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Hace ya casi dos años, a fines de julio de 2011, se modificó el capítulo de la Ley de
Ejecución de la Pena Privativa de la Libertad que refiere a los alcances de la educación en
contextos de encierro. Esta modificación procura que todas las personas privadas de su
libertad tengan derecho a la educación pública, como lo estipula la Ley de Educación
Nacional, cuestión central porque gran parte de quienes están presos han sido en muchos
casos excluidos del sistema educativo. Quienes pueblan las cárceles en la Argentina,
mayormente, no tienen en sus estudios completos, consigna un informe de 2007, del
Sistema Nacional de Estadísticas sobre Ejecución de la Pena (24.660). La investigación
muestra que sobre un total de 50.980 detenidos sólo 2.594 habían completado su educación
secundaria. Alrededor de 23.599 detenidos había completado únicamente su educación
primaria, mientras que los detenidos con estudios primarios incompletos ascendían a
11.410 y 2.910 no habían recibido ningún tipo de instrucción. Asimismo, el informe señaló
que 24.525 detenidos no tenían oficio ni profesión y que 36.801 internos no participan de
ningún programa de capacitación laboral.
Esta ley tiene su origen en una actividad que una docente, Cristina Caamaño, les pidió a
sus estudiantes de la carrera de Derecho en el Centro Universitario de Devoto (CUD), para
aprobar una de las asignaturas de la carrera: realizar un proyecto de Ley que intentara
encarar algunas de las cuestiones que denunciaban con respecto a las restricciones en el
derecho a la educación en contextos de encierro.
Este ejercicio fue recuperado por el Diputado Emilio García Mendez y presentado en 2008.
Ese proyecto fue objeto de debates arduos en la Comisión de Legislación Penal y cuando
llegó a la comisión de Educación, se advirtió que tanto tiempo había pasado que no
reconocía la Ley de Educación Nacional (26.206). Los tiempos parlamentarios, tiranos,
hicieron que el proyecto perdiera vigencia.
Así fue que encaramos, junto con los que eran en este momento estudiantes del CUD y
algunos de sus egresados, ya en el medio libre, la tarea de reformular el proyecto original,
proponiendo cuatro cuestiones centrales:
Sabemos que una ley por sí sola no modifica realidades, y que la sanción de una norma no
es más que un instante en un proceso de disputa. Es una expresión de un equilibrio de
fuerzas que hoy no acuerda con que quienes estén privados de la libertad también lo estén
del derecho a la educación. Sin embargo sabemos también que para que lo que en este
texto –y que no es más que un primer paso en un largo camino- se torne realidad es
necesario acompañarlo de una tarea militante tanto de quienes están detenidos como de los
educadores, de quienes realizamos extensión universitaria, y de la sociedad civil en su
conjunto. Y esta militancia ha de insistir en que las normativas jurisdiccionales revisen los
modos en que está planteado el derecho a la educación en sus propias leyes y se pongan a
tono con lo estipulado por las leyes nacionales. También que esta ley sea reglamentada