Dirigido por Andrés Ortiz-Osés y Patxi Lanceros

Diccionario interdisciplinar de

Hermenéutica
HG. Gadamer E. Dussel
P. Ricoeur L.A. Schokel
G. Durand M. Frank
G. Vattimo E. Neumann
J.L. Aranguren M. Maffesoli
R. Panikkar E. Coreth
J. Rof Carballo L. Cencillo
E. Trías J.L. Abellán
J. Oteiza J. Gómez-Tabanera
C. Moya M. Beuchot
X. Rubert de Ventós C. García Gual y otros

Quinta edición revisada y ampliada

~
\__
2006
Universidad de Deusto
Bilbao

......___
N1m111r1.-J prirlP de e,tJ publicJción, incluido 01 d1s0ño rlP lri rnb1Prt.-J, puPdP
ser reproducida, ;,lmrirPn.-Jd.-Jo tr.-J11c,111itid.-J
er1 1nJnerJ JlgunJ ni por ning1·m
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Metáfora
«Tratar de la metáfora», escribía U. Eco, «entraña
como mínimo tratar también (y la lista es incompleta)
de: símbolo, ideograma, modelo, arquetipo, sueño,
deseo, delirio, rito, mito, magia, creatividad, paradig-
ma, icono, representación; y también, como es obvio:
lenguaje, signo, significado, sentido»'. Cumplir talco-
metido en un artículo que se requiere breve es a to-
das luces imposible, por lo que se impone restringir el
área del discurso seleccionando aquellos conceptos
que resultan imprescindibles para la elucidación del
tema que nos interesa: la función hermenéutica de la
metáfora. Y entendiendo que la investigación lleva en
sí, desde su inicio, las condiciones de sus logros, em-
pezaré con una definición concluyente: la metáfora es
el núcleo hermenéutico que nos permite diseñar mun-
dos posibles. La actividad metafórica es la condición
de posibilidad de toda producción creadora a la vez
que de la apertura comprensiva que permite dicha
producción. Las claves de la actividad metafórica son
aquellas que explican el mecanismo que nos permite
construir imágenes comprensivas del mundo, es decir,
dar sentido.
La objeción a este planteamiento es fácil: apa-
rentemente, es ésta una manera sui géneris de en-
tender la metáfora, cuya definición resulta bastante
más simple desde el punto de vista de la lingüística.
Tal vez se esté aplicando el término inadecuadamen-
te, tal vez se esté confundiendo un proceso psicológi-
co con una función gramatical.. Deshagamos, pues,
equívocos.
1. Semejanza y desemejanza. La naturaleza
de la metáfora: l. La metáfora como analogía.
11.La metáfora como tensión y simultaneidad
Etimológicamente. el trrrn,no mpf¡jfora (¡,, 1" ,},~1u)
significa «transporte u, «tr .u1~frrrnc inn, 1~traslación», y
es éste el sentido propuesto ror Ar i,t()tele, cuando la
define' como epifora. es decir. (orno tra,IMión a una
cosa de un nombre que de"'l"" .i ntr;,. SP trataría,
pues, de un tropo o tigura de lr11q11i1JP qu"' consistiría
en reemplazar simplemente Lllld pal,1hrñ por otra que
quarde con aquella cierta relación. La, forrna, r,Mi-
lJlt•s d<• 0,ta relación serían cuatro: a) del género ,1 1,,
especie: si Ul<JO«mi nave está detenida» y la palabriJ
«detenida» reemplaza «.intlada», siendo asi que estar
detenido es una manera de estar anclado; b) desde la
especie al género: si digo «Ulises ha llevado a cabo
miles de acciones bellas», siendo así que «miles» re-
emplaza a «muchos»; c) de la especie a la especie: si
digo «habiendo agotado su vida con la espada de
bronce» y «habiendo cortado con su duro bronce»,
1 Eco, U., Semiótica y Filosofía del lenguaje, Barcelona, Lumen,
1990, p. 168.
2 Aristóteles, Poética, 1457 b, 7-32.
3 Los cuatro ejemplos son de Aristóteles.
4 Para una relación más exhaustiva de autores y de los distintos tra-
tamientos que le han dado al tema, puede consultarse Maillard, Ch.,
La creación por la metáfora, Barcelona, Anthropos, 1992, cap. 3.
siendo así que «agotar» y «cortar» son dos maneras
de quitar; d) por analogía: cuando el segundo térmi-
no [de la comparación] es al primero como el cuarto
al tercero. Por ejemplo: dado que existe la misma re-
lación entre la tarde y el día que entre la vejez y la
vida, podré reemplazar la tarde por la vejez y hablar
de la tarde como de «la vejez del día» y de la vejez
como de «la tarde de la vida» 3 .
La metáfora ha sido entendida, comúnmente, a
partir de Aristóteles, como «comparación condensa-
da», pero la insuficiencia de tal definición ha sido
puesta de manifiesto ampliamente 4• La consideración
de la metáfora como una figura de lenguaje destina-
da simplemente a establecer una comparación la eli-
mina como posible valor fundante de la creatividad,
a no ser, claro está, que se le concediera a la analo-
gía funciones mucho más amplias. Si, tomando el
ejemplo de U. Eco', hablo del «pico» de la montaña,
estoy, efectivamente, suponiendo una semejanza en-
tre el «pico» y la «cima», pero el hecho de reempla-
zar «cima» por «pico» supone algo más: la interven-
ción de un cuarto elemento en la relación: la cabeza
del pájaro. Pues, ciertamente, el ejemplo, aunque de
tres términos aparentemente, sigue el planteamien-
to cuarto de Aristóteles: el pico es a la cabeza del pá-
jaro como la cima es a la montaña, como la vejez a la
vida y la tarde al día. Si bien es cierto que toda com
paración supone la existencia de alguna semejanza,
lo que está claro es que no podría existir semejanza
alguna entre dos cosas idénticas, por lo que el hecho
de poder comparar supone ante todo la existencia dP
ciertas desemejanzas, y la intención del sujeto que
metaforiza hace algo más que establecer una com-
paración: está procurando que entren en juego témino1
de~en11•j,1111<•, .:i p.irtir di' la indic¡¡ción d" una seme
janza. L.i 111,:,taford tr .:ib.:iJapreri,amente con la mm
tración equivrn" d,• la diforE>ncia m@dinnt@ la aproxi
mación fi< tití,, d•• lo< dm términos -o de los dm
ámbitos- (lUP <,.lt f PlclfÍOtl.lrl, dproximaCÍÓn que Sf
realiza median\!! l.1 s,>l<•cción do> una uirncteristica
que parete fWlt<'rwu•rl.,, ., ambos. 5i In cima y el
pico son sem<'jdr-.t.,,, lo '"' .'In un una o mAs cualida-
des, no en tod,w l'II Id «.:iqude7a» en est@ cnso. Por
un lado, si la semej,.ir11a fu"'" total, no habría metá-
fora posible y, por otro, 1i 1e tO<J''-''" l.:, totalidad de
lds ,arMtPristicas del significante del v<'fli<ulo' (,•I
pico todo entero. rnn todas rns características) se
perjudicaría la interpretación del enunciado. En Pito
último cifra M. Le Guern 7 la diferencia que existe en-
tre el símbolo y la metáfora: el símbolo, dice, «es lo
que representa otra cosa en virtud de una correspon-
dencia analógica», mientras que en la relación meta-
fórica sólo e& aplicable un rasgo de similaridad. que
s Eco, U., op. cit., p. 180.
6 Desde la perspectiva epifórica o comparativa, se denomina vehícu-
lo al elemento principal de la metáfora, y tenor al elemento pasivo.
7 Le Guern, M., Metáfora y metonimia, Madrid, Cátedra, 1976, 44

suele ser el atributo dominante. De ahí concluye Le
Guern que lo que diferencia al símbolo de la metáfo-
ra es que, en ésta última, la imagen o representación
mental no es necesaria, mientras que sí lo es en la re-
lación simbólica.
La metáfora es, pues, el resultado de una tensión:
un «es (como), pero no es». Y si la metáfora elide el
nexo comparativo (el «como»), lo hace en razón de
lo que ella misma pretende: aunar lo desemejante
para poder formar, como diría Ortega, un «nuevo
objeto». Prescindir del «como» significa hacer hinca-
pié en esa identidad que, como decía W.A. Urban con
respecto al símbolo, contiene al mismo tiempo ver-
dad y ficción. La verdad y la ficción, lo veremos más
adelante, son concE!ptos qu¡, pn>sl'ntan problPmas de
límirns.
El «nUPVO ob1tcHU}) quu Id lflt.'tjforcl <Ori\l
l))dí ~Qícl H!l..Ult..JdU d(I l_ll_.~ «VdiVQn d{J propiPtf.-ldP~>>,
~Qqún l.a oxprt:!~1011 dü Eco. «Id (lll)d \P
,rnimlll y org.an1c,1, l'I pico adquwrn un.i prop1<Jd.Jd
mineral»" y @ste es. desde luego, el primer p,1so para
trasladarnos desde la interpretación epifórica de la
rnetMor" (la epifora fue definida por Ph. Wheelwright
( orno 1~'HJprrcn 1ón y rxtf"n")1Ón drl ,igniti( fido median
h· lt1 ron1para( 1onn 9) ,1 \Hh'I 1ntrrpretauón
rn palabra') del ce(ft',H 1ón de nuevo~
n11'ln10 flutor:
·,,·nt,dm mediante la yuxtaposición y la síntesis»"'. Ha-
bremos de matizar más adelante: slntesis y actividad
,imultán!'a.
Lo que permitió dar el giro hacia una fórmula diafó-
rica debió ser el tener en rnenta que 1." el peso de lil
dlCión metafórirn no descansa en uno sólo de los ele-
mE!ntos que intervienen en ella sino en ambos, y que
2.º se trata, efectivamente, de una acción. antes que
de un resultado.
La vieja costumbre, presente aún en algunos lin-
güistas, de tratar los distintos elementos del lenguaje
como objetos de estudio, hace que se olviden de que
el lenguaje es ante todo una actividad desarrollada
por un sujeto y que, por tanto, sus manifestaciones
no pueden ser investigadas independientemente de
las condiciones de dicho sujeto y las relaciones que
establece con su entorno. C.M. Turbayne, por ejem-
plo, tuvo esto en cuenta cuando puso de manifiesto
eso tan obvio y tan importante de que sin la concien-
cia a) de la dualidad de sentido de la expresión meta-
fórica -es decir: de que no se trata de una expresión
literal-, y b) de la simulación de que tal dualidad no
existe, la metáfora no es tal 11 • Sólo habrá metáfora
cuando un sujeto sea capaz de comprender el juego
metafórico. Así, la expresión «las perlas de su boca»
sólo tendrá sentido metafórico para quien entienda
que la persona en cuestión 1.º no lleva perlas en su
boca además o en vez de dientes; 2.º que con «per-
las» se ha pretendido decir «dientes» -y algo más-,
y 3.0 que quien lo dice también sabe que las perlas
no son dientes.
/bid., 181.
8 vo, y el interactivo. Los dos primeros pueden entenderse como epi-
Wheelwright. Ph., Metáfora y realidad, Madrid, Espasa-Calpe,
9 fóricos, mientras que el último se correspondería con la interpreta-
1979, 73.
10 /bid., Black, M., en Modelos y metáforas (Madrid, Técnos,
1966), contempla tres posibles enfoques: el sustitutivo, el comparati-
353 Metáfora
La actividad metafórica comparte pues con el arte
ese aspecto de lo lúdico que integra la simulación: la
ficción. Y lo que no conviene olvidar es que quien jue-
ga y quien finge es un sujeto, que no existen «objetos
de lenguaje» sino acción comunicativa y comprensiva,
que el lenguaje es algo vivo, y que el sujeto hablante
realiza su actividad con ciertas intenciones, por lo que
será pertinente preguntarse cuál es la intención del su-
jeto que metaforiza. Y lo primero que se nos puede
ocurrir es que la pretensión del hablante sea la de
traspasar lo literal, a menudo insuficiente para dar ra-
zón de las intuiciones.
A partir de la constatación de que la metáfora es
ante todo una actividad del sujeto, OrtPga llegaría a la
, on<iu,ión d¡; que t•I nútl<'o del juego metafórico resi-
dt• t•n Id Jmbigüedad del «es. pero no es». o sea, en la
1 9uircí for- tensión que surge al pretender forzar una identidad
ilt•9itirnJmente propuesta. El «nuevo objeto» se logra-
VU{IIVt• Fllc'p.• r l.i m¡;didnl<' Id destrucción de los «objetos reales» que
,,ntrdn t•n rt>ld( 1ón, µ.u..i lo ( udl, en primer lugar. se des-
tac~ra Ull.] ~Qfl)Ojdf1Ld lff(lll'V.HtlL•,UUI c,e
.J J}cHtirdv Id
afirmMá, indE!bidamente, la 1dent1dad .,h,olut.i dP .1111
bos. Por supuesto, dada l,1 irrelevancia de la serneianza,
éstos se resistíri\n a la identificación. rechazándose
d1dfórica: mutuamente. Sin embargo -y en esto consiste la se-
gunda operación-. se tratará de insistir en la identi-
dad. la cual, por supuesto, no podrá efectuars¡, <>nPI
ámbito de lm objetos rPales sinn quP h.ibrá d" reJlizar~e
en otro ámbito. aquel al que Ortega denomina «lugar
sentimental», por lo q1JPPSI' «nuPvo objPto» será no
un «objeto redl» sino un «objeto estético». El «lugar
sentimental» no les corresponde a los conceptos, dado
que cada unidad conceptual ocupa un lugar determi-
nado que no puede compartir con un concepto distinto.
Los lugares «reales» son refractarios a la simultanei-
dad de las imágenes que los conceptos representan.
Conceptuadas, las imágenes adquieren la fijeza de lo
repetible, de lo universal, y de lo ideal. En cambio, el
lugar sentimental es aquella dimensión donde los ob-
jetos adquieren valor de presencia activa y donde se
actualizan en la síntesis efectuada por el sujeto, extra-
conceptualmente.
La teoría orteguiana pone de manifiesto, claramente,
tres cosas: 1.0 que la semejanza es tan sólo un ardid para
poner en juego términos o ámbitos que no se correspon-
den mutuamente; 2.º que de dos términos que no se re-
sisten a la identificación, no resulta metáfora alguna, y
3.0 que el resultado del proceso es un sentimiento pro-
ducido por la sincronicidad de imágenes activas.
Por lo que puede concluirse que el carácter innova-
dor de la metáfora no radica tan sólo en el hecho de
que se amplíe un determinado concepto o ámbito al
permitir en ellos la intromisión de ciertas caracterís-
ticas pertenecientes a un contexto ajeno, sino en que
procura la asimilación de dos conceptos o ámbitos
dispares y que de ello resulta, la disposición de nue-
vos engarces que le permitirán, al sujeto, adoptar un
ción diafórica.
11 Turbayne, C.M., El mito de la metáfora, México, F.C.E., 1974, 26.
Metáfora 354
nuevo enfoque, una nueva manera de ver a partir de
la cual surgirán nuevos modelos o interpretaciones y,
por tanto, también, nuevos objetos. De ahí que pueda
decirse que cuanto más distantes sean las imágenes
que se ponen en conexión, más innovadora será la
metáfora.
Claro que no todo contacto de lo dispar dará lugar
a ese salto cualitativo, y desde luego no se dará en to-
dos los individuos por igual. Que la metáfora resulte
eficaz -y la eficacia de la metáfora deberá medirse
por el grado de apertura de la visión que es capaz de
procurar- dependerá de la experiencia vital, del tipo
de cultura y de la información de que disponga la
persona, además de su disposición receptiva. Puede
que de la conexión entre un viejo paraguas y una má-
quina de coser (Lautréamont) no resulte ninguna me-
táfora para algunas personas, pero es seguro que en
otras muchas la imaginación, rescatando recuerdos e
imágenes dispares, efectúe conexiones que hagan
emerger una impresión nueva, distinta de las que es-
tas mismas imágenes le procurarían por separado, im-
presión que no tardará en germinar si se la cuida y se
la deja. El «nuevo objeto» no será necesariamente
una nueva imagen, podría ser un ámbito nuevo, y los
ámbitos son estados o disposiciones del espíritu: mo-
dos en que el sujeto asimila los estímulos y se dispone
para la visión.
2. Metáforas muertas y conceptos vivos.
Metáfora, lenguaje y metafísica
En el opúsculo póstumo Sobre verdad y mentira en
sentido extramoral, Nietzsche quiso mostrar que lo que
llamamos «verdad» no es sino el uso habitual de unas
metáforas cuyo engranaje tonforma las convenciones
destinadas a mantener el pacto social. El lenguajP se-
ría el resultado de un doble salto cualit<1tivo: lo extra
polación de un impulso nervioso a una imagen: prime
ra metáfora y, seguidamente. la transformación de la
imagen en sonido: segunda metáfora. Las palabras no
dan razón, nunca, de «la enigmática x de la cosa en
si»"· Los conceptos, por tanto. esos elementos del len-
guaje que se convierten en el material con el que trn-
b.i¡,u á "I investigador, se formarían «por equiparación
dl' tdsos no igual"s» 13 y por el abandono de las dife-
rer1lia1 individu,1IP,, "' dP<ir, ,•I olvido dP la, notas dis-
tintivas y «reale!»-n. ((Ld rldtUrdltiLdn, dH P N1Pt1<..rhP,
«no conoce formas ni conceptos» 14 •
Que cuando hablamos de verd<1d estamos movién-
donos en el campo de la ficción significa, para Nietzs-
che, 1 _º que no estamos hablando, que no podemos
hablar de las cosas reales. El uso del lenguaje implica
la ficción, es decir, el paso de un orden real donde lo
que hay son las impresiones inmediatas, no codifica-
das, a un orden representativo; y 2.º que la ficción es
el resultado de un impulso, regido por la necesidad
o el ansia de prolongar la existencia, de mantener la
12 Nietzsche, F., Sobre verdad y mentira en sentido extramoral,
Valencia, Teorema, 1980, p. 8.
13 /bid., p. 8.
vida, cosa que no puede lograrse sin un «tratado de
paz», es decir, sin el establecimiento de unas conven-
ciones que habrán de establecerse lingüísticamente:
toda convención exige la utilización de universales:
conceptos. La «verdad», por tanto, no será sino el re-
sultado de una exigencia social que a su vez responde
a la necesidad o el ansia de vivir socialmente: de con-
vivir. Se le dará el nombre de «verdad» a estas conven-
ciones cuando su génesis se haya olvidado, y el mante-
nimiento de la verdad y la erradicación de la mentira
responderá a un movimiento de preservación del tra-
tado de paz. La verdad, dirá Nietzsche, es un conjunto
de metáforas gastadas, «una suma de relaciones hu-
manas que han sido realzadas, extrapoladas y adorna-
das poética y retóricamente y que, después de un pro-
longado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y
vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha
olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gas-
tadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido
su troquelado y no son ahora ya consideradas como
monedas sino como metal.» 15
La otra «verdad», la «verdad pura, sin consecuen-
cias»16 es extralingüística; pertenece, podríamos decir,
al orden del silencio, del «gesto» no interpretado.
Verificación del planteamiento de Nietzsche atendiendo
a la presente descripción de la metáfora y a la diferencia
aludida entre símbolo y metáfora
1. La cosa en sí y el lenguaje: Los saltos entre una
esfera y otra serán metáforas si se entiende que existe
alguna semejanza entre el impulso nervioso y la ima-
gen, por un lado, y entre la imagen y la palabra, por
otro. Pero, de hecho, difícilmente puede averiguarse
ese carácter semejante si originariamente sólo teníamos
el impulso nervioso, en el primer caso, y la imagen.
en el segundo caso. Para que h.iy.i rnet,Hora es preti10
que,,. d<'-lil relMión entre los dos objetos. De modo que
m/,s bien deberidmo, rleur q1w se tratad¡, 1ma trilduc-
ción. o sec1.de un proce,o dr 51mbnli,,i<1on. El lrtHJllil-
je es símbolo. no rnet/ifor,1
2. Form.Jción de concepto,· ,Purdr drrn,r qur lo,
conceptos ,ean metóforn,' Lo operouon , omeptualita
dora e~ un protedirn1cnto que pretendr taptar ulo r\f"n
cialn, es decir. lo que tienen en comém lm ind1v1dum ele
un conjunto de cosas. El concepto se refiere a e,to, , ,r,
gos comunes. Es un procedimiento frío. que no pretende
activar, que no activa, de hecho, la función creadora. No
~e lr .it.i, µJr d olJtener un con, epto, de aunar lo di«into
(aunque las cosas de las que se parta sean distintas), 1i11u
solamente lo idéntico. Un concepto es la formulación de
una identidad bajo la cual podrían acogerse todos los
objetos -realmente diferentes- que participan de es-
tas características. De manera que la activación volcánica
propia del procedimiento metafórico no tiene lugar. es-
trictamente, en la formación del concepto.
Así pues, y si nos atenemos, por supuesto, a la formu-
lación anteriormente propuesta, creo que es legitimo
14 !bid.
1s Nietzsche, F., op. cit., p. 10.
16 /bid., p. 7.
 355
pensar que Nietzsche, al hablar de metáfora, se refería
más bien al símbolo, lo cual no resuelve, ciertamente, el
problema, pero lo sitúa en un ámbito más concreto.
El problema al que apunta Nietzsche es al menos
doble: el de la voluntad de ficción, por un lado, y el de
la referencia lingüística, por otro.
Lo primero abarca, en el propio Nietzsche, un campo
mucho más amplio que aquel al que se refiere en el
opúsculo citado 17 • La voluntad de ficción, entendida
aquí como la «ilusión artística» que lleva a transformar
un impulso nervioso en imagen para la posterior forma-
ción del concepto, es esa misma voluntad de poder que
como voluntad de apariencia, de ilusión, de engaño, de
devenir y cambio «es más profunda y más "metafísica"
q11r lñ vol11ntad dr verdml. de re,1lid,1d, dr wr» 18 . M,'"
metatisica, probablemente porque el hombre superior,
.al arnmir i,I in1>vitabl1>carácti,r pi>rsp1>ctivista de la vi
s1611. tom..i corKientia de su propia tdpdtid.id pdra com-
truir el mundo en que vive, y que esto supone el paso
-dr,p11rs drl nih1li,rno--" una ontolngia herrnrnr11ti-
cu radical que. dispersando los rescoldos de la metafí·
síca tradicional, abre la vía a una «intraflsica» que no
wr;i, al fin y al cabo, sino un;i nueva nwtafisica.
Lo segundo apunta al problema crucial de la teoría
del conocimiento en general y enlaza con otra proble
mátíca: la legitimación de «la» metafísica.
El problema de la referencia lingüística nos introduce
de lleno en el problema de la metaforicidad de la filo-
sofía que se ha centrado en la relación entre metáfora y
metafísica, lo cual es lógico si se tiene presente la idea
del pensamiento posmoderno de que el pensar filosó-
fico desde los griegos hasta la actualidad se engloba
bajo una denominación única: «la» metafísica". El pro-
blema podría enunciarse, mal y pronto, de la siguiente
manera: la metafísica tendría un origen metafórico por
cuanto se trata de una traslación de lo sensible a lo
intelectual, de lo visible a lo invisible. Siguiendo el
planteamiento de Nietzsche, podría decirse que la me-
tafísica es el resultado del desgaste de la «física» en la
metáfora.
La referencia inmediata de esta discusión no es, sin
embargo, Nietzsche, sino Heidegger, con su afirma-
ción de que lo metafórico sólo se da en la metafísica.
Esto, según Ricoeur, significa tres cosas: a) «que la on-
tología implícita a toda la tradición retórica es la de la
"metafísica" occidental de tipo platónico y neoplató-
nico, en que el alma se traslada del lugar visible al in-
visible»; b) «que meta-fórico quiere decir transposición
del sentido propio hacia el figurado»; y c) «que ambas
transposiciones son una sola»'º· Lo primero, es decir,
la transformación de la metafísica, sería la base del
pensar occidental. Lo segundo es la manera en que
17 Para las matizaciones que ofrecen las obras posteriores de
Nietzsche al tema de este ensayo, pueden verse, por ejemplo, el tra-
bajo de Vaihinger, H., «La voluntad de ilusión en Nietzsche)), publi-
cado conjuntamente con el opúsculo en Cuadernos Teorema, Valen-
cia 1980, y Vattimo, G., Más allá del sujeto (Barcelona, Paidós, 1989),
pp. 40-45.
1s Nietzsche, F., Werke. Kritische Studienausgabe, Colli, G. y
Montinari, M. (comp.), Berlín, de Gruyter, 1980, vol. 13, 14 (18), p. 226.
19 Contra esta idea pueden leerse las conclusiones de Ricoeur, P.
en La metáfora viva (Madrid, Ed. Cristiandad, 1980), pp. 421-423.
Metáfora
entendemos el funcionamiento del lenguaje. Por su-
puesto, aquí se está hablando de metáforas filosóficas,
no poéticas, es decir, de aquellas que dan lugar a filo-
sofemas. Estos filosofemas surgirían, según Derrida,
quien sigue, en esto, el rastro de Nietzsche". al des-
gastarse las metáforas. La idea de que la filosofía fun-
cione con metáforas gastadas llevará a Derrida a operar
un proceso de destrucción de las mismas, procedimien-
to que Ricoeur entiende como una táctica más dentro
de su estrategia de desconstrucción. La critica de Ri-
coeur pondrá de manifiesto el hecho de que un con-
cepto es algo más que una metáfora muerta, por lo
que «reavivar la metáfora muerta no es en absoluto
desenmascarar el concepto»" porque «el concepto no
enUJe"ntrc1 -,u génesi5 integral en el proceso por el que
la metáfora se ha lexicado» y que si hay filosofema es
porqup uun concepto puPdP <;.Pr<1ctivo (In cuanto pen
~drniento en una rnetáfor.i ya muerta»''· El concepto
tiene su propia vida, su historia, y más aún: vivP.P.nco-
nPx1ún <on lo'> dem/t"> e<HH,~pto">que c.onforman el en
tramado del lenguaje tilosótico. De una metáfora gas-
tada nace un concepto vivo.
Por otr d fJ<Hte y l)rt e~to tJrnb1ún refutd Ri(oeu,
a Derrida 14 - no puede hablarse ya de metáfora -ni
por tanto de su efitatia - - tratándose de metáfora
gastada, puesto que las metáforas muertas están
muertas por el hecho de haberse convertido en ex-
presiones literales_ Para que una metáfora sea tal
metáfora, es preciso que se dé el contraste entre la
interpretación literal del enunciado y la constatación
de su impertinencia en el contexto; es preciso que se
manifieste la tensión. Hay que añadirle a esto el he-
cho de que la literalidad no hace referencia, dice Ri-
coeur25, a lo original, sino a lo usual; el sentido literal
es el que está lexicado y «el empleo en el discurso, y
no la fascinación de lo primitivo o de lo original, es lo
que especifica la diferencia entre lo literal y lo meta-
fórico. Más aún, la distinción entre lo literal y lo me-
tafórico no existe más que por el conflicto de dos in-
terpretaciones: la primera, al no utilizar más que
valores lexicados, sucumbe a la impertinencia semán-
tica; la segunda, al instaurar una nueva pertinencia
semántica, exige a la palabra una torsión que despla-
za su sentido. »26
Según esto, la destrucción de esa verdad social de
la que hablaba Nietzsche mediante el análisis de su
génesis no sería suficiente, no sería suficiente la a/e-
theía: el no-olvido o recuperación del sentido -o,
mejor dicho, del no-sentido- de la impresión origi-
naria, para comprender enteramente el concepto. El
concepto vive en ese mundo creado independiente-
mente de la realidad, independientemente, pues,
20 Ricoeur, P., op. cit., p. 381.
21 Derrida, J., «La mythologie blanche», en Marges de la phi/o-
sophie, Paris, Ed. de Minuit, 1972, pp. 247 ss.
22 Ricoeur, P., op. cit., p. 396.
23 /bid.
24 Una contestación de Derrida a las críticas de Ricoeur se en-
cuentra en «La retirada de la metáfora», en la desconstrucción en
las fronteras de la filosofia (Barcelona, Paidós, 1989).
2s Ricoeur, P., op. cit., p. 393.
26 /bid., p. 394.
Metáfora 356

del referente primero, y la red creada por los con-
ceptos que pertenecen a un mismo ámbito o juego
lingüístico (por qué no recuperar esta maravillosa
expresión wittgensteniana) adquiere valor de verdad
interna por la mutua coherencia de los elementos
que lo integran.
El poder innovador del mundo metafórico estriba
precisamente en el hecho de que, habiéndose indepen-
dizado del referente, el universo interpretativo que ha
derivado de él puede generar sus propios engarces, sus
propias derivaciones, sus propias reglas para el movi-
miento interno, sus propias propuestas para las fugas
incluso, a partir de las cuales tendrá lugar la formación
de nuevos campos metafóricos cuando los elementos
fugados entren en contacto con elementos fugados
también de otros ámbitos. Y esta independencia para
con el origen sensible de sus elementos no es privativo
del juego filosófico: también la ciencia tiene sus len-
guajes, que se habrán gestado igualmente a partir de
metáforas gastadas.
Si es que se trata de metáfora, realmente, y no de
símbolos. Esta precisión no eliminará, indudablemente,
el problema planteado, como tampoco lo eliminaba
en el caso de Nietzsche, ni tampoco le restará interés,
pero puede aportar un elemento de juicio importante
al señalar la dependencia de la metafísica tradicional
con respecto a la existencia de un universo referencial.
Tiene, por tanto, su importancia, sobre todo en lo que
respecta al planteamiento de la metáfora como núcleo
fundante de la creatividad.
Hemos aludido, más arriba, a la diferencia que es-
tablecía M. Le Guern entre el ,imbolo y la metáfora.
La metáfora, decíamos, no sólo no requiere que el
PIPmPnto tr.111,port.ido (PI Ví'hirulo) Pst/> todo PntPro
1 n Id ment(;),
pí€!')PfltP «,. 1.,ino qlJP PI dporte dP todd\ Id~
Interpretar es simbolizar; ambos términos se refieren
a una acción mediadora.
La metáfora, en cambio, no representa sino que
presenta, y lo que presenta es -ha de ser si se trata
de una metáfora viva: activa- algo nuevo. (Por eso
sorprende y atrae la atención; participa, en esto, del
mismo mecanismo que el humor.) El acto de presen-
tación que la metáfora opera es una activación de
las potencialidades creadoras, lograda mediante la
superposición y la simultaneidad: síntesis de imáge-
nes en un espacio y un tiempo. Al poner en juego las
facultades de representar, la acción metafórica en-
sancha la disposición comprensiva de quien se entre-
ga a ella.
Por ello, podemos entender que la tarea hermenéu-
tica lleva, como dice U. Eco27 , a recorrer el mundo
como un bosque de «símbolos»: de símbolos, no de
metáforas. Para hablar de metáfora dentro de una
teoría hermenéutica, es menester establecer claramen-
te la distinción entre una hermenéutica de descubri-
miento y una hermenéutica constructiva, y aceptar la
idea de que pueda seguir hablándose de hermenéuti-
ca en un panorama constructivista, es decir, en una
teoría de la simultaneidad. Dicha hermenéutica, fun-
damentalmente comprensiva, sustituiría la noción de
historia por categorías como las de presente continuo,
superposición, superficie, horizontalidad, etc. Toda
hermenéutica reveladora o desveladora es deudora de
un pilsado mitrco y de un origen: de una verdad. por
tanto, a la que se tratará de traducir.
Cierto es que la hermenéutica reveladora admite o
puede admitir la S1multdneidad de las 1nterpretac10
nes, pero esto no es suficiente: para que el símbolo
\P truPquP pnr nlPt.Hor d y que lo\ univ~r\O\ ~i,nboli
( ()t,. flcl\{-lfl d ( o,nport.;H\Q ( UftlO LHIÍVPr\O\ rl)Ptdfó, ÍtU\

c.dro:H.t{:lri\ti<.d') df-.
1 1 objµto Pn < uv,i,tión \PrÍd p'='rjudi< idl P\ rlPtPt,..Hid Id p~rciidd d(cll rPf(cltPr1h\ c1ti todo rP
para la c_orrec_ta interpretdc.ión dP.I enunc.iadc_l(c_c_Hrt:'c_-f<'r<'nl<' Un,1 h<'rm<'n<'uti<..1 qu<> w propon9,1 <orno
t.i ~ dt• c1< lH'rdo < 011 l.1 inlPIH it'ln dt->I h.--1bldfllt•). Si l.--1 mi•todu p.-Hd 1nlt1rpfl1fdf Id urt1i\h 1 r10\.J fP.Jlit.Jddn hd

.tltlddd dP HPffl.Jfll (v.ilq.t P\lP l'Jl'1t1plu dt• M. LP GuPrn)
se dirige a aquél con la expresión «mi león gene-
roso». y entendemos que lil compilíución 11b11rrntodo
PI lt>ún, e on lfl \IHTl.t ch-' \IJ\ .-1tr1b11c lfHlt'\
habitante del bosque, de duro pelaJe, etc.), la figura
dP HPrn.1ni \P .1IPj,Hí.1 b.1\l.1nlP dP lo quP q1Jit•rP d.u
a entender LOn ello la protagonrsta. hta claro que
la comparación. en este caso. se efectúa a partir de
una o. a lo sumo. dos atribuciones: las de fuerza y va-
lentiil.
El simbolo. en c<1111bio.
requiere de lil presenc1c1de la
imagen completa: la corona es símbolo de la realeza
aunque los reyes no lleven, actualmente, corona. La
realeza es representada por la imagen «corona»; la co-
rona toda entera representa.
Pero esto nos lleva algo más lejos: el símbolo es
siempre producto del contacto con una realidad (o
«verdad») cuya intuición sentimos la necesidad de
traducir o de representar. Símbolo es todo aquello
que representa o interpreta algo que, por demasiado
abstracto o por demasiado real e inmediato, se que-
da siempre más allá de los limites de lo comunicable.
lJr.'i c.JL1 ut1l1.1dr 101,. \írnbulu-., 110 utili1dr..l 111l::ltc:llurd\. Y
¿¡¡caso no consiste en eso el pi!so d@ «lil» m@ti1físio1"
un11epistemoloqí11 rndirnl: en el 11b11ndonode 111idea
(e iHfllVCHO, drl ,nnbolo y lil ildopc 1011d!' lil nwtilforil' Y, yrndo
un poco más lejos, ¿no habremos de ver en ello el
mi\nH1 qiro qlH' .-JtpJPI qut! \UJHJ\U I.J tuuríd t.Jt1l.-1Vl'
rosim1l1tud de Aristótl'll's, l'n l'I arte dr,1mát1co, rn11
respecto a li! t@oríil pli!tónicil d@I@ntusiilsmós7 Ahondar
!'n !'Sta cu!'stión nos llevaría muy ll'jos. por lo qu .. de
jaré simplemente apuntada la idea. y acompañada de
e')ttl otrt:1: lu teoríu de lu coherencia interna como
verdad del arte. en Aristóteles. podría recuperarse
para una hermenéutica que se aplicara a los modelm
científicos y a las concepciones del mundo, una her-
menéutica que entendiese las interpretaciones del
mundo como ficciones, y su verdad como coherencia
interna.
Una hermenéutica constructiva utilizará la metáfora
porque no pretende plasmar ni acceder a ninguna ver-
dad exterior a ella, sino que procura construir mode-
los: ficciones cuyos elementos estén bien engarzados,
de tal modo que su conjunto resulte eficaz.

n Eco, U., op. cit., p. 266.

 357
3. La validez de la metáfora
La validez de la metáfora puede determinarse des-
de uno de estos dos componentes, o desde ambos: la
eficacia, que se medirá por la apertura de espacios
comprensivos, y el placer estético, que procede del
componente lúdico que esta actividad posee.
La eficacia. por supuesto, se entenderá de manera
distinta según se trate de la configuración de modelos
científicos. de la creación artística, u otros. Con respec
to a los modelos científicos, la eficacia depende de la
funtionalidad: un modelo es eficaz si es operativo, y el
horizonte comprensivo que abre está en función de
los resultados que se puedan obtener II p11rtir di' 111~ tf"n ido~ ""f')t"'rfic"inlf"\ df" l.-, mrntP,
operaciones que se efectúen. En la creación artística,
la eficacia se cumple siempre que la apertura, prelógi-
ca en la mayoría de los casos. procura un ensancha-
miºnto d{_1 Id vit,.i(.u1
El pl.J(Qf éi;tútlfO .)l Ufllpdfld d l.i .ll tivid ..ut 1t1Pt.1fúr i 0..t'f pfp( tiv.-1, fH1 f0 ÍlJPf ./el {'', fPC CHlOCYf que no toda
Cil si@mpre qu@ éstil di! lugilr ¡¡ metilforas «bien conse-
quidHs». es d ..cir. si,.mpr,. qu,. se cumple la eficacia.
Ln mrtáforn «bien ,nmeuuidd» implirn en el procem
d,v~r'")tl"ifnrultndf"''"I, f'I mc,tmto lúdu o, In irnr1om,u 1ón
representativa y creadora, el impulso d.-, vida qll<' ,,,
traduce en el requerimiento de lo nuevo, y la libertad,
entre otras. En realidad, podría decirse que una metá-
fora o está bien conseguida " no <'S nit'tiifo,,,. 1,, prr-
ci,ión, sin rmhanJo, no t''"J innt>Cf'\drirt, pue~. dadd lu
ndturalezc1 combinHtoria de la metáfora. es tácil con-
fundirla con cualquier otro tipo de asociación. Y, <i
lm,n es tierto que los enlates rnet.ifóriws pueden sur-
gir por azar, también es cierto QUI' el il7ilr --o mejor
deberíamos hablar de casualidad- no es nunca inde-
pendiente de la historia personal (renwrdos, aprendí
zajes, obsesiones) del individuo que los efectúa. Es típi-
co, por ejemplo, del movimiento surrealista confundir
el monólogo mental con el poder creador no cons-
ciente. Reverdy describió la imagen poética (Nord-Sud
n.º 13, 1918) como el acercamiento de dos realidades
que producirían una imagen tanto más fuerte cuanto
más alejadas estuviesen dichas realidades entre sí.
Huelga indicar que esta definición coincide perfecta-
mente con el resultado de la actividad metafórica, tal
como la hemos descrito en este ensayo.
Dicha imagen poética era, para Reverdy, una crea-
ción pura del espíritu pues solamente el espíritu ten-
dría la capacidad de captar las relaciones o la distancia
entre los dos objetos. Pero Reverdy no decía si había
de entenderse ese «espíritu» como facultad consciente
o inconsciente, lo cual aprovecharía A. Breton para, al
Metamorfosis literaria
Asegura la Academia y reitera el Liceo que «los
poetas mienten mucho». Se trata de un tópico más
viejo incluso que los dos grandes maestros del pen-
samiento occidental, una especie de lugar común só-
lidamente establecido ya en la Grecia clásica y cuyo
eco llega hasta nosotros. A su través se expresa la
Metamorfosis literaria
comentar dicho artículo en sus Manifiestos, abogar
por la formación absolutamente inconsciente de estas
imágenes poéticas. Los surrealistas, y Breton entre
ellos, no tenían en cuenta los muy distintos niveles de
conciencia que la palabra «inconsciente» encubría, pa-
labra ésta con la que creían, por aquel entonces, po-
der abrir la zona en sombra de lo humano y auscultar
la cara oculta de la razón. Así, la escritura mecánica,
pudiendo tal vez procurar la disposición de receptivi-
dad atenta necesaria para el juego creativo, no era, sin
embargo, un camino seguro para la consecución acer-
tada de un enlace creador. De hecho, a menudo logra-
ba t11n ~ólo plasmar la in(Psantf' vPrborrt'ñ dt> lm con-
ft'"t1d1Jo\ dt> lt1
experiencia cotidiéuld quP \e t orwc Inri por .--1\ot 1.1< 10-
nes automáticas, como los suenos de su1wrficif'. ~,tt>
material podría dar lugar a que se formasen casual-
mente imágenes interesantes cuya síntesis llegaría a
combin.;ic1on e~ metafora y qut~ l.1 t.H ult.uJ e r l'.idor d
no actúa simplemente por casualidad sino, en todo
caso. por azar: esa ley interna -dhármica- que rige
\,1\ rnnrxinnr .. rn rl h,nrr-.r y rlr"".h,1rrr">f' rlr In<, f'IC'
mrnlo\.
Llegarno., d\Í, p,Hd coruluir, n lo d,·f1rw1011 qur d,1
bamos al inicio de este tr..ibñjo: 1.-,rnrt.,fo,., r, rl n11-
c lP0 h....-rrnrru-"11ticoq11t>no\ prrmitr lfr)efi.ir mundo~
posibles. y la actividad metafórica. la condición de po-
sibilidad de toda producción creadora a la vez que de
la apPrt11r.1 comprrnsiva que permite dkha produc-
ción ... a lo que ahora podemos añadir: mediante la
tensión que se establece al simultanear y rnperponer
dos imágenes dispares, forzando connotativamente
sus limites.
No se libra, la metáfora, de aparecer como el resul-
tado de un movimiento dialéctico, pero -dicho sea
para neutralizar la crítica posmoderna- las síntesis
que efectúa no tienen valor jerárquico; son simple-
mente nuevas opciones, las cuales se ofrecerán a su
vez para ser combinadas, dando cuenta, de este modo,
de esta tendencia compulsiva del universo a la remo-
delación perpetua de las formas. El instinto creador,
fundamentalmente lúdico, no es, en el individuo, sino
la constatación activa del mal que todos padecemos:
ese vértigo que nos invita a perdernos en aquello que
brota de nuestros ojos -el universo se desborda en
toda mirada- tratando de conocerlo: una variante, al
fin y al cabo, del mal que padecía Narciso.
Chanta/ Maillard
(presunta) incompatibilidad entre el artificio litera-
rio y la racional sobriedad del texto científico: cuan-
do de la verdad se trata, sólo la ciencia sabe, sólo la
ciencia puede. Pero incluso fuera del ámbito episté-
mico, la literatura es nociva; no sólo confunde, tam-
bién corrompe: «Todavía -afirma Platón (República