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Trotsky: marxismo y sindicatos

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Juan Dal Maso

La cuestión de los sindicatos y su rol es de gran importancia en la política


argentina e internacional. En la tradición marxista ha sido un tema
abordado en profundidad. Si bien en las últimas décadas se han dado una
serie de cambios significativos que exceden ciertos aspectos del análisis
clásico, los fundamentos marxistas de la cuestión sindical siguen siendo
centrales para pensar el problema. En este artículo tomaremos
especialmente algunos puntos del recorrido de Trotsky sobre el tema, por
ser uno de los marxistas que siguió en mayor profundidad la evolución de
los sindicatos y su relación con el Estado, desde un punto de vista tanto
conceptual como estratégico.

Sindicatos y estrategia revolucionaria


La Internacional Comunista estableció en sus cuatro primeros congresos la premisa de que
los sindicatos eran un terreno de intervención fundamental para la militancia comunista.
Participar de los sindicatos era participar de la vida de la clase trabajadora, que estaba
agrupada en esas organizaciones. No agrupaban a la mayoría pero sí a una minoría
significativa y tenían una vida interna, social y política activa.

Esta política iba acompañada de un cuestionamiento de los límites de la organización


sindical, ya que la Revolución rusa había creado formas de organización más abarcativas
como los soviets o consejos, que unían la dimensión fabril con la territorial y los problemas
económicos con los políticos, en base a una organización de delegados que surgía de la
fábrica y se proyectaba a nivel de la ciudad, la provincia y el país.

En este marco estratégico, un primer capítulo de las elaboraciones de Trotsky sobre los
sindicatos y la cuestión sindical está relacionado con los debates sobre la construcción del
comunismo francés. En Francia, una importante fracción de la corriente sindicalista
revolucionaria había confluido en el PCF, pero sin romper del todo con su anterior posición.

El sindicalismo revolucionario había surgido como reacción al parlamentarismo reformista


y pasivo del socialismo francés, con las ideas de organización desde el lugar de trabajo, el
rechazo a la política reformista y la idea de la huelga general como "mito". Defendían una
perspectiva de lucha de clases, pero esta se limitaba a los reclamos económicos y no tenía
una estrategia de poder, ya que el “mito” de la huelga general era una imagen de una gran
batalla sin un plan de qué hacer después de ganarla. Su documento de referencia era la
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“Carta de Amiens” (1906) que reivindicaba la lucha por la emancipación integral de la clase
trabajadora mediante la expropiación de los capitalistas, pero afirmaba la independencia
de los sindicatos respecto de los partidos y rechazaba la lucha política. Luego de la guerra
se había dado una confluencia entre los herederos de esta corriente y el comunismo
francés, pero se mantenían algunas fricciones sobre el modo de abordar la relación entre
partido y sindicatos.

Para Trotsky, que interviene varias veces en estos debates entre 1923 y 1929, la ideología
del sindicalismo revolucionario francés de preguerra con su posición sobre la “minoría
activa” y su rechazo del reformismo representaba una especie de “teoría incompleta” del
partido revolucionario. Pero sostenía que la parte de verdad que expresaba la posición
sindicalista revolucionaria había sido incorporada en el comunismo francés y no se podía
retroceder a las posturas anteriores a la guerra y la Revolución rusa. En este sentido, frente
a los sindicalistas que hablaban de la independencia o autonomía sindical, Trotsky
señalaba que para que los sindicatos fueran verdaderamente independientes frente al
Estado, tenían que ser orientados por una estrategia de poder obrero, es decir, establecer
un lazo estrecho con el Partido Comunista. Los militantes comunistas buscarían ganar
influencia siendo los mejores militantes del sindicato, promoviendo la política del partido
en las bases y peleando por ella en las instancias de decisión democrática de la
organización sindical. A su vez insistía en que de los sindicatos no podía surgir un partido
político, con la excepción del laborismo en Inglaterra.

En este primer capítulo del debate, quedan planteados entonces algunos elementos
conceptuales y estratégicos sobre los que Trotsky siguió trabajando en sus elaboraciones
teóricas y políticas hasta 1940:
• La importancia de los sindicatos como organizaciones de masas, pero la necesidad de
desarrollar otras instancias de organización más abarcativas.
• La imposibilidad del sindicato de reemplazar al partido revolucionario. Relacionada con
esta cuestión, Trotsky señalaba la improbabilidad de que los sindicatos dieran lugar a un
partido de clase como definición más general. Veremos que esta última afirmación sufrió
ciertas modificaciones.
• La necesidad de que el sindicato adopte una perspectiva de poder obrero para no asumir
una posición conciliadora con el Estado.

Durante el período de entreguerras se dieron una serie de cambios en las relaciones entre
los partidos obreros, los sindicatos y el Estado, ligadas a los procesos de lucha de clases
frente a los cuales se reconfiguraron las formas del poder estatal. Estos fenómenos fueron
conceptualizados por Gramsci con su categoría de “Estado integral”. El Estado subordina
los sindicatos y partidos obreros como forma de canalizar el movimiento de masas
surgido de la guerra y la Revolución rusa. Esta circunstancia incide en un recrudecimiento
de la burocratización de las organizaciones sindicales. Pero también la crisis económica y
el crecimiento del fascismo en Europa empujan a los sindicatos a asumir programas
económicos y planteos políticos.

El “plan de la CGT” y el problema del poder


En la primera mitad de los años ‘30, ante el desempleo de masas y el ascenso del fascismo
en Alemania y Austria, la socialdemocracia ensaya una respuesta con un programa de
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reformas para impulsar el empleo y la conquista de ciertos derechos sociales, sin expropiar
el capitalismo, pero con una retórica de planificación que se pretendía socialista. El “Plan
De Man” (por Henri De Man, dirigente de la socialdemocracia belga) se hizo público en
1933 en Bélgica y en 1934 la CGT francesa siguió sus pasos. Ambos planes incluían la
nacionalización de la banca (o formulaciones ambiguas cercanas a esta consigna) y las
industrias estratégicas y la promoción del empleo.

Esta política, bautizada por De Man como “planismo”, fue adoptada en otros países como
Suecia y Noruega durante los años de la Gran Depresión y por el gobierno laborista del
Reino Unido después de la Segunda Guerra Mundial. Surgía entonces un cambio en la
histórica ubicación de los sindicatos reformistas que siempre habían realizado una
división tajante entre demandas sindicales y programas políticos (salvo formulaciones
generales). Las grandes centrales sindicales europeas aparecían como actores políticos,
intentando crear una solución de compromiso con el capitalismo, que en Estados Unidos
había llevado adelante F. D. Roosevelt con el New Deal, pero en Europa la burguesía no
estaba en condiciones de promover. Frente a este cambio de ubicación de los sindicatos
(orientados por corrientes reformistas), Trotsky intervino señalando la necesidad de ligar
las medidas económicas puntuales con un método de lucha de clases y una estrategia de
poder.

Muchas de estas cuestiones están bien sintetizadas en un discurso pronunciado en el


Comité Confederal Nacional (CCN) de la CGT entre el 18 y el 19 de marzo de 1935 por
Alexis Bardin, delegado del Sindicato Departamental de Isere, integrante de la CGT. Según
la investigación de Pierre Broué, este discurso fue escrito por Trotsky, en ese momento
exiliado en el sur de Francia. Mientras el “plan” de la CGT hablaba de la “renovación de la
economía nacional” o la “reorganización económica de la sociedad”, Bardin sostenía en su
discurso que la CGT debía luchar por el socialismo y que el plan tenía que ser un “plan de
medidas para la transición del capitalismo al socialismo”, incluyendo un claro
planteamiento sobre la nacionalización de la banca y las industrias estratégicas sin
indemnizaciones a las patronales y la conquista del poder de la clase obrera mediante la
lucha de clases.

Todas estas demandas podían y debían ser inscriptas en la bandera de la organización


sindical, que de lo contrario se transformaría en un organismo auxiliar del Estado. Esta
posición de Trotsky implicaba una ampliación de los alcances políticos potenciales de la
organización sindical, si la comparamos con sus elaboraciones del período anterior, más
centradas en señalar sus límites contra posiciones sindicalistas apolíticas. La crisis del
capitalismo, la agudización de la lucha de clases, la intervención activa del Estado en la
economía, las formas nuevas que asumía el poder estatal en relación con las
organizaciones de masas, todos estos elementos reconfiguraban la situación de los
sindicatos y por ende las luchas políticas sobre su papel en la vida de la clase obrera, así
como las presiones del Estado para su integración y subordinación.

EE. UU.: clase obrera, sindicato y partido


De 1933 a 1938 se dio un ascenso de las luchas obreras en Estados Unidos. Textiles,
metalúrgicos, camioneros, portuarios, entre otros, protagonizaron grandes huelgas,
ocupaciones de fábricas y piquetes, imponiendo el reconocimiento de derechos por parte
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del Estado. Al calor de ese proceso se conformó el CIO (sigla en inglés del Comité de
Organización Industrical, luego Congreso de Organización Industrial), en ese momento una
alternativa de organización democrática frente a la burocratizada American Federation of
Labour. En 1938, el CIO contaba con 3.700.000 afiliados mientras la AFL con 3.400.000. El
movimiento era pujante y el gobierno buscaba establecer un control no a a través de la
represión sino de la negociación. “El presidente Roosevelt quiere que te afilies” era uno de
los sloganes de la campaña de afiliación del CIO. La tradición socialista y comunista en
Estados Unidos era más débil que la tradición de lucha combativa, pero con este ascenso
de luchas ganaba lugar el debate sobre la organización política de la clase obrera.

La discusión sobre un posible “partido obrero” o “partido laborista” se venía dando en EE.
UU. desde comienzos de los años ‘30. El movimiento obrero norteamericano era muy
combativo en sus acciones pero políticamente no tenía una identidad socialista. De ahí
que la discusión sobre un posible partido surgido del movimiento sindical significara, en
perspectiva de Trotsky, un paso adelante en relación con su nivel de organización política
previo. Desde esta óptica, Trotsky y los trotskistas norteamericanos promovieron el debate
sobre la conformación de un Partido de Trabajadores, luchando a su vez en las instancias
de discusión democrática sobre la necesidad de que ese partido sostuviera un programa
de revolución social y no de reformas dentro del capitalismo. Si bien para Trotsky era una
situación singular (la historia no había sido pródiga en partidos surgidos de sindicatos o
movimientos sindicales), este posicionamiento planteaba nuevamente un cuestionamiento
a la división entre luchas económicas y políticas característica de las distintas variantes
sindicalistas, especialmente de aquellas burocráticas que en EE. UU. distribuían sus
actividades entre el corporativismo sindical y el apoyo político al partido demócrata. Si bien
era una situación particular, es decir, no implicaba una generalización de la consigna de
“partido de trabajadores basado en sindicatos” utilizada un poco abusivamente por ciertas
corrientes trotskistas en las décadeas posteriores, este posicionamiento de Trotsky era la
respuesta a una realidad híbrida que había dejado largamente por detrás las posiciones
“sindicalistas puras” que pretendían separar sindicatos y política (subordinando los
sindicatos a la política del Estado). También implicaba una modificación parcial de la
posición temprana de Trotsky sobre la imposibilidad de crear un partido de clase a partir
de la organización sindical.

El programa de transición y la cuestión de los sindicatos


Muchos de estos temas que tratamos anteriormente están sintetizados en el Programa de
Transición, elaborado por Trotsky y aprobado por la conferencia de fundación de la IV
Internacional en 1938. El Programa destacaba la importancia del trabajo de los marxistas
en los sindicatos de masas y a su vez los límites que se planteaban a la organización
sindical y sus contradicciones internas. Señalaba que los sindicatos, "por sus objetivos, su
composición y el carácter de su reclutamiento, no pueden tener un programa
revolucionario acabado; por eso no pueden sustituir al partido", y que aún los más masivos
"no abarcan más del 20 al 25 de la clase obrera y por otra parte, sus capas más calificadas
y mejor pagadas". Por eso, Trotsky sostenía la necesidad de desarrollar en los momentos
de auge de la lucha de masas organizaciones como "los comités de huelga, los comités de
fábrica y, en fin, los soviets" (consejos). Por último, señalaba que por ser organizaciones de

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las “capas superiores del proletariado”, los sindicatos, en especial sus burocracias,
desarrollaban tendencias conciliadoras con el Estado burgués, incluso llegando a ser
ministros, como los anarquistas en la guerra civil española.

Estas limitaciones y contradicciones de los sindicatos planteaban la necesidad de


desarrollar comités de fábrica y consejos, que agruparan al conjunto de los explotados y a
su vez una lucha contra las direcciones burocráticas en proceso creciente de integración al
Estado, como veremos a continuación.

América Latina: contra la estatización y por la independencia del


movimiento obrero
Los preparativos hacia la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos y Europa, el ascenso
del fascismo en Alemania y Austria, los procesos del llamado “Frente Popular” en Francia y
España, la consolidación del régimen totalitario del stalinismo en la URSS, la consolidación
de fuertes movimientos obreros en América Latina, tienen en común un proceso de
reconfiguración de las formas estatales que se venía dando en Europa: la integración de
las organizaciones sindicales en el Estado, como forma de regimentar la lucha de clases y
el movimiento obrero.

El caso de México resultaba paradigmático de la estatización sindical. El gobierno de


Cárdenas tenía enfrentamientos serios con el imperialismo británico (había expropiado el
petróleo y los ferrocarriles) y para ello se apoyaba en el movimiento obrero, que a través de
los sindicatos se integraba en el directorio de las empresas nacionalizadas. Trotsky veía
este proceso en su singularidad pero a su vez lo inscribía en una tendencia general de
estatización de los sindicatos que iba desde los países fascistas (donde habían sido
reemplazados por corporaciones obrero-patronales) a los “democráticos” (donde estaban
subordinados de hecho y mediante la legislación), pasando por la URSS (donde la
burocracia mantenía un control totalitario). Trotsky veía diferencias y matices en cada uno
de estos procesos, pero la causa común era que “el capitalismo en su declinación no
puede tolerar sindicatos independientes. Si los sindicatos son demasiado independientes,
los capitalistas empujan a los fascistas a destruirlos o buscan espantar a sus dirigentes
con la amenaza fascista para encarrilarlos”.

En este contexto, para Trotsky la tarea principal de los revolucionarios en los sindicatos
era luchar por la democracia obrera y por la independencia respecto del Estado. Esta era a
su vez una forma de plantear la independencia del movimiento obrero respecto del
movimiento nacionalista de Cárdenas, sin asumir una posición sectaria pero disputando la
hegemonía de la clase trabajadora respecto del campesinado comptiendo con la
“burguesía nacional”.

La época imperialista y el fin del apoliticismo sindical


En uno de sus últimos escritos, titulado “Los sindicatos en la época de decadencia
imperialista”, Trotsky generalizó las conclusiones que fue sacando previamente sobre la
cuestión sindical, especialmente en los últimos años, con centro en el tema de la
estatización. Trazaba una perspectiva histórica de largo alcance señalando que los
“sindicatos libres” o “apolíticos” correspondían a una época de libre competencia

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económica y parlamentarismo en los marcos de una democracia burguesa liberal. Por el
contrario, en la época imperialista, caracterizada por las crisis, guerras y revoluciones y el
surgimiento de regímenes políticos autoritarios, bonapartistas y totalitarios, la burguesía
buscaba subordinar cada vez a la clase trabajadora mediante la burocratización de sus
organizaciones y su integración en el Estado. En este análisis, la imposibilidad de sostener
la democracia burguesa liberal iba de la mano con la de sostener sindicatos democráticos
independientes del Estado, salvo que estos defendieran una perspectiva abiertamente
revolucionaria, buscando superar el límite de las luchas económico-corporativas. Su
mirada estaba teñida del contexto configurado por el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

En los años de la segunda posguerra, la reconstrucción económica de Europa mediante el


Plan Marshall y el acuerdo entre la burocracia stalinista y los poderes imperiales
garantizaron una democracia burguesa estable en un contexto de crecimiento económico
por algunas décadas en el viejo continente. Pero más allá de cómo evolucionaron los
regímenes políticos, la estatización sindical no cambió. Con regímenes democrático-
burgueses estables, bonapartismos de izquierda o de derecha, Estados obreros
burocratizados, en todos los casos la estatización de los sindicatos se mantuvo durante
todo el siglo XX, desarrollando burocracias con un discurso reformista de negociar alguna
mejoras a cambio de subordinar la lucha de clases al orden estatal.

Los años del llamado neoliberalismo implicaron a su vez nuevos cambios en esa relación
entre Estado y sindicatos, sobre todo en países como Argentina donde una parte muy
importante de la burocracia sindical se hizo directamente empresaria. Sin embargo, estos
cambios no desmienten los fundamental de los análisis y líneas de acción trazadas por
Trotsky, que siguen siendo una brújula para pensar qué tiene que hacer la izquierda en los
sindicatos: la lucha por la independencia respecto del Estado, por la democracia sindical y
por la unidad de la clase trabajadora, creando organizaciones de democracia directa que
trasciendan los límites de la organización sindical, como parte de una estrategia de poder
de la clase trabajadora.

Juan Dal Maso


juandalmaso@gmail.com
Nacido en Bs. As. en 1977, vive en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén. Integrante del
Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997, es autor de los libros El marxismo de
Gramsci. Notas de lectura sobre los Cuadernos de la cárcel (Ed.IPS, 2016) y Hegemonía y
lucha de clases. Tres ensayos sobre Trotsky, Gramsci y el marxismo (Ed. IPS, 2018), así
como de diversos artículos sobre problemas de teoría marxista.

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