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Magistrado Ponente:
CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO
Según esa doctrina de la Sala, para que un hecho pueda ser considerado como evento de fuerza
mayor o caso fortuito –fenómenos simétricos en sus efectos-, es necesario que, de una parte, no
exista manera de contemplar su ocurrencia en condiciones de normalidad, justamente porque se
presenta de súbito o en forma intempestiva y, de la otra, que sea inevitable, fatal o ineludible, al
punto de determinar la conducta de la persona que lo padece, quien, por tanto, queda sometido
irremediablemente a sus efectos y doblegado, por tanto, ante su fuerza arrolladora.
Imprevisibilidad e irresistibilidad son, pues, los dos elementos que, in casu, permiten calificar la
vis maior o casus fortuitus, ninguno de los cuales puede faltar a la hora de establecer si la
situación invocada por la parte que aspira a beneficiarse de esa causal eximente de
responsabilidad, inmersa en la categoría genérica de causa extraña, puede ser considera como tal.
Sobre este particular, ha precisado diáfanamente la Sala que la fuerza mayor “Implica la
imposibilidad de sobreponerse al hecho para eludir sus efectos” (Sentencia del 31 de mayo de
1965, G.J. CXI y CXII pág. 126), lo que será suficiente para excusar al deudor, sobre la base de
que nadie es obligado a lo imposible (ad impossibilia nemo tenetur). Por tanto, si irresistible es
algo “inevitable, fatal, imposible de superar en sus consecuencias” (Se subraya; sent. del 26 de
enero de 1982, G.J. CLXV, pág. 21), debe aceptarse que el hecho superable mediante la
adopción de medidas que permitan contener, conjurar o eludir sus consecuencias, no puede ser
invocado como constitutivo de caso fortuito o fuerza mayor, frente al cual, se insiste, el ser
humano debe quedar o permanecer impotente.
ANTECEDENTES
d. A pesar de que el demandante ofreció asumir los costos que las medidas
de seguridad demandaban, no encontró en la arrendadora respuesta efectiva.
Se ocupó luego el Tribunal de sintetizar las versiones rendidas por Gloria Patricia
Isaza Monsalve, Luis Fernando Osorio Salazar y María Fabiola Valencia Chica,
quienes expusieron sobre la existencia de las amenazas vía telefónica y las
consignadas en documentos; las exigencias de carácter económico realizadas por
grupos subversivos; los atentados contra instalaciones de la empresa; la solicitud
elevada por el demandante al arrendador para que se adoptaran medidas de
seguridad, así como las que de manera particular asumió Helados La Fuente; los
traslados del personal directivo a la ciudad de Manizales; así como el desempeño
de labores en las casas de los funcionarios, ante el peligro que ofrecían las
instalaciones debido a las amenazas de los extorsionistas. A lo expuesto se agregó
el grado de tensión y stress que se presentó dentro de los empleados, por lo que
fue necesario hospitalizar a algunos de ellos, testimonios que, a su juicio, fueron
corroborados por Gloria Luz Cepeda, Nancy Yaneth Gunter Camacho, Guillermo
León Piedrahita Orozco, Hernando De Jesús Arango Gutiérrez y Rodrigo Sánchez,
que valoradas en conjunto, le permitieron concluir que las amenazas constituyeron
una novedad, porque antes no se habían presentado, y que “dadas las
circunstancias de normalidad en las que venía desarrollando sus actividades
industriales y administrativas, no era lo suficientemente probable que tal empresa
fuera a ser objeto de esa clase de actos” (fl. 40, cdno. 4).
Así mismo, acotó el Tribunal que esas condiciones de normalidad justificaron que
el demandante hubiera tomado en arrendamiento el inmueble sin cuestionar la
seguridad que ofrecía el bien, por lo que calificó los riesgos como sobrevinientes e
imprevisibles, los que no pudieron ser superados por el locatario, pese a las
costosas medidas de defensa y seguridad que adoptó, por lo que concluyó que el
incumplimiento del contrato de arrendamiento “obedeció a fuerza mayor, la que
exime al arrendatario de la obligación de cumplir a aquel a partir del 30 de
septiembre de 1998” (Folio 41) y de pagar la cláusula penal pactada.
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LA DEMANDA DE CASACION
Manifestó luego el impugnante, que a pesar de que el Tribunal definió, con rigor, el
fenómeno de la fuerza mayor y explicó sus elementos constitutivos, cayó en una
indiscutible contraevidencia, al concluir que “las amenazas telefónicas y unos
comunicados escritos de extorsión, así como el estallido de dos petardos”, fueron
sucesos irresistibles, siendo que “las mismas pruebas tomadas en cuenta por el
Tribunal y otros medios probatorios” demuestran que el demandante, “con las
múltiples medidas de seguridad que tomó a raíz de la explosión de los petardos,
logró sortear con evidente eficacia los riesgos que anunciaban las injustas
amenazas, logrando así resistirlas con laudable fortuna y buena suerte” (fl. 22,
cdno. 5).
Adujo luego que el Tribunal incurrió en error de hecho al no haber tenido en cuenta
las declaraciones de Ana Lucía Hoyos Orozco, Juan Carlos Llano Gil, Jorge Iván
Díaz y de Matilde Henao Salazar, quienes, en lo pertinente, relataron las medidas
de seguridad que se tomaron y las que se rechazaron con motivo del atentado que
el demandante sufrió en una de sus instalaciones, distinto del bien arrendado, e
igualmente que no se han presentado incidentes que lamentar. Agregó que de
haber sido valorados estos testimonios, se habría concluido que los hechos
alegados por el demandante “carecen de la condición de irresistibilidad, pues a
pesar de que ocurrieron en los meses de febrero y de marzo de 1998 y aún con
anterioridad, no fueron obstáculo para que Helados la Fuente S.A. siguiera con el
goce del tercer piso del edificio Gruval, y continuara ocupándolo en calidad de
arrendataria hasta el 30 de septiembre del mismo año” (fl. 25, cdno. 5).
normas sustanciales citadas, por lo que solicitó a la Corte que, actuando como
Tribunal de instancia, confirme la decisión absolutoria proferida por el Juzgado de
primera instancia.
CONSIDERACIONES
Según esa doctrina de la Sala, para que un hecho pueda ser considerado como
evento de fuerza mayor o caso fortuito –fenómenos simétricos en sus efectos-, es
necesario que, de una parte, no exista manera de contemplar su ocurrencia en
condiciones de normalidad, justamente porque se presenta de súbito o en forma
intempestiva y, de la otra, que sea inevitable, fatal o ineludible, al punto de
determinar la conducta de la persona que lo padece, quien, por tanto, queda
sometido irremediablemente a sus efectos y doblegado, por tanto, ante su fuerza
arrolladora.
cuenta que si lo que se produce es tan solo una dificultad más o menos
acentuada para enfrentarlo, tampoco se configura el fenómeno liberatorio del
que viene haciéndose mérito” (Se subraya. Sentencia de 26 de noviembre de
1999; exp.: 5220).
o fuerza mayor, frente al cual, se insiste, el ser humano debe quedar o permanecer
impotente.
una realidad que, no por indeseada y reprochable, deja de ser inocultable, máxime
si ella no es novísima, sino el producto de un reiterado y endémico estado de
cosas, de hondo calado y variopinto origen. Tal la razón para que un importante
sector de la doctrina, afirme que dichos actos deben ser analizados con miramiento
en las rigurosas condiciones que se presentaron en el caso litigado, en orden a
establecer si por sus características particulares, ella se erigió en obstáculo
insalvable para el cumplimiento de la obligación, al punto de configurar un
arquetípico evento de fuerza mayor o caso fortuito.
directivos a Bogotá, según lo aseveraron la mayoría de testigos (fl. 33, cdno. 4).
Estos aspectos, entonces, son pacíficos.
El error del Tribunal radica, pues, en no haber advertido que, según la misma
prueba a la que hizo alusión, así como otra en la que no paró mientes, esa
repentina situación de amenaza y de peligro no podía ser consideraba como hecho
irresistible –con independencia del carácter imprevisible que el Tribunal le otorgó y
que la censura no examina y que, ad laterem, podría tildarse por lo menos de
discutible-, habida cuenta que la demandante no se vio absoluta o definitivamente
imposibilitada para atender sus compromisos contractuales con Inversiones Gruval
S.A., como se requería, por no haber podido eludir los efectos de esas amenazas,
en la medida en que, según emerge de la prueba recaudada, aquella adoptó una
serie de medidas de seguridad para conjurar esos peligros, las cuales resultaron
exitosas, lo que devela que los hechos eran superables, como en efecto lo fueron,
por manera que ellos no podían determinar la conducta del arrendatario, entre
otras consideraciones más.
Es así que el Tribunal omitió apreciar que el testigo Juan Carlos Llano Gil,
administrador del edificio, precisó que, fuera de un “asalto” que hizo un ladrón “en
los años 94 o 95”, no se ha presentado “ningún otro, ni de esa fecha hacia acá, ni
de esa fecha hacia atrás”, agregando que “el edificio está funcionando desde
el año 94 y gracias a Dios a la fecha no hay ningún evento trágico que
lamentar”. Más adelante, al preguntársele si Helados La Fuente S.A. continúa
operando, contestó que “sí, se que ellos siguen trabajando en la ciudad de
Medellín puesto que como administrador del Edificio me ha tocado llamar a
solicitar certificados de retefuente y contestan de la empresa de Helados La
Fuente; adicionalmente hasta figuran en el directorio telefónico de la ciudad de
Medellín y se que en las oficinas que ellos ocupan que quedan cerca de la
mayorista tienen vehículos que guardan y distribuyen sus productos...” (se resalta;
fls. 3 vto. y 4, cdno. 3).
Por su parte, el señor Jorge Iván Díaz, quien trabajó como vigilante de la
edificación donde la sociedad demandante tenía sus oficinas, al ser interrogado –
en mayo de 1999- sobre actos terroristas o hechos delictivos que se hubieren
presentado en las instalaciones, declaró que “no, por el último año no” (fl. 7 vlto.,
cdno. 3). En el mismo sentido testificó Matilde Henao Salazar, arrendataria de un
local del primer piso del edificio, pues manifestó que “allá nunca ha sucedido
nada ni he notado que pase algo” (se subraya; fl. 8 vlto., ib.).
Más aún, el Tribunal fragmentó los testimonios de Gloria Luz Cepeda, Nancy
Janeth Gunther Camacho, Hernando De Jesús Arango, Luis Fernando Osorio,
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Cabe resaltar que el Tribunal también pasó por alto un hecho que, en sí mismo
considerado, constituye elocuente muestra de que las amenazas y peligros que
enfrentó la sociedad demandante, no le impedían, en términos absolutos, el
cumplimiento de las obligaciones que contrajo en virtud del contrato de
arrendamiento que celebró con Inversiones Gruval S.A. Se trata de la
comunicación de 15 de mayo de 1998, dirigida por el representante legal de
Helados La Fuente S.A. a su arrendador, en la que reconoce que la razón
fundamental por la que “nos veíamos en la obligación de dar por terminado el
contrato de arrendamiento”, era “la falta de seguridad que nos proporcionaba” el
inmueble arrendado, dada la situación de anormalidad que se había generado, a
raíz “de un atentado en las instalaciones situadas en la calle 65 número 55-26 de
Medellín” (fls. 17 y 18, cdno. 1).
Con este propósito, baste decir que los argumentos que han quedado expuestos
para casar la sentencia del Tribunal, son suficientes para confirmar el fallo
desestimatorio de primera instancia, en el entendido, según se explicó, que los
hechos alegados por la sociedad demandante para ponerle fin al contrato de
arrendamiento celebrado con la sociedad demandada, no son constitutivos de
fuerza mayor o caso fortuito, cuya procedencia no es, no puede ser, ni
generalizada, ni mecánica, como ya se mencionó, pues exige un escrutinio
individual y sopesado de cada situación.
DECISION