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Son múltiples los ensayos y obras literarias que desde el s. XIX se han cuestionado
por las características del ser chileno. Se ha escrito sobre el alma, idiosincrasia,
genio del pueblo, ethos cultural y carácter de los chilenos, sin poner en duda la
unidad nacional. Durante el s. XX y XXI se ha pasado desde descripciones más
impresionistas y artísticas, a textos más sociológicos, antropológicos e históricos,
como los de Jorge Larraín, Sonia Montecino, Bernardo Subercaseaux y Alfredo
Jocelyn Holt, entre otros. La poesía de Nicanor Parra y Elicura Chihuailaf son
buenos ejemplos de los primeros, expresiones más intuitivas quizá, más subjeti-
vas. Parra, Nicanor, puso en el tapete una de las características chilenas con que
coincide Subercaseaux (2000), desafiando a los más tradicionalistas: «Creemos
ser país y la verdad es que somos apenas paisaje» (2011), sostuvo el poeta, esto es,
la identidad chilena tendría poco peso, sería culturalmente más laxa que densa,
más receptiva que propositiva, vaga, leve. Quizá producto de que se considera que
históricamente fue primero una nación política, un Estado, más que una nación
cultural, como muestra Jocelyn Holt (1999) a partir del s. XIX, en que el Estado se
ocupó de crear y expandir símbolos intentando construir la imagen de una na-
ción cohesionada.
Pese a este provocador verso de Parra, sabemos que los individuos —chilenos
incluidos— están/estamos marcados por el vacío, el vacío de sentido, falta que es
ontológica y por lo tanto irreducible pero a la vez insoportable, por lo que el vacío
llama al significado, nos impulsa a llenarlo con sentidos concretos, con pertenen-
cias, con símbolos y prácticas. Y así como se busca darle un sentido a las vidas
particulares, individualizadas, también se intenta participar en proyectos colecti-
vos, grupales y de país con el fin de encontrar una identidad compartida, siguien-
do la idea de Kymlicka:
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La pertenencia cultural tiene un “alto perfil social”, puesto que afecta la forma en que
los demás nos perciben y nos responden, lo que a su vez modela nuestra identidad
[Kymlicka, 2010: 128].
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Como plantea Z. Bauman (2004) vivimos en una sociedad en la cual han ido
desapareciendo las seguridades, hay una fragilidad de los vínculos humanos, lo
cual hace que con mayor fuerza surja la búsqueda de refugio, identidad y grupos
o comunidades a las cuales pertenecer. Somos una sociedad colmada de descon-
fianzas entre nosotros, no solo con los distintos otros. Desconfianzas que se de-
ben, en parte, a que desde la infancia se enseña a pensar en la diferencia como un
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encuentros en la escuela, pero también en las fiestas, religiosas y no, santas y pe-
cadoras. Es en las fronteras donde se inician estos «enredos», estas misteriosas
mezcolanzas, en los confines externos, nacionales, pero también en los internos,
en el Bío Bío para la frontera chileno/mapuche, en la zona valdiviana para la fron-
tera chileno/patagónica, desde donde todavía dicen «voy a Chile» (Rodríguez,
Gissi y Medina, 2015). Y como no, en los intersticios urbanos, como lo sigue sien-
do el Mapocho y la Chimba, en Santiago, en el sector de la Vega y el mercado Tirso
de Molina, donde todos los días se encuentran chilenos y peruanos, colombianos
y haitianos, dominicanos y bolivianos, así como en otros barrios de las comunas
de Santiago Centro, Estación Central, Recoleta e Independencia, entre tantas otras.
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tiene buena acogida con el colombiano, como comenta Diego: «la recepción fue
maravillosa, tuve cero drama la verdad». Se repite constantemente en las entrevis-
tas cómo muchos incluso prefieren las amistades con chilenos que con sus con-
nacionales: «mi gente es más chilena que colombiana» (Diana). Este tipo de co-
mentarios muestra cómo la mayoría ha logrado un buen nivel de integración
social (de acuerdo a sus expectativas) que es transversal por género, pero con
diferencias según «raza» y estrato social (Gissi y Ghio, 2017). Por lo tanto es posi-
ble sostener que respecto a la población colombiana en Santiago, la formación de
enclaves o segregación es poco probable, lo que sí se percibe en otros colectivos
como los peruanos o bolivianos (Garcés, 2007; Torres e Hidalgo, 2009).
La acogida se vuelve un mecanismo clave en el proceso de integración, si-
guiendo el segundo nivel de integración planteado por Aliaga, en cuanto esque-
ma comprensivo a través del cual se abre un nuevo plano de socialización, en el
cual.
Esto genera una transformación de las subjetividades, que en este caso se tra-
duce en relaciones sociales positivas de acogida, impulsándose así la integración
intercultural.
El colombiano pareciera valorar positivamente las relaciones interpersonales
con chilenos, tanto en el trabajo, como amistades e incluso como parejas, valora-
ción que se extiende desde los chilenos a los colombianos:
[...] siempre voy a juntarme con amigos chilenos, he trabajado mucho con chilenos,
y las costumbres... sus carretes, las fiestas, el dieciocho igual participo en los asados
de amigos chilenos, igual también lo hago porque me gusta lo chileno y a ellos les
gusta que uno mezcle lo colombiano con lo chileno, eso de participar en las activida-
des chilenas yo las disfruto [Yordan].
[...] algo que identifica al chileno, como para acercarse a sus raíces, a su forma, a su
gente, socializar con la gente, es un asado yo creo que es la ocasión perfecta para
conocer a un chileno [...] como que se sueltan más, y son como más expresivos, la
gente se vuelve más expresiva».
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[...] eso que no se preocupa por ningún tipo de finalidad, de utilidad, de “practici-
dad”, o de eso que se suele llamar “realidades”; pero sería al mismo tiempo eso que
estiliza la existencia, poniendo de relieve su característica esencial [Maffesoli, 1990:
150].
[...] la religancia propiamente como tal es más importante que los elementos que se
religan. Lo que va a prevalecer es menos el objetivo a alcanzar que el hecho de estar
juntos [Maffesoli, 1990: 158].
En primer lugar, aunque la mayoría comenta que extraña ciertas comidas típi-
cas colombianas, muchos relatan una gran apreciación por la comida chilena, y
ven a través de esta una pertenencia al colectivo, como explica Cheryl: «el pastel
de choclo es lo mejor que han inventado los chilenos, [...] sí, estoy totalmente
integrada, totalmente integrada a la cultura chilena, me gusta Chile». La celebra-
ción de las fiestas patrias chilena fue comentado por muchos de los entrevistados
como la «forma perfecta de conocer a un chileno» (Vanessa), porque en ella se
expresa «la chilenidad en familia», ya sea vistiendo a los niños de huasos y huasas
(Anita) o disfrutando de las fondas (Edgar). Varios entrevistados comentan que
disfrutan de bailar cueca, incluso haciéndolo de forma regular ya que les permite
acercarse a la idiosincrasia de los chilenos (Andrés). Por otra parte, la práctica del
baile es reconocida como una oportunidad para expresar y valorar su identidad,
como explica Daniel respecto a porqué baila cueca: «Mira a mí me pasa que por
ejemplo eso de bailar, es como algo típico de la celebración colombiana, lo sigo
haciendo».
[...] hay que reconocer que para los periodistas no siempre es fácil construir una
alteridad exenta de connotaciones negativas, ya que, generalmente, lo que hacen es
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[...] yo hay veces atiendo y les digo a los hombres «hola mi amor, ¿desean almorzar?»
y me dicen ellas «él no es amor suyo, él es amor mío» y oye que nosotros en Colom-
bia le decimos mi amor. Además varias colombianas coinciden en que el hombre
chileno es mentiroso, especialmente cuando las intentan seducir: ellos le dicen que
tienen casa, que tienen finca, que tienen esto, yo como vengo de un país más... que ya
conozco la mentira, entonces yo no los pesco [Marta].
Me gusta mucho la independencia que manejan acá, un tanto igual para la mujer
como el hombre. O sea las mujeres acá no dependen tanto del hombre como para
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salir, para vivir, ellas tienen sus propias cosas, tienen su auto, tienen su departamento
y todo con el sudor de su frente [Jaime].
[...] los hombres son más comprometidos con sus hijos, en Colombia son más irres-
ponsables, aquí uno ve por ejemplo un papá que se queda todas las noches cuidando
a sus niños en el hospital, aquí los papás se pelean por la custodia de sus hijos, en
Colombia si no se sabe mejor, los hombres uno acá los ve que hacen el mercado, que
cocinan, la mayoría de hombres cocinan, no, no, no, en Colombia no es así, porque la
mujer es la que atiende al hombre».
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Bibliografía
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