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He aquí otro de los motivos por el cuál L'écriture et la différence puede ser definido como
elíptico: el texto se desarrolla en circunvoluciones desiguales que alojan en su traza los más
diversos estratos del discurso filosófico; en sus giros, demarcados por los diversos artículos,
iremos abordando siempre desde perspectivas similares, aunque distintas, los conceptos de
«écriture» y «différence». Desde lugares tan lejanos como pueden ser la obra de Artaud y la de
Levinas, el autor encuentra puntos de fricción simétricos, que le permiten acotar, sin necesidad
de una enunciación positiva, la extensión de los conceptos, y separar la dinámica de lo que él
llamará “el juego del sentido”.
Es este mecanismo de lectura, que se sumerge en las en las determinaciones sine qua non
del pensamiento de los autores con los que dialoga, lo que se nombrará más tarde como
deconstrucción. El autor examina las obras sin aceptar las proposiciones positivas que se
encuentran en ellas. La oposición a sus tesis se hará, no desde una crítica frontal, sino
rastreando los desarrollos conceptuales a lo largo de sus obras; sus divergencias entre unas
determinaciones y otras, aislando así aquello que estarían intentando forcluir a partir de esas
proposiciones positivas.
En este caso, la lectura que hará Derrida de estos autores en relación con la cuestión del
sentido rastrea las huellas que la presuposición de iure a delimitar una estructura, y la
presuposición de facto de una organización del sentido, haya podido producir en su obra: cuál
es el más allá a partir del cual no podrían pensarse, qué supone esta exclusión respecto a la
cuestión del sentido, y cómo se economiza esta exclusión. El tratamiento de estas cuestiones
se hará a partir de autores que han sido básicos en la formación de su pensamiento, desde
perspectivas tan diversas como la fenomenológica, la religiosa, la historicista o la literaria.
En la «La parole soufflée», Derrida aborda, por fin, las cuestiones que ha ido desvelando en
los artículos anteriores. No se tratará ya, de localizar las oquedades entre las junturas del
discurso, sino de delimitar la economía de estas discontinuidades. Será a partir de Artaud y su
desgarrada interrogación por lo otro, que Derrida aborde la cuestión del límite del sentido. El
recorrido que hace el autor del Teatro y su doble a lo largo de su carrera parte de la cuestión
performativa, pasando a la totalización del teatro como arte, a la representatividad del yo, y de
ahí, llega necesariamente hasta el lenguaje y la constitución del sentido. Derrida entiende el
trabajo de Artaud en su búsqueda del teatro puro como una búsqueda necesariamente
fracasada, pero que tiene la virtud de desvelar en su indagación los mecanismos que abocan al
teatro a ser una parole coupée, una «Répétition» en lugar de un acto puro, en lugar de un
presente vivo; mecanismo que no sólo es el componente necesario del teatro, sino del
discurso, de la subjetividad y de la posibilidad de toda estructura, incluyendo el Lenguaje y la
Filosofía.
En el último artículo, «La structure, le signe et le jeu dans le discours des sciences
humaines», Derrida pone en juego todo su análisis, para extraer las consecuencias últimas del
desarrollo que ha hecho a lo largo del texto, aplicándolo al estructuralismo. Volvemos a lo
mismo en la extraña desigualdad que esto supone. Se comprende así la cita de Mallarmé que
abre la obra.
Dos son los aspectos esenciales de las conclusiones que extrae en este artículo: la no-
originariedad como determinante del movimiento y la exterioridad del centro respecto de la
estructura. Ambos imbricados en el concepto de «point zéro» que es el concepto con el que el
juego del sentido juega, este concepto puede tener la forma de Ser, de Mito, de Estructura, de
Centro, u Origen. Un concepto cuyo valor es marcar la necesidad de un contenido simbólico
que lo supla.
En nuestra época, el estructuralismo ha pensado la historicidad en tanto que estructura,
basándose de la cuestión del derecho a pensar en la estructura y dando por hecho la
organización del sentido. Esto nos ha permitido por primera vez, pensar la historicidad del
derecho, de la presuposición de facto del sentido. Más que estructura, debemos pensar estas
dinámicas de las que nos habla Derrida respecto al sentido y la posibilidad de la estructura
como juego, puesto que implican unas reglas, pero estas reglas son móviles, lábiles, y a
diferencia de la necesidad a la que nos aboca la estructura, el juego del sentido convive con su
más allá, la muerte, lo otro, la locura; convive en su límite. Este riesgo es la condición del
juego del sentido.