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Punto Cuatro:
Con los triunfos electorales de Luis Ignacio Da Silva en Brasil en 2002 y Néstor
Kirchner en 2003 en Argentina, se inicia un nuevo ciclo de gobiernos populares en los
respectivos países en los cuales ambos resultaron triunfantes. Pese a las particularidades
y especificidades de cada elección, una cosa fue clara desde el inicio: ambos
gobernantes tuvieron que comenzar a cimentar su legitimación de poder una vez
obtenido el triunfo.
Néstor Kirchner obtuvo el triunfo con un caudal de votos bastante magro para un
presidente elegido en democracia (alrededor del 22%), en medio de una situación de
constante convulsión social y deslegitimación de las instituciones (se habían sucedido
cinco presidentes en once días). De esta manera el entonces presidente Kirchner se vio a
la tarea de construir un liderazgo tanto popular como gubernamental, el cual pudiera
traccionar a los restantes poderes a colaborar con el ejecutivo, en aras de un proyecto en
común, en lo que se podía denotar como un cambio de rumbo en las políticas
neoliberales que habían imperado en todas la década de 1990.
La heterogeneidad de partidos en el espectro político argentino en ese momento, en las
cámaras del Congreso Nacional, así como las tendencias dentro del propio partido del
cual provenía Kirchner (el Partido Justicialista) , nos dan cuenta de la envergadura de la
tarea que se tenía por delante; al mismo tiempo que se necesitaban medidas sociales
urgentes frente a la desigualdad, el desempleo y el hambre que había en la sociedad
porque; como quedo evidenciado en el gobierno de la Alianza una mayoría
parlamentaria no bastaba para garantizar la gobernabilidad.
En el marco de su quinta elección, Lula Da Silva triunfo el 2002 en segunda vuelta con
el 61% de los votos en esa oportunidad, heredero de una de las mayores deudas sociales
del mundo, antiguo obrero metalúrgico de 57 años, así como fundador del primer
sindicato moderno del país y del mayor partido de izquierda de América Latina: el
Partido de los Trabajadores. En un país, que combinaba altos niveles económico de
desarrollo en ciertos sectores, con índices de pobreza y desigualdad extremos en otros,
la tarea de generar consenso a la hora de gobernar no era menos ardua que la de Néstor
Kirchner, sobre todo teniendo en cuenta que los principales partidos opositores aun
controlaban ciudades y provincias importantes, así como el poder económico y
mediático del Brasil.
Tras décadas de corrupción endémica, así como de un marcado desequilibrio en la
redistribución de la riqueza, Lula se vería a la tarea de forzar un cambio radical en las
políticas públicas de su país, así como de lograr el apoyo de un parlamento que pese a
contar con mayoría, podía mostrarse hostil de afectar los intereses de grupos que
intervente en el mismo.
El kirchnerismo de por si es ya un hito dentro de nuestra historia política, al mismo
tiempo que lo es en plano de las instituciones de la democracia. No solo por sortear una
recuperación, luego de una de las crisis más profundas en la historia de un país como
Argentina, sino por la forma en que construyo su base de poder, así como su “mística
kirchnerista”.
Desde la asunción presidencial, el 25 de mayo de 2003, su discurso al ser embestido con
el bastón y la banda presidencial para con el Congreso, así como a la ciudadanía en
Profesor: Gabriel Rafart
Estudiantes: Emilio Cáceres- Nicolás Kucharuk
general, marco la apertura de un nuevo rumbo no solo económico sino político, donde la
presidencia pasaría a ser una institución fuerte, con dominio sobre los demás poderes
del estado.
En términos de construcción política, el kirchnerismo se constituye en un espacio de
oposición a las políticas implementadas durante la década del noventa del siglo XX, es
decir, en plena confrontación con políticas neo-conservadoras. El estilo político
argentino ha sido siempre de confrontación, dividiendo dicotómicamente el espacio
político gracias a la constante construcción de “enemigos”. Esto, que fue y es algo
propio de la política nacional, no siempre funciona del mismo modo en distintos lugares
y momentos, así como también presenta un comportamiento diferencial, de acuerdo al
tamaño del actor político en cuestión.
Aquí es donde podemos ver la fortaleza organizativa, que posee el peronismo y como la
misma comienza a dar sus frutos, ya que de la mano de una oportunidad única tras la
crisis de 2001 de reformular la democracia argentina. Más allá de la vieja guardia de las
cúpulas sindicales que se consideraban peronistas, los liderazgos estatales, legislativos y
de las gobernaciones cobran un mayor peso a la hora de articular un gobierno, y al ser
Néstor Kirchner un gobernador de la provincia de Santa Cruz, se vio a la tarea de
articular estos complejos actores-muchas veces con intereses enfrentados- para lograr
consolidar el poder político de su presidencia, “reflejándose ello en cuestiones diversas
tales como la relación entre el gobierno nacional y las provincias, la construcción del
discurso y de la estrategia de comunicación, o bien, la gestión de la política externa”1.
Es menester aclarar, que un “presidente del siglo XXI” como Néstor Kirchner llevo a
cabo trasformaciones instituciones, aun sin una mayoría dominante en el Legislativo en
los primeros dos años de su mandato. Lo cual no es un punto menor a ser marcado, ya
que debemos tener en cuenta que “el Congreso es una de las instituciones de la
democracia que mejor ha funcionado”2 desde el retorno en 1983, lo cual le dio Kirchner
la tarea de utilizar el rol de su persona política a fin de conseguir una fuerte base
popular con la cual poder conquistar la necesaria mayoría, es que la recuperación de la
política como instrumento de transformación de la realidad, no como un mero accesorio
a la economía de mercado y la inversión extranjera fue lo que poco a poco le permitió
consolidar su base de poder. Desde la acción de llevar a juicio a los militares de la
última dictadura militar argentina (1976-1983), a la renovación de la Corte Suprema de
Justicia, con jueces no afines al menemismo; sus medidas tenían un necesario acento de
buscar una manera efectiva de dar respuesta a las demandas de un pueblos que se había
mantenido en segundo plano por décadas, y que luego de 2001 había vuelto no solo a
ganar las calles, sino fuerza política a la hora de hacer oír sus pedidos, como quedo en
claro en la cumbre del ALCA en Mar del Plata donde planto bandera en contra del plan
de libre comercio que Estados Unidos esperaba consolidar.
A lo largo de 12 años de gobierno del matrimonio Kirchner, la relación gobierno-
oposición se dio “contando con un Congreso en sintonía con el Ejecutivo, o al menos la
no existencia de una oposición que obstruya la tarea de gobierno”3, en gran parte por la
ambigüedad de esta oposición (sumamente fragmentada) de formar un bloque común
que obstaculizara la gobernabilidad desde el parlamento.
1
Malamud, Andrés y De Luca, Miguel (coordinadores) La Política en tiempos de los Kirchner Eudeba,
Buenos Aires, 2011 p133
2
Calvo, Ernesto (2013) El Congreso de la democracia: mayorías y consensos. Saap. Buenos Aires. Revistas
y bibliotecas a consultar: Revista Latinoamericana de Política Comparada. (Celeap), Instituto de Estudios
Peruanos, CLACSO, Revista de la SAAP, Nueva Sociedad. P3
3
Serrafero, Mario Daniel: Coaliciones de gobierno: entre la ingeniería institucional y la civilización
política (2006) p24
Profesor: Gabriel Rafart
Estudiantes: Emilio Cáceres- Nicolás Kucharuk
5
Ollier, María Matilde Presidencia dominante y oposición fragmentada: una construcción
política. Néstor y Cristina Kirchner (2003-2011) p59
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En este sentido, Brasil presenta similaridades con respecto a Argentina al asumir con
poco consenso en el congreso nacional. Los problemas de gobernabilidad para el PT
puede ser visializados en la composición del Congreso Nacional (Senado Federal y
Cámara de los Diputados) donde se verifica un significativo progreso del PT, pero
insuficiente para desplazar del poder legislativo a los partidos que apoyaron la política
de Cardoso. De los 54 escaños en disputa en el Senado, el Partido del Frente Liberal
(PFL) consiguió 14, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMBD) nueve
y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) ocho. Por su parte, el PT logro
10 escaños y otros partidos de la oposición 13 senadores. En la Cámara de los
Diputados (se elegían dos terceras partes de un total de 513 escaños), el índice de
renovación ha sido bajo (47%), manteniendo los partidos de la coalición de Cardoso su
amplio dominio, a pesar de perder 54 representantes. Totalizando la distribución de
escaños, la antigua base política de Cardoso mantuvo en el inicio del periodo el 54,1%
de los asientos, frente al 25% del PT y sus aliados, el 11% de otros partidos
oposicionistas y el 10% de partidos heterogéneos. El aumento del número de escaños
conseguidos por el PT fue, no obstante, insuficiente para garantizar las mayorías
necesarias que permitan el respaldo legislativo a los proyectos de Lula.
Frente a este panorama, Brasil estableció una política de alianzas pensada y elaborada
con la gobernabilidad como objetivo. No sólo la base oficialista parlamentaria inicial
era débil, sino que era la primera vez que un candidato del Partido de los Trabajadores
(PT) estaba en el gobierno; y prevalecía en el partido, por encima de muchos otros
criterios, la noción de que era necesario lograr mayorías consolidadas en ambas
cámaras. La gobernabilidad se presentaba así como una fuerza de impulso a la
ampliación del conjunto oficialista. En Argentina, en cambio, la gobernabilidad,
indirectamente, imponía, a través de su pretendido garante, el Partido Justicialista (PJ),
un límite a la amplitud de la composición oficialista. La lógica de esa relación en el caso
brasilero, y la necesidad de asegurar la gobernabilidad fue un factor fundamental a la
hora de ampliar la base oficialista de Lula. El PT no garantizaba la gobernabilidad
En el caso argentino, en cambio, más allá de un interés inicial de Kirchner, cuando llega
al poder casi en soledad, de ampliar su base de sustentación a actores por fuera del
Partido Justicialista, se considera que el actor por excelencia que funcionaba como un
garante de la gobernabilidad (o una amenaza a la misma, en caso de ser opositor) era el
PJ.
Aun así, en el caso de Brasil, el gobierno de Lula tuvo un periodo de crisis en 2005 ,
cuya superación aseguro su liderazgo presidencial. Esta crisis fue el resultado de una
ofensiva opositora, notablemente sobredimensionada en los medios de comunicación
por medio de una exitosa operación de marketing centrada en denuncias políticas. Las
consecuencias de la compleja crisis de 2005 fueron determinantes para el futuro del
Gobierno de Lula. La oposición centró su eje discursivo en las denuncias de corrupción
del PT y del Gobierno de Lula. Los sectores disidentes del PT, que habían abandonado
el partido, lejos de centrar sus críticas en la política económica, se sumaron a las
denuncias de corrupción y fracasaron en la construcción de una alternativa a la
izquierda del PT. Ante la posibilidad de que Lula activara una gran movilización en
defensa del gobierno y de la gestión de su mandato, la oposición retrocedió y centró
todas sus posibilidades en erosionarlo a través del Congreso y lograr de esa forma
derrotarlo en las elecciones de 2006. Sin embargo, los apoyos surgidos al hilo de las
políticas sociales permitieron a Lula ser reelegido, consolidando de esa forma un nuevo
tipo de apoyo popular al gobierno que caminaba paralela a la recuperación del
crecimiento económico. Esta tendencia, estuvo directamente relacionada con el cambio
del equipo económico del gobierno y de sus prioridades generales, que supuso el
Profesor: Gabriel Rafart
Estudiantes: Emilio Cáceres- Nicolás Kucharuk
Bibliografía:
Fabbrini, Sergio: El ascenso del Príncipe democrático (2009). FCE. Pp. 111-
136. Buenos Aires.