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Abelardo Lobato, OP
Más aún, la familia tiene una cierta sacralidad, pues Dios mismo ha querido
habitar con el hombre y compartir con él el milagro de la trasmisión de la vida por
la colaboración de la persona y la naturaleza. En la familia, de modo invisible pero
real, Dios sigue pronunciando su palabra creadora «Hagamos al hombre! (Gen,
1,26), y con la paciencia de quien mora en la eternidad, acepta, tolera, y acoge
las respuestas inciertas de la libertad humana, y por esa vía comparte la suerte
del hombre, que es su imagen. Podemos afirmar con verdad que «en el principio
era la familia», cuya experiencia, por lo que todo individuo puede recibir y por lo
que debería aportar, conforma la trayectoria humana.
De ese punto de partida brotan las diversas dimensiones de lo humano, como las
vias consulares de Roma o como las ramas del tronco del árbol, tanto las que
originan y mantienen la sociedad, como las que propician o entorpecen el
despliegue de las dotes personales. Las dos caras de lo humano, la personal y la
comunitaria, brotan de ese principio originante que es la familia. Donde no hay
familia, no hay hombre en plenitud, ni podrá formarse una sociedad a la medida
de lo humano. Dime cómo ha sido y cómo es tu vida de familia y te diré en qué
medida has respondido a tu vocación de hacerte nada menos que todo un
hombre. En la familia se juega el destino del homo viator, mientras es un
peregrino del Absoluto. No es una cuestión banal, ni coyuntural, la cuestión de la
familia, es radical y decisiva para todo lo humano.
Topamos con la persona en todos los recodos del camino, pero esa persona que
nos sale al paso es solo una máscara. Hay que decir que en la hora moderna el
vocablo persona ha desandado su camino, ha vuelto a su origen. Ha perdido la
densidad ontológica y por ello resulta un vocablo vacío.
Al tratar de Dios, del ser, o del hombre, Tomás tiene una palabra que debe ser
oída. En el tema de la persona su aportación resulta decisiva para recuperar la
dignidad perdida y mantener el equilibrio entre los dos polos del vocablo, el
externo de la máscara, y el interno de la dignidad del sujeto singular. La persona
designa la realidad más noble de cuantas existen.
1. El legado histórico.
Hay que tener en cuenta que el Maestro Tomás, es el primero que desvela la
primacía del trabajo intelectual, por ser de más alto valor y más necesario que el
trabajo manual al cual precede, acompaña y orienta. De estas premisas procede
su hambre y sed de conocer las obras de los pensadores que le han precedido, el
respeto y veneración ante sus obras, la pasión por asimilar su pensamiento y la
fidelidad en trasmitirlo. Es un pensador que estima mucho cuantos esfuerzos se
han hecho en el pasado por dar solución a los problemas. Ha vivido a fondo la
pasión por la verdad como bien supremo de los seres inteligentes.
En la lengua y cultura griega hay otro vocablo análogo para expresar la misma
realidad de la máscara, es la palabra proswpon, que significa el rostro, o lo que se
pone delante del rostro, la máscara. Primero la tragedia, y luego la comedia, han
hecho uso de la máscara como elemento necesario para la representación de las
obras. Y con esa palabra, de mayor resonancia que la latina, el desarrollo
semántico ha sido análogo al del vocablo persona: de la máscara al personaje,
del prósopon a la prosopopeya, del teatro a la vida normal de los hombres.
Esto es una novedad absoluta en las culturas. Hasta esta revelación el hombre se
conocía como miembro de una comunidad humana, pero el singular no tenía valor
especial. En cambio con el anuncio del reino, con la entrada de Jesús en la
historia, todo cambia. El hombre descubre su valor singular, su dignidad única. No
es solo el individuo, uno más en la multitud, es un sujeto que tiene relación directa
con Dios. Con el misterio del sujeto va unido el misterio de la libertad. Desde la
revelación del NT cada ser humano puede conocer su predestinación en Cristo,
su vocación singular que lo invita a ser una respuesta existencial, libre y generosa
al amor de Dios.
1.3. Persona-misterio.
Tomás conoce además en la tradición una tercera pista que lleva al secreto de la
persona, la pista de los misterios de la fe. El hombre imago Dei, se descubre en el
reflejo de los dos grandes misterios de la fe cristiana. La revelación de Dios en sí
mismo desvela al misterio del hombre. La fe es siempre una luz oscura, una
verdad que suscita desde su misma claridad, un deseo de ver más claro. El
misterio fontal es el de la trinidad, el de Dios en sí mismo y el misterio inicial es el
de la encarnación, Dios hecho hombre. En la vida cristiana se ha sentido muy
pronto la necesidad de dar razón de esta fe, como dice Pedro (1 Pet. 3,15). Del
auditus fidei ha nacido el anhelo del intellectus fidei. Y para ello hay que recurrir a
los preámbulos, a las analogías, a la confutación de los errores y desvíos de los
herejes.
¿Cómo dar razón del misterio de Dios uno y trino, «unitrino» como ya dice
Tertuliano? ¿Cómo poder explicar que Jesucristo es Dios y hombre? A través de
muchos rodeos, con la superación de las herejías, la fe se afirmó en el pueblo de
Dios, y con categorias del pensamiento griego encontró la solución con el recurso
a la persona. La fe se plasma en las fórmulas del misterio. Dios es una esencia y
tres personas. Hay dos naturalezas en Cristo y una sola persona. La teologia
católica, en sus primeros balbuceos se esfuerza por encontrar los nombres
adecuados. Los dos vocablos, persona y prosopon, son los más indicados para la
expresión de los misterios de la fe cristiana, que por definición están en una
esfera de inteligibilidad a la que no puede llegar la humana inteligencia. El
misterio de las personas divinas abre la puerta a la teología de la persona. La
persona cobra un nuevo e inesperado siginificado, da el salto a lo más digno y
noble, y abraza en su horizonte a Dios, los espíritus y el hombre. Fue más fácil la
adopción del vocablo persona entre los latinos, que el uso pacífico del vocablo
prosopwn entre los griegos. La carga semántica del vocablo lo llevaba al teatro, a
un horizonte muy lejano del misterio. Pero a partir de los Capadocios, en Oriente
y de Agustin en Occidente, la teología trinitaria y cristológica se desarrolla en
torno a los conceptos de persona, de naturaleza, de subsistencia y de esencia. El
vocablo persona se aplica antes a Dios en sus misterios que a los hombres, antes
a los individuos que ostentan alguna dignidad que a los sujetos singulares. Las
reflexiones teólogicas de mayor penetración son fruto del genio de San Agustin en
su obra De Trinitate. Para dar razon de este misterio era necesario encontrar los
términos que mantienen la pluralidad y no rompen la unidad. La fe cristiana afirma
un solo Dios, no tres, pero afirma la pluralidad en Dios, porque Dios se revela
como Padre, Hijo, y Espíritu. Siendo un solo Dios, se revela en tres personas. A
diferencia de las palabras «esencia» o «sustancia», que designan lo común, pero
no lo singular de cada una, Agustin advierte que las palabras «hipóstasis» o
«persona» son aptas para la fe en el misterio, porque «persona» «no significa una
especie, sino algo singular e individual». La persona significa solo el individuo
singular, y se dice de las personas divinas y también de los hombres:porque
«todo hombre singular, es una persona».
Para entender el concepto de persona hay que poner en él las tres cosas que
incluye en el orden del ser: subsistencia, racionalidad, singularidad existente.
Boecio, que seguía la teologia agustiniana, observó que esta definición era válida
para dar una cierta inteligencia del misterio de Jesucristo, en quien la persona
asume las dos naturalezas, pero ya no era tan apta para aplicarla al misterio de la
trinidad, en el cual una sola esencia se realiza en tres personas. El mismo
presentó otra pista de reflexión, en la cual la categoria de la relación sustituía a la
sustancia.
Sobre ese pasado cultural Tomás, como buen arquitecto, edifica su propia
posición en torno a la persona. Vale en este caso lo que él afirmaba en general:
que es siempre poco lo que un solo operador cultural puede añadir a la ciencia en
cuanto tarea común. Pero eso «poco» puede ser decisivo. Lo advertía Aristóteles
hablando del nous: es algo «muy pequeño» en comparación con todo cuanto hay
en el hombre, pero en realidad supera en valor a todo lo demás. Algo así ocurre
con Tomás, su pensamiento en todo a la persona ocupa poco espacio en su obra,
pero es muy importante. Tomás es un pensador muy inserto en la tradición, muy
respetuoso con los pensadores del pasado, amigo de todos los que buscan la
verdad. Una frase feliz de su gran Comentador Cayetano lo afirma con
rotundidad: Tanto amó a los que le precedieron que Dios le dió la inteligencia de
todos ellos.
Tomás nos situa frente al ente en la relación hacia el ser, y al ser en el punto de
partida de todos los procesos de emanación de los entes.
Ser persona implica una dignidad congénita, y una capacidad de dignidad que se
puede conquistar en la medida en que el ser desarrolla toda la potencia que
encierra en su naturaleza espiritual. Hoy conocemos la riqueza de posibilidades
del sujeto humano en su condición corporal, como desvelamos en los rostros,
pero ya desde antiguo ha sido descubierta la infinita variedad de desarrollo del
sujeto personal humano. La filosofia moderna de la subjetividad y de la conciencia
se han beneficiado de este filón cuyas profundidades nunca han sido agotadas.
Tomás reconoce el máximo nivel del ser en la persona, pero no se puede reducir
todo su sistema a la persona. En la persona logra el ser su dignidad más alta, en
ella se realiza un modo de ser, pero el ser como tal, al cual está abierta la
inteligencia, rebasa ese horizonte.
Tomás es el pensador del ser en todas sus dimensiones, entre las cuales está la
condición personal humana.
Hay tres campos en los que el concepto de persona, logrado por Tomás, tiene
que ser desarollado.El futuro del hombre, esta aventura del tercer milenio está
comprometido en esta aplicación. Los tres campos de preferencia son, a nivel
individual, el de la educación de la persona, a nivel social, el desarrollo de los
derechos de la persona, y a nivel trascendental el cultivo de las relaciones con
Dios. Tomás va por delante.
El desarrollo de esta tarea excede ya los límites de este ensayo. Por ahora basta
dejarlo insinuado. El desarrollo quédese para otra vez. Lo que Tomás realizó con
la herencia judeocristiana de la persona, debe ser actuado en el milenio recién
estrenado, por quienes lo toman como Doctor humanitatis. En esta marcha hacia
adelante y hacia arriba, desde las alturas del ser personal, abre camino ejemplar
el Papa Juan Pablo II, un gran estudioso de la persona, promotor del nuevo
humanismo cristiano. Su obra de pensador, y de pastor, abarca esos tres campos
indicados. Por ellos se puede desandar el camino extraviado, se devuelve a la
persona su dignidad y a la familia su misión promotora y forjadora del hombre.