Sea cual fuere el modo apostólico al que el cristiano se sienta llamado
y el modo en que lo lleve a cabo, la caridad ha de ir siempre por delante. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos”, había anunciado el Señor. Ser cristiano, más allá que pertenecer a un grupo, e incluso más allá que evitar el escándalo, consiste fundamentalmente en dedicarnos a Dios, sobre todo, con todo nuestro corazón, amándole sobre todas las cosas y poniéndole en el centro de nuestra vida. Y si hay algo que nos aparta de Dios, hemos de dejarlo atrás, hemos de deshacernos de ello. Aprendemos de la lectura de hoy que lejos de caer en la envidia o la vanagloria al ver que otros también profetizan, es nuestra obligación dar gracias a Dios por su ayuda para llevar el evangelio a todo el mundo. Es una tarea que no es nuestra, sino que la realizamos gracias a EL y por EL. Si todo dependiera de nosotros, si el Espíritu Santo no actuara en nosotros, poco hubiéramos hecho en estos dos mil años, y nos habríamos quedado en el pelagianismo, esa herejía de la que el papa Francisco habla en su ultima exhortación Gaudete et exultate (Alegraos y regocijaos) y en la que el hombre se cree capaz de todo sin contar con el Señor. La tarea cristiana es hacer personas más humanas y abiertas a los demás. Lo que importa es estar abierto a los demás. Unas veces para recibir ayuda y otras para aportar nuestra ayuda a quien la necesita. Dios esta siempre pendiente de nuestras necesidades y asi nosotros como cristianos, como seguidores de su Hijo, también debemos de estar en la misma disposición con los demás. Hay muchos no creyentes también implicados en esta tarea, aunque no sean seguidores de Jesus. No se lo impidamos ni los descalifiquemos. Como nos dice Jesus en el evangelio “quien no está contra nosotros está a favor nuestro”. Jesús quiere a todos, absolutamente a todos sin excepción. Y nos lo enseña para que nosotros también queramos a todos. Al igual que el corazón de Dios, que el corazón de Jesús, nuestro corazón tiene que estar lleno de amor, de perdón y de bondad para repartir a todo el mundo. Examinemos hoy si la influencia cristiana que ejercemos a nuestro alrededor es la que espera el Señor, si somos coherentes en nuestra vida cristiana, para no ser motivo de escándalo para los demás, y si esta misión nos parece difícil podemos inspirarnos en su Madre y pedirle su intersección ya que su corazón es inmenso. A María, no se la ve, pero se siente cuando uno está con ella. Asi para poder tener el corazón necesario para abrirnos a los demás como lo hace María, podemos fijarnos en sus ojos, su sonrisa, sus oídos y su olfato. A María con sus ojos, nada se le escapa, todo lo ve. María al mirarte consigue que tu corazón se llene de paz. Solo ella mira sin juzgar, comprendiendo la situación y diciéndote lo que nadie te sabe decir. Bajo su mirada tus problemas, tus miedos, tus inseguridades, tu egoísmo, tu vanagloria, todo pierde intensidad. Sus ojos transmiten esperanza. Cuando Maria te mira, es como si vieses tu corazón reflejado en sus ojos. Sabes que te conoce, que te asiste y que trata de llevar por ti tu dolor. Esa mirada de Maria te llena de paz y de los mejores deseos, te abre tu corazón a los demás. María con su sonrisa es como si te estuviera diciendo, no te preocupes, te entiendo, yo me hago cargo, te acompaño. María se da cuenta de tus problemas antes que tú, aunque siempre aparenta no saberlo. María te ayuda a reírte de ti mismo, siempre tiene una salida para ti cuando tu piensas que estas hundido. Aunque Maria haya llorado, su sonrisa lo cambia todo. María con sus oídos escucha hasta los susurros mas pequeños. A veces aun no has dicho nada, solo lo has pensado y ella ya lo ha oído perfectamente. María siempre escucha cuando alguien llama, Maria tiene oído de madre. Todo lo escucha y todo lo guarda en su corazón y por todo se interesa, sin embargo, a ella nunca se la escucha, nunca se hace notar, aun cuando camina junto a ti no la oyes. El olfato de Maria es inconmensurable. Su capacidad para detectar problemas y ofrecer soluciones es inmensa. María detecta siempre lo que necesitas, huele lo que te ocurre, lo que pasa por tu cabeza y por tu corazón y siempre te da la solución: la esperanza. Pidámosle a la Virgen, en su advocación del Rosario, que al igual que libró a los cristianos de los turcos en la batalla de Lepanto, nos ayude también a librarnos de nuestros egoísmos y de nuestro corazon de piedra y que como mediadora de todas las gracias nos colme con un corazón lleno de amor capaz de dar amor y de ver en los demás lo mejor de cada uno. Y que acreciente en nosotros la vocación a su Santo Rosario. Que así sea