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Si usted llegó a esta parte del libro, habrá practicado los ejercicios que
describimos en los otros capítulos. Estos ejercicios nos ayudan a desarrollar
nuestra propia energía, pero puede ser que aún no lo haya percibido
completamente. Probaremos entonces con la ayuda de un compañero, quien no
necesariamente deberá conocer sobre el tema, pero sí debe estar dispuesto a
colaborar con lo que le pida.
Notaremos que cuánto más fuerza hagamos y cuánto más fuerte cerremos el
puño para resistir, en algún momento el brazo cederá y el esfuerzo no habrá sido
válido.
Realizaremos este ejercicio, manteniendo los dedos de las manos abiertas y con la
intención de proyectar a través de la punta de los dedos, como si fuesen "haces
de luz de energía", hacia el horizonte. En ningún momento debemos pensar que
alguien nos quiere doblar el brazo, sino que viajaremos con cuerpo, mente y
espíritu más allá de lo que está sucediendo, observando algo a lo lejos y sin
prestarle atención a la otra persona. Seguramente, el ayudante nos podrá sacar
del lugar con su fuerza, pero nuestro brazo permanecerá extendido, relajado y
volcando energía.