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Repensando la identidad chilena a partir

de la reciente inmigración latinoamericana:


los colombianos en Santiago y el desafío
de la interculturalidad

NICOLÁS GISSI BARBIERI


UNIVERSIDAD DE CHILE
FELIPE ALIAGA SÁEZ
UNIVERSIDAD SANTO TOMÁS DE BOGOTÁ

I. Identificándonos... entre el vacío, las mezclas y las tozudas permanencias

Son múltiples los ensayos y obras literarias que desde el s. XIX se han cuestionado
por las características del ser chileno. Se ha escrito sobre el alma, idiosincrasia,
genio del pueblo, ethos cultural y carácter de los chilenos, sin poner en duda la
unidad nacional. Durante el s. XX y XXI se ha pasado desde descripciones más
impresionistas y artísticas, a textos más sociológicos, antropológicos e históricos,
como los de Jorge Larraín, Sonia Montecino, Bernardo Subercaseaux y Alfredo
Jocelyn Holt, entre otros. La poesía de Nicanor Parra y Elicura Chihuailaf son
buenos ejemplos de los primeros, expresiones más intuitivas quizá, más subjeti-
vas. Parra, Nicanor, puso en el tapete una de las características chilenas con que
coincide Subercaseaux (2000), desafiando a los más tradicionalistas: «Creemos
ser país y la verdad es que somos apenas paisaje» (2011), sostuvo el poeta, esto es,
la identidad chilena tendría poco peso, sería culturalmente más laxa que densa,
más receptiva que propositiva, vaga, leve. Quizá producto de que se considera que
históricamente fue primero una nación política, un Estado, más que una nación
cultural, como muestra Jocelyn Holt (1999) a partir del s. XIX, en que el Estado se
ocupó de crear y expandir símbolos intentando construir la imagen de una na-
ción cohesionada.
Pese a este provocador verso de Parra, sabemos que los individuos —chilenos
incluidos— están/estamos marcados por el vacío, el vacío de sentido, falta que es
ontológica y por lo tanto irreducible pero a la vez insoportable, por lo que el vacío
llama al significado, nos impulsa a llenarlo con sentidos concretos, con pertenen-
cias, con símbolos y prácticas. Y así como se busca darle un sentido a las vidas
particulares, individualizadas, también se intenta participar en proyectos colecti-
vos, grupales y de país con el fin de encontrar una identidad compartida, siguien-
do la idea de Kymlicka:

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La pertenencia cultural tiene un “alto perfil social”, puesto que afecta la forma en que
los demás nos perciben y nos responden, lo que a su vez modela nuestra identidad
[Kymlicka, 2010: 128].

Pese a la relativa falta de densidad cultural que tiene Chile si se compara-por


ejemplo— con países como Brasil y Bolivia, no se puede desconocer el amplio
patrimonio cultural con que cuenta tanto en el norte, en la frontera andina chile-
no-peruana-boliviana, como en el centro con su mundo campesino de legado
hacendal, como en el sur, donde destacan distintas tradiciones y sus cruces, entre
lo mapuche, alemán y español. Sin duda que los chilenos tienen una gran riqueza
cultural, sin embargo, sigue presente la duda que se plantea tanto desde la acade-
mia como desde conversaciones coloquiales, a veces angustiantes, preguntándose
por la identidad chilena como un todo.
Como veremos, hay diferentes discursos sobre «lo chileno», sobre sus conte-
nidos, sin embargo el supuesto fundamental que encontramos en la literatura y
encuestas realizadas sostiene la existencia de la unidad chilena y algo así como la
«chilenidad». Es «la imagen de su comunión», como advierte Anderson sobre las
naciones, las que serían «comunidades imaginadas»:

Es imaginada porque aun los miembros de la nación más pequeña no conocerán


jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos,
pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión [Anderson, 1993: 23].

Distintos estudios (Cuevas, 2008; Encuesta Nacional Bicentenario, 2015) han


mostrado una alta pertenencia de las generaciones mayores con el Estado-Na-
ción chileno, siendo más leve esta auto-comprensión en las generaciones más
jóvenes, quienes estarían más proclives a aceptar una pluralidad de dimensiones
identitarias, o como llamaría M.A. Baeza, la «praxis identitaria», en cuanto forma
de ser de los sujetos, «y con ello de desplegar todas sus posibilidades —reales o
supuestas— en tanto que “sujeto histórico”. Pues bien, esos diferentes posiciona-
mientos son operaciones absolutamente elementales, impostergables en la defi-
nición de la unidad individual o grupal» (Baeza, 2000: 49), entre las que la patria
juega un rol relativamente menor que en el imaginario social de las generaciones
anteriores. El género, la etnia, la clase o estrato, convicciones políticas, estilos
musicales y gustos deportivos generan lealtades paralelas y entrecruzadas a la
nacional.
Sabemos que hay una historia (con sus distintas versiones de acuerdo a las
memorias e intereses grupales), un territorio y una lengua compartidas por los
ciudadanos chilenos, quienes se han integrado a la cultura occidental a través del
prisma español, quizá también por la religión católica, con sus distintos sincretis-
mos regionales y la relevancia del marianismo (Montecino, 2007). Mucho se ha

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discutido si es más importante el legado de la hacienda y el rito, instituciones más


barrocas, o si ha prevalecido el texto (cultura escrita) y el mercado, instituciones
más ilustradas y modernizantes. Así también de si en estas tensiones ha predomi-
nado el autoritarismo generado desde las élites o las resistencias desencadenadas
desde lo local. Lo cierto es que hoy siguen conviviendo estas distintas fuerzas en
Chile en un contexto globalizante y norteamericanizante.
Ya después de estos primeros acuerdos empezaremos a discutir según los afec-
tos de cada uno y/o elaboraremos distintas «listas de lavandería» sobre los «ras-
gos auténticos chilenos» (como el acento, la cueca, la cazuela, la selección de fút-
bol y/o el centralismo, el legalismo, el corto-placismo, entre otras características
que se suelen mencionar). En parte esta identidad difusa se debe a que somos —
de acuerdo a la categorización que hizo en los años de 1970 el antropólogo brasi-
leño D. Ribeiro (1977) sobre las naciones latinoamericanas— un Pueblo Nuevo
(versus los pueblos testimonio, como Perú; y los pueblos transplantados, como
Argentina), esto es: sociedades plasmadas en los últimos siglos como un subpro-
ducto de la expansión europea por la fusión y aculturación de matrices indígenas,
afros y europeas. Sin embargo, sostuvo este autor: «Ninguno de los pueblos de
este bloque constituyó una nacionalidad multiétnica... solamente Chile... conser-
va en el contingente araucano... una etnia diferenciada...» (Ribeiro, 1969: 85). Po-
demos ir coincidiendo, entonces, en que Chile es una sociedad relativamente jo-
ven, producto de los encuentros y desencuentros entre nativos y españoles, de su
mestizaje durante siglos pero también de la permanencia actual de estos pueblos
en el territorio nacional, de mapuches y otros ocho pueblos indígenas y de espa-
ñoles y otros colectivos europeos. Fusiones y autonomías parciales (síntesis y yux-
taposición a la vez), en una trayectoria histórica de modernidad frágil e inconclu-
sa, explican en parte esta vaguedad identitaria que poetas y científicos sociales
suelen señalar. Más aun, los desafíos del mundo externo que nos atrae pero que
también nos asusta, y que cada día se nos acerca más por medio de mensajes,
mercancías y personas, propio de un mundo tecno-conectado, no hace más que
hibridizar (diría García Canclini, 1990) los múltiples perfiles de chilenos que vi-
ven entre sus hogares y los medios de comunicación de masas.

II. Imaginarios, discursos heterogéneos y espacios fronterizos

Como plantea Z. Bauman (2004) vivimos en una sociedad en la cual han ido
desapareciendo las seguridades, hay una fragilidad de los vínculos humanos, lo
cual hace que con mayor fuerza surja la búsqueda de refugio, identidad y grupos
o comunidades a las cuales pertenecer. Somos una sociedad colmada de descon-
fianzas entre nosotros, no solo con los distintos otros. Desconfianzas que se de-
ben, en parte, a que desde la infancia se enseña a pensar en la diferencia como un

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problema y una amenaza, no como la posibilidad de una sociedad más diversa y


abierta a otras manifestaciones identitarias. Es la desigualdad y fragmentación de
la sociedad chilena de antes y de hoy. Es por esto que bien hizo J. Larraín (2001)
en dar cuenta de las distintas versiones de lo que se ha señalado históricamente
por identidad chilena. Estas son la versión militar-racial, la hispanista, la psicoso-
cial, la de la cultura popular, la religiosa-católica y la empresarial-postmoderna. 1)
La militar-racial ubica al ejército en su asociación con el Estado y sus guerras
victoriosas —como la de la Independencia— como progenitor y garante de la
chilenidad. Así se habría creado una «raza» militarmente virtuosa, el «roto» chile-
no. 2) La versión hispanista destaca que el legado español representa el ser más
íntimo de los chilenos y que su presencia se constituyó en el factor unificador
para superar los particularismos geográficos y culturales. 3) El discurso psicoso-
cial, que sostiene la existencia de un «carácter chileno», sobrio, inclinados al or-
den, inseguros y generosos. 4) El discurso de la cultura popular, el cual plantea la
presencia de una cultura independiente y opuesta a la cultura oligárquica de la
elite, que a través de la imaginación y creación constante utiliza al máximo los
escasos recursos. 5) La versión religiosa, que destaca el carácter católico de la
cultura nacional, situándose por sobre la razón científica y criticando la orienta-
ción al mercado. Finalmente, 6) la versión empresarial, que visualiza a Chile como
un país emprendedor y consumista, más europeo que latinoamericano.
Esta clasificación de énfasis, grupos e intereses se podría efectuar con cual-
quiera de las naciones latinoamericanas, pues somos una de las tantas formas de
ser latinoamericanos, como nos recuerdan las obras de L. Zea, D. Ribeiro y déca-
das antes de J. Martí, somos una de las tantas variedades de «Nuestra América»,
nuestra América latina, de la cual se suele advertir que los chilenos solemos vivir
de espaldas. La existencia de estos discursos tan distintos que luchan por la hege-
monía no hace más que reafirmar la histórica y presente heterogeneidad, pese a
ser un territorio y una población pequeños, casi una isla. Muchas diferencias —y
desigualdades— en poco espacio auguran competencia, creación de estigmas y
conflictos, como bien nos han enseñado la micro-sociología y los estudios etno-
gráficos. Lo cual está exaltado por la discriminación hacia los indígenas, o lo que
se puede plantear como no querer ser «como los indios», «como los pobres indie-
sitos», lo cual ha generado durante estos dos siglos de vida republicana el famoso
arribismo y el «sacarse la mugre» para distanciarse de los de abajo, para distin-
guirse, lo que hoy se constata a través de un generalizado endeudamiento para
consumir y llegar a ser como «los superiores» de Chile y del mundo neoliberal.
Estos distintos imaginarios que sistematiza Larraín en Identidad Chilena (2001)
revelan un país de indígenas pero también de mestizos, habitantes rurales pero
también urbanos, «gente de costumbre y gente de razón», como titula uno de sus
libros M. Bartolomé (1997). Oposiciones que se suelen desordenar y enriquecer
precisamente a través de las movilidades y migraciones, internas y externas, de

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encuentros en la escuela, pero también en las fiestas, religiosas y no, santas y pe-
cadoras. Es en las fronteras donde se inician estos «enredos», estas misteriosas
mezcolanzas, en los confines externos, nacionales, pero también en los internos,
en el Bío Bío para la frontera chileno/mapuche, en la zona valdiviana para la fron-
tera chileno/patagónica, desde donde todavía dicen «voy a Chile» (Rodríguez,
Gissi y Medina, 2015). Y como no, en los intersticios urbanos, como lo sigue sien-
do el Mapocho y la Chimba, en Santiago, en el sector de la Vega y el mercado Tirso
de Molina, donde todos los días se encuentran chilenos y peruanos, colombianos
y haitianos, dominicanos y bolivianos, así como en otros barrios de las comunas
de Santiago Centro, Estación Central, Recoleta e Independencia, entre tantas otras.

III. La sociedad chilena y el desafío de la integración intercultural


al que invitan los inmigrantes: el caso colombiano

De acuerdo a los resultados del proyecto de investigación financiado por Conicyt,


del Gobierno de Chile, titulado «Migración y procesos de integración y exclusión
social de colombianos y mexicanos en Chile. Estudio comparativo de dos casos de
movilidad intralatinoamericana (Fondecyt N°11130287) en una primera etapa de
residencia en Chile se identifica que los colombianos recién llegados perciben a los
chilenos desde las diferencias culturales y la sensación de incomprensión. Los dis-
cursos de los entrevistados revelan la distancia entre los imaginarios sociales adqui-
ridos antes de partir de Colombia y la experiencia vivida aquí, generándose más
rupturas que confirmaciones durante los primeros años, quebrándose el denomi-
nado «sueño chileno», pese a las facilidades que genera el uso de una misma lengua.
Se destaca que la «forma de ser» de los chilenos sería fría y distante, en oposición a
la calidez de los vínculos de la sociedad colombiana. Esto se manifiesta incluso en la
mala calidad que brindan los servicios públicos en Santiago, especialmente los aso-
ciados a trámites que deben hacer los migrantes.
¿Pero cómo viven los colombianos las relaciones con los chilenos luego de las
primeras impresiones y sus concomitantes choques culturales? El análisis de las
entrevistas deja ver mayoritariamente experiencias de acercamiento e interés por
establecer y profundizar interacciones con nacionales, en búsqueda de su integra-
ción en el país. Podemos entender este proceso en tres niveles, siguiendo la pro-
puesta de Aliaga (2012), en cuanto los inmigrantes en primer lugar buscan la
inclusión en los sistemas funcionales básicos de la sociedad (educación, salud,
vivienda, servicios sociales, etc.); en segundo por medio de un esquema com-
prensivo entre los propios individuos; y en tercer lugar por medio de la adapta-
ción a distintos artefactos y procesos.
Muchos/as aseguran que una vez que se logra «romper el hielo» inicial con el
chileno sobrevienen amistades duraderas y francas y que el chileno en general

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tiene buena acogida con el colombiano, como comenta Diego: «la recepción fue
maravillosa, tuve cero drama la verdad». Se repite constantemente en las entrevis-
tas cómo muchos incluso prefieren las amistades con chilenos que con sus con-
nacionales: «mi gente es más chilena que colombiana» (Diana). Este tipo de co-
mentarios muestra cómo la mayoría ha logrado un buen nivel de integración
social (de acuerdo a sus expectativas) que es transversal por género, pero con
diferencias según «raza» y estrato social (Gissi y Ghio, 2017). Por lo tanto es posi-
ble sostener que respecto a la población colombiana en Santiago, la formación de
enclaves o segregación es poco probable, lo que sí se percibe en otros colectivos
como los peruanos o bolivianos (Garcés, 2007; Torres e Hidalgo, 2009).
La acogida se vuelve un mecanismo clave en el proceso de integración, si-
guiendo el segundo nivel de integración planteado por Aliaga, en cuanto esque-
ma comprensivo a través del cual se abre un nuevo plano de socialización, en el
cual.

Hay un entrecruzamiento de distintas maneras de comportamiento, ya sea inmi-


grantes y población autóctona, los universos de significado se remueven y entran en
interrogante, los imaginarios sociales del tipo de sociedad en la que se está viviendo
y en cómo se debe operar dentro de esta, son diversos [Aliaga, 2012: 22].

Esto genera una transformación de las subjetividades, que en este caso se tra-
duce en relaciones sociales positivas de acogida, impulsándose así la integración
intercultural.
El colombiano pareciera valorar positivamente las relaciones interpersonales
con chilenos, tanto en el trabajo, como amistades e incluso como parejas, valora-
ción que se extiende desde los chilenos a los colombianos:

[...] siempre voy a juntarme con amigos chilenos, he trabajado mucho con chilenos,
y las costumbres... sus carretes, las fiestas, el dieciocho igual participo en los asados
de amigos chilenos, igual también lo hago porque me gusta lo chileno y a ellos les
gusta que uno mezcle lo colombiano con lo chileno, eso de participar en las activida-
des chilenas yo las disfruto [Yordan].

La anterior cita es un excelente ejemplo del proceso de mestizaje que ocurre


entre costumbres colombianas y chilenas, donde se vive un proceso de intercam-
bio cultural, las costumbres «son a la vida cotidiana lo que el ritual a la vida reli-
giosa stricto sensu» (Maffesoli, 1990: 54), se comienzan a acercar las pautas cultu-
rales, en cuanto que el inmigrante, representado en la figura del forastero, desde
A. Schütz, se debe enfrentar a «todas las valoraciones, instituciones y sistemas de
orientación y guía peculiares (tales como usos y costumbres, leyes, hábitos, eti-
queta, modas)»(Schütz, 1964: 96), aspectos que le permiten al endogrupo organi-
zar recetas que facilitan el pensar habitual al cual el inmigrante colombiano cau-
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telosamente se empieza a acercar.


Lo anterior se percibe en la valorización que hacen unos sobre las costumbres
del otro. La comida es un buen ejemplo de esto, ya que es posible ver en las calles
de Santiago vendedores de arepas rellenas con ingredientes típicos chilenos como
la palta molida o el ave pimiento. Otro ejemplo es el mencionado por Alejandro,
quien plantea que la situación ideal para conocer la «esencia» del chileno es a
través de un asado:

[...] algo que identifica al chileno, como para acercarse a sus raíces, a su forma, a su
gente, socializar con la gente, es un asado yo creo que es la ocasión perfecta para
conocer a un chileno [...] como que se sueltan más, y son como más expresivos, la
gente se vuelve más expresiva».

Esta expresividad chilena se lograría por medio de la comensalidad, haciendo


posible disminuir la brecha entre ambas culturas.
Sin embargo, algunos consideran que integrarse a un grupo de amigos chile-
nos es casi imposible: «ya como que están seleccionados del grupo del colegio,
amigos de la universidad y es muy complicado» (Aristarco). No son pocos los
entrevistados que tienen comentarios semejantes, especialmente en el ámbito la-
boral donde muchos comentan dificultades de sociabilización, sobre todo en un
inicio. Sin embargo estas dificultades tienden a ser pasajeras una vez que se gene-
ran confianzas, por lo que esta aparente aprensión del chileno hacia el colombia-
no probablemente estriba no en su carácter nacional sino hacia el extranjero en
general, ya que en Chile la migración sigue siendo un proceso novedoso y no
poco temido. La confianza se vuelve un proceso fundamental en la integración de
los inmigrantes, la que se basaría en tres aspectos según Coca y Pintos «la proba-
bilidad subjetiva asignada al otro, las supuestas pérdidas que ocasionaría tal con-
fianza y las posibles ganancias al respecto» (Coca y Pintos, 2009: 230), esta rela-
ción, indican los autores, permitiría el encuentro, el diálogo y la fraternidad; lo
contrario generaría la cosificación del otro. En este sentido los colombianos se
encuentran en una búsqueda permanente de ganar confianza en el territorio na-
cional y dejar de ser extraños (Bauman, 2009), en cuanto minorías que pueden
ser vistas como generadoras de «incertidumbre respecto del ser nacional y de la
ciudadanía nacional» (Appadurai, 2007: 63).
Uno de los tópicos abordados en las entrevistas fue cómo los colombianos
viven la «chilenidad», esto es, la participación en eventos considerados como pro-
pios y representativos de la cultura chilena por parte de las personas entrevista-
das. Dos prácticas se repiten, la valorización de la comida y el disfrute y participa-
ción en fiestas típicas y bailes, las cuales son presentadas como pruebas de un
esfuerzo consciente por adoptar y hacer propio el espacio social de acogida. Arraigo
que emerge desde lo lúdico como mecanismo de integración cultural, en cuanto

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desde el paradigma estético maffesoliano sería:

[...] eso que no se preocupa por ningún tipo de finalidad, de utilidad, de “practici-
dad”, o de eso que se suele llamar “realidades”; pero sería al mismo tiempo eso que
estiliza la existencia, poniendo de relieve su característica esencial [Maffesoli, 1990:
150].

En muchos casos los inmigrantes buscarán volcarse al sentimiento, al mo-


mento «tribal» del encuentro con los chilenos, en una actitud de relacionismo, en
donde:

[...] la religancia propiamente como tal es más importante que los elementos que se
religan. Lo que va a prevalecer es menos el objetivo a alcanzar que el hecho de estar
juntos [Maffesoli, 1990: 158].

En primer lugar, aunque la mayoría comenta que extraña ciertas comidas típi-
cas colombianas, muchos relatan una gran apreciación por la comida chilena, y
ven a través de esta una pertenencia al colectivo, como explica Cheryl: «el pastel
de choclo es lo mejor que han inventado los chilenos, [...] sí, estoy totalmente
integrada, totalmente integrada a la cultura chilena, me gusta Chile». La celebra-
ción de las fiestas patrias chilena fue comentado por muchos de los entrevistados
como la «forma perfecta de conocer a un chileno» (Vanessa), porque en ella se
expresa «la chilenidad en familia», ya sea vistiendo a los niños de huasos y huasas
(Anita) o disfrutando de las fondas (Edgar). Varios entrevistados comentan que
disfrutan de bailar cueca, incluso haciéndolo de forma regular ya que les permite
acercarse a la idiosincrasia de los chilenos (Andrés). Por otra parte, la práctica del
baile es reconocida como una oportunidad para expresar y valorar su identidad,
como explica Daniel respecto a porqué baila cueca: «Mira a mí me pasa que por
ejemplo eso de bailar, es como algo típico de la celebración colombiana, lo sigo
haciendo».

IV. Los estereotipos como limitantes o facilitadores de la integración

Los colombianos al llegar a Chile generalmente se ven enfrentados a imágenes


preconcebidas sobre lo que significa tener esa nacionalidad —ya sean estas posi-
tivas o negativas— y a distorsiones cognitivas sobre Colombia, como se puede
apreciar especialmente a través de los medios de comunicación (Ahora Noticias,
2013; El Mercurio online, 2012), puesto que, como indican Alsina y Medina:

[...] hay que reconocer que para los periodistas no siempre es fácil construir una
alteridad exenta de connotaciones negativas, ya que, generalmente, lo que hacen es

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reproducir los estereotipos sociales y culturales vigentes» (Alsina y Medina: 50].

En este punto, las experiencias de estereotipos y de discriminación que se


expresan, especialmente racial, aparecen como un impedimento para la articula-
ción de una narrativa positiva sobre la estancia general en el país y la visión sobre
la sociedad chilena.
De acuerdo a las entrevistas, los estereotipos sobre Colombia en la sociedad
chilena tienen principalmente relación con el tráfico de estupefacientes, especial-
mente cocaína. Un gran número de entrevistados mencionan haberse enfrentado
en una o más ocasiones a este estereotipo, especialmente en el marco de bromas:
«típico chileno te pregunta, “buena la droga allá, cómo es la droga”» (Diego) o «no
falta la talla de que bueno “la cocaína” y que no sé qué... pero es por, yo lo entiendo
que es como la talla, se burla de eso, queda otra, enojarse por eso es como... no sé,
como ilógico» (Alejandro). Según algunos, los discursos, las producciones inter-
nacionales para la televisión sobre esta temática han influido en la expansión de
este estereotipo.
Como comenta Alejandro: «esa fama nosotros mismos nos encargamos de
venderla, porque sacamos teleseries de narcotráfico, prostitución, todo eso, en-
tonces nosotros mismos nos hacemos la mala fama». Resulta interesante cómo,
en este caso, se busca justificar la visión negativa como un problema propio de
Colombia y no de Chile. Similar es el análisis que realiza Diego respecto al efecto
de las telenovelas sobre el narcotráfico: «la gente es tan empeliculada con lo de las
novelas, [...] las teleseries y todo eso, con la gente en la televisión». Varios mencio-
nan que estas referencias al narcotráfico nacen desde el «humor típico chileno»,
humor que también se extiende hacia el estereotipo sexualizado sobre la belleza
de la mujer colombiana, los que igualmente aparecen justificados en el marco de
un humor «sin mala intención», el cual no es necesario criticar: «llegó el colom-
biano: ¡uy qué trajo paisano! Ya tiraban la talla, es que el humor del chileno es
como bien en doble sentido, pero no me he sentido agredido, me han hecho sentir
que son buena onda» (Diego).
Ahora bien, son muchos los entrevistados afro-descendientes que comentan
haber sido víctimas de racismo por parte de chilenos, llegando a clasificar esto
como la parte más difícil de su experiencia migratoria: «pues lastimosamente
termina a veces en golpes [...] me dicen “negro yo-no-sé-qué”» (Diego), «te miran
así como de mala forma o como que tú estás esperando la micro y si hay varios
negros no te paran» (Yennifer). «La peor... cuando uno sale y le dicen cosas malas.
Que hasta de maraca la tratan a uno que... se oscureció, le dicen cosas así, cosas
del color» (Maricela). El color de la piel es un factor determinante en las maneras
en que colombianas y colombianos describen como positiva o negativa su expe-
riencia en Chile. En este sentido las dificultades de la integración se relacionan
con el miedo al otro, al diferente, que puede ser visto como un riesgo a la identi-

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dad o a la integridad de los connacionales. Al respecto, Kymlicka apunta:

Si es necesario, nos inventamos o exageramos estos riesgos —aun en ausencia de prue-


bas— para ocultar los verdaderos motivos de nuestra oposición a los inmigrantes»,
que tienen relación con el racismo y la xenofobia, según el autor, quien sostiene que:
«en la persistente lucha entre los valores de la tolerancia y la no discriminación y los
miedos que la diversidad despierte en el público, el resultado a menudo depende de
una evaluación específica de los riesgos que están en juego [Kymlicka, 2009: 41].

En este plano los estereotipos pueden seguir reforzando actitudes negativas o


contrarias a la integración presentando a los inmigrantes como un riesgo.
Sin embargo, varios discursos mencionan también ciertos estereotipos positi-
vos, dejando entrever los valores que son aceptados y promovidos por la cultura
dominante. Estos estereotipos se refieren al colombiano visto como un buen tra-
bajador y la calidad del servicio que brindan en empleos específicos, como res-
taurantes y atención al público en general. Esto complementa las concepciones
que tiene el colombiano como «otro» respecto al chileno (que presta un mal ser-
vicio y es mal trabajador). Además muchos comentan cómo el acento y la forma
de ser extrovertida —que explica la calidad del servicio prestado— son cualida-
des valoradas por la sociedad chilena: «les gusta cómo se expresa uno y la forma
de ser del colombiano también, porque de garzón uno atiende y me preguntan de
dónde soy, que habla tan bonito uno» (José).
Los estereotipos de género también están presentes en los discursos analiza-
dos. Por ejemplo, algunas entrevistadas explican que las mujeres chilenas tienen
actitudes agresivas hacia ellas, que derivan de sus celos y de la malinterpretación
de la forma de ser y expresarse de las colombianas, como explica Marta:

[...] yo hay veces atiendo y les digo a los hombres «hola mi amor, ¿desean almorzar?»
y me dicen ellas «él no es amor suyo, él es amor mío» y oye que nosotros en Colom-
bia le decimos mi amor. Además varias colombianas coinciden en que el hombre
chileno es mentiroso, especialmente cuando las intentan seducir: ellos le dicen que
tienen casa, que tienen finca, que tienen esto, yo como vengo de un país más... que ya
conozco la mentira, entonces yo no los pesco [Marta].

De estas reflexiones deriva la idea de que la sociedad chilena es fundamental-


mente machista.
Dicho esto, un grupo de entrevistadas considera que las relaciones de género
son menos desiguales en Chile que en Colombia, donde las chilenas gozan de
mayor libertad:

Me gusta mucho la independencia que manejan acá, un tanto igual para la mujer
como el hombre. O sea las mujeres acá no dependen tanto del hombre como para

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salir, para vivir, ellas tienen sus propias cosas, tienen su auto, tienen su departamento
y todo con el sudor de su frente [Jaime].

Nubia, a través de su trabajo, expresa algo semejante especialmente en la par-


ticipación del hombre chileno en la crianza de los hijos:

[...] los hombres son más comprometidos con sus hijos, en Colombia son más irres-
ponsables, aquí uno ve por ejemplo un papá que se queda todas las noches cuidando
a sus niños en el hospital, aquí los papás se pelean por la custodia de sus hijos, en
Colombia si no se sabe mejor, los hombres uno acá los ve que hacen el mercado, que
cocinan, la mayoría de hombres cocinan, no, no, no, en Colombia no es así, porque la
mujer es la que atiende al hombre».

En consecuencia, a pesar de la acción de estereotipos de género que inferiori-


zan y sexualizan a las mujeres colombianas, sus experiencias de vida y lo que
observan como normas de orden de género en Chile resultan más favorables a la
independencia de las mujeres que aquellas existentes en Colombia.

V. A modo de cierre/apertura al s. XXI

Pese a las novedades tardío-modernas, el legado histórico colonial y neocolonial


ha marcado al país hasta el día de hoy. Es por esta historia de colonialismo exter-
no y también interno (como nos enseñara González Casanova, 1987) que cuando
nos identificamos como nación (esto es, cuando se piensa quiénes somos y cómo
es el país en el concierto internacional, se suele desconocer el aporte indígena, así
como también hoy el de los inmigrantes latinoamericanos que llegan día a día
mayoritariamente a Santiago, Antofagasta, Iquique y Valparaíso, especialmente a
los afro-descendientes. Al respecto, Cayuqueo dijo: «Yo no tengo problemas con
Chile, Chile tiene problemas conmigo... y también con los inmigrantes» (Cayu-
queo, 2012). Surgen, entonces, las alteridades internas que a veces aclaran el pa-
norama de nuestra identidad nacional. Se trata del temor individual y familiar a
no ser reconocidos o a ser subvalorados en las ciudades, en las escuelas, en los
servicios públicos de ayer y de hoy, así como a ser excluidos como colectivo, como
nación, en el mundo de la geopolítica global, tan jerarquizado este sobre todo en
las grandes ciudades. Estos temores a ser discriminados los tienen también hoy
los inmigrantes latinoamericanos, estando en juego si las relaciones culturales
van a ser friccionadas, conflictivas, o más bien de convivencia intercultural du-
rante las próximas décadas.
Existe una negación de nuestra parte indígena y afro para no vivir y resentir
esta discriminación que está presente en múltiples discursos, y hoy cada día más,
a través de la televisión e Internet. Para sorpresa de algunos, esta negación no solo
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192 REPENSAR LA SOCIALIDAD EN LA MODERNIDAD AVANZADA. ILUSTRACIONES

la realiza gente poco letrada, también ilustres historiadores como S. Villalobos,


quien se esfuerza en mostrarnos que el pueblo mapuche no existe y menos aún,
un lado mapuche en los chilenos. Es el miedo al espejo, a ver el mestizaje en su
cuerpo, en su naturaleza. Así, muchos han optado por la identificación solo con
sus ancestros europeos, representados hoy por los extranjeros que también llegan
a Chile buscando mejores oportunidades cuando, en algunos casos, cuyos países
de origen se encuentran en crisis económica y/o política, particularmente —de
nuevo— los españoles. Tanto como el etnocentrismo, caracteriza al país un alter-
centrismo que mira al Norte, que imagina como modelo a los países más blancos,
pese a que E. Chihuailf nos recordara que «bella es la rubiedad, pero hermosa
también es la morenidad» (1999).
En las experiencias relatadas por los colombianos, vemos cómo, pese a los
iniciales problemas de comunicación entre chilenos y colombianos, poco a poco
se logran aprendizajes estratégicos, disminuyendo las incomprensiones y reinter-
pretándose la cultura local. De este modo, se suele generar la deseada integración
a través, por un lado, del surgimiento de un sistema comprensivo entre chilenos y
colombianos, y por la adaptación a artefactos y procesos, ya que una serie de
elementos habituales de la vida cotidiana son interpretados o reinterpretados
(Aliaga, 2012). Pese a la permanencia de los lazos transnacionales con los familia-
res y amigos que residen en Colombia y/o migraron a otros países del mundo. En
este logro es relevante el factor «raza», recusando mayores barreras los individuos
de color de piel negra, la mayoría procedentes de Cali y el sur de Colombia.
Estas diferencias culturales vividas durante los dos primeros años devienen
en una oportunidad, pues abren la posibilidad de complementariedad, teniendo
los colombianos cada vez más acceso y buena acogida en el sector servicio, si-
guiendo el primer nivel de la integración en los sistemas funcionales básicos (Alia-
ga, 2012), donde se los reconoce como buenos trabajadores, superándose los este-
reotipos. La integración en el mundo laboral pasa a ser clave para lograr arraigo
en Chile. Se van generando así amistades y parejas, y un paulatino proceso de
mestizaje cultural, el que es más evidente en las comidas y bailes.
La convivencia multicultural en Chile está así más desafiante que hace dos
décadas, planteando nuevas y antiguas preguntas a una sociedad, como la chilena,
que se ha imaginado históricamente como homogénea y ordenada, apareciendo
en la prensa cada día más columnas y editoriales sobre las «segundas generacio-
nes», temática que ha surgido a partir de las relaciones entre hospitales, escuelas e
inmigrantes. Esta visibilidad de las niñas y niños chilenos de madre y/o padre
extranjero nos conduce a repensar la ciudadanía chilena del s. XXI.

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REPENSANDO LA IDENTIDAD CHILENA A PARTIR DE LA RECIENTE INMIGRACIÓN... 193

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