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Adorno, T. y Horkheimer, M. Dialéctica de la Ilustración. Ed. Trotta. 4ª Edición. España, 2001. P. 70.
participar en su adecuación a dicha verdad. En el mito podemos encontrar, pues, las huellas
de la tensión central que marcara la relación del hombre con la naturaleza: Por un lado
podemos ver cómo, a través del mito, el hombre hace corresponder las fuerzas naturales a
formas humanas, dando así un sentido de la naturaleza que se adecua a sus propios intereses
En otras palabras, el mito, es una adecuación de la naturaleza a las relaciones de dominio
que el hombre ejerce; la actividad natural es explicada a partir de las representaciones que
el hombre se hace de su esencia. Sin embargo, por otro lado, el mito aun constituye un
reverso de la razón ilustrada, en tanto que para la razón mitológica, si el hombre ha de ser
capaz de conocimiento, ha de ser a través de su transformación en adecuación con la
verdad, y no lo contrario. En el mito encontramos, pues, una contradicción en tanto que:
por un lado, el mito da orden a lo natural en adecuación al dominio que el hombre ejerce
sobre ello, a través de los conceptos y representaciones que se forma del mismo. Por el otro
lado, sin embargo, en el mito encontramos aun una subordinación del hombre a las leyes
de la naturaleza. La naturaleza que encontramos en el mito, aun es una fuerza a la cual se
debe de respetar y ejercer tributo.
Como puede verse el mito subyuga al hombre a la existencia de una verdad objetiva
que en distintos momentos ha tomado diferentes nombres como magia, ley natural, o ley
divina: “Los mitos, como los ritos mágicos, significan la naturaleza que se repite. Ésta es el
alma de lo simbólico: un ser o un fenómeno que es representado como eterno, porque debe
convertirse una y otra vez en acontecimiento por medio de la realización del símbolo”3. El
mito conserva, pues, un lazo con la naturaleza en términos de objetividad, que afirma la
existencia de un orden de las cosas independiente de la existencia del hombre, y de ésta
manera detenta la fuerza de lo natural por sobre la voluntad del individuo. La vida social
del hombre, sus ritos, y sus costumbres, en el tiempo de la razón mítica, aun está marcada
por el curso de las fuerzas de la naturaleza.
Sin embargo, para la razón Ilustrada, el mito carece de racionalidad suficiente, y
aquello que antes se entendía como objetividad pasa a ser sustrato de dominio, en tanto que,
como mera representación, se fundamenta en la proyección del hombre sobre lo natural:
“En la base del mito la Ilustración ha visto siempre antropoformismo […] Las diversas
figuras míticas pueden reducirse todas, según la Ilustración, al mismo denominador: al
3
Ibídem, p. 71
sujeto”4. En este sentido, para la Ilustración, el mito ofrece explicaciones aun demasiado
metafísicas, y de esta forma falla en su voluntad para ejercer su dominio. Si el hombre ha
de emanciparse de lo natural, éste debe de poder entender y dominar aquellas fuerzas que se
ponen en juego en la naturaleza, y ello sólo podrá llevarse a cabo mediante un tipo de
conocimiento que permita privilegiar la experiencia particular bajo el examen de la razón.
La razón Ilustrada postula, pues, que el camino para encontrar la verdad no pasa por
ningún tipo de conocimiento metafísico sobre la misma, sino que depende únicamente de la
experiencia del hombre volcada al interior de la razón. Al mismo tiempo se dirá que, si la
razón tiene un grado de falibilidad esta puede ser erradicada a través de las ciencias y sus
métodos. “La Ilustración […] ha perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los
hombres del miedo y constituirlos en señores […] El programa de la ilustración era el
desencantamiento del mundo. Pretendía disolver los mitos y derrocar la imaginación
mediante la ciencia”5. Así, para la Ilustración, el mito se convierte en el reverso de la razón,
y todo aquello que éste detenta se transforma en explicación aparente. La objetividad, en
estos términos, estará ahora definida por la capacidad de el hombre de alejarse de su propia
subjetividad, y supeditar la experiencia a los aspectos mensurables de ésta. Es decir, a
aquellas características de las cosas capaces de ser objetivables.
La verdad objetividad, entendida hasta éste momento como una verdad superior al
sujeto y su experiencia, es suplantada, en la Ilustración, por una objetividad que tiene como
centro la razón del hombre y que encuentra como garantía y nexo con la verdad, el examen
de la experiencia por la razón a través del método de las ciencias. Ya no cabe duda: el
hombre se ha convertido en el centro de la naturaleza, en tanto que es éste, a través de su
razón, quien dota a la cosas de realidad y objetividad. Es así, como el sujeto desplaza toda
noción metafísica de la verdad y se posiciona en el centro de la naturaleza; posición desde
la cual, desde luego, es ahora capaz de justificar toda forma de dominio sobre ésta. Lo
natural pasa a ser un campo más de la experiencia, mera materia prima para la
supervivencia de la humanidad. Y de esta manera, toda relación del hombre con ella se verá
marcada por el pragmatismo y la funcionalidad. Adorno y Horkheimer dirán que: “El mito
se disuelve en Ilustración y la naturaleza en mera objetividad. Los hombres pagan el
4
Ibídem, p. 62
5
Ibídem, p. 59
acrecentamiento de su poder con la alienación de aquello sobre lo cual lo ejercen […] En la
transformación se revela la esencia de las cosas siempre como lo mismo: como materia o
sustrato de dominio. Esta unidad constituye la unidad de la naturaleza”6.
Aunado a este movimiento de objetivación del mundo, que separa al sujeto del objeto
de su conocimiento, y que en dicha distancia fundamenta la posibilidad de su dominio;
podemos ver dentro de la Ilustración un movimiento reciproco que revela la verdadera
naturaleza de este tipo de conocimiento como mera dominación: la razón misma se
convierte en mito y justifica a través de su pragmatismo la necesidad de cada una de sus
acciones. Así, el retorno a la barbarie que vive la historia de la humanidad encuentra su
propia lógica dentro de la razón. La razón, hipostasiada como verdad objetiva, niega la
posibilidad a otro tipo de accesos a la verdad, tachando a estos como metafísicos. En su
propia lógica, la Ilustración piensa que el progreso de la humanidad ha de entenderse bajo
la sujeción de cada individuo a sus normas, y de esta manera justifica todo sacrificio de la
naturaleza y del ser humano en nombre de ésta supuesta verdad. “Este proceso vino poco a
poco a afectar hasta el contenido objetivo de todo concepto racional. Finalmente no hay
realidad singular alguna que pueda aparecer como racional per se; vaciados de su
contenido, todos los conceptos fundamentales se han convertido en meras cáscaras
formales”7. La razón se convierte, pues, en su propio mito, y con éste movimiento cierra la
posibilidad a otros tipos de objetividad:
6
Ibídem, p. 64.
7
Horkheimer, Max. Supra. P. 48.
8
Ibídem, p. 78.
De esta manera, la primacía de la razón, que tiene su clímax ideológico en la
Ilustración, se convierte en el mito que viene a destruir los ideales que dieron fuerza, y
marcaron la necesidad de su propio momento histórico; precipitando de ésta manera la
regresión del hombre a la barbarie. Aquellas formas de objetividad que permitían pensar
valores universales como la justicia, el bien, o la verdad, han sido desechadas por la razón,
que se vuelve a sí misma en instrumento de la praxis, y que no puede sino sospechar de
aquellos tipos de razón que no sean útiles para aquella. “La Ilustración ha desechado la
exigencia clásica de pensar el pensamiento […] porque tal exigencia dista del imperativo de
regir la praxis […] El modo de procedimiento matemático se convirtió, por así decirlo, en
ritual de pensamiento. Pese a la autolimitación axiomática, dicho procedimiento se instaura
como necesario y objetivo: transforma el pensamiento en cosa, en instrumento como él
mismo lo denomina”9. Así pues, la razón reduce su propia esencia en el mito que hace de sí
misma, y con ello acaba por encontrar su mayor grado de dominio sobre la naturaleza, al
mismo tiempo que encuentra su mayor vulnerabilidad frente a ésta. “En el camino hacia la
ciencia moderna los hombres renuncian al sentido. Sustituyen el concepto por la formula, la
causa por la regla y la probabilidad”10. La razón, reducida a cálculo de probabilidades y
pragmatismo de lo real, se neutraliza en sus pretensiones más elevadas, y con ello cierra las
puertas a la posibilidad del hombre de emanciparse propiamente de la naturaleza en su
reconciliación con la misma. La razón así instrumentalizada se vuelve en el sedimento de la
naturaleza que abre el camino a la barbarie y la neutralización de la propia razón. Nos
encontramos, pues, en la aporía que encierran dos tipos de razón, una que trata de alcanzar
las pretensiones más elevadas para la humanidad, y aquella que cree que solo debe de ser
una herramienta para que el hombre logre sus propósitos pragmáticos sin mediar las
consecuencias hacia ellos, y que en éste sentido no ve la necesidad de evaluar dichos actos
contra ningún otro tipo de ideal, más allá de sí misma. Dicha aporía vuelve indisociables
ambos tipos de razón, y sin embargo es la evidencia de la encrucijada a la que se enfrenta
nuestro mundo contemporáneo.
9
Ibídem, p. 79.
10
Ibídem. p. 61.
Dominio, razón y naturaleza
11
Ibídem, p. 60.
12
Horkheimer, Max. Supra, p. 175
la humanidad. Hipostasiada así, la razón intersubjetiva y dessubjetivada, ahistórica y
pragmática, no ve en el sujeto particular al „hombre‟, sino únicamente un objeto más.
Vemos, pues, como el dominio, que en la Ilustración se pensaba ejercer sobre la
naturaleza, acaba por dirigirse hacia los hombres como una consecuencia lógica de la
propia razón. Dicho dominio, puede verse de dos formas: una que se da en la forma de un
„dominio interior‟ que el sujeto ejerce sobre su propia naturaleza, de la cual, en un intento
por desembarazarse de ella, busca de todas las formas posibles reprimir. Por otro lado, el
dominio que se presenta desde las distintas instancias de la sociedad y la cultura a través de
la objetivación del hombre que tiene como consecuencia su dominación.
Al respecto Horkheimer dirá:
El dominio que ejerce la razón sobre el hombre se vuelve, entonces, el lazo que
determina su naturaleza y su esencia. El ser humano es definido como espíritu o
pensamiento, y su naturaleza es abandonada y abstraída como mero objeto de estudio para
la razón. Así, el dominio encuentra su camino hacia los cuerpos, y la razón que en un
principio tenía el objetivo de salvar a la humanidad, pierde toda consideración de lo
humano-natural en el proceso. Cuando no hay humanidad que pueda ser definida como
existencia, sino como mera cogitación, el hombre se pierde entre números y estadísticas, y
la razón, incapaz de sustentar los ideales que puedan emanciparlo, acaba por convertirlo
únicamente en objeto de su dominación.
De esta forma el dominio, en el cual el hombre parecía enseñorearse, se vuelve en
los hechos en el mismo yugo bajo el cual la gran masa de individuos han de verse
suprimidos, borrando su individualidad, y acotando su voluntad a la toma de decisiones
13
Horkheimer. Supra, p. 116.
pragmáticas. Los gobiernos que nacieron bajo la bandera de la igualdad y la libertad, con el
objetivo de emancipar al hombre y crear individuos libres, no tardan en convertirse en los
mismos que habrá de dominar, como nunca antes, a la humanidad: “El dominio se enfrenta
al individuo singular como lo universal, como la razón de la realidad […] Lo que sucede a
todos por obra de unos pocos se cumple siempre como avasallamiento de los individuos
singulares por parte de muchos […] Es esta unidad de colectividad y dominio, y no la
inmediata universalidad social, la solidaridad, la que sedimenta en las formas de
pensamiento”14. Finalmente la sociedad que prometía para el hombre su individualidad, se
convierte en aquella que habrá de entender la igualdad como la homogenización de los
hombres a un mismo modelo de humanidad, siempre intolerante hacia la heterogeneidad de
los cambios sociales. De la misma forma es ésta sociedad la que entenderá la razón como
la toma de decisiones pragmáticas al operar la maquinaria de una fábrica, o la libre
voluntad como la elección de una entre gran cantidad de mercancías siempre iguales, que al
final no ofrecen más que una misma cosa: el ideal de un hombre siempre idéntico a sí
mismo y a los demás.
El sí mismo de la ilustración
El ser humano que privilegia la supervivencia como valor supremo de su existir, no solo
reduce a la humanidad a pura naturaleza, sino que reduce así mismo y a la razón a mero
mecanismo, anulando con ello, todo aquello que se buscaba proteger, que era el „en sí‟ de la
humanidad. Para la Ilustración que buscaba emancipar al hombre de toda sujeción a la
naturaleza, así como a todo principio metafísico, resultaba fundamental la constitución del
sujeto como una identidad sobre la cual fijar la posibilidad de la voluntad libre que fuera
arbitrio de los actos de cada hombre; constituyendo, así, una ética basada en el ejercicio de
la razón en lugar de la obediencia y sujeción del hombre a cualquier ley exterior a ese „sí
mismo‟. “El sí mismo, que tras la metódica eliminación de todo signo natural como
mitológico no debía ya ser cuerpo ni sangre, ni alma no siquiera yo natural, construyó
sublimado en sujeto trascendental o lógico, el punto de referencia de la razón de la instancia
14
Adorno, T. y Horkheimer, M. Supra, p. 76.
legisladora del obrar”15. En este sentido, el sujeto de la ilustración es la piedra de toque de
todo aquello que se planteaba, debía ser emancipado. Sin embargo, en su realización
histórica, la Ilustración no tardo en experimentar las contradicciones de su propia dinámica
y volver ese „sí mismo‟ en el objeto de su propia negación, a través del progreso de la
razón. Al respecto Adorno y Horkheimer dirán:
A los hombres se les ha dado su sí mismo como suyo propio, distinto de todos los demás,
para que con tanta mayor seguridad se convierta en igual. Pero dado que ese sí mismo no fue
nunca asimilado del todo, la Ilustración simpatizó siempre con la coacción social, incluso
durante el periodo liberal. La unidad del colectivo manipulado consiste en la negación de
cada individuo singular; es un sarcasmo para la sociedad que podría convertirlo realmente en
un individuo.16
Cuanto más complicado y sutil es el aparato social, económico y científico, a cuyo manejo el
sistema de producción ha adaptado desde hace tiempo el cuerpo, tanto más pobres son las
experiencias de las que éste es capaz […] A través de la mediación de la sociedad total, que
invade todas las relaciones y todos los impulsos, los hombres son reducidos de nuevo a
aquello contra lo cual se había vuelto la ley de desarrollo de la sociedad, el principio del sí
15
Ibídem, p. 82.
16
Ibídem, p. 69.
mismo: a simples seres genéricos, iguales entre si por aislamiento en la colectividad
coactivamente dirigida.17
Resulta claro aquí, que los autores referirán principalmente a aquellas formas
avanzadas de masificación y conducción de las masas que encuentran en los distintos
totalitarismos, sin embargo el mismo principio es extensivo a cuanta sociedad procede de la
Ilustración, en tanto que éste proceso de masificación es el que cimienta todo sistema
industrial conocido hasta nuestros días. Finalmente, el no-sujeto de las masas, es el mismo
que llena los campos de concentración, que aquel que atiborra las industrias por una salario
mal pagado, o aquel oficinista de alguna burocracia que debe oprimir un mismo botón hasta
el cansancio para justificar su puesto. La única distancia entre estos no-sujetos es su grado
de sufrimiento y el distinto grado en que su voluntad ha sido anulada por la coacción social.
La distancia entre el sí mismo y los objetos que intenta ahora dominar es ahora solo
resultado de un mero pragmatismo:
El dominio universal sobre la naturaleza se vuelve contra el mismo sujeto pensante, del cual
no queda más que aquel „yo pienso‟ eternamente igual, que debe acompañar todas mis
representaciones. Sujeto y objeto quedan, ambos, anulados. El sí mismo abstracto, el derecho
a registrar y sistematizar, no tiene frente a sí más que el material abstracto, que no posee
ninguna otra propiedad que la de ser substrato para semejante posesión. La ecuación de
espíritu y mundo se disuelve finalmente, pero sólo de tal modo que ambos términos se
reducen recíprocamente.18
17
Ibídem, p. 89.
18
Ibídem, p. 80.
temor más antiguo: el de perder el propio nombre”19. La crueldad, la violencia, y una gran
gama de expresiones de la naturaleza más primitiva del hombre, siempre están a la guardia
de éste sustrato de „sí mismo‟ en tanto que mera supervivencia física y no espiritual. “El
esfuerzo para dar consistencia al yo queda marcado en él en todos sus estadios, u la
tentación de perderlo ha estado siempre acompañada por la ciega decisión de
conservarlo”20. El hombre reducido así a mera a supervivencia, se debate entre un constante
contradicción entre la autoconservación individual y la autoaniquilación como especie, a la
cual no puede más que remitirse en tanto que ser natural, pero de la cual se ve sustraído
como un „sí mismo‟, el cual a su vez se reduce en sus capacidades racionales, objeto de
todas las vejaciones a las cuales éste „sí mismo‟ es abandonado dentro del proceso social
determinado por la racionalidad instrumental. Finalmente la contradicción que la
Ilustración presenta hacia ese „sí mismo‟ que intentaba emancipar consiste en que:
El individuo absolutamente aislado ha sido siempre una ilusión. Las cualidades personales
máximamente valoradas, como independencia, voluntad de libertad, gusto de la justicia y
sentido de ella, son virtudes tanto sociales como individuales […] La emancipación del
individuo no es una emancipación respecto de la sociedad, sino la liberación de la sociedad
de la atomización, de una atomización que puede alcanzar su punto culminante en los
periodos de colectivización y cultura de masas.21
En otras palabras, no hay individuo sin sociedad, así como no hay sociedad sin
especie, ni especie sin naturaleza. Naturaleza, sociedad e individuo son conceptos
irreductibles, pero a la vez indisociables los unos de los otros. El proceso de la Ilustración,
tan necesario en su momento histórico, debe de superarse hacia una emancipación de la
razón que se presente en la forma de una reconciliación entre aquellos conceptos. En este
sentido, no hay regreso a lo natural, ni al mito, como tampoco puede haber negación de la
técnica. El hombre no puede ignorar su propio proceso histórico. Más bien debe haber una
reelaboración de la razón que permita el resurgimiento de las cualidades del hombre a las
cuales en un principio la Ilustración intentaba emancipar.
19
Ibídem, p. 84.
20
Ibídem, p. 86.
21
Horkheime, Max. Supra. P. 148.
Bibliografía:
Horkheimer, Max. Crítica de la razón instrumental. Ed. Trotta. 2ª edición. España, 2010