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LA COSA JUZGADA, LA PRECLUSIÓN, LA INMUTABILIDAD DE LA

SENTENCIA Y LA SEGURIDAD JURÍDICA


Jorge María Luzuriaga Chiappe
Abogado

Res iudicata pro veritate habetur


(La cosa juzgada se tiene por verdadera).
Es un principio general del derecho procedente de
una regula iuris del derecho romano. Tiene su
origen en el jurista Ulpianus libro primo ad legem
Iuliam et Papiam, y recogida en el Digesto de
Justiniano 1, 5, 25, en los siguientes términos
Ingenuum accipere debemus etiam eum, de quo
sententia lata est, quamvis fuerit libertinus: quia res
iudicata pro veritate accipitur.

RESUMEN.

El artículo trata de lo que se entiende por cosa juzgada, particularmente en


relación con las sentencias que ponen fin a la controversia que debe ser resuelta
mediante el proceso; se ocupa también del efecto primordial de la sentencia
pasada en autoridad de cosa juzgada, que es su inmutabilidad, y de sus
excepciones, así como de la preclusión como instituto necesario para llevar
adelante un proceso hasta su conclusión y, finalmente de la seguridad jurídica,
que se alcanza a través de la predictibilidad de las sentencias y de la estabilidad
de la legislación.

ABSTRACT.

The article deals with what is meant by res judicata, particularly in relation to the
sentences that put an end to the controversy that must be resolved through the
process; it also deals with the primordial effect of the sentence passed in the
authority of res judicata, which is its immutability, and its exceptions, as well as
the preclusion as an institute necessary to carry out a process until its conclusion

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and, finally, legal certainty, that is achieved through the predictability of
sentences and the stability of legislation.

1.- INTRODUCCIÓN.

El proceso judicial, una vez iniciado, tiene por necesidad lógica que tener un fin,
acabar definitivamente en algún momento por sentencia firme, que es la que ha
adquirido la calidad de cosa juzgada (firmeza) porque a) ha quedado consentida,
o b) se han agotado los medios impugnativos para reformarla o anularla, sin éxito.
Esto es lo que se conoce en doctrina y jurisprudencialmente como “cosa juzgada
formal”; luego veremos su diferencia con la llamada “cosa juzgada material”, que
es la misma resolución vista, desde un aspecto positivo y negativo, como
inmutable.

Para que esto se produzca, es decir para llegar a la etapa resolutoria donde el juez
dicta la sentencia que, finalmente, adquirirá la condición de cosa juzgada por
causa de la ocurrencia de uno de los dos supuestos que acabamos de ver, es
necesario que dentro del proceso mismo funcionen dos institutos: la preclusión,
que hace avanzar el proceso hacia su final mediante el agotamiento de etapas
sucesivas e irrevisables, y la cosa juzgada de las resoluciones dictadas dentro del
proceso, que finalmente hacen tránsito a la sentencia que le pone fin al mismo
una vez que ésta pasa, también, en autoridad de cosa juzgada.

Aunque van de la mano, ambos institutos son diferenciables en la medida que la


preclusión permite que una etapa procesal concluya definitivamente y se pase a
la siguiente y para esto es necesario que la resolución interlocutoria que abre el
camino a la etapa siguiente pase en autoridad de cosa juzgada, esto es que quede
firme, ya sea porque -como dijimos al inicio- o ha quedado consentida o no existe
otro recurso impugnativo que agotar.

Entonces, antes de entrar de lleno a lo que significa la cosa juzgada y a sus efectos,
es necesario detenernos a revisar algunas nociones relativas a la preclusión.

2.- LA PRECLUSIÓN.

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La preclusión es uno de los principios que rigen el proceso considerado como un
mecanismo articulado con el fin de resolver una controversia con relevancia
jurídica por medio del sistema de justicia de un estado, y consiste en el hecho que
las diversas etapas del proceso se desarrollan en forma sucesiva, mediante la
clausura definitiva de cada una de ellas para dar paso a la siguiente; el
fundamento de la preclusión se encuentra en el orden consecutivo del proceso,
es decir, en la especial disposición (sucesión) en que se desarrollan los actos
procesales desde la etapa inicial hasta la etapa final.

Como ya señalamos, el proceso judicial avanza por etapas mediante la clausura y


extinción de cada una de ellas, lo que significa que una vez concluida una etapa
se pasa a la siguiente y así sucesivamente hasta que se llega a la etapa de
resolución del conflicto; en ese decurso del proceso, la etapa que concluye
(precluye) da lugar a la etapa que le sucede.

Sin el instituto de la preclusión sería imposible avanzar en el proceso, pues los


litigantes, alegando alguna vulneración de su derecho (y hasta el mismo juez en
ciertas circunstancias), podrían hacer retroceder el proceso a un estado anterior
mediante articulaciones variadas, particularmente de nulidad. La preclusión, al
tornar cada etapa concluida en irrevisable, impide el regreso a momentos
procesales ya consumados, permitiendo que el proceso avance hasta su
finalización.

Como vimos, para avanzar por etapas es necesario la preclusión y para dar por
concluida una etapa (precluida) y pasar a la siguiente debe haber una provisión
legal que así lo indique o tiene que dictarse la resolución correspondiente, que
tiene que pasar en autoridad de cosa juzgada; un ejemplo nos ayudará a verlo
con más claridad: la etapa inicial del proceso es la llamada etapa postulatoria, que
se inicia con la demanda y concluye con la contestación de la misma; esta primera
etapa del proceso concluye como tal por mandato de la ley procesal, sin
necesidad de una declaración judicial; luego el proceso debe pasar a la etapa
siguiente, la de saneamiento procesal, en la que el juez sí debe decidir, mediante
un autor interlocutorio, si existe o no una relación jurídica procesal válida. En
nuestro código procesal civil esta está en el artículo 465. De haber excepciones
éstas tienen que ser resueltas previamente en el respectivo cuaderno, y si son

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infundadas puede el juez sanear el proceso (en caso contrario procede en las
formas previstas en el artículo 451 del CPC).

Pues bien, para pasar a la etapa donde corresponde hacer el saneamiento


probatorio y, posteriormente, definir la controversia mediante la fijación de los
puntos controvertidos, esa resolución que sanea el proceso tiene que haber
pasado en autoridad de cosa juzgada; solo entonces podrá dictarse la resolución
de saneamiento probatorio y ordenarse, si fuera el caso, la realización de una
audiencia para actuar los medios de prueba que lo requieran. Esta resolución,
que en nuestro código está contemplada en el artículo 468 del CPC, también debe
quedar firme para que se pueda realizar la audiencia de pruebas o, si no hubiera
necesidad de esta última, ordenarse el juzgamiento anticipado del proceso, con
lo que éste pasa a la etapa resolutoria, quedando para sentencia.

La sentencia no sólo precluye la etapa resolutoria, sino que también precluye la


instancia, de manera tal que si queda consentida se ejecuta sin más, y si es
impugnada pasa a conocimiento de la segunda instancia que, en nuestro sistema
de derecho procesal, es la última instancia de mérito, lo que no obsta para que
pueda interponerse recurso de casación contra la sentencia de segunda instancia
a condición que se cumplan los supuestos establecido para la interposición de
este recurso extraordinario, que no constituye una instancia de mérito ni siquiera
en el caso que, actuando como sede de instancia case la sentencia recurrida y la
reforme mediante una resolución rescisoria.

Aunque esto importa una digresión en el discurso, es importante tener en cuenta


que en nuestro sistema la Corte Suprema actúa como tribunal o corte de casación
a través de sus salas especializadas en la materia de que trate de proceso (si es
de naturaleza civil o comercial, lo verá la Sala Civil Permanente o la Transitoria de
la Corte Suprema), etc.; también es importante recordar que el recurso de
casación puede denunciar agravios de carácter procesal (errores in procedendo o
vicios de actividad) y agravios de carácter sustantivo (errores in iudicando o vicios
de razonamiento), y como por lógica y por ley la Corte tiene primero que
pronunciarse sobre la pretensión anulatoria, la sentencia puede ser rescindente
cuando acoge esta denuncia (en cuyo caso es casada con reenvío al inferior para
que resuelva nuevamente) o rescisoria (en cuyo caso es casada pero la propia
Sala resuelve la controversia actuando como sede de instancia).

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3.- LA COSA JUZGADA.

3.1 La cosa juzgada es un principio del derecho común al sistema jurídico


continental y al sistema jurídico anglosajón; en suma, es un principio universal
del derecho porque no puede existir un proceso, causado por una situación
jurídica controversial llevada a la decisión jurisdiccional para que ahí se resuelva
mediante una sentencia firme, que no tenga fin en algún momento; para eso,
precisamente, existe el aparato judicial en un estado de derecho a través del cual
se administra justicia.

La seguridad jurídica reposa, precisamente en dos pilares, uno de los cuales es la


cosa juzgada; el otro es la predictibilidad de las sentencias, que se alcanza
cuando un sistema jurídico, a partir de las decisiones de sus jueces, resuelve los
casos sometidos a su decisión de manera tal que es posible suponer que el caso
que debe ser resuelto con posterioridad al caso similar resuelto con anterioridad
se resolverá en el mismo sentido o de manera parecida (casu consimili).

En el sistema de derecho anglosajón, basado más que en las leyes (statutes) en


las reiteradas y contestes decisiones de los jueces, la regla para no apartarse
inmotivadamente del precedente se expresa con la locución latina stare decisis
(estar a lo decidido), pero eso no ocurre en nuestro sistema continental donde
las decisiones de los jueces se basan en la aplicación de las leyes mediante un
silogismo jurídico donde el caso concreto se subsume en la norma de carácter
general y abstracto, y eso hace que cada juez la interprete y la aplique de manera
particular a casos similares que deberían resolverse en el mismo sentido o de
manera parecida, no obstante lo cual el resultado es disímil, lo que causa que el
sistema de justicia no sea fiable debido a esa falta de predictibilidad de las
sentencias.

Esto es un problema muy grave que afecta a los ciudadanos y residentes del
estado donde el sistema de justicia (el aparato jurisdiccional) resuelve de manera
aleatoria las causas sometidas a su decisión, pero también afecta seriamente a la
inversión extranjera, porque sin la garantía de la predictibilidad de las sentencias
toda inversión se vuelve riesgosa, lo que genera mucho mayores gastos de
transacción o, lo que es peor, desalienta esa inversión.

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3.2 Ahora bien, al lado de la predictibilidad de las sentencias, también es
fundamental para la estabilidad jurídica de un sistema determinado de derecho,
que la legislación que rige ese sistema permanezca estable en el tiempo, es decir
que no se modifique con cada cambio de gobierno, lo que parece ser una
tendencia generalizada en ciertos países de la región (me refiere a algunos países
latinos del continente), lo que, ciertamente, no contribuye en nada a la
estabilidad jurídica.

Un sistema jurídico no solamente es predictible porque sus sentencias son


predecibles, sino también por la permanencia de sus leyes en el tiempo; desde
luego, nos referimos a aquellas leyes que por su transcendencia no deben ser
continuamente objeto de modificaciones u abrogaciones sin más, y mucho
menos aun cuando éstas se producen por situaciones circunstanciales. Este
problema del cambio continuo de la legislación, y la consiguiente inestabilidad
jurídica que genera, dio lugar a que la Constitución Política de 1993 creara los
llamados “contrato marco”, que son contratos celebrados al amparo de una
legislación determinada que no puede ser cambiada por el órgano legislativo en
perjuicio de los contratantes que, de esa manera, alcanzan la seguridad jurídica
necesaria para llevar adelante la contratación con el Estado.

3.3 Establecido que ha quedado que la cosa juzgada, junto con el instituto
procesal de la preclusión, es un instituto sobre el cual reposa la viabilidad de todo
proceso, es necesario dejar en claro que la sentencia firme tiene un efecto
preclusivo respecto de cualquier proceso ulterior, como consecuencia del
principio de seguridad jurídica (no confundir con la estabilidad jurídica), que
garantiza que un proceso no pueda llevarse adelante nuevamente entre las
mismas personas y sobre el mismo objeto (si ocurre, la excepción de cosa juzgada
debe ponerle fin al nuevo proceso iniciado desconociendo le resuelto
anteriormente sobre lo mismo).

Para que la cosa juzgada surta efecto en otro juicio, es necesario que, entre el
caso resuelto por la sentencia y aquel en que ésta sea invocada, concurra la triple
identidad que exige la ley, esto es, que se trate de las mismas personas (la calidad
con que lo fueron), la misma causa y el mismo objeto.

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El principio de la cosa juzgada se proyecta también sobre la problemática
derivada de la no observancia del criterio jurisprudencial establecido en
sentencias previas al que nos hemos referido anteriormente, dado que las
sentencias judiciales deben tener un efecto replicativo (positivo) respecto de
procesos futuros similares.

Frente a este criterio de fallar en un mismo sentido en casos similares con el fin
de dotar de seguridad jurídica al sistema judicial, creando una estabilidad
jurisprudencial (que es un componente primordial de la estabilidad jurídica, junto
con un sistema legal de pocos cambios) está la propia ley, que no obliga al juez
de nuestro sistema continental a fallar conforme a lo decidido anteriormente in
casu consimili, el que puede apartarse sin necesidad de fundamentar por qué
decide no tomar en cuenta el criterio previo, porque en nuestro sistema de
derecho el juez no está vinculado (como sí lo está el juez anglosajón) al
precedente judicial (stare decisis) establecido para casos similares, a menos,
desde luego, que se trate de un precedente vinculante dictado por el Tribunal
Constitucional o de un criterio vinculante fijado por la Corte Suprema en Sala
Plena reunida para ese efecto.

Sin embargo, este temperamento desordenado hace ya un tiempo ha venido


cambiando a paso acelerado en nuestra judicatura, en la medida en que vemos
que con mucha ocurrencia se vienen realizando los llamados plenos casatorios (a
nivel de los jueces titulares de la Corte Suprema) y los plenos jurisdiccionales de
diferentes niveles (así los hay a nivel de jueces de Cortes Superior, de jueces de
Primera Instancia y de jueces de Paz Letrado). Estos plenos tienen una función
importantísima porque unifican criterios para resolver los asuntos que con
frecuencia se presentan para su decisión es sede judicial, donde existe cierta
controversia sobre cómo deben ser resueltos, y contribuyen también a evitar que
se dicten fallos diferentes y hasta contradictorios en casos que deben ser
resueltos aplicando un mismo criterio.

3.4 La cosa juzgada formal y la cosa juzgada material.

En nuestro sistema de derecho procesal civil, el artículo 123 del Código Procesal
civil determina qué se entiende por cosa juzgada formal. Dice así:

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Artículo 123º.- Cosa Juzgada.

Una resolución adquiere la autoridad de cosa juzgada cuando:

1. No proceden contra ella otros medios impugnatorios que los ya resueltos.

2. Las partes renuncian expresamente a interponer medios impugnatorios o


dejan transcurrir los plazos sin formularlos.

La cosa juzgada sólo alcanza a las partes y a quienes de ellas derivan


sus derechos. Sin embargo se puede extender a los terceros cuyos derechos
dependen de los de las partes, si hubieran sido citados con la demanda.

La resolución que adquiere la autoridad de cosa juzgada es inmutable, sin


perjuicio de los dispuesto en los artículos 178º y 407º.

El concepto de inmutabilidad de la cosa juzgada, mencionado en el último


párrafo del artículo transcrito, hace a la cosa juzgada material, como vamos a
ver.

En efecto, en un artículo publicado hace poco tiempo bajo el título “LAS


EXCEPCIONES Y LAS DEFENSAS PREVIAS EN EL PROCESO CIVIL PERUANO”, al
comentar la excepción de cosa juzgada, dijimos lo siguiente:

“La doctrina y la jurisprudencia distinguen entre cosa juzgada formal y cosa


juzgada material. Al respecto, el Tribunal Constitucional (del Perú) ha
establecido en el fundamento 5 del EXP. N.° 03660-2010-PHC/TC -LIMA (caso
indulto a José Enrique Crousillat) lo siguiente:

5. “Conforme a reiterada jurisprudencia constitucional, la cosa juzgada tiene


una doble dimensión (formal y material). Mediante el contenido formal se
consagra el derecho “…a que las resoluciones que hayan puesto fin l proceso
judicial no puedan ser recurridas mediante medios impugnatorios, ya sea
porque éstos han sido agotados o porque ha transcurrido el plazo para
impugnarla” mientras que el contenido material alude a que “…el contenido
de las resoluciones que hayan adquirido tal condición, no pueda ser dejado sin
efecto ni modificado, sea por actos de otros poderes públicos, de terceros o,
incluso, de los mismos órganos jurisdiccionales que resolvieron el caso en el
que se dictó”. (Exp. Nº 4587-2004-AA, fund. 38).

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Según hemos visto, en materia de cosa juzgada se distingue la cosa juzgada
formal de la cosa juzgada material: la primera reside en la seguridad jurídica y
en la idea misma del proceso entendido como un orden a seguir en su
tramitación (etapas, preclusión, etc.), mientras que la segunda (la material),
es el efecto externo que una resolución judicial firme tiene sobre los restantes
órganos jurisdiccionales o sobre el mismo juez o tribunal en un procedimiento
distinto, y consiste en una vinculación negativa y positiva.

4. LA INMUTABILIDAD (RELATIVA) DE LA SENTENCIA PASADA EN AUTORIDAD


DE COSA JUZGADA.

A pesar del carácter de inmutable que predica por definición la cosa juzgada,
hay que tener en cuenta que ésta puede ser revisada en sede constitucional y
así lo señala el fundamento 7 de la misma sentencia del Tribunal
Constitucional que mencionamos arriba, que dice:

7. Sin embargo, no debe olvidarse que incluso la garantía de la inmutabilidad


de la cosa juzgada puede ceder ante supuestos graves de error. Así, por
ejemplo, el ordenamiento procesal de la justicia ordinaria reconoce el recurso
de revisión en el ámbito penal, o la cosa juzgada fraudulenta en el ámbito civil.
Ello se funda en lo ya señalado por este Tribunal Constitucional en reiterada
jurisprudencia, el goce de un derecho presupone que éste haya sido obtenido
conforme a ley, pues el error no puede generar derechos (Exp. N.º 8468-2006-
AA, fund 7, 03397-2006-PA/TC, fund 7; 2500-2003-AA/TC fund 5; entre
otras). A su vez, las resoluciones que ponen fin a un proceso judicial, que
tienen la virtualidad de producir efectos de cosa juzgada pueden ser
cuestionadas a través de procesos constitucionales (amparo o hábeas corpus
contra resolución judicial). De este modo, es posible afirmar que la calidad de
cosa juzgada que ostenta una resolución está supeditada a que no atente
contra derechos fundamentales u otros principios o valores de la Constitución.
En este orden de ideas, el ejercicio de la potestad discrecional del indulto está
sujeta al marco constitucional y, como tal, debe respetar sus límites. Así, cabe
recordar que para el caso de la gracia presidencial este Tribunal Constitucional
ha establecido límites de índole constitucional (Cfr. Exp. Nº 4053-2007-
PHC/TC).

Al comienzo de este artículo definimos lo que es la cosa juzgada formalmente


considerada: es la resolución que queda firme porque a) ha quedado consentida,

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o b) porque se han agotado los medios impugnativos para reformarla o anularla,
sin éxito.

Al lado de este concepto de lo que es la cosa juzgada formal está el concepto de


la llamada cosa juzgada material, que es la misma resolución firme considerada
desde el punto de vista de su inmutabilidad, esto es que no puede ser dejada sin
efecto ni modificada ni siquiera por el órgano judicial que la expidió, como ya
hemos dicho. De ahí el aforismo “res iudicata pro veritate habetur”: la cosa
juzgada se tiene por verdadera (en el sentido de incontestable e inmutable).

Desde luego, lo anteriormente dicho no enerva la salvedad hecha por el Tribunal


Constitucional en la sentencia comentada en el sentido que la cosa juzgada
“…está supeditada a que (la sentencia pasado en esa autoridad) no atente contra
derechos fundamentales u otros principios o valores de la Constitución”.

Precisamente el Código Procesal Constitucional, en su artículo 4, contempla la


acción de amparo contra resoluciones judiciales firmes, que han pasado en
autoridad de cosa juzgada por haberse agotado todos los medios impugnativos
en las instancias decisorias, lo que incluye el recurso de casación, que debe haber
sido resuelto en agravio del amparista. En tal supuesto el mencionado art. 4
establece lo siguiente en su parte pertinente:

Artículo 4.- Procedencia respecto de resoluciones judiciales.

El amparo procede respecto de resoluciones judiciales firmes dictadas con


manifiesto agravio a la tutela procesal efectiva, que comprende el acceso a la
justicia y el debido proceso. Es improcedente cuando el agraviado dejó
consentir la resolución que dice afectarlo.

Aunque importa una nueva digresión el discurso, debemos señalar que con
relación a esta particular acción de amparo que contempla el Código Procesal
Constitucional contra resoluciones judiciales firmes, la demanda respectiva
debe interponerse ante un juez Constitucional, que es un juez de Primera
Instancia que, colocado en la situación de resolver una demanda dirigida
contra 5 jueces supremos que han intervenido formando sala para resolver el
recurso de casación, y ante la posibilidad de tener que enmendarles la plana,
se refugia en el rechazo liminar de la demanda, la que en casi la totalidad de

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los casos es declarada improcedente, con lo que el demandante se ve obligado
a apelar de ese auto y esperar que el juez colegiado superior la admita, y si eso
no ocurre tiene que acudir al Tribunal Constitucional en vía recurso de revisión
para ver si, finalmente, se admite o no a trámite. En términos de tiempo esto
le toma al menos dos años, con lo cual, en la práctica, la acción de amparo
contra resoluciones judiciales firmes es una ilusión y no una herramienta
efectiva para defender un derecho de contenido constitucional.

En adición a lo anterior, el artículo 5 del Código Procesal Constitucional


establece una gran cantidad de situaciones en las que la demanda deber ser
declarada improcedente, lo que, junto con el temor reverencial de los jueces
de primer grado, hace aún más difícil que se admita a trámite la demanda.

Retomando el hilo del discurso, debemos recalcar el hecho que la cosa juzgada
material no es otra cosa que la cosa juzgada formal vista desde el ángulo de
los efectos que produce a nivel jurisdiccional: la inmutabilidad y la
imposibilidad de su revisión por cualquier otro órgano jurisdiccional o no, con
las excepciones que establece el Código Procesal Constitucional y el
precedente vinculante de la parte pertinente de la sentencia del Tribunal
Constitucional , dictada en consonancia con el art. 4 del mentado código.

El Tribunal Constitucional, en las partes considerativas (fundamentos 5 y 7) de


la sentencia que hemos transcrito en su parte pertinente, ha dejado en claro
que en materia penal la revisión puede modificar una sentencia condenatoria,
y en materia civil la cosa juzgada fraudulenta puede ser anulada, así como en
todos los casos de resoluciones que han hecho tránsito a cosa juzgada pero
que están dentro de los supuestos del art. 4 del Código Procesal
Constitucional.

Entonces la primera conclusión que extraemos de lo dicho es que la


inmutabilidad de la cosa juzgada es relativa; dependiendo del contenido de la
sentencia puede ser atacada, como en el caso de la cosa juzgada fraudulenta,
y como en los casos en que de resoluciones judiciales firmes dictadas con
manifiesto agravio a la tutela procesal efectiva, mediante una acción de amparo
constitucional, como dispone el art. 4 del Código Procesal Constitucional, y también

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en sede penal cuando se trata del recurso de revisión, que supone el aporte de una
nueva prueba de descargo de tal significación que hace lugar a que la sentencia sea
revisada y modificada en beneficio del reo.

La cosa juzgada fraudulenta no estaba legislada en el Código de


Procedimientos Civiles de 1912; es una novedad del Código Procesal Civil del
año 1993. Está en el artículo 178 que la norma así:

Art. 178 Nulidad de cosa juzgada fraudulenta

Hasta dentro de seis meses de ejecutada o de haber adquirido la calidad de


cosa juzgada, si no fuere ejecutable puede demandarse, a través de un
proceso de conocimiento la nulidad de una sentencia o la del acuerdo de las
partes homologada por el Juez que pone fin al proceso, alegando que el
proceso que se origina ha sido seguido con fraude, colusión,, afectando el
derecho a un debido proceso , cometido por una, o por ambas partes, o por el
Juez o por éste y aquéllas.
Puede demandar la nulidad la parte o el tercero ajeno al proceso que se
considere directamente agraviado por la sentencia

En este proceso solo se pueden conceder medidas cautelares inscribibles

Si la decisión fuese anulada, se repondrán las cosas al estado que


corresponda. Sin embargo, la nulidad no afectará a los terceros de buena fe y
a título oneroso.

(…)

Con respecto a este instituto hay varias cosas que decir; en primer lugar, hay que
modificar el plazo de caducidad de seis meses por uno más amplio; en segundo lugar,
es atentatorio del derecho de acceso a la justicia condicionar la ejecución de la
sentencia como requisito para invocar la demanda de nulidad de cosa juzgada
fraudulenta; debe bastar conque la sentencia haya pasado en autoridad de cosa
juzgada porque de otra manera puede ser muy tarde para evitar los efectos
perniciosos de una sentencia obtenida fraudulentamente.

En tercer lugar, si los legitimados advierten que se está tramitando un proceso


fraudulento, no puede limitarse la tutela cautelar solo a medidas inscribibles como
señala el artículo, sino que debe permitirse que el agraviado pueda tener acceso a

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todas las medidas cautelares que se correspondan con la controversia que se debate
en el proceso fraudulento.

En cuarto lugar, no obstante que del texto de la norma aparece que los efectos
rescindentes de la declaración de nulidad retrotraen el proceso “…hasta el estado
que corresponda”, la norma, interpretada desde el punto de vista sistemático y no
solo literal, plantea dudas sobre los efectos de la sentencia estimatoria de la
demanda de nulidad de cosa juzgada fraudulenta porque aunque muchos autores
consideran que se debe reponer el proceso fenecido al estado en que se cometió el
vicio, lo cierto es que la sentencia atacada no es más que la culminación de un
proceso viciado por el fraude y, por esa razón, debe anularse el proceso en su
totalidad, haciendo lugar a un tercer proceso en vez de reponerse el fraudulento al
estado anterior a la sentencia anulada en el segundo proceso.

También el artículo omite referirse a los autos finales que le ponen fin a los procesos
de ejecución, donde propiamente no se dicta sentencia, pero que igualmente le
ponen fin con los mismos efectos de una sentencia pasada en autoridad de cosa
juzgada.

La sentencia objeto de una demanda de nulidad de cosa juzgada fraudulenta es el


resultado de una conducta fraudulenta, o sea de un vicio ocultado deliberadamente,
y que por tal motivo no ha sido posible denunciarlo mediante los recursos ordinarios
dentro del proceso.

5. CONCLUSIONES.

5.1 La preclusión es de la esencia de todo proceso; si no existiera sería


imposible avanzar hasta la finalización del mismo.

La preclusión permite cerrar una etapa procesal de manera irreversible e


irrevisable y pasar a la siguiente, y así sucesivamente hasta llegar a la etapa
decisoria, donde se dicta sentencia resolviendo el conflicto planteado como
objeto de la pretensión; lo anterior deja a salvo los casos extremos de
nulidades que no pueden ser subsanadas sin retornar el proceso a la etapa en
que se cometió el vicio procesal.

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5.2 La cosa juzgada formal es toda resolución que queda firme porque a) ha
quedado consentida, o b) porque se han agotado los medios impugnativos para
reformarla o anularla, sin éxito.

Este efecto es lo que se conoce en doctrina y jurisprudencialmente como “cosa


juzgada formal”; la llamada “cosa juzgada material” no es más que la misma
resolución vista desde un aspecto positivo y negativo, como inmutable.

5.3 La inmutabilidad de la cosa juzgada material tiene excepciones: así, en


materia penal, el recurso de revisión contra una sentencia condenatoria puede
modificarla, y en materia procesal constitucional el amparo contra resoluciones
judiciales firmes; en materia procesal civil procesal civil la nulidad de la cosa
juzgada fraudulenta, de ser estimada, puede dejar sin efecto la sentencia
obtenida a través del fraude.

5.4 La seguridad jurídica depende en gran medida de la predictibilidad de las


sentencias, lo que debe ser un objetivo a alcanzar en un plazo razonable; no es
posible que casos similares se resuelvan de manera diferente si la circunstancias
no varían. Según hemos visto los plenos jurisdiccionales llevados a cabo den todos
los niveles de nuestro aparato jurisdiccional contribuyen en mucho a que la
justicia pueda ser predecible en nuestro país en el mediano plazo.

5.5 Al lado de la predictibilidad de las sentencias, la seguridad jurídica requiere


de un marco legal estable, que no cambie circunstancialmente la normatividad
conocida. Esta es más una tarea de los legisladores que tienen que tener presente
que la seguridad jurídica no sólo reposa en las sentencias predecibles sino
también en una legislación duradera.

5.6 La nulidad de la cosa juzgada fraudulenta, tal como está legislada en el artículo
178 del Código Procesal Civil requiere reformularse; algunos lineamientos en tal
sentido hemos consignado arriba, al ocuparnos de la misma.

Lima, noviembre de 2018.

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