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Actividad dos
Si pudiéramos hacer una estadística sobre los errores que se repiten una y otra vez
entre los aspirantes a escritores, seguramente se obtendría una clara tendencia. Así
comprobaríamos que el error más frecuente está relacionado con el conflicto.
Sobre esos errores hablaremos, para ponerlos al descubierto y no caer en ellos.
Todos o casi todos sabemos que como la dramaturgia en el teatro griego, las
historias de los cuentos y las novelas constas de tres partes: planteamiento, nudo y
desenlace. El planteamiento, no por ser la primera parte es la más sencilla: muy al
contrario, es una de las que tenemos que cuidar más, porque es el arranque de la
historia, el momento en el que el lector debería sentirse intrigado y seguir
leyendo.
Por lo tanto es esencial que lo trabajemos bien. Van aquí unas pistas de algunos
errores habituales respecto al conflicto.
Sin esa pregunta, no hay historia. Si no hay tensión, intriga por conocer cómo saldrá
de esa, si conseguirá o no su objetivo… el lector no tendrá motivos para seguir
pasando las páginas.
Por eso podemos decir que la esencia de una historia es su conflicto, y que éste
debe aparecer. Cuanto antes, mejor. Especialmente en el cuento: un género muy
breve, que el lector espera terminar de una sola sentada, por lo que el interés del
problema del o la protagonista debe cautivarle desde el comienzo mismo.
“Era inevitable: cada vez que Carlo conseguía una chica su amigo Rigamonti se la
soplaba”
En un cuento de longitud normal (entre cuatro y doce páginas), para hacernos a una
idea, lo ideal es que el problema del o de la protagonista apareciera en la primera
página. Para comprobarlo, podemos dar nuestro relato a un amigo (o varios), y
preguntarle: “¿Cuál te parece que es el problema del protagonista?” y “¿En qué
momento del relato te has dado cuenta?”.
Por ejemplo, en este texto podemos ver cómo empiezan a pasar cosas a los
personajes, pero no hay ningún conflicto real:
—¡Que alegría encontrarte, Carlos! ¿Pero qué haces aquí en Madrid?, ¡Con razón
no te veíamos por ningún lado!
—Vivo en esta ciudad desde hace veinte años, me casé aquí y ejerzo mi profesión,
tengo una clínica y poco a poco les voy transfiriendo el mando a mis hijos porque
los dos son también médicos. Pero tú, Alberto, que tanto te gustaban los negocios,
¿A qué te dedicas?, ¡Cuéntame!
—Mi querido Carlos, ¡Agárrate!, trabajo en una ONG, desde hace diez años me
decidí, ¡Yo antes siempre criticaba pero nunca hice nada por arreglar la cosas!
Ahora creo haber acertado el camino y estoy contento, hago algo por la gente.
—Mi querido Carlos, Agárrate—dijo en voz baja y miró para todos lados—, soy
abogado especialista en mala praxis médica. Ya sabes, lo que comúnmente ustedes
llaman un “carancho”.
Ahí aparece un tema que hace que el lector se interese. Y, en una novela, los
anuncios de ese problema que ha de llegar.
Esto suele ser bastante duro para escritores que empiezan, pues existe la leyenda de
que, cuanto más ingenioso es un relato, mejor es. De ahí la existencia de relatos en
los que avanza la trama y no sabemos lo que le ocurre al personaje: le vemos
preocupado, realizando acciones que no comprendemos (haciendo llamadas, por
ejemplo, cuyo significado se nos escapa), y no sabemos lo que le pasa hasta la
sorpresa del desenlace. Y es un error plantear el conflicto de un relato como si
fuera una adivinanza, que no se descubre hasta el final.
Precisamente el conflicto es aquello que el lector debe saber cuanto antes, puesto
que es lo que le incita a seguir leyendo, a intrigarse por el “qué pasara después”.
Si no tiene ni idea de lo que está pasando, sencillamente, abandonará la lectura en la
mayor parte de los relatos.
En los casos más extremos, el escritor que empieza escribe un cuento sin
decirnos QUIÉN O QUÉ es el personaje principal. A veces se trata de un perro,
u otro animal. A veces es una planta, o incluso el alma. Espera que el lector se
intrigue con la identidad del protagonista y disfrute con la sorpresa final. Y podría
ser así en un relato microrrelato (de 5 o 10 líneas), pero no con un relato común
(entre 3 y 10 páginas). Porque al no saber de qué objeto, animal o ser se está
hablando es muy difícil visualizar la historia. Los lectores, cuando leemos un
relato, tenemos por costumbre ver -con nuestra imaginación- lo que está ocurriendo,
como si fuese una película en nuestra cabeza, y esa visión es la que, en parte, nos
ayuda a emocionarnos.
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ISAAC ALFONSO CASTELLAR COHEN <isalcaco@gmail.com> Fri, May 18, 2018 at 9:56 AM
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Gracias!
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Bien.
Gracias, Rubén.
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