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La primera iglesia de la Sabiduría Divina, Santa Sofía, fue fundada por Constantino y
fue consagrada el año 360, pero se incendió en el 404. Era una basílica con techumbre
de madera y había sido concebida de manera ambiciosa, por lo que no es de extrañar
que para su dedicación, el emperador hiciese "muchas ofrendas, a saber, vasos de oro y
plata de grandes dimensiones y muchas cubiertas para el santo altar tejidas con oro y
piedras preciosas, y además varias cortinas doradas para las puertas de la iglesia, y otras
de tela de oro para las puertas exteriores", relata el "Chronicon Paschale".
De la segunda Santa Sofía, consagrada el año 415, se conserva únicamente parte del
pórtico después de ser víctima de la insurrección Nika. La revuelta del año 532 destruyó
no sólo la catedral sino también la iglesia de Santa Irene, las termas de Zeuxippo y una
parte del Palacio Imperial, ofreciendo a Justiniano la oportunidad que buscaba. Seis
semanas más tarde se iniciaron las obras que prosiguieron durante cinco años, once
meses y diez días, hasta ser consagrada el 26 de diciembre del año 537.
Desde entonces los elogios no han dejado de prodigarse, habiendo sido considerada
unánimemente como paradigma del poderío bizantino, encarnando a la vez la idea
imperial y el culto cristiano. El espacio que ocupa en la ciudad, coronando la colina de
la primera Bizancio y junto al Palacio Imperial, no hace sino reforzar el significado
apuntado.
Para la realización de la obra, Justiniano se dirigió a dos arquitectos: el lidio Antemio de
Tralles y el jonio Isidoro de Mileto, entendidos en estática y cinética y versados en
matemáticas. Era corriente que las realizaciones monumentales fueran firmadas por dos
técnicos. En realidad, se acudía, por un lado, a un teórico que establecía el plan sobre el
que se iba a regir el edificio y, por otro, a un ingeniero que daría cuerpo a esta idea.
Según Procopio, Antemio era el teórico e Isidoro el técnico y de ambos tenemos alguna
noticia.
Antemio procedía de un ambiente profesional; su padre era médico, como uno de sus
hermanos, y según Agatias, debía tener conocimientos de pintura y escultura, lo que
reforzaría su autoridad en lo relativo a las decoraciones de sus edificios. Era un experto,
sin embargo, en geometría descriptiva.
Isidoro era autor de una edición comentada del segundo libro de Arquímedes, dedicado
a la esfera y al cilindro, y de un comentario al tratado de abovedamiento de Herón.
Además, había enseñado estereometría en las universidades de Alejandría y
Constantinopla.
Ambos dominaban unos conocimientos teóricos que podrían aplicarse a la construcción,
incluso en el caso de un sistema de abovedamiento tan complicado como el de Santa
Sofía. En este sentido, la realización de esta obra puede considerarse como el
testamento de las ciencias desarrolladas durante el helenismo y que tiene su canto de
cisne con Isidoro el Joven. A partir de aquí, la arquitectura se modificaría
profundamente, pasando de las formas calculadas a las estructuras experimentales y
realizadas a la estima. La escala de construcción se reduce notablemente y se asiste a
una rápida transición que conduce de la Antigüedad a la Edad Media. Santa Sofía
vendría a suponer, en consecuencia, la última creación de la arquitectura antigua.
Y aunque los conocimientos técnicos explican la edificación de Santa Sofía, el resultado
fue tan extraordinario, que no se dejó de incluir la intervención divina. Entre los
arquitectos demasiado humanos y un dios demasiado lejano -Dragon-, fue preciso un
intermediario: el emperador, iniciador del proyecto y suministrador de los fondos. Este
emperador estaba necesariamente inspirado por Dios, que habría comunicado el
proyecto a Justiniano por medio de un ángel.
El diseño no tenía antecedentes próximos. Está constituido por elementos corrientes en
la época y familiares desde el Bajo Imperio: la planta basilical y la rotonda que,
combinados, dieron como resultado un edificio nuevo, asentado sobre la cúpula y su
sistema de contrarresto; sistema que contaba con dos semicúpulas dispuestas en el eje
longitudinal del espacio, es decir, en el este y en el oeste; semicúpulas que descansan a
su vez en dos pequeños nichos dispuestos en diagonal respecto al eje.
La solución adoptada era completamente original al rechazar tanto las filas de columnas
que separaban las naves de la basílica como las estructuras con deambulatorios
concéntricos. Idearon un sistema audaz, capaz de dar una respuesta adecuada a un
recinto de grandes dimensiones, un recinto de más de 1.000 metros cuadrados con una
cúpula de 31 metros de diámetro y que no se apoya sobre muros sólidos sino que está
suspendida en el aire. Es verdad que la del Panteón tiene 44 metros de diámetro, pero la
formidable estructura de apoyo está ausente por completo aquí.
El plano de cimentaciones fue llevado a cabo con toda exactitud y todos los elementos
principales de apoyo, es decir, los pilares, fueron construidos con piedra que, aunque era
caliza, no quedaba sujeta a la contracción y elasticidad del ladrillo con mortero. La
estructura exterior, cuya función estática era secundaria, se hizo bastante delgada, pero
aún en ella se utilizaron grandes bloques de piedra hasta una altura de unos siete metros.