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Policarpo era ministro en Esmirna

Leemos en El Apocalipsis que el Señor ordenó a su siervo Juan que escribiera unas cuantas cosas al
ángel de la iglesia en Esmirna, para amonestar al líder y a los miembros, diciendo: “El primero y el
postrero, el que estuvo muerto y vivió, dice esto; Yo conozco tus obras, y tú tribulación, y tú
pobreza… No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros
en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y
yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:8-10). Estas palabras del Señor Jesús indican que los
creyentes y su líder sufrían tribulación y pobreza, y que les esperaba aun más sufrimiento. Por eso,
les exhortó a la fealdad; luego recibirían la corona de la vida.

En cuanto al líder de esa iglesia, la mayoría de los escritores antiguos dio su nombre
como Policarpo. Se dice que era un discípulo del apóstol Juan, puesto que había escuchado al
mismo predicar la Palabra de Dios y se juntaba con los discípulos que habían conocido al Señor
Jesucristo personalmente en su trato diario. De igual modo, se dice que Juan mismo lo había
nombrado obispo de la iglesia en Esmirna.

Después de un tiempo, el pastor Policarpo y su congregación empezaron a sufrir la persecución.


Está escrito que el mismo Policarpo, unos días antes de ser arrestado y sentenciado a la muerte,
de repente fue vencido por el sueño, mientras oraba. En ese sueño tuvo una visión, en la cual vio
la almohada en que se reclinaba encenderse de repente y consumirse ... Se despertó del sueño y
concluyo que iba a sufrir el martirio por medio de fuego, a causa de Cristo.

Cuando llegaron cerca los que le iban a encarcelar, los amigos de Policarpo trataron la manera de
esconderle en otro pueblo. Sin embargo, sus perseguidores le descubrieron allí, con la ayuda de
dos jóvenes, a quiénes hubieron azotados para que dijesen dónde se encontraba Policarpo.
Fácilmente hubiera podido escapar del cuarto en que vivía, para huir a otra casa cercana, pero no
quiso hacerlo, diciendo: —Sea hecha la voluntad de Dios.

Bajó la escalera para recibir cordialmente a sus perseguidores y los saludó tan amablemente que
algunos, quiénes no le habían conocido antes, dijeron con pena: —¿Por qué hicimos tanto
alboroto para aprehender a este anciano tan manso?

Inmediatamente Policarpo mandó que los de la casa preparasen una comida para sus opresores, y
les rogó a estos que comiesen bien, implorándoles también que le otorgasen una hora de soledad,
para orar mientras ellos comieran. Esto le fue concedido. Durante esa oración, revisó su vida
entera y luego encomendó la congregación en las manos de Dios y su Salvador. Al terminar la
oración, le montaron en un asno y llevaron a la ciudad. Fue el domingo, día de la gran fiesta.

Nicetes y su hijo Herodes, llamado el príncipe de paz, fueron al encuentro de los alguaciles y
Policarpo. Hicieron desmontar a Policarpo y le acomodaron en su carro de caballos. Así pensaron
persuadirle que negase a Cristo, diciendo: —¿Que te cuesta solamente decir ‘Señor emperador,’ y
ofrecer holocausto o incienso ante él, para salvarte la vida?
Policarpo no les contestaba nada, pero, puesto que iba insistiendo, al fin les dijo: —Nunca voy a
cumplir lo que me piden y aconsejan ustedes.

Cuando vieron la firmeza de su fe, empezaron a golpearle y lo arrojaron del carro. Al caer, el
anciano se lastimó gravemente una pierna, pero, levantándose, él mismo se entregó otra vez en
las manos de los alguaciles y siguió caminando al lugar de su muerte; sin ninguna queja en cuanto
a la pierna lastimada.

Luego de entrar el anfiteatro, dónde le iban a ejecutar, una voz del cielo le habló a Policarpo,
diciendo: —¡Fortalécete, Oh Policarpo! Sé firme en tú confesión y en el sufrimiento que te
espera—. Nadie sabía de dónde provenía la voz, pero muchos creyentes la escucharon. Sin
embargo, a causa de la gran bulla, la mayoría de la gente no la escuchó. Pero este acontecimiento
animó bastante a Policarpo y a los demás que sí, la escucharon.

El gobernador aconsejó a Policarpo que tuviese piedad de sí mismo por razón de su edad
avanzada, y que negase su fe en Cristo de una vez por medio de un juramento en el nombre del
emperador. Policarpo le contestó: —He servido a mi Señor Jesucristo durante 86 años y nunca me
ha causado daño alguno el mismo. ¿Cómo puedo negar a mi Rey, que hasta el momento me ha
guardado de todo mal, y además me ha sido fiel en redimirme?

Al escuchar ese testimonio, el gobernador amenazó de echar a Policarpo al foso de las fieras, si
continuaría firme en su testimonio.

—Tengo listas las fieras y te echaré entre ellas, a menos que cambies de pensar.

Policarpo contestó sin temor alguno: —Qué vengan las fieras, porque no cambiaré mi fe. No es
razonable cambiarnos del bien al mal por razón de las persecuciones; mejor sería que los
hacedores de maldad se convirtiesen del mal al bien.

El gobernador respondió: —Está bien, si no quieres negar tú fe y a las fieras no les tienes miedo, te
vamos a quemar.

Una vez más Policarpo les contestó, diciendo: —Usted me amenaza con el fuego que arderá tal vez
una hora y luego se apagará; pero usted no sabe de la llama del juicio de Dios que es preparada
para el castigo y tormento eterno de los impíos. Pero, ¿por qué demora? Traiga las fieras, traiga el
fuego, o traiga lo que sea; ningún tormento me hará negar a Cristo, mí Señor y Salvador.

Al fin, cuando la gente ya se había cansado de la averiguación, demandó su muerte, y Policarpo


fue entregado para ser quemado. Inmediatamente juntaron un montón de leña y viruta. Cuando
Policarpo vio eso, empezó a quitarse la ropa y los zapatos, alistándose para acostarse sobre la
leña. En seguida, los verdugos le alistaron para clavarle las manos y los pies en la madera, mas
Policarpo les dijo: —Dejen, El que me dará la fuerza para aguantar la llama del fuego, me
fortalecerá también para permanecer quieto en la misma, aunque no me clavaran las manos y los
pies.
Entonces acordaron no clavarle en la madera, y sólo le ataron las manos detrás de él con una soga.
Preparado en esta manera para el sacrificio, y puesto sobre la leña como un cordero en
holocausto, empezó a orar a Dios, diciendo: —Oh, Padre del bendito Hijo amado, nuestro Señor
Jesucristo, por medio de quién hemos recibido la sabiduría salvadora de tú santo nombre; Dios de
los ángeles y todas las criaturas, pero sobre todo, el Dios de todos los justos quienes viven en tú
voluntad: te agradezco que me contaste digno de tener lugar entre los santos mártires; y digno de
compartir de la copa de sufrimiento que bebió Jesucristo; para sufrir junto con El y compartir sus
dolores. Te ruego, ¡oh, Señor! que me recibas este día, como una ofrenda, de entre el número de
tus santos mártires. Cómo Tú, ¡oh Dios verdadero, para quien el mentir es imposible!, me
preparaste para este día, y me avisaste de antemano; ya lo has cumplido. Por esto te agradezco, y
te alabo sobre todo hombre, y glorifico tú santo nombre por medio de Jesucristo tú Hijo amado, el
Sumo sacerdote eterno, a quién, junto contigo y el Espíritu Santo, sea la gloria ahora y para
siempre. Amen.

Dicho el amen, los verdugos prendieron fuego a la leña, sobre la cual había puesto Policarpo.
Mientras la llama ascendía hacia el cielo, notaron con asombro que le hacía muy poco daño. A
causa de esto, ordenaron al verdugo herirle con la espada, el cual fue hecho inmediatamente. La
sangre, que por el calor del fuego o por otra razón, salió copiosamente de la herida y casi extinguió
el fuego. Así, por fuego y por espada, el fiel testigo de Jesucristo falleció y entró al descanso de los
santos, hacia el año 168 d.c.

Acta del martirio de San Policarpo de Esmirna (año 155 d.C.)

En Esmirna el año 155 d.c.

La Iglesia de Dios, establecida en Esmirna, a la Iglesia de Dios, establecida en Filadelfia, y a todas


las partes de la Iglesia santa y católica extendida por todo el mundo; que la misericordia, la paz y
el amor de Dios Padre y Nuestro Señor Jesucristo sobreabunde en vosotras.

Os escribimos relatándoos el martirio de nuestros hermanos, y, en especial, del bienaventurado


Policarpo, quien, con el sello de su fe, puso fin a la persecución de nuestros enemigos. Todo lo
sucedido fue ya anunciado por el Señor en su Evangelio, en el cual se halla la regla de conducta
que hemos de seguir. Según, El, por su permisión, fue entregado y clavado en la cruz para
salvarnos.

Quiso que le imitáramos, y El fue el primero de entre los justos que se puso en manos de los
malvados, mostrándonos de ese modo el camino que habíamos de seguir, y así, habiéndonos
precedido El, no creyéramos que era demasiado exigente en sus preceptos. Sufrió El el primero lo
que nos encargó a nosotros sufrir. Se hizo nuestro modelo, enseñándonos a morir, no sólo por
utilidad propia, sino también por la de nuestros hermanos.El martirio, a aquellos que le padecen,
les acarrea la gloria celestial, la cual se consigue por el abandono de las riquezas, los honores e
incluso los padres.
¿Acaso tendremos por demasiado el sacrificio que hacemos a tan piadoso Señor, cuando sabemos
que sobrepuja con creces lo que El hizo por sus siervos, a los que éstos pueden hacer por El? Por
tanto, os vamos a narrar los triunfos de todos nuestros mártires, tal como nos consta que tuvieron
lugar, su gran amor para con Dios y su paciencia en soportar los tormentos. ¿Quién no se llenará
de admiración al considerar cuán dulces les eran los azotes, gratas las llamas del eculeo, amable la
espada que los hería y suaves las brasas de las hogueras?

Cuando corriendo la sangre por los costados, con las entrañas palpitantes a la vista, tan constantes
estaban en su fe, que aunque el pueblo conmovido no podía contener las lágrimas ante tan
horrendo espectáculo, ellos solo estaban serenos y tranquilos. Ni siquiera se les oía un gemido de
dolor; y así como habían aceptado con alegría los tormentos, del mismo modo los toleraban con
fortaleza. A todos los asistía el Señor en los tormentos, no sólo con el recuerdo de la vida eterna,
sino también templando la violencia de los dolores, para que no excediesen la resistencia de las
almas.

El Señor les hablaba interiormente y les confortaba, poniéndoles ante los ojos las coronas que les
esperaban si eran constantes; e ahí el desprecio que hacían de los jueces, y su gloriosa paciencia.
Deseaban salir de las tinieblas de este mundo para ir a gozar de las claras moradas celestiales;
contraponían la verdad a la mentira, lo terreno a lo celestial, lo eterno a lo caduco Por una hora de
sufrimientos les esperaban goces eternos.

El demonio probó contra ellos todas sus artes; pero la gracia de Cristo les asistió como un abogado
fiel. También Germanico, con su valor, infundía ánimos a los demás. Habiendo sido expuestos a las
fieras, el procónsul, movido de compasión, le exhortaba a que tuviese piedad al menos de su
tierna edad, si le parecía que los demás bienes no merecían ser tenidos en consideración.

Pero él hacía poco caso de la compasión que parecía tener por él su enemigo y no quiso aceptar el
perdón que le ofrecía el juez injusto; muy al contrario, el mismo azuzaba a la fiera que se había
lanzado contra el, deseoso de salir de este mundo de pecado. Viendo esto el populacho, quedó
sorprendido de ver un ánimo tan varonil en los cristianos. Luego todos gritaron: “Que se castigue a
los Impíos y se busque a Policarpo”.

En esto, un cristiano, llamado Quinto, natural de Frigia, y que acababa de llegar a Esmirna, él
mismo se presentó al sanguinario Juez para sufrir el martirio. Pero la flaqueza fue mayor que el
buen deseo. Al ver venir hacia sí las fieras, temió y cambió de propósito, volviéndose de la parte
del demonio, aceptando aquello contra lo que iba a luchar. El procónsul, con sus promesas, logró
de él que sacrificara.

En vista de esto, creemos que no son de alabar aquellos hermanos que se presentan voluntarios a
los suplicios, sino mas bien aquellos que habiéndose ocultado al ser descubiertos, son constantes
en los tormentos. Así nos lo aconseja el Evangelio, y la experiencia lo demuestra, porque éste que
se presentó, cedió, mientras Policarpo, que fue prendido, triunfó.
Habiéndose enterado Policarpo, hombre de gran prudencia y consejo, que se le buscaba para el
martirio, se ocultó. No es que huyera por cobarde, sino más bien dilataba el tiempo del martirio.
Recorrió varias ciudades, y como los fieles le dijesen que se diese más prisa, y se ocultase
prontamente, él no se preocupaba, como si temiera alejarse del lugar del martirio. Al fin se
consiguió que se escondiese en una granja. Allí, noche y día, estuvo pidiendo al Señor le diera valor
para sufrir la última pena.

Tresdías antes de ser prendido le fue revelado su martirio. Parecióle que la almohada sobre la que
dormía estaba rodeada de llamas. Al despertarse el santo anciano dijo a los que con él estaban
que había de ser quemado vivo.

Cambió de retiro para estar más oculto, mas apenas llegó al nuevo refugio llegaron también sus
perseguidores. Estos buscaron largo rato y no hallándole cogieron a dos muchachos y los azotaron
hasta que uno de ellos descubrió el lugar en que se hallaba oculto Policarpo. No podía ya ocultarse
aquel a quien esperaba el martirio. El jefe de Policía de Esmirna, Herodes, tenía gran deseo de
presentarle en el anfiteatro, para que fuese imitador de Cristo en la Pasión. Además, ordenó que a
los traidores se les recompensara como a Judas.

Armado, pues un pelotón de soldados de a caballo, salieron un viernes antes de cenar en busca
de Policarpo, con uno de los muchachos a la cabeza no como para prender a un discípulo
de Cristo, sino como si se tratara de algún famoso ladrón. Encontráronle de noche oculto en una
casa Hubiera podido huir al campo, pero cansado como estaba, prefirió presentarse él mismo a
esconderse de nuevo, porque decía. “Hágase la voluntad de Dios; cuando El lo quiso me escondí, y
ahora que El lo dispone, lo deseo yo también”. Viendo, pues, a los soldados, bajo adonde ellos
estaban y les habló cuanto su debilidad se lo permitió y el Espíritu de la gracia sobrenatural le
inspiró.

Admiraban los soldados ver en él, a sus años, tanta agilidad y de que en tan buen estado de salud
le hubieran encontrado tan pronto. En seguida mandó que les prepararan la mesa, cumpliendo así
el precepto divino, que encarga proveer de las cosas necesarias para la vida aun a los enemigos.
Luego les pidió permiso para hacer oración y cumplir sus obligaciones para con Dios. Concedido el
permiso, oró por espacio de dos horas de pie, admirando su fervor a los circunstantes y hasta a los
mismos soldados. Acabó su oración, pidiendo a Dios por toda la iglesia, por los buenos y por los
malos, hasta que llegó el momento de recibir la corona de la justicia, que en todo momento había
guardado […]

Al entrar en el anfiteatro se oyó una voz del cielo que decía: “Sé fuerte, Policarpo“. Esta voz sólo la
oyeron los cristianos que estaban en la arena, pero de los gentiles nadie la oyó. Cuando fue
llevado ante el palco del procónsul, confesó valerosamente al Señor, despreciando las amenazas
del juez.

El procónsul procuró por todos los medios hacerle apostatar, diciéndole tuviera compasión de su
avanzada edad, ya que parecía no hacer caso de los tormentos. “¿cómo ha de sufrir tu vejez –le
decía- lo que a los jóvenes espanta? Debe jurar por el honor del César y por su fortuna.
Arrepiéntete y di: “Mueran los impíos”. Animado el procónsul, prosiguió: “Jura también por la
fortuna del César y reniega de Cristo”. “Ochenta y seis años ha -respondió Policarpo- que le sirvo y
jamás me ha hecho mal; al contrario, me ha colmado de bienes, ¿cómo puedo odiar a aquel a
quien siempre he servido, a mi Maestro, mi Salvador, de quien espero mi felicidad, al que castiga a
los malos y es el vengador de los justos?”

Mas como el procónsul insistiese en hacerle jurar por la fortuna del César, él le respondió: “¿Por
qué pretendes hacerme jurar por la fortuna del César? ¿Acaso ignoras mi religión? Te he dicho
públicamente que soy cristiano, y por más que te enfurezcas, yo soy feliz. Si deseas saber qué
doctrina es ésta, dame un día de plazo, pues estoy dispuesto a instruirte en ella si tú lo estás para
escucharme”. Repuso el procónsul: “Da explicaciones al pueblo y no a mi“.

Respondióle Policarpo: “A vuestra autoridad es a quien debemos obedecer, mientras no nos


mandéis cosas injustas y contra nuestras conciencias. Nuestra religión nos enseña a tributar el
honor debido a las autoridades que dimanan de la de Dios y obedecer sus órdenes. En cuanto al
pueblo, le juzgo indigno, y no creo que deba darle explicaciones: lo recto es obedecer al juez, no al
pueblo”.

-“A mi disposición están las fieras, a las que te entregaré para que te hagan pedazos si no desistes
de tu terquedad”, dijo el procónsul.

-“Vengan a mi los leones -repuso Policarpo– y todos los tormentos que vuestro furor invente; me
alegrarán las heridas, y los suplicios serán mi gloria, y mediré mis méritos por la intensidad del
dolor. Cuanto mayor sea éste, tanto mayor será el premio que por él reciba. Estoy dispuesto a
todo; por las humillaciones se consigue la gloria“.

-“Si no te asustan los diente de las fieras, te entregaré a las llamas“.

-“Me amenazas con un fuego que dura una hora, y luego se apaga y te olvidas del juicio venidero y
del fuego eterno, en el que arderán para siempre los impíos. ¿Pero a qué tantas palabras? Ejecuta
pronto en mi tu voluntad, y si hallas un nuevo género de suplicio, estrénalo en mi”.

Mientras Policarpo decía estas cosas, de tal modo se iluminó su rostro de una luz sobrenatural,
que el mismo procónsul temblaba. Luego gritó el pregonero por tres veces: “Policarpo ha
confesado que es cristiano“.

Todo el pueblo gentil de Esmirna, y con él los judíos, exclamaron: “Este es el doctor de Asia, el
padre de los cristianos, el que ha destruido nuestros ídolos y ha violado nuestros templos, el que
prohibía sacrificar y adorar a los dioses; al fin ha encontrado lo que con tantos deseos decía que
anhelaba“. Y todos a una pidieron al asiarca Filipo que se lanzara contra él un león furioso;
pero Filipo se excusó, diciendo que los juegoshabían terminado. Entonces pidieron a voces que
Policarpo fuera quemado vivo. Así se iba a cumplir lo que él había anunciado, y dando gracias al
Señor, se volvió a los suyos y les dijo: “Recordad ahora, hermanos, la verdad de mi sueño”.
Entre tanto, el pueblo […] acude corriendo a los baños y talleres en busca de leños y sarmientos.
Cuando estaba ardiendo la hoguera, se acercó a ella Policarpo, se quitó el ceñidor y dejó el manto,
disponiéndose a desatar las correas de las sandalias, lo cual no solía hacer él, porque era tal la
veneración en que le tenían los fieles, que se disputaban este honor por poder besarle los pies. La
tranquilidad de la conciencia le hacía aparecer ya rodeado de cierto esplendor aun antes de recibir
la corona del martirio.

Dispuesta ya la hoguera, los verdugos le iban a atar a una columna de hierro, según era
costumbre, pero el Santo les suplicó, diciendo: “Permitidme quedar como estoy; el que me ha
dado el deseo del martirio, me dará también el poder soportarlo; El moderará la intensidad de las
llamas”. Así, pues, quedó libre; sólo le ataron las manos atrás y subió a la hoguera.

Levantando entonces los ojos al cielo exclamó: “Oh, Señor, Dios de los Ángeles y de los Arcángeles,
nuestra resurrección y precio de nuestro pecado, rector de todo el universo y amparo de los justos:
gracias te doy porque me has tenido por digno de padecer martirio por ti, para que de este modo
perciba mi corona y comience el martirio por Jesucristo en unidad del Espíritu Santo; y así, acabado
hoy mi sacrificio, veas cumplidas tus promesas. Seas, pues bendito y eternamente glorificado por
Jesucristo Pontífice omnipotente y eterno, y todo os sea dado con él y el Espíritu Santo, por todos
los siglos de los siglos. Amén“.

Terminada la oración fue puesto fuego a la hoguera, levantándose las llamas hasta el cielo […]

Su martirio fue muy superior, y todo el pueblo le llama “su maestro”. Todos deseamos ser sus
discípulos, como él lo era de Jesucristo, que venció la persecución de un juez injusto y alcanzó la
corona incorruptible, dando fin a nuestros pecados. Unámonos a los n y a todos los justos y
bendigamos únicamente a Dios Padre Todopoderoso; bendigamos a Jesucristo nuestro Señor,
salvador de nuestras almas, dueño de nuestros cuerpos y pastor de la Iglesia universal;
bendigamos también al Espíritu Santo por quien todas las cosas nos son reveladas.

Repetidas veces me habíais pedido os comunicara las circunstancias del martirio del
glorioso Policarpo, y hoy os mando esta relación por medio de nuestro hermano Marciano.
Cuando vosotros os hayáis enterado, comunicadlo a las otras iglesias, a fin de que el Señor sea
bendito en todas partes, y todos acaten la elección que su gracia se digna hacer de los escogidos.
El puede salvarnos a nosotros mismos por Jesucristo Nuestro Señor y Redentor, por el cual y con
el cual es dada a Dios toda gloria, honor, poder y grandeza, por los siglos de los siglos. Amén.

Saludad a todos los fieles; los que estamos aquí os saludamos. Asimismo os saluda Evaristo, que
esto ha escrito, os saluda con toda su familia. El martirio de Policarpo tuvo lugar el 25 de abril, el
día del gran sábado, a las dos de la tarde. Fue preso por Herodes, siendo pontífice o
asiarca Filipo deTrates, y procónsul Stacio Cuadrato. Gracias sean dadas a Jesucristo Nuestro
Señor, a quien se debe gloria, honor, grandeza y trono eterno de generación en generación. Amén.

Este ejemplar le ha copiado Gayo de los ejemplares de Ireneo, discípulo de Policarpo.


Yo, Sócrates, lo copié del ejemplar de Gayo. Yo, Pionio, he confrontado los originales y lo
transcribo por revelación del glorioso Policarpo; como lo dije en la reunión de los que vivían
cuando el Santo trabajaba con los escogidos. Nuestro Señor Jesucristo me reciba en el reino de los
cielos, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

l martirio de San Policarpo

¿Quién habría pensado que este santo anciano sería tan valiente?

El relato que sigue es la narración más antigua que se conoce de un martirio cristiano. Fue escrito
aproximadamente en el año 156 d.C., unos meses después del acontecimiento que cuenta, de
manera que es un testimonio auténtico de quienes presenciaron personalmente la heroica muerte
de un anciano cristiano llamado Policarpo.

Policarpo era el Obispo de Esmirna, hoy importante ciudad y puerto situado en la costa occidental
de Turquía. Provenía de una generación de importantes cristianos de autoridad en la Iglesia y
sucesores de los apóstoles. Según una tradición, fue discípulo de San Juan Apóstol y nombrado en
su cargo por los propios apóstoles.

Este relato de la muerte de San Policarpo lo debemos a los cristianos de Esmirna, que lo
escribieron como carta para circularla entre todas las iglesias. El carácter de Policarpo y su relación
personal con el Señor brillaban claramente en la sencillez con que hablaba y escribía y por eso sus
seguidores y feligreses querían darlo a conocer a todo el mundo. La aparente derrota de su
muerte se transforma en un testimonio victorioso de la resurrección.

Policarpo fue martirizado antes del comienzo de las grandes persecuciones ordenadas desde
Roma por emperadores como Diocleciano. En el relato de su vida vemos las tensiones que ya se
estaban formando en todo el imperio, cuando los cristianos rechazaron a los dioses y diosas que
todos los demás adoraban. Los paganos les llamaron "ateos" a los cristianos, por su aparente falta
de sentido religioso, pero como lo declaró Policarpo a un oficial del gobierno romano, los
verdaderos ateos son los que no adoran al único Dios verdadero.

El relato en esta adaptación del Martirio de San Policarpo empieza cuando ya había una
persecución contra los cristianos en la ciudad, y ya habían dado muerte a varios fieles de Esmirna.
Ahora había brigadas encargadas de buscar al obispo, a quien sus seguidores lo habían persuadido
a actuar con prudencia y abandonar la ciudad. Pero alguien pasó la información a los
perseguidores de que Policarpo se encontraba oculto en una lejana casa de campo.

Los guardias montados se pusieron en camino un viernes al atardecer, provistos de armas de


combate, como si anduvieran buscando a un bandido. Tarde esa noche llegaron a la casa y
encontraron a Policarpo descansando en el piso superior. Fácilmente pudo haber escapado, pero
decidió quedarse: "Que se haga la voluntad de Dios", decía.

Cuando supo que habían llegado los guardias, bajó al piso principal para hablar con ellos. Todos
quedaron sorprendidos al darse cuenta de su edad y de su valentía, y no comprendían por qué
había tanto afán en arrestar a un anciano como éste. Pese a lo avanzado de la noche, Policarpo
hizo servir una mesa para que los guardias comieran y bebieran cuanto quisieran. Les pidió que le
dieran una hora para rezar tranquilo y ellos accedieron.

Así fue como Policarpo se puso de pie y oró en voz alta. Estaba tan lleno de la gracia de Dios que
su oración se prolongó por dos horas sin parar. Los que lo escuchaban no daban crédito a sus
oídos y muchos sentían gran pesar por tener que arrestar a un anciano tan venerable.

Cuando Policarpo terminó de orar, después de recordar a todos los que había conocido en su vida,
grandes y pequeños, nobles y plebeyos, y a toda la Iglesia Católica en el mundo entero, llegó la
hora en que debía partir. Lo montaron sobre un burro y lo llevaron a la ciudad.

"¡Salvate a ti mismo!" El jefe de los guardias, de nombre Herodes, y su padre, Niketas, fueron a
encontrar a Policarpo y lo llevaron en su carruaje. Sentados a su lado, trataron de convencerlo de
que cambiara de actitud: "¿Qué tiene de malo decir ‘El César es el Señor’ y ofrecerle sacrificios y
así salvarte de la muerte?"

Al principio, Policarpo no les contestó, pero viendo que insistían, les dijo "No voy a hacer lo que
ustedes me aconsejan." Entonces, Herodes y Niketas desistieron de persuadirlo y en lugar de eso
comenzaron a amenazarlo. Lo obligaron a salir del carruaje con tanta fuerza que Policarpo se
lastimó la pierna al salir, pero él, como si no hubiera sentido nada, empezó a caminar
decididamente y lo llevaron al ruidoso estadio lleno de gente.

Al entrar, se sintió una voz del cielo que le decía: "¡Sé fuerte, Policarpo, y actúa como hombre!"
Nadie vio quién hablaba, pero nuestros amigos que estaban allí escucharon la voz.

Sin miedo. Llevaron a Policarpo ante el procónsul, que también trató de convencer al santo de que
renegara de su fe. "¡Respeta tu edad! —le dijo— Jura por el divino poder del César. Cambia de
parecer y di ‘¡Abajo los ateos!’ " Pero Policarpo, dando una solemne mirada al bullicioso gentío, los
apuntó con la mano y mirando al cielo exclamó: "¡Abajo los ateos!"

El procónsul volvió a insistir: "Pronuncia el juramento y te dejo en libertad. Maldice a Cristo."

"Lo he servido por 86 años y Él jamás me ha hecho ningún mal —dijo Policarpo con plena
convicción— ¿Cómo voy a blasfemar contra mi Rey, que me salvó?"

Como el procónsul seguía insistiendo para que Policarpo jurara por el César, el santo respondió:
"Si vanamente crees que voy a jurar por el supuesto poder divino del César, como dices, y si
pretendes no saber quién soy, escucha bien claro: ‘Soy cristiano, y si quieres conocer el mensaje
cristiano, organiza una reunión y permite que dé razón de mi fe’."

"Lo que yo tengo son animales salvajes" respondió el procónsul. "Si no cambias de opinión te
arrojaré a ellos."

"Llámalos —replicó Policarpo— porque no estamos autorizados para abandonar lo sublime y


aceptar lo despreciable."
"Búrlate de las fieras salvajes y te haré quemar vivo, si no cambias de actitud."

Policarpo exclamó: "Me amenazas con un fuego que arde por un poco de tiempo y luego se
extingue, pero tú no sabes nada del fuego que trae el juicio venidero ni del castigo eterno que
aguarda a los malvados. Pero, ¿qué esperas? ¡Haz lo que vas a hacer!"

Fuerzas para soportar. La faz de Policarpo se iluminaba de valor y gozo al decir estas cosas y
muchas otras. En su rostro no se veía ningún indicio de temor, sino más bien una gracia tan plena
que el procónsul estaba impresionado. Tres veces mandó a su heraldo a que anunciara en medio
del campo del estadio: "¡Policarpo ha declarado que es cristiano!"

Al escuchar estos anuncios, toda la multitud prorrumpió en un ruidoso griterío de desaprobación y


exclamaba a viva voz: "Este es el padre de los cristianos, el que destruye nuestros dioses, el que
enseña a muchos a no ofrecer sacrificios a los dioses." Gritando todos a una sola voz, exigieron
que Policarpo fuera quemado vivo.

Todo esto sucedió con mucha rapidez, mucho más de lo que se demora el relato de la historia. La
multitud corrió a las tiendas y casas vecinas para juntar madera para una hoguera. Cuando el
fuego estuvo preparado, Policarpo se quitó su vestimenta exterior, se quitó el cinturón y trató de
quitarse los zapatos.

La gente empezó de inmediato a apilar la madera a su alrededor. También lo iban a clavar en una
estaca, pero él les dijo: "Déjenme como estoy. Aquel que me da fuerzas para soportar el fuego me
ayudará a permanecer en las llamas sin moverme aunque no esté sujeto con clavos."

Aroma de vida. Así fue como le amarraron las manos a la espalda, como un noble becerro, de una
gran manada, listo para el sacrificio, una ofrenda inmolada que se ofrecía preparada y agradable a
Dios. Mirando al cielo exclamó:

Señor, Dios Todopoderoso, Padre de tu amado Hijo Jesucristo, por medio de quien todos hemos
recibido el pleno conocimiento de Ti, el Dios de todos los ángeles y potencias celestiales y de toda
la creación, y de toda la familia de los justos, que viven para Ti:

Bendigo tu santo Nombre por considerarme digno de este día y esta hora, de compartir con los
mártires la copa de tu Cristo, para luego compartir la resurrección a la vida eterna del alma y el
cuerpo en el Espíritu Santo. Concédeme ser recibido entre ellos hoy en tu presencia como sacrificio
digno y aceptable.

Por esto y por todo te alabo y te glorifico por intermedio de nuestro eterno y celestial Sumo
Sacerdote, Jesucristo, tu amado Hijo. Por medio de Él y con Él, que Tú, Señor, seas glorificado con el
Espíritu Santo, ahora y para siempre. Amén.

Cuando hubo pronunciado el amén y terminado su oración, los encargados encendieron más la
gran fogata que despedía enormes llamas. Los que tuvimos el privilegio de presenciarlo, vimos un
gran milagro y nos hemos mantenido vivos para poder informar a los demás de lo sucedido.
El fuego adoptó la forma de una vela de barco hinchada por el viento y rodeó el cuerpo del mártir
como una muralla. Él permaneció allí dentro, no como carne quemada, sino como pan en el horno,
como oro y plata refinados en el crisol. Y todos percibimos una maravillosa fragancia, como de
incienso y otras especias costosas.

Viendo que el fuego era incapaz de consumir su cuerpo, los malvados finalmente le ordenaron a
un verdugo que subiera y apuñalara al Santo y cuando así lo hizo, de la herida salió una paloma y
brotó tanta sangre que extinguió el fuego.

Este era sin duda uno de los escogidos de Dios, el extraordinario mártir, San Policarpo, un maestro
apostólico y profético de nuestro tiempo, Obispo de la Iglesia Católica en Esmirna.

Por su paciencia y fortaleza venció al maligno y ganó la corona de la inmortalidad. Ahora se llena
de alegría con los apóstoles y todos los santos, porque con ellos está glorificando a Dios, el Padre
Todopoderoso, y bendiciendo a Jesucristo, nuestro Señor, el Salvador y Capitán de nuestras almas
y cuerpos, y el Pastor de la Iglesia Católica en todo el mundo.

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