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P arecen medidas aisladas.

Generan fuertes discusiones en cada uno de los ámbitos afectados ya que


resultan reñidas con el sentido común, tanto que muchos piensan que son errores que se resolve-
rán. Pero cuando se observa todo el conjunto se vuelve evidente que todas confluyen en blindar un
tipo de agropecuaria muy intensiva, basada en grandes empresas y subordinada a la globalización. Para
ello se van anulando, poco a poco, el acceso a la información y los controles sociales, sanitarios y am-
bientales, mientras se conceden ventajas económicas. Al frente del blindaje está el Ministerio de Ganade-
ría y Agricultura. La novedad es que ya no se lo disimula.

Veamos algunas de esas medidas. Por un lado está el otorgamiento de beneficios sobre todo económicos,
como zonas francas o asistencias financieras cuantiosas (como el tren para UMP-2). Incluso está la crea-
ción de nuevos mercados, como resulta de la nueva ley de riego (tales como empresas que venderán ese
tipo de servicios). Muchas de estas medidas son conocidas y están bajo discusión pública.

Pero por otro lado, es menos conocido que está en marcha el encadenamiento de un recorte de evaluacio-
nes y controles que tienen serias consecuencias, especialmente sobre la salud y el ambiente. Se anularon
las evaluaciones territoriales regionales que podían abarcar varios departamentos, y que tenían enorme
potencial para ponderar el avance de la soja o la forestación, o de megaproyectos como UPM-2. La ley de
presupuesto de 2015 anuló. Eso resultó en caer en permisos “express”, como la primera habilitación a
UPM-2 en Durazno otorgada en el récord de dos meses.

Como el gobierno apuesta a monocultivos,


forestación y una nueva planta de celulosa
para hacer crecer la economía, se mantendrán
e incluso aumentarán, los reclamos por sus
impactos, y en especial por el deterioro del
agua. Entonces se pasó a recortar y debilitar
controles, limitar el acceso a la información, y
generar embrollos en la gestión.

Así, en la propuesta del gobierno para regla-


mentar la ley de riego se acepta que las gran-
des obras pueden ser objeto de evaluaciones
de impacto ambiental. Pero a la vez se indica
que independientemente de su resultado, de
todos modos se podrán aprobar los proyectos.
Esto es escandaloso y muestra las intenciones:
las evaluaciones de impacto ambiental se pue-
den hacer pero no pueden obstaculizar a las
inversiones. De esa manera se desploma su
objetivo esencial, que es salvaguardar a la
ciudadanía y la naturaleza de daños inmaneja-
bles o irreparables.
Al mismo tiempo, el MGAP impone el llamado decreto “mordaza”, por el cual los estudios e informes
sobre la calidad del agua requieren el permiso ministerial. Para dejarlo en claro, sea un científico, un pro-
ductor rural o un vecino deberían tramitar autorizaciones del MGAP para estudiar el agua de su paraje y
para informar a sus vecinos. Con esto se imponen controles en los estudios y la información pública y se
genera el enorme riesgo de que persista la contaminación de nuestras aguas sin poder saberlo. Y ya no se
disimula: se pide a los productores rurales que no hablen en público sobre la contaminación por glifosato,
como le exige el MGAP a los apicultores.

Paralelamente, avanzamos en un embrollo normativo e institucional. El gobierno crea una secretaría pre-
sidencial en ambiente y agua, con el propósito de coordinar la protección ambiental y las necesidades
productivas. Es una figura que no tiene respaldo constitucional, está fuera del control parlamentario y
debilita al Ministerio del Ambiente. Hasta ahora no ha logrado ningún balance sino que sirvió para refor-
zar el sesgo anti-ambiental del MGAP, ya que fue la que defendió el escandaloso borrador de reglamento
de la ley de riego.

Justamente, en esa propuesta de decreto sobre el riego asoma otro embrollo. En ella se plantea crear “pla-
nes de manejo y uso de suelos y aguas”. Aunque existen los conocidos planes para los suelos, no los hay
para suelos y aguas a la vez. La idea puede ser muy buena, pero si se hace en serio merecería una ley
específica y detallada. En cambio, todo eso se presenta en un decreto sobre otro tema, se lo hace telegráfi-
camente y con varios problemas conceptuales y legales. Por ello no puede descartarse que se termine en
otra medida que se empantane en la práctica.

Y el embrollo se completa con una serie de declaraciones de jerarcas del MGAP tales como comparar a
controvertidos agroquímicos con aspirinas para minimizar sus potenciales peligros o asumir que la crisis
de contaminación se soluciona básicamente con cursos y manuales.

De este modo, lo que algunos consideran medidas aisladas, a veces errores o desprolijidades, en realidad
se encadenan y todo apunta a un desmantelamiento de los controles y exigencias ambientales y territoria-
les. Se condiciona la información sobre la situación ambiental, se empantana la gestión y todo se cubre
con discursos de autoelogio desde el MGAP. No hay una ausencia política sino que ésta tiene otro senti-
do: blindar una agropecuaria intensiva y transnacionalizada, callando sobre muchos impactos en el am-
biente y la salud, y dejando crecer los riesgos sociales y económicos.

VOCES, Montevideo, No 614, p 5, 26 julio 2018.

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