia! de la sociedad. Lo que resultó de esto, en l'¡ncc son inseparables de un artilugio discursivo que los informa y que vuelve
todo caso, es una oposición radical entre la institución y lo social, concebidos en posibles y pensables al mismo tiempo los efectos de que son portadores. Esta
adelante con frecuencia como realidades antagónicas. En muchos casos, la ope- l'vocación, varias veces repetida a lo largo de quince años, sin embargo no habrá
ración sólo fue posible al precio de simplificaciones muy groseras, y en particu- bastado para desalentar una lectura que inclinaba a hacer cosas de esos artilu-
lar de una cosificación de los dos términos de la alternativa. Pero es bueno recor- )'.ios, y como tales susceptibles de apropiaciones y manipulaciones. Una vez
dar también que este pensamiento crítico de la institución, en algunas grandes más, la institución y la instancia del "poder" resultaban opuestos a la sociedad. 24
obras, encontró fundamentos teóricos, al igual que una fuerte legitimidad. Esta mezcla de representaciones y de ideología científica resistió durante mu-
Dos nombres pueden servir para resumir ese momento. 22 El primero es el del cho tiempo, y sólo comenzó a deshacerse a fines de los años setenta. 25 Esta infle-
sociólogo Erving Goffman. El inmenso éxito de Asylums puede asumir aquí un xión remite a diversos motivos, cuyos efectos fueron acumulativos. Evocaremos
valor de síntoma; hacia adelante, la obra, publicada en 1961, también alimentó y dos, particularmente. No cabe duda de que el debilitamiento de las instituciones
orientó una reflexión multiforme, erudita y no tanto, sobre lo que el autor llama- <le regulación social en nuestras propias sociedades representó aquí un papel de-
b~ ~na "institu~ión total", y que a menudo fue a calificar, de manera un poco in- terminante. Mientras que la denuncia del Estado Leviatán daba paso a la nostal-
d1stmta, todo tipo de funcionamiento institucionaI.23 La recepción del concepto gia del Estado providencial en un mundo social fragilizado por la crisis, fue la
Y el abuso que se hizo de él están cargados de significación: una "institución to- misma eficacia de la intervención institucional la que resultó cuestionada en la
tal'',. para Goffman, era un dispositivo coherente y capaz de asumir (o sea, de ga- conciencia común de los contemporáneos. En el mismo momento, y en un cam-
r~ntiza~ su dominio sobre) todos los aspectos de la vida social, en particular las po de experiencias muy diferente, el paradigma funcionalista, hasta entonces
d1mens10nes relacionales indispensables para la construcción del individuo. A dominante en las ciencias sociales, era objeto de una revisión severa, y con él la
éste, nin~una posibilidad de adaptación se le consentía fuera de la sumisión, que representación de un mundo coherente, establemente institucionalizado y norma-
el autor mterpretaba en los términos de una expoliación; hasta las tentativas de tivizado, en el que los actores estarían en su lugar y serían identificados con su
resistencia a la institución parecían destinadas a incorporar sus lógicas. El se- papel, incluso en su impµgnación del orden funcional. La representación de la
gundo nombre, por supuesto, es el de Michel Foucault, en particular del historia- sociedad resultó profundamente alterada y, de alguna manera, desordenada. El
dor de la locura (1961), de la clínica (1963) y también, en cierta medida de la imaginario de la máquina acéfala, productora de efectos imperturbables, que ha-
prisión (1975). Sin duda, de un libro al otro, el proyecto del filósofo no fue tan bía sido tan ampliamente aceptado durante el período precedente, fue reemplaza-
continuo ni tan intangible como querrían sugerirlo los comentarios (comenzan- do por el de un espacio social irregular, discontinuo, regido por formas de racio-
dc por los suyos propios). En cambio, los que fueron afectados por una poderosa
coherencia son los efectos producidos por esa obra en la atmósfera de militantis-
mo crítico de esos años. Inspirándose en ella, se emprendió la tarea de localizar 24. Al precio de una paradoja que merecería ser analizada más en detalle. En efecto, todo ocu-
la institución siempre operando en el cuerpo social donde inscribía formas inde- rrió como si "la sociedad" (o "lo social") estuviera sometida a una definición doble y contradictoria:
finidamente multiplicadas de coerciones y segregación. La sociedad burguesa, por un lado, era planteada como el lugar de una espontaneidad en estado naciente, y como tal some-
tida al trabajo de imposición y disciplina de los poderes; por el otro, era presentada como una incan-
sable productora de instituciones y normas, y en este punto la crítica de la institución, amplificándo-
la (pero sin compartir sus fundamentos teóricos ni sus prudencias), encontraba la vieja temática
22. Remito aquí al notable análisis que ofreció sobre este tema Sabina Loriga en la introduc- durkheimiana. Sin duda, de este modo se comprende que los denunciadores más radicales de la insti-
ción de su libro, Soldats. Un laboratoire disciplinaire: l 'armée piémontaise au xvme siecle, París, tución hayan resultado ser los que más crédito le dieron.
Mentha, 1991, págs. 9-25.
25. El debate reunido alrededor de Michel Foucault (y ampliamente reescrito por él) en tomo de
23. E. Goffman, Asylums. Essays on the Social Situation of Me111al l'alic11ts and Other Jmnates, los problemas de la institución carcelaria puede servir aquí de punto de referencia: véase M. Perrot
Nueva York, 1961 (trad. francesa: Asiles, París, Minuit, 1968, con una imporlanlc presentación de R. (comp.), L'impossible prison. Recherches sur le systi!me pénitentiaire au x1xe siecle, París, Seuil,
Castel).
1980. El debate se efectuó en 1977.
nalidad discretas. que ofrecian a los actores perspectivas aislada~. 1w111 1.1111l11c11 d1· 111 l ·I a la< 'ap1lanll11 d1· 111•/~) 11 a la rn¡ ,a1111.al·irn1 dt· l11s t·st;1t11tos 111 ha1111s).
1

asideros, opciones (así fueran éstas limitadas y coercitivas);-''' 1111 !'span11 111t·11os 1·11 11111 a las dt· los s1¡ .los .\IX y x.x (lk la Estadística gennal de h·a11cia al IN·
1

tranquilizador, si se quiere, pero también menos desesperante. lis cv idc11tl~ que SJo:I •:' ). í111st1 arnn esta dircccili11 de la investigación. hsta produccitín de catcgo-
este juego de representaciones nuevas tuvo consecuencias en las concepciones 11as a traVl;S de las cuales un conjunto social se representa y se piensa, sin cm-
que los historiadores (y sus compañeros) producían de sus objetos. Una vez más, hargo, no es mecánica, y no extrae su eficacia únicamente de la virtud de la
el itinerario intelectual de Michel Foucault puede servirnos aquí de referencia. instituci<\11. Las taxonomías no funcionan solamente como normas sino también,
El pasaje, en el curso de los años setenta, del modelo de la máquina al tema de y ante todo, como un conjunto de recursos respecto de los cuales, con los cuales,
la "gubernamentalidad", del poder a las "relaciones de poder", señala un despla- los actores deben negociar, y que también les sirven de puntos de apoyo para
zamiento cuya amplitud, hoy en día, estamos en mejores condiciones de medir: orientarse y desplazarse en el interior del mundo social.
"No se trata -escribe- de negar la importancia de las instituciones en la determi- Luc Boltanski dio un ejemplo brillante de esto en el libro que dedicó a los
nación de las relaciones de poder, sino de sugerir que más bien hay que analizar ejccutivos. 29 Es cierto que este estudio de una categoría en estado naciente re-
las instituciones a partir de las relaciones de poder y no a la inversa, y que el sulta excepcional en el hecho de que sigue paso a paso la invención contempo-
punto de anclaje fundamental de éstas, aunque se corporicen y cristalicen en una ránea de un grupo y de su identidad. Con frecuencia, el discurso sociológico
institución, debe buscarse más acá". 27 Esta evolución no fue aislada. Por el con- cuestionó a ambos: "artefacto estadístico", "engaño ideológico", la categoría de
trario, creo que encontró evidentes confirmaciones, particularmente entre los los "ejecutivos" no existiría en cuanto "grupo". Pero ¿qué hacer entonces con
historiadores. los individuos que reivindican la pertenencia a la categoría, con los ejecutivos
de carne y hueso, y cómo dar cuenta de aquello que, en las actitudes y las con-
5. En un pequeño libro que hasta ahora no fue muy tenido en cuenta, la an- ductas de las personas reales, escapa a la lógica agregativa del mercado, a la in-
tropóloga británica Mary Douglas se preguntó "cómo piensan las institucio- teracción de las estrategias "individuales" y a la búsqueda del interés "personal",
nes". 28 En 1985, cuando se publica su texto, el problema no tiene ya los consi- para orientarse con respecto a la presunción de la existencia de una persona co-
derandos, implícitos o explícitos, que habrían sido los suyos diez años antes. No lectiva ?3º A partir de ahí, lo que hace aparecer la investigación, inscripto en una
-comprueba-, las instituciones no piensan, y en particular no piensan en lugar historia relativamente corta (en líneas generales, a lo largo de una generación),
de los actores sociales. Tampoco son los relevos de una racionalidad inmotivada es un trabajo colectivo de movilización de los recursos que apunta a dar cohe-
que definiría la forma y el contenido de las prácticas sociales. Ellas determinan, sión a un "conjunto flexible". La institucionalización que opera en el seno de las
en cambio, repertorios de valores, jalones, fijan secuencias de memoria que clasificaciones, las formas de representación (y ante todo de autorrepresenta-
constituyen condiciones en que pueden ser pensables e inteligibles en el seno de ción) que autoriza, pues, son inseparables de la constitución del propio grupo.
cada conjunto, de cada contexto. Por lo tanto, la interrogación se desplaza de los Con la claridad que lo caracteriza, el estudio de Boltanski entra en el terreno
efectos de coerción hacia las "relaciones entre los pensamientos y las institucio- casi de la experiencia de laboratorio. Salvo excepciones, los historiadores no tie-
nes". Asimismo -y Douglas lo recuerda después de otros-, estas últimas produ- nen ocasión de tomar del natural el surgimiento de una entidad social situándo-
cen clasificaciones, vale decir, para retomar una feliz formulación de Foucault, se lo más cerca posible de la experiencia, individual y colectiva, de aquellos que
"dominios de objetos" al mismo tiempo que formas específicas de veracidad. De son sus protagonistas. Sin embargo, una actitud semejante no les está vedada, al
este modo, participan de la autorrepresentación de la sociedad y en consecuen- precio de las adaptaciones necesarias y a partir de indicios que generalmente son
cia de la producción de ésta. A su manera, toda una serie de trabajos recientes, indirectos. El vasto debate en curso acerca de la naturaleza y la interpretación de
que se refieren a las sociedades del Antiguo Régimen (de los Estados Generales las antiguas clasificaciones sociales, desde hace unos veinte años suministra una
buena ilustración de esto. Ya sean endógenas (o sea, producidas por las socieda-
des que son objeto del estudio) o exógenas (es decir, tomadas en préstamo a los
2<i. En M. de Certeau, L'invention du quotidien, tomo 1, Arts defaire, París, UGE, 1980, se en- repertorios contemporáneos, por prurito de comparación y generalización), esas
rnntrar(i una de las primeras explicitaciones de este tipo de aproximación, inseparable de lo quepo-
ch 111 ll11111arsc una hermenéutica (y una poética) social [La invención de lo cotidiano, México, Uni-
"'''"'""" lhcroamcricana, 1996] .
.' 1 M. Foucault, "Deux essais sur le sujet et le pouvoir", en H. Drcyfus y P. Rabinow, Michel * INSEE, Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos (n. del t.).
t<J/111111/1. 1/11 ilin<'raire plzilosoplzique, París, Gallimard, 1984, págs. 297-321 (cita, pág. 316); en es- 29. L. Boltanski, Les Catires. Lafonnation d'un groupe social, París, Minuit, 1982, en particu-
"· 1111hlicaci6n anunciada de los cursos inéditos del autor sobre la guhcrnamentalidad. lar págs. 47-59, 239-303, 463-485.
;las, <'0111111ent pensent les institutions, op. cit. 30. ldem, pág. 48.
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laxo11omías, como dijimos. a 111e11udo dieron lugar a procl'd1111w11111,., 1111pl1<"1l11s lll'illpn qiw el pirnlurt 11 de· 1111a 1·11111pl'h'1ll'ia e·111n· l'll11s. No ohsla11le•, e•s nrnve•
de institucionalización. Un término clasificatorio en cuanto lal (1111;1 p11111'.•.11111, la lllt'llh' 110 dar al 1ámino dl' cslrall'gia 1111a sig11ificaciú11 rl'd11l'lora y de·111a,~1ado 111,'
pertenencia a un cuerpo o una clase, la inscripción en un territorio, ele l. rnnfc- ¡ 111111 l'nlal: las opciones de los protagonistas son a su VL~'/. soc~ali1,adas L'll l'I lll'd10
ría una realidad a un organismo al que luego era importante reconocer, a partir di' qul' son inseparables de representaciones del espacio rclac1onal. d~~ los n·cmso~
del análisis de los datos empíricos, las propiedades más comúnmente comparti- qui' prnw a su disposición, de los obstáculos y las coercim~es q~1e les 1111pom· Yq11t•
das por sus miembros. Así, el trabajo del historiador venía a dar consistencia y tlihuja 11 la co 11 figuración perpetuamente cambiante en el mtenor de la rnal 1h·lw11
coherencia a un recorte nominal, cualquiera que fuere el repertorio del que éste 12
uhicar,'ie, evaluar y luego explotar sus pos1·b·1·d 1 1 ades.-
había sido tomado. Así, en cierto modo, duplicaba y prolongaba los efectos de
institucionalización producidos por las fuentes. (i. El término "configuración", que acabamos de utilizar, merece 1111. hn·w
Varios ejemplos recientes sugieren que no es solamente deseable sino incluso comentario. Como sabemos, está tomado del vocabulario de Norberl l•.l1as. n
posible invertir los términos del análisis: es decir, dar cuenta de la construcción de quien sirve para pensar un sistema de interrelaciones.que ~efine a la vc1, u11a s1
un grupo y de las formas (provisionales) de institucionalización que de ello resul- 1uación y las condiciones de su transformación posten?r. Sm_duda, no es ~'.". '."''."
tan a partir de las trayectorias de los actores y de las relaciones, de diversa natura- si la obra del sociólogo alemán, desde hace unos qumce anos, se conv1.1 l10 111
leza, que mantienen entre sí y con los contextos plurales en los que se ubican. Si-
1111 a referencia casi obsesiva entre los historiadores, y no solamente en hanl'ln.
mona Cerutti dio una demostración notable de esto en su trabajo sobre las Pero de hecho, ¿qué Elias? Sin duda, en un primer tiempo, aquel que apan·cla
corporaciones de Turín en los siglos XVII y XVIII. El terreno escogido para la expe- cerca de las temáticas dominantes de la época, de aquellas desarrolladas en pa1
riencia no es indiferente. Porque, sin duda, no hay historiografía más institucional lindar por Foucault: el autor que une la afirmación del "pro~eso de civili1.aci(111"
ni inmovilista que la de los cuerpos y comunidades del Antiguo Régimen, que en con Ja progresiva instalación de autocoereiones cada vez ~as ~oderosas, prnd11
esto sustituyó el discurso que durante largo tiempo sostuvieron aquéllos sobre sí cidas por una red cada vez más densa de interdependencias. Sm emharp.o. a 1111
mismos. Y que descansa en una definición funcionalista cuyo papel de legitima- juicio existe otro uso de Elias, durante mucho tiempo más discreto, Yque poco 11
ción es patente: las formas de asociaciones voluntarias que son las corporaciones ·poco se volvió más central. Es inseparable de la reformulación, ya evoca.da. el!'
remitirían orgánicamente a la existencia de los oficios, es decir, a una necesaria di- los problemas del poder y la institución. A partir de 1933, el autor de /,a_ .'wrn''.'.'
visión de las tareas en el seno de la comunidad englobante. Por lo tanto, a menudo de cour se interrogó acerca de lo que él llama la "fórmula de las neces1dad1·~
son pensadas y presentadas como casi naturales. 31 Por el contrario, la elección me- "El asunto planteado más arriba acerca de la interdependencia de la 11ohll'l:1 Y
todológica de Cerutti es reubicar la experiencia de las formas corporativas (rein- del rey, interdependéncia encarnada en la corte, representa_ ~n una_ forma 1111 P"
troducidas en Turín a fines del siglo XVI) en el seno de un conjunto de procesos co modificada el problema de la producción y la reproducc10n so~ia~ de la_ co1 lc
contemporáneos que interesan tanto a las estrategias individuales y familiares co- Así como es imposible comprender la institución social de una fabnca m1_c11l 1:1~
mo a las instancias que polarizan el campo social y político urbano, el Estado y la no se haya explicado, mediante un análisis del campo social que la produ_10, prn
Municipalidad. En esta madeja de procesos, la significación del oficio y la perte- qué razón los individuos tenían y tienen necesidad de coloca:se como ~ilm·rns a
nencia no constituyen valores ni marcadores estables. Sólo a comienzos del siglo disposición de un empresario y por qué el empresario, en cierta medida, 11·111;1
xvm, por ejemplo, el oficio se convierte en un criterio decisivo de la estratifica- necesidad de esos mismos obreros, de igual modo no se puede comprcndn 111
ción social en la capital piamontesa. Por lo tanto, una división técnica, funcional, institución de la corte mientras no se haya encontrado la fórmula de las 111·n·11
no puede bastar para dar cuenta de la cartografía profesional y de sus significacio- dades, es decir, el tipo y el grado de las interdependencias que reunieron Y rc11
nes. Por el contrario, la demostración sugiere que se observen en las identidades nen en Ja corte a diferentes individuos y grupos de individuos". 33 Por co11s1
corporativas los desafíos de estrategias complejas -de rivalidad, de alianza, ruptu- guiente, los hombres necesitan a las instituciones, lo que es ot:a ma~~ra d~. dcrn
ra, negociación- por parte de los actores. La estratificación es el campo al mismo que las utilizan tanto como las sirven. En el seno de una conf1gurac10n (f<tg11m
tion) determinada, pues, éstas no son pensadas como existentes en cuanto _1aks.
por encima de Ja sociedad o incluso englobándola: ellas traducen y explic11a11
31. Ésta era la definición defendida por Séguier frente al edicto de supresión de las cofradías
decidido por Turgot en 1775, pero también, en cuanto a lo esencial, la que conservan los historiado-
res clásicos del fenómeno corporativo, de F. Olivier-Martin a E. Coornaert. Sobre este punto, véase 32. S. Cerutti, la ville et les métiers .. ., op. cit. . ., ,
J. Revel, "Les corps et communautés'', en K. Baker (comp.), The French Revolution and the crea- 33. N. Elias, La Société de cour, París, Flammarion, 1974, pág. 170 (de la ed1c1.~n Cha111p.', tic
tion ofmoderne political culture, I, The political culture ofthe Old Regime, Oxford-Nueva York, 1985). Sabina Loriga fue una de las primeras que recalcó la importancia de esta noc10n: veas<' ,\o/
Pergamon Press, 1987, págs. 225-242 [cap. 8 de este libro].
dats .. ., op. cit., pág. 23 y sigs.
HO fi\I 'l)lll·S flf·Vl·.f f ·\ f N '. 11 1 11 « 'fl l N \ 1 e l .\ 1 H 'f ;\f HI

f"orrnas de dependencias recíprocas que son la 11iat1"il. del juego son;d v q1w d1· 11111w1h;cla11w111t· ·"º111111<·¡',1ad;1s1·n pr;íclicas de la instituci!Ín que las utiliza para
manera permanente son actualizadas entre aquellos que son sus co111pa11l·1os (re 1\"111¡•,a111;r,:11sc. hs ohv10 que esas adaptaciones del uso remiten a un repertorio de
eordemos aquí la metáfora de la partida de naipes propuesta por Elias). Nos 11wdios a un capital social, si se quiere-, pero también al proyecto biográfico
orientamos hacia una definición abierta, plástica y relacional de la institución. que l'sl:í a disposición de los actores. 35
Ésta formaliza un conjunto de convenciones que son las formas reguladas del in-
tercambio (de la que forman parte la coerción y el conflicto). Al mismo tiempo 7. l ,a institución y las normas que produce, pues, no aparecen ya como exte-
se propone comprender la relación que los actores mantienen con ellas como de riores al campo social ni como impuestas a él. Son inseparables de la configura-
naturaleza praxeológica. ci1ín social y de las acciones que allí son posibles. Lo que se cuestiona a través
Pongamos un ejemplo. Sabina Loriga estudió recientemente el "laboratorio de este desplazamiento del análisis es, como lo indica Simona Cerutti, la con-
disciplinario" constituido por el ejército piamontés en el siglo xvm. 34 Un ejérci- cepción de la relación entre las acciones y las normas, que no puede ya ser com-
to moderno, reorganizado por un Estado neoabsolutista dotado de una larga tra- prendida como una relación de coerción, pero tampoco como una relación de
dición militar, pero preocupado por la eficacia racional "moderna", profesiona- exterioridad.36 Varias respuestas se intentaron para el problema así planteado,
lizado y fuertemente inspirado en el modelo prusiano, en un siglo en el que la como ella lo evoca. Al insistir en la afirmación de que normas y acciones están
disciplina es pensada como una técnica de gestión de la sociedad. Visto más de inscriptas en la materia de las relaciones sociales, en modo alguno incita a un re-
cerca y a partir de las prácticas de aquellos que pertenecen a él, las cosas pare- lativismo generalizado, sino más bien a reconocer "los espacios jurídicos que se
cen muy diferentes. La autora eligió partir, no de la colectividad tomada como crean a través de las prácticas".
un bloque institucional, sino más bien de la experiencia, singular y colectiva, de Alain Cottereau había dado una ilustración notable de tal aproximación, en
aquellos que hacen su vida en el ejército; seguir trayectorias biográficas, tal y un artículo memorable sobre la justicia y la injusticia ordinaria en la actividad
como las revelan a veces los datos secos de los roles de la tropa, y otras, más ge- judicial de los miembros de la Magistratura del Trabajo en el siglo XIX: allí mos-
nerosamente, la documentación privada que dejaron los oficiales. Lo que ponen traba que, lejos de registrar relaciones de fuerza bruta, la institución de la Ma-
de manifiesto los resultados obtenidos es lo que podría llamarse la porosidad de gistratura del Trabajo fue un lugar de producción de normas y de negociaciones
esta "institución total". Así como todavía no existe una segregación fuerte del alrededor de las reglas del trabajo, y sus modos de funcionamiento, y la tecnolo-
espacio profesional (el cuartel) en el espacio social englobante, de igual modo gía de procedimientos puesta en práctica lo avalan. 37 Encontraremos varios
los itinerarios biográficos no dejan de franquear, en ambos sentidos, la línea que ejemplos de esto en los trabajos recientes de los microhistoriadores italianos. La
supuestamente separa lo militar de lo civil. Y lo que es más, esas vidas se apo- verificación nada tiene de soprendente: precisamente porque el análisis institu-
yan en varias instituciones contemporáneamente (así, en el caso de los oficiales, cional no se planteó, en general, el problema de las escalas de observación, y, en
se organizan entre el ejército, la corte y las cargas públicas, y la esfera familiar) su versión historiográfica en particular, implícitamente se situó en el nivel ma-
como en un conjunto de recursos que, en un momento determinado, son desi- croanalítico, las configuraciones sociales visibilizadas por una aproximación
gualmente ofrecidos, desigualmente accesibles, pero también desigualmente de- microanalítica incitan más naturalmente a reformular sus términos. 38 Osvaldo
seables. Por supuesto, esta complejidad es creadora de coerciones pero también Raggio dio un ejemplo particularmente demostrativo de esto en un estudio con-
de espacios de movilidad con la perspectiva, más o menos abierta, de pasar de sagrado a las formas de regulación de los conflictos en la periferia de la Repú-
un mundo (o de un repertorio) a otro: "La existencia simultánea de varios impe- blica de Génova en los siglos XVI y XVII. En los dos burgos de la Fontanabuona
rativos institucionales amplía los márgenes de las opciones individuales" y las que él observa, el Estado moderno en formación es una realidad lejana. Lo que
posibilidades de transacciones con las reglas. Por lo demás, la lección podría ser no significa que esté ausente: pero sólo existe al precio de transigir con las re-
fácilmente repetida en otros sitios, aunque a menudo no tan espectaculares. A
partir de fines del siglo XVII, sobre todo, las autoridades públicas no dejan de
multiplicar y endurecer los dispositivos reglamentarios que rigen los estudios 35. D. Julia y J. Revel, "Les étudiants et leurs études", en D. Julia y J. Revel (comps.), Histoire
universitarios en Francia. De este modo, crean ardides suplementarios para coer- sociale des populations étudiantes, t. 2, France, París, Éditions de l'École des hautes études en
cionar mejor a los estudiantes y sus familias. Sin embargo, fuera de que tales sciences sociales, 1989, págs. 25-486.
coerciones, como es evidente, no se imponen a todos con el mismo rigor, casi 36. S. Cerutti, "Normes et pratiques, ou de la légitimité de leur opposition".
37. A. Cottereau, "Justice et injustice ordinaire sur les lieux de travail d'apres les audiences
proudhomales (1806-1866)", Le Mouvement social, 141, 1987, págs. 25-59.
38. Véase, por ejemplo, el número especial "Conflitti locali e idiomi politici", Quaderni storici,
34. S. Loriga, Soldats ... , op. cit. 1986.
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glas locall's: aqul'llas, co11s11l'1udiuarias, dl' esa.~ crn111111id:1dl·s 11111111:111'" .. 1·. v. 111as MI N 1Alll );\I H:S
prof"undamentc, con aquellas que están ligadas al funcionan1il'111o dd p:11(·111cs.
co. Así, la imposición de la fiscalidad genovesa sólo es posible a co11dícilí11 de
que se apoye en redes de parentesco ampliado, hasta de asociaciones de parente-
las, cuyo papel, coherencia y carácter jerárquico, a cambio, contribuye a refor-
zar. La instalación de una administración de la justicia es más esclarecedora to-
davía. En esta microsociedad donde los faide y el bandidismo son endémicos el
trabajo de regulación Y de pacificación de los funcionarios de la República p~sa
por_ el reconoci~1liento de la parentela como el principio central de la agregación
social. Son los Jefes de los clanes y de facciones (los principali) quienes pueden
obtener la solución de los conflictos, mientras que las actas que registran los
arreglos deben recoger la mayor cantidad posible de firmas, y sobre todo por
parte de quienes tienen importancia en la comunidad; aquí se habla el lenguaje
del parentesco Y de la alianza, de los que se reconoce que siguen siendo el fun-
damento organizador de la vida local. No obstante, no vayamos a imaginar que
el Es_tado genovés se disuelve en ese nivel microsocial: fuera de que ese régimen
coexiste con otras redes de la administración judicial, situadas en otras escalas
éste no sólo se somete ante las situaciones de hecho. Porque si Ja justicia local ~
menudo es difícil de distinguir, en sus prácticas, de las formas tradicionales de l. En su origen, el término "mentalidad" no pertenece al vocabulario erudi-
la violencia Y la venganza, da a esas prácticas informales una forma institucional 10. En el cambio de siglo, la palabra parece haber tenido su momento de gloria,
Y legítima. Las hace entrar en la esfera de la norma explícita, como testimonian, del que da fe Marce! Proust en En busca del tiempo perdido: "¡Ah, mentalidad!
por ejemplo, los arreglos in solidum, que son objeto de contratos notariados y 1... ] Me gusta eso de mentalidad. Hay palabras nuevas de éstas que lanza la gen-
que a menudo dan lugar a una ceremonia pública.3 9 La posibilidad de establecer te". 1 El momento histórico es tan interesante como la noción, a la que esclarece.
un ~istema estatal, pues, pasa aquí por el reconocimiento y la aceptación de las Lo que se trata de señalar a través de ella es un conjunto de actitudes, preferen-
realidades Y las conceptualizaciones locales de la organización social en una re- temente colectivas, de "formas de espíritu", de comportamientos que se ubica-
lación dialógica de negociación entre el centro y la periferia. ' rían más acá de la opinión, que la englobaría y que, en cierto modo, la estructu-
Negociación: sin duda, la palabra es la menos esperada, pero es determinante raría, dándole una forma. Al término de un siglo que vio cómo se afirmaba la
para nuestro propósito. Por supuesto, sugiere renunciar a una visión que impli- intervención de las masas en la vida política y social, a través del sufragio pero
i '
caría que las instituciones, en cuanto tales, fueran eficaces, pero igualmente a también en la lucha y la violencia, se buscaban instrumentos para comprender 1:
~q~ella que plantearía que no son más que el camuflaje de prácticas inscriptas las razones y las reglas que las determinan. Las ciencias sociales, en parte, na- lil
umcamente en las relaciones de fuerzas. Las transacciones que se anudan alrede- cieron de esta preocupación; pero también del esfuerzo de Taine para describir
?ºr de I_as normas sólo tienen sentido porque éstas tienen una realidad propia, la etiología y la génesis de la patología social que, a su juicio, caracteriza los
meduct1blemente autónoma, pero que es inseparable de su realización en el se- Origines de la France contemporaine (1876-1893), o incluso la psicología de
no de las relaciones sociales. las masas, que elaboran -¡y con qué éxito público!- Gustave Le Bon o Scipio '
!

39 O. Raggio, Faide e parentele. Lo stato genovese visto dalla Fontanabuona, Turín, Einaudi, l. M. Proust, Á la reclzerche du temps perdu, Le coté de G11cr111a11tcs. París, Gallimard, Biblio-
1990. Llevados a cabo de manera menos explícita, podrán encontrarse análisis en el mismo sentido theque ele la Pléi'acle, 1954, t. II, pág. 237 [En busca del tielllpo perdido. 1:'I mwulo de Guerlllantes,
en los trabajos de A. Farge, en particular La vie fragile, París, Hachette, 1986, así como en A. Farge Madrid, Alianza, 1971, t. III. pág. 270. La trad. es de P. Salinas y J. M. Quiroga Plaj. La circunstan-
Y J. Revel, Log1q11es de la Joule. L'ajfaire des enlevements d'enfants, Paris, 1750, París, Hachette, cia fue evocada por J. Le Goff, "Les mentalités. Une histoire ambigue". en J. Le Goff y P. Nora.
1988. Para ejemplos de negociaciones con las instituciones tomadas en un marco biográfico, véanse (comps.), Faire de l'histoire, París, Gallimar<l, 1974, t. III, págs. 106-128. En este ensayo se encon-
R. Zappen, Annibale Carracci. Portrait de l'artiste enjeune homme, París, Arlea, 1990, y sobre to- trarán referencias útiles para la historia de la palabra. La fortuna de "mentalidad" es certificada en el
do G. Lev1, Le pouvoir au village. La carriere d'un exorciste dans le Piémont du xvue siecle París mismo momento en Alemania: véase V. Sellin, "Mentalitat und Mentalitlitgeschichtc", Historische
Gallimard, 1989. ' '
Zeitschr(ft, 241, 1985, págs. 555-598.
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Si¡'.hcic. entre 111uchos otros.·' 1k1111a 111a11na 111;is gc11LTal. l'i ll'11111110 ··111l"1it;d 1 111w11lo 1k l .<'VY ll11dil 1111· 11111y d1~.L·11tido, 1·11 parlicular por Durkhcim y por
dad" sirve para asentar en un registro psicológico vagamente dibujado al¡'.o q1w Ma11ss, v 111;1.o.; larde poi l .cvy Strauss. Su aspecto evidentemente anticuado por lo
depende de la Weltanschauung (otra palabra de la época), más que el pc11sa q11« 1r.o.;p1·L"la a los kn11i11os que empica no debería ocultarnos aquel otro podero-
miento articulado: así, detrás del discurso explícito de las Luces puede evocarse ~;;11111·11tc original y hasta heroico, si uno está dispuesto a recordar lo que podía re- 1
"el cambio de mentalidades inaugurado por los enciclopedistas" (caso observa- pn·sL·11tar, para un espíritu alimentado por el kantismo, la afirmación de modali- 1¡
do por Littré en 1877). En esta acepción, se lo encuentra en las plumas más au- dades a tal punto distintas y discontinuas del pensamiento y la acción. 6 Lo que
torizadas y más exigentes. ¿No publicará el mismo Durkheim, en 1915, un opús- rn11vic11e destacar, para el tema que nos interesa, en mi opinión es esencialmen-
culo sobre "La mentalité allemande et la guerre'', cuya primera frase proclama: te esto: un esfuerzo decidido para pensar un conjunto de prácticas culturales se-
"El comportamiento de Alemania deriva de cierta mentalidad"?3 gún su propia coherencia, y para reconstruir su autonomía y especificidad.
Pero la cuestión no se detiene en ese uso general y relativamente indiferen- Con un leve desfasaje temporal, la noción de mentalidad es retomada en otro
ciado. En el primer cuarto del siglo xx, "mentalidad" también entra en el voca- campo científico. Un psicólogo que muy pronto manifestó su interés por el estudio
bulario científico. No en el de los historiadores, al comienzo, sino en el de cierta de la psicología colectiva, Charles Blondel, utiliza a su vez la fórmula La mentali-
etnología y cierta psicología.
11; primitive en el título de uno de sus libros. Otro, cercano a él, Henri Wallon, dos
El primer nombre que aquí se impone, claramente, es el de Lucien Lévy- años más tarde confronta "la mentalidad primitiva y la del niño" en un artículo de
BruhL Filósofo de formación (y neokantiano, como una gran parte de su genera- la Revue philosophique. Por lo demás, rápidamente Ja psicología eliminará de su
ción intelectual), fue profundamente marcado por la reflexión sociológica, en léxico un término que muy pronto resultó caduco. 7 Pero esta verificación, impor-
particular la de Durkheim, y representó un papel esencial en los orígenes de la tante para la historia interna de la disciplina, no debe impedimos localizar lo que
disciplina etnológica en Francia. Su obra, injustamente desdeñada, es la de un et- para nosotros es lo esencial. Durante el primer tercio del siglo XX, el término
nólogo de biblioteca, no de un hombre de campo. Los problemas que plantea de- "mentalidad" circuló muy ampliamente, tanto en el uso corriente como en acep-
penden de lo que hoy llamaríamos una antropología cognitiva.4 En dos libros ciones científicas. En este último caso, sirvió para designar de manera cómoda un
que entonces fueron ampliamente discutidos, Les fonctions mentales dans les so- conjunto de procesos y comp01tamientos que, hasta entonces, habían sido desde-
ciétés inférieures (1910), y La mentalité primitive (1922), Lévy-Bruhl se dedicó ñados, hasta despreciados, por el análisis cultural: el de los "primitivos'', el de los
a dar cuenta de los procesos que gobiernan las "operaciones mentales" en las so- niños, el de los colectivos sociales. Sirvió para identificar formas ilegítimas, o dé-
ciedades "primitivas", como entonces las llamaban, contrastándolas con las que bilmente legítimas, que se oponían a la cultura normalizada, la de los autores, las
se ponían en marcha en las sociedades "civilizadas". Contra la idea de una iden- obras y las instituciones. En este sentido, no cabe duda de que la fortuna, total-
tidad del espíritu humano en todas partes y siempre, tal como la desarrollaba en mente provisional, de la noción de mentalidad tradujo realmente una ampliación
particular la antropología inglesa de Tylor, Frazer o Lang, él se preocupaba por de los abordajes, una apertura que calificaremos hoy de antropológica. Aunque la
describir Y explicar los rasgos particulares de funcionamientos mentales caracte- palabra durante mucho tiempo permaneció afectada de una connotación desprecia-
rizados, en su opinión, por el predominio de conductas "prelógicas", por una re- tiva tendencialmente invitaba a reconocer como objetos de la cultura realidades
lación "mística" y emocional con los objetos y sus representaciones. La activi- que: a lo largo de mucho tiempo, permanecieron desconocidas en nombre de nor-
dad mental de estos grupos sociales "no es solamente mística vale decir mas exclusivas, en ocasiones explícitas, la mayoría de las veces implícitas. 8
orientada en cada momento hacia las fuerzas ocultas. No es solame~te prelógica:
es decir, indiferente la mayoría de las veces a la contradicción. Y hay más: la
causalidad que se representa es de diferente tipo del que nos es familiar a noso- 6. Por lo demás, el pensamiento de Lévy-Bruhl no dejó de prorundizarse y de cuestionarse con
tros, Y esta tercera característica es solidaria de las dos primeras".5 El pensa- una honestidad ejemplar. Habiendo partido de la hipótesis de una discontinuidad absoluta entre las
funciones mentales de los "primitivos" y las de los civilizados -aunque su vocabulario a menudo de-
ja reaparecer un evolucionismo que es compartido por la mayoría de sus contemporáneos (Durkheim
inclusive)-, flexibilizó y matizó su análisis, hasta desembocar en una casi reformulación en sus Car-
2. Véanse S. Barrows, Distorting Mirrors; R. A. Nye, S. Moscovici, L'Áge des Joules.
nets póstumos (París, Presses Universitaires de France, 1940).
3. E. Durkheim, "L' Allemagne au-dessus de tout: la mentalité allemande et la ouerre", París
1915. " '
4. S. Mancini, Da Lévy-Bruh/ all'antropologia cognitiva. Lineamenti di una teoría della menta-
t 7. Aunque Henri Wallon seguirá relacionado con una formulación diferente y, como título del
volumen VIII de la Encyclopédie ji-anr;aise (dirigida por Lucien Febvre), escogerá: La vie mental,
Société de Gestion de l'Encyclopédie frarn;aise, 21 vol., París, 1938.
/ita primitiva, Bari, Laterza, 1989.
8. Al respecto, puede decirse que "mentalidad", en la cultura intelectual francesa, representó un

'
5. L. Lévy-Bruhl, La mentalité primitive (1910), reed., París, Presses Universitaires de France papel comparable -pero más abierto y, sobre todo, menos cargado ideológicamente- que la Vol-
1976, pág. 95. '
kerpsychologie bosquejada por Wundt en el mundo alemán, a fines del siglo XIX.
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nos, como se verá, un pcqueho grupo de dios tornaron el relevo: M;11 c Blocli. 1·11, q111· c11Jn·111a :1 so1·1olo¡',os y psiuílogos y que fue objeto de un debate que
Lucien Febvre, Georges Lefebvre. Este injerto disciplinario no cae poi s11 propio .111av1·s1) los tillirnos anos del siglo XIX y mediados de los años veinte. Como sa-
peso. Se explica por una doble serie de razones. IH'111os, llurkllL'i 111 subrayó con mucha energía la índole fundamentalmente psi-
En primer lugar, da fe de la extraordinaria importancia que tuvo la psicolo- col1í~ica de los hechos sociales: 'Todo cuanto es social consiste en representa-
gía, como disciplina pero más aún como campo de interés, en la reflexión de las cion~s, por consiguiente es un producto de representaciones". Y fue más lejos,
ciencias sociales en el cambio de siglo, en el mismo momento en que ellas mis- al plantear que "la sociología nunca podrá ser más que una especie de psicolo-
mas se constituían como disciplinas y empezaban a encontrar su lugar en el se- gía, ya que los hechos sociales son esencialmente hechos psicológicos, y la so-
no de la institución universitaria. En esos años en que se afirmaba una psicolo- ciedad es ante todo un conjunto de ideas". w En cambio, la discusión remite a la
gía experimental, que definía protocolos de observación y análisis, la psicología actitud más adecuada para dar cuenta de esos hechos psicológicos particulares
aparecía más ampliamente como una suerte de clave interpretativa general, co- que son los hechos sociales. Y precisamente en este punto el sociólogo reivindi-
mo una ultima ratio, susceptible de permitir el ordenamiento de los resultados ca para su disciplina una ventaja inigualable. A su manera de ver, ella es la úni-
conquistados por las disciplinas sociales, y de reconstruir su coherencia. Podría ca que está en condiciones de dar cuenta de lo que hay de irreductiblemente so-
ser el marco general más pertinente para pensar la totalidad de los fenómenos cial en los fenómenos estudiados, mientras que un abordaje psicológico no
sociales. Pongamos un ejemplo, que para nada está aislado, y que puede servir puede aprehender más que la dimensión individual. A su juicio, sin embargo,
para ilustrar esta afirmación. Henri Berres un autor un poco olvidado en la ac- existe un hiato irreductible entre la conciencia individual y la colectiva. Entre
tualidad, pero fue el animador de varias grandes empresas culturales pluridisci- sociología y psicología, pues, hay una comunidad de intereses, una complemen-
plinarias que conocieron su momento de celebridad durante la primera mitad del tariedad, y no ciertamente una identidad ni la posibilidad de reducir una a la
siglo xx. Filósofo de formación, no pretendió ser ni historiador ni sociólogo ni otra. Entonces se abre un debate, que encubre inseparablemente conflictos epis-
psicólogo. Su gran preocupación era construir el marco teórico de una síntesis temológicos y rivalidades disciplinarias (uno de cuyos momentos fuertes lo
contemporánea de los conocimientos científicos. Su proyecto desembocó en una constituirá la discusión de las tesis de Lévy-Bruhl sobre la "mentalidad primiti-
aproximación enciclopédica inscripta en una historia, de la que testimonian tan- va") hasta que se produce una relativa pacificación a instancias de M. Mauss y
to la Revue de Synthese historique (creada por él en 1900) como su libro más fa- con la ayuda del psicólogo l. Meyerson, a mediados de los años veinte. 11 El he-
moso, La Synthese en histoire (1911). Su herencia más duradera, sin duda, es la cho de que el frente entonces tienda a calmarse, y vuelva a ser pensable una co-
colección L'Évolution de l'humanité, que él fundó inmediatamente después de laboración, es lo que atestigua la publicación, en 1928, del ensayo de Charles
la Primera Guerra Mundial: colección de obras históricas, ciertamente, pero que Blondel, bztroduction a la psychologie collective, que también reconoce el enri-
apunta a inscribir las transformaciones de la vida material, las de la organización quecimiento que constituyó para la reflexión de los psicólogos el trabajo de ela-
de las sociedades y las de la vida del espíritu en una perspectiva psicológica. La boración crítica que llevaron a cabo los sociólogos, de Comte a Durkheim (pero
comprensión de las grandes figuras que acompasan la evolución de las formas también de Tarde). Más que obstinarse en endurecer las posiciones respectivas,
sociales en su diversidad, según el punto de vista de Berr, entra en el terreno de este librito, que fue muy leído y comentado, aboga por un abordaje comprensi-
una suerte de metapsicología, cuyas leyes profundas revelaría. Berr lo había vo: "El individuo viviente, el hombre real, tal y como se ofrece inmediatamente
anunciado desde su libro de 1911: "La historia es la psicología misma: es el na- a nuestra experiencia, es un compuesto de una complejidad intrincada, en cuya
cimiento y el desarrollo de la psyche". Poco importa que el pensamiento de Berr
a menudo nos parezca demasiado ambicioso e impreciso a la vez. Fuera de que
este infatigable organizador tuvo un papel importante como emprendedor inte-
lectual, y fue capaz de garantizar la colaboración de los más grandes nombres de 10. E. Durkheim, "Représentations individuelles et représentations colleclives", Revue de Mé-
la ciencia francesa (Bloch y Febvre se contaron entre sus autores) e internacio- taphysique et de morale, 6, 1898, págs. 273-302. Y dos años más tarde: "En vez de detenerse en la
sola consideración de los acontecimientos que se desarrollan en la superficie de la vida social, he-
nal, es interesante porque, al lado de muchos otros, tendía a constituir lo psico- mos experimentado la necesidad de estudiar los puntos más oscuros de sus profundidades, las cau-
lógico como fundamento último de la experiencia social. 9 sas íntimas. las fuerzas impersonales y ocultas que hacen actuar a los individuos y a la colectividad"
("La sociologie et son domaine scientifiquc'' (1900), en E. Durkheim, Textes, París, Minuit, 1995,
vol. I, pág. 35).
9. También sobre Berr. hasta el día de hoy, carecemos de un estudio de conjunto. Mientras tan-
11. El balance compilado por el psicólogo D. Essertier, bajo el título de Psychologie et sociolo-
to, es posible remitirse a las actas del coloquio que se le consagró en 1994: A. Biard. E. Brian, D.
gie, essai de bib/iographie critique, París, Presses Universitaires de France, 1927, da una idea de la
Bourel, (comps.), Henri Berr et la culture au xxe siecle, París, Albin Michel, 1997.
intensidad del debate: enumera no menos de 622 títulos a lo largo de unos veinte años.

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que a él respecta 'como si alguna vez se pudieran separar esos do.' 1n111 i11os in- 111111 d1· aq1wllos que, precisamente, tuvo la preocupación más obstinada y efi-
1 bl es '" . 12El caso es que, para Blondel, es convemente
d'ISO.u · que la investigación ' ª' dt· co1ilro11tar a los prof'csionales de las ciencias duras y a los de las ciencias
comience por la psicología colectiva, porque trata de fenómenos más generales "'" 1al1·s 1·11 esos ai10s- una vez más pueden servimos de ejemplo convincente: a
Y englobantes. Marc Bloch, que fue uno de los primeros que comentó el ensayo :.11 111a11na de ver, sólo en la duración histórica es posible la síntesis general de
de Blondel, Y uno de los más agudos, expresó claramente ese desplazamiento. 111:; rn11ocimientos que más anhela, ahora que la edad de las totalizaciones enci-
"Ente~dámonos bien: se trata de investigaciones, no de ontología; no es cuestión ' l11pL;dieas y la de las grandes arquitecturas filosóficas sistemáticas ha pasado.
de prejuzgar acerca de los resultados de la ciencia sino de ordenar provisional- 1.a crisis de los fundamentos del pensamiento científico domina la primera mi-
m~n~e lo~ ~enómenos de manera de lograr que su examen sea más sencillo, y 1:1d de este siglo. Y por supuesto es internacional. En Francia encontró una for-
mas ~ntehg~bles sus relaciones. La psicología colectiva no tiene tanto por objeto 111ulación y elementos de respuesta cuyos rasgos originales Castelli Gattinara se
la ys1colog1_a .de los grupos considerados en sí mismos (de paso, observo algunas <kdicó a describir de manera convincente. El primero de esos rasgos es la afir-
cnt1cas dec1s1vas sobre la supuesta psicología de las masas) como el estudio del mación de un racionalismo de fondo que, lejos de negarla, "se sumerge en la cri-
elemento colec_ti:o e.n la psicología individual. Pero este elemento es tan impor- sis'' y se dedica a definir una "epistemología de tiempo de crisis": los nombres
tante que la ongmahdad del individuo sólo será perceptible una vez eliminada de Poincaré, de Meyerson, más tarde los de Bachelard y Koyré -junto con
de cada mentalidad la parte que no viene de nosotros mismos".13 No vamos a otros-, pueden servir para ilustrar esta elección. El segundo rasgo, íntimamente
seguir avanzando en la historia de un debate cuya importancia no puede desesti- asociado al primero, se ocupa de encontrar una salida por el lado de la historia
marse, Y que aclara singularmente, ya se lo presiente, la génesis de la historia de como "pensamiento de la apertura". Lo que aquí se cuestiona no es solamente,
las mentalidades. Cr~o que lo poco que expresamos basta para mostrar el lugar ni mucho menos, la disciplina histórica; es la historia como proceso reflexivo a
q~e º.cupa l~ categona de los fenómenos psicológicos en la problemática de las través de la historización de los enunciados científicos y de los problemas de co-
c1enc1as sociales y en su búsqueda de espacios comunes de confrontación. nocimiento. Esta perspectiva debe permitir la sustitución de la idea de sistema
por una comprensión evolutiva y dinámica, capaz de salvar el ideal del conoci-
Un segundo rasgo, no menos decisivo, caracteriza este momento intelectual. miento científico inscribiéndolo en el tiempo. Lucien Febvre retomó el tema en
M~~ho más allá _de los historiadores únicamente -cuya práctica erudita y cuyo un texto famoso, en el cual hace la apología de la historia, "única capaz de per-
of1c10 fueron objeto de una muy profunda redefinición en Francia a partir de mitimos, en un mundo en estado de inestabilidad definitiva, vivir con otros re-
1870-, l~ mayoría de las disciplinas que intervienen en el debate proponen una flejos que los del miedo". 15
aprehensión de los hechos sociales inscripta en una perspectiva histórica. Por su-
puesto, ésta fue heredada de un siglo XJX totalmente volcado hacia la historia. y 3. Los historiadores, pues, pueden sentirse confrontados en un debate que es
puede ser pensada en términos profundamente distintos: en términos de evolu- mucho más general, y que los engloba. A decir verdad lo son, por varias razo-
ción, en la tradición de Spencer, o de transformaciones. No sería difícil mostrar nes, y pueden extraer diferentes conclusiones de ello. La irreductible compleji-
que se encue~tran sus huellas en pensadores tan alertas como Durkheim (o, pe- dad de la psicología individual a menudo fue invocada, por ejemplo, contra las
se a sus ~rop1?s ~l~mados de atención, como Lévy-Bruhl). Se intenta aplicar esta ambiciones nomológicas de una ciencia social que pretendería conformarse con
perspect1va,h1stonca a la lectura de comportamientos y prácticas de todo tipo. el modelo de las ciencias de la naturaleza: por ejemplo, tal fue la objeción de un
Pero hay mas. Cabe pensar que, como lo mostró fuertemente E. CastelJi Gattina- Seignobos frente a la argumentación sociológica desaffollada por Simiand a co-
ra en un libro reciente, se trata de un tema que acompañó el conjunto del debate mienzos del siglo.16 Pero si es cierto que una mayoría de los historiadores con-
n~;:ido de Ja "crisis de la razón" en el cambio de siglo, y cuyos eco y reformula-
c10n .ª la .vez se encuentran entre los físicos, los filósofos, los epistemólogos y
los h1stonadores de las ciencias que se inteffogan todos -cada uno a su manera-
14. E. Castelli Gattinara, Les Inquietudes de la raison. Épistémologie et histoire en France dans
sobre la unidad y los basamentos del conocimiento científico. Entre ellos, la his- l'entre-deux-guerres, París, Vrin/EHESS, 1998.
15. L. Febvre, ''Face au vent. Manifeste des A1111ales nouvelles". Annales ESC, 1948, retomado
en Combats pour /'histoire, París, Armand Colin, 1953, pág. 41. El texto es tardío, pero retoma te-
.12. Ch. Blondel, lntroduction a la psychologie collective, París, Armand Colin, 1928, pág. 88 mas desarrollados inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial: véase "L'histoire dans le
(la crta en el texto es de Tarde).
monde en ruines", Revue de Synthese historique, XXX, 1, 1920.
13. M. Bloch, Revue historique, 160, 1929, págs. 398-399.
16. Los términos del debate son singularmente más complejos que la versión reductora que fijó

1
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snva sus r\'liccncias, la gc11L'raci<i11 que se lornai l'll l'f l';1111il111 d1· ~.i¡•l11, J;1 de
11 111 :1" 1• 1 J .a f11~.11111a d1· q1w ~.1· lialila dclic Sl'I t~11tc11dida en 1111 dohk sentido. l'or
fi<.:bvre y de Bloch, fue marcada en profundidad por el progr;1111a d111 kl11·1111ia110,
1111 Lul11, I':-. Ja q1w hal'l·11 l11s histo1 iadon~s con sus exigencias y las técnicas de un
cualesquiera que sean las adaptaciones que le haya hecho padecer.
111 1, 111. Ta111hit·11 l'S la historia n·al, aquella que se impone al historiador y que lo
Desde los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial. L. Febvre
11t\·ita, si sahc l'.Slar alenlo, a formular nuevos interrogantes, ofreciéndole las
.manifestó de manera repetida su interés por una "psicología histórica" en las
, 1111dwi11m·s de una experimentación inédita. Al respecto, la guerra fue "una in-
páginas de la Revue de Synthese historique que acogieron sus primeros ensa-
yos. Alrededor de la nueva revista encontró un medio de discusión que refle-
11w11o.;a experiencia de psicología social ·
. de una nqueza .
mau d't º
i a" .2 Al trans.or-
f
111a1. l'llll ayuda de Ja censura, las condiciones de la información y la co~um~~­
xionaba, como él mismo lo hacía, en la índole de las representaciones colecti-
' 11111, 1 n·rL~<Í una situación comparable a la de antes de la imprenta, una s1tuac10n
vas y los desarrollos que permitirían dar cuenta de ello. Nada entonces está
d1·l tipo de las que el medievalista Marc Bloch estudiaba profesionalmente.
estabilizado, y todo procede por tanteos. Hasta se encuentra incluso una crítica
No cabe duda de que Les Rois thaumaturges, publicado tres años después
severa del joven Marc Bloch a propósito de uno de los primeros trabajos de su
1 i '!24) se hace eco de esa experiencia contemporánea. 21 Bloch no descubrió la
mayor Febvre, al que acusa de falta de rigor y de imprudencia en sus tentati-
17 ,. , islencia del tacto real de las escrófulas, y ni siquiera fue el primero que se ocu-
vas. La reflexión se nutre de las proposiciones y del debate en curso entre los
11,-> de ese tema. La verdadera originalidad del libro, que sigue siendo la p:imera
sociólogos, los psicólogos, los historiadores de las ciencias. También se nutre
¡•.ran ilustración de una historia de las mentalidades y uno de los que d_omman la
de la experiencia contemporánea, y de la más masiva de tales experiencias, la
historiografía de ese siglo, está en otra parte. En el cambio de perspectiva y en la
de la Primera Guerra Mundial, a la que toda esa generación intelectual se vio
confrontada. decisión de tomar en serio la historia de un "error colectivo", como él lo llama.
¡.f>or qué se creyó, se quiso creer, se hizo creer durante siglos que el rey de_ :ran-
Un texto puede ayudamos a evaluarlo. Es un artículo de Marc Bloch dedica-
cia, a partir de la coronación, era capaz de curar a través del tacto? La cuestl~n no
do en 1921 a las "falsas noticias de la gue1rn". El texto se apoya en su experien-
acepta una respuesta única, ni por el lado del "primitiv_ismo". seg_~n el estilo de
cia personal y a la vez en una literatura documental y crítica inédita suscitada
h·azer ni por el de las sacralidades reales. Requiere una mvestigac10n que revele,
por la multiplicación de informaciones falaces y de rumores (atrocidades, el de-
paso a paso y en distintos niveles, cómo la creencia recib}ó "aplicaci?nes ~iferen­
sembarco repentino de refuerzos militares, etc.), tanto en el frente como en la re-
les según los lugares y las circunstancias", cómo fue posible, y también como fue
taguardia, durante los años del conflicto mundial. 18 ¿Por qué merecen nuestra
atención estos episodios? Porque en su producción y en su circulación plantean
f
r
lransmitida e instrumentada. Por lo tanto, encontramos aquí la misma preocupa-
1 ción por definir los contextos sociales, culturales, políticos diferenciados en los
problemas comparables a los que el historiador encuentra frente a algunos de los
cuales "la fe en el milagro" fue eficaz a través de los siglos; y de comprender a
testimonios de que dispone y que a menudo lo perturban. La crítica clásica del
través de ella lo que fue la historia de la ideología monárquica.
testimonio aquí ya no basta. "Falsos relatos sublevaron a las multitudes. Las no-
En Bloch se encuentra la misma convicción que animaba a Lévy-Bruhl (pe-
ticias falsas, en toda la multiplicidad de sus formas -simples habladmías, impos-
ro también a Mauss, Herz o Halbwachs en el entorno de Durkheim) de que no
turas, leyendas- llenaron la vida de la humanidad. ¿Cómo nacen? ¿De qué ele-
hay fuentes ni objetos de estudio ilegítimos, a partir del mm_nent~ en que uno se
mentos extraen su sustancia? ¿Cómo se propagan, ganando amplitud a medida
da los medios de hacerlos hablar. Uno de los papeles de la h1stona de las menta-
que pasan de boca en boca o de escrito en escrito? Ningún otro interrogante más
lidades en sus inicios, habrá sido promover desechos ("errores") y mostrar su
que éstos merece apasionar a cualquiera a quien le guste reflexionar sobre la his-
interés.'· Quieren otro ejemplo? La Grande Peur, que Georges Lefebvre publica
algunos ~ños más tarde.22 Una vez más, se trata de la historia de una "gigantesca
de él Franqois Simiand en la famosa polémica de 1903, y sobre todo, posteriormente, Lucien Feb-
vre. Se lo puede verificar a través de dos textos de Charles Seignobos que tendrían que haber mere-
19. Observemos que Bloch, lejos de ceder a la fascinación de lo extraordinario, constan:ernente
cido más atención: "Les conditions pratiques de la recherche des causes dans le travail historique",
se preocupa por actitudes positivas para tratar esta información. Sugiere p~r lo menos tres pistas: b
Bulletin de la société franqaise de philosophie, 1907, págs. 263-309; "L'inconnu et l'inconscient".
idem, 1908, págs. 217-247. de la clasificación razonada, sistemática y comparativa; la de la rnorfologrn social, que debe permi-
tir fundar una etiología diferencial de la información y su circulación: por último, la psicología del
17. Véase el informe por M. Bloch y L. Febvre, Histoire de la Franche-Comté (1912), Revue de
testimonio, "ciencia[ ... ] muy joven" que aquí toma el relevo de la crítica histórica clásica.
Synthese historique, 1914, pág. 356. La crítica se refiere a las generalizaciones abusivas a las que re-
curre Febvre y observa que "esos estudios de psicología colectiva, en el estado actual tanto de la 20. M. Bloch, "Les fausses nouvelles ... ". op. cit., pág. 45.
ciencia psicológica como de las ciencias históricas, carecen de un fundamento sólido ... 21. M. Bloch, Les Rois tlzawnatllrges. Essai sur le caractere sumaturel attribué a la puissance
roval particulierement en France el en Angleterre. Estrasburgo, 1924. La edición más reciente está
18. M. Bloch, "Réflexions d'un historien sur tes fausses nouvelles de la guerre", Revue de Svm-
hese historique, 1921. retornado en Mélanges lzistoriques, París, Sevpen, 1963. vol. I, págs. 41-57. e;riquecida con una presentación de Jacques Le Goff, París, Gallim~rd, 1983. ., .
22. G. Lefebvre, La Grande Peur, París, 1932. Me permito remttlf a la presentacrnn que hice en
,, ,
Ml·N l r\I 1111\111·:,

noticia falsa" (la f(>rmula es de Man; Bloch): d11r:intc :il¡~1111:is .'il'1tia11:is dl'I vna 111111t". \'. i·11 '.11 11:ih;qo di· 1·1111w11tado1 nilll'o, as1 1·011101·n .'i11 ohra pnsonal de la.-;
no de 1789, amplias zonas de la carnpifia franct~sa crqno11 cn la cxistrncia de il1"i .111.1~. di· ¡ i¡ .'!) l '1.'l( ), l •d1vn· llil' el incansable propagandista de una manera de
bandoleros armados por los nobles, ávidos de vengan;a, y quL' dch1a11 dl'va.>ta1 h111 i·1 111.\11111;1 q1w sin L·111hargo jamás recibi1í de él un nombre definitivo: "histo-
las cosechas, saquear y matar. Los hechos no sólo fueron creídos: fueron vistos, 11•1 ,¡,, la ~;c11sihilidad", historia de la "vida afectiva", hasta de las "emociones"
o, por lo menos, se refirió que habían sido vistos. Pero nunca existieron. Nueva- ""11 11·1111i1111s con 111;ís l'n.:cucncia utilizados, por otra parte, que historia de las
mente se trata de un episodio que era muy conocido pero con el que los historia- '1111·11talidadcs". También él está convencido de la índole irreductiblemente psi-
dores no sabían qué hacer, salvo ver en ello un ejemplo de la credulidad campe- ' 11l111•11·a dt· los hechos sociales. Como lo escribe (curiosamente) en 1920: "En su
sina. Todo el trabajo de reconstrucción minuciosa llevado a cabo por Lefcbvre ""p111t11 !nuestra historia] es idealista[ ... ] porque los hechos económicos, como
permite comprender cómo ese fenómeno de auto y hétero-convicción fue posi- 1·! 11·.,to d1: los hechos sociales, son hechos de creencia y de opinión".
ble, en qué condiciones y según qué itinerarios sociales, y cómo a su vez explica .'>11 n·lkxi1ín partió de una crítica sistemática de la historia de las ideas tal y
este hecho mayor: la entrada de los campesinos en el proceso revolucionario. La , 111110 era practicada por los literatos y los filósofos universitarios, sus contern-
originalidad de la tarea fue haber tomado en serio el rumor, no para creer lo que ¡1111 a11t'os. Muy pronto reprochó a esta historia que se encerrara en debates in-
divulgaba, sino en cuanto producción psicológica colectiva que tendría algo que lt'111poralcs y abstractos, y que al mismo tiempo aplicara esquemas de lectura
enseñarnos sobre las expectativas y las representaciones del mundo rural por un .111anúnicos sobre el pasado. En particular, a su juicio falsea "la realidad psico-
lado, y por el otro sobre los canales y las formas de la información en una socie- 1111•.ica de entonces", apelando a categorías de escuela demasiado generales y
dad tradicional. Como en los casos precedentes, se trata de dar cuenta de la lógi- q111· pretenden ser intemporales, corno "Renacimiento", "Humanismo" o "Re-
ca que sustenta la producción de representaciones compartidas que, a su vez, l111111a" (y es sabido que una parte importante y duradera de la obra de Febvre
produjeron determinadas prácticas. l 1w consagrada a la crítica de estas categorías, y a la de los efectos de oculta-
Así se define, empíricamente, un campo de interés, en oposición a experien- 1111t·11lo de los que podían ser considerados responsables). No dejó de denunciar
cias contemporáneas, a proposiciones científicas nuevas, a una reflexión sobre el .1 ";iqucllos que, dedicándose a replantearse por su cuenta sistemas en ocasiones
oficio de historiador. Éste reúne a un pequeño grupo de íntimos. Bloch, Lefebv- di· una antigüedad de varios siglos, sin la menor preocupación por señalar su
re, Febvre, enseñan todos en la Universidad de Estrasburgo, promovida, inme- ll'lación con las otras manifestaciones de la época que los vio nacer, finalmente
diatamente después de la Segunda Guerra Mundial, al sitio de vitrina de la cien- li:1ccn exactamente lo contrario de lo que reclama un método de historiadores.
cia francesa en la Alsacia recuperada a Alemania. Allí están los colegas de Y que, ante esos engendramientos de conceptos surgidos de inteligencias de-
Charles Blondel, así como del sociólogo Maurice Halbwachs, el autor de los Ca- "''ncarnadas, y que luego'viven su propia vida fuera del tiempo y del espacio,
dres sociaux de la mémoire (1925). Precisamente de este grupo saldrán los pri- ;111udan extrañas cadenas, de eslabones irreales y cerrados a la vez [ ... ]".A esta
meros Annales en 1929. La formación de unos y otros puede ser diferente, y los historia, que pretende atenerse solamente al juego de las ideas y aceptar las
procedimientos, los propios de cada oficio. El caso es que se leen, se comentan, 11hras culturales por aquello por lo cual se dan, que se satisface con pensar en
ocasionalmente se critican. 23 Sin ser nunca objeto de una formulación estabiliza- 1nminos de creaciones, de filiación e influencia, Febvre opone otra, que se pro-
da, la historia de las mentalidades nació de estos intereses cruzados. pondría reubicar las ideas, las obras, las actitudes y los valores en el seno de los
nmtextos sociales particulares en los cuales aparecen y funcionan. No porque
Sin duda, Lucien Febvre es aquel que, entre nuestros autores, más se preocu- 1·xista en él la menor tentación de un determinismo mecánico que reduciría lo
pó por definir el nuevo programa, aunque lo hizo de manera relativamente tardía, l'Ultural social: por el contrario, él se defendió explícitamente de eso. Su pro-
y la versión que dio es muy general y personal a la vez.24 También es muy mili- Yt~cto es de una ambición muy distinta, y depende de una doble preocupación.
l':n primer lugar, es preciso tratar de comprender el conjunto de los hechos cul-
lmales de una época como integrantes de "una red compleja y móvil de hechos
1988 en la reedición de este texto, completada por el artículo del mismo autor sobre "Les foules ré- sociales" en constante interacción. 25 En segundo lugar, es importante caracteri-
volutionnaires".
23. Vemos así que Halbwachs hace un informe de los Rois thaumaturges en 1924, y más tarde
de la lntroduction a la psychologie collective de Blondel en 1929; Blondel, de los Rois thawnarnr- 1941. Éstos y otros textos, que dan fe de la infatigable actividad de comentador crítico de Febvre,
ges; Bloch, de los Cadres sociaux de la mémoire de Halbwachs en 1925, y del libro de Blondel en 1·11cron retomados en Combats pour l'histoire, París, !953, así como en las otras recopilaciones de
1929. artículos del mismo autor.
24. L. Febvre, "Histoire et psychologie", Encyclopédie fran~·aise, t. VIII, París, 1938; "Com- 25. Encontramos aquí la concepción del "zusammenhang" que está tan presente en los primeros
mcnt rcconstituer la vie affective d'autrefois? La sensibilité et l'histoire", Annales d'histoire socia/e, 1\1111afes, como lo había estado en la escuela geográfica de Vida! de la Blache. Recordemos que
r:\I 1.1111,,c, rn \'r,r

zar cada hori1.011te cultural co1110 u11 siste111a coherc11tl' d!' :;1¡•,1111:, y dl' rrrslnr '"'" "" -.111>1 av11 la pa1 ;ul11¡a q1w p1 cl<'IHI<· qul' h·hv11·. aposlol dl' 1111a l11slo1 ia d1·
mentos, que debe ser comprendido no e11 su proxi111idad si110 l'll s11 1111·d11clihll' 111» 11w11l;d1dad1·~ nil1·l'11v;1:,, J1;1ya l'Sl'll)'.ido crn1sa)',ra1 los gra11dcs libros dl' la Sl'
distancia respecto del punto de vista contemporáneo (pero ta111hil'11 de Jos sun·- 1•1111d;1 11111ad d1· s11 vida a ¡',1:111dcs hl;l'Ol'S culluraks de la pri111era 111i1ad del siglo
sivos horizontes): "de hecho, un hombre del siglo XVI debe ser inteligible. 110 \\'l. :,11 1'tHll·;1 predikcla: Lutero, Rahclais, Margarita de Navarra. Sin embargo,

con relación a nosotros, sino con relación a sus contemporáneos", El programa L1 p:11ad1i¡a s1ílo l's apare11tc, porque esos estudios para nada son biografías en el
que así se bosqueja para una historia de las mentalidades está marcado desde el »•'1111du lradicio11al del término. Nunca se proponen como finalidad describir la
inicio por una discontinuidad esencial, cuyas formas homólogas se identifican ,.,, l'Jll'io11alidad de un destino, sino más bien comprender en qué contexto fue
sin may.ores_ problemas, en el mismo momento, en la historia y la epistemología ¡111,\1hl1· y adquirió sentido ese destino. En sus vacilaciones, en sus aparentes
de las ciencias (Bachelard, Koyré), y que caracterizó en forma duradera el mo- 'lllllradicciones y discontinuidades, la trayectoria de Lutero (Un destin, Martin
vimiento de los Annales.26 l 11tlll'r. París, 1928) se comprende así como un diálogo incesante, como una se-
Una vez anunciadas estas exigencias, hay que darse los medios para dar cuenta 111· d1· reconocimientos y aproximaciones entre el monje de Wittenberg y la Ale-
de la coherencia que, en el seno de una misma cultura, debe unir la obra más ela- 111a11ia atormentada de su época: "En ese complejo de hechos, ideas y sentimien-
borada Y el comportamiento más común, Rabelais y el campesino francés de la llls, ¡,quién tendrá exactamente en cuenta lo que vino de Alemania a Lutero, o,
primera parte del siglo XVI. Aquí es donde se encuentra la noción de "utillaje men- 111wrsamente, de Lutero a Alemania?".
tal", cuyo papel es central en Febvre, tanto en su obra personal como en el gran 1kl mismo modo, la interrogación sobre "la religión de Rabelais" se transfor-
proyecto de la Encyclopédie franr;aise que anima en el mismo momento.27 Para él 111a c11 una investigación sobre Le probleme de l'incroyance au xv1e siecle (París,
el utillaje mental de una época o de una civilización es el conjunto de las catego~ t <J.Q). Rabelais, ¿es creyente o agnóstico? Los comentadores podían extraer con-
rías de percepción, de expresión, de conceptualización y de acción que estructuran l'iusiones contradictorias de su obra, y el interrogante no tenía una respuesta segu-
la experiencia, tanto individual como colectiva, de los hombres en sociedad. Defi- ra. Por lo tanto, sugería Febvre, es porque estaba mal planteado. De ahí proviene
nición abierta, manifiestamente empírica, pero que va en todos los casos mucho la proposición de reformularlo interrogándose acerca de la misma posibilidad del
más allá de lo que se llamaría un sistema de representaciones, porque incluye la 1bcreimiento en la cultura de la época de Rabelais, para verificar entonces si el
lengua, los afectos, pero también las técnicas y las formas de la organización so- :ilcísmo era posible o no. Sin duda, el hecho de que la respuesta que ofrecía el his-
cial. Remontándose de las manifestaciones de una cultura a las condiciones de su 11 iriador, hace más de medio siglo, sea hoy impugnada importa menos que la pers-
posibilidad, al mismo tiempo uno se da los medios para comprender su unidad (la pectiva que proponía, en tanto rompía con los hábitos intelectuales que implicaban
"estructura", escribirá Febvre en su Rabelais en 1942) y su particularidad. 1111 encierro. Pongamos un t'.iltimo ejemplo, el de Margarita de Navarra (Amour sa-
Así se comprende la perspectiva que plantea que toda producción singular r"J"é, amour profane. Autour de l'Heptaméron, París, 1944). Esta gran dama, her-
-una obra, una actitud, una vida- no es comprensible salvo que esté referida a lo 111ana de Francisco I, dejó testimonios contradictorios: una obra literaria atrevida,
q~e la hizo posible, vale decir, reubicada en el complejo de valores de significa- que se inscribe en la lejana continuación de Bocaccio; una enorme corresponden-
Ciones, recursos y coerciones históricas que le dan su significación. En ocasio- cia de tonalidad evangelista y dominada por el amor a Dios. Uno se interrogaba,
¡,cuál es la verdadera Margarita? Una vez más, falso problema, por estar plantea-
do en términos anacrónicos. La irreconciliable contradicción entre "amor sagrado"
Febvre se ocupó en varias oportunidades de definir una "civilización" como el producto de una serie y "amor profano" se disuelve si uno se dedica a restituir las verdaderas relaciones
de hechos interdependientes, "el resultado de las fuerzas materiales y morales, intelectuales y reli- entre "religión y moralismo en el siglo xvr". No obstante, para ello es necesario
g10sas, que actúan en un momento determinado sobre la conciencia de los hombres" ("Les princi- emprender "una historia que, como tantas otras, jamás fue escrita -más aún[ ... ]
paux aspects d'une civilisation. La premiere Renaissance franpise; quatre prises de vue", Revue bi- de la que nadie, nunca, parece haber concebido la idea: la historia de las relaciones
mensuelle des cours et conférences, 1925, retomado en Pour une histoire á part elltiere París 1962
pág. 529). ' , , que en una época determinada, en el seno de una sociedad conocible y conocida,
26. Sobre la homología con la historia de las ciencias en el período entre las dos "Uerras, P. Re- mantuvieron realmente, y no sólo teóricamente, por un lado la religión de la in-
dondi, "Science moderne et histoire des mentalités. La rencontre de Lucien Febvre. ~obcrt Lenoble mensa mayotia de los miembros de dicha sociedad, y por la otra las concepciones,
et Alexandre Koyré", Revue de Synthese, 111-112, 1983, págs. 309-332. Sobre los comienzos de los las instituciones y las prácticas morales de esos mismos miembros de la misma so-
Annales, véase en este volumen J. Revel, "Historia y ciencias sociales: los paradigmas de los Anna- ciedad". 28 Bien lo vemos: en el programa de una historia de las mentalidades co-
les"; Y también "Presentation", en J. Revel, L. Hunt, Histories. Frenc!t Reconstructions ofthe Past,
Nueva York, The New Press, 1996.
27. Recordemos que, tras muchas vacilaciones sobre el plan de la obra, el primer volumen de la
Encyclopédiefranr;aise está dedicado a L'Outillage mental, París, 1937. 28. L. Febvre, Amour sacré .. ., op. cit., págs. 361-362 (de la reedición, París, Gallimard. 1971 ).
1111> llll'llill'IHh· h·hv11\ 1·~ l;1 t"Jt"111pl;1111L1d dt· 1111:1l>11>¡•.1;1'L1,11n~.11 t•\1t')h l1>11;1lid:id, l'll li11·111 1111 q;11L1 drn11k 1rnl:1:. la~; 11dltw11nas VÍl'lll'll a ll't·rnlar...,<" y l1111di1sc: 1·11
lo que L'.'i el ol~jl'lo privilegiado de la 111vcsli¡•a1·io11. ¡, 1 , , , 11 , "'"' 1, 1 ,¡,. '"' '10111/•n·., 1¡111· 1·i1·1·11 1·11 ,,·111·i1·tl111/. i\lli caplar;í las acciullL'S,

Puede medirse la tüerza, pero ta1uhiL;ll los l1111ilcs de uua p1oposit·1<>11 ~;t·111t· ¡, 1., ''"'', 1<'11<".». v 111t·di1a /P.~ t'lcclo.'i dl' las fuerzas malcrialcs o morales que se
jante. La fuerza: se bosqueja entonces una historia eslruclural qtw privil<')'.t:i las , JI 111·11 :.1>lnt' 1·ada )'.l'IH'rat·irn1". Bloch. el afio siguíenle: ''Las realidades socia-
coherencias sincrónicas y que se da el objetivo de localizar en el liclllpo las dis ¡, ·. ·.11 11 1111:1~.. No cs posible lcncr la pretensión de explicar una institución, si no
continuidades que individualizan sistemas culturales sucesivos (o conll'llllH1rú- .... l.1 v111nila cou las graudes corrientes intelectuales, sentimentales, místicas de
neos, pero disyuntos). Este abordaje rompe deliberadamente con las represenla- l.1 1111·111;d id ad ,·011!t'l1lpor;i11ea. Esta interpretación por el adentro de los hechos
ciones "espontáneas", las del sentido común (la psicología de los hombres sería .f,· 111¡•:11111.aci1í11 social serú la ley de mi enseñanza, así como es la de mi esfuer-
siempre y en todas partes la misma) y las de los historiadores, que la mayoría de ", p«i ~.onal". to Aunque el proyecto sea probablemente cercano, a fines de los
las veces la retoman por su propia cuenta; también permite proponer un terreno .11111·. ,·t·1111c, d vocabulario ya es otro. Más riguroso, el de Bloch se inscribe sin
de confrontación entre prácticas disciplinarias (la historia, la psicología, la socio- .t 11 d.r ,. 11 /a l"iliación durkheimiana. Diez años más tarde lo ilustrará en capítulos
logía, la etnología) así como entre prácticas sociales que habitualmente eran pen- , 1. 1'..ll"llS de La Société féodale .3 1 Sin embargo, de esos capítulos, L. Febvre dio
sadas por separado. Y también los límites. En Febvre, lo que funda la unidad de 1111;1 1,·sc1ia crítica que nos permite identificar mejor lo que separa a ambos histo-
una cultura -él habría preferido decir: de un horizonte mental o de una civiliza- 11.id< nrs: "I ... j por cierto, la psicología no está ausente de este bello libro. Pero
ción- depende más de la afirmación que de la demostración. ¿En qué condiciones In que siempre se nos ofrece es la psicología colectiva. 'La violencia estaba en
puede ser otra cosa que una petición de principio? No se encuentra una respuesta J.1" rnsltunbres, porque poco capaces de reprimir su primer movimiento, poco
clara en él. Mauss, en el mismo momento, planteaba que las representaciones co- .,,·11:;i11les nerviosamente al espectáculo del dolor, poco respetuosos de la vida,
lectivas estaban encarnadas como imperativos morales a través de los mecanis- d111ulc no veían más que un estado transitorio antes de la Eternidad, los hombres,
mos de la comunicación y del intercambio particulares a cada sociedad. Bloch l'"I ;1l1adidura, se sentían muy inclinados a hacer una cuestión de honor del des-
también seguía la pista de la morfología social y, por la vía del comparatismo, su- pl1q'.uc casi animal de la fuerza física'. Muy bien, y estas pocas líneas excitan
gería el estudio sistemático de las diferencias que permitirían identificar cada sis- .1d111irablemente nuestros espíritus. Pero hablan de los hombres. ¿Por qué no, de
tema. El pensamiento de Febvre está más marcado por una suerte de organicis- 1;11110 en tanto, destacándose de la masa, un hombre? O, si realmente es pedir de-
mo, que llegado el caso parecería desembocar en una especie de esencialismo, 111asiado, por lo menos un gesto de hombre. Gestos de hombres, de hombres par-
aunque constantemente se lo haya prohibido. Pero sobre todo es la noción de ' 1,·1dares". Se presiente que la irritación se transparenta bajo el elogio. Algunas
"utillaje mental", a la que concedía tanta importancia, la que es problemática. A li11cas más adelante es explicitada, cuando Febvre sugiere que el libro, "en la
menudo, ese utillaje aparece en él como una panoplia de recursos que estarían a ,1hra de Bloch, señala una suerte de retomo hacia el esquematismo. Llamémos\o
disposición de una sociedad determinada en un momento histórico dado, pero cu- por su nombre: hacia lo sociológico, que es una forma seductora de lo abstrac-
yos actores históricos la habrían utilizado en forma desigual. Fuera de que resta- 10" _32 Lo sociológico: la gran palabra fue lanzada. Puede resultar sorprendente.
ría dar cuenta de los principios y las razones, de las reglas y las formas de una di- No reivindicaron ambos hombres lo que debió su formación a la reflexión de
ferenciación semejante -entre Rabelais, si se quiere retomar el ejemplo, y el ;·>urkheim y sus discípulos? El caso es que, con el tiempo, las trayectorias se
campesino francés de su época-, la existencia supuesta de un utillaje mental, fue- ;dejaron. Allí donde Bloch se muestra preocupado por integrar un conjunto de
ra de los usos para los que supuestamente debe servir, claramente hace correr el disposiciones afectivas y morales en una estructura social de la que no puede es-
riesgo de una cosificación de las funciones y los funcionamientos culturales. 1ar separada (en La Société féodale quiso proponer "el análisis y la explicación
La actividad incansable de Lucien Febvre, su obra y su militantismo críticos, de una estructura social, con sus relaciones"), Febvre se vuelve cada vez más
su longevidad explican que la versión de la historia de las mentalidades que pro-
puso e ilustró sea aquella que, en un primer tiempo, se impuso, hasta hacer olvi- 30. Textos citados por Burguiere, id., pág. 340. En ambos casos, se trata de los proyectos de en-
dar que no era la única. En un estudio convincente, André Burguiere mostró que scfianza redactados por Febvre y luego por Bloch en apoyo a sus respectivas candidaturas al College
desde el comienzo había existido, entre los dos fundadores de los Annales, una de France.
concepción diferente, aunque el estudio de las mentalidades había sido para 31. M. Bloch, La Sociétéféodale, París, 1939-1940, 2 vol. Esencialmente, se trata del segundo
libro de Ja primera parte del tomo I, "Les conditions de vie et !'atmosphere mentale" (cap. 2: "Fa-
ellos un objetivo compartido. 29 Febvre, en 1928: "Que el historiador se instale
i;ons de sentir et de penser") y del primer libro de la segunda parte del tomo II, "Les liens du sang"
(en particular del cap. 2: "La vie noble").
29 A. Burguiere, "La notion de mentalité chez Marc Bloch et Lucien Febvre: deux conceptions, 32. L. Febvre, "La Société féodale: une synthese critique", Annales d'histoire socia/e, III, 1941,
dcux filiations", Revue de Syntlzese, 1983, págs. 333-348. pág. 128. (Se trata del segundo informe consagrado por Febvre a la obra de M. Bloch.)
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1 11lf111a di· 1111;¡ 1•p1H ;1. d1· p1·11sar cinfos onlL~nes conceptuales, de construir cier-
vida 111ll'ln·111al, tal ,·01110 Sl' p11cdL· ;111ali1.ar en L'I nivel de la l'xpcril'ncia dl'I i11
1:1.-; 11·p11·s,·111:1no111·~:. dt· ¡wll·ihir o sL~ntir ciertas realidades, historiadores de las
d11·1d1111 t'll ws n·lacio11es co11 otros individuos.· 11 Siguiendo el an;ílisis dl' Bur
' 11·111·1as, l11s1t >11adrn1'.s, q1islcmólogos generalistas pudieron desarrollar hipótesis
¡•111t'll'. t'11 lo q11c separa a los dos hornhres puede verse una prefiguración de
1·11111parahks, aunque f'ucran formuladas en términos diferentes según la cultura
.1q1ll'llo t,'11 lo q11l' se convertir;í la historia de las mentalidades en las décadas si-
di.sciplinaria de quienes las proponían, "bloqueo mental" u "obstáculo epistemo-
1•1111·11tcs. 1<:11 la versión que da Bloch de esto, una anticipación de la antropología
liígico",15 que se situaron todos más o menos en el linaje de la reflexión abierta
lw.lt i1 ica, que sólo -y en un contexto muy distinto- se desarrollará a fines de los
por los trabajos de Lévy-Bruhl.
a11t1s sl'sl'nta; en la de Fcbvre, la de una historia más inclinada hacia la psicolo-
Sin embargo, esta red de intercambios y solicitaciones cruzadas tiene sus lí-
¡•1:1 rnlcctiva. l~sta es la que se impondrá en primer lugar. Pero incluso ella ten-
mites. Porque a los interrogantes a grandes rasgos -¿cómo conjugar lo indivi-
d1 :1 q11c esperar hasta que sea reconocida.
dual y lo colectivo? ¿Cómo articular en una misma historia órdenes de realida-
des muy diferentes?-, otras tentativas de respuestas fueron elaboradas en el
<i. ;\ menudo se afirma que la historia de las mentalidades es un género típi-
mismo momento, hasta una generación más temprana, que permanecieron igno-
' :1111l'lllt' francés. De hecho, y se ha intentado demostrarlo, la génesis de la no-
radas por nuestros historiadores. Por ejemplo la de Max Weber, cuya obra sin
1·1011 y sus variaciones sustanciales sólo se comprenden en el marco ampliado
embargo fue pronto saludada por Halbwachs en los Annales pero, hay que reco-
tli-1 vasto debate que, en el cambio de siglo, se anudó entre sociología, psicolo-
nocerlo, cuya recepción en Francia fue durante mucho tiempo demorada por la
¡•1a 1· historia, aunque fue en tomo a esta última disciplina, en la acepción deli-
tradición durkheimiana. O la de Cassirer y la perspectiva que abrió en Alemania,
111'1 ada111ente abierta que defienden los primeros Annales, donde el injerto más
en particular por el lado de la historia del arte; o la de Warburg; o la del Freud
d 111 ad ero terminó por prender.
del Malestar en la cultura (1932); para no evocar los primeros trabajos de N.
Sin emhargo, sería vano hacer como que se ignora que la gama de problemas
Elias. Las razones de esta evitación no son ni claras ni sencillas. No se explica
.1 los cuales de este modo se intenta suministrar respuestas, en el mismo momen-
ni por la demora en las traducciones (toda esta generación lee el alemán y está
111. luc objeto de formulaciones paralelas, según modalidades muy diversas y a
alimentada por la cultura alemana), ni por la ausencia de intermediarios (Halb-
¡i;111 ir de contextos intelectuales muy diferentes. Algunos de estos desarrollos
wachs, en particular, pero también l. Meyerson, Bouglé, Aron, representaron
J 1wrn11 cercanos y, como tuvimos ocasión de subrayarlo de pasada, representa-
ocasionalmente el papel de difusores), sino más bien por la sospecha que, desde
11111 11n papel importante en la reflexión y la orientación de los primeros historia-
fines del siglo XIX, prevalece entre los histqriadores franceses con toda proposi-
d111cs de las mentalidades. A título informativo, sólo evocamos aquí los trabajos
ción de origen filosófico. El destino intelectual de Ignace Meyerson puede ser-
lll'Vados a cabo en la prolongación del programa durkheimiano: fuera de los de
vir aquí de referencia ejemplar: médico y psicólogo, recibió una formación filo-
Ma11ss y de Herz, por supuesto, pero todavía más quizá los de M. Granet sobre
sófica neokantiana en Alemania y es el sobrino de un epistemólogo que fue uno
l.1 civilización china y los de L. Gernet sobre la antropología cultural de la Gre-
de los grandes protagonistas del debate francés a comienzos del siglo xx, Émile
' 1;1 :111tigua,34 uno y otro contemporáneos exactos de Febvre y Bloch. De igual
Meyerson. Conoce de primera mano la producción filosófica alemana y las dis-
1111Hlo, en tomo de las condiciones de posibilidad (o de la imposibilidad), para la
cusiones suscitadas por el historicismo y Ja Geistesgeschichte. Fue uno de los
introductores del pensamiento de Cassirer en Francia. Pero también se codeó
con Mauss y criticó a Lévy-Bruhl. El léxico conceptual de Meyerson, por cierto,
U. listos temas son desarrollados en el mismo momento por Febvre en el artículo sobre "La
... 11.,diilitC: de l'histoire ... ", op. cit.
no es el de los historiadores de las mentalidades (ni por otra parte el de los his-
1.1. Véase la recopilación de artículos de L. Gernet. Anthropologie de la Grece antique, .París, toriadores de las ciencias), pero por lo menos comparte con ellos la convicción
~1.1·.¡wm, l968, publicado y prologado por J.-P. Vernant. Y, a título ilustrativo, este extracto s1gmf1- de una historicidad fundamental de las obras y de las "funciones psicológicas",
' o1111·" que sirve de apertura a un estudio sobre "La notion mythique de la valeur en Grece" (1948): de las que, según el análisis que él propone, son su producto. 36 Y es conocido el
·11.iv !unciones mentales, como las del derecho y la economía, de las que por poco se olvidaría que
¡,,""":ocurre que en nuestras sociedades se realizan según un mecanismo del que el mismo hoi;ibre
1,,,,..,.,.,...,, ausente. Para reconocer en ellas aquello que, después de todo, es un producto del cspmtu,
"" I" 1111cr lugar hay que reparar no en su estado moderno: ellas tienen un pasado cuya nqu:za pue- 35. Subrayemos. siguiendo a P. Redondi ("Science moderne et histoires des mentalités ... ") el
' ¡.. .,,., desconocida por una inconsciente filosofía de Aujkliirung; ese pasado es el que SlíVIO para su
papel representado en este encuentro por el medio intelectual reunido por H. Berr alrededor del Cen-
, l.il" i1 aci1ín. Y una de las razones de ser más seguras de la historia es restituir donde puede -y en la tre International de Synthese. Redondi insiste en particular en el lugar central que fue el de Hélene
111.·tl1tla en que pueda- esos estados antiguos donde mejor se dejan percibir las creaciones humanas: Metzger, historiadora de la química, sobrina de Lévy-Bruhl, alumna de Émile Meyerson, cercana a
Koyré, Lenoble y Abe! Rey, bibliotecaria del Centro y animadora de la revista Archeion.
11 .il '" I" de investigación psicológica primordial" (pág. 93 ).
36. I. Meyerson, Les Fonctions psychologiques et les ceuvres, París, Presses Universitaires d~
1¡\1 1/1'1 .l l\I \I 1

lugar que luvo su obra 111ús larde, en los uri~',t'lll'S de 1od;11111a n11111·1111· 1k la p~,1 l.A CULTURA POPULAR:
cología y luego de la antropología histórica en Francia, \'I q11c <'sla 1·111·;1111ado c11
el nombre de Jean-Pierre Vernant. 37 Uno se siente más impaclado lodav1a por el USOS Y ABUSOS DE UNA
carácter sorprendentemente tardío del crédito que se dio a la rel'lcxiú11 de Meycr- HERRAMIENTA HISTORIOGRÁFICA
son alrededor de 1950. Indudablemente, es porque se inscribe en un universo de
~eferencias que durante mucho tiempo permaneció ajeno a los historiadores de
los Annales. 38

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1!

I ¡

'1
¡,
La cultura popular se ha convertido desde hace unos veinte años en una de
las zonas más frecuentadas de la investigación y la reflexión históricas. Este
nuevo interés revistió un doble aspecto: el de las investigaciones "positivas",
que buscan individualizar los rasgos propios de lo "popular" a partir de un lega-
jo bien delimitado, y cuyo modelo podría ser el libro pionero que Robert Man-
drou consagró en 1964 a la Biblioteca Azul de Troyes; por otra parte una refle-
xión crítica, que -la mayoría de las veces a partir de esos primeros resultados-
intenta circunscribir mejor el mismo contenido de la noción que guiaba tales tra-
bajos.1 Después de dos décadas, en las cuales la cantidad de publicaciones no
dejó de crecer, al parecer llegamos a un curioso punto de incertidumbre. No ca-
ben dudas de que lo que hoy sabemos de las prácticas culturales no legítimas au-
mentó considerablemente, sobre todo en el caso de las sociedades preindustria-
les. Pero al mismo tiempo, los contornos de esta nueva provincia no dejaron de
volverse más inciertos, y las concepciones de los historiadores menos seguras.
Habíamos puesto manos a la obra sin planteamos demasiadas cuestiones pre-
vias, y convencidos, por razones que serán evocadas más adelante, de que algo
France. 1948 (reeditado con un importante epílogo de R. Di Donato, París, Albin Michel, 1995).
así como la cultura popular realmente debía existir. Obviamente no podemos
"Nuestro objeto de predilección es la historia de la formación del pensamiento. y, ya sea que la es- cuestionar hoy la existencia de formas culturales diferentes, pero no hay tanta
tudiemos en el niño o la busquemos a través de los avatares de las instituciones. estamos haciendo seguridad acerca de lo que funda esta diferencia y de la asignación social de es-
historia" (citado por Di Donato, pág. 236). tas formas. Demasiado proclamada, invocada en ocasiones como una fórmula
37. Véase en particular la presentación ofrecida por J.-P. Vernant al compendio póstumo de Me-
ycrson, Écrits. Pour une psychologie historique, París, Presses Univcrsitaircs <le France, 1987.
38. Resumo aquí la contribución que ofrecí en el volumen colectivo consagrado a Meyerson:
"Psychologie historique et histoire des mentalités", en F. Parol (comp.). !'mir 1111e psychologie histo- l. En cierta cantidad de casos, cuyo número, a mi juicio, va en aumento, los dos registros están
riq11c. Écrits en hommage a lgnace Meyerson, París, Prcsscs llnivcrsitaircs de France, 1996, págs. mezclados. Para un ejemplo particularmente significativo, véase Cario Ginzburg: Ilformaggio e i
?09-227. vermi, Turín, Einaudi, 1976.
111 1 1 1\ C111 11111 :\ l'l lf'l 11 .\11 l l'd l,'; Y 1\1111.',C l.'1 1(J 1

111:igica cuyo erecto habría sido gaia11ti1.ar la l'XiSll'lll'ia de llllól 11·;1J1d.1d. L1 c11ll11 v L1 l1')•1l11111dad di·I 11h¡1·111'11l1111a pop11la1 c11 l'I Sl'llo dl· la gcogral"ía aca··
ra popular aparece en la actualidad como una 11ociú11 prcco1.11w1111· ¡',a.·;1:1da. ;\J d1·11111·a l r alHTSa. l .c¡11s di· q111·darsl' c11ccrrada en mürgcncs inciertos, en
gunos historiadores, olvidando que por lo menos fue portadora ele 1111a n·al cl"ica .1cl1·la111t· :,11 1·.,t11dio c., l·11111partido, no sólo por los historiadores sino por los
cía historiográfica, estarían dispuestos a prescindir de ella. Tras un tiempo de ".11c111lo¡•os. los a11tropúlogos, los literatos, etc. El redescubrimiento de lo po-
uso sin discernimiento, finalmente ha llegado el de la duda, a veces excesiva. 2 p11l;11, al 111is1110 tiempo, se volvió un poco obsesivo. Más adelante intentaré
Obviamente que aquí no me propongo responder al conjunto de las pregun- 111<1slra1 q11c las mismas condiciones de esta empresa reciente no se abstuvie-
tas formuladas. Querría apoyarme en la historiografía reciente de la cultura po- 11111 dl' dejar huellas sobre el mismo objeto que era enfocado, y que entonces
pular para tratar de comprender cómo fue construido y tratado ese objeto impro- se 111arcaron cierta cantidad de "pliegues" ideológicos.
bable, y en qué medida su uso historiográfico puede dar cuenta de las l'or otro lado, sólo tomaré en cuenta una bibliografía esencialmente francesa.
incertidumbres, de los bloqueos a los que a menudo tenemos la sensación de ha- <)uc 110 se vea aquí ningún prejuicio nacionalista sino una elección razonada.
ber llegado. De tal modo, espero poner de manifiesto cierta cantidad de repre- < "011 mucha frecuencia, la problemática de la cultura popular fue formulada
sentaciones implícitas, de hábitos de pensamiento, de valores admitidos que en términos extremadamente generales; pero creo que está muy íntimamente
marcaron en profundidad la investigación y sus resultados. Porque es evidente 1igada a las experiencias históricas e historiográficas nacionales, ya que la

que, para historiadores profesionales, la elección de un objeto como lo popular, historiografía se arraiga siempre en una historia particular. De este modo, me
la definición que de él construyen y las modalidades según las cuales lo abordan parece evidente que los historiadores franceses, al redescubrir la cultura po-
cuestionan una representación global del campo cultural y de su propia posición pular, volvieron a hacerse cargo -así fuera para invertirlo, en la mayoría de
en ese campo, incluso cuando tratan de un período lejano. 3 Y es precisamente los casos- de un modelo de descripción sociocultural profundamente ancla-
porque un objeto como la cultura popular apela fundamentalmente a una taxono- do en la experiencia nacional, y que hizo del proceso de marginalización por
mía social, implícita o explícita, que ese retomo sobre la historiografía me pare- distinción uno de los mecanismos esenciales de nuestra vida cultural, por lo
ce hoy necesario. Lo emprendo en el interior de una cantidad de límites que es menos desde el siglo XVII. 4 Sin embargo, en el mismo momento, los historia-
conveniente especificar de entrada: dores italianos utilizaban sin problemas el término de cultura subalterna o
dominada (tomado de la conceptualización gramsciana) según un modelo de
No examinaré aquí más que la producción histórica reciente, a grandes ras- análisis que privilegiaba el estudio de las expresiones culturales de las rela-
gos, de los últimos veinte años. Una decisión semejante es parcial, y proba- ciones de fuerzas sociales. En este caso, la formulación del problema, a mi
blemente injusta. Mucho antes de los años sesenta, existieron grandes libros juicio, remite no sólo a una tradición marxista particular sino también a una
e investigaciones de primer nivel que reflexionaron sobre la cultura popular: historia cultural totalmente original. La historiografía inglesa propondría un
para no señalar más que algunos trabajos franceses, pensemos en los Rois caso particular diferente, en la medida en que, en mi opinión, reflexionó mu-
Thaumaturges de Marc Bloch, en La Grande Peur de Georges Lefebvre, en cho sobre dos conjuntos culturales que, con el mismo nombre, fueron objeto
la obra de A. Van Gennep o en La Tarasque de L. Dumont. No obstante, de tratamientos muy diferentes: por un lado, una cultura popular antigua,
esas empresas fueron aisladas, ya sea en el interior de la disciplina histórica esencialmente rural, profundamente erradicada en los siglos xvr y xvn, y que
(con seguridad es el caso de los libros de Bloch y de Lefebvre; aislados, de fue encarada en una perspectiva bastante cercana a la actitud historiográfica
hecho lo son hasta en el interior de las obras respectivas de sus autores), o francesa; por el otro, una cultura popular urbana, obrera, más reciente y muy
porque surgen de disciplinas que durante mucho tiempo permanecieron mar- viva, que se puede aprehender más naturalmente en su doble dimensión crea-
ginales y mal reconocidas en nuestro sistema universitario (el folclore, que dora y política.5 Por eso, lo que se ordena bajo una idéntica bandera no es la
todavía no se había rebautizado etnología de Francia). Sin embargo, lo que a
mi juicio cambió con los años sesenta es a la vez la estatura, la conformación
4. Es evidente que estoy simplificando mucho un proceso que, de hecho, fue puesto en ejecución
según modalidades muy diversas y complejas. Intenté dar un análisis más específico de esto en "Les
2. Algunos jalones en la historia de ese escepticismo que C. Ginzburg, op. cit., caricaturizó un formes de l'expertise: les intellectuels et la 'culture populaire' en France, 1650-1800'', en M. Kam-
poco en su prefacio: M. de Certeau, D. Julia, J. Revel: "La beauté du mort. Le concept de culture men y S. L. Kaplan [comp.], Popular Culture in Early Modern Europe, Berlín-Nueva York, Mou-
populaire", Politique aujourd'hui, 12, 1970, págs. 3-23; J. Cl. Schmitt: "Religion populaire et cultu- ton, 1984, págs. 255-274.
re folklorique", Annales ESC, 3, 1976, págs. 941-953; R. Chartier: "La culture populaire en ques- 5. Sobre la cultura popular inglesa "tradicional", el libro clásico de Keith Thomas, Religion and
tion", H. Histoire, 1981, págs. 85-96. the Decline of Magic (Londres. Weidenfeld & Nicolson, 1971 ), tuvo un papel fundador y conserva un
3. P. Bourdieu: La distinction. Critique sociale du jugement, París, Minuit, 1979. valor emblemático. Sobre la cultura popular reciente, véase por ejemplo la revista History Workshop.
1 1\ 1 '11 1111! :\ 1'111'111 ¡\(l 'l.'\(),') y :\lll l.';11:, 10~

lllisma realidad. La hisloriogralú1 cspa11ola, prnhahll·11w11l1'. 1111-. pi11p1111<h 1a


l'i lll'11qH1 11111y la1¡•11 tic la 1·ivili:r.acili11 tradicional, de la cultura sedimentada:
un _caso tod.av'.a diferente, del que ciertamente dcberL~llHl~ 1·1111v1·1.-.; 11 aq111. Jo:s-
te mventano mcompleto y somero sólo apunta a scf1alar que, al hablar de 1·sa 11111y lar)'.a l·:tlad Media en la que Jacques Le Goff de buena gana vería
cult~ra pop~lar, no se puede dejar de tener en cuenta estas dikrentes pers-
1111a rl'laL·i1i11 e11tn.: los siglos v y VI con las supervivencias rurales del XIX. Es-
pectivas nac10nales, por la misma razón que no se pueden desdeñar Jos mati- ta representación, ampliamente compartida, plantea algunos problemas, co-
ces introducidos por cada abordaje disciplinario particular. Si no especifica- lllO veremos.
m~s las co~rdenadas, no está garantizado que hablemos siempre del mismo
objeto, y, sm duda, este descuido no es ajeno a los desvíos y atolladeros del A partir de estas tres caracterizaciones mayores, tratamos de construir por
debate que nos ocupa. Precisamente es esta localización la que quería inten- aproximación -y en términos que en ocasiones varían considerablemente- un
tar, a propósito de la producción francesa. modelo de interpretación que es un modelo dinámico. Simplificando en exceso se
lo puede resumir de este modo: en Francia la historia de la cultura popular sería
Tomados en bloque, estos estudios caracterizan en mi opinión la cultura po- la de una larga y progresiva marginalización que en ocasiones desembocó en una
pular según tres rasgos fundamentales: completa erradicación. Las modalidades de este proceso pudieron ser bastante
diferentes; asumir la forma de una represión, de una limitación o de una asimila-
En primer lugar, afirman la existencia histórica de una cultura diferente, de ción, según los casos, pero parece haber acuerdo acerca del sentido y el resultado
prácticas múltiples, cuya propiedad asignan al "pueblo", que es su común global de esta empresa multiforme. Encontramos aquí una confirmación de la re-
denominador. Se habla así de "religión popular", de "esparcimientos popula- presentación de tipo geológico que evoqué más arriba: el aspecto antiguo de la
res", de "lectura popular", de "rituales populares", etc. Observemos que en cultura popular habría sido erosionado, reacondicionado, truncado y al final muy
cada una de estas expresiones, la flexión "popular" viene a caracterizar un ampliamente sedimentado por formaciones culturales que terminaron por volver
objeto que en general ya está constituido. Observemos también, de pasada, a cubrir el relieve primitivo. Es el esquema de autores tan disímiles como R. Mu-
que en los casos citados la cultura popular parece identificarse preferente- chembled o P. Burke. 6 Se puede encontrar una versión más elaborada, y enrique-
mente con prácticas más que con obras; con comportamientos colectivos y cida con un juego de metáforas inéditas, en C. Ginzburg, quien recientemente
no individuales. propuso un modelo "eruptivo": el fondo popular no es ya un simple basamento
~s,tos trabajos tienen en común el hecho de aceptar como evidente una oposi-
inerte sino un magma reprimido cuya presencia secreta se presiente al leerlo, bajo
~10~ en_tre c~ltura popular y cultura erudita, que se organiza según un modelo
enormes áreas geográficas. Acaece una fractura en las capas más jóvenes y esa
Jerarqmco simple. Cultura erudita, cultura letrada, cultura de elites cultura le- lava que uno creía inerte asciende violentamente a la superficie: en su opinión, es
gítima: se dudó mucho y se seguirá dudando sobre la fórmula que,debe adap- lo que ocurre en ocasión de las fallas profundas que fisuraron en la base de la Eu-
t~rse, que por lo de~ás no es inocente. Sobre todo, son los dos pares antagó-
ropa del siglo xvr las convulsiones de la Reforma y las tensiones sociales y cul-
mcos popular/erudito y popular/elite los que han sido privilegiados hasta turales que las acompañaron. 7 Sin embargo, quiero destacar que esas representa-
ahora: confirma a mi juicio la importancia de un recorte que remite conjunta- ciones, ya sean elementales o altamente sofisticadas, tienen en común el hecho de
admitir que existió "algo" de la cultura popular, y que esta existencia fue más o
mente a una calificación profesional (prácticas anárquicas/prácticas autoriza-
das) Y social (pueblo/elite) de la cultura, que, sin decirlo, repite escisiones menos antiguamente, más o menos brutalmente, negada.
constantemente puestas en obra en la historia cultural de Francia. También Mi intención no es refutar esas caracterizaciones aparentemente aceptadas
vale la pena recalcar que, en la literatura que nos interesa, esos términos anta- por la mayoría, ni cuestionar el modelo de descripción e interpretación que aca-
gónicos siempre son considerados también como solidarios: como si la reali- bo de describir, sino más bien meditar acerca del objeto histórico que es su pro-
dad c~ltural _se i~entificara necesariamente con la tensión que los separa. ducto. Me propongo reflexionar en un primer momento sobre el origen de esas
Estas mvestlgac10nes, finalmente, comparten una misma convicción: la cul- categorías de análisis. No porque les niegue todo valor operatorio; en parte, es-
tura popular sólo tendría significación si es captada en la muy larga duración tán constituidas en el mismo curso de la investigación y en el correr de la pes-
de una historia casi inmóvil. Esta inercia constituiría una de sus característi-
cas propias. Las metáforas empleadas por los historiadores son, al respecto,
muy ,r~veladoras: se habla de fondos, de capa, de estrato; estas imágenes 6. R. Muchembled: Culture populaire et culture des élites dans la France modeme (xve-XV//Je
geolog1cas evocan naturalmente un zócalo antiguo, inerte a menos que se lo siecles), París, Fayard, 1978; P. Burke: Popular Culture in Early Modem Europe, Nueva York,
perturbe con movimientos venidos del exterior. Al parecer, estamos aquí en Harper and Row, 1978.
7. C. Ginzburg, op. cit.; y su libro más antiguo, I Benandanti, Turín, Einaudi, 1965.
1011 l 1\ 1 11111111,\1'111'1111\ll 11';11\ y 1\llll',ll'; 111 '
quisa, sino por que no creo que se las pueda c11ia11cipar tf¡· las n111d1c1111H·~; i111l' 1>1· t'.\lt' ;1horda11'. q111· 111i11t n 1·11 p1ol1111didad. 111as alla d1· la 1·t11t1¡'.llllt11 d1•
lectuales y profesionales en las cuales se manifestó y desarrnll1i l'I i11t1·n·s de los ha1wr;1, l'I 1·s111dio dl' la nill111a popular, sc dcsprc11dc11 1111a sc1ic d1· npl"llllll'.'1
historiadores por la cultura popular. '11vo l'll'l'lo L'S sc11sihlc p;11a l'l lrahajo de los historiadores. lk !'.Sil' aho1daw ~u
Para atenerme al caso francés, creo que tres tipos de interrogaciones, pero al ¡·;11011 la imagen de un uivl'I cultural autónomo, inrrnívil o casi. sometido a ¡1111
mismo tiempo tres tipos de sensibilidades, moldearon la noción de cultura popu- tTdi111iL~nlos de análisis que, por naturaleza, no tendrían nada que ver ,·011 aq111·
lar. Voy a encararlas aquí en un orden que sigue un encadenamiento cronológico. llos de que depende la historia de la cultura letrada. La fascinación qul' sobre la,~
La primera, la más antigua, surge de un abordaje que durante mucho tiempo cll'ncias sociales ejerce la antropología cultural desde hace unos veinte ;111! 1~ 11·
fue folclórico antes de ser más rigurosamente definido como un proyecto de et- lordl ese pliegue: entre la mayoría de los historiadores, el estudio de la nilt11111
nografía de Francia. Sin remontarse -y es de lamentar- a las experimentaciones popular sigue siendo espontáneamente no-histórico. La oposición cntrl' rnlt11111
pioneras del siglo xvm ni al folclorismo flamígero del XIX, detengámonos un popular y cultura erudita se refuerza así con una segunda oposición, rn:ís o 1111•
instante en la obra más reciente de A. Van Gennep, cuya importancia todavía nos implícita, entre la inercia y el cambio, entre la repetición y la in11ovacitH1.
hoy es reconocida en la etnografía francesa. Su método es clásico: el de la ob- Vemos claramente qué juicios de valores, ocasionalmente, pueden estar asoma
servación etnográfica asociada a una recolección de hechos que, en el Manuel dos a tales representaciones.
dufolklorefranr.;ais (1937-1946), por ejemplo, pueden ser de origen y antigüe-
dad extraordinariamente diferentes. El proceder, que en ocasiones deja pensati- Un segundo tipo de abordaje también dejó su huella en los trabajos qul' 110.~
vo al historiador, es sin embargo plenamente explicitado y justificado por el au- interesan. Tiene que ver con la sociología cultural de los años cincuenta y rn
tor. Parte de la convicción fuerte y simple de que la materia folclórica es mienzo de los sesenta en Francia. Se trata de una literatura muy abunda ni('. linv
profundamente no histórica y que se identifica con un conjunto de muy larga du- un poco olvidada, y que a grandes rasgos es contemporánea de las cucstirnws
ración, insensible a los accidentes de superficie que pudieron constituir las inva- planteadas por la existencia de lo que entonces se comenzaba a llamar la c11lt111a
siones, la Revolución o la Primera Guerra Mundial. De esto resulta que la cultu- de masas. Estos estudios dependen de géneros muy diferentes. Unos son ohra di·
ra tradicional está menos sometida a un análisis propiamente cultural que a una sociólogos y psicólogos universitarios, como las indagaciones de P. H. ( 'li0111
suerte de física natural y social: "Estas observaciones generales se refieren a la hart de Lauwe sobre la sociedad urbana, o los de R. Kaes sobre la cultura ohn·
Francia considerada como un todo desde los comienzos de la época histórica ra. 10 Otros están relacionados con la actividad de "animadores", situados a 1111
[ ... ]". Los factores de variación pertinentes, para Van Gennep, dependen de la tad de camino entre el trabajo cultural y el trabajo social, y a menudo de or1¡'.1'11
geografía física o humana: densidad de población, naturaleza de los suelos, or- cristiano (la asociación "Pueblo y Cultura'', tan activa en esos años, da 1111a Jl11s
ganización y distribución de los cursos de agua, formas del hábitat, "tendencias !ración bastante buena de esto). Otros más nacieron de la reflexión sobre k110
generales de los sentimientos, propensión a la crítica" se ven puestos así en un menos contemporáneos de "masificación" cultural. 11 Estos trabajos, que a¡•,nqm
mismo plano. La persistencia de una tradición, pues, remite fundamentalmente a un poco abusivamente, pueden ser de naturaleza muy diferente, en su pron·tl1
una ecología: "La conclusión general sería que la tenacidad folclórica se mani- miento o incluso simplemente en la seriedad de la investigación y la refkxirn1.
festaría sobre todo en los países pantanosos y arbolados, de recorridos difíciles Sin embargo, tienen en común ciertos rasgos. Todos nacieron de intcn o¡•a
[ ... ]".s El folclore es intemporal, pero los rasgos y las prácticas están distribui- ciones sobre las transformaciones de la sociedad contemporánea y, en partic11L11.
dos según cierta cantidad de variables que explican sus modulaciones de detalle. sobre la mutación reciente de los modos de vida, uno de cuyos aspectos 1·s 1·1
D1~ hecho, la convicción última que sustenta la empresa de Van Gennep es real- consumo masivo. Cuando hablan de cultura popular (o de cultura de masas. va
mente que existe un sistema general del folclore, en cuyo interior cada hecho re- que las dos fórmulas a menudo son intercambiables), no evocan por lo ta11to la
colectado por el etnógrafo encuentra su lugar, cualquiera que sea su origen o su cultura tradicional, secular, de los folcloristas y etnólogos, sino una cultura 1111t·
fecha. La organización temática del Manuel da fe de ello; así, la actitud metodo- va, nacida con el diario, la radio, la televisión, el impreso de gran difusi1í11, s11
lógica confirma la construcción misma del objeto estudiado. 9 puestos vectores de una gran uniformización. Para estos autores se trata dl' laan·1
1 el balance de esta mutación. Sus conclusiones pueden ser optimistas y dejan v1:,

8. A. Van Gennep: Textes inédits, publicados por N. Belmont, París, 1975, págs. 44-45. Para
una presentación de conjunto de la obra, véase N. Belmont, Arnold Van Gennep, créateur de l'eth-
nographie fram;aise, París, Payot, 1974.
1
~
10. Un ejemplo entre otros: R. Kaes: Les ouvriersfranr;ais et la culture ( 1958-1961 ). l'am;. l •u
lloz, 1962.
9. Recuerdo que Les rites de passages (1909) también se presenta como un estudio "sistemático". '~ 11. Por ejemplo, el número de Temps Modernes dedicado al libro de bolsillo (1964).
1 f\\ '~'l 11 ' , l 1\ I ',V J ',I

lumbrar una futura división de los hienes culturales (vale dtTir. dl' lwcho. l'i ;¡,· 11· a 1111a a1111·11011d11d ). p1·111111<' l'lllllJHl'IHll'I que las taxo110111ías sociales con de-
ceso de la mayoría a los objetos y los valores legítimos de la c11l1111'·a ); pueden 111as1ada l1l'1·1w11t·1a .~1· l1avan co111c11tado con repetir las jerarquías económicas
ser pesimistas y discenir, detrás del proceso de masificación, los riesgos de una 1111 vcl 1· 111dolt· tic los Íll)'.ll'sos) y que la distribución de los hechos culturales ge-
alienación suplementaria: en ambos casos, se ponen de acuerdo para dar una 11cral111t·111c 110 haya .'>t'rvido sino para confirmar la validez de recortes anterior-
imagen muy coherente de la cultura del pueblo, tal como la reconstruyen obser- 111t·111t~ conocidos. 1·1 Una decisión semejante tuvo consecuencias evidentes.
vadores que no le pertenecen. Sin decirlo, aceptaba que no se preocuparan casi por caracterizar la autono-
Jean-Claude Passeron caracterizó muy bien esta actitud: "No es un azar si 111ía más o menos grande y la articulación de los rasgos culturales de las distribu-
tantas investigaciones sociológicas resultan así condenadas por su problemática ciones económicas y sociales (cuya adecuación simple, por lo demás, restaba de-
a no encontrar la especificidad de las actitudes populares sino en la falta o el in- 111ostrar). Si las lecturas de los nobles, los sacerdotes o los burgueses parecían
cumplimiento, 'carencia de motivación', falta de interés o ausencia de aspira- poder ser indexadas a su status, otro tanto ocurría con los grupos más numerosos
ción".12 Las prácticas culturales de la mayoría, en efecto, resultan incesantemen- y anónimos. Además, el procedimiento planteaba como principio implícito que
te referidas -implícitamente- a las normas de la cultura de los instruidos. En los rasgos culturales, independientemente de las prácticas a las que estaban aso-
consecuencia, sólo aparecen por defecto, y como fundamentalmente afectadas ciados, constituían una clase de hechos homogéneos y continuos, que sin mayo-
por una falta. Cuando se las describe como "irracionales", "inconclusas" o "con- res problemas se podían distribuir en el interior de un mismo gran cuadro socio-
dicionadas", sólo se lo hace respecto de las reglas de una cultura que se plantea gráfico. La misma concepción de la gran investigación sobre Livre et Société
a sí misma como racional, sistemática y libre. Por otra parte, se formula en prin- (1965 y 1970) dirigida por F. Furet, ilustra claramente esa elección. Pero no es
cipio el carácter "masivo" de esta cultura nueva, y se cree inferir de esto que evidente: que en esta investigación se haya escogido el repertorio de la Biblioteca
basta con garantizarle un efecto seguro sobre su público: nunca es más que otra azul (vale decir, un objeto extraordinariamente ambiguo en cuanto a su asigna-
manera de plantear de entrada que las prácticas culturales que no fueron trans- ción social) como lectura clasificatoria del pueblo en la sociedad tradicional, por
mitidas ni adquiridas según las reglas legítimas están privadas de autonomía y lo menos, no deja de plantear algunos problemas retrospectivos. En todo caso,
de iniciativa. Podríamos interrogamos sobre la fascinación que ejerce así la me parece seguro que el peso del modelo socioeconómico se hizo sentir con mu-
"cultura del pobre" -la cultura de la gente sin cultura- sobre intelectuales que en cha fuerza en la misma concepción que se bosqueja entonces de la cultura popu-
ocasiones fueron también militantes, así como sobre la extraña ironía que les ha- lar entre los historiadores. Porque es planteada como un "nivel cultural" 15 y des-
ce promover un objeto que inmediatamente se apuran por descalificar. Pero so- de el vamos referida a las formas reconocidas de la cultura (y por lo tanto tratada
bre todo destaquemos que esta generación de estudios, también ella, representó aproximativamente en los mismos términos, sin que haya existido una preocupa-
un papel esencial en el surgimiento de la cultura popular como objeto de interés ción por autonomizarlos) al mismo tiempo que es clasificada en lo más bajo de
para los historiadores, y que, a menudo, se hicieron cargo sin demasiadas vaci- una jerarquía de valores, puesto que viene a llenar los casilleros inferiores del
laciones de los presupuestos que les sugería esta literatura sociológica. 13 cuadro. Por lo tanto, la misma operación plantea que es a la vez del mismo orden
(y por consiguiente sometida a los mismos procedimientos de análisis) y asimis-
En mi opinión, un tercer y último sesgo remite al desarrollo de la historia so- mo diferente (porque no obedece a ninguno de los requisitos que califican las for-
cial y sociocultural misma, por lo menos en su versión francesa. Por razones que mas dominantes). Ese pase de magia muy probablemente permaneció oculto a los
a menudo han sido evocadas, la historia económica sirvió ampliamente de mar- ojos de aquellos mismos que habían sido sus autores, y que, en su mayoría, no te-
co de referencia a la historia social, y más tardíamente a la historia cultural en la nían más que simpatía por la cultura del pueblo. Por supuesto, podía orientarlos
historiografía que reivindica a los Annales. Este predominio (que de hecho remi- hacia descubrimientos -y a veces desilusiones- que con mucha frecuencia repro-
ducen los términos que evocábamos a propósito de los sociólogos.
Por último, el modelo, más allá de una jerarquía, introducía un antagonismo
12. Jean-Claude Passeron, presentación de la traducción francesa de R. Hoggart: La culture du fundamental entre los diferentes niveles de las prácticas culturales. No tengo la
pauvre. Étude sur le style de vie des classes populaires en Angleterre, París, Minuit, 1970, pág. 19.
Todo el desarrollo que sigue se apoya en este notable análisis crítico.
13. Es por ejemplo el caso del libro de R. Mandrou: De la culture populaire aux xvue et xvme 14. Véase R. Chartier: "Intellectual History or Socio-Cultural History: The French Trajectories",
siecles. La Bibliotheque bleue de Troyes, París, 1964. Por su fecha de publicación, por las cuestio- en S. L. Kaplan y D. LaCapra (comp.), The Future of European Intellectual History, Ithaca, Cornell
nes formuladas, por algunas de las respuestas también (véanse los desarrollos sobre el libro de divul- University Press, 1982.
gación como "literatura de evasión"), está muy marcado por la discusión de los años sesenta, en par- 15. Véase el significativo título del importante coloquio realizado en 1966, Niveaux culturels et
ticular sobre la índole y los efectos del libro de bolsillo. grupes sociaux, publicado el año siguiente en París.
1 !\ 1 111 11111 ,'\ 1'111'111 1\1< 11,""U ,-. 1 f\PI ' · ' ' ' l

intención de poner en duda la t:xistcncia de tensiones o ,·011fhl'l11~ q1w ¡1111fi•il•l<- 11111law-.',1 1'1·111 ¡',q111' .~1· 1d1·1111fu·a dc11:1.-; di'! p1H'hlo'! Al ni11ca1 la 1111nú11 de
mcnte representan un papel más esencial en la historia cultural l1:11ur.a q11c en "11•11)'.1011 pop11la1 ... kan< 'la11d1· Sd1111ilt 11u>stn·1 claranll'ntl' la inccsantl' a111hi-
ninguna otra. Pero se han identificado estos conflictos como si111plt·11w11lc aleja- )'.lll'dad q11c han· q1w se ap11111c tanto a los laicos, o a los campesinos, o incluso
dos de las posiciones sociales someramente descriptas. Se necesitó mucho tiem- a 1111 colectivo anúnimo y numeroso cuyos miembros tienen como caractcrísti-
po para desprenderse de la oposición, demasiado rudimentaria, entre cultura ,·a n11111í11. en todo caso, la de no ser clérigos y no mantener relaciones autori-
aristocrática y cultura burguesa, por ejemplo, en el siglo XVIII. Y todavía se tra- 1.adas con la religión. Pero esto es una definición por defecto, por lo demás fu-
taba de grupos bien localizados, y, más importante todavía, de ideas. Tratándose
del pueblo, con mucha frecuencia la causa fue someramente entendida: supersti-
'"ª'" y que disimula mal la heterogeneidad de los actores sociales a los que
s111rneslamcnte subsume. En todo caso ¿en qué se reconoce al pueblo y sus
ciones y rituales, rasgos heterodoxos y restos caídos de un fondo inmemorial, prücticas? ¿En dispositivos psicológicos y culturales particulares? ¿En una re-
curiosidades, gestos y gritos vinieron a componer un paisaje inédito, una cultura lación intrínsecamente no discursiva, inmediata a tales prácticas? De este mo-
bruta (así como se dice un "arte bruto") de la que no se dudaba que tuviera una do, rápidamente entramos en una caracterología social que tiene lejanos antece-
unidad fundamental, que caracterizara un conjunto social también coherente y, dentes históricos: !6 se los alabe o se los denuncie, la espontaneidad, la
sobre todo, que fuera absolutamente distinta. inmediatez, la ingenuidad, la credibilidad de las producciones populares son lu-
Misma, y otra. Misma, no en el sentido en que la cultura popular, con las gares comunes que pertenecen al más viejo repertorio de la cultura legítima y
otras prácticas culturales, haya sido encarada en una perspectiva antropológica que, una vez más, no proponen sino una definición por oposición, término a
(que por lo demás habría exigido que se revisaran las categorías y métodos del término, con ésta, porque la cultura cultivada es desde el vamos planteada co-
análisis cultural tradicional), sino en la medida en que no se dejaba de juzgarla mo discursiva, reflexiva, crítica.
por lo que no era. Otra porque, a todas luces, no se parece a nada de lo que se ¿Es más útil si se trata de reconocer lo popular en objetos que lo caracteri-
conocía y, la mayoría de las veces, decepcionaba las convicciones íntimas de sus zarían propiamente? Volvamos a tomar el ejemplo de la religión popular. Bajo
historiadores. Sólo les quedaba comprobar su esencial inadecuación. O, puesto esa bandera de conveniencia encontramos desordenadamente, con el correr de
que no correspondía a lo que se conocía, a reconocerle los prestigios un poco los estudios de casos, rituales llamados arcaicos, la inevitable brujería, las su-
sulfurosos de una cultura alternativa. persticiones en bruto, las formas locales del culto a los santos, las prácticas de
sanación, en resumen, un mundo de "creencias" que se opone sin muchos pro-
*** blemas a las formas reguladas de la práctica religiosa. Pero ¿cómo no ver que
tal catálogo es problemático? En la mayoría de los casos, no hace más que re-
Una vez hecha esta evocación, que sobre todo apuntaba a subrayar que las tomar por su cuenta las divisiones sugeridas por las fuentes antiguas. Bajo la
palabras, y, detrás de las palabras, las categorías y las representaciones que uti- forma de la evidencia científica, objetiva formas de exclusión cultural que los
lizan los historiadores tienen también una historia y que construyen la realidad historiadores, deberían por el contrario, convertir en el primer objeto de su
que describen, me parece que, de la lectura de esta literatura profusa, es posible estudio.17 A falta de respetar este procedimiento previo, se llega a reconocer
extraer una cierta cantidad de observaciones y proposiciones indicativas. como popular todo lo que los informadores del pasado denunciaron como inco-
rrecto, ilícito o marginal IS en nombre de las exigencias de una religión depura-
l. Mi primera observación es trivial y concierne a la imprecisión misma de da. Pero todos sabemos que esas exigencias variaron considerablemente a lo
la noción de cultura popular. No porque aquí se trate de querer librarse de ella: largo de los siglos.
como generalmente ocurre, su rendimiento historiográfico ha sido -sigue sien-
do- inverso a su capacidad heurística. Además, tiene la ventaja de ser cómoda
y de un uso seguro. Pero tiene el inconveniente mayor de ya no poder designar 16.Véase mi análisis de los siglos xvn y xvm en "Les formes de l'expertise ... ", art. cit., véase
gran cosa, lo cual es un inconveniente. O más exactamente, sugiere una defini- también M. de Certeau, D. Julia, J. Revel: Une politique de la tangue. La Révolutionfrani;aise el /1·.v
patois, París. Gallimard, 1975.
ción esencialmente negativa. Cuando un historiador decide interesarse en la 17. Remito aquí a la muy pertinente crítica que dio H. Geertz del libro clásico de K. Thomas:
cultura popular -o en una de sus manifestaciones- no necesariamente dice algo Religion .... en el Journal of Interdisciplinary History, 1976, págs. 71-89.
sobre lo popular, pero anuncia muy explícitamente aquello de lo que no se ocu- 18. O incluso muy simplemente "popular": recuerdo que J. B. Thiers es uno de los primeros !Jll<'
pará: la cultura "cultivada", la de los dominantes o las autoridades. Una vez utilizaron el término de "tradición popular" para designar las formas de transmisión de la creencia
más, un sistema de oposición ocupa ampliamente el lugar de definición. que no están fundadas en ninguna autoridad aceptable para el teólogo; en él, "popular" se opone as1
a "católico". como lo particular a lo universal: véase J. B. Thiers: Dissertation sur la &tinte 1~1mll'
Porque ¿qué define lo popular en estos estudios? ¿Los actores sociales par- de Vendome, París, 1702.

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Por acu111ulaci<i11 terminaron por produL·ir una colcn·ion l1t·t<·111.-l1t;1 dt· ohw lil1·11w d1· la nil1111a dt· "'"~·ª·" apa11·1·1· aq111 ;1111plia11wnle mal planteado. De una
tos cuyo único rasgo común es haber sido, en un n10Jlle11lo (kl('J llli11;1do. dt·sc;i Jl'la11va 1111illl":ll"io11 de In~ 1111·dios y los 111c11sajcs culturales, con demasiada fre-
Iificados por la autoridad eclesiástica. Nada lo muestra mejor que la rnmposi- ' 111·1w1a y rapido .~L' inliri<i la unil"icaciún de las formas de consumo. El diario,
ción de una suma clásica como el Traité des superstitions de Jean-Baptiste rl p111¡',ra111a de radio o de televisión, el espectáculo deportivo, son productos co-
Thiers (Iª edición: 1679; 2ª edición, considerablemente aumentada, 1702): sobre 11111111·s a 11n público muy amplio. Pero nada en esa verificación autoriza a inferir
la base de criterios estrictamente teológicos, pone en contacto en el interior de q1w son recibidos en todas partes de la misma manera. Muy por el contrario:
un mismo capítulo, hasta de una misma página, prácticas condenadas por los Pa- han· cerca de treinta años que Richard Hoggart mostró cómo los usos del diario
dres de la Iglesia o los primeros concilios, por los sínodos medievales y por los "" la clase obrera inglesa (atención "oblicua", lectura discontinua) ponían en
promotores de la Reforma Católica. Sin duda, estas autoridades remiten unas a ¡111·¡•0 disposiciones específicas del impreso muy diferentes de las formas canó-
otras; y tampoco el procedimiento del compilador se funda en la afirmación de º
11w:1s de la lectura. 2 Reconstruyen, de hecho, un objeto inédito.
una verdad de orden teológico que a su manera de ver permanece invariable. Pe-
ro ése no puede ser el abordaje de un historiador. Es fácil ver la imprudencia 2. Por lo tanto, si mantenemos, por comodidad, la noción de cultura popular,
que implicaría compartir la convicción de que ese material disparatado, produc- 111c parece esencial no cosificarla asignándola a autores u objetos específicos, si-
to de prohibiciones de diversas épocas, es coherente, y luego tratar de recons- 110 que hay que buscar sus huellas en el nivel de prácticas culturales distintivas,
truir sobre esa base una asignación sociocultural razonada. o, más exactamente, en la distancia que constituye esa característica distintiva.
Por el contrario, todo nos recuerda que, la mayoría de las veces, un objeto Si aceptamos esta formulación, conviene, me parece, extraer tres consecuencias:
cultural no tiene una asignación simple sino que puede ser objeto en forma su-
cesiva o simultánea de formas de apropiaciones múltiples, concurrentes, even- Esas prácticas son sociales: en consecuencia, se llevan a cabo en estrategias
tualmente contradictorias. J. Le Goff y J.-Cl. Schmitt, de este modo, mostraron de competencia (o de solidaridad), en el marco de jerarquías de conflictos (o
cómo los exempla no dejan de circular en el interior de la cultura medieval y de de alianzas) que existen entre los diferentes grupos sociales. Pero se definen
ser objeto de usos sociales y culturales diferenciales, donde, en cierto modo, unas con relación a las otras, y definen sus objetos en el interior de un campo
son reformulados. La trayectoria de los cuentos, seguida hace algunos años por propio, el campo cultural, en cuyo interior se constituyen los efectos de jerar-
M. Soriano en un bello libro sobre Perrault, sugiere recorridos igualmente ines- quización, de antagonismo, de competencia, etc. Aquí no hago más que co-
perados. Pero tal vez sea en las páginas que C. Ginzburg consagró a las lectu- piar, de manera muy somera, los análisis de P. Bourdieu. En mi opinión, de-
ras del molinero Menocchio donde se puede encontrar el análisis más fino de berían alertar a los historiadores contra la tentación de indexar demasiado
las modalidades de este trabajo de apropiación. 19 Este semi letrado, amplia- pronto la distribución de las prácticas culturales sobre las jerarquías sociales
mente autodidacta, armó una biblioteca (o lo que de ella conocemos) como y económicas, porque un comportamiento sociocultural se define primero con
pudo y, en todo caso, fuera de toda disciplina cultural. Su uso del libro es sal- relación a los otros tipos de comportamiento con los que se ve confrontado.
vaje: de hecho, consiste en una lectura descontextualizada, que se defiende co- La segunda consecuencia se deduce fácilmente de la primera. Si aceptamos
mo puede. Menocchio desplaza los contenidos de sentido para reordenarlos se- la formulación anterior, al mismo tiempo planteamos la existencia de un
gún la lógica y las exigencias de otra cultura, de la que Ginzburg considera, campo en el cual todos los actores a la vez están relacionados y son autóno-
con razón o sin ella, que manifiesta la persistencia de un muy antiguo fondo mos. Se definen unos respecto de los otros, y deben poder inventar respues-
precristiano. Lo que sin embargo me parece distintivo en las prácticas de lectu- tas que les permitan articular su identidad colectiva. Esto va contra todos los
ra del molinero friulano no es fundamentalmente el resurgimiento de una estra-
tegia cultural más profunda sino, más bien, el hecho de que obedecen a normas
que derogan las instituidas por la cultura legítima. Así, lo popular se construye 20. Hoggart: La culture du pauvre .. ., op. cit; el título original inglés, The Uses of Literacy, es
en un desvío (que puede ser impuesto, reivindicado o simplemente comproba- más explícito que su traducción francesa. Este ejemplo, como el análisis de Ginzburg, plantea por
do) de las reglas del juego. otra parte el problema de la realidad de las prácticas canónicas. El lector instruido del siglo XX (y,
Para las épocas antiguas, estos indicios son raros. Pero a medida que nos probablemente, el del siglo XVI también) puede ocasionalmente reconocerse en las prácticas de lec-
tura salvaje y de desvío de sentido que acaban de ser evocadas. Pero probablemente las perciba co-
acercamos a realidades más contemporáneas, no dejan de multiplicarse. El pro-
mo variaciones respecto de la norma aceptada (ir a lo esencial en lectura cursiva) a la que, implícita-
mente, no deja de referirse. Por lo tanto, la distancia se mediría no tanto en términos de prácticas
reales como entre las representaciones sociales de tales prácticas y de las normas de referencia. So-
19. Ginzburg: Lefromage .. ., op cit. bre este punto, remito a los análisis de P. Bourdieu: La distinction ... , ya citado.
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hühitos de pensamiento que, corno virnos, nos i11vi1a11 a l'1111·.r1h·1a1 l;1, 11l111ra 111· In\ ,•.r¡•ln,\ .\1y\1\,1111111'11<' 1111:1,~11•.11tl1t·;w1011111l1111,•;1'l·a; popular" 1·111d1
popular tradicional y la cultura de masas crn1tcmpor:í11ca co1111, 11·alrdad1·s pa- la, l'adn ap111p1;w11111 p;111w11l:11 11To111po111· 1111a l1·n·u>11 dikn·11l1'.
sivas, condicionadas, solamente definidas por procedimienlos negativos de
represión y manipulación. Formas colectivas, repetitivas, padecidas, resulta- l. 1·:11 111i opi11i<í11, de lo qul' p1rcede podr:í deducirse una tercera ohservaci<í11:
rían desde todo punto de vista contrastantes con la verdadera cultura, aque- , 1111vi1·m· 111a11ip11lar con prudencia la oposición demasiado simple entre popular
lla, consciente y voluntarista, de los autores y las obras. Estas representacio- v n11dito (o popular y letrado). Una vez más, no se trata de poner en duda la
nes enfrentadas y desiguales son producidas únicamente por la cultura n isll'11cia de jerarquías y antagonismos de las que todo da fe, sino más hien de
legítima, que funda sobre ellas su hegemonía y su pretensión de dar cuenta 1m·c1vcrse contra los sesgos que corre el riesgo de introducir un uso no crítico
sola del conjunto del campo cultural. Una posición semejante ya no parece tll' l'SC par antinómico. Ya que la oposición, en primer lugar. es disimétrica por-
aceptable: primero porque en la actualidad sabemos que en el interior mismo <Jlll', en nuestra historia cultural, siempre es el "erudito" el que define lo "popu-
de la alta cultura, el autor y la obra tuvieron una posición variable, y que, en lar". Por otra parte, tiene el inconveniente de presentarse como una división in-
todo caso, no siempre se beneficiaron con la valorización que es la de Occi- tangihle entre dos niveles de realidades culturales. Pero si esa division es
dente desde el Renacimiento; luego porque ya no es posible oponer de mane- rnnstantemente atestiguada en nuestra cultura por lo menos desde la Edad Me-
ra simple creación (activa) y consumo (pasivo) ni identificar la creación con dia cristiana, la línea de demarcación no dejó de desplazarse y fundarse sobre
la representación demiúrgica, que es la de la tradición occidental. Si se con- criterios diferentes, hasta contradictorios. Sobre todo, no me parece posible re-
sidera como creación toda producción de sentido y de formas, cada uso cul- ducir el campo cultural a una obra para dos personajes cuyos rasgos contrarios
tural -individual o colectivo-- puede y debe ser considerado como una crea- l'llfatizarían todas las virtualidades. Esta simplificación abusiva (probablemente
ción (o como la invención de un objeto nuevo y diferente a la vez); en todo ligada a las representaciones que la alta cultura pretende dar de sí misma y de su
caso, la dimensión consciente y voluntarista no puede ser considerada como legitimidad exclusiva) prohíbe tener en cuenta una organización por capas mu-
único criterio en el análisis cultural. 21 cho más fina de lo social y la posición de intermediarios, de mediadores, cuya
Una posición semejante en modo alguno implica que se renuncie a reconocer importancia sólo ahora se comienza a vislumbrar. 23 Por lo demás, es posible
la existencia de distancias culturales, o a medirlas. Pero sugiere procedi- proponer la lectura de las estrategias de desvío que evocábamos más arriba, no
mientos distintos de aquellos privilegiados hasta ahora. Partiendo de una de- como usos alternativos sino por el contrario como formas de compromiso, en la
finición preconstruida de la cultura popular concebida corno antinómica res- articulación de dos conjuntos de prácticas diferentes. Tales compromisos no ex-
pecto de la cultura letrada, la mayoría de las veces los historiadores fueron cluyen ni los antagonismos ni las luchas; pero sugieren que esos antagonismos y
directamente a las formas de oposición más tajantes (escrito/oral, obras/prác- esas luchas fueron más complejos y sutiles que lo que la oposición popular/eru-
ticas, individual/colectivo, religión/superstición), parecería que les sugería la dito habitualmente deja entender. 24
cultura dominante. Si se acepta nuestra revisión, parecería más significativo
estudiar los usos sociales diferenciales de un mismo objeto y tratar de cons- 4. Una última observación podría interesar el modelo cronológico general-
truir el sistema de sus diferencias. Existen ejemplos todavía raros pero nota- mente aceptado para dar cuenta de la historia de la cultura popular en sus rela-
bles de semejante empresa: pensemos en el Rabelais de Bakhtine o incluso ciones con la cultura legítima, y más precisamente, la hipótesis de una inelucta-
en la Naissance du Purgatoire de J. Le Goff; pensemos también en el recien- ble marginación de la primera ante los avances de la segunda. Se desemboca en
te estudio que R. Zapperi consagró al motivo de L'Homme enceint. 22 Al azar una cronología lineal, que tiene el mérito de ser demostrativa en su evidente
de la circulación social de un tema en apariencia muy provocativo, hasta sencillez. Por supuesto, es reforzada por testimonios impresionantes: ¿quién se
contestatario, Zapperi analiza toda una serie de lecturas y manipulaciones atrevería a poner en duda los efectos aculturantes de las dos reformas católica y
que redefinen tanto su interpretación como su uso. El "mito" del hombre protestante, luego de la política de reducción y de igualación culturales puesta
embarazado, que encontramos atestiguado en todas partes en Occidente en- en práctica por el Estado en sus diversas expresiones? Del siglo xv al XIX, por lo

21. Véase R. Chartier: "Intellectual history ... ", art. cit.; y M. de Certeau: L'invention du quoti- 23. Véase el coloquio Les intermédiaires culturels, publicado bajo la dirección de Ph. Joutar<l y
dien, tomo 1, Arts defaíre, París, 1980 (trad. cast.: La invención de lo cotidiano, México, Universi- M. Vovelle, Aix, Publications de l'Université de Provence, 1981.
dad Iberoamericana, 1996). 24. De estas formas de compromiso, los análisis de C. Ginzburg sugieren muchos ejemplos:
22. R. Zapperi: L'uomo incinto. L'uomo, la donna e il potere, Bari, Lerici, 1979 (la traducción véase en particular I Benandanti, ya citado. También prohíben tomar el término en una acepción
francesa ha sido muy cambiada, París, PUF, 1983). abusivamente irónica.
menos, una amplia empresa de non11ali1.acirn1 :11rinL·o110 p10¡•,11·~1v1111w11I<" l'I 111
11 I{ 1V 1S 1>1 1!\ 11 l JS 1R!\ < .1() N :
gar de la cultura popular que, en sus manifestacirnws tradicío11:dt-.~. ya 111 • p:llt'l'l'
subsistir sino en el estado de vestigios demorados y supervivencias lokl<>ricas. 1< >S 1N 11 11<· 1LJ/\1 1S Y 1/\ <J J1 I LJ R/\
A pesar de su fuerza de convicción, este esquema no puede tener una adhe- "P< )l'LJLAR" FN HV\NCIA CI <>S0-1 HOO)
sión sin reservas. Porque, una vez más, plantea que una política de normaliza-
ción basta para reducir distancias culturales. Por lo tanto, la cronología admiti-
da, en cierto modo, no hace sino repetir lo que la cultura dominante dice de sí
misma: considera que la imposición de una norma es por sí misma eficaz en la
medida en que se ejerce sobre actores sociales a los que reforma y porque elimi-
na los objetos supuestamente populares. En mi opinión, una afirmación se-
mejante no es aceptable si nos ubicamos del otro lado, del lado de las prácticas
populares, y si admitimos que tales prácticas no son definidas por la sola socio-
logía de los autores ni por los objetos particulares a los que apuntan. Sobre todo,
una vez más afirma en principio la pasividad de la cultura popular frente a las
empresas de la cultura legítima. Estudios recientes mostraron que hasta los valo-
res y las formas impuestas -por ejemplo, aquellas de la Reforma Católica re-
cientemente estudiada por M. H. Froeschlé-Chopard en el caso de la Proven-
za-25 habían sido objeto de reapropiaciones, reinversiones multiformes: las
prácticas populares, en adelante privadas de sus objetos tradicionales, se adue- Salvo excepciones, no conocemos las culturas subalternas o "populares" dt· la
ñan de ese nuevo material para moldearlo bajo las apariencias de la norma cató- Europa preindustrial por testimonios inmediatos, espontáneos o por lo menos a11
lica, para hacer otra cosa. En el interior de la cultura legítima, reconstituyen un tónomos, de los actores sociales que fueron sus protagonistas. Es banal co11st:1t;11
desvío. Este ejemplo -que muchos otros podrían confirmar, en particular en oca- que: la mayoría de las informaciones de que disponemos para el pasado nos 1'11t·
sión de los contactos culturales en los mundos extraeuropeos-26 sugiere que de- ron proporcionadas por letrados, de orígenes, formaciones y competencias a 11w
trás del modelo global de la represión de las formas culturales tradicionales po- nudo muy diversas, pero que tienen en común el hecho de participar en las lt 11
drían tratar de bosquejarse cronologías más finas y más complejas, que, más allá mas reconocidas, legítimas, de la cultura del Antiguo Régimen. Opto pt 11
de las apariencias de la uniformización, tendrían más en cuenta los incesantes llamarlos aquí "intelectuales", no porque, tratándose de teólogos, hombres culll1~,,
retornos de las prácticas distintivas y de la negociación obstinada de producción médicos, viajeros o administradores, una calificación semejante sea suscqitihlt·
de compromisos. de remitir a una definición social o socioprofesional rigurosa (sin embargo, l'lll llt 1
veremos, el problema de la profesionalización del conocimiento no es indikrc111t·
para nuestro propósito); ni porque haya en la antigua sociedad francesa, n1:is ;illa
de la diversidad de las posiciones y las situaciones, un lugar unificado, colll'n·11
te, claramente identificable, para aquellos cuya actividad social está dcrinida prn
su maestría y saberes. Sin embargo, el hecho de recurrir a tal anacronismo pw·dt'.
en mi opinión, ser justificado por una doble serie de consideraciones.
Cualquiera que sea su origen, los testigos y comentadores eruditos dt· la.'>
realidades populares tienen en común el hech.o de hablar de un conjunto cultmal
que les resulta ajeno; evocan un mundo diferente, respecto del cual lic11dt·11 •t
subrayar la coherencia de su propia cultura. Los textos que nos dejaron, t•11trn1
ces, mezclan obstinadamente dos registros que con frecuencia es muy dilícil di.~
25. M. H. Froeschlé-Chopard: La religion populaire en Provence orientale au xvme siecle, Pa-
tinguir: la observación (en un sentido muy amplio) y el imaginario social t'll r11
rís, Beauchesne, 1980. yo interior ellos mismos se ubican, por lo menos implícitamente. Por otro lado.
26. Pienso, en particular, en los trabajos de N. Wachtel sobre el Perú y de S. Gruzinski sobre el cuando hacen uso de un saber para describir, explicar, clasificar, juzgar las ¡mi1 ·
México colonial. ticas populares, quienes conservaron sus huellas parecen tener en común l'! lw
11 111 \'f ',!JI• 11\ 1111~, 1111\t 'ION

cho dl' rl'krirse rn;is o 111c11os cxpl1.cila111c111l' a ro1111as tk a111011d.11l q11c lt•~· 111 , 1111111 al l 1111dado <'11 t•I •,<'11l 1d11 l'lllllllll y la> 1·011v1·111t'll<'Ias, q111·. p111
visten de una suerte de magistratura social y cultural (ohsc1 vt·111n>., prn lo dl'111:i.~. lll<'llll<it1 .•;rn1 1dt·1111IH'ados. 1·:11 t'tJllSt'l'lll'lll'ia, 11os dt'.,l11a11H1., p111¡.¡
que tales autoridades pueden resultar, llegado el caso. rivales y h;1sla co11lradic di·l l'¡t'Il'i<'io dl' 1111a 111a)',isl1alura calif'it·ada a la put'.~la 1•11 p111rt1n1 d
torias). Así se bosqueja una doble coherencia, que caracteriza de manera solida- ,·11>11 dl' imlok sociocullural.
ria a quienes hablan de la cultura popular y su relación con aquello de lo que ha- ¡\ partir d1· mediados del siglo XVIII lo que se hosq1ll'ja l'S 1111 1111'
blan. A partir de esta verificación, querríamos interrogamos aquí acerca de la vnso: 1l'11ta111L·nle. de manera multif'orme y a veces co111111dil't111111,
producción de cierto tipo de discurso y de saber, y, más precisamente, sobre la 11t· u11 saber coordenado, articulado, organizado sobre las p¡¡kth'll' 11
relación que existe entre la posición de quienes sostienen dicho discurso y la t"o11dicioncs de la observación que lo fundamentan son 1n11g1<'" v111
producción de un objeto particular: lo "popular". t"adas. Algunas formas de saber y de competencia so11 rcd!'l 11111li1"
Esta relación no está dada de una vez y para siempre. Por el contrario, no de- sl'mhocar, al finalizar el siglo, en la invención de una disl'1pl111111·1<
jó de transformarse en el curso de los tres siglos de la modernidad. Quienes in- noma: la antropología. Por lo demás, su porvenir es lolal11w111<• p1l1~
tentaron una historia de las relaciones entre cultura erudita y cultura popular, por tiene tiempo para delimitar su objeto, sus procedimicnlos de t111l11q1
ejemplo, en términos muy diferentes G. Cocchiara o R. Muchembled, 1 general- ;\I caracterizar más en detalle estas tres figuras sucesivas drl ~11
mente propusieron comprender su evolución según un esquema lineal: de fines querríamos mostrar que cada vez proponen de lo popular 110 .'>ola1111
de la Edad Media al nacimiento de la sociedad industrial, no dejaría de profun- daje sino una definición particular.
dizarse la distancia de una a otra, y la cultura popular sería el objeto de una do-
ble estrategia de represión y marginación; los folcloristas del siglo XIX sólo des-
cubren sus atractivos luego de haber sido reducida al estado de curiosidad
***
inofensiva. 2 En esta perspectiva, el racionalismo de la Ilustración, evidentemen- Convengamos en llamar "populares" al conjunto de pnictirns q1
te, no hace sino tomar el relevo del esfuerzo de normalización de las prácticas y tura de la sociedad tradicional, no tienen un status legítimo. l •:sias
las creencias emprendidas, desde el siglo XVI, por las dos Reformas, protestante calificadas (o, más exactamente, descalificadas) a través de una ~.1·1
y católica, pero también por la monarquía absoluta. Sobre una secuencia crono- dades que se oponen, punto por punto, a las de la cultura cstahll'rn 1
lógica más limitada (1650-1800), y circunscribiéndome al análisis de las formas Estas oposiciones cuyos efectos son acumulativos, se ordl'11a11 >.1
del saber, me gustaría mostrar que esta evolución tal vez fue menos lineal, más terios principales, que no se superponen exactamente. El pri11w111.
compleja. y
cho también el más antiguo, es un criterio de verdad que opo1w 1
Voy a proponer el siguiente esquema: antes y después de 1750, fecha muy dadero a uno falso, o incluso un saber a un no-saber; es la pos1nll1
general, pueden identificarse dos modelos de tratamiento de lo popular, dos ti- por ejemplo, que sobre esa división fundamenta la de~ig1~aciti11 dl' 1
pos de actitudes, procederes, discursos, que evolucionan en sentido inverso, to y lo que no lo es. El segundo, más laxo, es un cnteno dl' 1:11·h
construyendo objetos opuestos. Si nos ubicamos en Ja mitad del siglo xvm, los opone prácticas o actitudes coherentes y explicables (desdl' u11 p1
que resuelven sobre las prácticas populares son, en su mayoría, intelectuales cu- moral, intelectual, social, o incluso teológico) con otras que no 111 ~'
ya condición de expertos está asociada al ejercicio de una profesión: teólogos, el resultado de pasiones desordenadas y nefastas. El tercer c1·i1r11<1
sobre todo, pero también, ocasionalmente, médicos, juristas, astrónomos; todos e impreciso todavía, puede ser llamado de "conveniencia": s11llll'
se refieren a criterios que son de autoridad y profesionales a la vez. Sin embar- miento de un código social más o menos explícito funda la d1sl111
go, cuanto más se avanza hacia la primera mitad del siglo xvm, tanto más la que es culturalmente aceptable y lo que no lo es. Entre medi;1dos d1
competencia de quienes hablan de lo popular parece disolverse, des-profesiona- mediados del xvm, esos tres sistemas de oposición son pucslos t'
lizarse, "des-autorizarse": la reemplaza entonces una suerte de consenso social y forma simultánea. Pero el dominante poco a poco se desplaza: l'll 11
evolución en curso sustituye progresivamente el criterio mús ri)',lll<
ro/no verdadero) por el clivaje más aproximativo (lo que en 111rnl11
fica el menos operatorio). Hacia 1750, se preocupan por rern11rn l'I
l. G. Cocchiara, Storia del folklore in Europa, Turín, 1971; R. Muchembled, Culture populaire
et culture des élites dans la France moderne (xve-xvme siecles), París, 1978 [aparece en el libro la civilidad de las prácticas allí donde, un siglo antes, querían estahh•¡
cultura en plural, editado por Nueva Visión, Buenos Aires, 1999]. dad. y como corolario, por supuesto, el objeto del saber se tra11sf111
2. M. de Certeau, D. Julia, J. Revel, "La beauté du mort: le concept de culture populaire", Poli- Así tenemos, en la segunda mitad del siglo xvn, al padn· 1
tique aujourd'hui, diciembre de 1970, págs. 3-23. Thiers, el más famoso de los teólogos franceses autores de tratado"
J,'11 l'I HI \ 1 ,1 ¡q· 1 o'\ 11 ti,11111,r\' ll•l'I

persticiones, que puede ilustrar la primera de estas posiciones. h1c1.1 tk ~.11 Jllo 1111 y 110 11111vt·1..,:d r«·:ula 1t·1110, c:1da Jllov11H·ia, ¡·ada ditilTsis, cada ciudad, cada
pio Traité (publicado en 1679, muy ampliado en 1702 y varia.\ vn't'.\ wt·d1tado pa11oq111:1 tw1w las s11y:1s prnpias") y L'll l)lll'. no cstú garantizada por ninguna au-
en el curso del siglo xvm), consagró una enorme cantidad de lihl'los, disertacio- ti111dad t':11101tiL"<t. l .a "tradiciti11 popular" (y sin duda Thiers es uno de los prime-
nes y memorias a denunciar las falsas creencias, las prácticas vanas, el ejercicio 1us a11ton·s que 11tili1.an esta expresión) es, por definición, no procedente, porque
abusivo de la religión. Este cura de parroquia rigorista, proclive al janse~ismo, y 1dt·11tilica abusivamente creencia y verdad: "La creencia en la Lágrima de Vend6-
relacionado con toda una red de sacerdotes con similar tendencia, desdichado en 111t' 110 es ni una Tradición divina ni una Tradición apostólica, ni una Tradición
sus relaciones con la jerarquía católica, es un hombre de la base, en quien la n'lcsiústica. A lo sumo, no es más que una tradición popular que no merece lle-
preocupación pastoral gobierna el incansable militantismo del teólogo. Cual- var el nombre de Tradición, ya que no tiene a la verdad por fundamento". 6
quiera que fuere el registro en el que se ubica, él mide las conductas que son ob- Entre saber y no-saber, la línea de demarcación no deja de desplazarse en la
jeto de su análisis en relación con las reglas de lo verdadero. El Traité des su- segunda mitad del siglo XVII y la primera del XVIII. A grandes rasgos, el sentido
perstitions está totalmente construido sobre la confrontación entre una referencia de esta evolución es el de una laicización relativa de los criterios que funda-
teológica (tomada, en cuanto a lo esencial, de San Agustín relevado por Santo mentan la división. En el oratoriano padre Lebrun, de la orden del Oratorio,
Tomás, por las autoridades conciliares y sinodales, y que permite distinguir la discípulo de Malebranche, contemporáneo de Thiers, y que en 1702 publica
verdadera religión de la idolatría), y el mundo indefinido de las prácticas con- una Histoire critique des pratiques superstitieuses qui ont séduit les peuples et
cretas. 3 De igual modo, cuando polemiza -entre otros con Mabillon a fines del cmbarrassé les savants los hechos de superstición, como lo indica el título de
siglo XVII y principios del XVIII- respecto de la veracidad de las reliquias de San su libro, pasaron por el doble tamiz de la ciencia y de la fe. Los procedimientos
Fermín de Amiens (1699) o de la Santa Lágrima de Vend6me (1702), este cru- del saber pretenden ser ante todo metódicos y científicos, como lo serán, más
zado contra los falsos cultos lleva a cabo de manera conjunta una doble crítica.4 explícitamente todavía, en la Histoire des oracles de Fontenelle, algunos años
Thiers verifica la regularidad canónica de una tradición: la lágrima de Vend6me más tarde. Pero una vez más, la evolución en curso no es ni sencilla ni lineal.
es una creencia, pero una creencia falsa, porque la tradición que la atestigua "no No se reduce a una laicización inevitable que destinaría a la descalificación,
es ni divina ni apostólica, ni episcopal o eclesiástica, y solo hay esos tres tipos hasta al desclasamiento, a los clérigos-expertos. Y esto por una doble razón.
de tradiciones verdaderas". Por otra parte, critica el legajo de pruebas propues- Primero, porque los propios clérigos adoptan siquiera parcialmente los nuevos
tas por quienes abogan por las reliquias en nombre de un buen uso del conoci- criterios, y de este modo, por lo menos en parte, preservan su pretensión a la
miento: "Todos esos acontecimientos están circunstanciados de tal manera que magistratura cultural. Es la actitud del racionalismo católico. Luego porque, in-
podrían pasar por verdaderos, si no fuera que carecen de pruebas. Pero el histo- cluso cuando es militante; el racionalismo se muestra atento a no invadir dema-
riador que los narra no posee la suficiente autoridad para que se le crea a pie siado el territorio de los teólogos. De la primera actitud, en pleno corazón de la
juntillas. No posee ni estilo ni erudición ni espíritu ni discernimiento. Razona al Ilustración, da fe la empresa de un Dom Calmet. 7 En este dominicano, víctima
revés; cae ciegamente en las fábulas; sólo escribe por interés y por pasión; y no famosa de los sarcasmos de Voltaire y que publica en 1746 una Dissertation
me costará mucho trabajo_ mostrar que, de todos los hechos que expresa, ni uno sur les apparitions des anges, des démons et des esprits et sur les revenants et
sólo existe que no sea incierto o absolutamente falso[ . .. ]".s En este texto, aflora vampires de Hongrie (varias veces reeditado), uno es sensible a la infatigable
ya nuestro segundo criterio, el de la racionalidad de las prácticas (el "discerni- voluntad -en ocasiones un poco torpe- de preservar fe y razón, distinguiendo
miento", el "estilo", o, en sentido inverso, la "fábula"), la referencia a una auto- un sobrenatural "real" (vale decir, razonable) del conjunto de las supersticiones
ridad del saber permanece dominante y funda la condena, ya se trate de una au- populares que son producto de la ignorancia y que él no vacila en exagerar:
toridad escrituraría o histórica. "Observamos que cuanto mayor es la ignorancia en un país, tanto mayor es
Por eso, la calificación de "popular" no remite en Thiers a ningún requeri- también la superstición que allí reína, y que el espíritu de las tinieblas ejerce un
miento de índole social o sociocultural, así como tampoco a ninguna calificación mayor dominio, proporcional al hecho de que los pueblos estén profundamente
intelectual. La creencia popular se opone a la creencia católica en que es particu- sumidos en el error y el desorden". 8 En este análisis ya casi no hay sitio para el

3. R. Chartier, J. Revel, "Le paysan, I'ours et Saint-Augustin", La découverte de la France au


17e siecle, París, CMR, 1980, págs. 259-264. 6. !bid., pág. XXXIX.
4. J.-B. Thiers, Dissertation sur la Sainte Larme de Vendóme. París, 1699; Dissertation sur le 7. B. Kopeczi, "Un scandale des Lumieres: les Vampires", en R. Trousson, comp., Themes et figu-
lieu ou repose présentement le corps de Saint Firmin le ConfCs, /f/e Evesque d'Amiens, París, 1699. res du siecle des Lumieres: Mélanges offerts a Roland Mortier, Ginebra, Droz, 1980, págs. 123-135.
5. Dissertation sur la Sainte Larme, Amsterdam, 1751, pág. 125. 8. Dom Calmet, Dissertation sur les apparitions, pág. 178.
J í'' ' / l 11 ',1 I\ 1 ·.V 1 1
11 llH'l';J1J·l1\llllSlll1\('JllN J.l \

dl·1111111io que ohscsio11aha a Thicrs. l'no, a la í11vnsa, aq111 1t·1w11111~. la.'. p111<lc11 •,¡·1·d11ic.~ d« 1111 salw1 01w1alllllll, por l'.~tar aulorí1.ado. l'or lo demüs, participan
cias de la razón.' 1 Recientemente se ha recordado que hasla l'll t'.~t· hasl11111 del d1· 11·d1·s 1111who 111as difus;1s y divnsas que las solidaridades que, por ejemplo,
militantismo esclarecido que es la Enciclopedia, los artículos qul' 11 ala11 de las 11111;111 a los tcol<>¡'.os corresponsales del padre Thiers. Estos espíritus fuertes no
diversas formas de la superstición observan una sabia discreción (Uoulemot, ~.,. tl'duta11 11i se reconocen sobre la base de una competencia normativa; no pre-
1980). Redactados en su mayoría por el caballero de Jaucourt, se refieren con trndcn poseer una verdad, sino que sólo quieren tener en común un uso libre Y
entusiasmo a los teólogos más tradicionales (a Thiers en particular) e invocan ~;al11dahle de la razón crítica.
con más entusiasmo todavía el uso de la razón común que las exigencias del ra- Pero ese buen uso de la razón no es para nada la cosa más compartida del
cionalismo laico. A grandes rasgos, se remiten a los teólogos para determinar 111u11do. Sin duda, las sendas de la razón, por definición, son accesibles a todos,
los límites que no podrían ser franqueados por el ejercicio de la razón. La mis- pero su uso sigue siendo un privilegio desigualmente distribuido. Es el sign_o de
ma definición de la superstición parece indicar la senda de una suerte de divi- reconocimiento de una elite inédita que quiere erigirse como una nueva ansto-
sión de tareas: "Culto de la religión, falso, mal dirigido, lleno de vanos terrores, cracia. En el mismo momento en que se elabora la razón de Estado, espera de la
contrario a la razón y a las sanas ideas que se debe tener del Ser supremo". monarquía absoluta que reconozca y confirme sus talentos y privilegios, Y que
Cuando se encara el sortilegio, las cosas parecen más claras todavía (o sea, más haga del Estado el instrumento de una socialización eficaz de la razón común.
difuminadas): "El sortilegio está incluido en lo que se llama magia; pero tiene /\sí, muy pronto se propone un modelo de las relaciones entre el erudito y el po- ¡'¡i'

por objeto particularmente perjudicar a los hombres ya sea en su persona, o en lítico, modelo que el siglo xvrn sabrá recuperar y amplificar. Una vez más, c~n­ h "
, ... 1. ,

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sus animales, plantas y frutos de la tierra. Sólo a los teólogos corresponde tra- viene no simplificar en exceso. El combate por la razón se lleva a cabo en vanos rl!,
tar una materia tan delicada". Prudencia, sin duda; pero también convicción de frentes simultáneamente durante el siglo XVII y la primera mitad del xvm. Los l.1!11

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que existe una solidaridad de los poseedores de un buen uso de la razón frente urandes debates sobre lo creíble, alrededor de la realidad de los hechos de bruje- 1
1•. 1

a aquellos que no la utilizan o que la utilizan mal. Aquí nos introducimos en ~ía y de posesión en los años 1600-1630, y de la índole y la significación de los
una segunda línea de escisión, identificable, de hecho, mucho antes de la edad
de la Enciclopedia.
cometas en los años 1650-1680, enfrentan a los libertinos y la "ignorancia", pero
también a los clérigos y los laicos, los "científicos" y los aficionados, a los dife-
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Desde la primera mitad del siglo XVII, en efecto, otro tipo de división se bos- rentes cuerpos profesionales entre sí, según estrategias y solidaridades móviles e
quejó entre la cultura de las elites y el fondo de las prácticas populares. Allí ¡¡,'
infinitamente complejas: 12 vemos así que los clérigos, amenazados por la persis- :'I
donde el siglo xvr había conocido formas de interés, por lo demás muy diversas, tencia de las creencias comunes, por la denuncia de los libertinos y por la com-
por las producciones de las culturas subalternas, y en particular por sus expre- petencia de los saberes técnicos (l~s de los médicos o los astrónomos, por ejem-
siones regionales, por las lenguas, por los proverbios asiduamente coleccionados plo) a la vez, se unen por etapas, con una mezcla de reticencia y celo, al campo
y compilados, 10 la edad clásica instaura una distancia fácilmente localizable. Se de la razón positiva.
sigue publicando, pero no en la misma cantidad, recopilaciones de proverbios; El problema es que, en todos los casos, la denuncia del error o de la falsa
sin duda todavía el tesoro de los cuentos populares hace su entrada, ambigua, en creencia en adelante trae aparejada una descalificación social. Aquí lo popular
la alta literatura, con los Cuentos de mi madre la Oca, de Charles Perrault ya no es, como en la figura precedente, el indicio de una no-conformidad episte-
(1697). Pero, ya se trate de permanencias o de hallazgos, esos jalones no indican mológica, es productor de oscuridad y errores. Esto es lo que expresa claramente
la tendencia mayor del siglo. Siguiendo a René Pintard, 11 J. M. Goulemotjusta- el intendente de las fortificaciones, Petit, en una Dissertation sur la nature des
mente insistió en el papel determinante que representó en esta evolución el me- Cometes (1654), por lo demás encargada por la monarquía para dar la lección
dio de los libertinos eruditos. Pero éstos, aunque constituyan un grupo minorita- razonable de un acontecimiento astronómico que perturba a la Europa crédula:
rio y, en suma, marginal, reivindican un tipo de control social y cultural muy "Toda Europa se sintió consternada de miedo, hablo del pueblo ignorante, has-
diferente del que acabamos de encarar. Su pretensión de ejercer un magisterio ta creer en el fin del mundo [ ... ]". 13 Treinta años más tardé, cuando pasa el co-
no está ya fundada en la pertenencia a una profesión que los instituiría como po- meta en 1680, se habla, más explícitamente todavía, de la falsa creencia como

9. Lo que sigue está fundamentado en el estudio de J.-M. Goulemot, "Démons, merveilles et 12. R. Mandrou, Magistrats et sorciers en France au xv11e siecle: Une analyse de psychologie
philosophie a l'áge classique", Annales ESC, 6, 1980, págs. 1223-1250. historique, París, Pion, 1968; M. de Certeau, la Possession de Loudun, París, Julliard, 1971; El. La-
JO. N. z. Davis, Society and Culture in Early Modem France, Stanford, Stanford University brousse, L'entrée de Satume au Lion: L'éclipse du 12 aoüt 1654, La Haya, Mouton, 1974.
l'rl"ss. 1975, cap. 8, "'Proverbial Wisdom and Popular Errors", págs. 227-267. 13. Citado por J.-M. Goulemot, "Démons ... ", art. cit.• págs. 1226-1227. El subrayado me
11. R. Pintard, Le libertinage érudit dans la premiere moitié du xvue siecle, París, 1943.
pertenece.
l.'·I l'I lfl:\'f''I 111' 1A1111.'>I !!Al 'lllN l.' l

de una "enfermedad popular", como de la huella fosilizada dc 1111 all·a1.~11111 so M11w d!' Sl'vi)'.lll', p111 1·¡1·111pl11 1·11 1·1 1111s1110 llHllllt'lllo, los l1111cio11a111i1·11h1s y
cial y cultural de la que es portador el pueblo, por posición, y quc, ;d 111is1110 11'.11.•. d1· la lc11g11a ta111hH·11 .'.1111 11li¡l'l11 dl' 1111 doble trabajo de i11ve11tario y :111alisis
tiempo, constituye el indicio y la justificación de su necesario somcti111ic11to. Las '11·1111lico, por un lado, y dc c11dilicaci1)11 social por el otro. l11slitucio11t·s plihli
prácticas populares, pues, testimonian una edad caduca, no son ya más que el 1 11:, «01110 la Academia francesa, l~cnicos de la gramática y de la 16gica, co111pi

conservatorio de las ideas falsas de la humanidad, de la infancia de los hombres lador!'s de diccionarios fijan las reglas del buen uso de la lengua, que es tan1hit;11
(aquí el tema está consagrado a una fortuna pertinaz). Es lo que dice claramente 1111 uso privilegiado y exclusivo de otros usos (burgueses, populares, regionalt-s,
el Journal des Savants bosquejando una trayectoria impactante, que ve cómo la p1ofrsionalcs, técnicos, etc.) que resultan descalificados. A la civilidad dl' las
astronomía aristotélica se une al infierno de las creencias populares: p1;icticas legítimas se opone en adelante la marginalidad de los usos no regula
dos, que son también los de la mayoría. La norma se ha vuelto clasificatoria.
El filósofo antiguo lo creyó, porque como quería que los cometas fueran subluna- l 'mquc si lo popular evoca una atribución social peyorativa, de hecho no remilt'
res y su naturaleza no más que un montón de exhalaciones de la Tierra, cuando ocu- a 11inguna identidad social específica: sin duda, aquí encontramos las supcrsti·
rrió que dichas exhalaciones se prendieron fuego, lo que sólo podía señalar una gran «iones del campo y el argot de la calle parisina, pero también el fondo venido a
intemperie en la Región Elemental, según esta opinión debía resultar una gran y con- 111enos de la vieja literatura "cultivada" que señala entonces la Biblioteca a1.11l.
siderable revolución. Pero desde que se supo que los Cometas eran cuerpos celestes, las simplezas del Burgués gentilhombre y la "vieja canción", obra de "nuestros
se desengañaron de este error, que no es más que un error popular.14
padres tan groseros", tan apreciada por Alceste en contra del gusto actual. l .o
popular es ahora el mundo negativo de las prácticas no-lícitas, de las conduelas
Así, pues, vemos cómo se opera el insensible deslizamiento de una denuncia
rnriosas o erráticas, de la expresividad incontrolada, una naturaleza frente a 1111a
hecha en nombre de la razón común o del conocimiento científico a formas de
rnltura, precisamente aquella que creerán descubrir en el siglo de la Ilustraci<in
descalificación fundadas en una atribución social desvalorizadora. Abordamos
los inventores de la Francia profunda.
así una tercera línea divisoria.
Comprobamos entonces la existencia y la puesta en práctica simultáneas dl'
11na serie de criterios cuya característica es ser tanto más englobantes cuanto
No hago más que evocar aquí la reorganización del espacio cultural que ca-
más laxos son. Sin embargo, entre 1650 y 1750, son los menos rigurosos, y p01
racteriza a la edad clásica, a grandes rasgos, desde mediados del siglo xvn a me-
tanto los más exclusivos, los que, poco a poco, prevalecen. Por un lado, estos
diados del siglo xvnr, ya que por ser un fenómeno demasiado conocido no es ne-
criterios son manipulados por grupos cuya competencia y saber son tanto 111;b
cesario detenerse demasiado en él. Apoyada en el Estado monárquico y en las
l'strictamente definidas cuanto más explicitados son sus principios de referencia
nuevas instituciones que establece, así como en los emprendimiento de la Igle-
Demonólogos como Bodin, teólogos como Thiers o Lebrun, médicos, astníno
sia postridentina, una normalización cultural multiforme está a la orden del día.
mos, son profesionales de un saber; dominan técnicas particulares y las utili1.a11
En todas partes encontramos sus efectos sensibles: en la codificación de las
en el interior de un campo de aplicación claramente delimitado. Pero su pa¡ll'I
obras y los criterios del gusto, en la reformulación de las reglas de conducta so-
no deja de retroceder entre los siglos xvn y XVIII, mientras que pasa al pri11ll'1
cial y las formas lícitas de sociabilidad, en las prescripciones de una moral co-
plano la afirmación de un código social y cultural de reconocimiento y excl11
lect~va. Toda una gama de modelos elitistas, generalmente urbanos, de compor-
sión. Este código es más eficaz socialmente en tanto no explicita sus reglas de
tamientos y valores son en lo sucesivo propuestos y opuestos a formas populares
funcionamiento; se adorna con los prestigios de la evidencia: en efecto, se da
hipotéticas, la mayoría de las veces campesinas. Las prácticas religiosas son ob-
como una colección de usos comunes, pero cuyo dominio efectivo permam·n·
jeto entonces de un intenso trabajo de depuración y control que, en lo esencial,
reservado a un pequeño número. No es asunto de especialistas, sino que es apro
es garantizado por expertos profesionales, como ya vimos. Pero el mismo éxito
piado por aquellos que, al disponer de su uso, se califican a sí mismos y conlra
d~ sus empresas, la moda de sus obras pronto promovidas al rango de recopila-
los outsiders. Allí donde existía un cuerpo de saber, por arbitrario que fuera, 1·11
c10nes de curiosa y continuamente reeditadas para los aficionados del siglo
adelante se propone un sistema de connivencias.
XVIII, muestran claramente que tanto la discriminación eclesiástica de fundamen-
Estas determinaciones tienen consecuencias evidentes sobre la misma co11s
to teológico como las pretensiones de la razón en lo sucesivo están reforzadas y
titución del objeto enfocado, lo "popular". Como la mayoría de los otros tc6lu
sustituidas en un público más amplio de gente de honor por un ostracismo so-
gos de la superstición, J.-B. Thiers permanece tironeado, en su Traité, entre l'I
cial; se encontrarán cien testimonios de esto en la libre correspondencia de
rigor de una definición meramente normativa (religión contra superstición) y l'I
inventario empírico, indefinido, de las figuras concretas del mal que prete111k
14. !bid., pág. 1227. El subrayado me pertenece. perseguir, de esas prácticas ilícitas que incansablemente hay que identificar,

L
1.·11 11\('l)lll·.'; llH'l·I 11 111\'l'i111· l 1\ 1111.'illli\l'l<IN 1 .' I

describir, clasificar. lndudahlc1m·n1c, es a causa dt' t'sla t'o111111d11, 11111 110 n· .,,. p11·1·1a 1·11 d1T11 "q1w 1111 1111· an1s;11;i11 dl' cn-cr en todo lo que hice imprimir
suelta por lo que el gesto de clasificar, en él, adopta lal illlfHJ1l;111t·1a l·.11 l'i fon- aq111". ¡,, f •:I 10111a :-.11:-. d1sla11nas rl'specto dt.: un conjunto de textos que escoge or-
do, es mucho más importante que el examen de los principios de 1111a clasifica- ¡',:11111:111·11 d ordl'11 rnas 11t·111ro posible, el cronológico, y que entrega a la curio-
ción que no se puede cuestionar (porque es de institución divina y eclesiástica) .1id11d de sus kctort.:s. sin sugerir ni juicio ni regla de lectura. En sus palabras no
.o incluso que la recolección concreta de la información. Muy curiosamente, ca- hay ya sitio para el saber, cuya necesidad, aparentemente, es más sentida cua~­
si no se encuentra en este hombre de campo -cuya correspondencia conservada do uno se ubica en adelante en el orden de la evidencia, virtualmente comparti-
nos lo muestra intercambiando con otros hombres de campo fichas y referen- da, prácticamente discriminante.
cias bibliográficas- la preocupación de verificar sobre el terreno la calidad de
los informadores o la validez de las informaciones; y jamás se encuentra la idea ***
de que las prácticas que enumera podrían tener entre sí una coherencia portado-
ra de significación. Un testimonio póstumo evoca claramente su manera de tra- Hacia mediados del siglo xvm, en el mismo momento en que parece termi-
bajar: nar de disolverse la figura antigua del saber sobre lo popular, parece iniciarse un
movimiento de sentido contrario. Antes del fin del siglo, en el espacio de dos
Cuando se le había metido en la cabeza escribir sobre un tema que escogía ex- generaciones, desembocará en la redefinición de un objeto de observación. (las
traordinario o bizarro, hojeaba entre todos sus libros, de los que tenía una buena can- prácticas populares), en nuevas formas de profesionalización fundadas al ~1~mo
tidad que eran bastante singulares, desplegados por las mesas e iba en su busca a las tiempo en la acumulación de un capital de conocimiento y en la nueva cod1f1ca-
buenas bibliotecas o a casa de sus amigos, para proveer a sus designios, y echaba al
papel sus descubrimientos. 15
ción de la observación.
Frente a los textos que acabamos de evocar, y cuya vocación era distinguir,
Sin lugar a dudas, sería vano asombrarse por la ausencia de preocupaciones prohibiéndolas o descalificándolas, las producciones culturales ilícitas o ilegítimas
"etnográficas" en un autor cuyo proyecto en modo alguno era ése. Indudable- de las formas autorizadas o dominantes de la cultura, otra serie de enunciados pro-
mente, su oficio y su competencia lo ponen en contacto cotidiano con las prácti- pone un cambio de actitud decisivo. Aproximativamente, puede caracte~zá~selos 't
cas populares; pero lo que lo mueve es la defensa y la ilustración de una norma, como "pre-etnográficos", no en la medida en que serían portadores de migajas de
verdadero tema de esta obra inmensa, y cuya eficacia concreta, en opinión del una información de tipo etnográfico (porque también es lo que ocurre con los tra-
clérigo, basta para probar la fecundidad de su actividad clasificatoria. tados de las supersticiones del siglo XVII, con los compendios de curiosidades del
Thiers piensa que existe lo verdadero y lo falso, y reglas para separarlos. Su xvm, y con tantos otros document6s al mismo tiempo, y en ocasiones mucho an-
objeto no es lo popular sino la verdadera fe, que debe conservar e imponer. Si tes que ellos), sino en virtud de la actitud que adoptan frente al objeto _qu~ infor-
nos ubicamos en el otro extremo de la cadena, allí donde el discurso de la exclu- man. Sin lugar a dudas son muy diversos: viajes al interior de las provmcias, do-
sión social se hace más general y menos explícito, cambia de status y de natura- cumentos estadísticos, informes administrativos, monografías descriptivas se
leza. Aparece, en su punto límite, sin autor ni objeto, lo que no significa sin efi- multiplican después de 1750, y son sustituidos por las grandes investigaciones del
cacia social, muy por el contrario. Sin autor: es considerado anónimamente por último tercio del siglo. Sin embargo, estos textos tienen en común ciertas caracte-
rísticas. En grados variables, manifiestan el descubrimiento y el reconocimiento
una colectividad que se reconoce a través de él, pero independientemente de to-
de un nivel cultural diferente, extraño o ajeno (o, como a menudo se lo dice: curio-
da capacidad técnica de saber; es un discurso que el grupo sostiene sobre sí mis-
mo y no la puesta en práctica o la ilustración de una norma o de una competen- so). Pero esta vez la curiosidad no se basa en una relación de exterioridad; por el
cia. Sin otro objeto que el gesto de calificar o descalificar en función de una contrario, ella posibilita un tipo de interrogación inédita. Porque el reconocimiento
posición social. Allí donde Thiers se extenuaba construyendo taxonomías inde- de una cultura distinta como tal no es posible -y allí es donde se marca la nove-
finidas, allí donde Lebrun buscaba experimentar reglas seguras para separar lo dad- sino porque existe entre "ellos" y "nosotros", entre el observador y el sujeto
verdadero de lo falso, el padre Langlet Dufresnoy, en 1751, propone un Recueil de la observación, una muy fuerte conciencia de identidad que pasa por la afirma-
de dissertations anciennes et nouvelles sur les apparitions, les visions et les son- ción explícita de una unidad fundamental de las formas de vida de los hombres.
ges, que compila (útilmente, por lo demás) "historias extraordinarias" de las que La descripción y la comprensión de las figuras del otro, así, debe ser restituida en
una historia de los orígenes colectivos de la humanidad.

15. Biblioteca municipal, Grenoblc, Ms. 227, Recopilación de cartas de D. Bonaventure d' Ar-
gonne, folios 28-29. 16. N. Lengle! Dufresnoy, Recueil, advertencia; Goulemo!, "Démons ... ", art. cit., pág. 1234.
l.'l"I J /\\ l}I ll':i I< I' \ I' I

Por supuesto. se piensa en los gra11dt's lcoricos dl'I .~iJ',lll. <'11 l<1111: ...,,·a11. pnll 11 1\111 .. 111<' ( """' d,· ( ll'lwl111, q1ll' p;11t111 <'11 liw;<·a dt·I t!11,i:1111· tl11lt111,i:t1,i:1·1·1 d"
también en Buffon. 17 Pero, conviene estar atento a todo un c111111ilo d,· tt·111ativas. ¡·,., 1111111· ('JI '>11 1111111,/.- ¡•111111t1/ t11111/1•,\'t' t'I l'tl/1/(11/11' 1/l'I'(' /1· ll/tll/i/1· 11111,/1·1111',

con frecuencia mucho más modestas y rearmadas con retazos diw1sos, lll'chas , 1•1111,/1·11· t!t111.1/'/iistoi11·1111t1111·//1· il1· /11 ¡111m/1· ( II/.'i). l'arlit·1ulo dl'I posl11lado
para reconstituir por secuencias y de a pedazos la genealogía social y cultural de .i,· q11c es pos1hk "1rd11ci1 todas las lc11¡•,11as a 1111a sola, de la q11l' t'llas 110 su11
los hombres; en todos esos esfuerzos por encontrar los basamentos antiguos que 111a'., q11c 111alÍn'.s", quiere ide111il'icar la lengua primitiva dl' la hu111a11idad, y l1w
garantizarán la coherencia de sus producciones y de su historia. Porque cada "cu- ¡•11, hacia adl'la11tc. la de Europa (la céltica, "la lengua ... que sirvi1i de hast· a
riosidad", cada resto, cada migaja encontrada de las prácticas populares es como 111u·slrns orígcrws franceses") y describir la historia de sus progresivas difl'll'll
el indicio de una capa arcaica y el testimonio de un pasado sepultado. El arcaís- , 1al·io1ws. El sentido del proceder científico es claro: exorcizar el "f'anlas111a <'.~
mo cambió de sentido: no es ya la marca de una edad caduca y venida a menos; pa11toso de la multitud de lenguas" -que también es el de la heterogeneidad d1·
se convierte en el vestigio precioso de un encadenamiento cuya comprensión es lo social--- es también tornar históricamente comprensible la lógica de sus dik
necesaria para entender la sociedad actual. La recolección de los hechos es sin 1•·11cias. Casi contemporáneo, el análisis de Legrand d' Aussy en la llistoirl' r/1• /11
duda y por mucho tiempo todavía, la de lo insignificante, pero sólo tiene sentido ri1· <¡11otülienne des Franr;ais depuis l 'origine de la nation jusqucs á 11osj1111 r.1
porque esos hechos están llamados a volverse significantes en el interior de un ( 1782) está inspirado en una preocupación semejante. Cuando el autor, dL· 1111:1
orden que el siglo se propone como tarea encontrar, reconstruir y comprender. 111a11era muy nueva, trata acerca de la diversidad de las prácticas alimentarias <'11
En adelante, lo popular conserva la memoria de las edades pasadas. Debe ser d espacio francés, con una preocupación constante por localizarlas y ICcharlas,
comprendido como un producto social ligado a condiciones de producción par- 1·s porque quiere comprender la multiplicidad en el interior de una perspectiva
ticulares, y no ya como el resultado negativo de una descalificación. Destutt de ¡•enética, pues, como su título lo indica, remite a una historia.
Tracy lo expresa claramente en sus Éléments d'Idéologie, justo al término de es- De un modo más general, toda la obsesión por el celtismo en el siglo xv111
te movimiento (1801-1804): (cuyo estudio todavía no se ha hecho) puede ser comprendida como una llla11i
festación de la voluntad por construir en la historia los fundamentos de una a11
Con frecuencia, los salvajes nos dan motivos para admirar que hombres tan poco tropología. Nada lo atestigua mejor, a comienzos del siglo XIX, que los traha1<1 . .
esclarecidos hagan combinaciones tan finas y que, al hacerlas, sean totalmente inca- de la Academia céltica, y, en particular, la preparación del famoso cuestio11a1111
paces de hacer otras que nos parecen menos difíciles. En las sociedades civilizadas, de Dulaure y Mangourit (1807), estudiado por Mona Ozouf. 19 En la red aprl'la
la clase que tiene las comunicaciones menos extendidas y menos variadas ofrece fe- da de las cincuenta y un preguntas consideradas, los académicos pretenden sl'lla
nómenos análogos. Los campesinos de las campiñas alejadas, de las montañas, son lar de manera tan sistemática como fuera posible lo que sigue siendo localil'.alih'
notables por la rectitud de una pequeña cantidad de combinaciones, la ignorancia ab- de la cultura tradicional de los franceses. Justamente se ha subrayado que. c11 su
soluta de una multitud de otras y su incapacidad para hacer otras nuevas. 18
inicio, la recolección de datos era indefinida; que el cuestionario pcrma11L'l'la
abierto, y que por lo demás definía "no tanto un objeto como un espacio por ha
Texto notable por dos razones: porque, más allá de una oposición simplista
!izar". Pero lo que ocurre es que el espacio social de la cultura es, sin duda, el
entre el salvaje y el civilizado, sugiere relativizar el orden y la jerarquía de las
verdadero objeto de la investigación. La empresa parte de dos postulados q1w
producciones culturales, y además porque no propone pensar una civilización
gobiernan su lógica: quiere fundar culturalmente la unidad de la nación f'rann·sa
contra la otra sino que subraya la importancia de los status sociales en el interior
(que, en el mismo momento, se esfuerzan por construir políticamente), y c11 se
de cada civilización. La identificación del campesino con el salvaje, verdadero
gundo lugar afirma que cada detalle recolectado, cada "supervivencia" observa
lugar común de la Europa esclarecida, a mi manera de ver no introduce aquí un
da debe encontrar su sitio en un sistema cultural coherente que es importante re
juicio de valor peyorativo, sino que más bien remite a una jerarquía de las formas
componer porque es la prueba misma de la unidad buscada.
de la vida social inteligible en el interior de una historia de la que bien se sabe
Vemos claramente en qué la perspectiva se ha invertido, en qué la relaciti11
que, en el siglo XVIII, es objeto de valorizaciones cuando menos contradictorias.
de los intelectuales con lo popular ha cambiado. Lo que parece resistir a la así
Destutt de Tracy no es de ninguna manera un caso aislado. Por el contrario,
milación cultural es en adelante lo que se convierte en el objeto principal 1k i11
concluye un esfuerzo extraordinariamente diverso de búsquedas "genéticas" que
terés y de estudio. El viajero cultivado del siglo XVII, y todavía en la primcr;1 1111
se llevan a cabo desde treinta o cuarenta años antes. Por ejemplo, aquí tenemos

17. M. Duchet, Anthropologie et histoire au siecle des Lumieres, París, 1971. 19. M. Ozouf, "L'invention de l'ethnographie frarn;:aise: le questionnaire del' Acadé111i<' l'l'il1
18. Destutt de Tracy, Éléments d'ldéologie, 1801, París, Éd. du Sycomore, 1970, pág. 295. que", Annales ESC, 2, 1981, págs. 210-230.
r 11\\ '·'' 11'.l l<I' Vl'I

tad del XVIII, ¡,qul; visitaba? ( 'iudadcs, 111011unw111lis tt·sti¡',os d1· 111111 lw.1<11 ia ya 11al yla t1ad1<"111111·11lt111al <"11111111'11111111110 q111~ se resisll' a sus 1·111prcsas. l'no las
1·11sa.~han ca111IJJado. l'm 1111 lado, CSl<Íll lllllcho lllÚS preocupados por la el'icacia
constituida (la "gran historia"); se iniciaba en las obras de arle, desrnhría l.as
prácticas culturales dominantes, aprendía a reconocer las formas de la sociabili- 1·111p1rica de lo que lo t~stahan sus predecesores: para percibirlo, basta con compa-
dad de las elites. Su homólogo de fines del siglo xvrn sigue recorridos muy dife- 1ar la invcsl igación sobre el estado del Reino llevada a cabo en 1697 por el duque
rentes. Fue hacia 1770-1780, según M. Vovelle, cuando las curiosidades de los de lkauvilliers, para la instrucción del delfín, con las investigaciones administra-
visitantes de la Provenza se amplían y comienzan a explorar más sistemática- livas o las topografías médicas de la segunda mitad del siglo XVIII. La eficacia en
mente el interior de su provincia. El interés del viajero ahora lo lleva allí donde la gestiún tiene que estar reforzada por una pedagogía para el consumo popular.
no hay ni monumentos explícitos ni historia localizable ni prácticas inmediata- Supone, además, que ya se ha localizado y explicado aquello que en el pueblo
mente reconocibles: hacia las lejanías, los extremos del mundo, las montañas o ddermina el rechazo obstinado del progreso, y por tanto que, en vez de conside-
las islas (¡que se piense en la moda de la Bretaña, los Pireneos o los Alpes!). Es- rar las conductas como los testigos singulares y erráticos de una inferioridad de
te exotismo del interior es totalmente un retomo a los orígenes y una explora- posición, se busque comprender su coherencia: lo que forma un conjunto y, en el
ción de lo social. En los buenos tiempos de la Ideología, De Gérando dará de es- espíritu de esos "primitivos" de la etnografía, permite asociar en un mismo cua-
to una suerte de justificación teórica perfectamente explícita: "El viajero filósofo dro explicativo determinaciones geográficas (suelos, climas ... ), las formas de la
que navega hacia las extremidades de la tierra atraviesa la secuencia de las eda- implantación humana, de las reglas de sociabilidad, una fisiología particular, ras-
des; viaja en el pasado; cada paso que da es un siglo que franquea. Esas islas gos psicológicos constantes, características cuya interacción, en último análisis,
desconocidas a las que llega son para él la cuna de la sociedad humana".20 debe dar cuenta del retardo de los espíritus y el bloqueo frente a la innovación. El
Vemos también hasta qué punto el proyecto cultural, en profundidad, está cuestionario, redactado en 1790 por el padre Grégoire para preparar las medidas
asociado a un proyecto político. Esto se toma patente en la época de la Revolu- que, en su espíritu, deberán permitir la universalización del francés y la reducción
ción y el Imperio, pero el vínculo es mucho más antiguo en el siglo xvm. Una ,
.~ de las lenguas regionales, es totalmente representativo de esta nueva actitud. A
buena parte de la literatura que descubre las formas de la existencia popular pro-
! esas evoluciones ya señaladas, la Revolución viene a añadir una ruptura más ex-
viene entonces, de hecho, de administradores, médicos, economistas. Sin duda, presamente política. Porque ese pueblo que permanece rezagado de la Ilustración,
tampoco ellos inventan el género de la descripción administrativa atestiguado en de pronto es también el actor proclamado de la Revolución, en adelante a cargo
Francia por lo menos desde el siglo XVII, en otras partes a veces más temprano to- del destino de la nación. Ya no está solamente ubicado en los orígenes de toda
davía. Pero sus textos, que por lo demás son incomparablemente más numerosos humanidad, también es su porvenir. Precisamente en el momento en que sus reti-
que lo que eran hasta entonces, también innovan por su voluntad manifiesta de eencias a integrarse en el nuevo curso plantean más problemas a los políticos, es
intervención social y eficacia práctica. La mayoría de ellos muestran una cuestión objeto de la más fuerte valorización ideológica. De donde proviene la urgencia
central: ¿cómo posibilitar una mejor gestión de la sociedad, cómo franquear las por comprenderlo, porque es a través de esta comprensión por donde necesaria-
sendas de la innovación? Sin embargo, la voluntad de innovación tropieza a me- mente pasa su incorporación al proyecto colectivo. 21
nudo con las resistencias de la tradición: de las quejas repetidas de la literatura fi- Cultural, político, es obvio que aquí resulta muy artificial la distinción entre
siocrática sobre la inercia de las costumbres campesinas a las investigaciones de dos registros de preocupaciones tan íntimamente asociados: las dos motivaciones
Frarn;ois de Neufchateau sobre el espíritu público de las provincias durante el Di- se entrelazan, en ocasiones en el interior de una misma frase. Pero, para terminar,
rectorio, pasando por las inquietudes de Grégoire sobre la penetración de la con- es importante resaltar que a la nueva figura del pueblo que nace de la Ilustración y
vicción revolucionaria en las campiñas en los primeros años de la Revolución y del voluntarismo revolucionario corresponde una vez más un nuevo status del ob-
por los miembros de la Sociedad real de medicina, los gestores de la Ilustración servador y una forma inédita del saber. Sin lugar a dudas, la evolución se inscribe
descubren el obstáculo de los comportamientos y las mentalidades populares. a veces en el interior de formas institucionales tradicionales (la red académica, por
Una vez más, no son los primeros, con seguridad, en identificar la Francia rural ejemplo) o de géneros literarios antiguos (como el viaje.literario); pero no es el ca-
-lugar emblemático que simboliza convenientemente, a sus ojos, la opacidad so- so más frecuente. Las topografías y los diccionarios médicos, las descripciones es-

20. J. M. De Gérando, Considérations sur les diverses méthodes a suivre dans l'exploration 21. M. de Certeau, D. Julia, J. Revel, Une politique de la langue: la Révolutionfranr,;aise et les
des peuples sauvages, París, 1800; reeditado en J. Copans y J. Jamin, Aux origines de /'amhropo- patois. L'enquéte de Grégoire, 1790-1794, París, Gallimard, 1975; M.-N. Bourguet, Déchijjrer la
logiefra111;aise: Les mémoires de la Société des Observateurs de l'homme en l'an VIII, París, Éd. France. La statistique départementale a l'époque napoléonienne, París, Éditions des archives con-
du Sycomore, 1978, pág. 131. temporaines, 1988.
11\' ' . ' ' '1,,1 I'\ 1 \1 1 1

tadísticas, los informes administrativos, sobre todo la i11vl·s1i¡•.al'11111, q1w s1· 11111lli
plica en los treinta últimos años del Antiguo Régimen y 111;ís 1odav1a d111 a111c la 1<)LJC/\U LT:
Revolución, son las formas privilegiadas del nuevo interés por lo popular. Aquí se 11. M<)MLNTO HISTORIOGRÁFICO
reúne una información a menudo mucho más austera que lo que era la discusión
filosófica, pero con la intención explícita de acumular en esas publicaciones los
elementos de un saber positivo sobre el pueblo.
También surgen instituciones nuevas, cuya organización muestra claramente
el proyecto científico que entonces se define. Ya las formas textuales nuevas su-
gerían con mucha frecuencia un borramiento del autor detrás de la presentación
de un saber comunicable y capitalizable: así, cada estadística puede ser conside-
rada como un ladrillo aportado a la investigación colectiva que hará conocer el
espacio francés según reglas descriptivas a grandes rasgos estandarizadas. Ade-
más, a esos emprendimientos, las sociedades de pensamiento revolucionarias
(por ejemplo, la Sociedad de los amigos de la Constitución, que provee tantos co-
rresponsales a Grégoire ), y sobre todo organizaciones especializadas, dan a la vez
una forma de sociabilidad erudita y un proyecto científico claramente declarado.
Ya evocamos la más famosa de todas, la Academia céltica. Más significativa to-
davía es tal vez su predecesora, la Sociedad de los Observadores del Hombre
(1799-1805). 22 Esta última se define a sí misma como un grupo erudito, que ac-
túa en forma colectiva, y que reúne a investigadores provenientes de horizontes Sin duda, es un eufemismo comprobar que El nacimiento de la clínica no
completamente distintos -aquí se encuentran médicos y geógrafos, lingüistas y es ni el más famoso ni, probablemente, el más influyente de los libros de Mi-
naturalistas, historiadores y filósofos, publicistas y viajeros- alrededor de un mis- chel Foucault. A treinta años de distancia, se presenta en la historia de su obra
mo proyecto científico, el "estudio del hombre físico, intelectual y moral". Sus como delimitado por dos libros que brillan de otro modo, la Historia de la lo-
cincuenta miembros comparten sus competencias especializadas para tratar, al c~Jra en la época clásica (1961) y Las palabras y las cosas (1966), que le hi-
mismo tiempo, de elaborar la teoría de su investigación (la ideología que da su cieron sombra. Su publicació_n en 1963 fue relativamente discreta; apareció en
nombre genérico a los miembros de la secta) y de codificar su práctica. una c_olecci~n unive_rsitaria fundada y dirigida por Georges Canguilhem, cuya
Porque alrededor de su objeto, el hombre tan ampliamente definido, los ideó- autondad e mfluencia eran grandes, pero que permanecían intencionalmente li-
logos proponen una reorganización disciplinaria, un control del ejercicio profe- mitadas a la esfera académica. 1 La recepción del libro tampoco fue inolvida-
sional de las observaciones eruditas, y hasta una pedagogía de la investigación. ble: las reseñas fueron escasas y tardías; la más notable de ellas sólo apareció
Uniformar, codificar, profesionalizar, sistematizar el estudio de lo popular, vale en Critique dos años más tarde, en 1965, en la pluma de F. Dagognet, e inclu-
decir, constituir el campo y los criterios de una supervisión: por primera vez, sin so, en gran parte, estaba consagrada a una mirada sobre la Historia de la locu-
duda, las prácticas populares son objeto de un proyecto de tratamiento coherente ra. 2 Si se quiere un indicio suplementario de esta recepción descolorida en el
en el seno de una primera elaboración de las ciencias del hombre, y no son ya voluminoso co~entario semiautorizado_ de la obra de Foucault que nos dieron,
h~ce algunos anos, H. Dreyfus y P. Rabmow, menos de cinco páginas están de-
juzgadas con criterios cuya unidad de medida era tomada de espacios culturales
y sociales ajenos o rivales. Sin embargo, ya se sabe, el proyecto no tiene un por- dicadas a El nacimiento de la clínica, que aquí es presentada como un simple
venir inmediato en Francia. Los Ideólogos pronto serán dispersados y el saber relevo, un texto de transición, el momento en que se bosquejaría Ja inflexión
sobre el pueblo una vez más será fragmentado, en cuanto a lo esencial, entre una
estadística moral, con frecuencia normativa, y el folklorismo romántico que na-
ce en el primer tercio del siglo xrx.
l. ~i~hel Foucault, Naissance de la clinique. Une archéologie du regard médica!, París, PUF
[El ~aczmzento de fo clínica: una arqueología de la mirada médica, Madrid, Siglo XXI, 1989]. "Ga-
llen , h1sto1re et ph!losophie de la biologie et de la médecine, 1963. Las referencias a esta obra serán
22. J. Copans, J. Jamin, op. cit., J. Jamin, "Naissance de l'observation anthropologique: la So- md1cadas entre paréntesis en mi texto.
ciété des Observateurs de l'Homme (1799-1805)", Cahiers internationaux de sociologie, 1980. 2. Fram;ois Dagognet, "Archéologie ou histoire de la médecine", en Critique t. 21 1965 págs
436-447. , , , .
l/\t t.1111·.·1 1<1'\!l'I

estructural isla que, según Jos autorl's, dchia co11d11ci1 a / l/s ¡1t1/1d•11f.1' \' lt1s d1111", d1· lo~; :\1111t1/1'.1: Ja 111sc11p1·irn1 dd l'sludio en la larga duración de una his-
cosas. 3 11111;1 <'111111wa. 1111 abordaje considerado resueltamente pluridisciplinario, una
La modestia del cuadro entonces no es discutible. Puede sorprender. y con l"·1 ·.p1·1·11va ¡',lohal. l Jn cxlracto del comentario de Braudel puede dar entonces el
trasta con la influencia efectiva de la obra, tal vez al margen de la huella m;ís 1111111: "/\qui 110 veo solamente uno de esos estudios de psicología colectiva tan
evidente de Foucault, y por eso de manera no tan fácilmente discernible. Por su- 1.11a111t·111c encarados por el historiador y que, después de Lucien Febvre, desea-
puesto, esta huella paralela la encontramos por el lado de los historiadores de los 111os ardientemente. También reconozco y admiro una aptitud singular para
saberes y las prácticas médicas, pero también, más ampliamente, por el lado de .il111nlar un problema por tres o cuatro sesgos diferentes, en una ambigüedad que
los historiadores de las relaciones entre sociedades y culturas, los historiadores ,·11 ocasiones comete el error de reflejarse en el desarrollo material del libro (hay
de las mentalidades, como entonces se decía. Cuando sugiero reevaluar la im- q1H' estar muy atento para seguir su curso), pero que es la ambigüedad de todo
portancia de El nacimiento de la clínica espero no ceder abusivamente a los re- l<·1uímcno colectivo". 4
querimientos de la subjetividad ni otorgar un lugar indebido a los recuerdos de ( 'on seguridad, hay que estar contentos con el discernimiento que demostra-
lectura de un estudiante que, en 1963, escogía la especialización en historia. Sin 1•111 dos grandes historiadores, junto con otros, de cara al primer gran libro de
embargo, no creo haber sido el único entonces, ni mucho menos, en pensar que h1ucault. Sin embargo, creo que este reconocimiento, y el celo con que resultó
ese libro, si nos seducía -¿por qué disimularlo?-, también nos intrigaba, y en to- arnmpañado, también descansó en toda una serie de ambigüedades, hasta de
do caso nos desorientaba por su manera de hacer y de decir, incluso más allá (y 111alcntendidos o contrasentidos, que iban a gravar en forma duradera la lectura
acaso independientemente) del objeto que se daba, un objeto sin embargo sensi- y l'I uso que los historiadores hicieron de esta obra. Es importante disipar esas
blemente más exótico entonces que lo que puede parecer hoy. Aquí querríamos ;1111higüedades y esos malentendidos.5 Hasta puede pensarse que, en cierto mo-
intentar dar cuenta de una manera menos confusa del lugar de El nacimiento ... do, los mantuvo, habiendo alcanzado el punto de equívoco máximo con ese ex-
en el momento historiográfico que la vio nacer. traño e inasible objeto, La arqueología del saber (1969), del que parece tácita-
111cnte aceptado no hablar en ocasión de este coloquio.
Como se sabe la Historia de la locura había recibido una acogida bastante El caso es que una lectura más atenta de El nacimiento de la clínica tal vez
calurosa por part; de los historiadores. En los Annales, en particular, había teni- hubiera permitido disipar de entrada las zonas de sombra que rodearon ese reco-
do el privilegio de una doble intervención en la pluma de los dos principales res- nocimiento, al precisar mejor sus apuestas, y también al señalar más exactamen-
ponsables de la revista. Robert Mandrou, que entonces era el secretario de re- te sus diferencias. En este sentid9, tenemos el derecho de pensar que la discre-
dacción pero también el continuador directo y el heredero intelectual de Lucien ción que acogió al libro de 1963 pudo ser una ocasión fallida. Porque, respecto
Febvre, le consagraba una larga nota crítica muy elogiosa, a la que Femand de la definición y el proyecto de una historia de las mentalidades, me parece que
Braudel, entonces en la cúspide de su gloria, deseaba añadir un breve comenta- marca una ruptura de hecho, cuando no de intención, ya que no es seguro que en
rio entusiasta. El carácter relativamente excepcional de esta recepción merece esa fecha, Foucault haya tenido una idea específica de lo que ocurría por el lado
que nos detengamos en ella. El reconocimiento de los historiadores, espontáneo, de los historiadores.
en mi opinión se fundaba en un doble conjunto de razones. Por un lado, remitía Recordemos en pocas palabras lo que hace a la originalidad de la historia de
a un parentesco disciplinario descubierto y reivindicado: obra de un filósofo, la las mentalidades, tal y como fue definida e ilustrada, sobre todo por Lucien
Historia de la locura se imponía también como un libro de historia y hasta apa- Febvre, en los años 1920-1940. Reduciendo las cosas a lo esencial, descansa en
recía, más precisamente, como un éxito en el campo todavía experimental de la tres afirmaciones principales: en primer lugar, la convicción de que existe una
historia de las mentalidades. (¿Hace falta recordar, por otra parte, que la obra, coherencia muy fuerte entre todos los aspectos de una cultura, en el interior de
tras varios rechazos, había sido publicada en la colección "Civilisations d'hier et un horizonte sincrónico particular (para caracterizarla, Febvrc fue uno de los pri-
d'aujourd'hui'', dirigida por Philippe Aries, pronto rebautizada "Civilisations et meros que propuso comprenderla en términos de sistema, o, como lo escribe, de
Mentalités", bajo la dirección conjunta de Aries y de Mandrou?) Más allá de es- "estructura"); en segundo lugar, la afirmación de que esta coherencia remite a
ta reivindicación de pertenencia, era la proximidad de una manera de hacer, de
plantear y de tratar los problemas lo que, por otra parte, subrayaban los historia-
4. Robert Mandrou, "Trois clefs pour comprendre la folie a l' agc classiquc", seguido de un co-
mentario de Fernand Braudel, en Annales ESC, 1962, págs. 761-772.
5. De hecho, es preciso esperar la confrontación (ampliamente reescrita por Foucault) recogida
3. Hubert L. Dreyfus y Paul Rabinow, Michel Foucault. Un parcours philosophique, París, Ga-
en Michelle Perro! (comp.), L'impossible prison, París, Seuil, 1980, para que tales ambigüedades
llimard, 1984, págs. 29-34. sean objeto de un esclarecimiento a menudo cruel.

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una red apretada, pero abierta, de inlern:lacio11cs L'lllrc la.-; d1kw11h'.\ np11·:;1rn1t·s n·s 11·111¡•a1111a la~. np1·111·1w1:1:, dl' la cnk1rncdad. Aquí Foucaull insiste cnérgi-
y producciones de una cultura determinada, cualesquiera que f11L·11·11 s11 11al111ale ' :11111·11ll' en 1111 JH1·Lw10 d1·l q11c puede imaginarse que apuntaba a disipar los ma-
za, forma o grado de elaboración (y es evidente que la palabra "cultura" debe ser l1·11t1·1Hlidos que li:1li1:111 perturbado la lectura de su libro anterior: "Querríamos
entendida aquí en su acepción antropológica, aunque el término no aparezca ex- 1111t·11tar aquí un análisis estructural de un significado: el objeto de la experiencia
plícitamente); por último, para comprender esta coherencia y la red de relacio- 111t;dica en una época en que, antes de los grandes descubrimientos del siglo XIX,
nes que la sustenta, Febvre sugería remontarse a los instrumentos que, a su jui- 11uHlil"icó no tanto sus materiales como su forma sistemática. La clínica es a Ja
cio, la hacen posible, y que él llamaba "utillaje mental": detrás de este término, vo. un nuevo recorte del significado y el principio de su articulación en un sig-
una gama muy abierta de categorías, esquemas, disposiciones que dan forma a la 11i ficante donde estamos acostumbrados a reconocer, en una conciencia adorme-
experiencia individual y colectiva de los hombres, en la cual él ubicaba a la vez cida, el lenguaje de una "ciencia positiva" (pág. XIV). La clínica, en su temáti-
el léxico y la sintaxis, los saberes y los afectos, las creencias, los mitos y las téc- ca, no es una idea nueva ni siquiera, a su juicio, una idea fuerte. Sólo se
nicas, etc. 6 Observemos de paso que este programa, muy fechado, no había sido convierte en ella, en el cambio de los siglos xvm y XIX, porque es acompañada
sustancialmente reformulado a comienzos de los años sesenta respecto de los por una redistribución, un nuevo recorte de lo que se dice y se ve: "Considerada
primeros tiempos de la historia de las mentalidades, sin duda porque Lucien en su estructura formal, la clínica aparece como un nuevo perfil, para la expe-
Febvre había quedado como su guardián altivo hasta su muerte, en 1956, pero riencia del médico, de lo perceptible y lo enunciable: nueva distribución de los
más aún porque, en suma, no había tenido muchos seguidores. La explosión del elementos discretos del espacio corporal [ ... ],reorganización de los elementos
género se ubica algunos años más tarde, así como las inevitables adaptaciones que constituyen el fenómeno patológico[ ... ], definición de las series lineales de
que debía implicar. Con seguridad, El nacimiento de la clínica presenta paren- acontecimientos mórbidos [ ... ], articulación de la enfermedad sobre el organis-
tescos con este conjunto de proposiciones. También Foucault privilegia un abor- mo [ ... ].La aparición de la clínica, como hecho histórico, debe ser identificada
daje sincrónico, al proceder a un análisis de tipo estructural. Así como tampoco con el sistema de esas reorganizaciones" (pág. XIV). En consecuencia, realmen-
lo había hecho en la Historia de la locura, no trata de explicar por qué se pasa te se trata de dar cuenta de una figura histórica a través del análisis de las coor-
históricamente de un modelo a otro; lo que le preocupa es el cómo, analizado denadas formales que definen las condiciones particulares de una experiencia.
por la valorización de los rasgos específicos de cada configuración y de aquello Esta opción que entonces se toma explícita compromete, en cierto modo, toda la
que los contrasta. Él opera por diferenciación, no en términos de consecución. obra venidera, porque es la constitución de series discursivas, la localización de
Pero con las convicciones de base de una historia de las mentalidades, las di- regularidades y discontinuidades, la explicitación de reglas de transformaciones
similitudes son más espectaculares todavía. La primera se arraiga en la voluntad que en adelante van a sustentar el proyecto de lo que Foucault llamará una his-
explícita de Foucault de limitar su análisis a la esfera del discurso, o, más preci- toria "efectiva", y cuya formulación más clara, probablemente, sigue siendo la
samente, de las producciones, las organizaciones y los regímenes discursivos. lección inaugural de 1970, L'ordre du discours. A decir verdad, las versiones de
La Historia de la locura, al respecto, proponía una formulación menos clara -en esto no fueron constantes, de la "arqueología" que domina la década de 1960 a
todo caso más difícil de descifrar en su intención- y podía ser comprendida (así los regímenes de veridicción sobre los que se pone más el acento durante la dé-
como efectivamente lo fue por Mandrou y Braudel, como vimos) como la puesta cada siguiente. No es éste el lugar de seguir tales desplazamientos ni de interro-
en juego de una serie de historias entrelazadas cuyo agenciamiento compondría gar su coherencia, que no puede darse por adquirida. El caso es que la opción
una historia global. En El nacimiento de la clínica nuevamente se trata de insti- entonces explicitada de centrar el análisis en lo que llama las "formaciones dis-
tuciones, saberes, modalidades de la intervención sobre el cuerpo; aquí se re- cursivas" marca un giro esencial. El nacimiento de la clínica lo anuncia clara-
construyen las formas sucesivas que conoció la inscripción de la enfermedad en mente, pero los historiadores no tomaron debida nota de esto, necesariamente.
sus espacios (espacio del cuerpo, espacio médico, espacio social); y a la vez se Durante mucho tiempo, ¿no siguieron reprochando a Foucault que evocara asi-
evocan las situaciones relacionales del médico con el enfermo (pero también del los sin locos, hospitales sin enfermos, prisiones sinprisioneros? Esta incompren-
médico con el médico, y con los otros hombres). El conjunto de estos temas no sión puede ayudamos hoy a captar mejor hasta qué punto fue difícil calibrar la
puede ser aprehendido sino a través de la consideración del discurso que enton- medida de la dirección entonces propuesta.
Sobre este primer desvío se injerta un segundo. La noción de mentalidades,
lo hemos evocado, se fundaba en la hipótesis de que existía entre los fenómenos
sociales de índole muy diversa una red de relaciones, que por lo demás podían
6. Roger Chartier, "Histoire intellectuelle et histoire des mentalités. Trajectoires et questions",
en Revue de Synthese, 1983, págs. 277-307; Jacques Revel, "Mentalités", en André Burguiere ser más o menos densas, más o menos articuladas, y cuya naturaleza a menudo
(comp.). Dictionnaire des sciences historiques, París, PUF, 1986. era incierta. Esta convicción, heredada en parte de la sociología durkheimiana,
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también dependía de una suerte de volu11taris1110 1rn·1odol1>J'.i1·0; di" al¡•,1111a 111a1w 1111 prnLt111"1a 1dal1v;is, 1"a1111>1a11 de status. l•'.11tre la arqueología foucallia11a y la
ra, expresaba una apuesta sobre la unidad (y tal vez sobre la existe11cia) de lo so ltrslor ia dasi1·a de las 111e111alidades existe una tercera línea de clivaje, que divide
cia!.7 Pero durante mucho tiempo se prestó una atención relativamente lcja11a a 1; 1 concepci(Íll y la construcción de sus objetos respectivos. Hemos evocado lo
la índole de tales relaciones. A menudo dependían de lo que, en El nacimic'll que tl'nían en común: la decisión de tratar niveles culturales tomados en la sin-
to ... , Foucault llama la analogía, o incluso de un enfoque que él califica de psi- no11ía, identificados a través del sistema de las diferencias que los oponen en
cológico (aunque afirma que en su texto apunta a la historia clásica de las ideas, los niveles que los preceden y en aquellos que los siguen y a los que, por hipó-
contra la cual la historia de las mentalidades se había definido a su vez, en gran tt:sis, son irreductibles. (Observemos de pasada que se trata de un procedimiento
medida). En ocasiones, los historiadores se contentaban con yuxtaponer los ras- que, en formulaciones diversas, pueden encontrarse en varios modelos mayores
gos recogidos en el interior de un modelo englobante, como ocurría, para tomar de análisis cultural de la primera mitad del siglo XX, de Cassirer y su descen-
un ejemplo que fuera significativo en esos años, con el Homme moderne de Ro- dencia multiforme a Koyré y Bachelard). Pero la convergencia se detiene en este
bert Mandrou (1960), ese Leviatán historiador cuyo cuerpo estaba hecho de to- punto. Porque los conjuntos culturales que la historia de las mentalidades cons-
dos los cuerpos, y de todas las cabezas, la cabeza. En Foucault, y singularmente truía espontáneamente -y la mayoría de las veces sin interrogarse demasiado, re-
en el libro de 1963, la modalidad utilizada no es la de las interrelaciones sino la conozcámoslo- eran sistemas plenos y legibles en dos dimensiones, puede de-
de la homología formal que hace aparecer el análisis entre agenciamientos dis- cirse. Como la "civilización" en Jacob Burkhardt, descansaban en el privilegio
cursivos asociados a operaciones de naturaleza diversa, situadas en niveles dife- ·~.
consentido de entrada al observador historiador: privilegio de posición y de vi-
renciados, a los que posibilita. Todavía no se trata entonces de "dispositivos", sión que, desde su lugar inexpugnable, le permitía captar las acciones y las razo-
menos todavía de "máquinas", como ocurrirá unos diez años más tarde, sino de nes de los actores del pasado, como lo hacía el novelista del siglo XIX. Probable-
despejar la coherencia de una "reorganización sintáctica de la enfermedad don- mente encontramos aquí el papel de una doble referencia: la psicología, de la
de los límites de lo visible y de lo invisible siguen un nuevo dibujo" (pág. 197). que sabemos que fue una de las matrices del estudio de las mentalidades; pero
Ella es la que estructura todos los aspectos del momento de la clínica. El mismo también un régimen de escritura de la historia que, durante mucho tiempo, con-
hecho de recurrir a la homología sugiere a Foucault, en la última página de su li- servó un estrecho parentesco con la escritura novelesca. Ambas legitimaron un
bro, un acercamiento, cuya extrañeza él mismo subraya, entre la mutación de la proceder que, por lo menos de manera implícita, planteaba en principio la legi-
experiencia médica y la de "la experiencia lírica que buscó su lenguaje de HOl- bilidad de los comportamientos. El nacimiento de la clínica construye un objeto
derlin a Rilke" (pág. 200). La hipótesis no fue profundizada, y tal vez, después muy diferente, y propone un modo de tratamiento radicalmente distinto de él. Es
de todo, no era más que un impulso retórico. Aunque así fuera, sólo era posible una "arqueología de la mirada médica", como lo anuncia el subtítulo del libro, y
porque Foucault planteaba entonces en principio que la configuración discursiva sistematiza una posición que retomarán las obras siguientes. Es cierto que la
producida por la clínica debía tener efectos homólogos en toda una serie de ex- Historia de la locura puede ser considerada como un prototipo, como una pri-
periencias históricas. De hecho, Las palabras y las cosas fue una tentativa por mera tentativa por experimentar esta actitud; escribir la historia de la locura era
reconocerlas en un abordaje ampliado. ¿Es necesario recordar que, en una con- darse la tarea de remontar más acá de la división entre razón y sinrazón que, se-
cepción semejante, no hay sitio ya para una noción como "utillaje mental", con gún Foucault, había fundado la posibilidad del discurso de la razón sobre la e~­
lo que ella supone de una vez de distanciamiento e instrumentalización? Las clusión y el silencio de la locura. Por lo tanto, había que limpiar la capa superfi-
modalidades y la organización del discurso no son aquí medios entre otros de la cial más reciente para encontrar una configuración más antigua, enteramente
experiencia histórica, ellas definen sus condiciones de posibilidad. Allí donde distinta y sedimentada bajo su propia historia. Pero la división, y por razones
Febvre, en varias oportunidades, había expresado el deseo de que un día se es- evidentes, todavía era expresada en un modo dramatizado en el libro de 1961.
cribiera la historia de las formas de la percepción, Foucault plantea que los regí- Bajo la capa protectora de las palabras y las prácticas sociales, cuando se leía a
menes de visibilidad no dependen de una historia de la sensibilidad, sino que re- Foucault, una voz continuaba murmurando obstinadamente, y en ocasiones se
miten a una articulación original, fechada, entre lo que se ve y lo que se enuncia, hacía oír desde los márgenes a los que históricamente había sido reducida. To-
en el nacimiento de lo que él llama, con una expresión fuerte, un "lenguaje de davía era posible una insurrección, que el autor sugería en términos extraordina-
las cosas". Lo visible y la visibilidad no cambian solamente de intensidad o de riamente subjetivos ("Compañeros patéticos que apenas murmuran[ ... ] desarro-
llen su legítima extrañeza").s Incluso si ahí se "trata[ ... ] del espacio, el lenguaje

7. Jacques Revel, "Historia y ciencias sociales. Los paradigmas de los Annales", en este volu-
men. 8. Esta larga cita concluye el prefacio de Folie et déraison. Histoire de la folie al'áge classique,

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111111 t\111 I 11 Mll~ll Nllllll.'.Jlll<lllldU\11• 11
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y la muerte" (púg. V),/~/ 1utci111i1·1110 ... propo11e, n·sptTlo dt· l's;1 d1a111al11;i¡·1<111 IJlll' nw111;1 c11 lo.~ p1·11• .. 111111·11111" di· l11s l111111lncs 1101:s 1a11lolo que ¡w11~a1011 ~111°
intensa, una suerte de achatamiento tanto del tono corno de l;i.s tcni;ilit·as. No i·si· 1111 ¡wnsado qiw d1·:,dc 1·1p111111'1 111rnm·1110 los s1SIL'1_11al11.a,_ volvw11dolos p111
más ocultamiento, encierro y murmullos (salvo en las últimas págin;is); l'I cun el n·sto dl'l lil'.rllpo j 11 dl'l 11 111 1;1111c11tl' ;iccesibles al lenguaJe y ai>1ertos a la latl';I d1·
po, enfermo o muerto, ya no se presta al registro del pathos, sino que está plan .seguir pensándolos" (pü¡•.. XIV). Cuando define en términos, más explícilos q111
·i.<Í de lo que jamás lo serún luego, los considerandos y las reglas de un proccd ·1
1
teado como el sitio donde se verifica la reorganización conjunta del lenguaje y
la mirada. El espacio del libro está como aseptizado: es el de la serie y el cua- que es muy necesario calificar de "positivo", Fouca~lt p~obablcmenlc 11'.1 lll'llt'
dro. El propósito se estrecha; se trata de poner a prueba un proceder que, si de- en mente las proposiciones y las realizaciones de la h1stona de las mcntal1dad1·~
muestra su eficacia, tendrá vocación de ser generalizado. Frente a esta pacifica- Sin embargo, es evidente que ésta se ubica entonces totalmente del l<~do dd co
ción de conjunto, uno se siente tanto más sensible a la expresión de cierta mentario, sean cuales fueren las distancias que ella misma haya qucndo 111arra1
exasperación que se transparenta en la retórica de hierro de Foucault. Nuestros respecto de otras formas de comentarios. , . .
ojos (los de los contemporáneos, se entiende) están "gastados". El hábito, la re- La discreción que acogió la publicación de El nacimient~ de_la_cl1111rn. s111
petición, pero también la pereza, nos privaron de ver aquello que, de todos mo- duda, puede ser comprendida como un rechazo, por lo menos mstmt'.vo, a to111a1
dos, ha dejado de ser visible, pero cuya existencia ni siquiera tratamos de pre- debida nota de este desvío. A su manera, ella anuncia los malentendidos que SL'
sentir. En cierto modo, esta impaciencia no es coherente con el modelo de ñalarán la recepción de la obra de Foucault entre los historiadores-, El lilm~, L'll
lectura y con la hipótesis histórica propuesta en el libro, puesto que la actitud ar- su voluntad de sistematización, también dejaba abiertos cierta cantidad ~le 111IL'
queológica supone la existencia de una serie de capas discursivas superpuestas rrogantes que, planteados entonces, tal vez habrían permitido que la fasc111ar1o11
unas a otras, que tapan y truncan las configuraciones más antiguas y las vuelven un poco pasiva que luego demostraron se mostrara más crítica (o menos co11IL'lll
ilocalizables. Me parece, sin embargo, que la impaciencia de Foucault remite de plativa). Para terminar, destacaré tres de es.~s interr_ogantes:_ , . ..
hecho a otra cosa: a la denuncia, que como por instinto encuentra el gran estilo l. El primero concierne a la construcc10n del tiempo h1stonco en Fouc.11111.
profético, un uso particular de la palabra que él llama el "comentario". Con frecuencia se considera, y con alguna razón, que El nacimiento ... es la (.ihra
"Comentar es admitir por definición un exceso del significado sobre el signi- que marca en Foucault el giro hacia un proceder decididamente estructura~1sta
ficante, un resto necesariamente no formulado del pensamiento que el lenguaje La afirmación merecería ser un poco matizada, porque el detalle del anal1s1s
dejó en la sombra, residuo que es su propia esencia, llevada fuera de su secreto; muy pronto hace aparecer que se trata de un estructuralis~o imp~~ecto. Todos
pero comentar también supone que ese no-hablado duerme en la palabra, y que, los desplazamientos localizados en el discurso y en la mirad~ medica entre los
por una sobreabundancia propia del significante, es posible, al interrogarlo, ha- siglos xvn y x1x no éonfiguran un sistema, y queda abierto, e~ mterrogantc ~le sa
cer hablar un contenido que no estaba explícitamente significado. [ ... ] Signifi- ber lo que distingue una reorganización de conjunto (la chmca) de las rcor ga111
cante y significado adquieren así una autonomía sustancial que garantiza a cada zaciones parciales que la precedieron. El tiempo foucaltiano ~o es el de una cm
uno de ellos, aisladamente, el tesoro de una significación virtual: en el límite, nologia simple. Las formas sucesivas se yuxtaponen parcialmente, como_ lo
uno podría existir sin el otro y ponerse a hablar por sí mismo: el comentario se atestigua su uso de las obras y de la datación, entre otras cosas. Uno s_e sc11111w
aloja en ese espacio supuesto" (pág. XII). De ahí su modelo, el de la exégesis: tentado de pensar que, de acuerdo con la posición proclamada, es el_ s1stcr~a di'
"El comentario descansa en ese postulado de que la palabra es un acto de 'tra- sus oposiciones, de sus diferencias, lo que permite identificar conflgur~c1011cs
ducción', que tiene el privilegio peligroso de las imágenes de mostrar ocultando, sucesivas del discurso, y con seguridad hay razones para hacerlo. Pero ¿como 110
y que indefinidamente puede ser sustituida a sí misma en la serie abierta de las ver también que, como ya había ocurrido en la Historia de la locur~ Y co1110
reanudaciones discursivas; en resumen, que descansa en una interpretación psi- también ocurrirá luego (por lo menos hasta el primer volumen de la H1storw d1·
cologista del lenguaje que indica el estigma de su origen histórico" (pág. XIII). la sexualidad), esta construcción contrastante del tiempo es ante todo el produr
Esta cadena interminable y, por definición, incierta, es lo que el proceder ar- to de una retórica (y me atrevería a agregar: de una estilística) de la que r:s~il1;·1·
9
queológico quiere romper, al proponer una ciencia de las organizaciones discur- ría útil reconocer más de cerca las implicaciones cognitivas? La "edad clas1ca ..
sivas; al darse como único objeto el estudio de las formas y la localización de que en adelante se acepta como un recorte histo~iográfico ~c~~ado, la "mod~n'..'.
las discontinuidades que las separan, para romper el círculo hermenéutico: "Lo dad" -por ejemplo la de la clínica-, son categonas de opos1c10n cuya cohen;nc1,1

París, Pion, 1961 [Historia de la locura en la época clásica, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 9 Sobre este punto, adhiero totalmente al análisis de Jacques L~ Bru~'."Une ceuvre classiqtll'",
1997]. págs. 17-18, que da cuenta de la "edad clásica" como de una categona esteuca.

l
l·I.'

y pertinencia todavía deben ser a111plia111cnll~ verificadas. Súlo 111c p;lll'l'l'll ad1111 1/\ < < >I\ 11, 1 l H ;/\ R 1) L M LMOR 1A
sibles a beneficio de inventario.
2. El nacimiento de la clínica, según los términos de su autor, es "l'I c11sayo
de un método en el campo tan confuso, tan poco y tan mal estructurado, de la
historia de las ideas" (pág. 197). A mi juicio, plantea preguntas especfficas a los
historiadores de las ciencias, para retomar una distinción disciplinaria que, si11
duda, Foucault habría impugnado. El libro rompe -pero dista mucho de ser el
primero en hacerlo- con una concepción de la historia de las ciencias concebida
como la de un crecimiento (de los conocimientos, de la coherencia, de la efica-
cia). Propone la localización de una serie de discursos que, en términos diferen-
tes e irreductibles entre sí, hablan de realidades que recortan de manera diferente
y que por definición son heterogéneas. Radicalizada al extremo en Foucault, es-
ta decisión desemboca lógicamente en una suerte de culturalismo absoluto, que
cuestiona no sólo la vieja concepción de la historia de las ciencias como la de un
progreso sino también la posibilidad de marcar aquí umbrales, de otro modo dis-
tinto al punto de vista morfológico. Una historia de las ciencias, ¿es todavía po-
sible y siquiera pensable a partir de esas premisas, o debe ser reemplazada por
una historia de las modalidades de la enunciación científica, o incluso, como lo Las residencias reales tienen una melancolía particular, que sin duda radica en
hará Foucault más tarde, por una historia de los regímenes de veridicción? sus dimensiones demasiado imponentes para el pequeño número de sus huéspedes;
3. Este relativismo absoluto, hasta agresivo, es empíricamente temperado y en el silencio que uno se sorprende de encontrar tras tantas fanfarrias; en su lujo i~­
tal vez hasta contradice la demostración. La clínica no es más que un momento, móvil que, por su vetustez, prueba la fugacidad de las dinastías eternas, la eterna rm-
provisional, del discurso sobre la enfermedad. Pero un momento privilegiado: es seria de todo; y esta exhalación de los siglos, entorpecedora y fúnebre como un per-
un giro. Ahora bien, ¿qué es lo que califica a un giro respecto de otras inflexio- fume mortuorio, se hace sentir incluso a los entendimientos ingenuos. Rosanette
1
nes, qué es lo que toma decisiva una configuración (así fuera provisionalmen- bostezaba a más no poder. Regresaron al hotel.
te)? ¿En qué la clínica es más fundamental que la medicina de las firmas, para
quien escoge el rechazo de jerarquizar en una historia de los saberes las configu- l. En la primavera de 1833, Chateaubriand, enviado por la duquesa de Berry
raciones sucesivas que los organizaron? Una vez más, la localización de las arti- para intentar una negociación delicada, se dirige a Praga, para estar con ~arios
culaciones, en mi opinión, plantea cuestiones no resueltas y que, en Foucault, X. El soberano caído encontró un refugio en el Hradschin, donde sobrevive en
mezclan inextricablemente epistemología y retórica. A mi juicio, abordamos ese palacio desierto y sombrío, casi sin muebles, en compañía de su familia Y ~e
aquí un problema todavía más general. Más que en ningún otro, en este libro un pequeño grupo de fieles que lo siguieron al exilio. Sin embar~o, es~ pequeno
consagrado a las condiciones discursivas que posibilitan la visibilidad de las co- círculo es también el simulacro de una corte. Sus formas son mflex1blemente
sas de la enfermedad, queda un punto evidentemente ciego: es aquel desde don- conservadas. Anunciado, esperado, el emisario no tarda en ser recibido por un
de la descripción y el análisis críticos son ellos mismos posibles. ¿En qué espa- monarca que no tiene tantas ocasiones de disfrazar su soledad; pero _siempre s~­
cio de discurso las palabras vienen como por sí mismas a ordenarse y oponerse? gún las reglas: "El Señor de Blacas me dejó en la tercera sala para ir a advertir
A partir de la Historia de la locura, Foucault reivindicaba la ambición de produ- al Rey, con la misma etiqueta que en las Tullerías". Nada cambió, aunque todo
cir un lenguaje neutro, "sin apoyos"; más tarde, soñará con engendrar un texto es diferente. Instintivamente, el memorialista, para presentar a la corte, encuen-
del que podría ausentarse el autor, mejor aún, estar ausente de entrada. Hay una tra el orden inmutable consagrado por innumerables predecesores: el delfín, los
especie de heroísmo en este proyecto de un descentramiento radical, que es con- hijos de Francia, los grandes, los ministros. El ritual ha disminuido, pero todavía
tradicho, ciertamente, por una implacable firma retórica. Pero en el momento en se sostiene. La cena es "escasa y bastante mala". La conversación, miserable;
que anunciaba el fin de la edad del comentario, ¿podía Foucault -y sobre todo,
podemos nosotros, tras él- abstenerse del análisis de una mutación demasiado
1 Gustave Flaubert, L'Éducation sentimentale (1869), en (Euvres completes, París, Conard.
tiempo presentada, y aceptada, en el registro de la evidencia?
1923, pág. 462 [trad. cast.: La educación sentimental, Madrid, Cátedra, 1994].
cor1<1da por largos .-;ik11l·ios, marcada poi el lias110, ¡',ila "n1 1111 1·1111110 t( 1· 111¡•,a 111 ,p; d1'1·ada." dl'I A1111¡',110 Hi·¡',11111·11, l .1H1is Sl'l1ast1c11 ML·t'L'Íl'I' ya ·'L' co111placc c11
d1·:, 11 il1i1 la 1·1 11 11· d1· V1·1~,;illi·."· c.~1;1 v1·1. hic11 viva, Clllllll una curiosidad turística,
res comunes". Como corresponde, la velada se consagra al ¡t1c¡•,o: "llt1minada
1 lu¡oso p;in¡uc de alr;1ccioncs, qrn: los parisinos con todo gusto van a visitar
por dos velas en el rincón de una sala oscura, comenzó una partida 1 k wllisl 1•11 111
los du 111 i11 gos dl' primavera. Allí todo es magnífico, todo es vano. Cierto es que
tre el Rey, el Delfín, el Duque de Blacas y el Cardenal Latil. Yo erad único tes
"la palabra ·corte' ya no infunde respeto entre nosotros, como en los tiempos de
tigo, con el caballerizo O'Hegerty. A través de las ventanas, cuyos postigos 110
l .11is XIV".~ ¡,No se verá en esta demostración desengañada más que la ironía de-
estaban cerrados, el crepúsculo mezclaba su palidez con la de las velas: la Mo-
v;1s1adora de la Ilustración? Pero Mme. Campan, primera doncella de María An-
narquía se apagaba entre esos dos resplandores moribundos. Profundo silencio
fuera del roce de los naipes y de algunos gritos del Rey, que se enojaba". Pcn~
l<lllicla, que vive en Versalles en esos mismos años y que no fue echada a perder
pm la J'ilosofía, no tiene un lenguaje menos desengañado, a pesar de su función
esta corte ética no renunció ni a las pasiones ni a las intrigas. Un triunvirato
y los valores a los que sigue atada. 6 Remontémonos un siglo, precisamente a los
(compuesto por Blacas, el barón de Damas y el cardenal Latil) se ocupa de go-
;111os más brillantes del Rey Sol. Aquí casi no hay lugar para la distancia y la crí-
b~mar al delfín. "El resto de los habitantes del castillo intrigaba contra el triun-
lica. Todo el esfuerzo de la corte es para proclamar la majestad y la gloria perso-
virato; los propios hijos se hallaban a la cabeza de la oposición. No obstante la
oposición tenía diferentes matices", que resulta conveniente conocer e inve~ta­
nales del monarca, convertido en un héroe. Sin embargo, ningún reino produjo
una analítica de la corte tan aguda, tan precisa; de igual modo, ninguno puso tan-
riar. La lisonja, la maledicencia, la ambición alimentan esta "mascarada de cria-
to de manifiesto los engranajes y movimientos de la máquina cortesana. Esa épo-
dos y de ministros que intercambian sus trajes".
ca, que casi no parece dejar sitio a la duda, también es aquella en que Mme. de
Co~? ocurre co n tanta frecuenci.a en las Memorias, la muy larga evocación
La Fayette inicia La Princesa de Cleves (1678) con esta afirmación famosa Y
de la VlSlta a Praga~1 mezcla dos registros que deberían oponerse: el de la emo-
que parece un desafío: "La magnificencia y la galantería jamás se mostraron ~n
ción, de la tristeza que se apodera del visitante ante el pensamiento del rey caí-
Francia con tanto brillo como en los últimos años de Enrique 11". Por lo de mas,
do, "encerrado entre los espacios oscuros" de su palacio prestado; el de la inteli-
no es la única que mira hacia atrás: para buscar los modelos del honor y de las
gencia política, servida por la inimitable crueldad de la mirada. Asociados en la
virtudes cortesanas en la "vieja corte" de Ana de Austria, en la de Luis XIII, y,
pluma de Chateaubriand, hacen comprender que, detrás de la parodia, existe al-
con más frecuencia todavía, en el refinamiento ya olvidado de los últimos Va-
go más Y otra cosa que la parodia. La decadencia lúgubre del último de los Bor-
lois. Todo ocurre como si la corte -la corte real, se entiende- no fuera nunca otra
bones permanece inscripta en formas que son inseparables de la realidad monár-
cosa que la versión decepcionante de un pasado irremediablemente perdido_ En
quica, así fueran irrisorias. El fracaso, la decadencia, el aislamiento gastaron
este primer sentido, ya es uñ lugar de memoria. Siempre está obsesionada por el
hasta la trama ese "tejido de realidades y ficciones" en que se convirtió la corte
recuerdo de modelos cuya perfección ya no es capaz de recuperar.
de Carlos X. Pero en verdad, ¿no vale la fórmula para cualquier corte?
Sin duda, de esta verificación más o menos explícita nace la ambigüedad que
No .evo~amos aq~í una tradición de la crítica anticortesana que, por Jo menos
caracteriza tantos testimonios que nos fueron conservados. Esta literatura profu-
en la hi.stona de Occidente, probablemente sea tan antigua como la realidad que
sa, a menudo repetitiva, oscila entre dos polos, y con frecuencia los une. Por un
denuncia, de~ Ro":an. de Renart a los Caracteres de La Bruyere, y que se expresa
lado, la corte se presenta según el modelo de la evidencia_ Es el caso de los adu-
en una tonahdad md1solublemente moral y política; 3 sino más bien ese otro co-
mentario, tejido a lo largo de los siglos, y que en cada estado de la corte ve la
reali.zación, las más de las veces inestable e imperfecta, de un ideal y de una me-
S. Louis-Sébastien Mercier, Tableau de Paris, Amsterdam, 1782, t. Il, pág. 470, Y más en gene-
~ona. Por supuesto, es el caso de las cortes del siglo XIX que con tanta frecuen-
ral págs. 461-472. El comienzo del capítulo cccXLVl ("La galerie de Vcrsaillcs") da el tono: "El pa-
cia fueron tentadas por una imposible reconstitución histórica. 4 Pero en las últi- risino, el día de Pentecostés, toma la galiote hasta Sevres, y de allí sigue a pie hasta Versalles, para
ver a los príncipes, la procesión de los cordons-bleus, después el parque, la casa de fieras. Le abren
los grandes apartamentos, le cierran los pequeños, que son los más r'.cos y los más curiosos. Se. apre-

. 2. Fran9ois-René de Chateaubriand, Mémoires d'outre-tombe, ed. M. Levaillant, París, FJamma-


tujan al mediodía en la galería, para contemplar al rey que va a misa, y a la rema, Y, a Mo?s1eur 'f
Madame, y a monseñor el conde de Artois; Juego se dicen uno a otro: "¿Viste al rey! - Si, se no.
non, 1964, IV parte, libro IV.
- Es cierto, se rió. - Parecía contento. - ¡Vaya! Motivos no le faltan" (id., pág. 461).
3. Pauline M._ Smith, The Anti-Courtier Trend in Sixteenth Century French Literature, Ginebra, 6. Mémoires de Madame Campan (1822), ed. C. de Angulo, París, Mercure de France, 1988,
Droz, 1966 (con ut1les precedentes medievales), Nicole Ferrier-Caveriviere, L'lmage de Louis XIV
véase pág. 22: "La etiqueta seguía existiendo en la corte [la de Luis XV, donde lkga, en 1768 a los
dans la littérature franr;aise de 1660 a 1715, París, PUF, 1981; id., Le Grand Roi a l'aube des Lu-
dieciséis años], con todas las formalidades que había recibido bajo Luis XIV; lo úmco que falta es!ª
mieres, 1715-1751, París, PUF, 1985.
dignidad; en cuanto a la alegría, ni hablar; no había que ir a Versalles a buscar un lugar de reumon
4. Hof, Kultur und Politik im 19. Jahrhundert, bajo la dirección de Konrad-Ferdinand Werner
donde se hubiera trasladado el espíritu y la gracia de los franceses".
Bonn, Ri:ihrscheid, 1985. '
1 \e 111111 I l IC ót\11 1•I· Ml·~fC>lll:\ f .fl
Iones la totalidad de cuyos argllllll'lltos n·1111c Volta11l' <'11 l.1 i<'< 1111 a, auun 1u 1
que ofrece, en 1751, de Le Siá'/c de Lo11is XIV, Jll'n> t:1111h 1c 11 el dt• ll'xlos de 1w11d1·11 a 1101111:1'11aL l'c'tll L111il11t·11 .~l' percibe otra cosa: la descripción de una
los ~ue me~os se esperaría que se hagan cargo de esta vulga1:1. l'or ejemplo la .. rn·wdad cuyos 11sn•; y ,,.,.Ja~;.'•"'' tolalmentc diferentes de las convenciones que
Enciclopedza, donde, bajo la pluma de Diderot, encontramos: 11¡•t'll al resto dt· los lio111l11rs.
¡, 1\vide11cia? ¡,Extralll'1.a? No hay que escoger entre los dos registros, y los
Corte, historia moderna y antigua, es siempre el lugar habitado por un soberano; ll'sli111011ios más valiosos sobre la corte son precisamente aquellos que juegan
está c?m.puesta por los príncipes, las princesas, los ministros, los grandes y los oficia- ~obre ese doble y contradictorio privilegio de la mirada, el del insider y el del
les pnnc1pales. En consecuencia, no es sorprendente que sea el centro de la urbanidad outsider, intentando desde el interior la descripción e interpretación de una so-
de una nació~. Aquí la cortesía subsiste por la igualdad donde la grandeza extrema de ciedad etnológica. Saint-Simon (que tanto fascinó a Proust en este punto) sigue
uno ~olo sostiene~ :odas aquellos que lo circundan, y el gusto es refinado por un uso ~;icndo el mejor ejemplo hasta en sus excesos y en sus prejuicios.
contmuo de las futilidades de la fortuna. Entre tales futilidades necesariamente se en-
cuentran producciones artificiales de la perfección más rebuscada. El conocimiento
2. Pero la corte también es el centro de un Estado. En ella se asocian una for-
de esta_ perfe<~c~ó~ se derrama sobre muchos otros objetos más importantes; pasa al
lenguaje, los JUic1os, los sentimientos, la compostura, los modales, el tono, la broma,
ma particular de organización social y una modalidad del ejercicio del poder.
las ocurrencias, la galantería, los adornos, hasta las mismas costumbres. 7 También en este sentido funda una memoria duradera en la historia de Francia.
De todo ejecutivo fuerte, de toda autoridad centralizada se presiente que deben
Así, pues, la corte es el centro y el modelo de la sociedad absolutista. Pero ir de la mano de un renacimiento del fenómeno cortesano hasta en el seno de
aquí tenemos una segunda versión, muy diferente, donde aparece como un mun- nuestras sociedades democráticas. La cultura política de la V República propo-
do opaco, indescifrable, misterioso y peligroso. Mme. de Sévigné, que no forma ne el mejor ejemplo de esto. 9 Desde el origen, el régimen es afectado por una
parte de él pero lo visita, y que siempre es bien recibida, a menudo habla de él coloración monárquica que, sin duda, debe mucho a las concepciones y la prác-
con distancia, como de "ese país", del que se mantiene bien informada, pero del tica de su fundador, pero que no desapareció tras él. Aquí, el papel institucional
cual es "tan mal instruida". "Es un país que no es para mí", concluye lapidaria- del presidente está subrayado por un aparato simbólico cuya amplitud y peso
men~e en 1680. Sobre este tema encontramos cien variaciones en autores que en probablemente no tiene equivalentes en los sistemas políticos comparables; pe-
ocas10nes están muy bien instalados en la corte y que no siempre tienen los vín- ro muy tempranamente resultó inseparable, por otra parte, de una red de lazos
culos parisinos de la marquesa: es un "extraño país", "un país desconocido" personales de fidelidad, de relaciones de competencia y de exclusiones que rápi-
"incomprensible" en el abate de Bellegarde, una "nación extranjera" para Saint~ damente evocaron las rel~ciones de un rey y su corte. No es un azar si Le Ca-
8
Réal. Sin duda, hay cierta afectación en tomar de este modo sus distancias con nard enchaíné, instintivamente, encontró en Saint-Simon la escena literaria so-
un medio cortesano cuya institucionalización acelerada y hasta su mismo éxito bre la cual plantar el foIIetín político y moral de la república de De Gaulle: corte
imperiosa y digna de Luis XIV bajo el General, degradada en regencia burguesa
o monarquía tipo Luis Felipe bajo Pompidou y más tarde en espectáculo fútil
bajo Giscard d'Estaing. Y es bien sabido que la llegada al poder de un presiden-
.. ,7· Cl,aro que.la entrada de Diderot prosigue, tomando de L'Esprit des /oís (y, de hecho, de la tra- te socialista no cambió un ápice del sesgo que se había tomado, muy por el con-
d1c1~n cntlca antlcortesana), la denuncia de los pormenores y los artificios de la corte. Pero es signi-
trario.10 Se objetará que la mayoría de los abordajes que aquí evocamos depen-
ficativo que la apertura del artículo "Corte" retome las definiciones que proponen Ja mayoría de Jos
grandes d1cc10nanos de la segunda mitad del siglo xvu y el inicio del xvm.
,. 8. Mme. de Sévigné, Correspondance, ed. R. Duchene, París, Gallimard, Bibliotheque de la
Pleiade, 1972-1978, 3 vol.; véase en particular t. I, pág. 414 (carta del 13 de enero de 1672 a Mme 9. Traté de definir los términos de esta reflexión en Jacques Revel, "Une cour en République? Du
de Gri_gn~n); t. I, pág. 617 (carta del 13 de noviembre de 1673, a la misma); t. II, pág. 13 (carta deÍ bon usage des formes", Le Débat, número 57, noviembre-diciembre de 1989, págs. 186-190. Sobre la
24 de JUho de 1675, a la misma); t. II, págs. 373, 393 (cartas del 19 de agosto y 11 de septiembre de continuidad contemporánea de las formas ritualizadas de la autoridad, véase Marc Abe!es, "Inaugura-
1676, a la misma); t. II, págs. 902, 1027 (cartas del 12 de abril y del 28 de julio de 1680, a la mis- tion en gare de Nevers. Pelerinage a Solutré", Les Temps Modernes, número 488, marzo de 1987,
ma); el tema se vuelve recurrente en la marquesa, a medida que sus visitas a Ja corte comienzan a págs. 75-97; en un sentido bastante diferente, intenté un bosquejo de la historia del viaje del soberano
h_acerse más raras hacia 1680. Abate de Bellegarde, Modeles de conversation pour /es personnes pa- en L'Espacefrmu;ais, bajo la dirección de Jacques Revel, vol. I de la Histoire de la France, bajo la
lies, Amsterdam, 3' ed., 1699,_págs. 59, 179, etc. Saint-Réal, r.Euvres, Amsterdam, 1730, t. IV, págs. dirección de André Burguiere y Jacques Revcl, Pa~ís, Seuil, 1989, págs. 72-81.
27-28 (c1t:do po~ Raymond P1card, La Corriere de lean Racine, París, Gallimard, 1961, pág. 483). 10. Sobre este tema, la producción periodística es enorme (y generalmente mediocre, en todo
Una vers10n tard1a en ese modelo de hombre de corte bien adaptado al terreno cortesano que es el caso repetitiva). El establecimiento del poder socialista, la reelección de Frarn;ois Mitterand en 1988,
duque de Croy, en 1759, Journal inédit du duc de Croy, ed. vizconde de Grouchy y P. Cottin, París, o, en el momento en que escribo estas líneas, el décimo aniversario de su primera elección, fueron
1906, vol. 4, t. 1, pág. 437. otras tantas ocasiones de orquestar el tema. A título de ejemplo, véase el informe publicado por/,,.
Point (del 21 de noviembre de 1988) titulado: "Mitterrand. Le roí et sa cour". El subtítulo remacha
' ' ' ' •.•1 11·.1l\I"\1 1 1 !\e ·1tll11 1 l 111/\ll fll MI 1\101< 11\ l·J'I

den dl' analogías aproxi111alivas y l'll oca.~io1ws lo11.;1das; q1w la 111:1y1111:1 dl· la.~ otras l'XJll'lll'lll'ias 11;1cio11:ilc.'. l·.11 l"I lnrulo. todo onrrn· corno si el polo 111011ar·
veces están fundadas en la anécdota o el rulllor; que 11i11r.1í11 ras¡•,o 111slil11l·io11al qrrico t·or 1cs;1110 co11slil11ycra 111111 dl' los 1érr11i11os de la excepciorralidad francl'-
permite sostener seriamente la tesis de una monan¡uizaciún ni la de 1111;1 t ra11slo1 sa, liasla ser corrsidcrado corno una suerte de invariante siempre lista para su
mación del poder republicano en sistema de corte. Y se lcndr;í razlÍll. con l'Sta 11so. 1k una descripción, de un comentario al otro, una larga serie de textos, an-
reserva: que la eficacia monárquica y cortesana depende por lo menos tanto dt• tes y después de la Revolución, propone variaciones interminables sobre temas
las representaciones, las creencias, las expectativas y los rumores como de dis conocidos: la soledad del poder, la pompa y el capricho del monarca, lo arbitra-
positivos "objetivos". Nadie supo jamás si el rey de Francia curaba las cscnífu rio de la preferencia, la eminencia, la incertidumbre y el rebajamiento del estado
las, pero durante siglos fue esencial que se lo creyera. En 1661 nadie podía ga- cortesano. Sin duda, cuando Franc;;ois Mitterrand se burla de los defectos de la
rantizar que el joven Luis fuera el hombre más bello en su reino, y el más presidencia de De Gaulle (en términos que, por otra parte, veinte años más tarde
dotado, pero era esencial que la gente estuviera convencida de eso. Acerca de la se le volverían en contra), uno presiente que está alimentado por buenos autores:
corte de Charles de Gau!le o en la de Franc;;ois Mitterand el detalle, prodigiosa- "Los miembros del gobierno saben que dependen de un estado de ánimo, y para
mente abundante, la mayoría de las veces es inverificable. Pero sin duda que sea adaptarse se entrenan en conductas que aligeran el espoleo; la mayoría lo logrará
verdadero o falso es menos importante que el hecho de que sea plausible: es de- sin forzar su naturaleza. A algunos les cuesta, pero extraen un mérito suplemen-
cir, que encuentre su lugar y su significación en una aprehensión de lo político tario de la dificultad que tienen en mostrarse serviles. Un carácter fuerte que se
en lo cotidiano que a nuestro juicio es coherente con la imagen que el poder pro- rebaja va siempre más lejos en su celo que uno débil que no tiene que demostrar
duce de sí mismo. su abnegación". Pero Le coup d'État permanent (1964) no es un pastiche ni un
También en este segundo sentido, y de manera muy evidente, la corte es un tratado de moral; es un panfleto político que sabe tocar un punto sensible: en la
lugar de memoria. En la experiencia francesa señala una modalidad recurrente cultura política de la Francia republicana, es posible alcanzar a un adversario
del ejercicio del poder y de las disposiciones sociales que le están asociadas. Co- imputándole un desvío monárquico y cortesano (como en otras ocasiones puede
mo se sabe, la realidad cortesana es atestiguada en cuantiosas culturas, y limi- hacérselo evocando la hidra jacobina o el gobierno del Terror).
tándonos al marco europeo presenta semblantes profundamente diversificados Por supuesto, una acusación semejante está desprovista de todo fundamento
en una muy larga duración. 11 El doble papel de referencia y matriz de que está institucional. La Francia del último tercio del siglo xx vive en régimen democrá-
investida en la historia de Francia, sin embargo, no tiene contrapartida en las tico, y el simple sentido común debe recordamos lo que separa de todos los
otros un sistema político donde los derechos de la persona y la libertad de expre-
sión política están garantizádos por la ley. Por lo tanto, no es sobre ese terreno
el clavo: "El espíritu monárquico invade el segundo septenio del Presidente. Su comportamiento ins-
donde hay que buscar las huellas de una permanencia del Antiguo Régimen si-
titucional lo atestigua. Su vida cotidiana es la prueba. Y su entorno se convierte en una corte" (pág. no, más bien, por el lado de una vida de las formas sociales, políticas, culturales,
70). Es cierto que el mismo semanario casi no había esperado para anunciar en primera plana, el 19 que caracterizan el ejercicio de la autoridad. Al mismo tiempo, nos ubicamos en
de octubre de 1981, un desvío hacia "La socialmonarquía". En un estilo más cuidado, una tentativa el terreno de las representaciones donde lo que se cree, lo que se piensa, tiene
para continuar la crónica de la corte de Mitterrand a partir de mayo de 1982: Duque de Saint-Ma- tanta importancia como lo que es. La observación vale para los espectadores del
gloire, "Barbichets et Barbelets", Le Débat, número 20, 1982, págs. 18-27.
11. Una historia comparada de los sistemas de corte aún queda por concebir, y probablemente
poder. Y también para los actores políticos, cuyos comportamientos, actos, ima-
sea el punto flojo del gran libro de Norbert Elias, La Société de cour, París, Calmann-Lévy, 1974 gen pública que construyen destinados al país muestran que no son insensibles a
(traducción revisada, con un prefacio de Roger Chartier, París, Flammarion, 1985). Se encontrarán esa larga memoria de la corte. Y de esa memoria, por lo demás, la lección es
elementos muy útiles en la obra colectiva dirigida por Arthur G. Dickens, The Courts of Europe. Po- ambigua, porque convoca lo mejor y lo peor, la grandeza y la bajeza.
litics, Paltronage and Royalty, 1400-1800, Londres, Thames and Hudson, 1977, que puede comple-
tarse para la información bibliográfica con el artículo de Pierpaolo Merlin, "II tema della corte nella
storiografia italiana ed europea", Stude Storici, número 27, 1986, págs. 203-244. Desde hace unos
3. Más que una historia, una memoria. En el caso francés, la experiencia de
diez años, esta historia es objeto de trabajos sistemáticos, a iniciativa del proyecto italiano "Europa la corte es antigua y muy diversa. 12 Fuera del pequeño círculo de los especialis-
delle corti" (sus resultados fueron publicados en una serie del mismo título por el editor Bulzoni). tas, sin embargo, lo que llama la atención no es esa evolución prolongada a lo
Dos preciosas monografías invitan a subrayar la fuerte singularidad del modelo francés: el bosquejo
de John H. Elliott, "The Court of the Spanish Habsburgs: a Peculiar Institution?", en Phyllis Mack y
Margaret C. Jacob, ed., Politics and Culture in Early Modern Europe: Essays in honour of H. G.
Koenigsberger, Cambridge-Londres, Cambridge University Press, 1987; y Hubert Ch. Ehalt, Aus- 12. Este trabajo ha sido objeto de una síntesis muy útil de Jean-Frani;:ois Solnon, La Cour de
druckformen absolutischer Herrschaft. Der Wiener Hofim 17, und 18, Jarhundert, Munich-Viena, France, París, Fayard, 1987 (con una excelente bibliografía). Desgraciadamente, el autor eligió no
R. Oidenburg, 1980. tratar acerca de las cortes de los siglos xm-xv.
J ll

la1p,o de t'Jfll'o o S('f.'i .-;1¡•,los, y lod:1v1a llll'Jlos .'il1s v;i(·da(·1(111n;, lio1:.1a :.i1.·, c 011 ¡¡¡
1 1 1;1 1u 11 la111111t·11.-;a (y la 111ny1111o1 d(· L1:, l'l'l'("" 11wd1rn·ll·) litcrat111a lJllt', dt·sdc ha
dicciones. La corte de rcf"crcncia, e11 h·ancia (y :1dc111;i,-; 11111y ;11 11plia1J1t'J1f(' l'll d
, ,. fil'." :a¡•l11:;, Juc c1111sa¡',1ad;1 a 1;, 1c;il1dad ('rn'll'sa11a, y que )'.l'1H'1al111t·111t· se u111
extranjero), es la corte del Rey Sol, y, en rigor, la de sus úl1i111os succson·s dl'I
11· 11 1;1('()JI p: 11 ;1i1asl'<1r el tl·s11111rn110 prolífico de los pri111l'rns obscrvad1.ircs.
siglo XVIII. Ella constituye un tipo, y se propone como ejemplo absoluto. ¡ k
l J11a siluaciti11 st:mt:janlt: l'S equívoca. Puede hacernos perder de vista que ~a
aquí p.ueden resultar importantes aproximaciones: el muy largo reinado personal
ltisloria el'l'ctiva de la corle es larga, y que no puede reducirse al momento l ,u1s
de Lms XIV (1661-1715) no es un bloque, y allí la corte es objeto de definicio-·
:\IV; liL~nde a aplastar la perspectiva concentrándola en un punto, invita a refor-
nes que no siempre son desdeñables. No tiene importancia: casi siempre es lo
1.ar d rasgo hasta la caricatura; por último, corre el riesgo de hacemos perder el
mada como un modelo global cuyas variaciones contingentes, de todos modos,
111eesanle juego de referencias entre el antes y el después, la perfección original
serí~n se~undarias. Saint-Simones un buen ejemplo. Nadie más que él escntt<í y la realización imperfecta, de la que está tejida la memoria de la corte, como se
las mflex10nes de la vida cortesana, las novedades (a las que generalmente es
iia dicho, porque en todo caso, Versalles pretendió ser una creación sin prece-
h?stil), la reco_mposición de los equilibrios políticos, los ascensos y las desgra-
dentes y situada como fuera del tiempo. Pero eso no es lo importante: con sus
cias; pero nadie tampoco estuvo más convencido de que existía una mecánica
deformaciones y sus elecciones, con los olvidos y los excesos que lo acomp:~­
general de la corte mucho más fundamental que las peripecias de lo cotidiano.
fían, en este ensayo partiremos del estereotipo de Luis XIV, porque f~e co~stru.1-
Al gran rey, pese a las muy fuertes reservas que no deja de expresar para con él,
do y sigue funcionando como el emblema del valor "corte" en el imagmano
~¡ memorialista reconoce por lo menos el talento de haber sido el perfecto relo- francés. Aquí no trataremos tanto de hacer la historia de este va!or como de
jero de esa máquina complicada, el inventor de una forma social llevada al ex-
comprender cómo produjo cierta cantidad de modelos y representaciones que to-
tremo, hasta el punto en que la grandeza y la monstruosidad, el cálculo y Jo ab-
surdo se vuelven difíciles de discernir: davía son descifrables en la actualidad.

En todo amó el esplendor, la magnificencia, la profusión. Convirtió ese gusto en


~n~ m~xima Y lo inspiró en todo a su corte. Deshacerse en cenas, trajes, carrozas, edi- ELEVAR, REBAJAR
f1c10s, juego, equivalía a complacerlo. Eran ocasiones para que él hablara a Ja gente.
El fondo era que tendía, y lo logra, extenuar a todo el mundo poniendo el lujo como 4. De la corte sólo se puede hablar en superlativo. Entre tantos otros textos,
?onor, Y en ciertos aspectos convirtiéndolo en una necesidad, y así poco a poco redu- el comentario de una placa que representa a Versalles en 1680 da el tono:
jo a todo el mundo a depender por completo de sus favores para subsistir. y además
satisfacía su orgullo con una corte soberbia en todo, y con una mayor confusión que De todas las Casas reales, Versalles es la que el Rey más amó Y más embelleció.
cada vez más aniquilaba las distinciones naturales.13 Allí reunió todo cuanto el arte y la magnificencia pueden mostrar de extraordinario Y
sorprendente. Allí se encuentran edificios tan suntuosos, jardines tan agradables Y va-
. Sin duda, Saint-Simon es el autor que más contribuyó a erigir la corte de riados, aguas tan abundantes, acueductos de un trabajo tan prodigioso, Y una tan gran-
Lms XIV en un ideal-tipo, así fuera a costa de sensibles deformaciones.14 Pero de multitud de ricos ornamentos y bellezas diferentes que sería necesario más de un
de ninguna manera está aislado. Para quien frecuente con un poco de asiduidad volumen para describirlos. Allí no sólo el Rey es alojado soberbian:ente sino los qu:
príncipes, los señores y todos los funcionarios tienen a~artamento.s igualmente com1:-
a los otros contemporáneos, memorialistas, epistológrafos, moralistas, autores
dos y magníficos. Por último, la permanencia de Su Majestad atrajo a tanta ~ente e 111-
de ficción, adulones o denunciadores, se impone el mismo sentimiento de habér-
zo construir tantas casas que se convirtió en una ciudad muy poblada Y considerable. 15
selas con una experiencia histórica excepcional y, en cierto modo, ejemplar. De
una u otra manera, todos participaron en la mistificación del régimen de Luis el Excelencia, pero también acumulación de obras y hombres: la preemin~ncia
Grande, Y la visión que de ellos ofrecen con mucha frecuencia es tendenciosa. de la corte se afirma ante todo en una extraordinaria capitalización de los signos
El caso es que todos juntos fijaron una imagen de la corte que, en cuanto a Jo
de la excepción. . . . .
esencial, todavía es la nuestra. Ese sesgo, ese privilegio fueron reforzados toda-
Precisamente por esta razón solicita y merece un comentano mdefmido. ~a­
le Ja pena formular la pregunta: ¿por qué se habla tanto de la corte, por que Sl'
escribe tanto sobre ella? Sin duda, no tanto porque allí suceden cosas notables
13. Duque de Saint-Simon, Mémoires, ed. Couraull, París. Gallimard, Bibliotheguc de Ja Pléia- como porque todo lo que ocurre, por derecho, es notable. Saint-Simon Y el mar--
de, 1985, t. V, pág. 53 l.
14. Yves Coirault, L'Optique de Saint-Simon. Fssui sur /csfórmes de son imagination et de sa
scnsibilité d'apres les Mémoires, París, Armand Col in, 1%5.
15. Médailles sur les principaux événements du regne de Louis le Grand, París, 1702.
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M111c. dL· La h1yclle, lodos los 111c111oriali.-;las t•sta11 co111·1·111·1dos de t'.\lo. ffalilnn 111 ,1·. ,., ,11 1·1 ,·; 11 )'.•, d1· capila11 tk 11avio, y tres aiws co11 el de jdc de c:scuadrón. .
de la corte porque es un lugar imporfantc. ( 'ad;r uno de !'!los lo 1'.xp1r.<.;;1 a s11 11111 Mti'll 0 /,,s /.1. l':i r'l'Y fue a pascar en carroza por su pequeño parque; Monse1g-
nera. Dangeau, que sin duda vale más de lo que una 111alvada fradit·io11 din· di• 1w111 1111 ~ali1i. l k 11ochc huho comedia italiana. -El conde d'Estrées prestó el jura-
él, privilegia la información; él da testimonio, y algunos co111L·111por; 11 wtis, c•I 11w1111, al l'argo de vicealmirante, aunque no deba ejercerlo de inmediato. Madame de
abate de Choisy, Mme. de Maintenon, ya recurrían a su diario co1110 una fúcnli• tk11t 1111 " ohluvo Ja continuación de su pensión de 9.000 francos, como siempre la ha-
irreemplazable. Sourches, que conserva su texto secreto, escribe para la po.'\ft•ii hia lrnido en vida de la reina.
dad; la parte del comentario es mayor en sus Mémoires, en ocasiones la disfan .ftin·es /..J. -El rey salió en calesa y paseó por su pequeño parque; Mons_eign~ur
¡ 0111 ú una medicina; de noche hubo appartement. -La Señora marquesa de R1cheheu
cia más acentuada, aunque él también se impone seguir día a día Jos acontt·ri
16 aparcciú en Ja corte por primera vez. -El conde de Soissons volvió de Sabaya, donde
mientas de la corte. Por supuesto, Saint-Simon es de una naturaleza 11111y
110 pudo impedir el casamiento · , · de e ar1gnan.
de1pnnc1pe · 18
distinta: él quiere explicar y hacer valer su punto de vista. A su manera de vt·i".
Dangeau no es más que una suerte de autor de un diario oficioso y a Ja vez 1111
Así están las cosas, repitiéndose. El trabajo, los placeres y la salud del rey Y
adulador: "Adoraba al rey y a Mme. de Maintenon; adoraba a los ministros y al
de su entorno; los favores y los honores; las noticias de la guerra y de la diplo-
gobierno; su culto, a fuerza de mostrarlo, se había deslizado hasta su médula.
rnacia; las ceremonias y las fiestas; las muertes, los nacimientos y l~s ~lianzas:
Sus gustos, sus afectos, sus distanciamientos, los adoptaba interiormente". Pm
«n esta libreta mundana, los nombres de los protagonistas son el prmcrpal el~­
su parte, Saint-Simon pretende no ser víctima de ninguna ilusión y de develar.
rnento de sorpresa porque cambian, pero las situaciones son casi siempre prev1-
para improbables lectores, el revés de las cosas y el secreto de las almas. Sin
-;ihles. La descripción de la corte durante el reinado de Luis XIV, sobre todo a
embargo, según modalidades diferentes y animados de sentimientos contrarios,
comparten la certidumbre de llegar a lo esencial. partir de 1680, refuerza todavía esta impresión de regularidad que no _sólo afecta
las ocupaciones del soberano sino también las del mundo que gravita a su al-
Una convicción semejante puede sorprender. Cuando no está magnificada
rededor. Mercier tiene mucha razón: la vida de corte es inmutable y como esta-
por la escritura y la invención de un Saint-Simon, la crónica de la corte parece
cionaria. La enorme literatura que se le consagró, por lo demás, no hace sino
aburrida Y a menudo repetitiva. A fines del siglo xvrn Mercier lo afirma sin
reforzar esa sensación, en la medida en que, al privilegiar lo que le parece em-
vueltas: "Se conoce el espíritu del castillo al cabo de un día de examen. Lo que
blemático involuntariamente subraya sus aspectos repetitivos. No obstante, esta
se hizo la víspera se hará exactamente al día siguiente; y el que vio un día vio
t d - ,, 17 M · · , verificaciÓn sólo tiene sentido para una mirada que pretende ser exterior a lo que
o o e1 ano . ercrer tiene razon. Junto al rey, los días se continúan y se pare-
hace la corte. Mercier tiene razón, pero falla en su objetivo porque expresa una
cen, y su monotonía sólo es interrumpida excepcionalmente por un hecho nota-
lógica y valores que son los de otro mundo social.. ,
ble. Según Dangeau, aquí tenemos el detalle, reducido a lo esencial, de algunos
días en Versalles en diciembre de 1684: ¿Qué se hace en la corte? Hablando con propiedad, nada: uno_ esta. Por~ue
hay algo más importante que las intrigas, los amores, las ceremomas y l~s ~res­
tas. Estar en la corte ante todo es un estado. Vivir el día a día en la prox1m1dad
Lunes 11. -El rey fue a tirar a su parque; Monseigneur fue a cazar ciervos a
Saint-Germain; de noche, comedia francesa. -Nos enteramos de Ja muerte de made- del soberano señala la excepcionallidad de un status que hace del hombre de
moiselle de Jarnac, miembro del cortejo de honor de Mademoiselle. -Madame de Jar- corte un ser aparte en la jerarquía de los hombres. Del duque de La Rochefou-
nac, su madre, también era miembro del cortejo de honor y había muerto a comienzos cauld modelo del perfecto cortesano de su época, Saint-Simon se burla cruel-
de este año. Supimos que mademoiselle de la Valette, última hija de madame de Na- ment~ de su ocaso cuando, viejo, ciego y molesto, tuvo que decidirse a una es-
vailles, había declarado que quería casarse con su primo, M. de Lauriere, y que la pecie de retiro; él ironiza sobre esa tardía "resolución, difícil de tomar para un
madre estaba muy descontenta con su hija y el muchacho, que es su sobrino segundo. cortesano carente de otra cosa que no sea la corte". 19 Sin embargo, a pesar de la
Martes 12. -Monseigneur fue a cazar Jobos; el rey fue a tirar. De noche hubo ap- distancia que afecta conservar, ¿se comportó el pequeño duque de ma_nera muy
partement.* -El mariscal d'Estrées obtuvo la continuación de su cargo de vicealmi- diferente? Cuando abandona el servicio en abril de 1702, nada, a dec!f verdad,
lo retiene junto a un rey que no lo trató con muchos miramientos. No le gustan
mucho las ocupaciones comunes de Versalles; le horroriza "lo que en la corte se
16. Dangeau, Journal..., ed. Soulié y Dussieux, París, 1854-1860, 19 vol., Sourches, Mémoires
du marquis de Sourches sous le regne de Louis XIV, ed. Cosnac y Pontal, París, 1882-1893, 13 vol.
17. L.-S. Mercier, Tableau de Paris, op. cit., t. II, pág. 467.
* Pará la explicación de este término, véase nota 65 (n. del t.). 18. Dangeau, Journal, op. cit., t. IV, págs. 79-80.
19. Saint-Simon, Mémoires, op. cit., t. IV, pág. 999.
1 1\ t 'I 1U 11 •, 1 11 t 11\ll 111 · 1\11·M1 1lll1\

flallla hacl'r 11c¡',ocios", no Sl' hal'l' ilu.~ionl's soh1l' las disl111t·1011cs y los lavo111 1., p11·111·11p:1v11111 1·011sla111c pm ancn·11ta1 su importancia y reputación: "El rey se
mos, no caza ni juega, no se sicntc muy tentado por la gala11lcn·a y las :1v1·11t1irnli .,1·1111a 11111y i11tnesado por ver grande a su corte, incluso con gente de la cual no
amorosas. S.in embargo, elige permanecer. Estar en la corte. rnyas lra 111 pas y lal .,,. pwornpaha en lo más mínimo y que, por sí mismos, sólo hacían número, y
sedad no deja de denunciar, es para él un deber de estado, una ocupaci 1) 11 confm 1·1a 1111 dcs111necimicnto seguro el hecho de estar ahí poco y raramente, y que el
me a su rango.
wv hacia sentir en cada ocasión que se presentaba". 22
1.legados a este punto encontramos el más fuerte, y también el más coherente
5. Ser admitido en la corte es un reconocimiento, y no es sorprendente que la d1· los análisis sociológicos de la corte, el que propuso Norbert Elias. 23 Podemos
mayoría de los memorialistas se muestren atentos a inventariar a los recién lle- rn11tc11tarnos con recordar aquí sus elementos esenciales. Para Elias, que hace del
g.ados. Aq~í, todo se juega en el registro de la visión. Hay que ver, y, de ser po- <'Jl'lllplo francés el paradigma de la sociedad de corte, ésta constituye una confi-
sible, ser visto. Aquí tenemos la primera presentación del nieto de Mme. de Sé- 1.,11ración específica que sólo adquiere sentido cuando es reubicada en el seno de
vigné, Louis-Provence de Grignan, recién desembarcado de su provincia: "Llego 1111a evolución social y política englobante y que se inscribe en una muy larga du-
de Versalles, señora, donde fui a pasar el domingo. Primero estuve en casa del ración. El final del reinado de Luis XIV aparece así como el término, el momento
señor ~ar~scal de Lorgnes para rogarle que me presente al rey; me lo prometió provisional de un equilibrio que hace culminar una evolución secular. Entre el si-
Y me d10 cita en la puerta de los aposentos de Mme. de Maintenon para saludar- glo xm y el fin del xvn se afirma la preeminencia monárquica que culmina con el
lo cuando saliera. Lo saludé, pues; él se detuvo y me hizo una señal con la cabe- absolutismo. Pasa por la recuperación de los instrumentos del poder y, en parti-
za, so~riendo. Al día siguiente saludé a Monseigneur, a Madame la Duquesa, a cular, con la imposición de un doble monopolio sobre la violencia y el fisco (vale
Mons~e~r, Ma~ai:ie y a los príncipes de sangre que allí habitan, y en todas par- decir, sobre las extracciones efectuadas sobre los recursos del reino). A través de
tes fm bien recibido [ ... ]". 20 Sobre un intercambio de señales inicial se vuelve sus hombres de armas y su administración, el rey se impone como el único po-
posible una circulación social ampliada. El espectáculo de la majestad y la mira- seedor legítimo de la fuerza y de los derechos. Los poderes que reúne en sus ma-
da del rey determinan un cambio de ser.
nos son sustraídos a la vieja aristocracia feudal, que progresivamente es desposeí-
Ese primer rito de iniciación, la mayoría de las veces informal, es necesario. da de sus antiguas prerrogativas. En este juego social complejo, pues, hay un
Pero no suficiente. El cortesano debe conservar la preocupación de reforzar, en ganador y perdedores. Pero la partida se complica más por la intervención de un
el contacto con el soberano, lo que lo hace diferente de los otros hombres. Desde tercer participante: la nueva nobleza de Estado (o de oficios) que abre a las ambi-
ya, el interés puede gobernar la preocupación de no dejarse olvidar.21 Pero más ciones de la burguesía los rangos del privilegio. Colocado en posición de árbitro,
profundamente, la sociedad de corte descansa en un pacto tácito que liga al mo- el rey, según Elias, asienta'lo esencial de su poder en la manipulación de las ten-
narca Y a su entorno. Ciertamente, sus posiciones respectivas no son compara- siones que oponen a los diferentes protagonistas. Precisamente aquí es donde la
bles. Pero cada uno de los protagonistas necesita al otro para existir plenamente. lectura del sociólogo es, sin duda, la más original. Ella sugiere no ver, en el largo
El cortesano debe su status, y la posibilidad de vivir en una microsociedad ofre- ascenso de la monarquía absoluta, la expresión de una voluntad de poder conti-
cida como modelo -incomparable, indudablemente- a los otros hombres a la nuada a través de los siglos sino más bien el desenlace lógico de un sistema de
prox~mida~, del rey. Y e~ sober~no debe la escena social sobre la cual desplegar interrelaciones. La conformación del campo y de las tensiones sociales requiere
la afirmac10n de su glona al bnllo y el tamaño de su corte. De ahí proviene su una regulación constante que está encamada por el monarca. La interpretación de
la sociedad de corte se arraiga en este análisis. Para mantener una especie de
equilibrio entre los grupos cuyo enfrentamiento constituye su propia fuerza, el
20. Mme. de Sévigné, Correspondance, op. cit., t. III, pág. 429 (carta de Louis-Provence de
rey no puede contentarse con tomar: también debe dar. A la antigua nobleza, la
Grigmn ~su.madre, el 15 de diciembre de 1688). Entre muchos otros (véase por ejemplo Primi Vis-
cont1, Memozres, ed. Solnon, París, Librairie académiquc Perrin, 1989, pág. 12), un testimonio ho- corte ofrece una compensación a la vez material y simbólica a aquello a lo cual
mólogo al del_ duque de Croy, que presenta a su hijo en la corte de Luis XV en 1758 (Joumal inédit, debió renunciar. Material: aquí es donde los recursos perdidos pueden ser com-
op. clt., t. I, pag. 426).
. 21. La correspondencia de Mme. de Sévigné con su hija retoma incansablemente la misma can-
tmela: no hay que estar demasiado tiempo alejado de la corte, ni siquiera bajo el pretexto del servi- 22. Saint-Simon, Mémoires, op. cit., t. V, pág. 1150.
c10 del rey. Así, por ejemplo, en la carta del 12 de enero de 1674 (Correspondance, op. cit., t. I, pág. 23. N. Elias, La Société de cour, op. cit. Esta obra, cuya publicación (1969) es posterior en más
66~). E mcluso esta comprobación un poco desengañada, el 12 de enero de 1680: "El rey tuvo Jibe- de treinta años a la primera redacción en la década de 1930, no debe ser separada del gran trabajo de
rahdades mmensas. En verdad, no hay que desesperar: aunque no sea su vale! de chambre, puede Elias, Über den Prozess der Zivilisation. Soziogenetische und Psychogenetische Untersuchungen,
ocu:r1r que, estando en la corte, se encuentre cerca de lo que él arroja. Lo que es seguro es que, lejos Basilea, 1939, cuyo reconocimiento también fue largamente demorado (traducción francesa: La Ci-
de el, todos los servicios están perdidos. En otros tiempos era lo contrario" (id., págs. 793-794).
vilisation des m<Eurs, y La Dynamique de l'Occident, París, Calmann-Lévy, 1973 y 1975).
fl~llsados por la gl'11L'rosidad dt·I 111011arc;1, l"ll lrn 111a de car¡~os, pt•iis1rnH'.> 11, llll'jlll' 1111pl1«a, 111 1111wl111 111t•11os, que todo sea descarlahle dd moddo que él propone.
aun, ~ones que d~1~1~1eslran su generosidad . .Si111hlílica: la corfl· poco a poro NI' M;is hw11 s11¡•,it•1t· disti11g11ir mejor e11lre lo que se juega de manera visible en la
constituye ~n pos1c10n preeminente; mejor aún, es definida con l .uis x IV t'o , "' 1t- y la.~ i11l'rcias de la sociedad del Antiguo Régimen.
11111
un lugar ubicad.o fuera de la sociedad (ésa es la significación de la inslalacilin l'll
Versalles a partrr de 1682) y absolutamente por encima de ella; Jo que se ha dl'hi <1. Porque si la tesis de una mutación radical de la monarquía absoluta tras la
do a~andonar en poder real es recuperado en prestigio. 1"111ª del poder personal de Luis XIV sigue siendo altamente improbable, si casi
S1~ embargo, esta doble compensación es ambigua, y perversa en sus efectos. 1H> p11cde creerse que se haya emprendido y llevado a buen término entonces un
A p~rtrr d~ ~lí, cada vez más, los nobles de la corte obtienen del rey y de su hul' ¡11ograma general de disciplinamiento de la nobleza, por lo menos hay un lugar
na d~sposicion su status y los medios de su rango. La dependencia es tanto Ill•Ís dll11de esas rupturas mayores se mostraron: es la corte. Porque a aquellos que
crucial cuanto que la vida cortesana y la notabilidad de cada casa requieren ;1dmite y que ubica por encima del común de los súbditos, les impone un rebaja-
1111
exceso en el gasto con la consecuencia de un endeudamiento en ocasiones espec- 111icnto por lo menos igual a su elevación. Aumentándolos, toma visibles los
tacular. Mantener su lugar puede significar finalmente que habrá qÚe depender 1·fectos del poder (y el simbolismo solar encuentra aquí su plena justificación)
totalm~nte d~ l.a g~nerosidad del soberano. Por último, los riesgos adoptados 110 sobre aquellos que se acercan demasiado sin participar.
garantr~an m s1qmera. al grupo cortesano la intangibilidad de su privilegio, por-
q~,e Lms XIV no vacila en hacerle sentir, por el juego de los favores y la elec- "La corte --escribe Saint-Simon- fue otro picadero de la política del despotis-
c10n de sus colaboradores, la insistente presión de las nuevas elites del Estado. 1110."26 La fórmula fue a menudo retomada para sugerir que la organización cor-
tesana era uno de los elementos y la ilustración de una asunción autoritaria del
La coherencia del modelo Elias, su amplitud, su elegancia, hacen comprender reino. Aquí nos gustaría expresar que no fue su ilustración sino su representa-
qu~ su fortuna, por el hec~o ~e h~ber sido muy tardía, se haya vuelto un poco ob- ción. Fue la forma social que tornaba prácticamente posible una operación alta-
se~1 va has~a no ser. ya casi d.1scut1da..Sin embargo, debe serlo. Como sociólogo, mente simbólica. Que Luis haya sido consciente de esto y que sistemáticamente
Ehas trabaja a partrr de una mformac1ón que ha envejecido, fuentes literarias en haya reconocido sus recursos políticos no provoca dudas. Al principio del reina-
c~anto ~ lo esencial -Saint-Simon, en primer lugar, y los moralistas- que en ~ca­ do, un episodio lo expresó de manera espectacular: el famoso carrusel de los
srnnes ~nducen fuertes sesgos ideológicos. A menudo, la evolución social que días 5 y 6 de junio ofrecido en las Tullerías. 27
bosqueja a grandes rasgos fue desmentida por la investigación reciente.24 La tesis Se trata de un divertimento guerrero que reúne alrededor del rey a algunos
de una do~esticación ?:
~a nobleza emprendida desde los primeros años del rei- de los principales señores del-reino, entre los cuales algunas de las grandes figu-
nado de Lms XIV es d1f1c1l de defender en un reino donde la distribución de la ri- ras de la reciente Fronda. Luis, Monsieur, su hermano, el príncipe de Condé, el
q.~eza, la .de los privilegios y el ejercicio de la autoridad no conocieron una muta- duque de Enghien y el duque de Guise comandan cada uno una cuadrilla de diez
c10n sens1ble.d.espués de la Fronda, a partir del momento en que uno se aleja del caballeros, respectivamente la de los Romanos, los Persas, los Turcos, los Indios
centro m~y v1~1ble del poder y se toma en cuenta la realidad de las situaciones lo- y los Salvajes de América. Para que el mensaje sea más claro, el rey y sus hom-
cales: alh, es importante para la monarquía poder apoyarse en el poder efectivo bres ocupan el centro de un círculo sobre cuya circunferencia están distribuidos
de los linajes nobiliarios, a los que los une de hecho una "convergencia de intere- los otros protagonistas del carrusel. La emblemática y las divisas subrayan toda-
25
ses.". La espectacular ~firr:iación del monarca no debe ocultar las pesadeces y vía más la significación de esta puesta en escena: mientras que Luis enarbola un
rutmas del Estado monarqmco. Una revisión semejante impone no tomar al pie
de la letra el gran fresco sociológico esbozado por Norbert Elias. Sin embargo no
26. Saint-Simon, Mémoires, op. cit., t. V, pág. 997.
27. El comentario más reciente consagrado a este alto hecho simbólico (que, en cuanto a lo
esencial, descansa en Charles Perrault, Courses de testes et de bagues faites par le Roi, París, 1670)
24. Véase por ejemplo la síntesis de Roger Mettam, Power and Factions in Louis XIV's France, es el de Jean-Marie Apostolides en Le Roi-machine. Spectacle et politique au temps de Louis XIV,
Ox:ord •. Blackwell, 1988, que orquesta los temas de una historiografía anglosajona muy útilmente París, Minuit, 1981, pág. 41 y sigs. Pero no por ello se seguirán necesariamente las hipótesis socio-
rev1s10msta. Por el lado francés, véanse, por ejemplo, los trabajos de Daniel Dessert en 1989 así co- lógicas generales, más bien azarosas, propuestas por el autor. Observemos que ese carrusel parisino
mo Arlette Jouanna, Le Devoir de révolte. La noblesse fram,¡aise et [a gestion de l 'tt t d ' p -el único en su especie, pero es significativo que en su momento haya sido ofrecido en la escena
rís, Fayard, 1989. a mo erne, a-
principal de la Fronda- es el primero de una serie en la que el rey participa activamente hasta 1676;
. 25: Tomo bexpresión ("a congruence ofinterests") de William Beik en un texto inédito "A se encuentran menciones de los carruseles hasta fines de la década de 1680; véase Dangeau, Jour-
social mterpretat10n of Louis XIV", presentado en el coloquio sobre L'État absolutiste (a inici~tiva nal, op. cit., t. I, págs. 135-136, 170, 184, 276-277, 385; t. II, págs. 72-73, 305, 327, 363-364; Sour-
de N. Bulst y R. Descimon), París, EHESS, mayo de 1991.
ches, Mémoires ... op. cit., t. I, págs. 224-249,340-342.
1A e e tfl J 1 1 1rt1.'\I< 111·. 1v11·1vn 11u1\

sol <Jlll' disipa bis 11ullcs y a11u1wí:1: "llr 1·itli. 1·ii·i ", sus n111t·s:1110.\ 111··~.,·111:111 1111;1 <'.'>Jll't'ladoit·s y a quic11t·s, t·o111t11aJ,·s, se les solicita su conlríhuciún. Cuanl~l más
genes parlantes cuya luz sólo refleja la dd Sol y es scgu11da rcspt•t'lo de d (la Ju .,,. dcva 11110 e11 la jerarqu1a de los honores, tanto más se encuentra sometido al
na, la creciente, las estrellas), comentadas por divisas explícitas: "l/110 s11/1• 111i 11uico honor que no puede ser igualado, la majestad del soberano. Las distancias
nor" (para Monsieur), "Crescit ut ascipitur" (para Condé), "Magno dl' !11111i111· que crea la corte en su seno repiten, refuerzan las que la separan del cuerpo so-
lumen" (para Enghien). La centralidad, la majestad y la autoridad del monarca cial.
son afirmadas a través de este dispositivo escenográfico ampliamente comenta Del brillo de su corte, Luis XIV expresa muy lúcidamente que "hace juzgar
do por Perrault, y en él la orquestación del tema solar está pesadamente cargada de manera ventajosa, por lo que se ve, lo que no se ve". Precisamente, la corte
de insinuaciones políticas. 28 La significación del espectáculo es tanto mayor es lo que no es posible no ver. El orden y los mecanismos que la rigen son aque-
cuanto que el carrusel es una práctica militar desviada que reemplaza al torneo, llos que uno quisiera ver que regulan toda la sociedad. A falta de otra cosa, per-
prohibido después de la muerte accidental de Enrique II en 1559: ofrece el es- mite poner en escena una representación del poder absoluto.
pectáculo de la fuerza guerrera, no la realidad. Al fin y al cabo, no es más que
una parodia que devuelve a los grandes del reino al papel que jamás habrían de-
bido abandonar. La lección es entendida sin demora, como lo atestigua un co- LA LÓGICA DE LOS RANGOS
mentario contemporáneo: "Los carruseles sólo fueron inventados para ejercitar a
la nobleza francesa, que no puede estar ociosa cuando saborea los frutos de una 7. En su esencia, la corte es una sociedad jerarquizada alrededor de aquel
profunda paz, luego de haber recogido durante largo tiempo los laureles en los que le da su razón de ser y que la domina desde una altura inconm.e~surable: Por
campos gloriosos de la guerra". 29 eso siempre debe ser descripta partiendo del monarca y de su fam1ha, Y segun el
Éste es en verdad el programa político de la corte en el espíritu del gran rey. orden decreciente de la proximidad que se mantiene con él. Esta aprehensión or-
Su función es representar la pacificación del espacio social: sin duda, no tanto denada de lo alto hacia lo bajo está presente en la mayoría de los testimonios
imponerla como mostrarla, y de ese modo acreditar la convicción de que es po- que nos fueron conservados, ya se trate de relaciones casi oficiales, como la re-
sible. En todo caso, Luis quiere creer en eso. El mismo año 1662, ¿no se congra- dactada por el diplomático Spanheim para el elector de Brandeburgo en 169~ o
tula acaso por la realización de "esa sociedad de placer, que da a las personas de de documentos que tienen que ver con la escritura privada, como las Memonas
la corte una honesta familiaridad con nosotros, los conmueve y los encanta más que Sourches compone en los mismos años. 31 Se impone con más fuerza todavía
de lo que se puede decir? Los pueblos, por otro lado, se complacen en el espec- a los actores de la corte que permanentemente deben saber situarse y situar a los
táculo, con el cual, en el fondo, siempre se tuvo el objetivo de complacerlos; y otros en la jerarquía de las rélaciones, incluso a aquellos que se muestran espon-
todos nuestros súbditos, en general, están encantados de ver que a nosotros nos táneamente reticentes; como la princesa Palatine en una famosa carta del 27 de
gusta lo mismo que a ellos, y aquello que mejor les sale. De este modo conser- diciembre de 1713:
vamos su espíritu y su corazón, a veces más fuertemente quizá que mediante las
º
recompensas y los favores". 3 Bella lección de cálculo político en este joven rey [ ... ]Mi hijo es nieto de Francia. Los nietos de Francia están por encirna.~e los
preocupado, desde el inicio de su reinado, por dejar máximas para la instrucción príncipes de sangre;* es cierto que no tienen tantos privilegios corno l?s -~!JOS de
del delfín. Porque ésa es la doctrina de la corte: está hecha para exaltar la gloria Francia, pero tienen muchos más que los príncipes de sangre. Por eso, rn1 h!JO corn:
del rey, asociando por grados, fuertemente diferenciados, a aquellos que son sus en la mesa del rey, mientras que los príncipes de sangre nunca lo hacen. ~une~ torno
el título de primer príncipe de sangre, porque no es príncipe de sangre smo meto de
Francia, por eso lo llaman Alteza Real. Pero su hijo, que es el primer príncipe de san-
gre, se llama Alteza Serenísima y no Alteza Real; no está con el rey mañana Y tarde,
28. Se encuentra un eco tardío pero obstinado de esto (cuando la temática solar perdió mucho sólo está en las grandes ceremonias, cuando toda la familia come con el rey; por lo
de su importancia simbólica y política) durante los funerales de Condé en 1686, evocados por Mme. tanto, no tiene ninguno de los privilegios que tiene su padre, corno la carroz~ orna-
de Sévigné en una carta a Bussy-Rabutin (Corespondance, op. cit.. t. III, pág. 283, 10 de marzo de mentada, primer caballerizo, primer capellán, etc.; sus oficiales no puede~ m de~en
1683). A lo largo del cortejo, una serie de divisas evocan los momentos de su vida. Cuando se llega servirlo ante el rey; no tiene guardias en el castillo, y cien otras cosas del rmsrno tipo,
a su colusión con los españoles, el emblema muestra una noche oscura comentada por la divisa:
"laetant quae sine sole" (Lo que se hizo lejos del sol debe quedar oculto). Véase Les Honneurs fu-
nebres rendus a la mémoire de tres haut, tres puissant, tres illustre et tres magnanime prince Mon-
seigneur Louis de Bourbon, prince de Candé, París, 1687. 31. Ezechiel Spanheim, Relation de la cour de France en 1690, ed. Schaffer, París, 1882; Sour-
29. Relation des magnificences du grand Carrousel du roi Louis XIV, París, 1662, pág. 3. ches, Mémoires ... , op. cit., t. I, págs. 10-22 ("pequeño retrato de la corte'', septiembre de 1681).
30. Luis XIV, Mémoires, ed. J. Longnon, París, Taillandicr, 1978, pág. 134. * Se dice de todo miembro en línea directa de la familia real (n. del t.).
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fue príncipe de sangre. 1;1 rey sí dio al duque de Mai11e. a s11s liqo:. v .i "11 lw1111:1nll l'I dc111d1· l':td:1111101kl11·11d1· ... 11 ¡u1.»1c1011 individual y la de su rango a la vez.
rango de príncipes de sangre, pero Juego de todos los príncipes y prill<'<'sas de sa11¡',1<':
l ·:I ,-;1·1•.1111du n 111·1111 110 d1·p1·11dc ya de un supuesto derecho imprescriptible si-
tan cierto es que, en su propia casa, la mujer del duque de Maine estü igualntcnte J'"I
110 q11c lo crea a travl's de 1111a serie de apropiaciones y usurpaciones abusivas.
encima de él; que en todo tiene precedencia sobre su marido y que, cuando se f'in11a
l ·:11 ocasiones, ~stas srn1 impuestas desde arriba por los grandes privilegiados,
un contrato, ella firma por el rango que le da su nacimiento, mientras que él stilo po
ne su nombre tras el de todos los príncipes y princesas de sangre. En consecuencia, prcornpados por hacer reconocer más ampliamente la excepcionalidad de su si-
está muy lejos de mi hijo: entre ambos están todos los príncipes de sangre.32 111ación: por ejemplo, cuando los príncipes de sangre pretenden obtener que las
visitas de duelo riguroso les sean realizadas por la gente de calidad sin títulos y
Las denominaciones, los privilegios y los usos, pues, traducen el rango de ca- por los mariscales de Francia con capa, como ocurre con los hijos y los nietos de
da uno en el seno de la sociedad cortesana. Con Emmanuel Le Roy Ladurie, es Francia. 36 A la inversa, los signos de distinción pueden ser cambiados y divulga-
posible distinguir tres criterios de ordenamiento principales que de ninguna ma- dos desde abajo, como el uso del terciopelo para la vestimenta, antes reservado a
nera se superponen unos con otros. 33 El primero se da como objetivo fundado en la más alta nobleza, y que se generaliza (para la indignación de Saint-Simon) en
el orden de la sangre; de aquí proviene la importancia, para el buen cortesano, de los últimos años del reinado de Luis XIV. Aquí, la lucha por el prestigio se jue-
conocer sus genealogías para saber orientarse en el mundo: es el caso de Saint- ga no ya entre algunas centenas de personas, como ocurría con la corte ordenada,
Simon, pero también el de Dangeau34 y de algunos otros cuya competencia es no- sino entre los varios miles con que cuenta la corte en su conjunto.
toria en Versalles. La corte "ordenada", en el sentido estricto del término, no es Un último orden de clasificación no depende ya, hablando con propiedad, de
sin embargo más que una pequeña elite que reagrupa a los hijos y nietos de Fran- un criterio, sino de la voluntad real que, en el interior de un sistema supuesta-
cia, los príncipes de sangre, los bastardos reales, los duques y pares, los duques, mente inmutable, no deja de desplazar y redistribuir las ventajas. Esta manipula-
los príncipes extranjeros y, a partir de 1700, los Grandes de España. Más allá de ción de los rangos puede adoptar formas profundamente distintas, pero cuyos
este círculo cuyos títulos son los únicos que tienen un valor reconocido, la ima- efectos son de igual sentido. Ante todo, pasa por una multiplicación de los sig-
gen se confunde y hay que apelar a otros puntos de referencia. Una serie de privi- nos del privilegio. A medida que el ritual cortesano se toma más complejo, y
legios específicos señalan la excelencia de ese pequeño número: el derecho y la también más minucioso, cada secuencia puede servir para fundar otros nuevos.
manera de sentarse en presencia de los soberanos (el "divino taburete" evocado Son objeto de burla, y muy particularmente de Saint-Simon. Así, cuando él reci-
por Mme. de Sévigné y que hizo correr tanta tinta, y, en la iglesia, el "cojín"), el be el derecho a sostener la palmatoria cuando el soberano se acuesta: "Era una
acceso a su presencia, a su mesa, a su juego, a su carroza, en las diferentes oca- distinción, un favor, a tal punto el Rey tenía el arte de dar importancia a algo
siones de la jornada, el sitio en los rituales de corte son otros tantos signos visi- que no la tenía." No se deja engañar, pero a pesar de todo se siente honrado por
bles que distinguen la nobleza ordenada. Por supuesto, estos signos no están un gesto que lo distingue ante los otros. Un observador extranjero como Span-
igualmente distribuidos entre sus miembros: la mano (o sea, el lugar de honor a heim se hace eco de esto, a propósito del "Para": "Esta distinción, que en sí mis-
mano derecha), la primera fila, la prelación en las ceremonias, el "Para"35 son, en ma parece de poca importancia, no deja de instalar una muy grande entre quie-
nes la tienen y los que no" .37 Así se explica que la inflación de los signos del
privilegio no haya sido seguida, diga lo que diga Saint-Simon, nostálgico impe-
32. Élisabeth-Charlotte de Baviere, duquesa de Orléans, Princesa Palatine, Lettres de Madame nitente, por una devaluación correlativa: ella emana de una autoridad que no se
la duchesse d'Orléans, ed. O. Amiel, París, 1981, pág. 334 y sigs. Este texto fue objeto de un co- discute y es inmediatamente aceptada, validada por los usuarios como un ele-
mentario reciente de Emmanuel Le Roy Ladurie, "Aupres de toi, la cour", Annales ESC, número 1, mento constitutivo de los intercambios y las disposiciones sociales.
1983, págs. 21-41.
El favor es una manera más manifiesta todavía, y también más arbitraria, de
33. Véase E. Le Roy Laduric, art. cit., así como el ensayo siempre útil de Henri Brocher, A la
cour de Louis XIV. Le rang et l'étiquette sous l'ancien Régime, París, 1934. Véase también J.-Fr.
hacer conocer a quién ha tocado la gracia del rey y a quién rechaza, indepen-
Solnon, La Cour de France, op. cit., págs. 315-372, y Jean-Pierre Labatut, Les Ducs et pairs de dientemente de las posiciones adquiridas. Puede expresarse de diversas maneras:
France au XVII e siecle, París, PUF, 1972.
34 De Dangeau, Fontenelle escribe que "era muy instruido en la historia, sobre todo la moder-
na, en las genealogías de las grandes casas, en los intereses de los príncipes, en fin, en todas las cien-
cias de un hombre de corte [ ... ]" (citado en la presentación del Journal, op. cit., t. I, págs. XLIII- mientas de la corte, "para M. (o Mme.) [ ... ]". Saint-Simon lo desprecia pero, cuando lo recibe, ex-
xuv). Por supuesto D'Hozier, pero también Pomponne o Bouchet son otros ejemplos de presa: "Toda Francia vino a hacerme cumplidos por ese 'Para'" (Mémoires, op. cit., t. V, pág. 357).
competencias reconocidas en la corte en materia de conocimientos genealógicos. 36. Id., t. III, pág. 58 y sigs.
35. Es decir, el privilegio de ver escrito en los apartamentos reservados, durante los desplaza- 37. Citado por Corrado Falta, Esprit de Saint-Simon, París, Corréa, 1954, págs. 40-45.
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l'al'ilila11do 1111a alia111.a, a lravcs dd olor¡'.a111i1·1110 de 1·a1¡'.os, 1w11s101ws. o. 11w¡rn co11 ol 1as. sq1a1a11do la l'.'>fl't a cll'i poder y lo qul' e.'\ del orden de la grandeza,
aún, de dones, por la alrilnu.:i(Jfl de un aparla11u.·11to l'll d castillo, :1hril·111lo 111as o ac11 11 111la11do d solo l'll su pc1so11a la.'\ dos compclcncias. Aquí tenemos una corle
menos liberalmente el acceso a la intimidad del soberano. Son L;slas ¡m1l'ha.'\ dl' do11de (') rey desea ver a sus nobles servir, donde se encuentran "súbditos que se
cisivas de una elección personal que recae sobre el conjunto de una casa. l'l'rn arruinan en la disputa por estar a su serv1c10 · · " ,41 pero d on de mngun
· ' empleo , n1·
probablemente cuenten menos que el recibimiento que reserva el rey, ante ,'\11 siquiera el más elevado, otorga un rango al que lo ocupa; una corte donde las ca-
corte, a alguno de sus cortesanos. Las relaciones atormentadas de Saint-Sirnon rreras militares, por instigación de Louvois, son reguladas en principio por el es-
con Luis XIV suministran varios ejemplos. Una torpeza de lenguaje explotada calafón, pero donde las promociones en el ejército y en la orden del Espíritu
en su contra obligó al duque a refugiarse en su tierra de La Ferté para evitar una Santo siempre son inciertas e inesperadas; donde los valores reafirmados que
probable desgracia pública en 1708, de la que vuelve tímidamente para presen- fundan Ja clasificación de los hombres y las casas constantemente son demolidas
tarse en Versalles en los últimos días del año siguiente. Pero no es realmente por el capricho del monarca. Además, la política del privilegio se interesa c~d.a
restaurado en su status sino cuando la corte entera es puesta al tanto de que re- vez menos en los linajes: para elevarlos o rebajarlos distingue a personas, pnv1-
cuperó el favor al término de una entrevista privada "de más de media hora" con legiando las cualidades y los méritos individuales sobre los derecho_s capitaliz~­
el soberano, pero rápidamente conocida por todos. Cuatro años más tarde, Luis dos por los grupos familiares. Así, todo ocurre como si el ordenamiento auton-
XIV zanja en favor de Saint-Simon la interminable querella de rango entre los tario de la corte fuera reforzado por toda una serie de factores de desorden que
duques y pares, que lo habían opuesto a las pretensiones del señor de La Roche- incesantemente vendrían a perturbar las jerarquías ostentadas.
foucauld. Este triunfo, para ser consumado, debe ser reconocido: "Fui [ ... ]a es-
perar al Rey a la salida de sus aposentos cuando él iba a ver a Madame de Main- Pero la paradoja sólo es aparente. La corte de Luis XIV funciona en un doble
tenon. En cuanto me vieron allí, todos comprendieron que yo había ganado registro. Establece y torna visible una pirámide de honores y consideración s~­
[ ... ]". El soberano le confirma su decisión en público y se regocija de ese feliz cial coronada por la majestad incomparable del soberano. Cada cortesano contn-
desenlace: "Las orejas habían estado muy atentas a la respuesta del Rey, que in- buye en su lugar al orden y el funcionamiento de ~sta gran construcción q~e,
mediatamente corrió de boca en boca; y siguieron los cumplidos". 38 Una vez con justos motivos, puede calificarse de holística. Ese es uno de los lenguajes
más, es la voluntad del rey la que crea el valor social en la escena cortesana. que la corte sostiene sobre sí misma. Pero existe otro, esta vez muy diferent~,
que recuerda de manera insistente que todas las dignidades emanan de la gracia
8. A medida que es más minuciosamente regulada, la corte, pues, se convier- del rey, y que él puede decidir soberanamente acerca de ellas como más le gus-
te en una máquina -"una mecánica"- de producir distinciones sociales. Recien- te. Más aún, él demuestra él carácter absoluto de su autoridad alterando cuando
temente, Emmanuel Le Roy Ladurie sugirió que veía en ella una microsociedad quiere las órdenes que decretó y que parecen conducir hasta él. Una vez más, la
holística, reunida alrededor de un poder que no puede compartirse, y jerarquiza- proximidad del poder rebaja a aquellos a quienes eleva a la vista de tod~s ..
da según una doble escala, de lo sagrado a lo profano y de lo puro a lo impuro. 39 La corte misma vive tironeada entre esos dos registros de reconoc1m1ento.
Esta interpretación estimulante, sin embargo, no es convincente. En efecto, a mi Por un lado, la etiqueta está presente para dictar las conductas y los gestos, hasta
juicio supone una continuidad social de los valores que no estamos muy seguros los más comunes, de la vida social. Impone un código a todos -indexado sobre
de encontrar en la corte de Luis XIV. Porque, mientras que se hace más riguro- la jerarquía del prestigio- y se impone al mismo rey, que se conduce como el
samente jerárquica, acoge a un público cada vez más heterogéneo en su compo- primero y más exacto de los cortesanos. Objetiva la posición de cada uno .en el
sición. Saint-Simon, que rechaza esta evolución, endurece en sus Memorias las orden cortesano y, al mismo tiempo, la vuelve más aceptable. Norbert Ehas lo
reivindicaciones de la sangre y la antigüedad de los derechos -las de la pureza, formula con una fórmula feliz al expresar que es una "autorrepresentación de la
si se quiere-, pero lleva a cabo un combate de retaguardia. Todo el esfuerzo del corte".42 A fines del siglo xvm, en un momento en que se comienza a encontrar-
Rey Sol, por el contrario, fue para "separar, dividir" .40 Si generalizó el principio la insoportable y a intentar sustraerse a ella, porque ya no se comprende su fun-
jerárquico, lo hizo multiplicando las escalas de dignidad y oponiéndolas unas ción, Mme. Campan, no tan ingenua, recuerda útilmente la significación de la
etiqueta: "Esas reglas eran erigidas en una especie de código; Uevaban a un Ri-
chelieu, un La Rochefoucauld, un Duras a encontrar, en el ejercicio de sus fun-
38. Saint-Simon, Mémoires, op. cit., t. III, págs. 702-708, t. IV, pág. 747.
39. E. Le Roy Ladurie, "Aupres du roí, la cour'', art. citado. El autor se inspira explícitamente
en los trabajos de Louis Dumont sobre las sociedades jerárquicas de la India (véase Hamo hierarchi-
cus, París, Gallimard, 1966). 41. Primi Visconti, Mémoires, op. cit., pág. 146.
40. Saint-Simon, Mémoires, op. cit., t. V, pág. 1141. 42. N. Elias. la, Société de cour, op. cit., pág. 94 y, más generalmente, caps. m y IV.
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ciones do1m~slicas, la ocasion dl' atTl\'.;1111it·11los 111iks a su fo111111a; y, p:11a vd:11 l·:I l'SJll'l'l<ll'lllo l':;la 1d11l';Hlo ha¡o el palrn11a1.go cxplfcito de M111e. de Mai111c11011
por su vanidad, estimahan los usos que convertían en honorahks flI'l'ITo¡•,al iv:1s y dd rey, q11ic11 lo 11a11slrn 111a l'II 1111a ocasi1í11 social casi obligada. Por lo tanto,
el derecho a ofrecer un vaso de agua, acercar una camisa y rclirar una haci11i ('S i111porla111e asislir y sl'r visto. Mme. de Coulanges se lo hace saber a Mme. de
lla". 43 Entendámonos bien: la corte de Francia no inventó la etiqueta ni d serví < lrignan. exiliada en el fondo de su provincia: "[ ... ]Le advierto que si quiere fi-
lismo cortesano que la tradición anticortesana no dejó de denunciar durante si gurar solicite ver Esther. Ya sabe usted lo que es Esther. Todas las personas de
glos. Sin embargo, lo que se transforma con el reinado de Luis XIV son sus mérito están encantadas; y usted lo estaría más que cualquier otra. No es poca
relaciones mutuas. La humildad requerida del hombre de corte es convertida en cosa venir de Grignan a dormir a Versalles". La condesa, sin embargo, no irá,
prestigio, y el prestigio es monetizado en servicios irrisorios, como si se tratara pero su madre, que con tanta frecuencia afecta su alejamiento de los asuntos de
de recalcar, lo más fuertemente posible, el carácter fiduciario de los signos de la la corte, espera su turno asumiendo el papel de quienes ya fueron admitidos al
consideración social. teatro. Por fin llega el día de Mme. de Sévigné, para la última representación, el
19 de febrero. Entonces todo cuenta, y nada se deja librado al azar: su lugar (en
No obstante, al lado del rango de derecho manifestado por la ritualización de la segunda fila, detrás de las duquesas), su comportamiento ("escuchamos [ ... ]
los comportamientos, está el rango de hecho, valor cambiante si los hay, pero con una atención que fue notada"), las pocas palabras que el rey tiene a bien in-
decisivo. Por supuesto, comienza con la preferencia declarada del soberano, que, tercambiar con ella tras la representación: "Su Majestad se fue y me dejó con-
como la desgracia, puede expresarse de manera espectacular. La historia del rei- vertida en un objeto de envidia". 45
nado de Luis XIV está escandida por el juego incesante de la gracia y el disfa- Una buena parte de la atención y la energía de quienes viven en la corte, así,
vor. Se monetiza con más frecuencia en especies impalpables. Una palabra, una es requerida por la evaluación permanente del mercado de los favores. Para co-
atención, una simple mirada, como bien lo advirtió un observador irónico: nocer en qué punto están los otros, pero también -ya que todo cuanto es dado a
"Cuando él abre la boca, la pasión de los cortesanos por hacerse notar por el uno de hecho es tomado a los otros- para saber en qué punto está uno, porque
Rey es increíble. Cuando el Rey se digna dirigir una mirada hacia alguno de ahí es donde se establece el nivel efectivo de cada cortesano, que puede ser muy
ellos, el destinatario cree que su fortuna está echada y se vanagloria diciendo: diferente de lo que deja creer su rango. Por lo tanto, es preciso procurarse la in-
'El Rey. me miró'. ¡Claro que el Rey es muy astuto! ¡A cuánta gente paga con formación en las mejores fuentes que, junto con la gracia real, es la ración más
una mirada!". 44 Es evidente que el valor de esa moneda descansa en el crédito preciosa en este lugar. Precisamente sobre ella se pueden construir estrategias,
ilimitado del monarca, creador y dispensador de toda riqueza cortesana. Y que alianzas, pero ante todo basarse para conocer de la manera más exacta posible su
es sancionado por el reconocimiento de la corte. fortuna y su reputación. Estó es lo que hace Saint-Simon, cuando una serie de
A partir de entonces, todo puede convertirse en el indicio del favor real, y, muertes en su proximidad lo obliga a hacer un balance de lo que él llama su "si-
por lo tanto, en el objeto de la evaluación colectiva. AJ lado de las atenciones in- tuación en la corte": esas pérdidas, observa lúcidamente, "me dejaron en un va-
formales, al lado de las gracias demasiado formales, hay otras más seguras que cío, no hablo del corazón, no es éste el lugar, que nada podía, no digo llenar, si-
se escrutan con obstinación, porque a cada instante permiten redactar el mapa no ni siquiera disminuir". 46 La "noticia" -y el inventario de las fuerzas que ella
cambiante de la corte. Es el caso de la asignación de los apartamentos, recurso posibilita- dicta a cada uno las condiciones de su acción.
escaso en Versalles, cuya redistribución permanente, a la manera de ver de los Porque si el favor, por definición, es imprevisible, no por ello el cortesano
especialistas (como Dangeau, por ejemplo), es un buen indicio de la bolsa de los se ve reducido a la impotencia. Saber antes que los otros, si es posible, lo que
valores cortesanos: cada vez, el nombre y las alianzas del nuevo beneficiario son va a cambiar es un elemento central de la racionalidad cortesana: "Aquí siem-
completados, para la buena inteligencia del tema, por el nombre y el destino del pre se mira de dónde sopla el viento de la Corte", observa Primi Visconti, cíni-
ocupante anterior y la identidad de sus vecinos inmediatos, y todos esos elemen-
tos de información permiten calibrar mejor la naturaleza e importancia del favor
otorgado. Pero la oportunidad de un día también puede servir para establecer la 45. Mme. de Sévigné, Correspondance, op. cit., t. III, pág. 489 (Mme. de Coulanges a Mme. de
clasificación provisional de las reputaciones. La representación de Esther por las Grignan, carta del 28 de enero de 1689); Mme. de Sévigné a Mme. de Grignan, enero-febrero de
señoritas de Saint-Cyr, a comienzos de 1689, es una buena ilustración de esto. 1689, págs. 451, 497, 498, 501, 505, 506, 508-509, 519-520, 550-551. Véase también Mme. de La
Fayette, Mémoires de la courde France pour les années 1688 et 1689, ed. G. Sigaux, París, Mercure
de France, 1965, págs. 150-152 ("y lo que debía ser mirado como una comedia de convento se con-
virtió en el asunto más serio de la corte"). Sobre el acontecimiento social que fue la representación
43. Mémoires de Madame Campan, op. cit., pág. 75. de Esther, véase R. Picard, La Carriere de lean Racine, op. cit., págs. 396-407.
44. Primi Visconti, Mémoires, op. cit., pág. 100. 46. Saint-Simon, Mémoires, op. cit., t. IV, págs. 396-397.
11\ t '111111, l l/(;1\I< 111· Ml·Mtll<l1\ l(J f

co co1110 de cosl11111hre, pero qtw habla por l'XJll'J i1·1w1a; ¡,110 vio ;1\'a~;o que ~11 cpw 1111 t·111ll'l11y;1 p1111<is. l·:111<111ccs l'I jul'go puede mantenerse indcfinidamcnte. 50
nivel de apreciación se elevaba mucho por ha her recibido de l .11is X 1V 1111 n1111 1·11 1·s1c ¡1111110. las 111clúroras 111ccanicistas a las que es tan afecto Saint-Simon
plido público? "El marqués de Louvois, Dangcau, el marqués de La Vallii·n-. d 1·1w11t·111ra11 su plena significación, pero también su límite. El gran hombre de
duque de Grigny y todos los cortesanos me prodigaban las caricias y me n·rw 'rn lc. sin duda. está totalmente ocupado de "máquinas y combinaciones" que
tían las palabras halagüeñas que el Rey decía de mí. Porque basta con que el 1ll"ill' poner a punto, para luego "hacer marchar con un movimiento justo y com-
Rey abra la boca y hable de alguien para que de inmediato éste sea buscado co p11l'slo con un acorde exacto y una fuerza de palanca". Pero este reloj humano,
mo un santo o excluido como un condenado". 47 Informarse es a la vez maximi por perfecto que sea en su concepción, siempre está a merced de un relojero im-
zar sus posibilidades y, lo que en todo caso es igualmente importante, minimi prcv isible.
zar sus riesgos.
Esta racionalidad de la corte es lo bastante fuerte como para dictar estrategias 9. Porque, en la corte, la lógica de los rangos siempre remite a la exaltación
de alianzas. Unas descansan en antiguas solidaridades familiares, de amistad y dd poder puro. Precisamente cuando propone una formalización de las relacio-
políticas. Otras son efímeras y sólo apuntan a explotar las ocasiones del momen- nes sociales, se pone en práctica de manera que siempre se recuerde que el ga-
to. Las más complejas se organizan en "facciones" o, como a veces se dice, en rante del orden global, cuando quiere, puede modificar sus criterios. Incluso
"partidos". De estas nebulosas cambiantes, cuya concepción y acción exigen tan- puede hacer más: puede demostrar su poder absoluto afectando la supresión de
tas minuciosas combinaciones y tanta amplitud de miras, de creer en Saint-Si- todo orden. Por la voluntad de Luis XIV, Marly fue el lugar de esta experiencia
mon,48 Emmanuel Le Roy Ladurie mostró que de hecho constituían amplios sin- límite.
dicatos de intereses, bastante indiferenciados en el fondo, en los cuales todos los Apenas instalado en Versalles, el rey tuvo la preocupación de acondicionarse
componentes de la corte estaban más o menos representados cada vez. 49 Si se si- un refugio para las posibles incomodidades de una corte demasiado numerosa y
gue su análisis, puede pensarse que esa reunión de ambiciones entremezcladas pesada. A algunas leguas del castillo, sobre la ruta de Saint-Germain, Marly, que
primero fue un medio de diversificar las apuestas y reducir los riesgos corridos. Mansart comienza a construir en 1679, le va a ofrecer la posibilidad de "descan-
Porque si los cortesanos pueden y deben marcarse unos a otros, si deben tratar de sar y pasar el tiempo en las cosas domésticas". Se dirige ahí por primera vez en
sacar ventaja unos sobre otros, quedan todos fundamentalmente desarmados ante 1686, y ya no dejará de hacerlo, sin una regularidad demasiado exacta, hasta fi-
la incertidumbre de la gracia real, de la cual, en definitiva, todo depende. nes del reinado. 51 Al comienzo, el edificio es bastante exiguo: no ofrece más
Aquí es donde se articulan el sistema de rangos y la constante manipulación que unos cuarenta apartamentos, veinticuatro de los cuales pueden ser puestos a
de que fue objeto por parte del soberano, quien, por lo demás, no necesita inter- disposición de aquellos a quienes el rey desearía llevar consigo. La cifra es ínfi-
venir de manera permanente. Como lo mostró admirablemente Norbert Elias, el ma, comparada con los miles de cortesanos que frecuentan el palacio. La nece-
sistema de la corte está dispuesto de tal modo que los cortesanos, en cuanto a lo sidad de la elección, pues, dicta las condiciones de una competencia severa en-
esencial, se encargan de hacerlo funcionar según una lógica que los engloba y tre quienes consideran que pueden tener la pretensión de ser elegidos.
supera. Al rey le basta con imponer la existencia de un orden jerárquico, con Inmediatamente se convierte en un medio de clasificación visible. Rara, esta dis-
mantener por otra parte la incertidumbre sobre el lugar efectivo de cada uno, pa- tinción de inmediato es incomparable. Por lo demás, con el tiempo, puede deta-
ra definir las condiciones de una competencia generalizada que él debe cuidar de llarse según una graduación erudita: si bien aquellos que estuvieron, y sobre to-
do aquellos que son "nominados para Marly", se oponen a todos los otros, los
elegidos pueden serlo de manera diferente. Pueden ser invitados a "Marlys co-
47. Primi Visconti, Mémoires, op. cit.. págs. 18 y 48-49. Un ejemplo en sentido inverso: el del re- munes" o bien, en una compañía más escogida, a "Marlys particulares"; a
torno a Versalles de la princesa de Ursins, en disfavor ante la pareja real: "Poca gente, fuera de sus "Marlys de damas" o de hombres; y porque la lógica de la distinción es producir
viejos amigos y su viejo grupo, fue a verla [ ... ] y la soledad se enseñoreó en cuanto vieron el resulta-
incesantemente otras nuevas, hasta puede inventarse una alternativa a Marly que
do de su viaje a Versalles, donde la dejaron esperando varios días". Saint-Simon, que narra el episo-
dio, es uno de sus amigos; en consecuencia va a verla; pero eso no significa que sea imprudente: "En momentáneamente cambie el reparto y siembre la confusión en las filas.5 2
cuanto la vi partir fui a ver al Sr. duque de Orléans, a quien le conté lo que acababa de hacer; que no
se trataba de una visita sino de un encuentro[ ... ]" (Mémoires, op. cit., t. V, págs. 190 y 228-229).
48. "Concebí que todas nuestras combinaciones debían estar en nuestras cabezas, y bien escla- 50. N. Elias, La Société de cour, op. cit., pág. 77 y sigs.
recidas, y que todos estuviéramos persuadidos y de acuerdo antes de mover ninguna pieza" (id., t. 51. Véase Émile Magne, "Les Marlys", Revue de Paris, número 6, 1934, págs. 119-149.
III, pág. 532). 52. Que es lo que ocurre entre Marly y Meudon, que Luis XIV acaba de comprar a Mme. de
49. Emmanuel Le Roy Ladurie, "Systeme de la Cour (Versailles vers 1709)", L'Arc, número 65, Louvois, como lo atestiguan dos cartas de Mme. de Coulanges a Mme. de Sévigné durante el verano
1976, págs. 21-35. Véase también Y. Coirault, L'Optique de Saint-Simon, op. cit., pág. 360 y sigs. de 1695. A comienzos de julio: "El Rey va a Marly por quince días. Si la duquesa de Lude forma par-
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vitación, quién recupera los favores, tras cuánto tiempo de a11st·11cia; las gacl'I i. 1>u ras, que 111·1•.111111 111111111·11111 después. En verdad, Mmc. de Torcy le ofreció su
llas las publican y en ocasiones las rellenan de cumplidos. La importancia de ser lugar, pl'ro ya 110 cslaha en situación de tomarlo. Esto resultó como un cumplido
elegido es tanto mayor cuanto que es el mismo rey quien redacta con su mano la ¡... j". Pero llega el rey, a quien esta desfachatez le parece insoportable, se sulfu-
lista de quienes lo acompañan. Por lo tanto, aquí tenemos un nuevo indicador ra, subraya pesadamente el prestigio desigual de las dinastías burguesas, los Ar-
del favor, cuyo carácter excepcional refuerza su interés. Es necesario hacer todo 11auld y los Colbert, y el noble linaje de los Duras; deplora "que ambas ignora-
lo posible para agradar, y sobre todo para evitar indisponer. Según la Palatine, sen desmedidamente, una lo que se le debe, la otra el respeto, ése fue su
las damas "tenían tal miedo de decir algo que pudiera desagradar e impedir que término, que debía tener por la dignidad y el nacimiento". El asunto terminó al
fueran a Marly que sólo hablaban de atavíos y de juegos, lo que parecía bastante borde de una semidesgracia para aquella que involuntariamente se había hecho
aburrido". Saint-Simon, que por un momento creyó que era un habitué (pero que culpable de tanta impertinencia. 55 En este episodio hay que ver algo más que un
será cruelmente desmentido), sabe lo que significa la distinción: "A menudo yo capricho o un acceso de mal humor, y tampoco se le puede dar una e~plicación
iba a Marly; [el rey] a veces me hablaba, cosa que era muy señalada y comenta- de tipo psicológico. En cambio, muestra claramente uno de los mecamsmos pro-
da; en una palabra, me trataba bien, y mejor que a aquellos de mi edad y mi con- fundos de la sociedad cortesana: aquí, el rey es el único que decide acerca de las
dición". 53 La competencia abierta entre cortesanos que no dejan de evaluarse se reglas de juego, y quienes se acercan más a su gloria también son los más ex-
:.11
convierte así, entre las manos de Luis XIV, en un medio de presión y de mani- puestos a su arbitrariedad.
pulación constante. Medio tanto más seguro cuanto que el rey, que decide sin
dar razón de sus elecciones, impone a los candidatos la postura de pedigüeños.
Se trata del famoso: "Sire, ¿Marly?", que hay que suplicar a su paso. Nada ga- EL CONTROL DE LAS APARIENCIAS
rantiza que uno será satisfecho. Pero pobre de aquel que, como Saint-Simon, ter-
mina por cansarse de no ser oído y cree poder abstenerse de dar al monarca "la l O. Aquí tenemos otra paradoja. A juicio de la mayoría de lo~ autores qu~ l.a
satisfacción del rechazo".54 Corre el riesgo de caer en desgracia, cosa que le ha- observan y comentan, la corte es un lugar de falsedad y de mentira. La duphc1-
cen saber sin muchas consideraciones. Como el Dios de los jansenistas, el sobe- dad del cortesano y la vanidad de este tipo de vida, a decir verdad, son motivos
rano distribuye su gracia a quien quiere y como quiere, pero espera de sus fieles tan viejos como las cortes. Y la de Luis XIV no escapa a la regla. ¿No descubre
que cumplan los gestos de la fe sin otra esperanza de recompensa. El resto se da acaso la indulgente Mme. de Sévigné, con un interés un poco horrorizado, "to-
por añadidura. das las interioridades secretas de todas las cosas que creemos ver Y que no ve-
En Marly, la estadía es tan informal como sea posible. Uno va sin boato, sin mos", en ocasión de una visita a su amigo Pomponne? Y ¿no retoma el muy ofi-
servicio doméstico. La vestimenta se simplifica, la etiqueta se abandona, en los cial Bossuet un mismo juego de imágenes cuando denuncia "los eternos
paseos permanecen con el sombrero puesto delante del rey. Sin embargo, esta . da"?..56
interiores de las cortes" y " ese d'is f raz de t e1a ªJª
ficción de un enclave de libertad donde toda jerarquía sería olvidada no resiste Sin embargo, a esta sentina de la mentira se vienen a buscar verdades sobre
el examen. El pequeño castillo es objeto de una vigilancia incesante, y no es po- el hombre. Más aún, en el fondo, la corte es un lugar privilegiado para la obser-
sible alejarse sin permiso. Las distracciones son obligatorias. Sobre todo, lo peor vación psicológica y la pintura de las almas. La Princesa de Cleves es un ilustre
amenaza a quien cree que puede tomarse en serio la ilusión de una sociedad ejemplo de esto, pero como se ha dicho, la novela evoca una época y un m~ndo
donde las distancias de rango fueran abolidas. En 1707, Mme. de Torcy se deja ya caducos bajo los colores de la nostalgia. Sin ~mbargo, cuando. Hennette
pescar en un momento de descuido. Esposa de Colbert de Torcy, entonces secre- d' Angleterre solicita a Mme. de La Fayette que realice su retrato escnto, de an-
temano justifica la excelencia de la materia de corte, esta vez en presente: "¿No
le parece -me dice- que si todo cuanto me sucedió y las cosas relacionadas fue-
te del viaje será por tercera vez consecutiva; esas distinciones son encantadoras cuando uno pertene-
ce a ese país. Felices aquellos que pueden ver esto desde el punto de vista en que hay que encararlo".
El 12 de agosto: "El Rey debe ir el sábado a Meudon por dos días. Las distinciones actualmente apun-
tan a Meudon y no a Mari y [ ... ]" (Mme. de Sévigné, Correspondance, op. cit., t. III, págs. 1112 y 55. Id., t. III, págs. 26-32. . .
1115. 56. Mme. de Sévigné, Correspondance, op. cit.. t. II, pág. 14 (a Mme. de Gngnan, del 24 de JU-
53. Saint-Simon, Mémoires, op. cit.. t. II; pág. 170. lio de 1675). Citas de Bossuet según Élie Longuemare, Bossuet et la Sociétéfranr;aise sous le regne
54. Id., pág. 174. de Louis XIV, París, 1910, cap. n.
•' •' ·~·. '1 ' 1 1\ 1. \ 1. 1 I .'\ I 1111 11 I l ll 11\1( 111' 1\11IVll11<11\ l / I

ra11 cscrila.s. rcsullarra u11a linda hisloria" l lsh'd •·snilw hil'11 ;1nadi<1 : ,.,,,. 1iha. haill' c11 ,·asa dc M111c. 1k l .;1 Vw11l'1llc, donde Madame y Monsic11r lul'lllll l'lt
yo le daré buenas memorias"_ ..,, Sin duda. la pri111cra M;1da11lL' ,-,sf;í adornada co11 111a•;r;11;ulos: "I ~11co11traron t'll la puerta a un grupo de máscaras. Sin conon·rlos.
todas las seducciones de un personaje de novela; tiene su belleza, sus a ven furas. Mrn1sicur les propuso asociarse a ellos y tomó a una de la mano. Madamc· lti1.o
Y hasta tendrá su trágico fin. Pero de manera mucho más general, la cortL~ n· olrn tanto. Imagínense su sorpresa cuando ella encontró la mano estropeada dl'I
qu~ere el relato y el retrato, incluso (y quizá sobre todo) en aquellos que no la conde de Ciuiche, quien también reconoció las bolsitas con que estaba pcrfum<1da
qmeren, como La Bruyere, o que, como Saint-Simon, no se hacen ilusiones so. la cofia de Madame. Poco faltó para que ambos lanzaran un grito, a tal punto los
bre ella. Todo cuanto viene de ella es bueno para saber, bueno para contar y co- º
sorprendió esta aventura [ ... ]". 6 La vida de corte es una novela; o mús bien, la
mentar, y, en definitiva, bueno para pensar. Mme. de Sévigné escribe en el cen- corte recrea en la vida las condiciones que habitualmente son las de la ficción.
tro de un círculo de informadores de quienes no deja de recibir y redistribuir las En consecuencia, no hay oposición entre la falsedad y la verdad de la vida
noticias, haciendo así de su correspondencia una especie de "gaceta de mano".58 cortesana, porque no remiten al mismo orden de realidades. La primera es de··
No porque la naturaleza de lo que se conoce sea muy inesperada: las intrigas del nunciada en nombre de la moral; la segunda depende de una observación que
poder, las de las familias y del amor ocupan un lugar obligado. Pero en todos debe proporcionar una comprensión de la vida social y los medios de una ac-
nuestros autores se siente que algo más profundo se está jugando ahí; que la cor- ción. No se refiere, como el discurso de la denuncia, a valores trascendentes que
t~, debido a su propia densidad, a la concentración de grandeza, ambición y serían humillados o, más simplemente, perdidos de vista. Sabe que la corte es un
nqueza que atrae, es como un resumen desmesuradamente aumentado de la so- juego de representaciones que hay que tomar en serio, porque son constitutivas
ciedad de los hombres. Allí, la anécdota se vuelve ejemplar, el retrato inmedia- del lazo entre los hombres.
tamente universal, los caracteres son subrayados hasta la caricatura. Por último,
propone un inagotable yacimiento de intrigas. 11. Todo se ve en la corte, y todo debe ser visible. En el sentido fuerte del
Entonces ¿es necesario asombrarse de que intercambie tan fácilmente sus término, es un espacio público donde nada debe estar oculto. Esta regla, que
cualidades con el mundo de la obra literaria? Con el teatro, claro está, aunque con concierne primero al rey y su familia, sin duda es una de las originalidades de la
frecuencia sea un medio de denunciar las convenciones y la índole artificial de la cultura cortesana francesa. 61 En el espectáculo colectivo que deviene desde el
vida de corte, que sólo existe como representación. Para Primi Visconti, "la cor- comienzo Versalles, es importante que cada uno pueda acceder al soberano y,
te es la más bella comedia del mundo", y Luis observa en público "la gravedad por lo menos, percibirlo. Porque la vida de corte, centrada en él, poco a poco fue
de un rey de teatro". Incluso cuando la irrisión no está de moda, el pasaje es ocupando el lugar de los grandes rituales monárquicos, el cuerpo del rey encar-
siempre fácil y tentador entre la vida cortesana y la escena, entre los hombres y na de manera tangible la·majestad y el principio de soberanía. 62 Más que ningún
los personajes. 59 Pero el pasaje a la novela, en cierto modo, es más significativo otro, Luis estuvo convencido de esto. De ahí proviene la exactitud atenta de su
t?davía a causa de la multiplicidad y el entrelazamiento de las intrigas que auto- conducta cotidiana. En el medio de tantas críticas con que lo agobia, Saint-Si-
nza. Cuando Mme. de La Fayette -no olvidemos que lo hace bajo la mirada de la mon le reconoce el mérito de haber conservado siempre el gusto y la preocupa-
interesada- cuenta los amores de Henriette d' Angleterre con el conde de Guiche, ción por la apariencia:
nad~ f~lta, ni la incertidumbre de los sentimientos ("M. de Guiche no sabía qué
sent1m1entos tenía por él [ ... }"),ni las equivocaciones, ni la necesidad de jugar a Esta parte tan conveniente es la dignidad constante y la regla continua de su exte-
ci1~gas, ni el destino, pero tampoco la sorpresa. Por ejemplo, en ocasión de un rior. Una presentaba en todos los momentos que podía ser visto una decencia majes-

60. Mme. de La Fayette, Histoire d'Henriette d'Angleterre, op. cit., pág. 76.
57. Mme. de La Fayette, Histoire d'Henriette d'Angleterre, ed. G. Sigaux, París, Mercure de 61. La comparación es esclarecedora. aquí, con lo que ocurre en España, donde el rey sólo se
France, 1965, pág. 21. muestra parsimoniosamente y de lejos, !a mayoría de las veces en ocasión de ceremonias religiosas.
. 58. Mme. de Sévigné, Correspondance, op. cit., t. I, pág. 724 (a Mme. de Grignan, del 5 de ju- Saint-Simones sensible a la distancia que sigue separando ambas cortes durante su embajada ante
mo de 1675). los Barbones. Véase J. H. Elliott, "The Court of Spanish Habsburgs", art. cit.
59. Primi Visconti, Mémoires, op. cit., págs. 121 y 138. Un buen ejemplo del pasaje de la corte 62. Véase Ralph E. Giesey, Cérémonial et puissance souveraine, xve-XVJ/e siecles, París, Ar-
a la escena lo da Mme. de Sévigné cuando, en una carta famosa, comenta el episodio tragicómico de mand Colin, 1987, Cahiers des Annales. Sin embargo, la insistencia que pone el autor, después de
los amores contrariados de Mademoiselle y de Lauzun: "Es el tema perfecto de una tragedia con to- otros tantos, sobre !a significación ritual del simbolismo solar en la corte de Luis XIV, a mi juicio,
das las reglas del teatro[ ... ] M. de Lauzun representó su papel a la perfección. y lo mismo Made- no es totalmente convincente, y es objeto de críticas útiles: esto es lo que hace Hélene Himelfarb,
moiselle. Bien que lloró" (Correspondance, op. cit., t. I, págs. 143-144, a Mme. de Coulanges del "Versaillcs, fonctions et légendes", en Les Lieux de mémoire, t. II, La Nation, vol. 2, págs. 235-292
24 de diciembre de 1670). ' (en particular pág. 252 y sigs.).
lurn;a i11l1111d1a ll''Jll'lo: la olrn. 1111a .\('JI(' d1· d1·1, Y Ir . 1 1
q11t·
. . •
g .11 . 1 1 . . '. . """ ( lllll ••• t'JI .-11.dq111<·1 111 1111;11l<l y a11q1lil1cailll l·.11 d ';¡~;ldlll, ohsnva l'ri111i Visco11Li (;mies que 11111cilos
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qut: se ia Jara, solo hat:1a l'alta saber que d1'a y lfll. 1101 .1 •1. . . .
estaba haciendo ·J R .· · ., ' · ' .1 fl.ll .1 '""n lo q11r ol1lls), "las p;11rdl's li1·1w11 01('Jas y 1111a lengua"; y en otro lugar: "En esta corle,
ras que Pasa ba af<:ucraey,o Slll nrnguna alterac1011 de nada, que 110 ftwra <'lllJlkar las ho
en cosas d' . · · las palabras son considnadas como crímcncs".<' 6 Tan fuerte es la competencia
que esta exactitud apo,rt b iv~r.sas, o e? sunplcs paseos. No se puede cn:n lo
a a a su serv1c10 al bnllo d . . l'lllrc los cortesanos reunidos que todo cuanto permite arruinar las ventajas o
cerla y de hablarle. 63 ' e su cm te, a 1a comodidad de ha
a111hieiones tle un competidor puede y debe ser utilizado. Cada uno observa al
resto y, simétricamente, cada uno es objeto de la mirada de todos. Indudable-
de l~~:~e~\}ª enfermedad n? deben perturbar este orden visible que es la ley mente, no hay que buscar en otra parte el gusto por el retrato -retrato psicológi-
Luis XV . M ~or habe:lo olvidado, los sucesores del Rey Sol en el siglo xvm co o retrato de acción-, que es tan sensible en la corte. El ojo aprende a localizar
o ~na ~ntometa, pagarán caro la audacia de haber intentado reser~ las debilidades, a vapulear los nervios y las conciencias, a presentir lo que toda-
varse un espac10 pnvado o vivir fuera de la mirada colectiva. Todo debe verse vía no se ha dicho. Antes de ser una convención o un gusto compartido, el análi-
fo~ l? ta~t?, todo puede verse, desde que se levanta el Sol hasta que se pone ~j sis de las emociones y las acciones es gobernado por la necesidad de mantener-
era dªJ~ ~ juego y los amores, y, para terminar, la agonía. La presencia simbÓJi- se, y, de ser ello posible, prevalecer.
a e ms es tan fuerte que, en ciertos casos, puede abstenerse de su . La consecuencia paradójica de esto es que la exigencia de visibilidad produ-
real, a tal punto ésta parece adquirida. Mucho tiempo después de que d~r~;ncia ce el mayor disimulo. Porque si la expresión de los sentimientos y las pasiones
tar presente en ~os "apf!artements,, donde los recibe varias noches or se e es- corre el riesgo de dar asidero a los otros, hay que aprender a dominarlos. Una
~os cortesano~ siguen smtiéndose obligados a acudir para oír el con~erto ma;:;~ vez más, el rey da el ejemplo. Ofrecido y accesible a todos, en toda ocasión o
Jdugar, como s1 el rey efectivamente estuviera presente en medio de ellos yrep . casi, modera a la perfección lo que permite apreciar de sí. Gobierna con la mira-
os en su nombre.65 , um-
da y el silencio, "porque nunca habla de más". Servido por una memoria incom-
t t Es ¡evidente que ~a n_iisma coerción se ejerce sobre los cortesanos. El rey <le- parable, sabe todo pero dice poco. La economía que hace de su acción aumenta
es;, e dsetreto ~la mtnga, cuyo terreno natural, sin embargo es la corte Des- todavía su poder: "Me gustaría mucho que pudiera ver al Rey; tiene el aspecto
ean ia . e as pas10nes y sueña con imponer a todo su mundo u~a . de un gran simulador y ojos de zorro; nunca habla de cuestiones de Estado, sal-
parencia generali_zada. Es otra función de la etiqueta asignar a ca;::~~~~ ~~ns­ vo con los ministros en consejo; fuera de esto, si dice algunas palabras a los cor-
y u~ comportamiento claramente identificables, regular las relaciones y las ~~r tesanos, sólo se refieren a sus atribuciones respectivas o a su profesión; pero pa-
tua~10nes de manera previsible. Por otra parte, para hacerse obedecer me·or n1- ra todo lo que dice, hasta las cosas más frívolas, es un oráculo parlante". 67 Al no
~ac~ en buscar la 1'.1~nera ~~ conocer las interioridades de la corte. De es~e :no~ poder resguardarse tras la legitimidad de una máxima de Estado, los cortesanos
o, ersalles conoc10 un ~eg1men de vigilancia, mejor aún, de es iona·e de 1 hacen lo mismo. Precisamente porque todo se ve, nada de lo que importa puede
personas, de las conversac10nes y de las correspondencias. Pero u~a ve~ , as ser mostrado. Como lo señaló tan atinadamente Norbert Elias, la excepcional
soberano le basta con lanzar el movimiento. Luego la corte se encarga dei:~~t~! densidad y agresividad de las relaciones sociales gobiernan una disciplina de
protección y un sistema de autocoerción que hacen de la corte el lugar escogido
del proceso civilizatorio en la edad moderna.
63. Saint-Simon, Mémoires, op. cit., t. V, págs. 381 _382 _
64. Sourches, Mémoires ... op cit t I pá 463 . .
en el momento de la fístula d~I rey.)· ;;S. d'. g. 1 , narra este episodio significativo (que se ubica 12. Parecería razonable suponer que el problema de la apariencia, funcional-
· e ice me uso que un día d b' r mente, se encuentra en el corazón de la cultura cortesana. Y, por otra parte, con
ment, y que él había sufrido en extremo Mme 1 D h' b - que e Ia rea izarse un apparte-
, ·a aup me anadaenl' · h b'' .
que esa noche no habría appartement y que ella drí ' . . agnmas, a iendole dicho palabras semejantes, no deja de reaparecer bajo la pluma de los moralistas, los
en que estaba él le respondió· 'Mad , . no po a decidirse a bailar, viéndolo en el estado
memorialistas, hasta de simples cronistas. Tiene su léxico, sus imágenes (la
como los particulares. Nos debemos~::~¿:;~~!¿:~ h:~~· app';tement Y que usted baile. No somos
65. Véase Saint-Sima M, . . pu ico. aya, Y proceda de buena gana"'. máscara, el teatro, el artificio): es un topos. Sin embargo, la estabilidad del moti-
n, emoires, op. cit t I págs 36 37 . "L vo en la muy larga duración puede inducimos a error, aplastando la perspectiva
era la concurrencia de toda la corte, desde las si-~t~ d~ la t~d ~ . o q.ue se llamaba appartement
ba a la mesa, en el gran apartamento [appartement d d e asta las diez, cuando el Rey sesenta- temporal. De hecho, los valores y las funciones de la apariencia fueron reformu-
galería hasta la tribuna de la capilla Pn'mero hab' ], es ~uno de los salones del extremo de la gran
· 1a una musica· des •
ciones, todas dispuestas para toda suerte de . [ ' . pues mesas para todas las habita-
iba y jugaba un tiempo; pero hacía mucho q~~e~~~ía· dlj::: c~m.1enzo, cuando ~e estableció, el Rey
ran asiduamente, y cada uno se apuraba en com ? e. Ir. aunque quena que todos acudie- 66. Primi Visconti, Mémoires, op. cit., págs. 27 y 148.
Mme. de Maintenon tr b · . p1acer10 · El, sm embargo, pasaba las veladas con 67. Id., págs. 29 y 100. Testimonio confirmado por Saint-Simon, Mémoires, op. cit., t. V, págs.
, a ªJando con los diferentes mimstros, unos tras otros" ( 1692).
997-1005.
lados l'll prnlu11d11l:11I, y )llll'til-11:1y111la1a1·1i111prc1Hll'1 lo q1ll' 11:11·1· la 1111¡',111:ll1dad llHll'l'ldihk po1q11 1• 1·11 1·11,dq11w1 1·:1:,11 Jrnlo y;1 cst:í adquirido, ya 111'. sc trata si1H1
francesa. d<' ninlirniar la ¡•.1: 11 · 1a q111 • h;1n· dl'l li11lllhrc dc corle un ser aparte. En consecuen
,· a, la construcci1.111 d1· fas aparil'ncias debe borrar sus propias huellas; excluye l'I
La comparación lo mostrará mejor. En la literatura masiva de los lr:llados de 1
dicados a la corte, un texto ocupa un sitio excepcional, al mismo tiempo rd'ere 11 . 1
·sfucr:r.o, que haría dudar de la calidad del cortesano, y llama sprezzatura. a la
cia, matriz y gramática de la vida cortesana: es el Cortegiano de Baldassar ('as- distancia desenvuelta que inscribe Jos gestos y las actitudes en el doble registro
tiglione. 68 Publicado en Venecia en 1528, el libro fue reeditado, traducido, de la espontaneidad y la evidencia. Su función social la disculpa también de toda
adaptado, plagiado en toda Europa (se cuentan tres traducciones del original en imputación de engaño. En Castiglione, el disimulo es "hon~sto", p,orque expresa
francés, pero una cantidad mucho más numerosa de ediciones en los siglos xv1 y la voluntad de componer mediante el artificio una naturahdad mas verdadera Y
XVII), y en todas partes sirvió de modelo. El éxito de este best-seller a escala de
social, mejor que la naturaleza. Como la retórica o Ja pintura, la_s artes de la co_'.·tc
la época, su recepción casi universal, corren el riesgo de trivializar su contenido enriquecen lo real. El disimulo honesto permite inventar colectivamente una he-
y, sobre todo, hacer olvidar que se trata de un texto fechado, inscripto en un ción social, la corte, donde la vida es incomparable porque descansa en una red
contexto social y político muy particular. Contemporáneo de Maquiavelo, Cas- de convenciones libremente decididas y libremente aceptadas.
El último modelo es político. En el Livre du Courtísan, como dijimos, el
tiglione evoca una sociedad que se dispone a desaparecer en un siglo de hierro,
príncipe está simbólicamente ausente. L?s cortes_anos se hace~ ,cargo de su pro-
"!i-
la de las cortes del Renacimiento italiano.
Como sabemos, se trata de un diálogo de tipo platónico --0, más bien, cicero- pia definición. Entre ellos y él, el dispositivo sugiere una rel.ac10n .que no es tan-
niano- que pone en escena una ficción: durante cuatro veladas, en ausencia del to de dependencia como de reciprocidad. Sin duda, e~ !~ _ex1stenc1a de u~ poder
príncipe -el duque de Urbino, que, enfermo, se ha retirado-, sus cortesanos se Jo que hace existir la corte. Pero es la corte la que c1vil1za el poder Y SlfVe d_e
reúnen para interrogarse juntos acerca de lo que hace al cortesano. Por consi- mediación entre el principio de soberanía y la invención de las formas de la vi-
guiente, nos enfrentamos con una representación que instala a personajes que da social. Quien recibió la herencia del poder político reconoce a aquellos que
conversan sobre su propia función de representación y sobre lo que justifica el recibieron el don de la gracia; éstos se reconocen entre sí y se hacen recono~er
reino de la apariencia. Esta composición en espejo, de hecho, propone un triple afuera. En consecuencia, puede hablarse de un contrato cortesano en el sentido
modelo -y una triple legitimación- de la sociedad de corte. El primero es de ín- en que se hablará de un contrato social. Por sup~esto, est~ _construcción es una
dole retórica: como lo hace Cicerón para el orador, los personajes de Castiglio- ficción puesta al servicio de los cortesanos, de qmenes leg1t1m~ el status, la fun-
ne se proponen "formar en palabra a un cortesano perfecto",69 pero Ja operación ción pero también las coerciones que se ejercen sobre ellos. Sm emb~rgo'. ~o se
sólo es posible porque la corte es, por su destino, un locus amoenus, un lugar reduce a una simple exhi:bición ideológica destinada a ocultar una s1tuac10n de
bueno para pensar. Por lo demás, el hombre de corte es un ser de palabra, cuya hecho. La Italia del Renacimiento, que Castiglione ve desaparecer con una nos-
acción, por privilegio, se construye en palabras (y por lo tanto, simétricamente, talgia intensa, es un archipiélago de cortes entre las cuales los hombres pued~n
el lenguaje es un discurso de acción). escoger (por otra parte, ésa fue la experien~ia person;il ~el autor ,del. Cortegw-
El segundo modelo remite a una fenomenología. El cortesano está por com- no ). El que no está satisfecho con lo que recibe del pn~c~~e -en termmos de es-
pleto en lo que muestra en sociedad. Pero esa absoluta primacía de la apariencia tima, de funciones, de dones- siempre conserva la pos1b1bdad de h~cer recono-
sólo es posible porque en su ser es fundamentalmente distinto de los otros hom- cer sus talentos más lejos. A falta de ser igualitaria, lo que no tiene mucho
bres. Aquí el léxico se convierte en el de Ja gracia, del don que no se demuestra sentido en este universo cultural, la relación es por lo menos recíproca.
más que en sus efectos pero que se demuestra plenamente en sus efectos (y aquí
encontramos el modelo retórico). Uno es cortesano en la medida en que es reco- Ciento cincuenta años más tarde, el tratado de Castiglione sigue siendo leído
y sirve todavía de referencia a la cultura cortesana, también en Francia,7° aunque
nocido por sus pares, pero sólo es reconocido en la medida en que ya lo es. Por 71
tanto, la apariencia es una preocupación seria, porque funda el lazo social entre sea a costa de adaptaciones que en ocasiones son deformaciones sensibles. Pe-
el pequeño número de aquellos que rodean al príncipe. Seria, pero inmaterial e
70. La última de las traducciones antiguas es la del padre Jean-Baptiste Duhamel, p~blirnda en
1690: le Parfait Courtisan et la Dame de Cour. Ouvrage également ~v,anta~eux po,ur reus~ir dm.1s
les belles conversations, et pour former les jeunes personnes de qualite de l un et l autre sexe, Pa-
68. Baidassar Castiglione, ll libro del Cortegiano. Venecia, 1528. La más reciente traducción
francesa es la de Alain Pons (según la versión de Gabriel Chappuis, Lyon, 1580), le Livre du Cour- rfs, 1690. ¡ · ·¡· "' H · ·
71. Traté de describir el sistema de dichas adaptaciones en "Les usages de a c1v1 lte , 1sto1 re
tisan, París, Ed. G. Lebovici, 1987.
de fa vie privée, bajo la dirección de Georges Duby y Philippe Aries, vol. III: De la Ren(llssancc 11111
69. Le Livre du Courtisan, op. cit., libro l º, cap. XII, pág. 34.
,, .• ,. . l .;i 1;i1<1111·sa. q111· .,,. 11wl1<11·11 la ,·alil'la ;qn1·111krl<1, s:1L·a 1k alll 1111a .i'.1sla
to los y los valo11·s IJlll' 11;111s111111· 1·11 ad\'1:1111\' s1111p1w~,l11s1·11 p1a<"ll<':I 1·11
11·111as 1110 11
11·,·"1 011 : "No c 11 c11cn1 11 1 11;11);1 q111· 1!'11aje 1a111u d orgullo: Id juego! hace sc11l1r la
1111 conlcxlo pol1.lico y social radical111enll' di.~1i1110. l .a corll' del .111s .\IV es 11111
s • ia y llls limites dd t'.'>¡>111111''. 11 Tal es la ruda disciplina dd prestigio bajo d
ca, y la centralidad del dispositivo monúrquico priva a los corlL~sanos dL· todo n· 1111 1 1
, idn. Moralista mús que snciúlogo, La Bruycrc también lo dice, a su manera:
curso fuera de ella. Allí es donde hay que ser admitido y reconocido, allí es don 11
.. , .a vida de corte es un juego seno, . me laneo'l"1co, ap ¡·icad o l . . .]" .74
de hay que tener éxito. Aquel cuya torpeza, insuficiencia de recursos (en totlns
1~ 11 consecuencia, hay que estar preparado. La primera máxima es el secreto.
los sentidos del término) o falta de favor impiden que se afirme no tiene otra sa·
"\In hombre que conoce la corte es dueño de su gesto y de su mirada; es profun-
!ida que el repliegue sobre sí y un distanciamiento que a menudo adopta la sig·
do, impenetrable".75 La segunda es el disimulo: no la honesta composición ~eco­
nificacíón de un exilio. Aquel sobre el cual la mirada del soberano ya no puede
mendada por Castiglione, sino el arte de engañar. La máscara es el gran medio de
posarse o que decidió dejar de ver no existe ya para los otros ni para sí mismo.
Saint-Simon lo percibió crudamente cuando, decepcionado porque no lo nom- la intriga, porque permite escoger su terreno y los golpes que uno va a dar. Tam-
bién puede ser el medio de evitar un ataque y dar tiempo ~l tiempo, en espera del
braba brigadier, decidió abandonar el servicio y al mismo tiempo padeció la fu-
ria real: "Dejó de hablarme, sus ojos no me miraban salvo por azar".72 En el me- próximo lance. El propio Saint-Simon, ese parangón de virtudes, ese defens?r _de
jor de los casos, uno puede tratar de sobrevivir esperando una mejor fortuna; en los más viejos valores cortesanos, debe aceptarlo cuando se entera de la mas !~­
el peor, decidirse a no ser nada más. soportable de las noticias, la legitimación del duque de Maine, bastardo de Lms
La función de la apariencia cambia entonces de naturaleza. Ya no se trata de XIV, impuesta violentamente en 1714. Se lo encuentra en Marly, y, contra to.do
participar en la invención colectiva de un lugar social sino de figurar en él en su aquello en lo que cree, se siente en la obligación de felicitarlo. "Esa falseda~ m-
lugar y de conformidad con lo que este lugar requiere. La etiqueta, y, más en dispensable tenía un costo tan prodigioso para mí que continuan_iente tenía miedo
de que mi cara me traicionara, del sonido de mi voz, de toda m1 compostura. No
profundidad, el adiestramiento de los comportamientos, prescriben una sociabi-
es posible expresar el combate que se desarrolla en el fondo ,de un_ alma recta, na-
lidad regulada. El conformismo exigido es tanto más convincente cuanto que el
soberano, corno dijimos, es el primero en someterse a él y el más exacto de to- tural, verdadera, que en medio de los peligros de la corte mas pehgrosa del mun-
dos. El sueño de la corte en vías de institucionalización rápida es el de una "me- do, jamás pudo ocultarse, ni siquiera sobre la cosa más mínima, lo que m~chas
veces le costó caro, sin haber podido nunca decidirse a aprender de sus exigen-
cánica" cuyo movimiento, perfectamente regulado, se mantendría a sí mismo sin . d. 76
que sea necesario moverla. cias." Pero la guerra tiene sus razones que ¡a v1rtu ignora. .
La tercera máxima es la acción. En el momento en que el Cortegiano culmi-
Pero eso no es todo. Porque la escena cortesana se convierte en el campo ce-
na su trayectoria, un nuevó texto de referencia toma significativamente el rele-
rrado de las ambiciones, fuera del cual no hay ya salvación; el control de las apa-
vo. Se trata de un compendio de máximas traducido del español por Amelot ~e
riencias se encarga de las pesadas implicaciones estratégicas. El personaje que se
La Houssaie en 1684, L'Homme de Cour, de Baltasar Gracián. El autor es un Je-
muestra en público -el único que vale- debe ser compuesto por cada uno tenien-
do en cuenta la ganancia social que puede guardar para sí mismo. Incesantemente suita, y la edición original del libro, El oráculo manual y arte _de_prudencia, fue
hay que calcular y contar. No es azaroso, entonces, si la metáfora del juego vuel- publicada en Huesca en 1647. Sobre un fondo de absoluto pes~m1smo, es un tra-
tado de la guerra social que enseña muy brutalmente los med10s de vencer me-
ve tan obstinadamente bajo la pluma de los comentadores. Mme. de Sévigné, que
diante el disimulo, el engaño, los golpes. Su valor central es "el arte de conte-
reconoce en Dangeau a un sujeto brillante ("una cabeza naturalmente algebraica,
Y llena del arte de las combinaciones"), recurre instintivamente a él cuando co- nerse" el dominio de sí y la represión de las pasiones.
menta, en 1679, la brutal desgracia de su amigo Pomponne: "Era entonces un
Sa~az es aquel que sabe no dar poder a los otros, porque vive en un n:undo
donde todos cuantos lo rodean son enemigos potenciales. "El hombre diestro
mate lo que le habían dado, cuando creía tener en sus manos el juego más bello
emplea las estratagemas de la intención. Jamás hace lo que muestra tener ganas
del mundo y reunir todas las piezas juntas". Otros prefieren evocar la esgrima o
~~ guei:a. Pero es _el ajedrez, el juego del rey, el que mejor traduce, en su cornple-
jtdad ngurosa, la implacable voluntad de vencer y matar que debe asumir el cor-
73. Mme. de Sévigné, Correspondance, op. cit., t. Il, pág. 352 (carta a Mme. de Grignan, del 29
de julio de 1676): id., págs. 766, 854 (a la misma, de los días 8 de diciembre de 1679 Y 28 de tebrc-
ro de 1680). . .
74. La Bruyere, Les Caracteres, en rEuvres completes, ed. J. Benda. París, Gallimard, Bibhot-
Lumiere~, bajo la dirección de Roger Chartier, París, Seuil, 1986, págs. 169-209. Sobre estos proble-
mas, el hbro de referencia sigue siendo el de Maurice Magendic, La Politesse mondaine. Les théo- heque de la Pléiade, 1951, "De la Cour", 63, pág. 236.
ries de l'honnéteté en France, de 1600 a 1660, París, 1925, 2 vol. 75. Id., 2, pág. 215.
72. Saint-Simon, Mémoires, op. cit., t. II, pág. 174. 76. Saínt-Simon, Mémoires, op. cit., t. IV, pág. 803.
lk hacn; ;qn111ta a u11 ohjl'tlvo, jll'IO lo hac·,· pa1a t'tl)•.a1ta1 a lt1~ uit1s qiw lt1 111 ¡
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11 11tnln¡•i;1 aplll11wa de· lo~ ;11111:. 1titiO ltiXO llD lkja dt· 1'l'lomar la ca11li11da,
1 1i11plie;111do las variaciolll'S 1il1li¡',ada.s. 1·:1 dios a cuyo rango el soberano se ve
ran. l ,anza una palabra al aire. y luego hace alvo l'll In que nadie pcusaha 1... l. y 111
, ln;uln i·s aquel cuya luz da .. a los ohjclos la forma y el color" (B~nscrade) Y r~­
más tarde, cuando su artificio es conocido, afina su disimulo 11fili1.ando la vi•r·
\'l'la l'f inundo creado para sí mismo. Aunque el tema solar no comienza con Luts
dad hasta para engañar. Cambia de juego y de ¡¡íctica, para cambiar de aslu
\¡V. st: con vierte entonces en el medio de una propaganda insistente en la que
' " .77 .A'
c~a s1, to do e 1 texto hace la apología de la dominación por todos los 1111•
-.11s lia:1.aifas guerreras, sus altos hechos amorosos y sus obras, en su punto límite,
d1~s. _Sr? embargo, al comienzo el Oráculo estaba destinado a un público a 111 plio
·;ulo sirven para objetivar.79 Porque todo remite a él, a sus elecciones Y a sus ges-
e mdrstmto, el de los ambiciosos preocupados por tener éxito en fa sociedad, y,
tlls. l~l es el responsable de todo. Y también se ocupa de todo, si se cree en la re-
en esta forma, no parece haber tenido una fortuna excepcional. Sólo en su 1rn
La'.iún que hace Félibien de las grandes fiestas de 1668: "Corno quería dar una
d~cción ~rancesa y con su nuevo título la obra va a encontrar a su verdadero pu
rnlación, una cena, un baile, fuegos artificiales, echó el ojo sobre las person~s
b_lrco, pnme;o en Francia y luego en toda la Europa de fines del siglo xv11 y t•l
que consideró más capaces para disponer de todas las cosas aptas para ello; el
siglo XVIII; esta revela la verdadera naturaleza del tratado. Es en la corte dondt•
mismo les señaló los lugares que, por su belleza natural, podían contribuir más en
la violencia desnuda, bajo la apariencia construida, encuentra su más evidcnlt•
su decoración".so Arquitecto, escenógrafo, Luis también se vuelve actor durante
e~pleo. Pero el lenguaje que entonces se impone sólo lo hace porque las rela
los primeros años del reinado y representa su propio perso~aje en todos s~s pape-
ctones entre los cortesanos son tensas, los desafíos endurecidos al extremo fren··
les. En 1670 lo hace una última vez en Les Amants magnifiques, espectaculo to-
te a la indecidibilidad de la gracia real.
tal y complicado del que Moliere pretende no haber sid~ más ~ue el escriba al
servicio de la voluntad del soberano: "El Rey, que no quiere mas que cosas ex-
traordinarias en todo cuanto emprende, se propuso dar a su corte una diversión
LA EXCEPCIÓN Y LA REGLA
que estuviera compuesta por todas aquellas que puede ofrecer el ,te~tro, Y:
para
realizar esta vasta idea, Su Majestad escogió como tema dos prmcrpes nvales
l.~· Com_o _se sab~, Voltaire e~ el inventor de Le Siecle de Louis XIV, cuya
que, en la estadía campestre del valle de Tempé, do~de se d~be festejar la fiesta
vers10n canomca lego a la memona francesa: armoniosamente construida, razo-
de los Juegos Pitios, obsequian excelsamente a una Joven pnncesa Y a su madre
nable, argumentada. El cuadro que publicó a mediados del siglo xvm planta , que se l es ocurren " .81
frente a frente al Gran Siglo y al Gran Rey, pero si se sigue su demostración, en con todas las galantenas
Pero es la creación de Versalles la que, desde antes que se instale la corte de
v~r~~d es el segundo el que engendró al primero. Luis aparece así corno el héroe
manera estable en 1682, ilustra y resume mejor el genio civilizador del rey. En
c1v1hzador cuya estatura, iniciativa y genio político son responsables de un mo-
la opinión de los contemporáneos, el lugar no tiene nada de atrayen~e. Se lo c_on:
mento único en la historia de las naciones y las costumbres, el "amo" que tuvo
sidera ingrato, incómodo, es insalubre y por mucho tiempo el castillo no ~eJara
"todas esas grandes visiones con una voluntad firme de cumplirlas". En esta rea-
de ser una construcción interminable. Mme. de Sévigné repite la ocurrencia que
l~zación, la corte ocupa un papel importante. Es el sitio donde la grandeza del
lo denuncia como un "favorito sin mérito", y Saint-Simon lo encuentra "triste",
tiempo se expresa plenamente, y el instrumento mediante el cual ésta se ha vuel-
"ingrato" y "de tan mal gusto". Pero, a su manera, esas reticencias. contribuyen
to posible, "reuniendo Jo que jamás había existido de más bello y mejor en cuan-
a la conversión del rey constructor en un héroe. De una naturaleza mfonne Y re-
t? ª. ho~b:es ~.mujer~s". Frente a Luís y con él, encama la perfección del equi- pulsiva hizo una obra de perfección, donde concentró todo cuanto puede dar fe
hbno clasrco: Entre el y su corte había un comercio continuado de todo cuanto
la majestad puede tener de gracias, sin degradarse jamás, y de todo cuanto el ce-
lo por servir y gustar puede tener de fineza, sin el aspecto de la bajeza". 78
Voltaire da fonna y fija esta convicción para la posteridad. Pero dicha convic- 79. H. Himelfarb, "Versailles, fonctions et légendes'', op. cit.; Jean-Pierre Néradau, L'Olympe
ción es muy anterior a él. El panegírico del rey y de su corte es profuso durante du Roi-Soleil. Mythologie et idéologie roya/e au Grand Siec/e, París, Les Belles Lettres, 1986; N.
todo el reinado de Luis XIV, y él no busca tanto demostrar sino afirmar, imponer. Ferrier-Caveriviere, L'lmage de Louis XIV. ... op. cit.
80. Félibien, Relation de laféte de Versailles du 1Se juillet 1668, París, 1668, pág. 4. . .
81. Moliere, Les Amants magnifiques, prefac:io. Véase J.-P. Néraudau, L'Olympe du Roi-Soleil,
op. cit., págs. 138-143; Jacques Vanuxem, "La scénogrnphie des fétes de Louis XIV auxquelles Mo-
liere a participé", Dix-septieme Siecle, números 98-99, págs. 83-110. Sobre un ejemplo antenor,_re:
77. Baltasar Gracián, L'Homme de Cour, trad. Amelot de La Houssaie París Grasset 1924
mito a Ja notable demostración de Marc Fumaroli, "Microcosme com1que et macrocosme solmrc.
máxima XIII, págs. 9-10. ' ' ' '
Moliere, Louis XIV et L'lmpromptu de Versailles ", Revue de sciences humaines, número 145.
?8. Voltaire, _Le Siecle de Louis XIV [1751], ed. A. Adam, París, Gamier-Flammarion, ¡ 966, t.
II, pag. 18; t. I, pags. 320, 373. 1972,págs.95-114.
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Ja.·; 11·aJ11;w111111·.~ ¡·11J1111al1·,., 111.1v1111 ·" ·'
l'Oll 111as ll'L'l'lll'llCÍa al prínri-
1 l' .. Ltl)•>t11·g son olvidados en bcnc-
obreros. Admirad la grandeza, la sunluosidad, la 111ag11ificrncia y la lílll'1alid11d 1
I "' lJlll' al au111r n·a , < º1 111 J·J
1 ··1¡11lll'CfOSlC >l:<l' '
os·' ( · k l . el de Fran('ois Mitterrand.
p ... S >rcc e sen en
del príncipe, y confesad que Versalles borra lodos los palacios c11can1ados de Ju
82
, ·
l wro de ( :l'or)'.CS 1 omprdou, y u y . 1 ,. 1. orno" Luis XIV que
historia y de la fábula". Sin embargo, esta creación colectiva es Ja obra dl· 11110 . d . . . , , 'Sores habra ido tan eJOS c '
Sin embargo, 11111guno e sus succ. ' · - debía ser recibida y
solo, que la deseó y la concibió. . 1 manera en que su creac10n
llcgtí hasla a tratar de im~oner ~' nera de mostrar los jardines de Versalles",
Más aún, la hizo existir. Aquí el rey adquiere la figura de un demiurgo cuya ·1dmirada, como lo atestigua la Ma . . de 1705 ss De este
palabra, como la del Dios del Génesis, hace existir las cosas e impone a Ja na111 , so de los visitantes, en marzo .
redactada por su mano, para u l b t minuciosamente su disposición al
raleza el dominio de una voluntad que la domina y la consume. Charles Pcrraull modo, como en las fiestas en que re~u a a ~n corte no es menos su obra que el
lo escribe claramente: "Apenas el príncipe que le dio el ser hubo dicho que se comienzo de su reinado, el rey sugiere que a
haga un palacio se vio salir de la tierra un palacio admirable [ ... ]. Ese mismo Jugar que la acoge.
príncipe quiere que se haga una larga alameda de árboles, cuya cima sobrepase
en altura a todos los árboles de los bosques vecinos; de inmediato esa alameda , " · de corte" sea mcompara
. bl e. Emana por completo de
14. De ahi que el alfe l dueto de una socialización desea-
está hecha, y la
8
obra ele un día iguala el trabajo de la naturaleza a lo largo de dos la gloria real, a la que ilustra, porque es e_ pl:ot s observaron la atención que ad-
o tres siglos". 3 Impactante, el atajo retórico impone la imagen de un rey capaz A do los memona is a
da por el soberano. menu . alidad de sus cortesanos, a su orden y sus
judicaba Luis XIV a .la ~ª~-tid~d ~a~ente en las cuestiones estratégicas que ha-
de liberarse de todas las coerciones, y ante todo de la del tiempo. Cuanto más
desmesurada parece, tanto más su creación demuestra el carácter inconmensura- ocupaciones, y ya se msist10 a p . , El c so es que existe un valor corte
ble de su poder. Ya no se trata para Luis de ser el amigo de las artes, el mecenas d 1 nes de este mteres. a .
cen compren er as razo t ue no se reduce a la mam-
sagaz y el protector que tantos otros supieron ser antes que él, sino de moldear que debe ser aprehendido c~mo ~al, glo~almen ~:a~urado en denunciar la "po-
el mundo a su capricho. Da fe de ello el insistente simbolismo cosmológico que pulación de los hombres. Samt-S1mo~,-si.~mpr:ra reconocerlo. Mantener la corte
rodea al palacio y todavía más, quizá, los emprendimientos cuyo valor radica en lítica del despotismo", es lo bas~ante uci dº.P. 1 duque de Orléans el futuro
su mismo gigantismo. Por ejemplo la perforación del canal del Eure, concebida l dac10nes que mge a '
forma parte de as recomen d 1715 cuando se espera la muerte
a partir de 1680 y a la que las preocupaciones financieras de la guerra de la Liga Regente, durante su~.entrevistas_ del lvera~o n:cesari~ recordar que, tras haber a
de Luis XIV: "Le dije ~e ~~a i!ut:e;ne~ nuestras conversaciones, también es-
de Augsburgo, tras las peores dificultades, impusieron la interrupción: después
de todo, sólo debía servir para alimentar las fuentes de Versalles y de Mar!y pe- menudo exceptuado los eta es e , .m ortantes, que era menester ins-
ro, de hecho, significó mucho más, y quienes vean en su fracaso una sanción de tábamos de acuerdo en una ~e .sus parte~emaasa~i!adamente deseaba que hiciera
la hybris del 84
juego en eso.
rey muestran que comprendieron lo que verdaderamente estaba en pirar a su sucesor para que i~itara, y ~ p rt tan útil es la dignidad constante
el esfuerzo de ad~cuarse a su ima~e~. 86 ~~ p:ueetanto criticó a Versa!Ies, se con-
Así, los grandes trabajos se convierten en la prueba del poder, inaugurando y la etiqueta contmua de.su exterior . , ecto de volver a llevar la corte a Pa-
una tradición política que se continúa hasta la actualidad. Son los signos mayo- vierte en su defensor ardiente contra ebl pbr~y nte determinaron la elección de la
res que se destinan a simbolizar una época. Cuanto más arbitrarios son, cuanto , · , d los argumentos que pro a eme t
ns, mvocan. od fi ·r 87 de 1682· 1a vis1 . "b"l"d
i i ad proporcionada por la concen . ra-
más gratuitos, mejor expresan lo que puede hacer el poder soberano. De Versa-
lles al Gran Arco de la Defensa, participan de la misma voluntad de cambiar
-por lo menos metonímicamente- el mundo. Francia es ese extraño país donde
transferencia e mi iva . . . . l
ción de los hombres, la distancia soci~ ~
geográfíco, la afirmación de una socie a cuy
J
olítica simbolizada por el alejamiento
as reglas y usos serían irreducti-

blemente distintos. d"d d Más bien se reconoce y se


El aire de corte no se deja definir c?dn co~oT1 daOJ·.unto traduce la calidad de
82. Combes, Explication hístorique de tout ce qu'il y a de remarquable dans la Maison roya/e
l · tro de la evi encia. o '
de Versailles et en cel/e de Monsieura Saint-Cloud, París, 1681.
ubica
las de entrada
personas y la en e regis_ de un modo de sociabilidad. Por lo tanto, descansa
supremacia
83. Citado por J.-M. Apostolides, Le Roi-machine, op. cit., pág. 136.
84. Véase, por ejemplo, el comentario de Mme. de La Fayette: "El objetivo también era hacer
que el río de Eure corriera en contra de su voluntad[ ... ]" (Ménwires de la Cour de France, op. cit., .
85. Luis XIV, Maniére de montrer les jardins de Versmlles, ed. S. H oog, París ' Réunion des
pág. 106). A propósito de los jardines de VersalJes, Saint-Simon habla del placer que encuentra el Musées nationaux, 1982~ . . á 38 l.
rey en "tiranizar a la naturaleza y domesticarla con grandes cantidades de oro y plata" (citado por N. 8
Elias, La Société de cour, op. cit., pág. 256). 6. Saint-Simon, Memo1res, op. cit., t.. :'' P g. V ll s no trajo aparejado un estado
87. Aunque, como se sabe, la instalac10n de la corte en ersa e
totalmente sedentario, ni mucho menos.
1 ·\ t 1tll11 1 11111\H 111· 1\11 MI""''
c11 la l'lct'l'Ío11 _y la 111111ac1c'J11, i l'l·ro 1111a 110 va .~111 fa ol1a. i\p1c11d<'1 ,, , "'''I"" 'ª'
1 11

se en la corle, por dcslino, es una actividad 11ohfc; _y el crnk¡.,a110 co11l11111a 1'11 , ·111·1· ·11111,·11·1 1)11<' dl':.d1· 111 f'.tl.111 M1·d1a, ali i'111yl' a las 11111jl·n·s 1111:.1 f1111l'i1:11 ci-
propia singularidad aceptando adecuarse, en su lugar, al 111odclo perfecto <(lll' f¡• .. · " • ' · 1 11 ·s cons.r uyc

::,' ::':·:: :: ;;,¡'.'. ·:·: ::: ·:::;· ::: :,,:,;: ;: :::: ; ~ ::::: ';:~::;,:'.~. ·;:,~;;, '.'.~~'.;~~:~:'~~~::~:~~·~~:'.:'
1
ofrece el rey. Toda una gama de ejercicios, Ja conversación, la danza, la cq11i1a
ción, el juego, las técnicas del cuerpo y los usos de la palabra, permiten verificar olros L'll situaciones que L'l g1 upo d1scna en comun. y q .bl d . de am·1r? . Es
la adaptación de los comportamientos a las reglas de las artes de corte. Estas re 1·1s a prueba cuyos resultados ha bra, d e Juzgar.
· t.·Es
. • post e. cpr d 1 s' otros?
· t... •
glas pueden ser promulgadas y hasta enseñadas, como lo confirma en el siglo · . ,d ? . Q é amor es supenor a to os o ·
posible decidir que se deJ~ra e amar. t... u bl ? . C 'I es la mayor pena de
XVII una muy importante literatura de tratados de todo tipo. Pero ¿basta el apren- . Todas las mentiras son igualmente condena es. t... ua
dizaje para hacer un cortesano? Cabe dudarlo, a tal punto esos textos, que pres- '.;mor? No hay una respuesta garantizada para :odas estas pregunt~s, ~ para ot~a~
criben gestos, actitudes, maneras de presentarse en sociedad, siempre terminan . , y por lo demás tendría menos interes que el debate co ect1vo que a
cien mas. · d l , 1 De todas
por prometer a quien los lee con buena voluntad que, observando las formas de ce osible necesaria la interrogación entre los miembros e Clfcu ?·
la civilidad cortesana, puede tener la esperanza de ser recompensado con una ma~eras e~tá en la esencia de los valores del grupo no poder pro~uclf s~s ra~~
transformación de su naturaleza. La lección se transformará en un don. Sólo en- . , las Aquello de lo que ellas dependen no puede decirse, 111 mue
nes 111 sus reg · , , l t ral? So-
tonces podrá comenzar la verdadera can-era del hombre de corte. 89
menos prescn'b'lfS e · /... Qué es la estima' la galantena, la cortesia,
· bl o na ·u .re se
Paradójicamente, los valores que aquí están en juego, en gran medida, son bre estos motivos puede inventarse una casuística intermma e, pero swmp, ,
heredados de experiencias e instituciones sociales que se definieron al margen debe concluir con la imposibilidad de concluir: al fin ~ al cabo, es un no s; que
de la corte, incluso contra ella. Fue precisamente separado del entorno del rey, que funda los privilegios y la connivencia de los elegidos, y que los pone uera
, 91
considerado como demasiado numeroso, demasiado mezclado, demasiado vul-
gar, como el ideal cortesano del Renacimiento italiano fue conservado y cultiva- de ª~~a~:~:r~~~ :~:t:u~~:~~·a los salones en el último terc~o ~el siglo XVII'. la
do, en el seno de los salones aristocráticos, cuyo ejemplo más famoso fue el ho- ngurosamen~e
JUegl~~~:i~;:: :aciales son decretados desde arriba. Las situaciones
. er la misma. Aquí, el espacio esta Je-
tel de RambouiUet. Microsociedades privadas, gobernadas y reguladas por regla .del
mujeres, Jos salones del siglo xvu cooptan parsimoniosamente a sus miembros r~~~~z:~~J'adas a la improvisación colectiva sino regu~adas estrictamente por
sobre la base de la estima con una indiferencia bastante grande por su status. ~a etiqueta y la gracia del soberano. Los cortesanos no tienen ya que ~emos~~~
Una vez aceptados, éstos no conocen otra jerarquía que la legitimada por la ad- !· posibilidad de un régimen de sociabilidad que, de todos ~odos, es es
miración. Corno ocurría para los personajes del Cortegiano, lo esencial de su ac- a ue no los necesita para justificarse. En consecuencia, someter- debe~
tividad está consagrado a un comentario indefinido de lo que funda la excelen- puesto
se y q poco numeroso
Algunos . s' lo hacen de mal grado y escogen el registro
F ttde lan
cia y la índole única del grupo. La conversación, la con-espondencia, la escritura n;stalgia: ¡¡de la corte libre de los Valois, evocada por. M~~I de ~a. ;~;i~o:
literaria y la lectura se convierten así en juegos de sociedad cuya práctica asidua
La/;~:~:s:o~eu~lt~;:~~ªa~~e~~o~~nl~r~~~f~~~~ :: l~~ ;éner?;.not:~~. m~s ra~
1
permite afirmar y afinar las exigencias de una sociabilidad superior. El amor es
el gran asunto, porque ante todo es un deber social. Como en Ja corte de Paphos, ;~s todavía, conservan el insigne privilegio de una ~lustrac10n ter~onal. ~o~
descripta por Mlle. de Scudéry en Le Grand Cyrus, "no es una simple pasión randes actores históricos como Condé o Turenne, o mcluso un que, o maJ~,
como en cualquier otra parte sino una pasión de necesidad y conveniencia: es ~o el de los Mortemart, al que se le siguen rec?noc~e~do, de gen,~rac~o.n ~~::~
menester 9que todos los hombres estén enamorados y que todas las damas sean .,
la herencia totalmente inmaterial e mdefimble de un espmtu ,
º
amadas". Así, los salones recuperan una de las más antiguas tradiciones corte- n~;;c~onn~ racia- que señala su carácter excepcional.92 Pero la ~ara mayo~ia
~ueda s~lución
la de adaptarse a las corte. Lo re~l~s d~ ~a q~e p~erde~ e~~:~~
dividuos está compensado por su participac10n en la exce encia co ec .
88. Por supuesto, es la segunda la que lleva a Mercier a ironizar: "El aire de corte se imprime en
un va/et de chambre, en un pequeño controlador, que, a ejemplo de los grandes señores, afectan una
compostura modesta y luego reaparecen lozanos y soberbios. Los valets adoptan un tono que en , 569 y sigs ., y' en particular, págs.
. pag.
91. Véase M. Magendie, La Politesse mondaine, op. cll.,
cualquier otra parte sería el exceso del ridículo." Pero Mercier no cree ya en nada en materia de va-
lores cortesanos ... (Tabica u de Paris, op. cit., t. III, pág. 229.) 581-582. . . " ,. t" ue tanto fascinó a Proust, lector de Saint-Simon,
89. J. Revel, "Les usages de Ja civilité", an. cit., pág. 192 y sigs. 92. Sobre el mdefimble espmtu Mortemar q ,. , Dirk Van der Cruysse, Le Portmif
ll · 1 "espíntu de Guermantes , vease
90. Citado por Roger Picard, Les Salons littéraires et la société frmu;aise, 1610-1789, Nueva y que lo llevó a deta ar mejor e . . , N. pág. ¡ y sigs.; y sobre todo D. J. 11.
York, Brentano's, 1943, pág. 88. M' . d d . de Smnt-Simon Pans, izet, 1971 • 26 . . .
dans les em01res
Van Elden u uc
Esprits fins . geometnques
et espnts , ,' . dam. les p ortraits
, de Saint-Simon.
. Contn!mtum ti
l'étude du ~ocabulaire et du s(yle, La Haya, M. Nijhoff, 1975, pag. 44 y s1gs.
lf\' '.''''':l 1<1'\'l'I

1w~; d1· la ;wl1v11lad a1lht1111 11 111 q1w 0111·1·,-, a 11avl's d1· los ¡•,1a11dcs p1oycl"lo~;.
costo_ d_l' ser total111t·11k n·k1 ido al 1i11ico valor <Jlll' t"llt'llla. la 111 aw.~rad ll':tl ..~ 11
prestlgto se ve salvado, mejor aún, afinnado porq11e la corle. asi rl'dcli11ida Jlll:t ll')',Í(ÍJllÍdad Y lllll'VO:, 1Jll'dl11:;.
l'l·ro con 1111a i111po11a1w1a p111 lo 111c11os igual, aparece la conviccilín qul' l'll-
propone a q~i~nes no forman parte de ella un modelo 111<Ís que nune<t ini¡',uaf;t.
lonn·s se impone de qul' la n¡rte se e11euentra en el origen y en el fin de todo va-
ble. En los ult1mos años del siglo XVII, las Réflexions sur le ridicufc del ahatt· lor cultural verdadero. Una vez más, es la función civilizadora del soberano la
de Bellegard~, dirigidas a quienes habrían podido olvidarlo lo subrayan: "Las
que le depara ese privilegio. Porque él no es solamente el inspirador y el bienhe-
person~s nacidas en una condición oscura se echan a perder por el comercio
chor de las artes, es el primer artista y el más grande, como Charles Perrault,
que qmeren tener con gente de la corte: en vez de distinguirse, hacen conocer
siempre solícito, se lo recuerda en la Epístola que en nombre de la Compañía re-
en mayor medida la bajeza de su nacimiento por la odiosa comparación que Sl'
dacta para presentarle el Diccionario de la Academia en 1694: "Vos, Señor, na-
hace entre ellos".93
turalmente y sin arte sois lo que nosotros tratamos de ser a través del trabajo Y
En lo sucesivo, como lo resume lapidariamente Saint-Simon, "tanto en las
del estudio: en todos vuestros discursos reina una razón soberana, siempre sos-
grandes cosas como en las más pequeñas, la forma prevalece sobre el fondo". La
tenida por expresiones fuertes y precisas que os hacen dueño de toda el alma tk
forma, v_ale decir, la ~dhesión requerida a un orden que no fue escogido pero que
aquellos que os escuchan, y no les dejan otra voluntad más que la vuestra. l ,a
fue preC1so escoger. El es el que en adelante va a encamar, y con qué eficacia el
Elocuencia, a la que aspiramos en nuestras vigilias, y que en vos es un don del
prestigi~ de la sociedad de corte, a la que basta con pertenecer para ser, por de- cielo, ¿qué no debe a vuestras acciones heroicas?" .96 Afianzada por una propa-
recho, diferente, aun cuando el prestigio del cortesano no es más que el reflejo
ganda sostenida, por la imagen, por el texto, en la corte es fuerte la conciencia
de un solo astro.
de que el reinado de Luis el Grande abrió un momento incomparable en la histo-
ria, el Gran Siglo que se empieza a proclamar desde la década de 1670. La corte
_15. Cierto es que por un tiempo limitado, un reajuste semejante afecta las re-
es el público designado de esas hazañas y esas maravillas, y participa en el es-
lac10nes entre corte y cultura. ¿Existe en verdad una cultura de corte? La pre-
pectáculo de la gloria real. Vive cotidianamente en medio de las realizaciones
gunta merece ser formulada porque, a lo largo de todo el reinado de Luis XIV
deseadas por el príncipe y, después de todo, puede concebirse como una de
es más bien por_el lado de la ciudad y en el seno de las instituciones privada~
ellas. Allí es donde se elaboran a la vez el programa y su reconocimiento, Y don-
donde hay que situar la mayor vitalidad de la producción y la circulación cultu-
de el juicio de la corte adquiere una nueva importancia.
rales. Entre 1661 y 1715, en cambio, todo parece reducirse a la persona del rey
Ese juicio no está fundado en una competencia sino en un uso comparti_d~.
Y a la escena cortesana, porque de igual modo las artes sólo existen al servicio
Lo que hace al gusto de la- corte no es un saber sino una manera de ser y de v1v1I
de la gran creación monárquica. Por supuesto, se piensa en el reclutamiento de
los artistas Y. e? la instalación de formas institucionales que enmarcan pesada- en sociedad.
"[ ... ] Con un muy buen gusto, en su mayoría son muy poco eruditos, y no se
m~nte su act1v1dad (aunque esta política ya fue bosquejada antes del inicio del
erigen como perfectos conocedores en todas las cosas sino a través de los térmi-
remo personal, bajo Mazarin, e incluso bajo Richelieu).94 Las gratificaciones
nos apropiados, que jamás ignoran, y por el respeto que hace callar a todo el
re~les re~m~Iazan cada vez más el mecenazgo privado; se ofrecen cargos a los
mundo en su presencia."97 El texto de Saint-Réal no deja de evocar una estrate-
mas mentonos; las academias oficiales predominan sobre sus homólogas priva-
gia de imposición, fundada en el rango; pero subraya otros dos aspectos, que
da_s'.hasta suplantarlas. Debe pensarse también en las formas de reconocimiento
para nada van a la zaga del prestigio social: el primero es la concepción de una
ongmales que la escena cortesana ofrece entonces a quienes son llamados, y cu-
cultura que se define en contra de la de los eruditos y los letrados; el segundo
yo status queda profundamente alterado con la experiencia.95 Fuertemente or-
pone en juego el dominio de la expresión. En ambos casos, el gusto es definido
questado, el mecenazgo monárquico, en gran medida, transforma las condicio-

:3. Aba.te ,de Bellegarde, Réjlexions sur le ridicule et sur les moyens de l'éviter, ou sont repré-
sentes les dif.ferents caracteres et les m<Eurs des personnes de ce siecle Amsterdam J 695 4 d
96. El texto fue objeto de una anotación rigurosa por parte de Boileau y de Racine: véase Marc
Soriano, La Brosse a reluire sous Louis XIV. L' Épitre au Roi de Perrault annotée par Racine et
Boileau, París, Schiera-Nizet, 1989, págs. 40-44. Sobre el intercambio de sus propiedades respecti-
pág. 202. ' ' • e ·•
vas entre el rey y el artista, véase Martin Warnke, L'Artiste et la Cour. Aux origines de l'artiste mo-
94. Véanse las atinadas evocaciones de Jacques Thuillier, "Réflexions sur la politique artistique derne, trad. fr., París, Éd. de la Maison des sciences de l'homme, 1989 (por desgracia, la obra no se
de Coibert", Un autre Colbert, París, PUF, 1985, págs. 275-286.
ocupa mucho del caso francés).
. , 9~. Véase R. Picard, La Carriere de lean Racine, op. cit.; Alain Viala, Les /nstitutions de la vie 97. Saint-Réal. (Euvres, Amsterdam, 1730, t. IV, pág. 28, citado por R. Picard, La Carrii!re de
lltte:arre au xvue siecle, Lilie, Atelier de reproduction des theses, 1985; id., Naissance de l'écrivain.
lean Racine, op. cit., pág. 483.
Socwlogie de la littérature a l'dge classique, París, Minuit, 1985.
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vi11dica la apreciacio11 del co11occdor, gc1wralista por desli110. i\11tcs de q1w l'I su.~ /fr11111n1111.,1· sur Iª 1111 1, 11 ' . , · . C t egún la manera de escn ir
l l l . rnas s·ma de 1a or e, s
favor de Luis XIV termine por imponerla, durante mucho tiempo Mnll'. dt• iu·im·ra dt· hablarte a par e · ·' C do digo "la Corte" incluyo
. , d l tares de la época. uan .
Maintenon fue sospechada de pertenecer a "esas sociedades de gente ociosa, de la parte mas sana e os au . sonas de la ciudad donde res1-
ocupados únicamente en desarrollar un sentimiento y en juzgar una obra de es- . los hombres y vanas per
1anto las mujeres como . '., t' nen con la gente de la Corte par-
píritu". Y Racine y Boileau, escritores profesionales promovidos a historiógra· , . r la comumcac10n que ie f
de el Pnnc1pe, quepo d' . de la actividad cultural se trans or-
fos del rey en 1676, penaron para hacerse aceptar: son "poetas", "filósofos", f . iento" Las con ic10nes .
ticipan en su re mam · . la corte pone sus distancias -y
"pedantes", cuya ridiculez e ingenuidad no son compensadas por el talento; son man en las siguientes décadas, y es c1erlto qu~t l Sin embargo el compromiso
"extranjeros", y no dejaron de hacérselo sentir. 98 Ocurre que la cultura en la . · ográfica- con a cap1 a · ' .
ante todo una distancia ge . d riamente· se manifiesta median-
corte no vale por sí misma sino como medio de la circulación social. En conse- 1 d p los no es cuestiona o se ' b
que acuerdan os os o . ia· el úblico. En modo alguno implica u,n a-
cuencia, debe ser manejada sin ostentación, con gracia, y afectar una distancia te el papel de una nueva msta~c . . p l d finición aceptada en comun, de
de buena calidad que no deje percibir el esfuerzo. Los mentores de fin de siglo, rramiento de las jerarquías sociales smo ha re eta La re~epción del teatro clási-
Bellegarde y Callieres en particular, oponen constantemente la mediocridad de mercio entre gente ones . f d
la cultura como un co . de servir para ilustrar el triun o e
los eruditos de profesión, que "no estudian el mundo y [ ... ]sólo consultan sus co, de sus valores y de sus conven~~on~s, pue da en la Critique de l'École des
libros", y el gusto de la "gente refinada" que se niega a "enterrarse con las pala- esta fórmula, como el mismo Moliere o recuer
bras para aprender a charlar con los vivos". 99 Se impone entonces un modelo femmes en 1663. de tal modo ¿donde encontrar
· dad tienden a acercarse ' d
cultural, fundado en el desapego y la valorización absoluta de la forma. Porque Pero si la corte y la cm 'mo J·ustificarla? Sin duda, pue e
a partir del momento en que lo que se busca es la producción de una sociabili- · l'dad d la escena cortesana, Y co d
la excepc10na 1 e f . amiento más cotidiano, un mo e-
dad distintiva, la manera de hacer prevalece sobre cualquier otra consideración. . , d proponer en su unc10n , d
tener la pretens10n e , b todo no tiene otra razon e ser
De ahí la importancia del lenguaje de la corte, que no se define tanto por nor- . fuera de ella Pero so re ll
lo formal que ~e impone uei ue funda todo valor y a partir del cua a
mas como por un uso compartido: lenguaje depurado de palabras antiguas, inci- que la presencia en su centro de aq q . 1 ez Tanto en este campo como
., 1 osible y necesana a a v ·
vilizadas, técnicas y bajas (para Bouhours, "el bello lenguaje es un agua pura y circulac10n cu1tura es P 'd't bsoluto Charles Perrault lo ex-
clara carente de gusto"), pulido por el intercambio (en particular por las muje- . d descansa en su ere l o a . .
en cualqmer cosa, to o . ., d . d das· "No hay en Francia
. d omparac10n que no eJa u .
res) y ante todo por la conversación; lenguaje civil, cuya "dulzura" expresa un presa recurr1en o a una e . . á que el lenguaje de la corte
, para decirlo mejor, m s
modo relacional privilegiado.100 más que el puro f rances, o, . un reino ocurre con el len-
d obra sena· porque en
Este privilegio de la corte, sin embargo, no es tan evidente como parece. En que pueda ser emplea o en una d , rio que para ser utilizados, ambos
todo caso, es provisional: si en la época en que escribe La Bruyere uno todavía . con la mone a· es necesa , . ·1 .
guaje lo mismo que ; . ,, 102 Una vez más todos los pnv1 eg10s
puede convencerse de que "la ciudad es el mono de la corte", a partir de la Re- estén marcados con el cuño del Pnnc1pe . ,
gencia y durante todo el siglo XVIII es la ciudad la que se va a convertir en el de la corte están garantizados sobre el valor del rey.
centro de la actividad cultural. Sobre todo, por proclamada y reivindicada que
sea, la primacía de la corte es mucho menos segura de lo que parece. Erich
¿UNA CORTE EN LA REPÚBLICA?
Auerbach fue uno de los primeros en mostrar que los dos términos, que se opo-
nían y que a menudo se siguen oponiendo mecánicamente, asociados se con- . amente en un momento limitado de la lar-
vierten en el medio de calificar un público cultivado que tiende a unificarse a 16. Nos hemos detemdo prolongad 1 . do de Luis XIV sea una se-
F · No porque e rema
ga historia de l~ corte en rancia. cionalmente documentada- le hemos
cuencia excepc10nal -y, agreguemos, excep
98. Mme. de Caylus, Souvenirs, ed. Lescure, París, 1873, pág. 86; R. Picard, La Carriere de
Jean Racine, op. cit., pág. 318 y sigs., 374 y sigs. ·n ,, Vier Untersuchungen zur Geschichte der franzo-
99. Bellegarde, Réjlexions sur le ridicule ... , op. cit., pág. 35; F. de Callieres, Du bon et du mau- 101 Erich Auerbach, "La Cour et la V1 e ' ., ·sma del trabaJ·º de la Academia fran-
. , 12-50 La concepc10n mi ,
vais usage de s'exprimer. Desfar;ons bourgeoises de parlcr et en quoy elles sont dijférentes de ce- ºischen Bildung, Berna, 1951, pags. . . mprom1'so histórico: vease Marc Fumara11 ,
" _, lustran ese co . ,
/les de la Cour, París, 1691. esa v la composición de Ja Compama t N . 1 3 páas 321-388, y en particular pag.
C , d , · t n La atron, vo . , b •
100. Véase Marc Fumaroll, "Le langage de cour en Francc. Problemes et points de repere", Eu- "La Coupole", en Les Lieux e memo1re, . '
ropaische Hofkultur in 16, und 17. Jahrhundert, Munich, 1979, vol. ll, págs. 23-32; y, por supues- . , 1692 III págs 111-114.
33 4 y s1gs. , d A . et des Modernes, Par1s, ' • · -
to, Ferdinand Brunot, Histoire de la languefranraise, París, Armand Colin, 1905-1939, t. IV, L 102. Charles Perrault, Parallele es nctens
1 ' ' • ' , •• 1 fl 1 ' , , ' ' ' •• 1 •• '"' ••••.• , ' •.•

co11n·dído aq111 1111 /11gar s1·11H·ja11tt', sino 111a.~ hi1·11 porque, 1·11 la 1111·111011a d1· Ju
corle, es u11a rckre11cia i11co111parah/e. U i11agolahle rqwrtorio d1· a1ll'nlotas. si 1 l. ·· -· J· J de h 1·w,l11 1ª' 1•<1. < 1·1 - ¡''I< 1 ·y (¡l' l·'· i··1,,·t1
' f>ll'( " ·t·1 •·1 • l'I • 111:'1.s 111
d1• d lo.s «' .r
l .lll< .ll' ' ¡· • · • •JI tl'ffl'l"a f>Cl"S()
. ' • .. 1 • l "1rn1·1 COlllO !10 lllSl, e
ll1·xihk. d1· 110 hablar a Ja p1u11_' .•.. 1 < ~, ·," : formas son precisamente co11oci
.
tuaciones, casos ejemplares que nos legó es una dc111ostraci<i11 dl' esto: nada, 1·11
esta polvareda de historias, es verdaderamente importante pero lodo, o casi todo, 11a"_1111 Ni el origen ni la_ ant1g'.redad e ~sasS'lo i~p~rtan en la medida c11 que
produce un sentido como una cita, una alusión por lo menos a una particularidad . t 0 tienen importancia. o . .
francesa. La sátira política y moral del cortesano, la escritura de fas posturas
dos. y por otra par e .n idual de un mo de1o de relaciones sociales cuya s1g111-·
alcsliguan la. presencia
.f. · , res capan a aque JI os que son sus testigos retrasados. 1,1
cortesanas no son géneros que comiencen, como dijimos, en la segunda milad ficación y JUSti icac10n es 1 d era ofrecido como ejemplo.
del siglo XVII. Sin embargo, es en La Bruyere o en Saint-Simon donde, insti11ti , . ,, 1 1 tiempo de su esp en or, . .
"espmtu de a corte, en e . . sible y que sobrevive
vamente, vamos a buscar ejemplos que luego tratamos como las ilustraciones En adelante no es más que una cunos1dad poco compren ,
definitivas e intemporales de una realidad inscripta de modo duradero en nues-
con dificultad. . . f ndo entre la experiencia cortesana y las so-
tra historia. Por lo demás, este uso es impuesto con la corte de Luis XIV. Sainl- Por lo tanto, existe un hiato pro _u f . d Lo que toma más sorprcn-
ciedades democraticas, ~
Simon, infatigable coleccionista de informaciones sobre "todas las cosas, gran- , · las que sigue ascman o.
. . d invocada en la Francia de la se-
des y pequeñas", sabe que "en Ias cortes se vive únicamente de este alimento, dente todavía la insistencia con que sigue sien o d a tiranía de la mayoría,
sin el cual sólo se languidece"; pero no por ello deja de estar convencido de que . d 1 . 1 XX Aquí no se trata e es .
gunda mitad e s1g .o "rt· des y de su ea1.t.1m1.d ad, que Tocqueville profetiza
todas esas naderías son importantes, que merecen ser referidas y comentadas pa- 1
adoradora de sus propias v1 u . Ab , . y que en su opinión, debe
ra la inteligencia de las generaciones venideras. . f d 1 Démocratze en menque, ,
en un pasa~e amoso e a . . , del es íritu de corte "puesto al alcance d~ to-
Así, esta larga memoria nos fue transmitida a través de una repetición que traer aparejada una generahzac10n p . . t de posturas y comportam1cn-
parece interminable. Sin duda, la historia de la corte no se interrumpe en 1715, do el mundo", 105 sino realmente delle~rg1m1~~a: los de la corte clásica. Lo di-
ni siquiera con la caída de la monarquía absoluta. Del primero al segundo Im- tos que, en opinión de los franc~ses ed ?'~vRepública, y según modalidades y
perio, no faltaron tentativas para prolongarla o reformularla, voluntaristas con jimos al empe~ar: desde el co_m1enz~a s~sa echa de un desvío monárquico acom-
Napoleón,
3 luego la Restauración, más pragmáticas bajo Luis Felipe y Napoleón estilos que vanas ve~e~ cambiaron, prt sanos adoptó un lugar capital en d
III. 10 A pesar de sus esfuerzos, por lo demás discontinuos, y sus realizaciones, pañado por un r~nac1m1_ento de los usos co e ,
no siempre desdeñables, ellas hacen el papel de experiencias retrasadas, ilegíti- imaginario político nacional. d se habrá tenido la sensación
mas. La memoria de la corte la mayoría de las veces las ignora, y cuando las Al correr de las páginas pre~edentes,la mten~ o ai's de la corte. Cuando todo
de enco~trarse en tierras con
menciona, generalmente lo hace en el registro de la parodia. Cuando se evocan · OCidas en e ex rano p
odales de a uellos que elegimos para gobcr-
los verdaderos valores cortesanos, es en lo más profundo del Antiguo Régimen ha cambiado a su alrededor, los m d lq de nuestros últimos soberanos
donde se va a buscar su anclaje, no en las reconstituciones aproximativas del , d so se hacen eco e os .
narnos, en mas e un ca , . tos un cuadro que recuerda a Samt-
siglo xrx burgués. Incompatibles con las disposiciones sociales y las represen- absolutos. El hecho y el rumor compon~n JUn ·nspi"ra en él) Ciertamente, pue-
taciones del mundo según la Revolución, ya no existen, por otra parte, sino en , ¡0 en ocasiones se i ·
Simon (y que, reconozcamos , .t "t ales pu'blicos e incluso un protocolo
estado de huellas. En el imaginario proustiano, el hotel de Guermantes es uno l R 'blica necesi a n u .
de pensarse
· d )106 que regu1e es tne
que a· epu . tamente el orden de las prelac10nes.
de esos lugares raros donde todavía se pueden vislumbrar, marginales y desti- (recientement~ revis~, o libres en la presentación del príncipe, en la
nadas al olvido, las elecciones y las actitudes que siguen evocando una socie- Pero. ,es en la mvenc10n
1 1 ·,
de ~ormas
el disfavor en suma , en todo cuanto concierne a la socia-
.
dad que ya no tiene razón de ser, salvo como un recuerdo. Fonnas fósiles y en gest10n de a e ecc10n o ' d d 1 nera más espontánea y meJOr --o
. ., 1 d 0 hace recor ar e a ma
adelante paradójicas, porque su única función es ahora medir una distancia:
"En virtud de un resto heredado de la vida de las cortes, que se Jlama urbanidad hzac~~no~:si~~e:rh~~t~la caricatura- los usos de la antigua corte.
sea,
mundana y que no es superficial, pero en el cual, por obra de una extraña con-
versión de lo externo en interno, es la superficie lo que pasa a ser esencial y
profundo, el duque y la duquesa de Guermantes consideraban como un deber t ed p Clarac y A. Ferré, París, Gallimard, Biblio
104. Marce] Proust, Le Coté de Guennan es, .b. d l r· mpo perdido. El mundo de Uua
más esencial que los -descuidados bastante a menudo, cuanto menos por uno ,. 956 ," 426 [trad cast.: En usca e te . .
theque de la Pleiade, l • pa,,,. . p d Sarnas y José María Qmroga Pla].
. · i971 pácr 487, trad. de e ro 1 · .. ,
mames, Madnd, Alianza, ' ,,,. , . , . II parte cap. VII, ed. Frarn;:rns u
105 Alexis de Tocqueville, De la democratie en Amerzque. ' 1
. · 1981 t I págs 355-358. . ·
ret • París ' Gamier-Flammarwn,
. ., ' · ¡ ' f e objeto
· . de un d ecre to tomado en consejo de rn1n1s1n"
103. Véase, bajo la dirección de K. F. Wemer, Hof, Kultur und Politik. op. cit.; Anne Martin- 1
106. La última rev1s10n de protoco o u . d 1 Revolución Francesa. La preccdcnll' si·
Fugier, La Vie élégante ou lafonnation du Tout-Paris, 1815-1848, París, Fayard, 1990, caps. 1a111. en septiem
. b re d e 1989 , por tanto en pleno btcentenano e a
remontaba a 1907 ·
1 ,., ',,,, 11 1 1111111' , . . . . . . . . . . . . , .. .

Dt· t'slo:.; pan·11ft'St'll.'i 11101 lolo¡•1t'll.'i. at 11 ·11 . . ....


lll"L's1dc11L·i;ll, sin sor1>rcs·1 . 1 . . ·' t ll.'i <(llt t.11.1< lt•r i1a11 la a11111rul11d 1w1;1. E'ilos 1·11·111¡1/11 dd11q:111 1111.1 11111d:tl1dad parlicula1 dt• la auloridad, de s11s
. · ,. • · ·'º11 os 111as cv1dl'11lcs f 'I 1 .•. · 1
también sus predecesores) c· I · I· . 1 ... ( ll su l'llfl' <l'I acl11al. fl<'JU l1w11ft·s y de su ejercicio.
, . d cu ,1 so 1era11amc11te I· I' ·t "I ..
venciones entre el registro 0 bl . . d d .. d < rs i 1 H1c1011 de sus i11lt'1 Ls obvio que tales corksanos 110 son iguales entre sí. Como lo hacía el rey,
1ga o e la ostenta · , J' ·
dencia y el secreto L , cron po rtrca y el de la conf1 l'I presidente se ocupa de organizar y arbitrar sus ambiciones rivales, que apun-
. o vemos a menudo y en tod
que, fuera de la rutina y de b , as partes, pero todos sahc111os 1a11, clásicamente, a un sostén, una ventaja, una posición. Pero se vinculan
re ves penodos dramat. d d .
está en sus apariciones y apar1·e . . iza os e Ja vida política, no prioritariamente a lo que más cuenta, la proximidad del príncipe, así fuera en
. nc1as smo en otra parte U ,
muy estncta, regula esos J·uegos de 1 . . . na econornia de sí, detrimento de un éxito más visible pero también más lejano. A la jerarquía vi-
.d a importancia La palab ·d .
me d I a y, en cuanto a lo esencial E l : ra pres1 enc1al es sible de los cargos en el Estado responde, significativamente desfasado, el ran-
bl e, porque no está hecha sin ' rara. n a mayona .. de los · · ··
casos es mvenlica- go en el favor, la estima y la confianza. La primera es objetiva y pública; la se-
. . o para ser transm1t1da a tra , d .,
mtermediarios que toman ca . . 'bl ves e una suces10n de gunda es casi privada y se funda en signos discretos, que extraen todo su
s1 impos1 e su aute tT .,
pantallas interpuestas extrae u d n I 1caC1on. De esta serie de precio de ser casi inapreciables y, por definición, precarios. Sólo exigen una
n po er tanto más tem "bl
normalmente es inaccesible. Así, puede deb . I e cuanto que su fuente atención más exacta: las audiencias que concede el presidente, las notas que
can su eficacia y que aderna's . y e ~er objeto de glosas que multipli- tiene a bien comentar de su mano, las entrevistas informales, el acceso a los di-
' ' siempre es posible d · .
mentario proliferante pero por s esment1r. Reqmere un co- versos estados de la intimidad son objeto de una contabilidad incesante (y pro-
La g f' d l ' upuesto, se reserva Ja última palabra bablemente sin esperanza). Como ocurría en Marly, la excursión anual que
es wn e os lazos entre los hombres en el e , ..
un segundo punto de aplicación del m d l ntomo del prmc1pe propone acompaña a Frarn;ois Mitterrand en el ascenso a la roca de Solutré mezcla su-
dente escoge a sus colaboradores y o eho cobrtesano en la República. El presi- tilmente el registro de la elección amistosa y el de la gran política. La ocasión
de, y esto es muy normal Pero h ª sus orn res de confiianza corno I o entien- . carece formalmente de importancia en el Estado. ¿Se dirá lo mismo de las
todo de la discrecionalid;d que c:~:c~~i~:ºa ~stentator!o de esta libe~tad, y ante cuestiones en juego?
la desesperación de los observad . a mayona de sus elecciones. Para Restaría comprender la razón de esas permanencias y lo que toma tan viva
ores, estos tienen en e , h
decer a ninguna pesadez sociológic . I, . . ornun e1 echo de no obe- en la actualidad la memoria de la corte. La índole fuertemente presidencial de
cias (pero habitualmente e'stas p a m po it1ca simple; se fundan en competen- la organización de los poderes bajo la V República, sin duda, contribuye a su-
. ermanecen entonces d
hdades (que en ocasiones pueden d ) en segun o plano), en fide- gerir esta lectura. Pero no basta para explicarla, porque, en tal caso, deberían
que no se explican. Todas juntas ss~~re~e~ ' en cora~o~adas; también ocurre encontrarse equivalentes bajo otros regímenes políticos en los que el presiden-
manifiestan la primacía de una l ' . , y en ser anom1cas porque ante todo cialismo es más firme todavía, por ejemplo en Estados Unidos; pero no es así.
e ecc1on personal Lo · b
los hombres del presidente y ello t, . s m1ern ros de la corte son Es cierto que la práctica de las instituciones contribuyó a endurecer los rasgos
, ' s es an tanto más co ·d d
~ue el los hace existir y desaparecer a voluntad. A , nvenc1 os e eso cu.anto originales del sistema francés, mucho más allá de las prerrogativas que formal-
nas de favores y los relatos de ingratitud al' s1 se. coi:iprende que las histo- mente reserva al presidente de la República. La estrechez de los caminos de ac-
palacio, de la que dan su tonal·d d D imentan sohdanamente la crónica del ceso hacia un poder individualizado y localizado al extremo, la marginación de
., I a . e su amo y solo d 'l h
bien extraen el poder que él les . . ' e e ' esos ombres tam- las instancias parlamentarias, transformaron la mecánica de las ambiciones.
. comumca. Sm duda la h' f.
presidencial, en las instituciones de 1 V R , . : . ipertro Ia de la función Los partidos políticos ya casi no sirven más que como terrenos de ejercicio pa-
las intervenciones procedentes de ~b epubhca, justifica la multiplicación de ra quienes aspiran a la cumbre del Estado. Precisamente porque el poder pasa
arr1 a en todos los se t d 1 ·
Pero una vez más no es tanto la 1, . . . . c ores e a vida política. por no estar presente de manera efectiva más que en un solo lugar, todo tiende
. ' ogrca mst1tuc10nal lo q ,·
estilo que parece inseparable de . ., ue aqm importa como el a convergir hacia aquel que es su poseedor. Su mirada, sus elecciones, su pre-
-como todos lo estamos- hab ~u ejec~dc10n: Un observador ocasional, alejado ferencia declarada o aquella que, con mayor frecuencia, le imputan, su posi-
· ' ra recog1 o eren anécd t
misma historia: el último de los conse·er , . o as que narran todas la ción, ordenan a la sociedad política por entero. Dominadas por esa cumbre úni-
aquellos que pueden hablar en bj o~ del prmc1pe, el más improbable de ca, las energías se someten, por interés y por razón, en busca del mejor perfil.
su nom re impone una d .. , .
oportunamente que "el pres I·den te cree que' " · 11 ec1s10n
· . s1 sabe recordar En esta configuración que apenas bosquejamos, no es necesario interpretar la
tad. ¿Son inventadas la mayon'a d t h: .. ,_sm egar s1qmera hasta la volun- hipertrofia del papel y de la intervención presidenciales como la expresión del
, . e es as 1stonetas? No l ,
¿que importa? Baste con que se 1 . o se, pero, en el fondo, deseo de un poder ilimitado, corno el testimonio de una arrogancia superlativa
sentido de qu~ producen una figur:sp~:::i~~~·ad~t:e se ~~elva~ verda~eras, en el del príncipe. Más bien, parece depender de una demanda generalizada de arbi-
nar que las cosas ocurren de t l d . o pohtico. S1 es posible imagi- traje a la que el jefe de Estado debe responder porque la conformación del es-
a mo o, en cierto modo ya ocurren de cierta ma- pacio político, estrictamente jerárquico y centralizado, remite todo a él. No está
1 {\' •• , .. , , . 1 ................. .
• ' • • '.·' • ' •• ~ • ~ • 1

CllL'stionada tanto su vol1111tad co1110 l'I sisll"111a de 1l'lacilllll'~' 11·1·q111was l)lll' 1 llly 1·o 111 o ;1yn, la Sll1'i<'dad de corte no nace de esta concepción sobredi-

existe entre lodos los protagonistas del juego polílico, y que asi¡•.11a w l11ga1 y 111c11sirniada ¡1,.¡ poder solwra110. 1º8 Pero, por lo menos en su versión francesa, es
condiciones de ejercicio a esa misma voluntad. Es evidente que la 111<>11arq111a ¡11 s,·parallk de ella en el hecho de que le propone una disposición_vis_ible: una
absoluta y la república presidencial no son nada comparables. Pero si se accpla escena sobre la cual imponer su imagen y desplegar sus efectos, d1stnbuyendo
nuestra hipótesis, bien se ve que sugiere entre ellas una especie de homologla su rol a cada uno. En este sentido, no es más que un juego fútil y serio: la repre-
funcional. Cuanto menos por secuencias, existiría una modalidad particular dl'I sentación de una representación del poder.
poder que no descansaría solamente, ni siquiera principalmente, en el monopo-
lio de prerrogativas legales derivadas de un solo hombre, sino ante todo en la
posibilidad que se le consiente de manipular las tensiones que oponen al con-
junto de sus acompañantes. En este punto encontramos la tesis más fuerte de
Norbert Elias, que relaciona la existencia de una sociedad de corte con una dis-
posición específica de las fuerzas en competencia; con esta reserva mayor, sin
embargo: si la configuración social que sirve de base al sistema de Luis XIV
incluye, en el análisis del sociólogo, el conjunto de las elites sociales -hasta a
toda la sociedad-, parece evidente que las tendencias a la institución de una si-
tuación cortesana, por lo que respecta a las prácticas denunciadas bajo la V Re-
pública, se restringen únicamente a la sociedad política.
Sugeriremos una última hipótesis. La larga duración de la referencia corte-
sana bien podría remitir a otra particularidad francesa, indisolublemente cultu-
ral y política: la enfatización del Poder Ejecutivo y, más todavía, de las repre-
sentaciones de dicho poder. Francia es un país donde la persona del jefe de
Estado es apreciada en cuanto tal, independientemente de su acción (y a menu-
do más que ella). Se mide su virtud por la capacidad que demuestra en el cam-
po del poder puro: de él se espera que intente y tenga éxito en empresas que los
conocedores saben juzgar; de un hombre democráticamente elegido a partir de
un programa se mide el talento en las estrategias que es capaz de inventar, en el
secreto con que se rodea, en la sorpresa cuyas condiciones sabe crear. Extraño
lenguaje maquiavélico, demorado en una cultura política que, desde hace dos-
cientos años, sólo quiere pensar en términos de transparencia pero que nada
valoriza tanto como la opacidad de las conductas; que está obsesionada por la
legitimidad del poder pero se complace en imaginarlo como un ejercicio abso-
luto, separado de cualquier referencia que no sea él mismo. Tal vez así se ex-
plique un hecho, a menudo advertido por los observadores: el refuerzo del po-
der presidencial tiene como contrapartida la desvalorización de lo político,
porque su propia lógica lo conduce a llevar las máximas de lo político hasta el
absurdo. 107

107. Encontraremos una prueba, entre muchas otras, de esta superación del límite en el tema
pascaliano recurrente del rey sin diversión. Llevado a su extremo, la hipertrofia de la función sobe-
rana siempre está a punto de estallar como una burbuja. Primi Visconti escribe de Luis XIV, el so-
berano que gobierna todo, hasta el tiempo que hace: "A pesar de todo eso, estoy seguro de que no
estaba contento" (Mémoires, op. cit., pág. 167). En la actualidad, como sabemos, la melancolía y el
desencanto del poder se encuentran entre los motivos favoritos de la crónica presidencial. 108. Véase Louis Marin, Le Portrait du roi, París, Minuit, 1981.
<'lJI RI'< >S Y COMLJNIUAUES
A llNl:S DEL SIGLO XVIII

Hasta fines del Antiguo Régimen, los cuerpos y las comunidades constitu-
yen una forma omnipresente de organización social, al tiempo que expresan
una de las representaciones fundamentales que la sociedad tradicional produce
de sí misma: aquí, los hombres sólo existen en el seno de colectividades orgá-
nicas, cuya índole e importancia pueden diferir, pero cada una de las cuales in-
dividualmente y todas en su disposición general garantizan la regulación, la
conformidad y la armonía de las acciones humanas. Esta representación es lo
que evoca con fuerza el famoso discurso de Séguier al rey, durante la sesión
solemne que, el 12 de marzo de 1776, imponía al Parlamento el edicto de su-
presión de las cofradías preparado por Turgot: "Todos vuestros súbditos, Sire,
están divididos en tantos cuerpos diferentes como Estados diferentes hay en el
reino. El clero, la nobleza, las cortes soberanas, los tribunales inferiores, los
oficiales vinculados a esos tribunales, las universidades, las academias, las
compañías de finanzas, las compañías de comercio, todo, y en todas las partes
del Estado, presenta cuerpos existentes que sólo pueden mirarse como los ani-
llos de una gran cadena, el primero de los cuales se halla en manos de Vuestra
Majestad como jefe y soberano administrador de todo cuanto constituye el
cuerpo de la nación".1 La metáfora de la cadena, repetida con tanta frecuencia
en los últimos años del Antiguo Régimen, evoca que el propio reino es un cuer-
po compuesto de cuerpos inseparables, definidos y jerarquizados según un plan
que no fue deseado por los hombres sino por la Providencia, y cuyo primer ga-

L Citado en G. Schelle (comp.), <Euvres de Turgot et docwnents le concemant, París, 1923, t.


5, pág. 287.
1 JIJ'J(J'\l"l) I 111\1\IJ'IJJl/\Jll'.'o ,.,,
ra11le l'S el sohl'raJ10, i11lL'r111ediario l'llln· l'I ordl'JI liu111a110 y t·I d1\·11111. Trn·;u t'Sl' ahotdaJl' 1m·1t·111ll' .'it'J a111111pol111•.wo y Jlo ya t'.'ilrid;um·11tt· .1m1d1co polt11n1. St·
plan es atentar contra el orde11 del 11H111do: "l ,a sola idea de dcsl111i1 esa t·adc11a d1·dit·a ;1 1t•t·o11~tituir l'l t·11111l'.\l11 l'JI d cual adquirili sc11tido la expl'ril'm·ia dl'I Ira
preciosa debía ser terrorífica".
bajo. l·:I caso es que ta111hit·11 af'iriua que, e11 la larga duració11, la organi1.aciú11 t·11
En consecuencia, los cuerpos son una manera de pensar y construir lo social. t'L;l·rpos co11slituyó u11 pri11cipio de orden fundamental y unil'icador a la vez.
Bajo la pluma de los juristas, como Loyseau, pero también a través de las dl'.fi11i Todo atestigua la importancia de esta lectura holística del orden corporativo
ciones que sugieren los grandes diccionarios clásicos, la noción fue objeto de hasta el final del Antiguo Régimen, y basta con que aparezca seriamente cucs-
una serie de formulaciones sucesivas, al mismo tiempo que las nociones vecinas 1ionado, como ocurrió en la reforma-revolución de 1776, para que sea reafirma-
de "estado" y de "orden", cuyo uso no siempre queda claramente distinguido. da con fuerza. Pero debe recordarse que los historiadores que la retoman, a su
Los deslizamientos de una a otra son incesantes, aunque, como se sugirió recien- manera, repiten el discurso de evidencia que la sociedad corporativa no dejó de
temente, no sean erráticos. 2 Sin embargo, destaquemos que, en todos estos tex- sostener sobre sí misma.
tos, los cuerpos y comunidades, como ocurre con la arenga de Séguier, aparecen Este discurso se arraiga en una concepción medieval de la sociedad que esta-
en una perspectiva que podría llamarse macrosocial. Sirven para comprender la ba destinada a durar hasta la Revolución Francesa y de la que, hace más de cua-
sociedad en su conjunto y son presentados como el producto de un principio de renta años, E. Lousse hizo un análisis que sigue siendo notable. 5 A la visión in-
orden general. Sus características individuales no cuentan tanto como su relación dividualista e igualitaria que se impuso en las sociedades democráticas desde
con el todo, que es otra cosa y más que la suma de sus particularidades. Signifi- hace dos siglos, opone una construcción solidaria y desigual en la que las colec-
cativamente, este abordaje se encuentra con mucha frecuencia entre los historia- tividades son protegidas de lo arbitrario mediante privilegios. Por otra parte, po-
dores de la organización corporativa, aunque la historiografía francesa no pro- ne el bien común por encima de las satisfacciones individuales, fieles en esto a
ponga ninguna tentativa de elaboración e interpretación comparable a, por la tradición aristotélica retomada por santo Tomás: "Ille qui quaerit bonum mul-
ejemplo, la de Otto von Gierke para el mundo alemán. Se observará que, hacién- titudinis ex consequentia etiam quaerit bonum suum". Por último, tiende a reem-
dose cargo del léxico sociopolítico del Antiguo Régimen, estos historiadores de plazar la pirámide jerárquica de las relaciones feudo-vasallas por una multitud
buena gana dieron a la "sociedad de cuerpos" una extensión máxima: en F. Oli- de "libertades" yuxtapuestas, desiguales, basadas todas en contratos. 6 A partir de
vier-Martin, como en R. Mousnier, engloba no sólo a los "cuerpos y comunida- esta definición genérica, toda o casi toda colectividad puede hacer el papel de
des de artes y oficios" sino también a los cuerpos eruditos (universidades yaca- cuerpos y obtener sus privilegios en la sociedad del Antiguo Régimen. De ahí la
demias), los cuerpos de oficiales reales, los de los auxiliares de la justicia profusión de los términos que sirven para designarlas y cuyas variedad e incerti-
(abogados, procuradores, notarios, ujieres), los cuerpos de la salud (médicos, ci- dumbre a menudo se subrayó. Sin embargo, tras esta proliferación de las comu-
rujanos, boticarios), las compañías de comercio y de finanzas e incluso (en nidades, cierta cantidad de constantes sugieren un estatuto coherente. Cada una
Mousnier) a los señoríos, las ciudades y las comunidades territoriales en su con- de ellas no se constituye legítimamente sino "para el beneficio y el bien de to-
junto.3 Esta visión de un mundo masivamente incorporado, en el cual el conjunto dos", asignándose la ejecución de una tarea de interés general (ministerium) de
de las conductas y las relaciones sociales son mediatizados por estructuras orgá- la que, al mismo tiempo, obtiene el monopolio: el servicio de Dios o el estudio,
nicas, hace poco recibió una formulación inédita (y tal vez una nueva legitimi- la oración contemplativa, la gestión de una ciudad o el ejercicio de un oficio.
dad) con el estudio que William Sewell consagró a las prácticas y representacio- Esta función social (professio) es inseparable de los privilegios que como con-
nes del trabajo en Francia entre mediados de los siglos XVIII y xrx. 4 Aquí el trapartida le son consentidos. En teoría, una comunidad no existe salvo que ha-
ya sido reconocida y fundada en derecho por la autoridad real: de simple asocia-
ción de hecho, se convierte entonces en una realidad jurídica que es también una
2. W. Sewell, "Etat, Corps and Ordre: Sorne Notes on the Social Vocabulary of the French Old persona moral. A cambio de este reconocimiento, que hace las veces de jura-
Regime", en Sozialgeschichte Heute. Festschrift fiir Hans Rosenberg zum 70. Geburtstag, Gottin-
gen, 1974, págs. 49-68, propone un interesante estudio de los campos semánticos de estas nociones,
y trata de clasificar sus usos respectivos (véase en particular pág. 64).
véanse las reflexiones críticas de L. Hunt y G. Sheridan, "Corporatism, Association, and the Lan-
3. F. Olivier-Martin, L 'organiza/ion corporative de la France d'Ancien Régime, París, 1938; R. guage of Labor in France, 1750-1850", Journal of Modern History 3, 1986, págs. 813-814.
Mousnier, Les institutions de la France sous la monarchie absolue, París, Presses Universitaires de 5. E. Lousse, La société d'Ancien Régime. Organisation et représentation corporatives, Lovai-
France, 1974, t. l.
na, 1943, t. l.
4. W. Sewell, Work and Revolution in France: The Language of Labor from the Old Regime to 6. Sobre la elaboración política teórica a la que dio lugar la realidad corporativa, véase A.
1848, Cambridge, Cambridge University Press, 1980; traducción francesa: Gens de métier et révo- Black, Guilds and Civil Society in European Political Thought from the 12th Century to the Present,
/11tio11s. Le Langage du travail de l'Ancien Régime a 1848, París, Aubier, 1983. Sobre esta obra, Ithaca, Cornell University Press, 1984.
1 111111'11'. \' 1 l ll\ll INll l1\lll·.·,

111t·1110 de liddulad. n·l'ihc 1111a a11lo1101111a dt· l111w1011;1111ll'11lo 1111<'11111, :,,.da .~u w.•.to d1· los ol ll'IOS 1·:;fa11 1il111·.1do.•. lia¡o l'I 1·0111rol del ( '011s11lado. Aquí, pues, l'I
propia ley y organiza la policía en su SL~clor dL' aclividad "con lal que 111t·di;111lt• 1111111 do dd trabajo t's 1t')'.lllado p1111·slalulos de una gran heterogeneidad. !'ero
aquestas no se deroguen los estatutos dd colegio ht:chos u homologados por l'I co 11 seguridad inducl'll dik1c11ll'S determinantes respecto de las plazas donde los
soberano".7 Pero una vez más, tras la extrema diversidad de las situaciones, ca ol'ieios juramentados son la regla común. !O Más allá de la distinción clásica en-
da vez encontramos el intercambio contractual de un servicio colectivo conlra tre oficios juramentados, oficios regulados y oficios libres -que ante todo es una
un privilegio colectivo. Al respecto, con todo derecho puede hablarse hasta J7X<J distinción jurídica formal-, las condiciones efectivas del trabajo y de la produc-
de una sociedad de tipo corporativo, porque la organización corporativa, sin du- ción parecen haber compartido muchos rasgos comunes, incluso cuando se tra-
da, ocupa en ella un sitio más importante que, por ejemplo, la relación feudal. taba de formas de actividad muy alejadas unas de otras, hasta de formas anta-
Los cuerpos profesionales no representan más que un caso particular entre gónicas y teóricamente incompatibles. 11 A la inversa, en el ~~smo seno del
agrupamientos reconocidos, y las comunidades de artes y oficios solamente una sector regularmente incorporado, un estudio por campos d~ activ1da~ hace .apa-
parte de los cuerpos profesionales. Por lo tanto, cabe preguntarse por qué, en la recer que, de una a Ja otra, las estrategias económicas y sociales pu?1eron ?1ver-
segunda mitad del siglo xvm, terminaron por simbolizar la organización corpo- gir fuertemente, determinando comportamientos profundamente d1~erenc1ados.
rativa por completo y por encontrarse en el centro de una polémica que las supe- Por ejemplo, esto es lo que mostró J.-Cl. Perrot para Caen en el siglo xvm, al
raba con creces. Las "corporaciones", como comienza a llamarse entonces según analizar por ramas los conflictos y las tentativas de reagrupamiento entre los ofi-
el uso inglés, por cierto se adaptan muy ampliamente al modelo que acabamos cios. Una investigación sobre las actitudes de las cofradías frente al progreso
de evocar. 8 Realmente forman parte de los agrupamientos obligatorios cuyo pa- tecnológico desemboca en verificaciones igualmente contradictorias según la
pel es formalmente reconocido por la monarquía, pero lo hacen al lado de dece- antigüedad y la naturaleza de las actividades involucradas. 12 .
nas de otros tipos de organizaciones. Entonces ¿de dónde les viene esa repenti- Por último, puede buscarse la ejemplaridad de las comumdades de artes Y
na ejemplaridad? oficios en su misma forma. Aunque ya ningún historiador se aventura a ver en
Con seguridad, no es de orden jurídico. Pese a los esfuerzos unificadores de la ellas la encamación de una armonía profesional y social garantizada por una re-
monarquía absoluta desde fines del siglo XVI por lo menos, sus estatutos siguen lación paternalista, sigue siendo fuerte la convicción de que proponían un mode-
llevando la marca de una extraordinaria variedad. Fundamentalmente, su dere- lo de organización única que "toma al hombre por entero" (Coornaert). Los re-
cho, respecto del de muchas otras comunidades, queda elaborado de manera in- glamentos minuciosos de los oficios detallaban con pel.o~ y ~~ñales, com~ s.e
completa y tardía. "De Bodin a Domat, pasando por Loyseau y Le Bret, filósofos sabe, los derechos y deberes de los trabajadores. Su part1c1pac10n en las ac~1v1-
y juristas sólo nos ofrecen puntos de vista imprecisos",9 en todo caso mucho me- dades religiosas y morales de una confraternidad los asociaba a una comumdad
nos logrados que cuando se trata de cuerpos de oficiales reales o universidades. moral. Sin ninguna duda, esta doble integración fue constitutiva de una form~ d.e
Esta ejemplaridad tampoco es fundamentalmente de orden social o económi- sociabilidad poderosa y visible en todas partes en la sociedad del Antiguo. Reg1-
co, como sin embargo parece afirmarlo F. Olivier-Martin. La organización cor- men. Una vez más, es ella la que evoca Séguier en 1776: "Las comumdades
porativa del trabajo, sin duda, es dominante en cierta cantidad de sitios, y ante pueden ser consideradas corno otras tantas pequeñas repúblicas, únicame.nte
todo en la capital, que sigue siendo el lugar más estudiado, aunque sea de mane- ocupadas del interés general de todos los miembros que las componen, Y s1. es
ra imperfecta debido a la desaparición de la mayoría de las fuentes. En ningún cierto que el interés general se forma con la reunión de los intereses ~e cada m-
lugar es hegemónico porque cierta cantidad de espacios privilegiados, por dere- dividuo en particular, también es cierto que cada miembro, al trabajar Pª'.ª su
cho, le son sustraídos: es lo que ocurre, como sabemos, en París, con el fau- verdadera utilidad personal, necesariamente, y sin siquiera quererlo, trabaja e?
bourg Saint-Antoine, los recintos del Templo y de Saint-Jean de Latran, los re- la utilidad verdadera de toda la comunidad." Por lo tanto, es la forma corporatl-
cintos Saint-Germain des Prés y Saint-Denis de la Chartre. Además, es
obstinadamente negada en cierta cantidad de ciudades. En particular es lo que
ocurre con Lyon, donde, con excepción de cuatro comunidades juramentadas, el JO. M. Garden, Lyon et les Lyonnais au xvme siecle, Lyon, PUL, 1970, pág. 325 Y sigs. Y 550
(memoria de la comunidad de panaderos sobre las comunidades de Lyon, agosto de .1756).
11. Véase S. L. Kaplan, "Les faux-ouvriers a Paris au xvme siecle", texto inédHo. Agradezco a
7. J. Bodin, Les Six Livres de la République, VI, cap. v11. Steven Kaplan por haberme comunicado dicho texto y, más aún, que me haya penmtldo aprovechar
8. Además de Olivier-Martin, op. cit., véase E. Martin Saint-Léon. Histoire des corporations de su saber y sus observaciones durante una serie de seminarios que dimos en común en la pnmavera
métiers depuis leurs origines jusqu'a leur suppression en 1791. París, 1909; reed. aumentada en de 1986.
1941; E. Coornaert, Les corporations en France avant 1789, París, 1941. 12. J.-Cl. Perrot, Genese d'une vil/e modeme, Caen au xvme siecle, París, Mouton, 1975. t. l.
9. Coornaert, Les corporations en France, op. cit., pág. 25. págs. 327-336.
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t·rn1 los cd1clos tic 1. . 1111q111· 111 1 1'>X1 ), l ·.111 l!jlll' 1V ( l '.'il>/) Y sohn· todo L'Oll la
va L'fl n1anlo !al la lJlll' ¡•,ara111i:t.an·a la :mriali/.acio11 de las vol11111adcs 11uhvid1111
ll'Ol)'.: ¡ ,aL·iiill collll'i1i; 111 a di· l<i/ \,la lor111a corporativa, qtw e111011ccs SL' trala
les. Pero una vez m:is, las comunidades de oficios 110 so11 las 1111icas que Sl' l'll 111 1
de i111po11cr a toda la aclividad 1To11timica, sirvió de instrument~i para un '.ll·~l~tia-
carn~n en est~ forma en la segunda mitad del siglo xv111. Porque, desdl' el punto
111iento y una unificación del reino al mismo tiempo que ofrecia una pos1btl1~ad
de vista del ~~gl~ x~, _el tr~bajo fue uno de los puntos de aplicación de una lar~~ 11
de recursos fiscales suplementarios. 15 Poco importa aquí que ese programa, for-
transformacwn mdividuahsta, y sin duda tenemos una tendencia a aumentar 11
mulado por última vez por el edicto de 1767, jamás haya sido verdaderamente
posteriori la índole excepcional y la pregnancia particular del modelo corporati-
cumplido. Es necesario ver que, lejos de ser una realidad inaltera.b!e, consustan-
vo. Pero para un hombre del siglo XVIII, la comunidad de intenciones realizada
cial al orden monárquico, las comunidades son formas que se uuhzan (o que se
por el servicio profesional de la divinidad y por la oración en el seno de los mo-
intentan utilizar) para fines de control, económico o político, y que, llegado el
nasterios, o, más trivialmente, la defensa de los privilegios de una comunidad
urbana, ¿representaban necesariamente encarnaciones más débiles del mundo caso, se adaptan a tales fines.
Pero esa manipulación de la forma asociativa no se debe únicamente al Esta-
"incorporado"? En mi opinión, nada nos permite garantizarlo.
do. También se encuentra del lado del mundo del trabajo. Contra la interpreta-
Nos sentiremos tanto más propensos a la prudencia cuanto que el conjunto
ción jurídica tradicional, en 1731 el teniente de policía observa en Caen que
d~ los discursos producidos para atacar o defender a las cofradías en las últimas
"para tener las prerrogativas de comunidades y adquirir-~ conservar, c.on exclu-
d~~a~as d~l Antiguo Régimen contribuyeron mucho a dar de ellas una percep-
sión de las otras o concurrentemente con ellas, una porcwn de comercio, es me-
cwn idealizada (en negro o en blanco) y congelada. En ellos, las comunidades 16
nester una voluntad actual de componer una comunidad [ ... ]" . Lo que implica
de artes y of~cios aparecen como la garantía de la permanencia intemporal de un
decir duramente un hecho evidente, que sólo la ideología corporativa logró ocul-
modelo ar~aico, censurado por unos, alabado por otros, imagen que generalmen-
tar en forma duradera. Algunas ramas de actividad escogen la incorporación,
te ellas ~usi_nas se ocuparon de reforzar. Pero esta imagen es falaz, y la tesis de
otras la soslayan, y esas opciones pueden ser reconsideradas según las incitaci~­
~na cont~nmdad ne varietur de las formas corporativas entre la Edad Media y el
nes de la coyuntura, según el estado de las fuerzas en presencia, la competencia
fm del siglo XVIII no es muy defendible. Por el contrario, todo demuestra su
la composición del dominio. Algunas comunidades se replie~~n sobre s~ ~is­
plasticidad en la larga duración, más allá de la proclamada inmutabilidad de los 0
mas y otras, por el contrario, eligen federar a su alrededor familias de acu:1da-
valores Y las instituciones. Dos casos particulares lo mostrarán claramente.
des vecinas. Este juego complejo de alianzas y divisiones, raramente estudia~o,
En el momento en que se abre el debate sobre las corporaciones de oficios
en ocasiones puede remitir a principios "objetivos": la aparición de una técmca
h.ay una convicción sólidamente anclada de que éstas son cosas del rey. Los ju~
nueva, por ejemplo. Con más frecuencia, como lo demostró notablemente Perrot
nstas. Y los polít~c~s no dejaron de recordarlo: depende de su buena disposición
para Caen, hace aparecer estrategias de expansión o de defensa en la que la cor-
autonzar o supnmlf una comunidad, y "solamente la autoridad soberana puede
formar un cuerpo en el Estado". 13 Esta referencia real puede servir de argumento poración no es el fin sino el medio.
Por lo tanto, todo sugiere que, contra la propia ideología corporativa, conven-
ya sea para defender la intangibilidad del principio corporativo, considerado co-
diía dislocar la forma asociativa y el ejercicio de un oficio para comprender me-
mo indisociable del orden monárquico mismo (es el sentido del alegato final de
jor a ambos. No para negar que esos dos aspectos con frecue?cia hayan e~tado
Séguier); o para legitimar el libre derecho del rey que, cuando lo quiere, puede
muy estrechamente entrelazados, sino para comprender meJOr sus relacw~es
deshacer lo que hizo (es uno de los argumentos que hacen valer los reformado-
efectivas.17 Todo aboga también contra la existencia de un modelo corporativo
res ante Luis ~V.I): El caso es que, más allá de lo que los opone, unos y otros
unificado que, más allá de la diversidad de sus estatutos, funciones ~ imp~rtancia,
plantean en pnnc1p10 una relación inmutable entre el rey y las comunidades. Pe-
regiría el conjunto de las artes y oficios. Pero si se acepta este c~est10namie~to, la
ro esta ~elación en modo alguno obvia. Fuera de que siguen existiendo, hasta en
pregunta se plantea de manera más insistente todavía: ¿por que las cofrad~as, en
pleno siglo x.vm, comu?i~ades consideradas como tales sin cartas patentes (y
la década de 1770, llegaron a simbolizar la realidad corporatJVa en su totalidad?
por lo tanto sm reconocimiento formal), 14 la política monárquica, por lo menos,
fluctuó respecto de los oficios entre los siglos xvr y XVIII. Y sólo tardíamente,

15. Véase Coornaert, Les corporations en France, op. cit., págs. 153-164.
13 Bigot de Saint-Croix, Traité de la liberté générale du commerce et de /'industrie qui démon-
16. Citado en Perro!, Genese d'une vil/e moderne, t. l. pág. 322.
tre les abus des anc1emzes corporations et jurandes, 1775. El texto se encuentra en la Encyclopédie 17. En la senda reconocida por J.-CL Perro!, Simona Cerutti culmina actualmente su demostra
méthodique, Commerce, 1783, 2: 770, s. v. Jurande.
ción en un trabajo sobre las corporaciones turinenses en los siglos xvn Y xvm.
14. Perro!, Genese d'une ville modeme, t. 1, págs. 321-322.
· • · ·l l 1mi11io de las tra11sfor111acio
( '01110 prohll'111;1 pnipia111c11ft" pol11ico. la orga11i1.ano11 coqH11a11v;r 11¡•.111:11·11 :.u 11 ol1cridns c11 1<'pn1111 •I 1111111:. 111s lHllll 111L.s. ~ t t ·
el centro del debate durante un período rdaliv;111w11te breve, a grandes rasgos d1• .s de es ohjelo 1111 ¡11 wd1· .ser el secreto celosamente guardado de u~1 peque-
tjlll'
111
. · · · · t d be ser divulgado
enero a septiembre de 1776. En el lapso de esos nueve meses se asiste allcrnali ü
110 11 111
cro. constituye 1111 saber ulll Y que, por consiguicn e, e ,, d
1
vamente, y a un ritmo extremadamente rápido, al cueslionamiento de las cor1111 lo m;is ampliamente posible. Precisamente sobre ese fundame_nto "natura _e
nidades profesionales, a su abolición legislativa, y luego, tras el despido de Tur las artes se articula lógicamente la tercera afirmación, la ~e la hb~i:ad necesana
. .. . pleno desarrollo y la difusión de sus consecuencias beneflcas en la so-
got, a su restauración según modalidades transformadas. Curiosamente, ese ciclo p.11,1 su r· . t t _
de una intensidad particular parece cerrarse ahí. Por cierto, se seguirá discutien- cicdad. Observemos que esta libertad no es fundamentalmente po 1tica. an e o
do a las corporaciones hasta su supresión definitiva en 1791, pero el tema dej<'> do es un acuerdo de las fuerzas del trabajo con el orden n~tural. . .
de ser significativo. Todo ocurre como si hubiese perdido todo valor ejemplar y Cierto es que este fondo de convicciones comu~es ahmenta diversa~ m_ter-
ya no fuera capaz, a causa de eso, de focalizar el debate político. En consecuen- pretaciones, y la crítica filosófica no siempre fue radical, co~o lo recordo atl~~­
cia, puede arriesgarse la hipótesis de que es la forma misma que adoptó en 1776 damente Coornaert. En el mismo seno de la opinión esclarec1d~,,una percepc1on
el choque de las posíciones enfrentadas lo que le dio su importancia excepcional. moderada parece haber sido largo tiempo mayoritaria, p~rcepc10n que se mu~s­
Sin embargo, lo sabemos, el tema dista mucho de ser nuevo. La denuncia de tra más preocupada por corregir los abusos de las comumdades que por cuestio-
los abusos de las comunidades es indisociable de su misma existencia, ya sea nar su existencia. La serie de artículos que la Enciclopedia consagra al tema
producto de los poderes públicos, del "público" o bien de otras comunidades ri- ilustra a las claras esta senda intermedia, sus vacilaciones, incluso ~~s eventua-
vales. Tiene sus temas obligados: tradicionalmente, cuestiona el "egoísmo" de les contradicciones.19 Por ejemplo, aquí encontramos una fo1:11~lac10n muy tra-
los oficios, sus continuas empresas de usurpación o defensa, las prácticas nefas- dicional de la teoría de los cuerpos y comunidades "que part1c1pan con todo su
tas que cubren con su monopolio legal, pero también su deplorable funciona- poder en el bienestar general de la gran sociedad". Sin duda, estos texto~ no v~­
miento interno. cilan en reconocer y denunciar los excesos en que inc~rren l_as co~r~dias. Sm
A esta polémica recurrente, de buena gana ruidosa y quisquillosa, un nuevo embargo, no encuentran pretexto para cuestionar la existencia poht1ca de_ los
tipo de crítica vino a superponerse sin excluirla en el movimiento de la Ilus- cuerpos, sino más bien su utilidad social: "El abus~ n~ es que haya comumda-
tración, a mediados del siglo XVIII. Recurre muy ampliamente al mismo reperto- des, porque se necesita una policía, sino que sean md1fer~ntes,a los ~rogresos
rio de argumentos, pero lo inscribe en un marco de referencia muy diferente. de las mismas artes de que se ocupan; el hecho de que el mteres partl~~lar ab-
Tres convicciones mayores orientan la crítica "filosófica" de la organización sorba al interés público es un inconveniente muy ver~onzo~,º para ~ll~~ · Por lo
corporativa de los oficios. 18 La primera, ilustrada esencialmente por los enciclo- tanto, el abordaje es decidioamente reformista. El articulo Mae~~na~ (o?ra de
pedistas, proclama la urgencia que existe en dar al trabajo y a la técnica un sitio Faignet de Villeneuve) bien puede endurecer la denuncia de los refmam1entos
preeminente entre los valores colectivos. Y denuncia esta paradoja escandalosa: de monopolio" y detallar los efectos perversos que ejercen tanto en d mundo
"Exigimos que uno esté ocupado de manera útil y despreciamos a los hombres del trabajo como en detrimento del público, sin embargo, las _soluciones que
útiles". La segunda opone a la organización tradicional en cuerpos comparti- propone van en el sentido de un acondicionamiento de_ lo ~~e ~x1ste: de una ~~­
mentados y jerarquizados según los misteriosos decretos de la Providencia un xibilización del cuadro corporativo, de una democratizac10n mt~rna de las . -
sueño de transparencia social: una imaginación de la sociedad fundada en el or- fradías, todo según una evolución controlada; a pesar de la confianza qu~ prn-
den natural. Pero en este reordenamiento del mundo los oficios ocupan un lugar clama en las leyes del mercado y en el espíritu de empres~, el autor. se cmda ~e
es~ratégico. No sólo porque de ellos "tenemos todas las cosas necesarias para la prescribir ninguna ruptura, y visiblemente da su preferencia a soluc10nes pro.~1-
vida", sino también porque, en su esencia, no son nada más que una prolonga- sionales de compromiso que a más largo plazo prepararán una transform~c1on
ción de la misma naturaleza. ¿No es su historia "la de la naturaleza utilizada"? progresiva del mundo de los oficios. No bien se trata d~ expresar so~uc10ne~
¿No es "el objetivo de todo arte en general imprimir ciertas formas determinadas concretas, recupera la moderación hasta en un te~to cons1~erado, ~on Justa r~
sobre una base dada por la naturaleza"? En consecuencia, su organización no , orno uno de los modelos de la polémica ant1corporat1va, la vigorosa Me-
debe estar regulada por leyes y privilegios, sino más bien adaptarse a las leyes ~:~·r~ sur les corps de métiers de Clicquot de Blervache-Delisle ~l 7_57). De he,-
naturales y al orden de una razón empírica. Así como los bienes de la naturaleza cho ¿está tan alejada esta actitud pragmática de las practicas de l,t

t 's" "Marchands" "Maí-


18. Véase Sewell, Gens de métier et révolutions, op. cit., cap. m, al que tomo en préstamo las ci- 19. Utilizo aquí \os artículos "Communauté", "Corps et communau e , •
tas que siguen, todas sacadas de la Enciclopedia. trises".

-- - ___......_
< 111111•11•;Y<'<11\11 INll >/\l >l·S
ad111i11i.<>l1ac1n11 rral a flll'dradns dd SIJ'.ln .\VIII, ya .<;l' l1;11c <h· 111lt·11dc111<'s, <k la
Ofici11a de ( 'onwrcio, o incluso, m;ís rccic11lc1nc11le, de los prny<'l'ln<> dl' rc!l>1111;1 pa11 i1 de l '/Fi Sl' c11u1t·1111 a11 u11a scnt: .
!
de n_i.t:tI'lt.I··~~. 1lllllll'tles que anuncian
ue :ne .propongo una
presentar
preparados por el equipo gubernamental del padre Terray en vísperas del epi so liolilít·a lílll'ral en espera de "un trabajo cons1dcdrc1desqlo menos que se podía es-
dio Turgot? 2 º a11lc Su Majestad lo ~ntcs pos1 e .
.bl "· pero en ver a e
s· d da también en la me-
Por supuesto, en esos mismos años la expresión del cuestionamiento radical d 1 El d Vincent de Gournay. m u '
de las comunidades hay que buscarla por el lado de los "economistas": en Yin-
pcrar del autor . . e 1 oge enero e de 1776 T urgo t deJ· a constancia de su proyecto
moria que dmge a rey en ., . (V M "conoce desde hace lar-
cent de Goumay (Mémoire sur les communautés lyonnaises, 1752), y sus discí- ., d preocupacron anti "Uª · ·
de supres1011 .como eduna sar") Pero e'l m1sm .º o presenta la abolición de lasco-
pulos; en un publicista como el padre Coyer, que da de la crítica una versión no- go tiempo m1 manera e pen . . . . uestos en práctica en el comer-
velada en Chinki, histoire cochinchinoise (1768); o incluso y sobre todo en la fradías como la extensión de los ~nnc1p1_os ya ¡1 cia recordemos que el edicto
memoria póstuma de Bigot de Sainte-Croix, ese magistrado menés encargado cio del trigo. Por último, para ~brc~r t~ im~~~~: p;rte de un conjunto de seis
por Laverdy de un informe sobre el funcionamiento del sistema corporativo: su de febrero de 1776 no se publica a1s a o.l d'cto sobre la policía de los granos
Trafté sur la liberté du commerce et de ! 'industrie, qui démontre les abus des d 1 1 s por lo menos --e e 1
textos, dos e os cua e ' . personales- conciernen a fun-
anciennes corporations etjurandes se inscribe significativamente, como lo indi- y sobre todo, aquel otro sobre las prestac10n~s , . ,
: . . d 1 . d d del Antiguo Regrmen. .
ca su título, en la perspectiva de una decidida liquidación del "antiguo" sistema c10nam1entos cruciales e a soc1e ~ 1 1 o el preámbulo del edicto, sm
y de un "retomo a la libertad general". Publicado en las Nouvelles Ephémérides 'l. . b 'nda la memona a rey y ueg d
El ana 1s1s que1 n · ·pales argumentos 1I.berales ·22 Explícitamente parte .e
sorpresas, ~~toma os prmc1 . . . "A todos nuestros súbditos debemos gara~:1-
en 1775, por lo tanto en vísperas del gran debate público, el texto recapitula y
detalla toda la argumentación liberal reubicándola en una óptica que, esta vez, una profes10n de fe econom1c1sta.d h . bre todo debemos esta protecc10n
no deja otra solución abierta que la abolición lisa y llana. Precisamente porque 1 total de sus erec os, so .
zarles el goce p eno y que no temen o o tra propiedad que su trabajo y su m-
. d
re~
"la libertad general del comercio y la industria" no es más que un retorno al de- d h b
a esa clase e om , idad el derecho de emplear, en toda su exten-
recho natural, "según los economistas modernos la primera ley de las sociedades dustria, tienen tanto mas la neces . y ara subsistir". Precisamente en nom-
políticas debe ser garantizar a todos los ciudadanos el pleno y total ejercicio de sión, los únicos recursos de que drs~onden p . mente el monopolio de las
dicha libertad". La voluntad de librar de toda coerción jurídica a Jos actores eco- d h denuncia os sucesiva
bre de . tales erec os son 1 ·a11·zac1'o'n de bienes·' el poder abu-
p~o ~c
nómicos, de estimularlos por la ley de la competencia, la afirmación de una pri- b 1 d ción y a comerc1
comumdades so re a fradías (en particular sobre los compañeros que
macía del interés individual sostenido por las perspectivas del beneficio, esos sivo de los maestros so re asco . , ( . ada por un enorme contencioso
artículos de fe de un credo economicista en plena radicalización ideológica con- . 1 t , )· su mala gest10n sanc10n ..
aspiran a a maes na , 'd des)· los efectos permc10sos
fieren al análisis propiamente económico una dimensión explícitamente política judicial y por la deuda apla~ante ~e las ~~:1~~1p;ecio~ y la calidad de los pro-
que va a dar el tono al debate del año 1776. Las conclusiones que inducen nece- que la falt~ de compete~cia eterm1~;os;esultan para el Estado. Este manojo de
sariamente desembocan en reformas sociales y políticas y no ya en simples duetos, as1 como los danos que de e . . 1 orno hemos visto Pero debe ser
acondicionamientos técnicos. Sin embargo, por radical que sea la crítica, una . t das no es ongma , c ·
vez más hay que observar que es formulada de manera tardía luego de que, du-
críticas, largamente re º:11ª ,
reubicado en la perspectiva de una o ~ a irm
d bl f ación que constituye la verdadera
,
rante dos décadas, la cuestión del trigo monopolizó la reflexión. d hacer sancionar por ley.
ruptura que Turgot preten e . de los cuerpos de representar
Claramente, la empresa de Turgot se inscribe sin vacilar en esta crítica radi- . d · · A las pretens10nes
La pnmera es octnnana. d n econo' mico simplificado al
cal. No obstante interviene tarde en el curso de su breve pasaje por el Control · · 1 cial opone un or e
una suerte de matnz socia esen , . d' 'd os d1'stn'buidos a lo largo de un
más que a m rv1 u
extremo y que n~ reconoce . , El reámbulo del edicto de febrero, ¿no hace
general, y como en segundo plano respecto de los dos temas mayores que domi-
naron su reflexión y su acción ministeriales: la cuestión de los granos y la refor- proceso de trabajo y producc10n. p h d 1 comercio también saben que to-
ma fiscal y municipal (largamente preparada, nunca terminada). 21 Sin duda, a "L conocen la marc a e
declarar al rey: . os que , .
rt te de trafico o e m d . d us tr1·a , exige el concurso de dos . espe-
da. empresa brmpo an 'sarios que h acen 1os adelantos de las materias pnmas, . 1os
eres de hom res, empre . ·mples obreros que trabajan por
20. Véase Coomaert, Les corporations en France, op. cit.; sobre Terray, véase E. Faure, La dis- .. · ara cada comerc10, Y s1 ·
grdce de Turgot, París, Ga!limard, 1961, págs. 426-429. utens1hos necesanos P . eni'do Tal es el verdadero on-
. <liante un sa1ano conv · ~
21. Sobre la política de Turgot, además de la biografía de Schelle y su edición de las CEuvres, cuenta de los pnmeros, me . estros y los obreros o compane-
gen de la distinción entre los empresanos o ma ,
véase D. Dakin, Turgot and the Ancien Regime in France, Londres, 1939, así como Faure, La dis-
grdce de Turgot, op. cit. Pero seguimos sin tener una gran biografia intelectual y política del perso-
naje.

º . 158-160 y 238-255.
· t. 5 ' páas
22. Informe en Schelle, CEuvres, op. czt.,
rns, que csla lú111ladll t'11 la 11a111nlt·z·1 ¡f. I· . . .
..1n·l rana
"' . de las cofndh ·'"/ . • • ·• . t .1s tosas ·y 11 0 d!'lll'lt <1.t le·
1 1"111.~11l11t·1011 ('()ti!() dq111u1~. 111" 11111111111dad1·~. 11·accio11:11011 rnpido. 1l11a pcq11c11:1 r:1111idad
.. ' 's · ¡ 1,cngu:qc sor1)f"cnd ·ut · 1• . · ¡!\' t·llas st· p1t·oc11pa11111 ¡H11 :dHl)'.:tr por su causa ante d sohcra110 y la opi11iú11
1mc a los sujetos como act . , ., . e e, t csput·s dl' llldo, qttt· rl'dt•
ores cconorn1cos y hs ,. ·I· · . polllica. 1~n enero. 1·1 ahll)'.ado l >dacroix fue nombrado para presentar una nue-
leyes de la empresa' La d f' ., . '. c <1c1oncs soc1<dcs seg1í11 las
. · segun a a lfrnac1on es d , d 1 h. , . ,. va M1;moirc á co11.rnltcr s11r / 'cxistence actuellc des Six-Corps et la conscrvation
la existencia de las com .d d d . e m o e istonca y pol!l1ca. 1\11
um a es enuncia un ab h" , . de leurs privileges lMemoria sobre la existencia actual de los Seis-Cuerpos y la
por la práctica, pero que contradice 1 , . uso istoncamentc ratificado
, d as max1rnas del derecho 'bl" " , conservación de sus privilegios], que se presenta como una refutación al tratado
pues e un largo intervalo la autorid d . pu ico. Solo des-
. . a , a veces sorprendida ot d . de Bigot de Sainte-Croix; en febrero, Linguet da sus Réflexions des Six-Corps
una apanencia de utilidad ¡ d" , ras se uc1da por
, es 10 una suerte de sane·, ,, A , . de la Ville de Paris, sur la suppression des jurandes; siguen algunas otras co-
mar por un "derecho comu'n" 1 . wn. s1 termmaron por lo-
una co ecc1ón des d d d
contradictorios y que terminaron t: o~ ena_ a e arreglos a menudo munidades de la capital, pronto torpemente censuradas por el Ministerio. Pero
taria. Pero el Estado -en este cas:~: º~?1~r u~a mextncable madeja reglamen- estos textos emanan de la elite de los oficios parisinos, ¿no se jactan los Seis-
vigilancia requeridas por el . . . dpol icia-_ _asta para garantizar las tareas de Cuerpos de ser "la fuente más pura de las familias de la burguesía", y no se
. eJerc1c10 e os ofic10s a 1 1 . complacen en recalcar que siempre fueron un recurso para una monarquía en
b1car bajo un control unificado . rr , os que e edicto prevé reu-
importa aquí que la reconstituci·o~ns1h~pt ,i ~cado,bpero sobre todo público. Poco una situación ruinosa financieramente? En ausencia de un inventario sistemáti-
., is onca so re Ja que T co, bien hay que reconocer que esta documentación sobre todo parisina, prepa-
mostrac10n sea somera e improb bl 1 ., apoya urgot su de-
f uerza los derechos del Estad ª
.
e, su ecc1on es cla · ¡ t ·
ra. e exto reaflfma con rada por juristas políticos, no es por fuerza representativa para el conjunto de los
, 0 e impugna todo cuanto t d , ·
entre el y los SUJ.etos individ 1 ( pre en ena mterponerse oficios ni para todo el país. Pero lo que queda es el hecho evidente de una movi-
· ua es ya se trate por Jo d , lización masiva de las maestrías contra el edicto de febrero. Que es lógica, y no
c10nes obreras como de las cof d' ) E , emas, tanto de las asocia-
lo que da al problema de las cora J~sd .d s esta d?ble r~formulación de lo social debería sorprender. Sin embargo, en la historia de las comunidades representa
mum a es una d1mens1ó l' · un momento bastante excepcional.
ca, en el momento en que el . . . n exp ICitamente políti-
. mm1stro se dispone a · ·b· 1 Las reacciones del mundo del trabajo parisino a la supresión de las cofradías
tlvo. También es eila la que d t . 1 . mscn lf a en un texto legisla-
. e ermma os ejes y ¡ · acaban de ser estudiadas por S. L. Kaplan. 24 Fuera de algunas, que están en el
conflicto venidero A part1'r d d as partes mvolucradas en el
. . . · e enero e 1776 Tu t candelero, aquí la expresión ideológica ocupa menos lugar que un sentimiento
1dentif1cado muy claramente. ' rgo , por otra parte, los había
muy inmediato de la rebelión contra una medida que cuestiona el orden del
Porque, para inflamarse la polémica no ,
publicitado durante su trans' . . , 1 p l espero que el texto del edicto fuera mundo: todo el episodio parece haber sido vivido como una "camavalización"
m1s10n a ar ament I l
blema de las cofradías fuese inscri to en el o. ne ~so antes de que el pro- de las relaciones sociales. Ese discurso colectivo se ubica raramente en el nivel
ral, fueron los oficios los pr1· p . _orden del dia del controlador gene- de abstracción política donde lo ponen de entrada tanto Turgot como el Parla-
. meros que anticiparon ¡ d · · . . mento. Concretamente, y de manera casi obsesiva, evoca la amenaza de una
A partlf de junio de 1775 lo S . C .. as ec1s10nes del Mmisterio.
, s eis- uerpos pansm · ruptura de los lazos sociales fundamentales anudados alrededor de la produc-
la cabeza a todo lo largo de 1 . . os, a qmenes encontramos a
a cns1s, entregaron a T t . ción. Por supuesto, tengamos en cuenta el egoísmo de los maestros y su encar-
fensa de las comunidades D t 1. . . urgo una memoria en de-
. uran e e mvierno s1g · t d · nizamiento en defender sus privilegios y su posición jerárquica: después de to-
rumores, que hablan de proyect d b ¡· . mene no eJan de correr los
, os e a o 1c1ón inm · t E do, no hay en esto nada que no sea muy normal. Pero hay mucho más. El
subterranea de algunos meses e 1. men es. sta preparación
apertura del debate político L xMp ',ca ~ue los argumentos estén listos desde la desmantelamiento de una forma social secular, más profundamente, es percibi-
· ., · as emoLres secrets po 1 d , do como el cuestionamiento de una identidad -individual y colectiva- al mismo
d1vers10n "una gran fermenta . , . ' r o emas, observan con
. cwn en 1as sociedades d" ·d·d tiempo que como un principio de desorganización para la sociedad en su con-
anti-economistas o colbertistas" 23 y· "bl iv1 i as en economistas y
salones, por el tiempo de una te~ 1~1 ;mente, el tema está de moda en los junto. Lo que significa la nueva "libertad" del trabajo es la desigualdad, vale
flicto se desarrolla en dos frentes po~: ;~beero las ~o~as n? quedan ahí. El con- decir, la anarquía de las relaciones más cotidianas; y por otra parte es realmente
cuencia, son llevados a coincidir J n ser d1stmgmdos aunque, con fre- así como, a su manera, lo entienden los compañeros, que, según Hardy, reciben
des; el segundo levanta en su co~t no Io~o~e a Turgot a las propias comunida- con "un verdadero delirio" las (abusivas) esperanzas que les deja entrever el
causa de las cofradías. ra a ar amento, que escogió hacer suya la

24. S. L. Kaplan, "Social Classification and Representation in the Corporate World of 18th Ccn-
23. Mémoires secretspo · a'/'Histoire de la Répub/' tury France: Turgot's Camival", en S. L. Kaplan y C. J. Koepp, (comps.), Work in France: Represl'n·
ur servir l ¡
zque Ges ettres, 1776, t. 9, pág. 46 . tations, Meaning, Organization and Practice, Ithaca, Comell University Press, 1986, págs. 176-228.
' 1 '1 " 1 ' ' ' 1 ' ' , "'1 ' ' 1 ~ •• , , ' •• 1 ,, •

cdil'fo. ;\su ln111i110, t·sla la s11hvn...,irn1 de las 1da1·1<11ws ,-;onal1·~.. 1;1 111111a de la i11!"111so t•11 d partido que las sostiene, así como sólo podrán sentirse insatisfe-
producción en detrimento del bien co1mi11. El porw11ir. sinieslrn. d1· los oli1·1os, chas por las soluciones que se le propongan como reparación a sus desgracias.
es el contra-modelo del Faubourg Saint-Antoine, ese enclave runa de la ley, y Por supuesto, muy diferente es la posición del otro gran protagonista de la
sus falsos obreros. crisis de 1776, el Parlamento de París, por otra parte seguido por cierta cantidad
Sin embargo, hay que cuidarse de querer hacer decir demasiado a esas rcac. de otras cortes soberanas. Entramos aquí en el campo de la gran política. Real-
ciones unánimes, y de las que no hay razones para sospechar su verdad. En par- mente es allí, por otra parte, donde se espera la batalla decisiva. Durante el mes
ticular, corren el riesgo de conferir al mundo de las comunidades una coherencia que separa la transmisión de los seis edictos a la Corte de la sesión solemne que,
forzada, que toda su evolución desmiente en el siglo XVIII. Desde hace décadas el 12 de marzo, obliga al Parlamento a registrarlos, la tensión no deja de crecer
-en la actualidad es más conocido-, la rigidez de las maestrías no puede escon- ante un público consciente de estar asistiendo esta vez a una crisis capital. Sin
der las desuniones que socavan los oficios. Aunque resulte difícil establecer una embargo, sólo se trata de un episodio en una lucha llevada a cabo en varios fren-
cronología fina, los conflictos profesionales parecen multiplicarse a partir de los tes y en la cual el caso de las cofradías, por urgente que momentáneamente haya
años 1720-1730, por razones que, además, siguen siendo mal conocidas. No devenido, con frecuencia desempeña el papel de un pretexto.
oponen solamente a los maestros con los compañeros sino también, y cada vez La famosa arenga de Séguier resume cómodamente -tal vez demasiado- la
con más aspereza, a las diferentes categorías de maestros entre sí; y, por el he- posición de los magistrados sobre el problema. Tiene la habilidad de no esquivar
cho de ser objeto de un testimonio excepcional, la actitud crítica del vidriero el terreno sobre el que había escogido ubicarse el controlador general, en el
Ménétra, por cierto, no es aislada. 25 En cuanto a la oposición entre trabajo incor- preámbulo del edicto, y de responderle punto por punto, analizando el funciona-
porado y trabajo libre, esgrimida de manera tan intransigente por las comunida- miento concreto de las comunidades. No importa mucho aquí que los argumen-
des en 1776, ahora sabemos que por ser declarada intangible, ya no prohíbe que tos económicos desarrollados por Séguier parezcan débiles, frente a las demos-
los maestros parisinos formen con el Faubourg Saint-Antoine alianzas antinatu- traciones razonadas del economista Turgot. Sólo están presentes para recordar
rales ni que los jurados, encargados en teoría de hacer respetar el orden profesio- que la corte está exclusivamente preocupada por "el interés del comercio en ge-
nal, cubran esas transgresiones escandalosas. 26 Ni siquiera las opciones y los neral", y para tomar más aceptable la lección política.que constituye lo esenci~I
comportamientos económicos permiten trazar una frontera clara entre las empre- del mensaje. Porque el discurso es ante todo una ocasión aprovechada cop habi-
sas libres y las cofradías: de unas a otras, las estrategias son definidas mucho lidad para hacer oír una vez más el credo político de los parlamentarios. Este ca-
más en función de los intereses propios de cada rama de actividad particular que be en dos proposiciones mayores. La primera afirma que la existencia de cuer-
en nombre de principios generales de organización. 27 pos orgánicos es necesaria para la cohesión y el equilibrio de todo Estado
La ofensiva desatada por Turgot, por algunos meses, da un nuevo vigor al refinado. Contra el universalismo abstracto de Turgot, que denunciaba en ellos
viejo tejido corporativo en vías de descomposición por lo menos parcial. Pero es un principio de desintegración del lazo social, 28 Séguier hace de la organi~ación
tan provisoria como reciente. Aunque el retoque del sistema por el edicto de tradicional de los oficios el modelo mismo de una integración social legitimada
agosto de 1776 apunta ante todo a tranquilizar a los maestros, sólo provocará en- por la historia. A los principios del derecho natural opone las minuciosas dispo-
tre ellos un entusiasmo incierto, no mucho más que eso, exceptuando, una vez siciones -"los resortes que hacen mover a esa multitud de cuerpos diferentes"-
más, los grandes cuerpos parisinos que son más sensibles a la dimensión políti- empíricamente puestas a punto por una práctica secular. Sólo ella~ generan la
ca de una restauración del principio corporativo. Al respecto, no es exagerado "correspondencia de intereses" que garantiza la armonía entre los sujetos. La se-
decir que las comunidades de oficio sólo fueron abolidas una única vez, en gunda proposición denuncia como una verdadera arbitrariedad esa "libertad in-
1776, y que la primera abolición jamás fue borrada. En la medida en que la ame- definida" que "no es otra cosa que una verdadera independencia" y que arruina-
naza de una liquidación crispa entonces a las cofradías sobre una representación rá toda solidaridad entre los hombres. Séguier le opone una "libertad real", que
de sí mismas que la realidad desmiente, ellas ya se ven reducidas a un especta- "sólo existe bajo la autoridad de las leyes" y no vacila en abogar que "son esas
cular combate de retaguardia. De esta manera se entregan a cierta marginalidad, molestias, esas trabas, esas prohibiciones las que hacen la gloria, la seguridad, la
inmensidad del comercio de Francia". Tampoco aquí, el tema no es nuevo. Ya
sirvió, contra los economistas, en los años 1760 a propósito del comercio de los
25. Journal de ma vie. Jacques-Louis Ménétra, compagnon vitrier au xvme siecle, presentado
por D. Roche, París, Montalba, 1982, pág. 244.
26. Kapian, "Les faux-ouvriers ... ", art. cit.
28. Sobre este debate, véase K. M. Baker, "French Political Thought at the Accession of Louis
27. Véase G. M. Bossenga, Corporate institutions, Revolution and the State: Lillefrom Louis
XIV to Napoleon, tesis inédita, University of Michigan, 1983. XVI", Journal of Modern History 50, 1978, págs. 279-303.
1•.1a110~. fo:I n111il1do <k las vol1ad1as ll' d\·v11clvc 1111a adu;il1dad 11 prn11t1ta, l'll 111 l>1t'10 dt· 1/18), al Rosl'llo11 y a la Lorcna (mayo de 1779); por otra parte, al
medida al 111is1110 1ic111po asonar la dcil'nsa de las L'Olllllllldad<-.~
t•11 que f'L'111111t: 111is1110 1it:111po que n·at11111a la validez del principio corporativo, deja constancia
a h'. ~'1,:1sa parl_<m1~1,1!ana y presentarla como uno de los elcnw 11 tos lk la '\·oiisti clar:unentc de los abusos y disfunciones que padecía el antiguo sistema. Al res-
tucion . .del · · , de s cgu1er
, remo · ~ 9 As1'• tc)da la de mos·tiac1on , · apunta a acrl'dilar la pcclo, el edicto se inscribe en la continuidad de una política monárquica que,
co~v1~c10~ de que la existencia de los cuerpos -y su destino venidero-- de l1t:dio desde fines del siglo XVI por lo menos, se esforzó por regular y racionalizar el
es md1sociable del.orden monárquico mismo, así haya, por las necesidades de la funcionamiento de los cuerpos; si, en vez de referirlo a las medidas de Turgot
prueba,_ que recui:Ir a la obra de Luis XIV y de Colbert, ¡paradójicamente dada que elimina, se lo compara con los textos más antiguos que jalonan esta política,
30
como ejemplo al Joven Luis XVI! aparece incluso más decidido y coherente que sus precursores.
Si~ embargo, es posible interrogarse: ¿realmente se hallan las cofradías en el En la medida en que se la puede seguir, la nueva política tuvo efectos muy
corazon de las_ preocupaciones parlamentarias en 1776, 0 bien ofrecieron ante limitados. Aplicada de manera incompleta en el reino, el texto era de ejecución
t~do_ a los ma~~strados una ocasión cómoda para machacar una vez más sus con- delicada, y parece haber disgustado a mucha gente, tanto por el lado de quienes
vicciones pohticas? Intransigentes en los principios, bajo la pluma de Séguier se habían adherido al edicto de abolición de las comunidades como entre aquellos
muestr~n blandamente r~formistas en los hechos, admitiendo la posibilidad de mismos que, en el entusiasmo, habían saludado su restablecimiento. Imponía a
decepc10n_ar las exp~ctatlva~ de las comunidades. ¿No sugiere Séguier un des- todos un reordenamiento, un nuevo recorte profesional (y por lo tanto, llegado el
mantelamiento parcial del sistema, una simplificación y una corrección de los momento, otra división de las actividades), pero también el pago de nuevos de-
abus?s que ~or otra parte se encontrarán en el edicto de restablecimiento? Por lo rechos: perturbaba un paisaje acostumbrado sin ofrecer sin embargo un proyecto
demas, ~os impacta el he~ho d~ que lo esencial de la ofensiva parlamentaria ha- claro y movilizador para el porvenir. Al respecto, la sensación de triunfo expre-
ya rec~ido en las cofradias mientras que los seis edictos sometidos a la Corte sada por los Seis-Cuerpos parisinos en el otoño de 1776 corre el riesgo de extra-
conteman ?1uchas otras disposiciones importantes, en particular el edicto sobre viamos: se trata en su caso de una aristocracia en el interior del mundo corpora-
las prest~c10nes personales. Al bloquear esos textos en forma conjunta, Turgot tivo, de un medio restringido, altamente politizado, y del que todo demuestra
voluntana~~nte o por torpeza, provocaba una coalición de intereses muy di ver~ que, durante los meses que dura la crisis -y mucho más allá- mantiene lazos es-
sos. La hab~hdad del contraataque de los magistrados consistió quizás en focali- trechos tanto con el Parlamento como con ciertas facciones del Ministerio. En
zar el confücto en un solo tema, en apariencia el más alejado de sus propios in- cambio, nada garantiza que un discurso político semejante sea representativo de
tereses Y que les ofrecía una ocasión suplementaria de presentarse como las posiciones del conjunto de las cofradías.
de~ensores del bien ?úblico. A corto plazo, la táctica ofrecía una triple ventaja: Ni mucho menos. A la ºextremada politización y a la determinación de los
ev_it~ba ~onfrontar ~!fectamente al rey; debilitaba más a Turgot en el seno de un Seis-Cuerpos responden en muchas otras comunidades una movilización incierta
mmisteno Y_ª trabajado por los disensos; y sobre todo, daba a la intervención y una visible vacilación acerca de la actitud que se debe tener frente al nuevo
par~a~entan~ una poderosa caja de resonancia por el lado de las comunidades curso. Sin duda, algunos reflejos comunes se encuentran sin mucha sorpresa: la
pansmas. Ma~ ~llá de los principios fuertemente defendidos, el tema corporati- defensa de los derechos adquiridos, las tentativas para cerrar el reclutamiento, la
vo ta_l v~z ~ebw una parte de su repentina -y breve- fortuna política a la inteli- hostilidad con las corporaciones (que el edicto de agosto de 1777 no había resta-
gencia tactica del Parlamento. blecido), esfuerzos para sustraerse al control del Estado (en particular en mate-
ria de liquidación de las deudas). De hecho, los últimos años del sistema corpo-
En la ~i~toria de los cuerpos y comunidades, y cualquiera que sea su desen- rativo se emplean en retrasar la ejecución, en la medida de lo posible, sin que
lace, la cns1s de 1776 marca un punto de no retomo. Las cosas nunca serán co- jamás se tenga la impresión de que los cuerpos y comunidades hayan visto ma-
mo_ :ntes. Por otra parte, el edicto de agosto no constituye una verdadera restau- sivamente Ja posibilidad de un nuevo juego.
rac10n._ Propue~to ~orno una so_luci?? parcial, el texto preparado por Maurepas, De hecho, luego de que el debate haya movilizado y dividido la opinión en
al comienzo, solo tiene una aplicac1on puramente parisina antes de ser sucesiva- 1775-1776, todo ocurre como si el tema corporativo rápidamente se hubiese
mente ~uesto en práctica en Lyon (enero de 1777), extendido luego a las ciuda- vuelto menos sensible. Durante el invierno de 1776, las Mémoires secrets en va-
des de mcumbencia del Parlamento de París (abril de 1777), a la Normandía (fe-

30. Sobre esta política monárquica, cuyos principios son contradichos regularmente por la prác-
29. Sobre la definición de la "libertad" parlamentaria en Ja década de 1760 ve'ase K ¡. B d
p ['(
0 1 res an
dp r· ¡ · ap an, rea ,
o lflca Economy in the Reign of Louis XV, La Haya, 1976, en particular el capítuo IX.
tica de gobiernos coaccionados por las urgencias financieras. remito a las obras generales de Martin
Saint-Léon, Olivier-Martin y Coornaert.
1 1lf llf'll'; Y 1 '1 JMI INll li\l>I"'' .'I 1

1ias opo1 l1111idadcs l1;1h1a11 lwd10 1l'll·n·11cia a l;is pol1·111icas alt1t'1 fas 1·1111c "1·1·0
11omistas" y "colhcrlistas";· 11 pero el rcslahlcci111ic1110 del 111t·s de agoslo y sus 1·1111 la Noche del •l dc n¡'.o~;lo. ( >hservcmos mjs de cerca. El prohkma q~1eda se
consecuencias visiblemente dejaron de conservar su inlcrl:s, y prohahlc11;c11lc, pullado en la masa de las mociones decretadas por la Asamblea Y su lorm~ht­
más allá del redactor, los de las elites políticas e intelectuales. Todo oetll'f'l' co ciún, cuanto menos, resulta incierta. ¿Qué se decidió, con precisión? ¿Un~ sim-
mo si, apenas adquirida, la reformación de las comunidades -una de las rarns ple "reforma de las cofradías", como lo sugiere la recapitulación establec1~a al
tentativas del Antiguo Régimen "por mejorar sus instituciones permaneciendo final de la sesión por el presidente de la Asamblea, Le Chapelier? ¿O una l.1sa Y
32
fiel a sus principios"- hubiese perdido toda importancia en el debate político. llana liquidación que golpearía a las corporaciones junto ~o~ toda una sene de
¿Debe inferirse de esto, con Franc;ois O!ivier-Martin, que la empresa estaba mal otros cuerpos privilegiados, así como lo prevé el te.xt~ provi~10~al del 5 ~e agos-
to: "Todos Jos privilegios particulares de las provmcias, pnnc1pados, cmdades,
"situada" -y en consecuencia mal percibida-, tentativa incierta, arrinconada en-
cuerpos y comunidades, ya sean pecuniarios o de cualquier otra naturaleza, son
tre el radicalismo del programa de Turgot y la liquidación definitiva de 179 J'!
abolidos sin retomo y quedan confundidos en los derechos comunes de todos los
Esto implicaría aceptar una perspectiva teleológica que parece difícil de soste-
ner. Si la historia política y social de los cuerpos y comunidades parece al mis- franceses"? Ni una ni otra. La vacilación es zanjada por la elisión, porq~,e la re-
mo tiempo culminar y detenerse en 1776, el motivo más probable es que lapo- dacción definitiva del 11 de agosto suprime en su artículo 10 toda menc10n a los
lémica desatada por su abolición provisional había constituido una ocasión cuerpos y comunidades, sin que al parecer est? haya ~r~vocado mucha emo-
excepcional: al radicalizar los términos del problema, había provocado una suer- ción. 34 Igual verificación de relativa indiferencia, por ultimo, pero esta v.ez en
sentido inverso, durante el voto del decreto de Allarde y la ley Le Chapeher en
te de unanimismo en el interior de cada uno de los dos campos enfrentados. La
desaprobación de Turgot por el rey, la llegada de sus rivales al poder bien pudie- febrero y junio de 1791. .
ron ser percibidos como una revancha política, y el edicto de agosto como la En la misma época en que pasa a segundo plano, el tema co~orativo ha de-
victoria de una coalición tradicionalista, ya que la nueva legislación era dema- jado de alimentar posiciones tajantes en la opin~ón. Desde h~ce tiempo se recal-
siado moderada y quedaba inconclusa para servir de argumento -o de pretexto- có la diversidad de los anhelos emitidos en los hbros de quejas en cuanto al por-
de posiciones tajantes. De donde surge una doble consecuencia: el porvenir del venir de las comunidades, y E. Martín Saint-Léon, en particular, trató de dar
sistema corporativo deja de ser percibido como un desafío decisivo, mientras cuenta parcialmente de ello, sugiriendo, por ejemplo, que las ciud~~~s de ~mpor­
que la antigua y aparente unanimidad de los maestros pronto es reemplazada por tancia secundaria más bien habrían sido más favorables a su abohc10n, mientras
un discurso fragmentado, a menudo contradictorio. que las grandes ciudades defendían el mantenimiento, ~a~~a en algunos casos un
retomo a la situación anterior a 1776.35 Pero esta opos1c10n no se encuentra so-
Con frecuencia el primer punto fue recalcado. Hasta las leyes de la primave-
ra de 1791 inclusive, el tema corporativo ya no es popular. Ya no aparece en el lamente en los cuadernos de la Tercería, cuya redacción, como se sabe, es el
primer plano en los años prerrevolucionarios, y su lugar es modesto en los libros producto de arbitrajes complejos: se encuentra hasta en los c~~~emos ~e. las. co-
de quejas. Sobre todo que éstos, incluso cuando emanan directamente de las co- munidades en el nivel de las asambleas primarias. Si la posic10n abohc10msta,
munidades, no se muestran muy inclinados a hacer del problema una explota- como era previsible, permanece minoritaria entre ellos, no está ausente y, e.n
ción política más amplia. Se consagran más a denunciar los abusos de la fiscali- cambio, son numerosos los que piden una liberalización del edicto ~e restableci-
dad real que a defender una concepción irreductible de la organización social.33 miento (disminución de los derechos de entrada, libertad de comerc10). En Caen,
En las primeras semanas de la Revolución, los cuerpos y comunidades no ocu- por ejemplo, "una leve mayoría de los oficios fue favorable a ~~s,refuerzos de la
pan ya un lugar central en el debate político. O si aparecen no es para nada en libertad económica".36 Faltan los análisis de detalle, que permitman ~om~render
los términos que se habían impuesto en la década de 1770 -la de la polémica li- las razones de estas elecciones. Pero no cabe duda de que, en ~¡ mteno~ del
beral- sino en favor de la denuncia multiforme de los privilegios que culmina mundo de las cofradías, harían aparecer fenómenos de competencia o confüctos

31. Mémoires secrets, 1776, t. 9, págs. 41, 45, 46, 47, 50, 56, 69-70. !,
34. Véanse J. P. Hirsch, La Nuit du 4 Aout, París, 1978, pá~s. 184, 2~8 222; Y A'.Mat.hiez,
32. F. Olivier-Martin, L'organisation corporative, op. cit.. pág. 541. "Les corporations ont-elles été suprimées en príncipe dans la Nmt du 4 Aout? Annales hzstonques
33. Véanse por ejemplo las observaciones de L. Hunt, Revolution and Urban Politics in Provin- de la Révo/utionfranr;aise, 1931, 232-237. , . . ,
cia! France, Troyes and Reims, 1786-1790, Stanford, Stanford University Press, 1978, págs. 48-54 35. Por ejemplo E. Martin Saint-Léon, Histoire des corporations de met1ers, op. czt., pags. 605-
(y, a propósito de Reims, el estudio más antiguo de A. Burguiere, "Société et culture a Reims a Ja fin 665. d f
du XVII!e siecle: la diffusion des 'Lumieres' a travers les cahiers de doléances", Annales E.S.C. 2, 36. J. -Cl. Perro!, Genese d'une vil/e moderne, op. cit., t. 1, pág. 342: Tres cua ernos son. a~o~a-
1967: 303-339. Véase también Perrot, Genese d'une vil/e moderne, op. cit., t. 1, págs. 341-342. bles a la destrucción de las corporaciones, doce a un retorno a la situación anterior a 1776, d1ec1se1s
a Ja nueva reglamentación con una disminución de los derechos de entrada.
'l·I JACQUES REVEL CUERPOS Y COMUNIDADES 21'.i

c~t~e las ramas. Para ciertos oficios, la abolición de la regla corporativa es per- el exilio del Parlamento y luego, al retomo de la Corte, alegrándose públicamen-
c1b1da como la condición de su supervivencia frente a una comunidad más pode- te por su restablecimiento? ¿O saludando, en septiembre de 1788, la llegada de
rosa y que los aplasta; por ejemplo, es lo que ocurre con los galocheros de Or- Necker como la última posibilidad de "la nación sumida en el más profundo de-
leans, que se sienten oprimidos por el monopolio de los zapateros: para ellos, samparo"? Por último, su convicción de tener que defender determinados valo-
"esos peligrosos establecimientos no son menos contrarios a los intereses de la res, al igual que un papel político esencial que debe representar, se expresa en su
sociedad que a los derechos de la naturaleza. Favorecen el monopolio, impiden reivindicación de lograr diputados elegidos para representarlos en cuanto tales
la competencia y son fuentes de rivalidades odiosas". Para otros, el alivio de las en los futuros Estados Generales. La memoria de Deseze, y luego la de Guillo-
coerciones parece ser una cuestión previa necesaria para el pleno desarrollo de tin (diciembre de 1788) -presentada la segunda en forma de petición suscripta
sus actividades económicas. 37 En suma, todo ocurre como si el problema no fue- ante notario, ¡y sin embargo transmitida al rey por los magistrados!- marcan así
ra ya planteado en el nivel de principios generales abstractos, así como lo había el punto culminante de la coalición anudada entre los Seis-Cuerpos y el Parla-
sido durante el debate de la década de 1770, sino como si de algún modo se hu- mento en nombre de la defensa de las instituciones fundamentales. Por supues-
biera desideologizado. Sin duda, en el texto de los cuadernos encontramos el ar- to, en la primavera de 1789 todo cambia. No porque los Seis-Cuerpos renuncien
gumento en adelante canónico de los partidarios y los adversarios de la "liber- en algo a intervenir en mayo ante los Estados Generales, luego en agosto ante la
tad": pero a menudo se ha convertido en la vestimenta de reivindicaciones e Asamblea; pero si allí encuentran alguna atención, hasta la promesa de alguna
intereses más circunscriptos, más locales. Una vez más, la verificación invita a complicidad, ya no encuentran el eco y la acogida que, durante una década, les
no aceptar como evidente la descripción unanimista de las comunidades, y su- habían garantizado una sorprendente presencia política. Sin embargo, hay que
giere estudiar más en detalle las líneas de fracturas que las separan, así como las recalcar que el caso es desde todo punto de vista excepcional, y que esos gran-
modalidades de sus conflictos internos. des jurados parisinos, que tienen acceso a todos los lugares de la discusión y la
En consecuencia, ¿debe inferirse que los oficios, ampliamente replegados so- decisión políticas, no pueden ser considerados como representativos del mundo
bre sí mismos, fueron totalmente marginados de los procesos políticos que tra- de los oficios en su conjunto. A decir verdad, cuando proclaman "la necesidad
bajan los últimos años del Antiguo Régimen? Ciertamente que no. Pero podría absoluta de las corporaciones en una gran ciudad", ¿acaso defienden otra cosa
ser igualmente prudente y eficaz distinguir modos de intervención y expresión que sus propias ventajas? Y la politización de los Seis-Cuerpos, ¿puede ser se-
políticas allí donde, con demasiada frecuencia, se generaliza a partir de algunos parada de un decidido intento por acaparar la representación y el gobierno de las
ejemplos más conocidos. corporaciones parisinas?
Aquí tenemos el caso de los Seis-Cuerpos parisinos, a los que una fortuna En su inmensa mayoría, las comunidades quedaron al margen de esta gran
documental permite seguir al detalle su comportamiento durante los últimos política parisina y versallesca. Sin embargo, no se inferirá de esto que fueron in-
años del régimen corporativo. 38 Indica el camino de una politización creciente, sensibles al debate, sólo porque a menudo apenas repercuten ecos debilitados,
determinada, explícita. A partir del edicto de agosto de 1776, esta elite -refor- temas, en ocasiones simplemente palabras. Pero sobre todo pudieron participar
mada- de las comunidades de la capital hace públicas sus opciones y las solida- en esto según modalidades diferentes, y su entrada en política fue objeto dl'
ridades que reivindica. Los Seis-Cuerpos alaban al rey, por cierto, pero hablan aprendizajes desviados. Más allá de las representaciones que los oficios produ
todavía más de su gratitud para con el ministerio, el teniente general de policía y cen de sí mismos, M. Sonenscher y S. l. Kaplan recientemente invitaron a lo~
sobre todo el Parlamento, que acaba de defender con tanta obstinación la causa historiadores a interesarse en lo que ocurre en el interior de las propias corporn
de las cofradías. Pero no se quedan en eso. En los años que siguen, no dejan de ciones, en sus funcionamientos más regulares, allí donde se está en condicio11!'~.
expresarse en un lenguaje que se siente totalmente impregnado del léxico y Jos de encontrarlos.39 En el nivel de la maestría, la ideología corporativa es te(>ri¡·a
motivos de la retórica parlamentaria, al mismo tiempo que se transforman pro- mente igualitaria, solidaria, fraterna. Pero las relaciones reales, de hecho, so11
gresivamente en un actor político autónomo. De hecho, su solidaridad con los muy distintas, y una estricta jerarquía opone a los "jóvenes" y a los "moderno:;"
magistrados va muy lejos: ¿no los vemos, en 1787, amonestando a Brienne por con los antiguos, que -a menudo con la ayuda de las autoridades urbanas 40 ata

37. Ejemplos en Martin Saint-Léon, op. cit., pág. 614. Para un caso ,,in¡',11(111 p<"111 '""'''"'"""'°'· 1'1. M S111w11·.1 l1l'1, "Tlw Sans-Culottcs ofthe Year U: Rethinking the Language ofLabor i11 l~o·
que anticipa esta individualización de las conductas, véase el J111mi11/ ¡{,· 111111·1,., ,r,. ~'"""''"· ,,1, ,.¡1 , 1'<il111iu11:11v 1·11111• .... s,,, ,,,¡ //i.1wn• .1. octubre de 1984, págs. 320-328; S. L. Kaplan, "Thc C'h111:u
pág. 244 y el comentario que sugiere D. Roche, págs ..~4'J l'iO. In :11111 l111pl11 "''""" "' ',1111" A11u111¡', 1hc Masll'rs lnside lhc (Jilds of" Eighlccnth-Century Paris". ""
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pa1a11 la.'> l1111t·10111'.-; dt' /'.<>liit•1110. dt• )'.l'.~111>11 y dt· p1>l1t·r;1 c11 l;1 ¡·u1111111ulad. ¡\lo
das luces, la escisicin 110 se rcd11n· a 1111a c11t·s1i<i11 dt' anfigiit·dad: opo11t' a 1111a 1A HH JCRJ\rÍA COMO
oligarquía cerrada de jurados, que se considera a sí misma corno 1111a .1·1111ior PROBLL:MA HISTORIOGRÁFICO
pars, con la plebe indiferenciada de los maestros comunes, y el ediclo de 1TI<>
refuerza todavía esa "tensión entre una representación igualitaria y un funciona-
miento jerárquico", que parece no haber dejado de endurecerse a todo lo largo
de los siglos XVII y XVIII y que culmina en las últimas décadas del Antiguo Régi-
men. Ya se trate de la gestión de los asuntos comunes o de los procedimientos
electorales, las asambleas generales de los cuerpos, parsimoniosamente reunidas
porque siempre son temidas, se convierten entonces en el lugar privilegiado de
tales conflictos. Marginados del poder, los maestros se ven llevados, como Jo
muestra Kaplan, a cuestionar al mismo tiempo la representatividad (accountabi-
lity) de los jurados y a plantear, a propósito de los estatutos corporativos, proble-
mas de tipo "constitucional". ¿Son los antiguos, como ellos mismos pretenden,
una elite "naturalmente" constituida, o, como los modernos lo afirman cada vez
más abiertamente, no son otra cosa que los mandatarios de la comunidad? En es-
tas dos interpretaciones contradictorias encontramos motivos y un lenguaje po-
líticos que a menudo evocan en sus argumentos y en su forma las polémicas
contemporáneas alrededor del papel de las cortes soberanas.41 Sin duda, los
maestros que denuncian la tiranía de los jurados no son todos "republicanos se- l. ¿La biografía plantea hoy un problema historiográfico? La pr~gunta pue-
diciosos", como lo pretenden sus adversarios; tampoco constituyen más que una de parecer falaz, pues en la diversidad de sus usos y de ~as pr?ducc10nes a qu.e
minoría activa en el mundo de los oficios, y probablemente una minoría parisi- da lugar, la biografía histórica parece inscri~ir~~ en la ,evidencia. T~do lo at,estl:
na, en cuanto a lo esencial. El hecho es que esos conflictos pudieron dar lugar a gua: su éxito, que es antiguo, jamás se de.sm1~t10: Segun el repertono del ~Ircu_
un verdadero aprendizaje político. A un tiempo, sensibilizaron a un público pro- lo de la Librería, se publicaron en Francia se1sc1entas onc~ en 1996 y mil cua
fesional en temas reivindicativos, lo llevaron a inventar estrategias de impugna- renta y tres en 1999 (aclaremos que estas cifras no tienen en cuenta l~s
ción (que pasan por la obstrucción, pero también por verdaderas técnicas de mo- memorias ni las autobiografías), y los datos de países grand~s productor~s de 1:-
vilización de la opinión pública). Su eficacia quizá no sea determinante en los bros sin duda confirmarían los números franceses. La vitahdad de la b10grafia
años prerrevolucionarios. En cambio, no puede ser considerada desdeñable en la como género, con seguridad, se explica, entre otros f~ctores, po~ el hecho de que
gestación del fenómeno sans-culotte. Por último, esos conflictos limitados, loca- juega sobre una variedad de públicos, sobre un abamco m~y ab.1erto de comp:a-
les, en ocasiones minúsculos, pudieron ser la escena de una transformación de- dores, que en uno y otro caso van mucho más allá de los h1stonado:~s profes10-
cisiva: aquella que va a hacer del trabajo un valor y un desafío políticos.42 nales. Mezcla fronteras acostumbradas, las yuxtapone sin grandes d1f1cultad~s, Y
lo hace con mayor facilidad en tanto que es capaz de adopta~ formas muy d1~e~­
sas. Otra razón de su éxito editorial parece ser lo que po~na ll~marse su deb1l
acumulatividad. Cada ocasión -las más de las veces un amversano y las conme-
moraciones que suscita- provoca un ramo de biografí~s.~ás o menos concurren~
tes y que, salvo excepciones, ninguna se impone def1mtivamen.te ~la~ ,otras, m
en el mercado historiográfico ni en el mercado editorial: la mult1phc~c1?n de las
obras consagradas a Carlos V para el quinto centenario de su nac1m1ento, en
2000 entre muchos otros posibles, es un buen ejemplo de esto. .
E~ cuanto tal, esta buena salud no es problemática, y esto porque ~o~ histo-
41. Kaplan, "The Character and Implications of Strife'', art. cit., págs. 27, 32, 34-35 de la ver- riadores profesionales, sin beneficiarse de ninguna exclusividad, participan e·n.
sión dactilografiada.
esta producción. Hasta son cada vez más solicitados ?ªra hacerlo, ~e:o, a de~~1
42. Sonenscher, ''The Sans-Culottes of the Year II", art. cit., muestra claramente la movilización
del tema del taller como referencia social en el imaginario de la Revolución parisina. verdad, siempre lo fueron, incluso aquellos cuyas op~10nes metodolog1cas y, tet~­
ricas los habrían puesto a resguardo de tales tentac10nes: Femand Braudel, d
l1on1hre de la larga duraci1í11 y los vastos cspacios. ;,110 s1· ;11111·s¡',(1 a dar 11u
1 . . t1. l11s
. ·toria lJllL' s11~,''.
Charles Quint1 y un Plú!ippe !/, ambos personajes a la medida dc sus propia,, .. ·, llfficos que onenlab,111 , . social
·1·· cl;isica,
bién yaq11dla
Je manera mas
ambiciones? Pero vemos bien que el problema, si existe, no hay que buscarlo los moúc os c1e1 . l' medida estad1sllca. arn . ' d la es-
rcconocía validez a la sene y ª, ué uede hacer qmen empren e .
elemental, cabe pregunta~se, ~ue ~ac~a:~nte~ eso me gustaría dedicarme en las
por este lado. En mi opinión, más bien parece estar ligado a una coyuntura cicri
tífica, y más ampliamente intelectual, que se caracteriza por el cuestionamicnto critura de una biografía h1stonca. us
de varios de los grandes paradigmas englobantes que dominaron las ciencias so-
ciales por mucho tiempo: el marxismo no es más que uno de ellos; el estructura- reflexione' que 'iguen. . . la h;'1mio-

2. A decir verdad, el proble1:1~ no e idental.. Es apenas necesario evocar el


lismo fue otro; el positivismo -que durante ciento cincuenta años constituyó el s nuevo Es tan vieJO como
basamento de la cultura científica francesa-, un tercero. Estas arquitecturas fon- , lo menos en su vers10n occ , la historia en el orden de
donalist"' integrndom no fuenm '<emplazad,,, poc el momento. La< sustituyó grnfm, i;"' ue Ari'1ótcl"' oomparn la Pº"''" y se diferencian Pº'
un período de anarquía epistemológica del que todavía no hemos salido total- lexto da'"º en _el q 9 145 J)"'El historiado< y el poeta no b de Herndoto
los saberes (Poetzque, , , . . 1 otro no (en efecto, las o ras .
habfa< uno en ¡, fo<ma mdnca _Y .º y mia b mi,ma h;stori a co~ .metro o s;n
mente, pero también -y acaso sea más importante- una atención más sostenida
por lo que hacen los historiadores cuando se ocupan de su oficio. Aquí es donde
odrían ser puestas en forma me.tnca, ue uno dice lo que ocurno, el ,otro .o
encuentro el problema de la biografía histórica y la biografía como problema. A p smo ,
. que s u diferencia consiste ,en q n genero , f1"losófico y mas seno
él) mas .
algunos pudo parecerle como una solución de repliegue, minimalista, una vez
u;
~ue d>e~ m:~~;~~.;~ ~orma ~rn1e
1e.~~~e
que pasó, por lo menos provisionalmente, el momento de las grandes ambicio-
odria ocurriL Poc ern, la P'."'".ª"
u ue de ende de lo general, fa h.sto-
fa histo<i"' la Pº"'" de lo general_ la

~:·~:mt':C:i:~u~:,;~:sc~~a /ec;,o 1:ae:::~ ~:~~:~:y~o~~~=~m~entta'.


nes cientificistas que había caracterizado la historia social clásica. Para otros, 0
más interesantes, es recibida como una proposición experimental, cuando no al-
símil o lo necesario, es el O~Jetlvo ~:eci¿ Alcibíades". En consec~encia, ~a~:~-
ternativa. De acuerdo por lo menos en este punto, Ia Alltagsgeschichte alemana
que lo particular es lo que hizo~ p
y la microstoria italiana nos propusieron reconsiderar la cuestión de la experien-
1 campo de lo particular, vive en e reº.
cia individual y la manera en que ella se articula en las grandes tendencias co-
toria se ve claramente arrinco?a .ª en esólo uede ofrecer un modo de c.onoc1-
lectivas. De manera muy diferente, la ola posmodema reivindicó la considera-
men del deíctico, y por cons~gm~nt:lato Je
ficción, la tragedia pe~m;.ten ~:
miento imperfecto. La poesia, d: t~abas: así, les resulta ?asible mo ~a~z~: la
ción de la construcción del yo en la inteligencia de los fenómenos históricos.

gener~liz~cai~:~~~~~~ec~~e::: importanfciadae:;::~::n~:st~~:utaria
Con cinco colaboradoras, la historiadora norteamericana Jo B. Margadant acaba
de dar una buena ilustración de esto, a propósito de una serie de destinos feme- surge la de
2 expenenc1 . · rmanece un . y s
ninos en la Francia del siglo xrx. Alain Corbin exploró otra senda diferente, al
oom¿,~~~~a~cias de~menuwm•:~:o
. . , n) allí donde la h1stona pe . t de la experiencia. emo

~ª:e gen~•~:~::,riencia
intentar la reconstrucción aventurera de la vida de un desconocido, casi en su to- y sometida al os más di,eutible todavfa
talidad ausente de la memoria archivística: 3 en esta tentativa paradójica puede
reputad~
eon <elación a la l<isloria, el individual: 'i '°guunos
leerse algo así como un desafío -y también como una fidelidad- a la historia so-
Pº' ·,,,más ttibutario de Jo, avata<" 1: biogcafía haya sido ;orno u:
cial que Corbin ilustró con tanta brillantez a lo largo de toda su obra. No es útil
multiplicar los ejemplos que hablan de una renovación por el interés de la bio-
a A. Momigliano, · así
género popular, impuro,
se exphlc a ~~econ
en re ac10n la historia, que, según Tuc1d1des, er
. . .
grafía histórica en la actualidad. Puede verse aquí un rasgo de permanencia: los
un género anstocra
. 't.ico. 4 . z una modehzac1on
. . , de la expenencia,
Salvo que la biografía permita,~ su ~e d'.viduales, pueden obtenerse algunas
viejos géneros jamás mueren. Se observa algo así como un cuestionamiento a
si det<ás del desonfen de los destm~sa,:s\a lección de las Vidas de homb~e'.

1. F. Braudel, Cario Quinto, en 1 Protagonisti della Storia universa/e, Milán, 1965, Filippo JI,
le~eiones geoernl"'. A '~:;~~"::~;;~ego justifica de este modo t::.:::;:~~;
ilustres de Plutarco. El h 'l bres ni cada uno a fondo, y s .b.
ibid, 1969. Ambos textos fueron retomados en francés en el compendio Autour de la Méditérranée, '
"Si no relatamos to dos ¡os hechos ce e"f ie Porque por un ado, lo que escn . 1-
París, Ed. de Falloís, 1996, págs. 171-212 y págs. 213-257.
~
1
la mayona,, que él [el lector] .no nos en 1iqt
otro. una v1'.rtud o un vicio de nmguna
2. J. B. Margadant (comp.), The New Biography. Petforming Feminity in Nineteemh-Cemury
France, Berkeley-Los Ángeles-Londres, California Press, 2000. Véase en particular los consideran- mos no son historias sino vidas.; por e ás fa'mosas, sino a menudo un pequen
manera se demuestra en las acc10nes m 0
dos del proyecto
Perspectíve", pág. expuesto
132. por Margadant en su introducción, "Constructing Selves in Historícal

A. Corbin,
1876,3.París, Le monde
Flammarion, retrouvé de Louis-Franr;ois Pinagot. Sur les traces d'un inconnu, 1798-
1998.
. ¡·1ano, The Development of Greek Biography, Cam bn"dge, Cambridge Uníversity
4. A. Mom1g
Press, 1971.
hcch11, 1111:1 palahra, 1111a hrn111a, 111a11ilw.'>f;111 111as !'f " . . .
lcrns, las batallas müs grand.. 1 .... ¡· . . . l .11.11 fl r 'fll<' t·11111h¡¡fl·s 11111111 dt· v1<(;1 1'<·10 llll pt11c·llo111 h10¡',1.1l1;1 h1.•;1!111l'a ~,¡· co11vi1lll1 c11 llll l'Jl'll"ll'io lihn'.
L s y os .1su 10.'>. hi l"l>JISL'l'll , • ·. . . • .
tores se aferran a las " , ., .. , . · llll 1.1, .1.'>1 1 01111 > los J>lll J'¡·1111a11lTltl .~0111t·f1da a 1111 dohk n111j1111lo dl' concirntl'S. Las priml'ras co11cicr-
diante lo cual se tras! semcJ¡anz,~s a part11: del rostro y de las for111as vi.sihll's 1111• 1w11 a las l11t·11ll's: c111110 !oda liislo1i1, la hiograf'ía dehe poder apoyarse en fucn-
uce e caracter, de igual mod ) d 'f , ..
más adelante en los . d l .1 . l ' e 1cn pcrm1t1rnos pcrll'lr:11 fl's, y a11le lodo e11 tc.sli111011ios jerarquizados según la eminencia del testigo y su
signos e a ma y por su mt d" d"b . .
da uno ( . .. ]"(V:"le d'Alexan d re 1 1-3)' Al · erme !O, 1 UJar fa vida
"b" . de c·1- • proximidad al hecho que refiere. Las segundas conciernen a la forma, porque la
Aristóteles y la pintura Pluta ' ' .. ·d. mscn irse en una doble rclcrcncia a mejor comunicación de la ejemplaridad está rigurosamente asociada a la elec-
' reo re1vm 1ca para el b", t 1d
zar la realidad de la experiencia vivid . . wgra o e erecho a cstili ción de la forma mejor adaptada. Aquí no se trata tanto de una preocupación es-
lor y alcance generales Ocu a pa:a permitirle dar testimonios de un va- tética como de una exigencia cognitiva. Así se comprende que, como el historió-
go romana, la historia ~o tie:: ¡::¡:~av~~acc~:o Jª~ª la tra_ditón griega y luc- grafo, el biógrafo durante mucho tiempo haya sido pensado como un escritor de
de las cosas acaecidas como la .. , d d" e ar un m orme exhaustivo la historia; que Boileau y Racine hayan sido escogidos como historiógrafos de
. . m1s10n e is pensar e· l
imitados, modelos para la vida S , l t' J~mp os que puedan ser Luis XIV; y que Voltaire, un poco más tarde, haya sido percibido como uno de
rante largo tiempo, a ella le e . egu~ a ormul_a que Cicerón hizo famosa du- los grandes historiadores de su tiempo.
esta concepción que con algourrnoesspon ed~e: mag1~tra vitae, maestra de vida. 5 En
. ' acon 1c10nam1entos s ·
siglo xvm, la biografía puede dejar de ser u , . e va a imponer hasta el 3. El régimen de certeza historiográfica que está asociado a la historia magis-
tir la producción de e· l . . n genero impuro porque va a permi- tra vitae se deshizo entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX,
des y los valores Re~eemf1'nP1_doas ddestmtadosda ilul str~r la intemporalidad de las virtu- para ceder frente a un nuevo régimen de historicidad cuyas modalidades analizó
. e es e mo o a bwgr f' t b", .
un pretexto para deslindar una lec . , , 1 a Ia am ien se convierte en en detalle R. Koselleck. Sin embargo, no resultó de esto que los historiadores (u
posible en el marco de un régimene~~~ ~~e ~~; para todos los tiempos. Ella es otros) hayan dejado de producir biografías, todo lo contrario. Pero lo hicieron en
la existencia de una continuidad d is onc1 .ª~_que plantea al mismo tiempo el interior de otro marco de referencias que, por ejemplo, les prohibía plantear
sente y el pasado, y la superioriJad ~:~: ~onti?,md~d ~e~porales entre el pre- que una vida es inmediatamente ejemplar para todos los tiempos a través de los
gestarum) sobre los hechos h1'st, . (1 elac10n h1stonca (la historia rerum hechos y las enseñanzas que propone. En efecto, el nuevo régimen de historici-
oncos os res gestae) · 1
re el poder cognitivo de la construcción retóric mismos, a os que confie- dad descansa en aserciones exactamente contrarias a las que regían el régimen
todo después de él, es larga la trad· . , d ª·.Ante~ de ~lutarco, pero sobre anterior. Afirma el carácter irreductible del corte entre pasado y presente, allí
a Suetonio. Cristianizada se en 1c1ton e elsas b10grafias ejemplares, de Polibo donde se suponía que existía una contigüidad. En segundo lugar, afirma la pri-
, cuen ra con a enorme d ·, h · , .
~uefo moralizada ~, si se _quiere, politizada con las vida~r~e ~i~~~~esª~~gra~c¡", macía de los hechos históricos.y de su memoria (el archivo) sobre la relación que
me uso pu_do ,servir para ilustrar los méritos y las virtudes de los . eo 1:1º dan de ello los historiadores. Por último, se impone la idea de que la historia es
no eran n1 heroes ni santos: esto ocurre con las . . personajes que un proceso autónomo, global, cuya lógica es interna. Sólo puede ser comprendi-
sculpteurs et artistes (1550) en las cuales Gi .Vies de~ mei~l~u~s peintres, da según sus propias leyes, como lo recuerda la famosa fórmula de Droysen: "La
tiempo la figura del artista en la tradición occid~~~~ 6V;san :~~1f1co por largo historia es conocimiento de sí misma". Si es comprendida como una producción
da localizar la fabricación de model . . . pro a emente se pue- colectiva, la historia deja de percibirse a través de la acción de algunos, por
sociales o profesionales. os ejemplares semejantes para otros grupos ejemplares que fueren. Y cuando lo son, el status de la ejemplaridad se transfor-
A pesar de los malos presagios que se le ado . ma. Deja de ser el medio de hacer comprender virtudes intemporales. A lo sumo
fía se convirtió en un género h1"st, . d saron desde el ongen, la biogra- puede servir de emblema a un movimiento histórico (Napoleón para Hegel, Jua-
. onco en to a su extens·, , b' .
miento a una familia de sub , wn, o mas 1en d10 naci- na de Arco para Michelet) que se comprende fuera del personaje ejemplar. Pero
producción historiográfica. /~~~r:~e~u~a cfom~~nen u~a parte. importante de la las cosas no quedaron ahí. Sin duda, nadie fue más lejos en el cuestionamiento
investida, en el momento en que la h. t . unc10n de eJemplandad con que está del papel y la índole del personaje ejemplar que Tolstoi en Guerra y paz, en par-
is ona en general se pensaba como maestra ticular a través de los retratos enfrentados de Napoleón y de Kutuzov. 7

5. Sobre la historia magistra vitae remito al notabl , ..


Futur passé. Contribution a la sémantiq,ue d t h. e ~nahs1s que dio de ella R. Koselleck, Le
, es emps 1stonques Par' Ed' · d ,,
tes eludes en sciences sociales 1998 . , ' is, ltlons e l Ecole des hau- 7. Véanse también los comentarios que, en Tolstoi, acompañan la evocación de los grandes hom-
, . ' 'en particular pags. 37-62.
6. Vease E. Kns, O. Kurz, Legend M th and M . . bres históricos. Así, en ocasión de la batalla de Borodino (1812): "El conocimiento de las leyes de Ja
ven-Londres, Yale University Press, 1979~ agzc m the Image ofthe Artist [1934], New Ha- historia exige que modifiquemos radicalmente el objeto de nuestro examen, dejando en paz a reyes,
ministros, generales, y estudiando los elementos homogéneos, infinitesimales, que rigen a las masas".
l' . 1 /\ llll JI ti~ i \ I 1 r' • • •n•·. , ..
\'SIL~ Sl'fllido ptll'd(' dLTir'.
l"Cl'IS<lfllt'll!c l'll • l
vuelto prohlemálico 1···'·¡J•••·t(> tl l slal11.~ d<' fa l11og1at1a st· hn
¡· SL qui e
' v•> ~~ e llllCVO fl fl'<'O d • · f' · 1. Ya 1uvi111os oc;is1011 de recordarlo: los cuestio11amie11tos de que fue objeto
1
la historia E t d 0 . . L. conl •crom·s qw· se asi¡.~nahu
· n ° ., , ·e-
caso, perd10 el caracter d · . · ¡. .- .
durante varios siglos R
. . .
e cvr( cnc1.1 que. habia sido el s11y11 desde diferentes puntos de vista no incidieron en el éxito del género biográfico
. econozcamos que no tod ¡ . h · . · en historia, donde sigue siendo un valor seguro. Pero lo que es cierto de la pro-
bida nota de esto en "o . d' . os os tstonadores to111arn11 de.
l' rma mme iata BaJo el manto d l· d .. , . ducción para el gran público también lo es, en cierto modo, en el registro más li-
historia positiva de la segunda m·t d .d l . l e a eru 1c1on ilustrada, la
fico un marco cómod . l a e s1g o XIX encontró en el género biogr:í- mitado de la historia erudita. En este último caso, sin embargo, me parece que el
para ordenarlos según ºu~:r~;;;:~ra;a~~~~~: destacados ~~r el trabajo crítico y
género, desde hace unos veinte años, tuvo inflexiones notables. Lo que en ade-
lante se encuentra en el corazón del proyecto biográfico es la consideración de
s~cución con frecuencia equivalía agla explica~7~~ c~~~~~;~c~, en la que la con- una experiencia singular, más que la de una ejemplaridad destinada a encarnar
dias- numerosos eiemplos de e t , · namos -en nuestros
J s e recurso comodo ta t ¡ ,. . , una verdad o un valor general, o incluso a convergir con un destino común. Lo
fuera de ella. Sin embargo se h ,. 1d '. no en a proles10n como
, an iormu a o una sene de c f que uno trata de apreciar es precisamente la singularidad de una trayectoria. Sin
zaron con las que provenían de 1 . . . ues 10nes, que se cru-
. as ciencias sociales. lugar a dudas, el ejemplo francés lo muestra mejor que ningún otro, en la medi-
El cuest10namiento que , t ¡; ¡ da en que esta evolución viene a romper con un modelo cultural y político sóli-
ción aristotélica aunque int::vas ormu aron parece _evocar la vieja desvaloriza-
Con Fran oís .' . , enga en un cuadro epistemológico muy diferente damente inscripto en las autorrepresentaciones de la sociedad. Las biografías (o
h . e; Sumand, el mas notable de los discípulos directos de Emil D k. autobiografías) obreras o campesinas del siglo xrx, militantes del xx, apuntaban
eim, a menudo rechazan que pueda existir un c . . . e ur - a mostrar cómo, desde cualquier punto del espacio social, era posible llegar al
la experiencia individual De hecho l . d' 'd onoc1m1e?to de lo particular, de
· •e m 1v1 uo en sus d1ferent · centro. Lo que hoy se le pide es exactamente inverso (y contrario, por otra par-
punto común entre los "ídolos". d b'd es especies es el te, a los viejos valores de la integración republicana): las vidas de mujeres, de
toriado , ., m e I amente adorados por la tribu de los his-
co se a~~i~as;!~t7c:\:::~~eg~Í ;~~=r~r~:~~r~~~~-~:~7s~~~es r~lat~del_ históri-
inmigrantes, de judíos o de provincianos, artesanos u obreros ante todo están
destinadas a mostrar lo que no entra en el marco general. Es bien sabido que el
la conc1b1eron los Annales, salió en gran rt d , . a so~ia ' ta y como fenómeno no es propiamente francés, aunque, en Francia, ciertamente sea más
prensible que haya vuelto la es ald pa ,e e esta cn,t1_ca radical, y es com-
sorprendente que en otras partes: el movimiento de los History workshops en
quedó atrás. Se afinó y se espec?f. ,ªvª _ese genero: La cntrca sociológica no se
1 1co. irnos por eiemplo p· B . Gran Bretaña, el del Alltagsgeschichte en Alemania, cantidad de movimientos
nunciar la "ilusión biográf ,, ' J • a 1erre ourd1eu de-
el sentido de ue ic~ c~n.tra 1.ª mo~~ de las historias de vida, ilusión en feministas o comunalistas ilustran el mismo desplazamiento en otros países, en
y forzaría fal!m:~t~~~~~~~;~~;~c~eI~uecma_ esq~emd as analíticos subrepticios
Europa y Estados Unidos. Este deslizamiento trajo aparejada una renovación
sensible del repertorio de fuentes: pensamos, por supuesto, en el lugar adoptado
L ,· xpenencia e 1os actores 9

~n~=:~~~:~.%:20~¿%~~~~~0~:::~,~:~~~~~;;;;'::~:; :~:e~:~;:
por la investigación oral en los trabajos de historia contemporánea; en el interés
sistemático hoy en día por toda forma de expresión autobiográfica. 10 Pero igual-
mente se debe pensar en el interés creciente por los archivos policiales y judi-
ficción novelesca. Después de t d fi D . a, Y_ mas exactamente de la
los que más fuertem , o o, ueron osto1evsk1, Proust, Musil o Joyce ciales, que, entre muchos otros, ilustran los trabajos de Natalíe Zemon Davis en
coherencia del ent~ y m~s concretamente cuestionaron la confianza en la Estados Unidos o los de Arlette Farge en Francia, como si -y es la tesis reivin-
torias biográfiZa~.yDa~ ~:~::o ~~sm!~datip~tesi~ de Ia_continuidad de las trayec-
dicada por ambas historiadoras- allí se encontrara una experiencia bruta y un
vía: se los puede encontrar dn
siglo a:t~ss e::~ ;~encia son más antiguos toda-
Jacques el fatalista de Diderot, gran admirador de ~~:~:.Shandy de Sterne o en
material biográfico privilegiado. Por supuesto, habría mucho que decir sobre el
sentimiento, que creo falaz, de proximidad que pueden sugerir fuentes de este ti-
po. Pero el punto no es éste, en lo inmediato: lo que importa es la atracción que
esta categoría de fuentes ejerce sobre los historiadores y su público, empezando
por el público particular de sus estudiantes.
8· F. Simiand, "Méthode historique et scien
¿Cuestiona este entusiasmo las grandes opciones de la historia social desde
· ¡ ,,
págs. 1-22, 129-157. ce socia e 'Revue de synthese historique, 6, 1903, hace dos generaciones? La respuesta es más ambigua que lo que parece, aunque
9 · P. Bourdieu, "L'illusion bioara hi ue" A
1986, págs. 69-72. Sobe 1 . "dp q ', .ctes de la recherche en sciences sociales, 62-63
, ,, r e conjunto e tales criticas, véase s L · "L . . '
bleme , en J. Revel (comp.), Jeux d'échelles La . ·., ~n~a, , a b10graph1e comme pro-
mard, 1996, págs. 201-2 3 1. · nucro-analyse al expenence, París, Seuil!Galli- 10. Así, en géneros muy diferentes, los trabajos de Philippe Lejeune sobre la escritura autobio-
gráfica en Francia y la amplia investigación llevada a cabo por J. Amelang sobre los materiales au-
tobiográficos populares en la España moderna.
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1·:11 1111 ~;,·1111110 11111y d1'1·11·11ll'. l:t lcll11:1 dl'i !U1hi111s tksarrollada por I'. Bour-
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am JJgua en tanto la hístoría socí-t/ /· .·. " . • srn ra '"" ,. s1¡•.lo .\.\. f·:S llllh di,·11, crn1 lodo dL'rcd10 podrla ser ordenada en esta categoría, de la que pro-
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a rousse y sus numerosos disc' 1 . , ¡-.'' . , , . trs prou•t ¡·1111w111n.~
· · 1pu os en "Ianua-- 111 m .. 1 . , •1. .
CJon smgular como si la verd· d d 1 .
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e, ice i.izo 1a t·¡c·111pldr,·a
cl1· ·'ª lll 11H' 1111a versíún socio-genética y dinámica, en la medida en que el habitus

' ª e os datos. estadíst' · · (/U1hi1 .fi1r111i11g force) es una matriz social que engendra comportamientos,
y expresados en gráficos ene t , , icos organrzados c11 cuadro,, preferencias y estrategias individuales.
on rara un suplemento de r ¡ ·d f 1
un personaje sinaular document d l . ea I ac a cncaniar.w l'll La biografia reconstruida a partir de un texto (la mayoría de las veces, pero
1os efectos clásicos
b ' a o en os archivos Se f' ,
estad' f · con mnara de es((; modo no necesariamente, autobiográfico), explicitado a través de sus referencias
'
bre los comportamientos d is icamente mensurables d · · .
'f' ' e una cns1s frumentaria so contextuales. El ejercicio fue muy practicado desde hace unos veinte años,
emogra icos que muestran 1 . 1 d
que fue a morir un día de ISn 1 e eJemp o e tal campesi 110 en particular bajo el influjo de la actitud antropológica. Un ejemplo clásico
, a as puertas del hospital d M .
es mas compleja en la medid , e ontpe 1her. Tamhi,;11
, .
gra f ias históricas como tentaf
en que ª
podna comprend · .
erse ciertos tipos de hio
de esto es el Journal de ma vie de Jacques-Louis Ménétra, publicado y co-
· 11 . . ivas para adaptarse a los · · d . . mentado por Daniel Roche (1984) (pero podría pensarse en el Pierre Riviere
cial. D1stmguiremos principalmente tres: reqwsitos e la histona so de Michel Foucault (1973), en el Martin Guerre de Natalie Zemon Davis
(1981) y en la mayoría de las obras de esta historiadora desde entonces). El
• La biografía serial, cuyo ejemplo clásico es la , objetivo es restituir el espesor social de una biografía a partir de un texto o
tratar en bloque una informació b. 'f. . prosopografia. Consiste en un conjunto de textos del que se busca la explicitación a través de un trabajo
· · n wgra ica mcompleta ( ·
sum1mstra el material epigráfico 1 por ejemplo, la que de interpretación contextual. Esta vez, uno se da la posibilidad de aprehender
.
de un determmado grupo social) p para a reconstrucción de 1 . .
os currzcula vlfac una aventura singular. Aquí, el riesgo es más bien el de la sobreinterpreta-
.
t as y 1os medievalistas fueron lo · or 1o tanto no es por a · . .
. , zar s1 1os antiqu1s- ción (y también, en ocasiones, de la subinterpretación): ¿qué partido sacar de
d s pnmeros en practicarla E f
e empobrecer la información con .d d . se icaz al precio las formas de puesta en escena textual que son aquellas practicadas por Mé-
mulativa. También puede i . s1 era .ªpara volverla comparable y acu- nétra (ausencia de puntuación, por ejemplo), de su manera de comprender el
ncurnr en el nesgo de hac . .
estadístico sin relación con la e . . h' , . er ex1stlf un artefacto "pacto autobiográfico" (el registro de la mentira; el tratamiento de la crono-
La b. ,Fr xpenencia Istonca efectiva 12
, .wgraJw reconstruida en contexto ue '. logía)? Michel Foucault había presentido claramente esos riesgos cuando es-
graf1co por el (los) contexto(s) d + ' q . se propone explicar el texto bio- cogió -pero esa elección era también una confesión de renuncia- individua-
.d e re1erenc1a en el que está . .
sent1 o se experimentaron varias modalid d . . mscnpto. En este lizar tipográficamente el texto de la memoria de Pierre Riviere del conjunto
des, tal como la concebía y pract· b L ª. es. La h1stona de las mentalida- de comentarios de que era objeto. !3
ica a uc1en Febvre ¡ f,
mer caso representativo. Despu, d d ' es en e ondo un pri-
Febvre, preocupado por a rehen;s e t.o o, puede parecer paradójico que En su diversidad, los procedimientos que acabamos de evocar demasiado
dades colectivas" "hor· p t er con1untos culturales globales ("mentali-
. , 1zon e mental" etc) h . . brevemente son plausibles. Mejor aún, son útiles y susceptibles de enriquecer el
historiador de figuras de env d , . aya escogido convertlfse en el cuestionario de una historia social en relación con la cual fueron definidos. En
Margarita de Navarra Pero p~reg~ ura excepcio~al como Lutero, Rabelais o su conjunto, sin embargo, presentan un inconveniente mayor, que es familiar a
·
d e una trayectoria individual c1samente sus bwgrafía · ,
est d. d , , . s Jamas son el relato los historiadores: tienden a racionalizar lo existente y a hacernos aparecer la ex-
· u Ia a por s1 misma M' b.
mterrogarse acerca de lo que hi 'bl · as ien consisten en periencia biográfica bajo el signo de la necesidad. La transforman en destino,
contexto determinado que es zo p~s1 e y pensable tal trayectoria en un destino singular que se esfuerzan por articular en la senda de un destino colecti-
ld necesano reconstruir E d
a e la historia de las ciencias h . · n un proce er cercano vo. También eliminan de esa experiencia lo que interviene en el campo de la
diciones de posibilidad de la ' ~ues, ay que mterrogarse acerca de las con- elección, vale decir, de la gama de los posibles que fueron ofrecidos a los acto-
(Rabelais) de la posible ex1·strue p ~ra de. la Iglesia (Lutero), de la incredulidad res en tal momento de su trayectoria y entre los cuales, precisamente, debieron
1+ano (Margarita).
' nCJa conjunta del amo d
r sagra o Y el amor pro- escoger. Entendámonos: no se trata aquí de un problema metafísico -por ejem-
plo, reivindicar la libertad ontológica de los actores sociales- sino de algo que
más bien tiene que ver con una fenomenología de la experiencia común. Esos
I 1. Véase G. Levi, "Les usages de la bioara hi .,
12. Véase J. Revel, "L'institution et Je so~· j,,
e ,BAnnales ESC, 6 1989, págs. 1325-1336.
ce. Une autre !zistoire sociale, París, Albín Mi~~el ~n . L7cut (comp.), Les Fonnes de l'expérien-
13. J.-L Ménétra, Journa/ de ma vie. ed. por D. Roche, París, Montalba, 1982; reed. por Albin
, 995 . pags. 63-84 (en particular páa. 72 ·.., )
" y s1 0 s. . Michel, 1998; M. Foucault y otros, Moi. Pierre Riviere, París, Gallimard/Julliard, 1973.
;wlrnrs, conm nos oc111Tc a no.~011 os 111is111os, 1uvw1H11 la st·ns;wion tk dclwi y ¡·~ l11111ada 1·n y dl'li111da por la1.11s de rdaciún consliluidos en conf'iguraciorws
por lo ta1110 de poder- escoger cnlrc diversas soluciones. l .a ¡~; 11 11a de esos po.~i cs1wcil'il'as. lil anúlisis de rl'dt·s (11etwork analysis) mostró el resultado lflll'. se
bles no es arbitrari~: está socialmente construida en el sentido dL· que dl'flt'llllt• podia extraer de un abordaje semejante, que permite deslindar modos de ac-·
de u?~ representación del espacio social que a su vez es social, y que pone dt· ciún, a menudo disjuntos (o parcialmente disjuntos) entre los cuales los actores
~amfiesto los recursos y las coerciones que los individuos y Jos grupos eslirnan deben orientarse. !6 También ofrece la manera de apreciar más sistemáticamen-
d1~po~e: o padecer. Con seguridad, tratar de reconstruir esas elecciones no es lo te el volumen, la densidad y la estructuración del espacio social en el que se
mas fac1l para un historiador que viene retroactivamente a comprobar lo cxislcn- insertan.
t~ !'que, desde su punto de vista, se ve estructuralmente atraído por la rctrodic- Pero muchas otras estrategias más son imaginables. En el muy ambicioso y
c1~n: uno solo d~ esos po~ibles fue conservado. El problema es clásico, pero ad- complejo Saint-Louis que publicó recientemente, Jacques Le Goff se dedicó a
qme~e una acmdad _particular en el caso de la biografía histórica porque mostrar el entrelazamiento entre lo que podemos saber de una vida (la que nos
pr~c~sament~ en e~ mvel de la experiencia individual se plantea de la manera es conocida por la mayor cantidad de documentos para el período medieval); las
ma~ me.duct~ble. ~m caer en el ejercicio abusivo de la imaginación histórica, ¿es relaciones que nos llegaron de esta vida, y que en cuanto a lo esencial son de na-
posible lf mas alla de las declaraciones de principios? turaleza hagiográfica, porque debían servir para alimentar el proceso de canoni-
Me paree~ que sí, y me ~ustaría terminar indicando algunas pistas que tienen zación del rey menos de una generación después de su muerte; y por último ese
todas en comun el hecho de Jugar de manera heurística sobre las reglas tácitas de modelo de santidad inculcado muy temprano a Luis, rey programado para vol-
la es.critura biográfica. Estas reglas plantean que: 1) una vida es una trayectoria verse santo desde su más tierna edad por razones inseparablemente políticas y
contmua entre un comien~o (un nacimiento o una primera aparición) y un fin (la religiosas. I 7 En consecuencia, estamos frente a una madeja de una extremada
muerte); 2) esta trayectoria y la experiencia que sustenta son coherentes. Pero complejidad, que bajo una disposición excepcional nos permite reconsiderar la
ambas afirm~ciones son discutibles. Por lo tanto, es posible tratar de suspender parte de la necesidad (Luis era un rey santo) y la de la elección (Luis fue un rey
e~~s convenc1~nes -como lo hizo la novela desde hace mucho tiempo, como ya a quien se le requirió que fuera santo, y que se adaptó a ese programa en la Eu-
di]~, .con una h.bertad que no es atributo del historiador, eso es evidente- para ropa del siglo XVIII).
v~~1f1car expenme~talmente cuáles son sus beneficios heurísticos. En mi opi- Terminaré con un último ejemplo, sugiriendo la posibilidad de biografías
mon, algunas tentativas, en su mayoría recientes, van en ese sentido. comparadas. Enunciada en tales términos, la proposición puede parecer absurda,
De este modo, pueden cuestionarse los efectos de conocimiento relacionados porque no existe nada más irreductiblemente singular que una experiencia bio-
con el principio de cont~nui?ad ?~cidiendo, digamos, no seguir más que un seg- gráfica. Sin embargo, aquí tenemos un ejemplo razonado, tomado una vez más
?1e~to de una trayectona b10graf1ca. Es lo que hizo por ejemplo el historiador del libro ya citado de R. Zapperi. Annibale Carracci tenía un hermano y un pri-
1tah~no Roberto ~apperi al decidir interrumpir su biografía del pintor boloñés mo. Los tres salieron del mismo medio de pintores profesionales de Boloña, or-
Anmb_al~ Carracc1 antes d~ su partida para Roma y el momento de su mayor re- ganizados en corporación de oficio en la segunda mitad del siglo xvr. A partir de
conoc1m1ento, antes, precisamente, de que su vida se transforme en destino de este basamento común de formación profesional, de capital y relaciones socia-
" · ,, I4 E ·
gran pmtor . ¿ s necesano recordar que tales discontinuidades caracterizan les, cada uno de los tres elabora una estrategia diferente: uno se juega el éxito en
el régimen más común, sin el cual aprehendemos historias de vida en los archi- el seno de la corporación, en el sentido estricto; otro busca la ayuda de las gran-
vos'. En su libro L 'Eredita immateriale, también Giovanni Levi nos mostró el des casas aristocráticas y establecimientos religiosos boloñeses; el tercero, An-
partid? ~ue se podía sacar de la discontinuidad documental que marca nuestro nibale, elige librarse de esa inscripción local, y termina por triunfar_ Is En mi
conoc1m1ento de un destino individual contrastado, el del cura de Santena Gio- opinión, el interés del estudio es específicamente mostrar, concretamente, lo que
va? B~ttista Chiesa, de quien no conocemos más que una cantidad limit;da de puede ser la reconstitución de los posibles ofrecidos a unos actores: no de todos
ep1sod10s fuertemente contrastados. IS los posibles, que jamás conoceremos -ya sea porque los actores no hayan sido
Puede cuestionarse atinadamente el principio de coherencia inscribiendo
trayectorias biográficas en un conjunto relacional donde la posición del sujeto
16. A título de ejemplo, véase M. Gribaudi (comp.), Espaces, temporalités, stratifications. Exer-
cices sur les réseaux sociaux, París, Editions de I'École des hautes études en sciences sociales, 1999;
P.-A. Rosental, Les sentiers invisibles. Espace, familles et migrations dans la France du XIX e siecle,
14. R. Zapperi: Ann'.b~le CarraC:i. Ritratto di !'artista da giovane, Turín, Einaudi, 1989. París, Editions de I'École des hautes études en sciences sociales, 1999.
15. G. Lev1, L Eredrta 1mmatenale. Storia di un esorcista nel Piemonte del Seicento Turín Ei- 17. J. Le Goff, Saint-Louis, París, Gallimard, 1996.
naud1, 1985. ' ' 18. R. Zapperi, Annibale Carracci, op. cit.
L'o11fr.<'.11f;1<'.os ;.1 ellos'.' p1.11q11c IDs dor11111c111os d1spo111iill's 110 lo 111c11noiia11 RECURS< >S NARRATIVOS Y
llO de dljtlcJlos que cfcel1va111c11tc ft1cn>ll p1tCSfOS l'll pr<Íl'lica. •SI
CONOCIMIENTO HISTÓRICO
Al comenzar, subrayé el carácter de evidencia de la hiograf'h ltisl<irin lllll'
se encuentra en , el origen de ·u
s cxi
, ·t 0 d ura dero. Esta
. evidencia puede ' · ayudai
•· a
compren
. t r der como el modelo biográfico p udo 11 egar
• r •
, a, contdll1111.ll
• , · , . otros gcnl'l'O.~
,
his oncos,
h. . as1
. como , por ejemplo , un o con frecuencia . ha llegado a imaginar la
ist~dna n_ac10n~l en los términos de una encarnación simbólica individu·il y de
una I entidad b10lógica. Esta evidencia nos hace pensar que el marco b' ' ,, ..
es " t !" · JOgra 1co
na ura_ , sm duda porque nuestras propias vidas nos lo parecen. Se halmí
compr~nd1do que las sugerencias aquí bosquejadas no apuntan si no todo 1 ,
co~trar~o, ~ hac,er surgir el carácter convencional de la represent~ción
de la cx<-
pene~cia ?10g:afica y sugerir la posibilidad de una experimentación a partir d ·I
matenal b1ografico. e

En 1979, el historiador angloamericano Lawrence Stone publicaba en la re-


vista Past and Present un artículo que tuvo amplia repercusión (y que fue in-
mediatamente traducido en todo el mundo). Bajo un título provocativo, "The
Reviva! of Narrative", 1 planteaba de hecho un diagnóstico bastante sombrío. El
siglo, decía, había invertido muchas expectativas y esfuerzos en programas de
historia "científica" sucesivamente puestos en práctica entre los años 1930 y
1960. Hoy en día, era conveniente replantearse esas ambiciones en baja: no só-
lo porque los proyectos no habían cumplido todas sus promesas sino porque la
historia científica -entendamos: la que pretende fundar sobre una actitud vo-
luntarista y objetivable, en particular sobre la medida, la construcción y luego
la validación de hipótesis previamente explicitadas- dejaba de lado realidades
esenciales. Así, el modelo de una "historia inmóvil", bloqueada en sus coercio-
nes económicas y demográficas entre los siglos xrv y xvm, tal como la había
bosquejado E. Le Roy Ladurie, sólo era posible a condición de pasar por alto
fenómenos como "el Renacimiento, la Reforma, la Ilustración y el nacimiento
del Estado moderno". Tal vez había llegado el momento de reflexionar acerca
del contrato fundador que se hallaba en el origen de la historia (o de las histo-
rias) "científica(s):" el que pretendía conformar la disciplina al modelo de las
ciencias de la naturaleza o, por lo menos, de las ciencias sociales. También ha-
bía llegado el momento de evaluar de manera crítica los beneficios reales de

l. L. Stone, "The Reviva! of Narrative. Reflections on a New Old History", Past and Present,
85, 1979, págs. 3-24 (tr. fr.: "Retour au récit, ou réflexions sur une nouvelle vieille histoire", Le Dé-
bat, 4, 1980, págs. 116-142.
Hl·t IJJC-1•1·, 1~1\ltltt\11\.••,1 ' • ,.,,.

esa,, ;1cl1l11dL·s y llll')'.lllllarsc si sus IL's11llado,<; j11stilicaha11 «I fraha¡il 11·;1l11;ul11


para ohlcncrlos: una Vl'Z m;is, Stonc deploraba <Jlll' r1wscn ··111as hic11 111nd1•.<;(11.~ '"~lt· l'I 111¡'.:i• para
.
d1.~n1l . ... 1. ( ;¡11zhur" Destaquemos solamente que, de
11 1:1,., 11 "'" < L . g . , tºonaba un régimen de
en comparación con todo ese gasto de licmpo, energía y dinero". l'.l 11'101110 cid .. • 1 • 1. 1• Stone a su vez cues 1
1111a n1<111L·ra 111uy d1le1r11ft t L " te . b , . , de propiedades generales a par-
relato adquiría así un valor de síntoma. Sci1alaba el supuesto agola111it·1110 dl' . -¡·· .. 1- lado en la a stracc10n
cnl id111nhrc c1enl! ic,i unt . . d l " er1'encia cotidiana" (o de la
una visión y la de una familia de prácticas. Sin embargo, esta toma de posiciti11 · , El onoc1m1ento e a exp
1ir de una ohservac10n. e ) , a la vez un informe de esta
no habría conocido tal repercusión si el propio Lawrence Stonc no hubiese si . " 1 d , en otra parte requenan
"vivencia
. · , como ¡ot eciaun trabajo . de m. terpretac1'o'n que le estaba íntimamen-
do uno de los más grandes historiadores sociales contemporáneos, autor de /i
cxpcncncia
. -un re
h h d a o- y la obra e h'is ton·ador de Ginzburg , de manera re-
d
bros famosos sobre la crisis de la aristocracia inglesa, sobre la Revolución in-
te asociado. El ec·do ¡ e forma que de la nove1a de I·nvestigación en la cual el lector
glesa del siglo XVII, sobre Ja familia y el matrimonio, sobre la movilidad social
petida, haya. escog1 ¡ · o a( ación . va1e d ecir. a 1os tanteos ' los atolladeros, los re-
en la sociedad británica, etc. Fue desde el interior, como un profesional indis-
está asociado a a mves ig ' d . , de la verdad en este aspecto,
. , añan la pro ucc10n '
tornos hacia atras q~e .ªc~n_ip
cutible, que él denunciaba las ilusiones de la historia científica, lo que explica
4 l relato no era para él, como sí lo era para
que su toma de posición en ocasiones haya sido recibida como una especie de dista mucho de ser ms1gmf~cante. E o es ambiciones fueran defrau-
traición. Para no dejar nada en el tintero, sin duda, hay que recordar que tras Stone una solución de repliegue, luego que .m~y r . l
dadas; era msepara?le e un mo ~ . nes exactamente contemporáneas, y que
haber sembrado la inquietud, la duda y la sospecha, Stone regresó no al relato ' . d d de conoC1m1ento part1cu ar.
sino a sus grandes obras de historia social, y que cabe regocijarse por eso.
En consecuencia, dos propos1c10 1 ' bl del relato en el debate histo-
El mismo año de 1979, el historiador italiano Cario Ginzburg publicaba un hace quince años volvían a ~ntroduciraen~r~cue~bªa mucho lugar. Sin embargo,
largo texto que tuvo un éxito más notable todavía: "Signes, traces, pistes. Raci- riográfico donde, reconozcamoslo, y - tp t hoy en día nos damos más
nes d'un paradigme de l'indice" 2 fue una de las referencias casi obligatorias en
las cosas no empezar~n en .
1979 Los anos se en a - .
. , o se sucedían una serie de intervenc10nes
el mundo de los historiadores durante la década del ochenta. Su análisis era más cuenta, con la distancia-, vierondc?m oco o nada coordinadas, pero cuya
sutil que el de Stone, y sus palabras más ambiciosas, porque se proponía llamar · t ·ones muy iversas, p ,
de naturaleza e m enc1 , bl E l971 Paul Veyne habia
la atención sobre la "emergencia silenciosa[ ... ] de un modelo epistemológico" · lt tanto mas nota e. n '
convergencia relativa resu a C mment on écrit l'histoire.s
original, a fines del siglo XIX. Frente al paradigma galileano dominante en las .. 1 harco· al preguntarse o
lanzado un gmJarro en e_ ,c . disci Iina de producir enunciados científicos
ponía en d.uda la pret~ns1~n de la a~í como su aspiración a la síntesis, cue~­
ciencias de la naturaleza -el que hace de la medida de los fenómenos y de la po-
sibilidad de generalizar su observación el fundamento del conocimiento científi- (en el sentido de las ciencias exactas) b' . esenciales de la historiografia
. . dos de las am 1c1ones
co, con la convicción de que la estructura del mundo es matemática-, Ginzburg
insistía en la existencia de otro modo de conocimiento fundado en la localiza- tion~ndo al m1s~o tiempo . lar la de los Annales. Había que bajar las preten-
erud1ta en este siglo, en partICu. d . "' tr1·gas" vale decir relatos pro-
siones: la h1.ston.a _P~ .Ja a o
ción de indicios discontinuos, elementos únicos, testimonios individuales. Aso- . . d' 1 sumo pro uc1f m ' '
ue no ueden pretender otra cosa que ser "una
ciado a prácticas antiguas (la adivinación, la caza), este tipo de procedimiento,
ductores de mtehg1b1hdad, pero q . ?f. ,,, de causas materiales, objetivos y
en su opinión, había encontrado una aplicación en toda una serie de formas de h muy poco 'c1ent1 1ca .
mezcla muy umana y d .d el historiador recorta a su capricho
azar; en una palabra'. un pedazo le ~1 a qu~ietivas y su importancia relativa".6
conocimiento por las huellas, de la antropometría médica a la identificación de
los cuadros y al psicoanálisis freudiano, cuyo surgimiento había sido contempo- y donde los hechos tienen sus re ac10nes o J
ráneo del nacimiento de las ciencias sociales. No obstante, éstas no habían teni-
do en cuenta esa proposición alternativa y habían preferido adaptarse al modelo
nomoJógico de las ciencias de la naturaleza. ¿No había llegado el momento de " , Véase también el artículo-programa de la microhistoria
3. C. Ginzburg, "Signes 'pags. 18-19. C p . "JI nome e il come. Mercato storiografico e
reconsiderar esa elección, en particular en el caso de la historia? Como todas · nto·
publicado en el mismo mame · .' . C Gmzburg Y ,· om, _ (tr. fr. parcial: "La microh'1st0Jre
· " , Le
"las formas de saber más particularmente relacionadas con la experiencia coti- scambio disuguale", Quaderni stonc1, 40, 1979, pags. 181 190
6
diana, o más precisamente, con todas las situaciones donde la unicidad y la ín- Débat, 17, 1981, págs. 133-13 ). . . d' d s sin duda la Enquete sur Pierro della Fran-
dole irreemplazable de los datos son decisivos para las personas implicadas, 3 " 4 El meior ejemplo, más claramente re1vm ica o, e 1 r1'a de sus libros de los Be1ian-
. , . l t cia vale para a mayo '
cesca (1981). Pero, a declf verdad, a cons an , . temente al muy ambicioso Sabbat des sor-
¿no era ante todo un conocimiento de lo particular y de la complejidad? No es danti (1965) al Fromage et les Vers (1976) y, mas recien '

cieres ( 1989). . . · d' é istémologie París, Seuil, 1971.


5 p Veyne, Comment on écrit l'hzstozre. Essai f Pb. i'bi'do' en su momento, por un doble
· · fl d Veyne no ue 1en rec
2. C. Ginzburg, "Spie. Radici di un paradigma índiziario", en A. Gargani (comp.), Crisi della 6 /bid páa. 46. El largo pan eto e . . y de la extrañeza de sus referen-
. "' . 1 sividad de sus proposiciones
mgione, Turín, 1979, págs. 57-106 (trad. fr. Le Débat, 6, 1980, págs. 3-44). motivo: sin duda, en virtud de a agre d' h' . gra'fico que estaba muy poco preparado, y por-
. rt' 1 r) en un me io 1stono . . d
cias (anglosajonas en pa 1cu ª .. . t' c· ón a la que los procedmuentos e cuan-
que se oponía a las certezas y ambic10nes de una mves iga i
J!l c'llll'oll'. N:\JIJl.\ll\'11.'. Y l'llNlll'll\1ll·Nl11 llJ~;ll>IUl'll
.'''
Dos anos 111as f;mlL-, l'll la ofra p1111fa dl'l 1111111do c111di10 y a p;11111 d1· 111c1n1sas
ll'iafo vl·nladcra11w111t· .·.olo ¡11l·111lio haslant<.: larde. No ava111.ar<.:111os mucho Sll··
muy dikn;11tcs, el 11orfea111crica110 l layde11 Whik ('.~cog1a pl;111fL'a1 el prohll·11ia
gi 1 ic11do qu<.: una tradicio11 poderosa de historia positiva como la de lo~ !\1111ales
de manera más radical todavía. 7 Aquí, el discurso de la historia na encarado
puede ayudar a dar cuenta de ese retardo relativo: durante mucho t1em~o, la
sin una consideración específica de las operaciones de conocimiento que hahi
at<.:nción prestada a los procedimientos y la acumulación de datos pareciero_n
tualmente le están asociadas sino desde el punto de vista de una poética. S<.:g1in
desafíos prioritarios. Fue necesario que esas certezas comenzaran a s~r desq~i­
White, dependía de modos diversos de puesta en intriga (emplotment) y, m<is
ciadas para que las cosas cambien. Pero la iniciativa no vino de los m~smos his:
profundamente todavía, de una tropología: "En resumen, considero que Ja mo-
toriadores. Fue obra de un filósofo, Paul Ricreur, que, en gran medida, logro
dalidad tropológica dominante y el protocolo lingüístico que le está asociado
convencer estos últimos años a los historiadores franceses para que entren en el
componen la base 'metahistórica' irreductible de toda obra histórica",8 previa-
debate, no sólo porque proponía una versión poderosa y ori~inal sino también,
mente a cualquier otra elección. Como sabemos, las proposiciones de Hayden
porque ponía cómodamente a su disposición las piezas más importantes de una
White provocaron cierta conmoción y fuertes reacciones -en particular, las de
reflexión colectiva ya bien entablada. 13 . . .,
A. Momigliano y luego de C. Ginzburg- entre los historiadores. El caso es que
Somera y por fuerza muy incompleta, esta evocación no tiene otra mtenc_10n
también contribuyeron a entablar, a su manera, una reflexión sobre las funcio-
que la de hacer ver que el "retorno del relato" precisamen~e fue_ algo muy.dife-
nes y los usos del relato. En el mismo año, 1973, Reinhardt Koselleck y Wolf-
rente que un retorno. Más valdría compro?ar ~ue, a partlf. d~ mterrogac~o~es
Dieter Stempel reunían y publicaban las reflexiones de cierta cantidad de histo-
muy diversas, inscriptas en campos y expenencias de conoc1m1ento muy d1s,ti~­
riadores en Geschichte, Ereignis und Erzahlung. 9 El debate se desarrollaba
tas entre sí, un tema problemático se constituyó progresivamente en estos ultt-
según líneas y lógicas diversas, y que durante un tiempo difícilmente se comu-
mos años. y en la actualidad no me parece en absoluto estabilizado. En efecto,
nicaron entre sí: en el medio de los "narratologistas", pero también en el seno
asocia características parcialmente contradictorias. Puede ante todo ser com-
de una reflexión filosófica sobre la historia, que se convirtió casi en una espe-
10
cialidad anglosajona. Observemos sin embargo que, a fines de los setenta, es- prendido como un síntoma; traduce una reacción -o ~á,s bi~n u~ co~j.unto de
reacciones- en un estado determinado de una producc1on histonograf1ca a su
ta reflexión ya parecía bastante pregnante para que una primera tentativa de
vez fuertemente heterogénea, y expresa globalmente un sentimiento de insatis-
confrontación -a falta de un balance- fuera intentada cuando Robert H. Canary
facción, o de decepción, frente al proyecto de una historia científica inspirada en
y Henry Kozicki reunieron los análisis de historiadores, filósofos y literatos so-
el modelo de las ciencias de la naturaleza. En este sentido, es inseparable del
bre "la escritura de la historia".ll En Francia, pese al precoz brillo de Veyne y
momento de duda epistemológica que atraviesa la historia desde hace unos quin-
la muy original reflexión contemporánea de Michel de Certeau, 12 el tema del
ce años, con la mayoría de "las ciencias sociales. Pero en el ,mismo mo~~~t~ el
relato es objeto de una inversión propia: se busca en él no sol? una exhib1c10n o
una solución de repliegue sino también un recurso. A declf verdad, las dos
tificación Y modelización que entonces definía parecían garantizar una indiscutible cientificidad. Las
cosas cambiaron mucho desde entonces -ya tendremos ocasión de recordarlo más adelante-, y es in-
orientaciones se entremezclan a menudo de manera difícilmente separable en
teresante comprobar que algunas de las tesis de Veyne, mal recibidas veinte años antes, fueron mejor cantidad de trabajos recientes. Esta confusión misma, sin duda, n?
e~tá desp:o-
recibidas en la versión (cierto es que más articulada) que, por ejemplo, dio Jean-Claude Passeron en vista de toda significación. Las páginas que siguen querrían contnbmr a deslm-
Le Raisonnement sociologique. L 'espace non poppérien du raisonnement naturel, París, 1991. Hace dar mejor algunos de los desafíos del debate en curso.
poco P. Veyne volvió sobre esa experiencia en su testimonio Le Quotidien et l'lntéressant. Entre-
tiens avec C. Darbo-Peschanski, París, Presses Universitaires de France, 1995.
7. H. White, Metahistory. The Historical lmagination in Nineteenth-Century Europe, Baltimo-
2. Mejor reconocerlo de entrada: este debate no es nuevo. Es tan ant~guo co-
re-Londres, The Johns Hopkins University Press, 1973. mo la propia historiografía, por lo menos en su versión occidental. ~ part_lf de sus
8. lbíd, pág. XI. Un análisis reciente de la obra de H. White y los problemas que planteó a los orígenes griegos, la tarea del historiador obedeció a una ~obl~ ,exigenc1~. Debe
historiadores desde hace unos veinte años en R. Chartier, "Quatre questions a Hayden White'', Sto- dar cuenta de cierto estado de las cosas y buscar su exphcac10n a traves de la
ria della Storiografia, 24, 1993, págs. 133-142.
9. Munich, DTV, 1973. identificación de causas naturales. Pero este trabajo de observación e interpreta-
10. Y cuyos desarrollos pueden seguirse útilmente en la revista norteamericana History and
ción requeriría una organización que también era pensada como un ordenamien-
Theory.
11. R. H. Canary y H. Kozicki (comps.), The Writing of History. Literary Form and Historical
Understanding, Madison-Londres, 1978. Entre los autores de contribuciones encontramos significa-
tivamente a Louis Mink, Hayden White y Lionel Grossman. re, Pans,
' 1974, t. 1, págs . 3-41 ,·y sobre todo L'Écriture de l'histoire, París, Gallimard, 1975 [trad.
cast.: La escritura de la historia, México, Universidad Iberoamericana, 1986].
12. M. de Certeau, "L'opération historique", en J. Le Goff y P. Nora (comps.), Faire de /'histoi-
13. P. RicIBur, Temps et Récit, París, Seuil, 1983-1985, 3 vol.
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devolución yue se le ofrecía d ·b" , '.t.'. d, co111u111L.11 1a rlt1s1011 ilL· la n·;¡lidad, la
. , e 1a es ar ol't(h d<: en .,. . da11 i¡'.11orar s11s 1·x1¡'.1·1111a:;. l'a1a i\risl1í11·ks, como se sahc, la producciú11 de lic--
d ira la retórica latina de 'd . . ' ' l g<'w, º· co1110 111ús lardl' lo
, ev1 entta m narratione A·' . 1 L·ionc,, a lr;1VL;s de la dol>ll' adividad de mi111c.l'is y de puesta en intriga (11111/hos)
Momigliano, la primera preocupac·, b ·, s~ como o r<:con.hí Arnaldo
110 esl<i separada de op<:raciones de conocimiento: propone formas que pueden
ción médica (de cuyo vocabul . wn evo~a a mas bien la esfera de la observa
.
h istoria); ano se tomo en préstamo el . ser conocidas o reconocidas, y que remiten a una inteligencia de las acciones, a
la segunda dependía 1 mismo nombre de la
La asoc· . , c aramente de la elocuencia judicial una praxeología. La representación consumada, la disposición atinada de los he-
. iac10n entre una operación de conocí . . chos en el interior de una narración son productores de inteligibilidad. 16 Pero
tutiva del género histórico du t d . ?1~ento y una forma fue consti-
. ran e cerca e vemt1cmco s. 1 d allí donde la poesía demuestra su superioridad siendo capaz de someter cada una
tiempo, pareció evidente Fue t f ig os, y, urante mucho
1 , . an uerte que permite com d 1 . de las partes de su composición a la concepción del todo, la historia trabaja des-
os gene ros literarios tal como . 1 pren er a Jerarquía de
famoso de la Poética Aquí la' :.otr e1.emp o, la establece Aristóteles en un pasaje lindando una lógica a partir de encadenamientos que no siempre parecen nece-
. is ona es confrontada con 1 , , . sarios y que por tanto son menos inteligibles porque dan cuenta de acciones y
que pueden sorprendemos pero que . a poesia en terminos
• remiten a una forma de c · . acontecimientos que están dispersos en el tiempo. Así, pues, la oposición no pa-
que se nos ha vuelto ampliame t . onoc1m1ento mixto
n e ajena, en todo caso opaca: sa entre ficción y no ficción, con lo que esta distinción, para nosotros fundamen-
tal, implicaría en la actualidad: una relación fundamentalmente distinta a la "rea-
En efecto, el historiador y el poeta no difieren e
tos uno en verso y el otro en prosa (se h b , d' ne] hecho de que hacen sus reJa- lidad". Se inscribe entre géneros que, en su definición retórica, producen formas
verso y seguiría siendo Ja misma h' t . a na po ido poner Ja obra de Herodoto en de conocimiento desigualmente realizadas. Así se explica por ejemplo que, en la
. .
distrnguen is ona en verso que en ) clase de los relatos históricos, algunos sean más ponderados que otros: Amaldo
en que uno narra Jos ac t . . prosa , por e1 contrario se
. . on ec1m1entos que succd·
cumentos que podrían suceder p 1 , ieron, y e1 otro los aconte- Momigliano recordó que Tucídides marcaba una división tajante entre la histo-
. or eso a poesia es , f] , fi
ter más elevado que la historia· porq l , mas I oso ica y posee un carác- ria, género aristocrático, y la biografía, género "popular", jugando, desde antes
. , ue a poesia narra m , b· 1
na lo particular. Lo general vale decir t 1 . as ien o general, y la histo- de Aristóteles, sobre la jerarquía entre lo general y lo particular (la oposición de-
o cuales cosas de manera ~eros' ·¡ , que a .ºcual tipo de hombre dirá o hará tales bía volver a jugar luego en varias oportunidades, y en sentidos diferentes). 17 No
., 1m1 o necesana · Ja poesía
Cion, aunque atribuya nombres 1 . , apunta a esta representa-
bíades, o lo que le ocurrió.14
ª os personajes· l " · ,,
, o particular es lo que hizo Alci-
es éste el lugar para internarse más en este debate. Destaquemos tan sólo este
punto nodal: en los orígenes occidentales de la historiografía, no existe contra-
dicción entre la historia como investigación y la historia como relato. Las verda-
, La jerarquía marcada entre la poesía y la historia - des que el historiador pone de manifiesto no son susceptibles de ser transmitidas
Josofo, la que existe entre lo universal . que ~s, como lo. recuerda el fi-
tes de la composición El auto d f. . y lo particular- remite a modalidades diferen- sino al precio de una organización y un ordenamiento que se identifican con una
. r e 1cc10nes (en el extra t · intriga. Por lo tanto, no puede contentarse con presentar los hechos que recogió
maestro en 'componer Ja fa'bul d coque sigue, de tragedias) es
a e manera que sea d , · ·
sola acción, entera y completa c . ramatica Y glfe alrededor de una en orden cronológico; debe darles una organización portadora de una significa-
, on un comienzo y u f .
tera como un ser vivo, procure el 1 n . m, para que siendo una y en- ción, productora de figuras reconocibles.
posición no debe ser semeJ·ante a p]oacerl que hl~ e: ~rop10; esto es evidente, y la com- Este pacto fundador fue aceptado tal cual hasta el siglo XVIII, cualesquiera
'l s re atos 1stoncos en l h
so o una acción sino un solo t. ' os cua1es ay que ver no que hayan sido mientras tanto las transformaciones del género historiográfico y
. iempo, o sea todos los a t · ·
del tiempo, Je sucedieron a un solo h b , . con ec1m1entos que, en el curso luego, a partir de fines de la Edad Media, la puesta a punto de procedimientos
, om re o a vanos aco t · ·
entre si más que una relación azarosa.15 ' n ec1m1entos que no tienen técnicos destinados a separar mejor lo verdadero de lo falso.
Voltaire, que a menudo es considerado como uno de los padres de la histo-
Sin embargo, los géneros poéticos y la histo . . riografía moderna, no renuncia por ello al paralelo entre la historia y la tragedia
to, el de los relatos de ficción ¡. . na pertenecen al mismo conjun-
, Y es en e mtenor de est · cuando da cuenta del proyecto del Siecle de Louis XIV: lo que distingue la his-
puede adquüir sentido entre ellos· los r· . e con1unto como un orden
toria que él ambiciona de la crónica vulgar es precisamente una organización na-
bertad en la concepción y en la or.g . p I~eros consienten a sus autores una li-
amzac10n con las cuales los historiadores no

14. Adstóteles, Poétique, 51b, 1-11, trad. fr. de J , 16. Un comentario reciente de estas páginas, sobre las cuales existe una muy cuantiosa literatu-
15. lbtd, 59 a, 18-24. · Hardy, Pans, Les Belles-Lettres, 1965, 4º ed. ra, en Rica:ur, vol. 1, L'intrigue et le récit historique, págs. 82-86.
17. A. Momigliano, The Development of Greek Biography, Cambridge, Cambridge Universily
Press, 1971.
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nativa que, L'll s11 ninj1111to, cauliVL' la ;11t·11cio11 (kl lector y di' 1111 :.l'11l1d11 l1·1'.1hll' l;i vrn-:ll·1011 di' 111111111111 kn·11orH'.'>. Desde la L;pm-;1 hdc11ística y la rl'l(ÍrÍca lati·
a la materia de que !rala. Sin duda, así se co111prc11dt• la lkxil>ilidad con la l'llal 11;1 la f1in1111la 111> d1·10 d1· 1l'to111arse: la historia vale porque es magistm vi/al': a
la escritura de la historia intercambia sus propiedades con otras prod11ccio11l's li quien sabe ll'eda, L'lllrcga precedentes, modelos y valores, está investida de una
terarias de la Edad Moderna: no solamente con la tragedia o la epopeya, sino función pedagógica inseparablemente filosófica y moral, más tarde religiosa.
también con la novela (pensemos en Diderot), hasta con formas artísticas no li- En este punto encontramos el papel decisivo de lo que podría llamarse la "bue-
terarias: R. Koselleck comentó muchas veces en este sentido la forlllna de una na forma": para el historiador, encontrarla es hacer que la historia hable más
expresión ambivalente como la de "pintura de historia". 18 allá del tiempo.
En el largo plazo, una concepción semejante fue inseparable, por lo menos Este contrato retórico se deshizo entre la segunda mitad del siglo xvm y las
implícitamente, de una doble asunción. La primera planteaba que la retórica primeras décadas del XIX. Varios órdenes de razones concurren para explicar ese
fuera otra cosa que una técnica de ornamentación y que se le reconocieran re- giro capital de la historiografía. Una primera mutación ve la descalificación de la
cursos cognitivos, o que cuando menos se aceptara la existencia de un marco de retórica como instrumento de conocimiento. Entonces se vuelve sospechosa al
referencia en cuyo interior las operaciones de organización y la producción de mismo tiempo que se ve arrinconada al dominio y a la puesta en práctica de los
un saber no fuesen separadas. Estuvo en el origen de una reflexión duradera (y, efectos de convicción, hasta de estilo: es superficial, ornamental. La acusan de
reconozcámoslo, un poco repetitiva) sobre las reglas de la composición históri- convertirse en un obstáculo entre la realidad del mundo y su expresión literaria.
ca que se prolongó hasta el siglo xvm. La segunda asunción planteaba que exis- Una segunda ruptura, igualmente profunda, afecta la misma concepción de la
tiera una separación clara entre la historia real, tal y como efectivamente había historia. En un gran libro, el historiador alemán Reinhardt Koselleck mostró có-
tenido lugar, y la relación dada por el historiador de lo que había ocurrido. La mo, al final del siglo de la Ilustración, se habían instalado los elementos ~e un
posibilidad de reescribir indefinidamente la misma historia, durante mucho nuevo régimen de historicidad. 19 Las historias ejemplares que, durante s1~los,
tiempo, no estuvo única ni principalmente fundada en la invención de nuevos uno había ido a buscar en el tesoro del pasado, son reemplazadas por una histo-
testimonios o en la relectura crítica de documentos ya conocidos (tal como fue ria unificada (Geschichte) en adelante concebida como un proceso global, obje-
progresivamente codificada por la erudición a partir del siglo xvn): del mismo tivo, que obedece a su propia lógica, cuyas reglas y cuyo sentido al histori~dor le
modo, y más, a decir verdad, pasaba por la capacidad de organizar los hechos corresponde reconstruir. La distinción que antaño se planteaba como evidente
según modalidades narrativas diferentes. Sin embargo, esta capacidad no esta- entre los hechos y la relación que de ellos se da se borra, mientras que el histo-
ba fundamentalmente asociada a la búsqueda de una originalidad o de una in- riador debe ocuparse de la reconstitución de un pasado, del que ya no se espera
ventiva estética. No era separable de la búsqueda de una significación nueva que dé lecciones, sino que entregue su significación de conjunto: es lo que Droy-
-vale decir, de una interpretación-, de la manifestación de modelos de verdad sen resumirá en una fórmula famosa al afirmar que la historia es conocimiento
localizables en el desorden aparente de la historia real. Ése era el papel asigna- de sí misma. Este régimen de historicidad se distingue además del que lo prece-
do al historiógrafo del príncipe, escogido por su dominio de la exposición mu- dió por una discontinuidad esencial. El pasado ya no nos habla en presente, ofre-
cho más que por su competencia técnica de historiador (esto ocurrió con Raci- ciéndonos el espejo de situaciones ejemplares, de conductas modelo, un reperto-
ne y Boileau respecto de Luis XIV a partir de 1676); ésa era la tarea que se rio de precedentes listos para servir. Está definitivamente pasado y sólo ligado
asignaba el autor, quien, por propia iniciativa, se daba la misión de exaltar la con nuestro presente por lo que tiene de irreductiblemente distante y diferente.
ejemplaridad de un momento del pasado (Voltaire). Para que fuesen posibles, Hacer historia es reconstruir la cadena de razones que permiten relacionarnos de
tales operaciones también suponían que se reconociera una continuidad de he- manera inteligible con lo que en adelante nos es ajeno. La ruptura esencial que la
cho entre el presente, el del historiador y el de los lectores a los que destinaba Revolución Francesa y sus consecuencias pronto vienen a inscribir en el orden
su obra, y los tiempos pasados. Esta convicción garantizaba que, más allá de europeo sólo pudo fortalecer esa construcción del tiempo histórico: ¿cóm_o dar
las vicisitudes y rupturas aparentes que ofrecía a la mirada ingenua, la historia cuenta en lo sucesivo de una duración que fue tan radicalmente interrumpida, Y
era dispensadora de un repertorio de ejemplos y lecciones, ejemplos que tenían de manera tan irreversible? El pensamiento del progreso, que domina entonces la
producción historiográfica, y que va a alimentar su imaginación de manera privi-
legiada durante cerca de dos siglos, por cierto ofrece un medio de referir el antes
al después: pero precisamente plantea que son distantes y disyuntos.
18. Sobre este punto, véanse las excelentes observaciones de L. Gossman, "History and Litera-
ture. Reproduction or Signification", en Canary y Kozicki (comps.), The Writing ofHistory, págs. 3-
39, particularmente pág. 10 y sigs.; R. Koselleck, Le Futur passé. Contribution ii la sémantique des
temps historiques, París, Éditions de l'École des hautes études en sciences sociales, 1990. 19. Koselleck, Le Futur passé.

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