La estudiosidad es dedicarse a algo, ocuparse concienzudamente en alguna cosa, trabajar
con empeño y moderar ese apetito del conocimiento para no desviarnos del camino de la verdad. En mi caso me parece tonto hablar de la verdad por ser algo que muchos filósofos intentaron alcanzar y murieron en el intento porque simplemente la verdad no existe para nosotros, no como la buscaron, sino que aburrido y fácil sería todo con una verdad que solucionaría la totalidad de los problemas o situaciones
La Estudiosidad Como Virtud
Tengamos en cuenta que una cosa es el conocimiento de la verdad tomada en sí misma, y otra el apetito de conocer la verdad. El ejercicio de la inteligencia encuentra en nosotros muchas y variadas resistencias, que hacen más necesario el apetito de conocer que refrenarlo. De dicha consideración brota la palabra “estudiosidad”. No es fácil encontrar en nuestro idioma una palabra que traduzca el vocablo latino studiositas. En el lenguaje cotidiano se suele referir a la particular dedicación de un buen alumno. Santo Tomas emplea el término en su sentido preciso. La palabra studium, dice, “importa la aplicación intensa de la mente en algo”. Esto es lo que significa dicha palabra: dedicarse a algo, ocuparse concientemente en alguna cosa, trabajar con empeño. El estudio primero se ordena al conocimiento y sólo secundariamente a las obras mediante la dirección del conocimiento. Como las virtudes tienen por materia propia aquella sobre la cuál versan ante todo y principalmente…, síguese que la materia propia de la estudiosidad es el conocimiento. La regulación del apetito de la verdad es lo propio de la virtud de la estudiosidad. Ni abandonarnos en esa noble búsqueda, ni desbocarnos en la prosecución.
Las Condiciones de la Estudiosidad
La misma palabra studium implica, cierta vehemencia, cierta arduidad, exige una entrega cotidiana, una suerte de olvido de sí en el amor a la verdad. Lo primero que se ha de hacer si se desea adquirir la virtud es comenzar por establecer en nosotros una zona de silencio. Decía Saint-Exupéry que el silencio es “el espacio donde el espíritu puede desplegar las alas”. Se requiere, asimismo, el recogimiento. Santo Tomas dio ciertas recomendaciones a un estudiante dominico para ordenarse en el estudio. De los 16 consejos que le propuso, siete se refieren al recogimiento. Helos aquí: “Deseo que seas tardo para hablar y tardo para acudir allí donde se habla”. Es decir, deberás rehuir la disipación y el charlatanismo, donde la mente divaga y se distrae. “No quieras andar averiguando hechos ajenos”. “Muéstrate amable con todos” pero “no seas demasiado familiar con nadie, pues el exceso de familiaridad engendra el menosprecio y da ocasión de sustraer tiempo al estudio”. La afabilidad desmesurada pone en peligro la intimidad y resta el mérito. “No te entrometas de manera alguna en palabras y obras de los hombres del mundo”. “Huye sobre todo del vano activismo”. Finalmente, “gusta de frecuentar tu celda, si quieres ser introducido en la celda del vino”. Esto alude al lugar de la inspiración, la fuente del entusiasmo, el genio y de la sobria ebriedad. El recogimiento hace posible el gozo intelectual. San Bernardino de Siena propuso también Siete sabrosas reglas para la estudiosidad. Inescindible unida al recogimiento, esta la soledad. Dice Platón “Puedes estar en una ciudad como un pastor en su cabaña situada en lo más alto de la colina”. Requiérese asimismo una buena dosis de carácter. El intelecto no es más que un instrumento, su efectividad depende del uso que se le dé. A la inteligencia la mueve la voluntad, una voluntad ardiente y decidida. La virtud de la verdad exige también ciertas virtudes morales. Entre ella destaquemos la de la humildad. Por el estudio hallamos algo, no lo inventamos, el orgullo es el padre de las aberraciones y de las creaciones ficticias.
Los Ingredientes de la Estudiosidad
El primero de ellos es la concentración. Al ponerse a estudiar es menester abocarse a dicha tarea con total dedicación, como si fuese lo único por hacer. Otro ingrediente fundamental es la lectura, medio universal para aprender. La lectura superficial entorpece el espíritu, inhabilitándolo poco a poco para la reflexión. Es indispensable saber “elegir” las lecturas, saber conciliar los grandes autores, en lugar de oponerlos entre sí. Será también preciso ejercitar la memoria. Será preciso retener lo más importante. Hay distintos tipos de memoria, la de un repetidor casi mecánico, pero también la de alguien que ha asimilado con inteligencia y espíritu creador. La memoria como lo sabemos por experiencia es poco fiel, de ahí la conveniencia de recurrir a las notas. Otro de los ingredientes es la profundización. Bien escribe Caturelli: “Quienes han pasado su vida entregados al estudio por el amor a la Verdad, saben bien cuánto dolor y sufrimiento deben padecer y cuánto gozo simultáneo va acompañando a la verdad”. La capacidad de profundizar ayudará a una auténtica especialización. No sería sabio cultivar con la misma intensidad aquello para lo cual se encuentra predispuesto que aquello que se encuentra alejado de los propios intereses y cualidades. Habrá que animarse también a escribir. Al obligarse a poner por escrito lo que se piensa y lo que se aprende, el hombre estudioso precisa mejor su pensamiento. La tarea intelectual deberá permanecer siempre abierta al sentido del misterio. Ninguna verdad finita podrá ser plenamente saciada. La apertura al misterio permitirá que el estudioso pase de la verdad conocida a la verdad saboreada.
Los Vicios Contra La Estudiosidad
Frente al apetito natural por conocer, caben 2 vicios opuestos, uno por defecto, la negligencia, y otro por exceso, la curiosidad. 1. La Negligencia Se refiere a la pereza o negligencia en la adquisición de la verdad, la voluntaria omisión de aprender las cosas que hay que conocer según la condición de cada cual. La desidia lleva a la ignorancia. La ignorancia culpable y desidiosa puede ir unida con la soberbia del que cree saberlo todo sin haberse tomado el trabajo de estudiar. 2. La Curiosidad El defecto que Santo Tomas más fustiga es el inverso. El apetito del conocer puede extraviarse por el otro extremo, el del exceso. La curiosidad tiene que ver, con el anhelo del conocer, pero que ha perdido la mesura, desorbitándose. La palabra curiositas viene de cura, cuidado, y también de quarere, que significa buscar o afanarse por algo; asimismo se puede entender como solicitud, congoja, sin mayor preocupación por la verdad. Santo Tomas expresa con claridad: “Como se ha dicho, la estudiosidad no se refiere directamente al conocimiento mismo, sino al apetito y al anhelo de adquirir el conocimiento. El vicio de la curiosidad puede darse en dos ámbitos: el del conocimiento intelectual, pero también el del orden sensible, cuando proviniendo del uso de los sentidos, se vuelve desordenada. En El Orden Del Conocimiento Santo Tomas enumera cinco maneras posibles. Ante todo cuando se estudia en orden a un fin malo. Cuando por estudiar temas menos útiles, descuidamos los estudios necesarios. Cuando alguien procura aprender de maestros inadecuados. Cuando no se quiere ordenar el conocimiento al conocimiento de Dios. Cuando se pretende conocer lo que trasciende a la propia capacidad.
En El Orden Del Conocimiento Sensible
“El conocimiento sensible –leemos en Santo Tomas- se ordena en dos cosa”. Se ordena ante todo, tanto en el hombre como en el animal, a la sustentación del cuerpo. Pero cuando se trata del hombre, de ordena, además, al conocimiento intelectual, especulativo o práctico. Por tanto, adecuarse al conocimiento sensible puede ser vicioso por dos capítulos. Primero, si el conocimiento sensible no se ordena a algo útil, sino que más bien aparta al hombre de cualquier consideración provechosa. Si ese mismo conocimiento se ordena a algo nocivo, como es, por ejemplo, mirar a una mujer para desearla, u ocuparse en lo que hacen los demás para denigrarlos. La Mision Del Intelectual Católico Parece propio de la inteligencia iluminar allí donde impera la oscuridad. En el fondo no se trata de otra cosa que de participar en la tarea iluminante de Aquel que dijo: “Yo soy la Luz del Mundo”. Dónde hay luz, allí en la última instancia esta Cristo. La tarea de “iluminar” incluye dos vertientes: la proclamación de la verdad y la refutación del error. Resulta obvio que lo principal es la enseñanza de la verdad. Por ello no puede ser único, ya que errores los habrá siempre, y hoy los hay más que nunca.