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ESCUELA : DERECHO
CICLO ACADÉMICO : II
CAÑETE – PERU
2017
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ASOCIACION, FUNDACION Y COMITÉ
CURSO DERECHO DE PERSONA
DR. PERCY EDWIN GARCIA PAREDES
1. FIN DE LA PERSONA
Así como la persona humana es tal desde su nacimiento, ella se extingue con la muerte. Más
que ante una prescripción, en Este caso parecería que estuviéramos ante la descripción de un
hecho natural. En este sentido, el Código Civil de 1984, que brinda un tratamiento más
específico a la materia, mejora el texto de su antecesor que decía (artículo 6) que "La muerte
pone fin a la personalidad", con una afirmación que tiene diversos referentes similares en el
Derecho comparado.
Así, por ejemplo, el artículo 10 del Código Civil brasileño dispone que "La existencia de la
persona natural termina con la muerte". A su vez, el artículo 103 del Código Civil argentino
establece en su artículo 103 que "termina la existencia de las persa. nas por muerte natural de
ellas".
Sobre la cuestión del "derecho a morir", véase Frosini (1997: 147 y ss.). Para un acucioso
análisis desde una perspectiva católica v. Roger Rodríguez Iturri (1997). También desde una
interesante óptica religiosa, aunque más bien favorable a la eutanasia, v. Kung y Jens (1997).
Asimismo, debe reconocerse el cuidado del legislador que ha preferido no entrar a definir un
concepto eminentemente técnico como la muerte, que más pertenece al ámbito de la medicina.
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La cuestión ha quedado librada al progreso científico y tecnológico, como lo ha resaltado
Arias- Schreiber (1991: 67), aunque ciertamente no puede dejarse de mencionar que la muerte
también es un concepto cultural. Si bien ningún ser vivo puede escapar a ella, solo el hombre
la ha convertido en un tema de reflexión permanente, de carácter existencial, en el que
confluyen la preocupación por la esencia y trascendencia de la vida humana, y el eterno
conflicto entre el ser y el no ser.
RECONOCIMIENTO DE EXISTENCIA
Comentario.- Arturo es Ingeniero Civil, casado, dos hijos y empleo en una empresa
constructora. Como todos los días se levantó al alba, para tener tiempo de llevar a sus hijos a
la escuela y, de allí, partir rumbo al trabajo. Efectivamente, luego de dejar a los niños en su
centro de estudios y despedirse de ellos, toma su auto y emprende la marcha por una de las
vías menos congestionadas de la carretera. Su familia lo espera de vuelta como siempre a las
ocho de la noche para la cena; pero él no regresó más.
Lo que pareciera ser un simple hecho de la vida real, sin más importancia colectiva que la
reservada a los miembros del entorno familiar de la persona de que se trate; constituye un
hecho de tal relevancia, que el Derecho hace derivar a partir de aquél, una serie de
consecuencias jurídicas orientadas a la protección de todo cuanto importe un interés al
desaparecido.
Cuando una persona ha desaparecido, no existe seguridad alguna en cuanto a si estará con
vida
"Toda idea acerca de la muerte humana presupone una determinada concepción filosófica acerca
del yo, del mundo y de la vida.
Pues no hay tema que dirija de modo tan profundo el curso del pensamiento como aquel que
relaciona el tránsito entre el ser y el no ser es precisamente en ella donde se representa el
dramático conflicto entre el yo, que tiende a perpetuarse, y lo desconocido, que lo envuelve, lo
absorbe y lo subyuga" (Smith, 1979: 932).
Vida y muerte parecen oponerse, mas ambas terminan formando una unidad. Si nacemos para
morir, estamos hablando de un mismo proceso, de dos términos que a la vez que se oponen se
complementan, que a la par que se excluyen se exigen, independientemente de nuestras
Aunque el artículo 61 no lo dice, se entiende que se refiere a la muerte natural, que es la única
causa por la que se extingue de modo absoluto la personalidad jurídica de la persona natural Una
opinión crítica sobre el concepto de muerte en nuestra legislación para el transplante de órganos,
expone en un artículo Vargas Prada (1997: 64).
Como afirma León Barandiarán (1980: 91), a propósito del código anterior, no necesita decir la
ley que se trata de la muerte llamada física o natural, desde que no puede haber otro hecho que
ponga fin a la personalidad de un modo absoluto, como . sucedía con la llamada "muerte civil"
que otrora existía.
La antigua figura de la "muerte civil" existió en algunos países hasta mediados del siglo XIX -
recuerda Borda-, por la que los condenados por ciertos delitos graves a deportación eran
reputados, a manera de condena condicional, como civilmente muertos, siendo de recordar las
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duras frases que pronunciaba el juez, en el Derecho germánico, al condenar a una persona por
esta pena: "Tú quedarás fuera del derecho. Viuda es tu mujer; sin padre tus hijos. Tu cuerpo y tus
carnes son consagrados a las fieras de los bosques, a los pájaros del aire, a los peces de las aguas.
Los cuatro caminos del mundo se abren ante ti para que vayas errante por ellos; donde todos
tienen paz, tú no lo tendrás" (Borda, 1989: 153-154).
También sin necesidad de que la norma lo precise, se entiende que se refiere tanto a la muerte
plenamente comprobada como a la muerte presunta, tema sobre el que especialmente se han
ocupado en diversos artículos Jack Bigio Chrem (1988:59) y Juan Chávez Marmanillo (1994:
43).
Sin embargo, es importante observar que el Código no dice nada respecto al deceso del
concebido. Así como la muerte pone fin a la vida de la persona, ella también pone fin a la vida
del embrión, aun cuando en dicho caso estemos ante cualquier tipo de aborto. De allí que, a fin
de evitar interpretaciones antojadizas que puedan buscar facilitar la indebida manipulación de
embriones o la clonación terapéutica, es conveniente precisar que la muerte, en general, pone fin
al ser humano. En ese sentido, es acertada la idea de la Comisión de Reforma de Códigos
designada en su oportunidad por el Congreso de la República, que plantea la sustitución del
término "persona" por el de "ser humano" a fin de no excluir al concebido.
Por el solo hecho de la muerte, los derechos y obligaciones transmisibles del fallecido pasan a
sus sucesores, fenece la sociedad de gananciales y se disuelve el matrimonio, se acaba la patria
potestad, se extinguen las obligaciones personalísimas, se debe proceder a la apertura de la
sucesión y se archivan definitivamente los juicios por responsabilidad penal, entre otros efectos.
Sin embargo, así como se extinguen la mayor parte de derechos de la persona, hay otros cuya
efectivización se activará con dicho hecho jurídico, que se ejercen post mórtem como el
cumplimiento de las últimas voluntades del de cujus, la exigencia del pago de la obligación
principal del contrato de seguro de vida y los derechos vinculados a la sepultura, por mencionar
algunos.
Un asunto por analizar aquí son las disposiciones efectuadas en vida por los extropianos, quienes
representan una corriente en Estados Unidos que, creyendo en las posibilidades de la ciencia,
dejan expresado su deseo de que, una vez muertos, se conserven sus cerebros a la espera de una
futura reanimación cuando la tecnología lo permita. Aunque no se refiere en especial a este grupo,
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Frosini (1997: 158) estima que la persona puede declarar en vida su intención de ser hibernado
en espera de la resurrección.
Otros derechos, más bien, se mantienen no obstante la muerte, como el derecho a la imagen y la
voz que solo se pueden disponer con autorización de los sucesores, o el derecho a la intimidad o
el derecho al honor. En tal virtud, si bien los sucesores pueden tener legítimos intereses y
facultades generadas vinculadas a dichos derechos, ello no significa que se les transfieran
plenamente en su favor, lo que es independiente de las facultades que se les otorgue para su
ejercicio. Tal es así, que incluso los actos de éstos que afecten, por ejemplo, la imagen del
fallecido, pueden ser impugnados.
Estas consideraciones deben tenerse presente sin perjuicio de la cierta continuidad de la persona
a través de sus obras o bienes, sea a través de un testamento o de una fundación (Fernández
Sessarego, 1988: 164). En ese sentido, coincidimos con Carlos Rogel Vide (1998: 38) cuando
habla de una personalidad pretérita que trasciende a la persona.
La muerte, como hecho biológico (v. Morales, 1997: 26 y ss.), constituye un proceso que tiene
por fases la muerte relativa o aparente (las funciones superiores se suspenden por breve tiempo,
sin que ello sea necesariamente irreversible), la muerte intermedia (cuando la paralización de
dichas funciones es irreversible, aun si se mantienen algunas funciones biológicas mínimas) y la
muerte absoluta (que implica el cese definitivo de toda actividad biológica, incluyendo la vida
celular).
La muerte intermedia, llamada también muerte clínica, es el momento en que se producen los
efectos legales de dicho hecho jurídico. En esta fase dejan de funcionar, en forma irrecuperable,
las tres funciones superiores de la persona correspondientes a los sistemas respiratorio,
cardiovascular y nervioso.
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En la doctrina nacional, observa Espinoza Espinoza que debe distinguirse el concepto de muerte
clínica o encefálica respecto a la denominada "muerte cortical", la que se da cuando es
irrecuperable la actividad cerebral superior (vinculada a la vida intelectual y sensitiva, a la vida
de relación), pero se conservan las funciones respiratoria y circulatoria; este funcionamiento de
las funciones vegetativas es incompatible con la noción de muerte, como dice José Tobías, citado
por Espinoza (1990: 228).
En un interesante estudio, Morales Godo (1997: 32) observa que el tema de los transplantes de
órganos ha llevado a la necesidad de precisar precozmente el momento de la muerte, teniendo en
cuenta que la única función actualmente irreversible es la del cerebro y la necesidad de un
diagnóstico rápido para poder proceder a un transplante, aun cuando la persona todavía respire y
lata su corazón artificialmente. Este concepto más refinado -agrega el referido profesor peruano-
es el que corresponde a la muerte cerebral. En España, en forma similar al Perú, el Código Civil
no se refiere el momento exacto de la muerte, pero se considera más fiable el concepto de muerte
cerebral, requerido para el transplante de órganos por el Real Decreto 426/ 1980, de 22 de febrero
(Rogel Vide, Carlos, 1998: 36-37).
Para una mejor precisión de términos, el jurista brasileño Limongi Franca (1995: 254-255)
distingue los siguientes cuatro conceptos:
Muerte encefálica: la del Cerebro como un todo, que sobreviene con la cesación del
dinamismo del tronco cerebral.
Muerte cerebral: la de todo el cuerpo, que sobreviene desde la cesación del dinamismo
del Tronco pero también del Córtex
Muerte clínica: Cuando cesan todas las actividades, no solo cerebrales sino también
respiratorias y cardiovasculares no obstante la persistencia de alguna vida residual en las
llamadas funciones vegetativas.
Muerte definitiva: A partir del momento de la desintegración final de los residuos
vegetativos.
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En nuestro ordenamiento positivo, el Código Sanitario definió la muerte haciéndola equivalente
a la muerte clínica (D.L. N° 17505, del 18.03.1969), como sigue: "Artículo 36.- La muerte se
produce por la cesación de los grandes sistemas funcionales, considerando que el fin de la vida,
productora de consecuencias jurídicas, no corresponde a la verdad biológica". Más adelante, el
artículo 41 prescribió que para efectos del injerto o transplante de un órgano vital "...se considera
muerte al paro irreversible, de la función cerebral, confirmado por el electroencefalograma u otro
método científico más moderno empleado en el momento de la declaración".
"La muerte cerebral de una persona es la cesación definitiva e irreversible de la función cerebral
la misma que tiene traducción clínica y electroencefalográfica.
La muerte cerebral corresponde a la muerte legal de una persona, de conformidad con lo dispuesto
en el artículo 61 del Código Civil".
No puede dejar de mencionarse como cuestión esencial la debida verificación de la muerte pues
por ejemplo, aun cuando el electroencefalograma no registre actividad alguna, ello no implica
necesariamente que la persona haya fallecido. En todo caso, se trata aquí de una cuestión técnica,
supeditada al conocimiento médico.
Finalmente, es de mencionar que la Ley General de Salud, Ley NQ 26842 (09.07.97), dispone lo
siguiente:
"Artículo 108.- La muerte pone fin a la persona. Se considera ausencia de vida al cese definitivo
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de la actividad cerebral, independientemente de que algunos de sus órganos o tejidos mantengan
actividad biológica y puedan ser usados con fines de transplante, injerto o cultivo.
El diagnóstico fundado de cese definitivo de la actividad cerebral verifica la muerte. Cuando no
es posible establecer tal diagnóstico, la constatación de paro cardiorespiratorio irreversible
confirma la muerte.
Ninguno de estos criterios que demuestra por diagnóstico o corroboran por constatación la muerte
del individuo, podrán figurar como causas de la misma en los documentos que la certifiquen".
La regulación de esta figura en nuestro Código Civil tiene por finalidad solucionar situaciones
inciertas respecto de la vida o fallecimiento de una persona que no se encuentra presente, o mejor
dicho, se halla desaparecida, del lugar de su domicilio durante un tiempo prolongado. Es decir,
tiene por objeto tutelar el interés de la persona desaparecida; el interés de los terceros,
principalmente de aquellos que tengan derechos eventuales en la sucesión del desaparecido; y, el
interés general de la sociedad de que no haya bienes y derechos abandonados (ALESSANDRI).
Así, para que pueda operar la presunción de muerte, se requiere el cumplimiento de determinados
requisitos: (i) que la persona se encuentre fuera del lugar de su domicilio y que no se tengan
noticias de ella; (ii) que el lapso de ausencia se ajuste a los plazos establecidos en los incisos 1 o
2 del artículo 63, o que, existiendo certeza de la muerte, el cadáver o haya podido ser encontrado
o reconocido; (iii) que haya una resolución que declare la muerte presunta. .
Articulo 63
Procede la declaración de muerte presunta, sin que sea indispensable la de ausencia, a solicitud
de cualquier interesado o del Ministerio Público en los siguientes casos:
1.- Cuando hayan transcurrido diez años desde las últimas noticias del desaparecido o cinco si
éste tuviere más de ochenta años de edad.
2.- Cuando hayan transcurrido dos años si la desaparición se produjo en circunstancias
constitutivas de peligro de muerte. El plazo corre a partir de la cesación del evento peligroso.
3.- Cuando exista certeza de la muerte, sin que el cadáver sea encontrado o reconocido.
En todos estos supuestos, la declaración de muerte presunta, como ya hemos señalado se declara
judicialmente, sin que para ello se requiera previamente haber solicitado la declaración de
ausencia del desaparecido.
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Finalmente, conviene hacer referencia a los efectos jurídicos que produce la declaración de
muerte presunta. En la esfera patrimonial cesan las relaciones jurídicas que se extinguirían por la
muerte, puesto que la muerte presunta, tiene como efecto principal, ponerle fin a la persona. Entre
éstas, se encuentra el matrimonio, contratos, obligaciones alimentarias, cesan los efectos de la
declaración judicial de ausencia si la hubiera, se abre la sucesión del muerto presunto a favor de
sus herederos, etc o no; en la duda la ley provee a que sus intereses no se vean perjudicados. La
desaparición -escribe Barassi- afecta no solo los intereses privados, sino también al Estado: no se
protege únicamente un interés del desaparecido o de sus posibles herederos, sino a la vez un
interés social. Ello se explica porque, no existiendo una persona que lo administre, el patrimonio
deviene improductivo y, por ende, económicamente inútil, lo cual fuerza a la ley -contraria al
hecho socialmente dañoso de que los factores de la producción permanezcan mucho tiempo
inactivos- a intervenir en el estado de cosas producido por la desaparición.
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Puede acontecer, sin embargo, y siempre en el ejemplo anterior, que un día Arturo reaparezca:
¿Qué mecanismo habrá dispuesto el Derecho ante tal eventualidad? ¿Qué consecuencias jurídicas
se derivarán de aquella "reaparición"?
El Derecho, atento siempre a cuanta vicisitud acontezca en los actos humanos, ha ideado una
figura por medio de la cual, quien fue declarado presuntamente muerto en virtud al tiempo
transcurrido desde su desaparición o a circunstancias que hicieron presumir, efectivamente, su
muerte-, pueda hacer cesar los efectos producidos por la declaración de fallecimiento. Esta figura
recibe el nombre de Reconocimiento de Existencia, encontrándose regulado en el Código Civil,
entre los artículos 67 a 69; cuyo alcance normativo oscila entre la determinación de la vía procesal
para lIevarla a cabo, efectos sobre el nuevo matrimonio de su cónyuge y respecto a sus bienes.
El artículo 67 contempla lo concerniente a las personas que podrán intentar el reconocimiento, la
vía procesal para lIevarla a cabo, así como las personas a ser citadas en el proceso
correspondiente.
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