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de una mosca
Hay dos efectos necesarios para el vuelo de la mosca, la producción de una
estela de vórtices por cada ala independientmente y la interacción de los
vórtices entre ambas alas. En un único aleteo, cada ala genera un vórtice
(leading edge vortex, LEV en la figura) que interactúa con la estela de vórtices
de aleteos anteriores permitiendo que el animal extraiga energía del fluido. Las
figuras A-D muestran este efecto gráficamente. Sin embargo, las simulaciones
por ordenador (utilizando CFD, computational fluid dynamics) muestran que
este efecto no permite explicar toda la fuerza de sustentación en el vuelo del
insecto. Estudios recientes han mostrado la gran importancia de la interacción
entre ambas alas (mostrado en las figuras E-H). Durante el aleteo, cada ala
produce un vórtice, que interactúan entre ellos y con la estela. La mosca acerca
las alas entre sí, para luego alejarlas, produciendo un vacío en forma de V que
incrementa la energía asociada a los vórtices y con ella la fuerza de
sustentación conseguida. Los experimentos muestran que es necesaria una
separación angular entre ambas alas de 10-12° (para un número de Reynolds
de 134). En las alas de la mosca Drosophila (cuyo aleteo tiene una amplitud
angular de 160°), la sustentación máxima aumenta aproximadamente un 17%
por este proceso de interacción entre ambas alas, con respecto a la que se
obtendría si actuarán independientemente. Más aún, durante la interacción
entre los vórtices de ambas alas, el fluido reduce su velocidad localmente,
reduciendo el gasto energético del aleteo para la mosca.
Una pequeña mosca como la Liriomyza sativae bate sus diminutas alas —de apenas 1,4
milímetros— 265 veces por segundo. Cuando se mantiene en suspensión las mueve unos 180
grados hacia adelante y atrás.
Esta mosca, conocida como minador del fríjol, vive de adulto entre 13 y 20 días, más las
hembras que los machos. Si para los seres humanos la visión funciona a unas 60 imágenes
por segundo, la de la mosca lo hace cuatro veces más rápido, de forma que lo que para
nosotros es un movimiento continuo, para ella transcurre a cámara lenta. Eso, y el amplio
campo de visión de la mayoría de estos insectos voladores, explica que resulte tan difícil
alcanzarlos con un matamoscas, a pesar de que nuestro cerebro cuente con miles de millones
de neuronas y en el suyo tan solo se alojen unas cien mil. Pero incluso con un cerebro tan
reducido, el de la mosca está especializado en procesar información visual con extraordinaria
rapidez y enviar, a través de su sistema nervioso, órdenes a sus músculos para responder ante
cualquier amenaza que se le presente.
El vuelo de las moscas rompe todos los esquemas tradicionales de la aerodinámica que se
aplica a las aeronaves. El coeficiente de sustentación de sus alas es del orden de 1,85, algo
así como más de 10 veces el de un avión comercial en vuelo de crucero. Sin embargo esta
extraordinaria capacidad para generar sustentación tiene un alto precio para los insectos ya
que la resistencia al movimiento que ofrecen sus alas es también mucho más elevada. Aun así,
una pequeña mosca dispone de suficientes reservas de energía como para volar durante una
hora de forma ininterrumpida.
Las moscas mueven sus alas hacia adelante y atrás, aunque también hacia arriba y abajo. Son
superficies muy flexibles por lo que en los dos movimientos generan sustentación: en las
posiciones extremas el plano del ala pivota alrededor del borde de ataque, una rotación que
efectúan gracias a sus músculos y la elasticidad de las membranas que constituyen las alas. El
ángulo de ataque, en ambos recorridos, puede ser muy grande, del orden de 40 grados. En
estas condiciones el ala de cualquier avión entraría en pérdida. La suyas no lo hacen y por eso
alcanzan unos coeficientes de sustentación muy elevados. Y la razón por la que no entran en
pérdida es debido a la rapidez de sus movimientos ya que este fenómeno (la entrada en
pérdida de un ala) tarda un cierto tiempo en producirse y antes de que ocurra el ala del insecto
ya ha finalizado su recorrido. Las moscas vuelan en lo que se denomina flujo aerodinámico no
estacionario, en el que los torbellinos que se forman en el borde de ataque, antes de la entrada
en pérdida de las alas, no llegan a desprenderse.