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.J.

DE ESNAOLA

EN LA MONTAÑA ALAVESA

~---VERGARA----
1
TIP. DE •• gL SANTISIMO ROSARl0°

- - - - 1925 - - - -
NIHIL OBSTAT1

KL CKNao11,

FR. CLEMENTE DE SAN JOSE.

VICTORIAE 12 FEBRUARll 1925,

IMPRIMATUR,

~ EPISCOPUS VIC.TORiENSIS.
EN LA MONTAÑA ALAVESA
DEL MISMO AUTOR

MONOGRAFIA HISTORICA DEL CULTO A SAN·


TA MARIA DE ESTIBALIZ. - ÜBRA LAURBADA BN
BL Cl!RTA.\IEN DE CULTURA CELEBRADO EN VITORIA EN
AGOSTO DEL AÑO 1918. (AGOTADA).
-R E F R A N E B. O-

COSTUMBRES

- -FO LX LO RE- -

-TOPONIMIA-
A MIS AMIGOS DE ARLUGEA Y MAROUJNEZ

.:JI[ declzcaros es/a obrz'fa, no hago aira cosa


<¡ue devolveros lo <¡ue vosoftos me clzsfez's.
~do m¡ueflo 9ue me confábat"s, y 9ue yo
trasla daba a mi' vz'e/o block, múmfras vosotros
rez'a z's, va en esfe hoto, 9ue es más vuestro 9ue
m zo.
Q uz'ero c¡ue os sz'tva de alguna recreacúin.
ry c¡uz'ero fambúin 9ue-meclz'anfe esfe fz'bto
-os conozcan Íos c¡urJ se z'nleresan por su pue-
'
Slo, por " [ pu.ebÍo ele 9w? firmazs parle.
e)~ ha hablado y srJ ha escrz'fo acG>rca de/
aba:1do120 an 9ue Íos pubh"cz"sfas fz'enrm al
pueblo.
!72ea¡;nenfe, parece 9ue el empeño de Íos
escrz'fores esfá hoy en componer obras para
defedacúin de sus pz'ñas y formen/o de Íos Íec-
for es de escasa z'fr.zsfracúfn ·ft.'ferarz'a.
es posi"bfe qua nazca de ah{ el recelo con
9ue el aldeano Tntra a Íos fc"bros, a esos fc"btos. ~-Y.
'3lc, deseo 9ue ml fc"buro sea olra cosa .
...We ido recoglendo esos r~anes-r¡ue se-
tán z'mporlados muchos de e/Íos-·en Íos 9ue os
apogazs, como sobte aulorzdad sólc'da e znclzs-
culz"ble, !I Íos he zc/o clzslu"bugendo a fo Íargo
de[ lc"bro.
Cnconlrariz"s lambúfn algunos preclosos
e¡.f>mpÍares loponz'mz'cos, r¡ue ponen de manz'-
fieslo vueslra condz'cz'ón de vascos.
cSz· se ha per dido el z'clzorna-del 9ue ape-
nas r¡ueda , alguna relc'r¡uz'a.-ah{ eslá ese olto
fe;1gua.je de Ías piezas, de Íos t{os, de Íos mon-
les, de Ías foenÍf?s, para recordaros 9ue vues-
ltos abuelos hablaron Ía lengua venerable.

Van lambúfn en esla obura algunos cuen-


los e htslorz'elas.

..Cos p~z'rnetos han sido tecogzdos de vuesltos


Íabzos. Cs posz"bfe r¡ue alguno no sea zniclz'fo.
_</To fo sé. !'l'eto eso no me rnoleslar{a, por9ue
tim voÍvetfa un eÍog!o pata vo.soltos.
cCas hz'sforúdas eslán h<?chas a base de su-
ceclcdos r¡ue lodos conoc<Íz's, !/ CU!fOS prolagonz's-
las feer á n---creo !fO---estas fi'n eas.
'0engo ef convencz'mzenlo---i!f no es poca
sw?tlel---ele 9ue os han ele agtadat fas págz'nas
de esle fr.'bto, no por9ue su vaÍot inlri'nseco sea
posz'lzvo, pues corno vosoltos eleczs mu!/ gráy{'-
carnenle,
"donde no esld el rey.
no puta'' oparcc~ r . u

Os agtadatá, por9ue eslá escrz'fo con ca tz'ño,


con ef en fusz'asrno c¡ue szernpre ffevo encenclcdo
en efafm a, cuando se !rafa ele Ía sz'mpálz'ca
montaña aÍavesa. /J;/ soz's vosolros l a n aman-
les de Ía monlo.ñal...
SOeclcco a vosoltos asía oÍi·a, pot9w? vosoftos
m e habér's dacio Íos rnafen'aft?s; eslá escrz'fa pat a
vosoltos; Ía Íabor ha sú:lo z'nspz't. ada pot Ía pto-
fonda sz'rnpalz'a 9ue szenlo hacz'a Ía montaña.
¿.:7/ c¡uz'én se Ía t'Ía a eleclccat, sz'no a vosoftos,
ª!/et rnÍ's h:;ios, !/ hoy rnz's amigos?
.::Jlcepíad ef obsec¡uzo ele[ aulor.
LAS BELLEZAS DE LA MONTAÑA

B caso el entusiasmo por la montaña


pone en la pluma conceptos elogio-
sos, que no logran conquistar plenamente el
asentimiento del lector, que no conoce nucs·
tra montaña.
Pero el entusiasmo racional ha de tener
un fundllm ento .
Y el fundam ento lo da la observación cons-
tante de nnestros paisRjcs, el estudio prolon·
gado de nucs fras costumbres, la visión cleli·
ciosa ele nuestra s riquezas.
Ln riqueza es la moral austera , que se des-
envuelvo plácid amente en el ambiente quie-
to y r ecogido de la aldea alejada del mundo,
ad entrada en. lo interior de la montana , de-
fendi<la por cumbres elevadas y profundos
barrancos.
Es el cultivo del ent:-·ndimiento, inquieto
por conocer y ahondar en . el conocimiento
de un p~ograma relativamente mínimo ...
EN LA MONTAÑA ALAVESA
·.,.;.
Es la honradez do nuestros bravos labrie-
gos, la seriedad de la mujer montañesa, la
alegría cascabelera de nuestros jóvenes, la
ingenuidad de nuestros niños ...
El conjunto panorámico de las almas
buenas.
Esa es la riqueza más apreciable, el teso-
ro más apetecible, y el más glorioso de los
blnsones de un pueblo.
Los que no admiten otro género de belle-
zas que las que impresionan a los ojos del
cu erpo, serán sorprenuidos a tono con sus
aficiones.
Nuestra montaña les ofrece un surtido ca-
. tálogo de paisajes magníficos.
E stnmoí-1 en el cerro de Beolnrra.
Sentémonos a la sombra acogedora de su
ermita.
Ahí está Arluzea, recostado en la clave de
una .bóveda invertida.
Encima, la soberbia sierra que corta el ho-
rizonte.
Más adelante está el Castillo, estupenda
atalaya que domina a la llanada alavesa, y
-12-
LAS BELLEZAS DE LA MONTARA

mira de frente al Gorbea, y contempla el


manto opulento que cubre las espaldas del
Aitzgorri.
Y aquí está Marqu1nez, haciendo guardia
a su Virgen.
Detrás, los montes de Nabarra, la cordi-
llera de Cantabria, las líneas fronteras rle
Izkitz.
Al Poniente, el Confü:do de Trevifio, y las
cumbres de los montes ca..,tellanos...
Peiins gigantescas, enormes mol~~s de pie·
dra, p:irece que se agarran a la tierra de las
ladera!?, para no caer sobre las piezas que se
lfl br:m nbajo.
Una vega fecunda-partida a lo largo por
el río Uda-une a los dos pueblos. El mar
de mieses amarillea.
Los rebaf10s de cabras y ovejas trepan por
los ·l'i bazos.
La vieja ea.rreta de bueyes sigue el ca-
mino abierto a la orilla de la vega.
Canta el labrador su canción favorita, pe-
r ezos:i, lenta, llevando el ritmo que le señala
el paso do los bueyes.
-13-
EN LA MONTAÑA ALAVESA
.'ti'
Un cielo intensamente azul ilumina el
paisaje ...
Hay que estar aquí para sentir todo l'l va-
lor, toda la fuerza de esta belleza de la mon-
taña.
La pluma no sabe hablar de estas co~as .....
Las diversas tonalidades de las miese~, que
se van dorando; do las arboledas, de las flo-
res que adornan los ribazos; del río que cu·
lebrea; de las viejas tapias que cercan las
huertas ...
Y la música de los ·pájaros, de los cence-
rros, de la esquila parroquial, de las frescas
gargantas pastoriles ...
Y el aroma penetrante, selecto, de las vio·
letas, y el montaraz de la manzanilla y del
tomillo ...
Todo eso impresiona fuertemente los sen-
tidos, y cae en el alma, como una bella sin-
fonía, que forzosamente ha de permanecer
inécl ita.

Pero :iún hay más.


Tenemos también otra riqueza, para los
-14-
LAS BELLEZAS DE LA MONTA~A

sabios, para los concentrados en el taller de


su espíritu investigador, para los que aman
el eco de los siglos viejos.
'Resuena aqui el grito de la lejania con
toda su fuerza inicial.
Es esa serie de cuevas artificiales, que
vienen estudiando eminentes hombres de
ciencia.
El libro de la prehistoria, abierto sobre
Sarronda, el Bosque, Gurtupiarana, Bidegur-
ba, Alraspia ... Los únicos documentos que
hablan de épooas remotísimns ... Hablan con
sus líneas, con los arañazos del sílice o del
hierro, con sus esculturas rupestres ...
Tocando este asunto, no es posible resis~ir
a la tentación de transcribir lo que se dice
acerca de las cuevns de Marquine.z en la
GEOGRAFIA DEL PAIS VASCO NAVARRO.
Dice el señor Heintz Loll en el volumen
dedicado a Alava:
«Las agm1s, al denudar dicha caliza nu-
mulítica (del Eoceno inferior), le han dado
las formas más extravagantes en unos !Ütios,
y en otros han hecho que guarezca <cual ale·
-15-
E N L A M O N T A Ñ A A L A V E S A -~·

ro de un tejado las rocas interiores menos


coherentes, donde un pueblo do remota an-
tigüedad utilizó esta circunstancia natural
para la perforación de multitud de cavernas,
que les sirvieron de viviendas o sepulturas.
En algunas de estas cavernas artificiales se
ven figuras toscamente esculpidas y sepul-
cros abiertos en las rocas»,
«Estas cavernas eran, pues, el objeto de
nuestra excursión, y apenas llegamos al pue-
blo, nos dirigimos a la curiosa Pefía del Cas-
tillo, vecina de la no menos interesante er-
mita de San Juan, joya del arte románico del
siglo XIII. Después de trepar por las esca-
brosidades del terreno, nos encontramos
frente a una imponente mole, que es ob;a, en
parte, de la Naturaleza, y en parte dol hom·
bre, a juzgar por los restos de una pared de
fábrica. Penetramos en el castillo por una
cueva de 2 metros de alto por 6 de ancho y
de largo.
«En el centro, un pozo cuadrado de 4 me·
tros de lado llama enseguida la atención.
Está tan bien conservado que parece una
-16-
LAS BELLEZAS DE LA MONTAÑA

obra moderna. En el fondo de la cueva arran-


ca una como chimenea de 4 a 5 metros de al-
tura, en cuyas paredes hay escalones talla-
dos en la roca, formando el conjunto una
tosca escalera de caracol que conduce fuera
del sótano.
;,El estado actual de la escalera no permi-
te utilizarla, sin que uno corra peligro de
estrellarse; trepamos, pues, por fuera, en don-
de las malezas proporcionan mejor apoyo, y
notamos que en la pared vertical continúan
las entalladuras que conducen a la parte su-
perior del castiJlo, desde donde se domina
todo el valle. En toda la peña pueden verse
nichos de diferentes proporciones, y lo mis-
mo sucede con otro pefiasco que está a poeos
pasos, y quizás estuvo en otros tiempos uni-
do con la primera por un fuerte muro del
que aún se ven restos . .
<El estado .del castillo es tal que sería aven-
turado emitir cualquier opinión acerca de él.
&Es fortaleza'? &morada? ¿lugar de sepulturas'?
«Volviendo al pueblo nos dirigimos a las
Peñas Ganas, contra la.s que se apoya la igle-
- 17 -
2
EN LA MONTABA ALAVESA

sia del lugar. Detrás de ésta hay algunas cue-


vii.s bien conservadas; una sirve de huesera
del cementerio; en otra existen, toscamente
esculpidas en bajo relieve y tamafio casi na-
tural, unas pocas figuras. Y die.e Adán de
Yarza:
«Habiendo mostrado una copia de las mis-
mas a D. Am·eliano F ernández Guerra, cuya
competencia en asuntos arqueológicos es por
todos reGonocida, supone esto señor que di-
chas figuras representan el hecho de la mito-
logía fenicla del robo de Europa por Júpiter
convertido en toro, en presencia de Agenor,
padre de aquélla, el cual se lamenta en vano
de su impotencia para socorrerla.
«Estos dibujos no son cristianos, dada la
desnudez de las fig uras; no son romanos,
porque los romanos empleaban otros mitos.
Puede creerse que las cuevas de Marquinez
son sepulturas de familias fenicias, acaso
cretenses, únicas a quienes podían interesar
tales hechos mitológicos».
«Siguiendo el barranco, en cuyo fondo hay
campos cultivados, y las laderas formadas
-18-
LAS BELLEZAS DE LA MONTAÑA

por areniscas coronadas por calizas numulí-


ticas, se pueden contar las caverna8 por do-
cenas en ambos lados.
. «Hay, además, otros vnll es con su colec-
ci6n de cuevas cada uno, formando así c:ua-
tro barrancos convergentes en un mismo
punto, en donde está situado l\farquinezi>.
Hablando de la cultura artística en las
épocas protohist6rieas, dice el seflor Carre-
ras y Candi:
«Su cultura artistica, de tanto relieve en
las santanderinas cuevas de Altamira y del
Castillo, por sus interesantísimas pinturas,
no ha dejado rastro de esta índole en la pro-
vincia de Alava. Merecen, sin embargo, un
lugar en esta r~seña, las esculturas de la
cueva de l\farquinez, por la rarexa de tales
obras de arte ».
Los seilores Aranzadi, Barandiarán y Egu-
ren en su ~0lleto «GRUTAS ARTIFICIALES
DE ALAVA»; estudian detenidamtmte las
cuevas de Marquinez.
Y para los devotos de la arqueología te-
nemos un soberbio ejemplar: la ermita de
-19-

""
EN LA MONTAÑA ALAVESA

San Juan, de magníficos detalles artísticos.


De ella dice D. Vicente Vera:
«Es obra de construcción tan bella y lujo·
sa, que se supone con fundamento fué la an-
tigua parroquia de .Marquinez•.
Para mí, el detalle de mayor valor es la
lápida e inscripción grabarla en una piedra
de la fábrica, y cuyo contenido-altamente
evocador-quiero que adorne estas páginas.
Esas son algunas de las bellezas que cons·
tituyen la riqueza de nuestra montaña.
Son valores indiscutibles.
Las aceras amplias, las calles asfaltadas,
las pecheras brillantes, las chisteras de so·
berbios reflejos, las sonrisas que se van co-
locando en los labios, como se colocan las
flores en el ojal de la solapa ... todas esas
cosas no me dicen nada.
Venga la mano callosa del montafiés; ven·
ga el espectáculo de sus campos; venga la
parleta con el ancianito, que dirá-todos los
dfas-al despedirse:
Quien mal nos quiere
bien nos vea.
-20-
LAS BELLEZAS DE LA MONTA~A

El bien de Dios
con todos sea ...

NOTA.-La inscripción de la ermita de


San Juan dice así:

<HEDIFICATIO : BUIVS: TEMPLI: FVIT: FAC-


TA : sun : ANNo : Do:vrrN1 : M: ce : xx : v1 :
NONO : RL : DECEMBRIS : IOHE : PETRI EPO :
EXISTENTE : IN : CALAGURRA : ET '. REGNANTE
: FETl.DlNADO: REGE: IN: CASTELLA : ET : M:
AHClllDIACONO : IN : ARJVIENTIA : ET : FVRTV-
NIO : DE : MARQVINIZ : ARCHlPRESBlTERO : IN
: TRIVINIO: ET: GAHSIAS: DE : PANGUA: MA-
GISTHO: IN; AR;.\'IENTIA : : VT: VIDENTES: HOC
: SCJUPTVM : ORENT : PRO : ANIMA : EPI : :
SPECJALITER: ET: OMNIBVS: BENEFACTORIBVS
. HVlVS : TEPLI : ))

Vertida la inscripción al castellano, dice:


<Este templo fué fldificado en el año del
Señor de mil doscientos veintiseis (inaugu-
rándose) el día veinticuatro de diciembre,
siendo José Obispo de Pedro en Calahorra,
-21-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

reinando en CastilJa el rey Fernando, siendo.


M[arco'?] Arcediano de Armentia, y Fortún de

Marquiniz Arcipreste en Trevifio, y Garsias.
de Pangua Maestro de Armentia, para que
los que vean este escrito oren por el alma
del Obispo especialmente, y por todos los
bienhechores de este templo>.

-22-
ENERO
EN ERO

~ emos celebrado-con toda la solem-


).._ ~ nidad posible en la montaña-las
P11scuas de Navidad, los días más simpáticos
del año, plenos de m1oranzas amables, r emo- ·
vcdores de hondos sentimiento$.
Cuando se celebra la aparición d el Hijo

d e Dios, hecho hombre, es cuando aparecen
h echos dioses los hombres ce buena volun-
tacl... ..
No ha faltado el turrón, ni los capon es, ni
el besugo. Ni ha faltado tampoco el má s ex-
quisito obsequio nl Niño, el obsequío de las
almas.
Se le han cantado vill ancicos en Al hogar;
se han disparad o salvas en su honor; se le ha
r ecibido en la Eucaristía.
Los montañeses no quier en oír aquello de
San José y el Ni11o
fueron a Treviño;
-25-
EN LA MONTAÑA ALAVESA
'#'
y los treviileses
les dieron pan y nueces,
y los alaveses no les dieron,
porque no tuvieron.
Para ir a Treviño, habían de pasar por
Beolarra.
En Beolarra se hubiesen quedado, porque
aquí está la Virgen. Y los montañeses les hu-
biesen llevado pan y nueces, aunque hubie-
sen tenido que vaci::1r las paneras y subir
hasta el cerro con Jo;; nogales al hombro.
Entramos-por Enero-en el nuevo año.
¡Que os sea muy feliz, mis buenos monta-
ñeses!
Circuncisión, Epifanía, San Antón, San
Sebastián ...
Dijo algún montañés:
··-A veinte de Enero,
S an Sebastián, el primero.
Y le respondier on:
-Detente, varón,
que primero es San Antón.
Y terció otro:
-Hombre, mira lo que dices.
qt1~ primero es San Felices.

-26- .
N E R o
No se ha conocido un invierno tan negro,
como lo va siendo el actual.
Podemos decir que no ha nevado. No fue-
ron más que .dos días.
Se vistió de blanco la tierra. Se tendió so-
bre los espinos de los ribazos un finísimo
enm1je veneciano.
Colgaban las arracadas rojas de los ave-
llanos. Queda la blanca flor de las brigazas,
la sunve pelusilla, sobre el fondo verde de
los biijarrales.
Siguiendo en esta forma, 1cuánto ha de
prosperar la tierra!
Primero, la siembra, la siembra del ajo,
que ha de ser luego:
En la menguante de Enero
siembra los ajos el ajero.
Aunque un bulbo de la planta familiar
sostenla otra cosa:
:....¿Por qu~ no medraste,
ajo ruin?
-Pues por no sembrarme
en la menguante
de San Martín.
-27-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

Más tarde, la escarda de los cereales, rela-


tivamente benigna.
Hay que sofocar-en cuanto nacen-los
cardos, lapas, castellanas, abibollos, abre-
ojos, zarapotes, lujardas, carrigüelas ..... Los
hijos de la tierra, que obstaculizan el des-
arrollo de los cereales y llegan a arrui-
narlos.
Lo que se escarda en Enero
bien suena en el triguero.
Terminó la muda de las gallinas, la época
difícil en que quedan in curitatis, feas, po-
chas, sin color.
Ahora comienzan a visitar los nidales. Lue-
go vendrá la puesta:
Por San Antón,
huevos al trompón.
Van y vienen las vacas. Pacen las yeguas
en Izkitz.
Y en los corrales se traban-unas con
otras-las largas cornamentas de los bueyes,
graves, serios, perezosos, que . descansan-
tumbados-y se levantan pesadamente, para
hundir el belfo en el pesebre.
-28-
E N E R o

¡Qué lucidos, qué lustrosos están en este


tiempo de invierno!
Por Reyes,
buenos son
los bueyes,
Aunque no nieva, sigue siendo la vida to-
talmente familiar y casera.
¡Qué simpática la tertulia! Hay extraordi-
narios en la mesa. Una gran animación en
los labios. Mucha luz, quo juega en las pu-
pilas.
Hasta los niños comprenden la bondad de
los mayores, en estos días de Pascua, en que
les han visto besar los pies desnuditos de un
Nifio, que acercaba a sus labios-en la igle-
sia-el señor cura.
Y volverá-lseguramentel-aquella nena
de dos afios a cogerme las manos y a darme
palmaditas en ellas con la suya, regordeta y
rosada, mientras dice, queriendo cantar:
Palomita banca, rebanea,
ande está tu nido, renido,
en un palo verde, reverde,
todo forecido, forido ...

-29-
FEBRERO

'-('"') aisaje montafiés. ·


~ Todo está blanco, con una blancu-
rl'I que hiere las retinas.
Juega el sol en el inmenso lienzo con las
caras brufí.idas de la nieve cristalizada, que
comienza a licuarse, despidiendo un brillo
cegador.
Todo está blanco. Las cumbres y la ribera
y el casco de la vieja aldea.
Rompe débilmente la bl!rnca monotonía el
plano oblicuo de los riuazos, cuya tonalidad
obscura absorve la lana-menos blanca-de
los rebaf10s, extendida-como una transición
azufrosa-a lo largo de los ribazos.
Todo está blanco. La hermosa peña de
Arizulo es un gignnt,~sco pelotón algodono-
so. Los chaparrales ele Belabia y Dorronda,
una blanca erupción en el riiión de la mon-
taña.
-30-
F E B R E R o

Y los robles centenarios de Espaltza se


ocultan-enmascarados-bajo el amplio ro-
pón blanco, como si quisieran jugar con los
jabalíes, sus camaradas.
Encima del ribazo, sobre la sábana des-
lumbrante de la campiña nevada, quiebra el
blanco panorama una nota obscura, imnóvil,
clavada como . un espantajo. Es un pastor . .
Está embutido en el recio capote de color
carm elitano, y tiene calado el capuchón.
Todo ostá blanco.
iY quiera Dios que las cribas celestes si-
gan enviándonos los blancos mandiles; si·
quiera por unos días!
Porque
más vale ver el lobo
entre las ovejas,
que el sol el dfa de Candelas.

Hay leyendas que certifican la verdad de


la observación.
&Será que la casualidad-«el anónimo de
Dios», que dijo Gounod-ha hecho desgra-
ciados para el labrador los años en que el
día 2 de Febrero ha sido soleado?
-31-
EN LA MONTAÑA" ALAVESA

No. Ello obedece, sin duda, a una ley uni-


versal e inmutable, según parece despren-
derse de esta rotunda afirmación que ha lle-
gado hasta la montafia, atravesando los pi-
cachos fronterizos:
Cuando Candelilla plora,
el invierno ya está fora.
Y o desconozco la razón. Y algún monta-
ñés-allá, por marzo-dijo, rascándose la
oreja:
Si lloró o no lloró,
el invierno aqul quedó.

A p esar de nuestro infantilismo mental, no


somos tan · candorosamente optimistas, que
esperemos otra cosa que nieve y frío en una
larga temporada, mientras sigan car.tanda
los tx intxines, de árbol en árbol, bajo los
toldos de nieve:
Nieve, si; nieve, si; nieve, si:
Aún está pálido el sol, y las nubes en el
desarrollo de su más intensa actividad.
Poco a poco, gradualmente, ha de ir impo-
niéndose el astro r ey, y quebran tándose la
-32-
.E B R E R o
fuerza de sus rivales opacos, que luego lle-
garán a una aplanante decadencia, retirán-
dose, plegándose, formando una aureola lu-
minosa, pálidamente dorada, con galones de
fuego, a lo largo de las cumbres. Y en me-~
dio brillará el sol, indulgente y piadoso en
su convalecencia, que es la iniciación de la
reconquista, la epifanía brumosa de la vida.
Visitará de nuevo la tierra. Y los fl ecos de
su manto de luz llegarán a todos los rinco-
nes, entrai·án bajo las peñas, acariciarán el
fondo dé los barrancos, juguetearán en las
vertientes castigadas por el cierzo, donde
aún está-bajo la nieve-trabada la tierra.
Por San Matías,
entra el sol
en las umbría!'!.
Mientras tanto, atiende el labrador a las
necesidades de la casa, preparando los
aperos.
Visita las yeguas, qu.e están en Izkitz, les
lleva sal, y les atusa los bigotes, que van
medrando.
Y las mujeres traen de la ciudad los enre-
- 33 -
3
EN LA MONTA&A ALAVESA

dos necesarios para la matanza, que comien-


za ahora: pimiento, n ser posible, de Cala-
horra; especia, intestinos, arroz, algod6n ...
Y en todas las casas-en todas-se matará
un hermoso cerdo, o dos.
Probaremos los txitxikis con gran delecta-
ción, y un día solemne comeremos el morci-
11 ón, y colgaremos al humo los embutidos,'
que alegrarán y coloreará~ el cocido duran-
te todo el año.
Rueda por el mundo un refrán que dice:
Carne en calceta,
que la coma el que la meta.
Y iqué rica nos ha de saber, si Dios nos
da vida!
Febroro ... Bendición de las Candelas, ben-
dición de comestibles, la fiesta de los mozos ...
A dos, Candelas,
a tres, San B 1ás,
a cuatro, ·nada,
y a cinco, Santa Agueda.
El día cinco vend_rán los mozos a saludar-
me, con la indispensable guitarra, y me can-
tarán:
-34-
E n R E R o

Ya venemos tos los mozos


a casa del señor cura,
ya tenemos en el bolso
una peseta segura ...
Y me obsequiarán con una hermosa zanca
de carnero y una botella de vino navarro,
áspero y tieso ...

-35-
MARZO

'-{)o nos faltan motivos a los montafie,


.j_ ses para temer a Ma•rzo, el versátil~
C
pro>ocador de grandes trastornos en el or-
ganismo y en el proceso difícil de la vida
vegetal.
Las mayores nevadas, a que alcanza la
memoria de los ancianos, han tenido lugar
en este mes temible.
Pero ... ¡bueno! Ya no es tan insistente el
frio, ni las nieves tan continuas, ni las no-
ches, interminables, eternas ....
Por San Matías,
igualan las noches
coi1 los días.
No será del todo exacta la observación,
pero si es cierto que en el mes que inaugu-
ramos se impondrá la ansiada nivelación. y
una muy apreciable Yentaja a favor del sol.
Hay que disponerse a abandonar la tibie-
- 36 -
A R z o

za confortable de la cocina, el mentidero· al·


deano, para d edicarse al laboreo intenso de
la tierra.
· Es lo que ansía el labrador, trabajador p9r
temperamento y por educa ción.
Pronto vol verán de sus invernaderos afri-
'Canos las grullas cenicientas.
Cuando vuelvan las grullas
de vendimiar,
coge el zarcillo,
ponte a escocar.

A deshacer los terrones, facilitando el bro-


te de las plantas, a nivelar la tierra con el
znrcillo y con la narria.
Y mientras contempla el suave ascender
de los tallos débil es, que tornan Ja vega en
d eliciosa alfombra de terciopelo esmeralda,
irá sembrando el tubérculo salvador, la pa-
tata prosáica, dueiw y señor de las cocinas
-a ldeanas . .
La fidelidad para con los viejos preceptos
.garantiza un éxito feliz:
Las patat:is se siembran en marzo,
escardar y acollar en abril ,
-37-
EN LA MONTAÑA A LAVES,.\
'#
y se sacan en el mes de mayo,
y sale cada una como un celemín.

Comienza a apuntar la resurrección de la


naturaleza, pero no nos sorprendería un
gesto cefrndo de la sierra deCantabria,con la
subsiguiente decoloración de la campiña, que.
comienza a reir en las yemas de los árboles,.
Robre el tono triste de la tierra, en los rinco ...
nes abrigados, donde se abren las flores ....
Y saldrá del escondite de los bujarrales la
aloya terrosa, y subirá en espiral, sobre el
pastor, su amigo, que se agachará a coger
una piedra, mientras aquella le toma el pelo::
¡Pastorciiiito!
¡Cuánto pan has traiiiido!
¡Ya te lo has comiiiido!
¡Mucho largo el diiiia!
¡Tira, tira, tira, tira!
¡Guiri, guiri, guiri, guiri!
¡Sal, sal, sal, sal, sal! ....

Y descenderá, como una bala, para volver-


ªsubir, silbando su canción etr.rna.
Se acercan las solemnidades de la Semana.
Santa.
-:- 38 -
M A R z o
mas de recogimiento religioso, de pro-
funda meditación en la montaña .....
Almas enlutadas desfilan, camino de la
iglesia, como en una silenciosa procesión de
negras mortajas ...
Capas que huelen a alcanfor, con los plie-
gues de la prensa; grand es velos negros en-
marcando unos rostros dolientes ...
Renovación de r ecuerdos sangrantes, de
tragedias trascendentales... El hilo de un a
santa refl exión hilvanando los labios jug ue-
tones de los niños, que abaten la cabeza en la
iglesia, no gritan en el pórtico, y van a ser
muy buenos.
Y más tarde, Pascua ele Resurrección.
La alegria deliciosa de las almas buenas,
que acompañan siempre, con su espíritu llo-
roso o con el risueño regocijo del corazón,
al Buen Maestro ...


-39-
A B R 1L

D os aldeanos que no dirigimos yuntas


ni apacentamos rebaI1os, saludamos
-alegres y risueños-la llegada de Abril.
EL nos aproxima al deseado estío, dejando
atrás-como un recuerdo ingrato-el blo-
queo de las grandes nevadas, la hostilidad
de los fríos intensos, la caricatura de un sol
indigente y gruñón.
Llega, con abril, el furor de la escarda, el
dulce esponjar de la gleba, la dura labor del
labriego, combado sobre el azadón, escru-
tando en las entrañas del surco el misterio
de un porvenir que se 11.vecina.
La tierra es buena, es fecunda y es ge-
nerosa.
En su seno amable no está el secreto. Hay
que mirar hacia arriba. Y arriba gira la ve-
leta, vacilante, irónica, caprichosa, trazando
una equis que nun ca termina.
- 40 -
A B R 1 J.

Cada mirada de la aguja al noroeste es


una amenaza para el labriego. Allí está el
peligro.
· Lo dijo el buen Abril, el infeliz Abril, de-
fendiéndose de una calumnia:
Si no hubiera Abril,
no hubiera afio rufn .

Y el simpático Abril contesta:


Si el aire gallego no anduviera,
Abril bueno fuera.

El regañón, el matacabras, ese es el ene-


migo del aldeano.
El nos trae los golpes fuertes de sol, y los
más fuertes golpes de granizo, las terribles
kaslrnrrinadas, el azotar de una implacable
pedrea, que aturde y destroza y arruina.
El apicultor, el labriego, el ganadero,
tiemblan si apunta el regañón.
Después .de una prolongada huelga de
trompas caídas, comienzan a moverse-in-
quietas-las abejas. Abril trae a sus colme-
nas dulces aromas que convidan al trabajo,
y las obreras se asoman a sus piqueras, rom -
- 41 -
F. N LA MONTAÑA ALAVESA
?'*'
piendo un vuelo bullicioso y complicado,
para llegar-acariciadas por el sol, que pa-
tina rnbre sus élitros-a la flor que abre sus
pétalos y brinda su néctar.
La oveja, cansada del pasto seco de los
hórreos y de los pajares, envenenada por la
atmósfera mal oliente de los corrales, trisca
-retozona-por los prados, jugando con sus
corderillos, r ecibiendo los halagos del sol
que templa los cuerpos y fecunda los campos.
Todo el ganarlo--el oro de la montaña-
saluda ai sol y besa sus hebras.
Y la veleta mira nl regañón.
Una nube, otra, otra, otra, hinchadas, apa-
ratosas, amenazadoras, y enseguida, el gra-
nizo, la maldita k aska rrina, que üa<' como
una lluvia loca de piedra, tronchando tallos,
matando abejas, arrancando a las ovejas tris-
tes validos.
En abril
la ab ·ja, la oveja y la yegua v ieja
pi erden la pellej a

Sol y granizo. Calor amable y fiera lrnska-


-- -12 ·-
A B R I L

rrina. Y eso produce la incertidumbre que


desorienta al labriego y al ganadero.
Graniza poco, pero graniza frecuente-
mente:
Algaradas de abril,
unas dir y otras venir;
todas cogen en un barril.

Abril es bueno.
No tiene él la culpa de las kaskarrinadas.
La tiene el matacabras, el regañón .
. Abril nos trae flores y perrechicos. Y cuen-
tan que son los mejores:
Los perrechicos de marzo
valen un cuarto;
los de abril
valen mil.

Y el canto monótono del cuclillo.


El anciano que oye cantar al cuclillo, es
feliz. Comienza para él un nuevo afio.
La preocupación que de8piertan en su es·
píritu las heladas aniquiladoras del invierno,
se torna en apacible bienestar. El optimismo
destierra al miedo. La solana, al fogón.
-43-
EN LA MONTANA ALAVESA
~

Y ha do cantar el cuclillo antes del veinte.


De lo contrario, algo grave acontece en la
naturaleza:
Si el pecu no canta
pal veinte de abril,
o se ha muerto el pecu,
o viene la fin.

La musa del pueblo es caprichosa.


En algunas ocasiones se ríe de los precep-
tos de la métrici:1. En otras, llega su cerrazón
hasta el sncrificio de la grmnátic!t- en aras
·d el metro.
No es consecuente.
El sol y las flores en el campo, los parre-
-chicos en la mesa, y el canto del cuclillo
amenizando el silencio de la noch e, h acen
que nos olvidemos de las kaskarrinadas y
.sonriamos a la vida.
Un pastor, curtido y socarrón, veía próxi-
ma su r edención ufi dí a treinta de marzo.
Moría el Yíejo mes, después de haber ju-
gado a!gu r.. as malas partidas al r ebafio de
nu e ~tro pasto r.

Y se despide de él, diciéndole:


- 44 -·
A B R 1 L

Marzo, marciagas,
agua y nieve echabas;
ya no tengo miedo ,
a tus kaskarrinadas.
,
Y Marzo, herido en su dignidad, y con fe- ··
sando su impotencia sonil, le contesta, mi-
rando-como un pordiosero--a Abril:
Con uno que me queda,
y dos que me dé Abril,
no tengo de dejarte
ni rabo ni rabil.

Y efectivamente.
Una feroz granizada mató a cien carneros,.
quedando un solo superviviente, y éste sin
rabo.
Y el pastor fanfarrón-zurrón a la espalda-
Y cayado al b~azo-empuja suavemente al
único carnero que le qu eda, cuesta arriba,.
hacia los pastos sabrosos de la serranía.
Le acaricia, le mima, y le dice:
Chospa, chospa, rabón,
J
de ciento uno que tenía,
tú eres el mejor.

-45-
MAYO

e .
stá arrinconada la cuarta nljaba que
trajo «el rey Enert>».
Sus flechas, empujadas por el soplo asesi-
no del regañón, lograron siempre el éxito
de las dianas.
Las tierras, vomitando agua. Las yugadas
-enterrando sus pezuñas anchas en los tor-
cos-no pueden avanzar en la brega.
Los alorines - alholíes - ayer hi::J.chados,
inagotables, parecen hoy gigantescos tam-
bores.
Los pajares, vacíos.
Y una serie interminable de yeguas que
malparieron en las soledades de Ognrba y
Gortnpia; vacas entorcsdlls en las za.pacas do
Izkitz; cabrns tísicas, resbalando por las can-
teras de Izki-bidea ...
Y los mocetes-ajenos al agotamiento de
los graneros y a las pesadumbres calladas
-46-
M A y o
del hogar-juegan al corro en las eras, ale-
gres y chillones:
Keskarrina, kaskarrina,
que nos matas la gallina ...

Kaskarrina, nieve y agua.


Lluvia. pesada, constante. Desde el chapa-
rrón que gol pea el cráneo, hasta el nieblaj o,
menudo, espiritual, que no respeta las fron-
,
teras epidérmicas y parece peiietrar hasta
las vísceras.
Ha sido necesario esto para llegar al con- .
vencimiento de lo que me decía un buen
aldeano:
Cuando en marzo llueve,
se mojan más de nueve;
cuando llueve en abril,
se mojan más de mil.
Embarrados, aburridos, arruinados casi,
inauguramos el mes de mayo.
El mes beHo de las flores, de los pájaros,
. de las alegrías.
El mes de la Virgen, Nuestra Sefiora.
Abril ha muerto. Por haberse asociado al ·
mal humor del matacabras, le hemos amor-
\.
-47-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

tajado con un rop6n de polichinela despres-


tigiado y ridículo.
Después de once meses de tumba, resucita
Mayo.
Y miramos hacia él con una ansiedad enor-
me. Confiados y esperanzados.
Un descenso en el term6metro sería'ho-
rrible.
'
Las heladas en esta época son peores que
«la piedra imán,,, según aG_uello que reza con
los viñedos, y - de rechazo-con todo la-
brantío:
Jorgete, Marquete y Crucete,
se vendimia sir. corquete,
si hela.

Se templará la tierra.
Y el buen aldeano tornará a la pieza.
Acaso en abril la m~ada cortó algunos car-
dos, sin llegar hasta las raíces, y
en abril,
si cortas un cardo,
salen mil.

Y hay que extirparlos por completo.


-48-
M A y o

Cuontan de un matrimonio, que fué a es-


cardar por mayo, y la mujer, después de
contemplar la pieza, dijo a su marido, po·
niéndose en jarras:
La lapa
por el trigo arriba escapa;
el zarapón
aumenta el montón;
la arbejana
bien engrana;
cardos no hay,
chico, vámonos a casa.
El tempero está reclamando lluvia de se-
millas.
Y caerán en el surco, como un diluvio de
promesas, las simientes del tardío.
Y mientras en el vientre neg1·0 de la so-
tierra se realiza el misterio de la germina-
ción, las parejas arrastrarán el aladro, des-
cortezando la tierra, que ha descansado.
Y el montañés-la mano en la esteva-
murrnurará, dibujando una mueca que de-
biera avergonzar a Abril:
Más vale un agua de Mayo,
que txfpili txápala, todo el año.
-49-
4
EN L A M O N T A Ñ A A L A V E S -A
....
Los temporales de abril han entumecido
las plantas.
Los talios, anquilosados, quieren sol, quie-
ren oolor, para medrar mucho. ¡Que las es-
pigas no se ruboricen sobre los tallos mez-
quinos!.
Mayo-cortés y galante cop. su amiga tie-
rra y con sus amigas pl~ntas-nos otorgará
. ~

el sol deseado.
Los días calurosos se sucederán con el en-
tusiasmo de los rivales, en plan de glorioso
torneo.
Las flechas de «la quinta aljaba que trajo
el rey Enero ~ caldearán la tierra y alegra-
rán a las almas sombrías.
Y luego ... un poco de agua
La tierra de la montaña es hidrópica. Y
las nubes son buenas vecinas.
El montafiés verá que cada golpe de agua
da un soberano empujón a las plantas.
Y los mocetes, que univorsalizari. las virtu-
des del agua de mayo, volverán a jugar al
corro en las eras, cantando:
-50-
A y o
Agua de mayo,
médrame el pelo,
siete varitas,
menQs un dedo.
'Los aldeanos' no vemos el porvenir.
Leemos en las estrellas, en la direceión de
los astros, en las costumbres de los animales,
en el color de la tierra.
Pero muchas veees leemos mal.
Y donde creíamos ver sol, dice agua.
' Estos pronósticos que aquí he escrito, no
los he leído en las Astrellas, ni en las nubes,
ni en los animales, ni en la tierra.
Los he leído en un calendario íntimo, que
.anuncia nuestros deseos.
e.Fracasará mi visión?
He visto al sol abrazado a Mayo ...
Pero un viejo diablo de la montaña decia
que
enterraron a Mayo
· con siete capotes
y un sayo.

-51-
• ) UN 1 O

'

D os grandiosos av~nces de la natura,


leza-rápidos e impetuosos-dan la
sensación de un desarrollo monstruoso.
La creación-como toda obra de sabio, y
más que las demás obras de los sabios-tie'.
ne una serie de etapas graduadas, una esca-
la para sus ascensiones y para sus descensos.
La arritmia en la canción estupenda que
desenvuelve la naturaleza, es una nota que
acusa la visión de una tragedia.
Tragedia en la campifia, en los hogares y
en las almas.
Crisis de la belleza, de la poesía.
Sol ardoroso, tierra encendida-dura y
apretada-acordes mustios de mieses sedien,
tas, sombras de pesimismo, inquietudes y
conjeturas grises en el ambiente montañés.
-52-
u N 1 o
La musa aldeana-ila de Homero se dor·
mía!-ha roto la historia brillante de sus
pronósticos acertados, al decir que
Abril seca las fuentes,
y Mayo lleva los puentes.

Mayo comenzó bien.


Nos obsequiaba el sol con largas proyec-
13iones.
Las nubes nos enviaban el agua tibia,
b1anda, menuda, de sus entrañas amorosas.
Y el labriego, de ceño rugoso y alma rien·
te, volcó en el surco-con un gesto de espe·
ranza-la simiente del tardío~
Turnaban admirablemente el fuego y el
agua.
Pero se impuso el sol, omnipotente, sofo·
cante, amenazador.
Las nubes han huído a tierras lejanas,
misteriosas.
Reina una sequía desconcertante.
La campiña ostenta todo el magnífico es-
plendor de su belleza primaveral.
-53-
EN LA MONTA~A ALAVESA

Los trigales-salpicados de amapolas en-


sangrentadas-apuntan sus espigas.
Brota el tardí<f, como una alfombra d&
musgo en un amplio pizarral.
Los bosques dan sombra deliciosa. Las
huertas-de parcelas alineadas, geométricas.
-acarician, con promesas de abundancia, al
hortelano, que bracea con su regadera cuan-
'
do una llamarada suave anuncia, por orien-
te, la llegada del sol. /
El ingenio de la aldea ha señalado-con
una frase breve, como todas las suyas-las·.
condiciones necesarias para una buena co-.
secha:
Mayo, pardo;
Junio, claro.

· ¿,Se invertirán los términos'?


Es preciso que llueva. Que llueva en la.
montafia y en el valle.
Las tierras se quiebran, como un enorme.
cristal.
Los trigales comienzan a amarillear antes.
de tiempo.
-54-
J u N I o
Arderán los bosques, Se quemarán los vi-
fíedos.
Están sedientas las tierras, las plantas, el
ganado.
El aldeano tiembla.
Y mira al cielo, como un piadoso indi-
gente.
Un poco de agua. Nada más que un poco.
Y que sea pronto, porque
el agua de San Juan
quita vino y no da pan.

Y continuará su tradici6n el simpatico Ju-


nio, el mes de un sol magnífico y quemante;
el mes de las sanjuanadas.
El día de San Juan, antes que asome el
¡:o], los mozos correrán por los callJ.pos de
centeno, <cogiendo la rociada,,, que garanti-
za sn salud durante el año.
El mes del Corpus Christi. La apoteosis de
la Eucaristía. Jesús-precedido de los hom-
bres, con velas encendidRs, y seguido de las
muj eres, que encuadran sus rostros punti-
agudos en v:elos tupidos-recorrerá estas
-55-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

oscuras callejas, y bendecirá-desde el viril


de la custodia-los campos y los ganados.
Es una bendición de bienestar.
Y bendecirá también al montaftés, creyen-
te y laborioso... •

-56-
JU L 1 O

e 1 malestar, la inquietud que mordía


el alma del montañés ha desapa-
recido ..... por ahora.
El cielo ha escuchado la oración de los
buenos.
Aparece la campiña, como un inmenso lago
de espigas llenas, abatidas. Rojas amapolas,
flores de cobalto, aplicadas sobre el lienzo
de la ribera, en la amable cañada.
Cantar de codornices. Escorpiones y cu-
lebras.
El primero es temible. La segtinda es
benigna.
Si te pica el escorpión,
. la pala y el zadón;
si te pica la culebra,
la aguja y la hebra.

Y al anochecer, el eterno diálogo de los


sapo-zabales, ocultos bajo .las losas del arro-
- 57 -
EN LA MONTAÑA ALAVESA

yo; el concierto monorrítmico que escuchan


las estrellas, parpadeando fuertemente en el
firmamento:
-Juan.- ¿Qué?
- ¿~a s cenao?
-Yo, sf. -Yo, no.
-Pues, ¿qué
ha pasao?
-No sé ...
Clon, clin, clun, clin, clon ...
~

Las lluvia8 de junio han atajado los bra-


víos arrestos de mayo.
La precocidad es un peligro.
Aún verdea el cnmpo. Y no es extraño. El
sol es avaro en esta tierra.
Entramos en el mes de los grandes calores.
del viento sofocante, del bochorno que apla-
na y quema.
Llega el verano, tardío y fugaz. El verano
de la montaña: un payaso en traje de baño~
con un abrigo de pieles al brazo.
El verano en la montana,
desde S!lntiago a Santa Ana,
y si hay niebla, nada.
-58-
J u N 1 o
No importa. Pronto, muy pronto, impera-
rán la hoz, la guadaña, la máquina segado-
ra, dinamómetros fieles, que acusan una épo-
ca que llegan al ocaso, una bravura que es
un desafío, una posición envidiable.
Y el lago de espigas lozanas será luego
una áspera y prosáica rastrojera, con tristes
tonalidades de infecundo erial.
La si ega es la ilusión del labriego. Ella es
la que le rinde y le agota.
El aldeano estará en el tajo, antes que el
sol. Y vol verá a su hogar tarde, muy tarde.
Ahora es cuando llega a su mayor grado
la fiebre del trabajo. ....
El segador tiene un buen amigo; la bota
de vino, de buen vino, de mucha grana, chis-
peante y saltarín:
el pan, con ojos;
el queso, sin ojos;
el vino, que salte a los ojos.
¡El' gran amigo! El apaga la sed ardiente
del segador, tostado.
Y echará un trago, y otro ... Y vol ved al
tajo, y tornará a la bota . .
-59-
J<~N LA MONTAÑA ALAVESA

Las frecuentes libaciones son una garantfa:


Si quieres que el vino
no te hago daño,
echa•un remiendo
del mismo pafio.
Avanza el segador con locura, con una
acometividad maravillosa.
Le empuja el hambre, o el fantasma del
hambre.
El trigo del agosto pasad.o ya lo hemos
comido.
Y la viejecita, que sabe muchos cuentos
de la montaüíl , meterá la cabeza entro las
espigas, defendi endo la mano izquierda con
'la zoqueta, y manejará torpemente la hoz,
mientras dice, filosofando:
Entre la hoz y la gavilla
anda la hambrilla

Venció al sapo. El sapo es uno de los ene·


migos más taimados y fatales de los labrado-
r es, un insaciable herbívoro en los trigales.
Pero pudo mucho la virtud del agua ben-
dita, el agua del sábado santo, con la que
aspergaron los campos, diciendo:
-60-
¡ . u L I o
Agua bendita
del cirio pascual,
mata el sapo
y gtfarda el pan.

Todo está dispuesto para la recolección.


El pan del afio del labrador se columpia en
las espigas. danzando un ceremonioso rigo-
dón. Cada grano tiene . su celda, y de cada
celda emerge una alabarda, protegiendo la ·
felicidad de los hogares.
' Sin embargo, puede haber una. sorpresa.
La más grande, la más dolorosa.
Un cielo espléndido, que comienza a po-
nerse gris, gris plomo.
Suenan los tamboriles, la música trágica,
que dibuja gestos de espanto en los rostros.
Todo el mundo-hombres, mujeres, niilos
-salen al portal y arroj a a la calle las pie-
drecitas que recogió el sábado santo, mien-
tras las campanas r emovían el recuerdo de
la Resurrección, tocando a gloria.
Y sobre el labio de bronce de la campana
comienza a golpear suavemente el pesado ba-
dajo. Percute con fuerza, castiga duramente.
-61-
EN LA ~ONTAÑA ALAVESA

Conjura la campana, tocando a tente·nube:


Tente, nube, tente en tí,
no te caigas sobre mi¡
si eres agua, ven acá,
si eres piedra, vete allá,
siete leguas de Miranda,
y otras siete más allá,
más allá, más allá, más allá ...

'

-62-
AGOSTO

Y o no sé si los pronósticos aldeanos


se han ido formando al margen de
una larga serie de observaciones y estudios;
o brotaron del magín retortijado de algún
truhán disfrazado de agorero.·
Lo cierto es que uno de ellos dice:
el dos y el tres,
verás el mes,

y no falló el pronóstico.
Días serenos, claros.
Calor, bochorno, oleadas de fuego en el
ambiente.
Y la tiorra, como mm inmensa remora de
ascuas oculta'!.
Luego, a la tardecica, el cierzo consolador,
que refresca, sacude y despabila.
Algún insignificante nieblajo; pequeños
raspazos de agua, excelente::; para el tardío.
-63-
EN LA MONTA~A ALAVESA

Pero el montañés está descontento ...


Los alardes del sol-constante, pertinaz-
de mayo, quebraron el proceso suave de la
campiñ6.
Nos lo anunció más tarde la miseria de los
habares:
Por las habas verás ·
la cosecha que jendrás.
El panujo~-alhblva, yero-muestra toda su
ruindad, burlándose del filo de la guadaña.
Está la menucia a flor de tierra, y hay que
arrancarla a mano.
La cosecha de paja es muy corta.
Tampoco abunda el grano. Hay grandes
corros rastro.fa,os, trangnlaos, de espigas va·
cías, que no recib ieron caricias del sol.
La exuberancia de los endrinales anuncia
la pobreza de los scmbraclos:
Año de mucha andrina
año de poca harina.
Se han segado los centenales.
Es una operación previa, pues hay q uo
preparar los vencejos, que achiquen el vien·
tre opulento de los haces.
-M-
A G o s T o
Quedan algunas espigas del altivo cereal
entre los trigales y cebadales.
Pero que no se repita el caso de aquella
espiga de cebada-miserable y envidiosa-
que no podía soportar la vecindad de otra
espiga de centeno, que brotó a su lado, y a
la que insultó feamente:
Centeno zanquilargo,
pronto en cabeza
y tardo en grano.

El centeno es flemático y transigente. Pero


le irritó aquella agresión de su vecina, a la
que contestó:
Cebada arruiná,
si no te echan ... fiemo,
no vales pa ná.

Hogafio corresponde la añada a la sierra.


Antes de la aurora, ya suben la cuesta de
Re bid ca, los hombres con el lástico y la gua-
daila al hombro; las mujeres-arrastrando
unas sayas largas y picudas-con las hoces
y los enredillos para todo el día.
Son previsores, y .han oido que
-65-
5
E N J, A M O N T A Ñ A A L A V E S A
~do
por frío ni por calor,
no dejes el abrigador,
ni por harto, la merienda.

En la sierra, los campos que ayer estaban


llecos, hoy rinden cosechas abundantes, gra·
cías a los abonos y a Ja nueva maquiqaria
agrícola.
Al montañés no le asusta la expectación
de una jornada dura, ni le abruma el peso
de una labor aplastante, cuando hay alori-
nes en el tabta,o, fuerza en los brazos dH hie-
rro y fecundidad en la tierra.
La faja de espigas, que va tumbando el
filo de la guadafla; los golpes metálicos de
la aguzadera; el ir y venir de los niflos, es-
pigando; la buen::: di 8pos ición de los vence-
jos; el cencorrco de los r cb:iilos, que mu e rd~m.
el rastrojo ... todo esto deleita al labrador,
como una visió c. confortadora en las horas
de siega, horas de un sol asfixiante, de un
castellano cálido, enerYador.
Un pequ eflo descan so p a r J. u!rrwrzar, para
comer-, para ill Ore nda r, a la sombra de una
-- -6 6-
A G o s T o
soberbia peña, junto al agua cristalina, fina
y sabrosa, de Galban-iturri.
No todas las sombras son buenas, ni todas
las aguas saludables:
Agua, de sierra,
sombra, de piedra.

Y enseguida comenzará la trilla.


El girar constante, mecánico, de yeguas y
-caballos, en las eras, desgranando las espigas
con las pezuñas, arrastrando los trillos de
1lfilados pedernales, que pulverizan la paja;
ramalazos y coplas intencionadas del agos-
tero, que se burla de la pereza de las yeguas
y caballos:
Caballito como el mío,
no lo tiene el rey de España,
pues para mover un pie,
necesita una semana.

A la caida del sol, o a pleno sol, si se


a guantó en la trilla y salió el cierzo, hay que
·despajar.
Y más tarde, <i:de noches pretes », la música
.i rritante, fastidiosa, de las aventadoras.
-67-
' EN I, A M O N TAÑA AL A V ES A
'#
Y para todo esto, e que a prete firme el sol ».
Q\10 no llueva.
Eso será bueno para los apicultores, para
los viticultores:
Agua de agosto,
miel y mosto.

También en la montaña tenemos colmenas.


Pero que no llueva. Que caliente el sol,
que achicharro, que abrase.
Y así se trabajará a gusto, aunque corra el
sudor por el rostro del labrador y empape
sus ropillas.
,F;stá convencido de que
en esta tierra, tierruca,
el que no trabaja, no manduca.

- 68 -
SEPTIEMBRE

'de apagó el ruido de las eras, la músi-


Q ca fastidiosa, monótona, de las aven-
tadoras, la canción triunfadora de Ceres.
No hubo un contratiempo, no hubo un pa-
r é ntesis, que interrumpiese -el proceso del
-agosto.
..
Brilló el sol en su trono de fuego, con
toda la soberbia de un empcrHilor k'gen -
dario.
Tostó las gavillas, las espigas del trigo y
la cebada, los alvéolos del yero, que luego
d o~gr:rnaban las pezufias de yeguas y caba-
llos, gi raudo-a un trote corto-en la pista
urente de las eras.
Soplaba con fuerza el cierzo en el vento-
nero de los ablenta1ios, despajando la parva
y oreando las frentes sudorosas.
Dedinaba Agosto, como obedeciendo a
una ley de asombrosa regularidad.
-69-
EN LA MONTAÑA ALAVESA.

Y llegó el día 24.


Por San Bartolomé,
los vientos quédenscn.
Efe~tivamente, se quedaron.
Pero al silencio de una derrota sucede el
estrépito de una victoria.
El solano, el cierzo, ~castellano, el galle-
go ... Una lucha monstruosa en las altas re-
giones de la atmósfera.
La veleta no descansa. Sopla 'el castellano ..
La veleta le mira sin pestañear.
En cuaQto se advierten en ella los prime-
ros síntomas de la hipnosis o de la sugestión,
asoma por Galarza el cie rzo, que se lanza a
la lucha resueltamente, ca balgando en su pe ~
gaso de hielo.
E l duelo es formidable.
Las nub es son los proyectiles de los fan-.
tásticos guo1-roros. Las nubes, que chocan
unas con otras, embistiéndose, absorviéndo-
se, agrietándose hasta abrirse enormes bre-
chas, y cuya metralla-filtrada por el tamiz.
atmosférico-ll ega a nosotros en forma de
lluvi a deseada.
-70-
s E p T I E M· B R E

Que llueva. Está el grano en los alorines.


Están prietos los pajares. Está el bálago en
las cabañas.
Que llueva. La tierra tie.ne sed, después de
su oblación. La reja del arado tropieza con
la rP,boldía de un subsuelo calcinado. Aún
puede medrar el tardío.
Que 11 ueva. El tránsito del verano al oto-
flo es muy violento en la montaña. El agua
estorba la invasión de las heladas.La lluvia
suaviza la brusca transición.
Está asegurada la cosecha del afio.
El trigo ha pagado bien, aunque la paja
ha sido corta.
El montaliós no tiene un momento do
reposo.
En septiembre no conviene labrar la tie-
l'l':t, porque
el labrador que labra
en el mes de la mora,
cuando labra, canta,
cuando siega, llora.

Que se temple la tierra con el agua y


el sol.
-71-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

Ahora hay que «hacer hoja». Hoja de fres-


no, de roble, de chopo.
Los mozos gatearán por los chopos, hasta
llegar arriba, a la punta. Y allí, zarandeados
por el viento, columpiándose, sin preocu-
parse de que se pueden desgajar las ramas
débiles en que se sostienen, comienzan a re-
partir hachazos a diest~o y siniestro, y, a
medida que van cortando, van descendien-
do, h asta que despojan al árbol totalmente
d e su manto foliado.
Y luego 1111rán gavillas, y las irán colocan-
do en _el carro, bien dispuestas, para que no
ciringuee Ja cama, que arrastra la pareia,
adormecida por el chirrido estridente de
unos ejes primitivos.
La previsión acucia al montañés.
Que haya hoja abundante en los corrales,
y buenas pilas en las lefleras.
Vendrán días de nieve.
Pronto comenzarán a volar las moscas
blancas.
Los rebafios quedarán en los corrates. El
-72-
s E p T 1 E M B R E

pastor no llamará a las cabras. La hoja evi-


tará la ruina de los graneros.
Y cuando termine la recolección de la
hqja, el montafiés subirá a la sierra, donde
tendrá marcada su suerte de lefía.
Y traerá grandes carretadas, que alegren
lil fog uera, y hagan hervir las calderadas,
mientras Ja abuela narra historias trágicas
dl'l lobos y raposos ...

-73-
OCTUBRE

TI hora comienza el nuevo año econó-


D mico del aldeano.
Mermaron algo- los montones de trigo, quo
llenaban los graneros.
Facultativos, Regidor, campanero, rentas,
pastores...
Claro es que no "e esmeraron en la selec~
ción de las fanegas destinadas a los pagos.
Trigo menudillo
damos al pa stor,
trigo menudi!Io,
lleno Je tizón.

Está satisfecho el montaflés.


Las lluvias torrenciales del mes pasado
no acilaron - como antaño - los haces de
trigo.
Reverdeció el tarc1ío.
Brotaron nueva s flores, que brindaban su
néctar a la actividad de las abejas, que ve~
-74-
o e T u B R E

nían cargadas de ricos materiales, con los


que han elaborado esa miel exquisita y abun-
dante, que llena los vasos de las colmenas.
Por San Miguel
hasta los gatos comen miel.
¿De veras?
Y también peras.

Vuelve la época simpática de la sementera . .


Y vuelven a mermar los_ graneros. Están
los surcos- convidanuo al labrador, que nun-
.ca es mezquino con su amiga tierra.
En octubre,
echa trigo
y cubre.

En la preceptiva agrícola de la aldea-


compuesta a base de la experiencia de mu-
chos siglos~se adivinan las largas sembra-
duras y las cosechas, a través de sus avisos·
y de sus sabios apotegmas:
El que quiera coger habas muchas,
que las siembre el día (de) San Lucas.

La rápida germinación de esta planta, que


se manifiesta por la aparición de un brote
-75-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

inicial. bifurcado, está registrada en el calen-


dario montañés:
Por San Simón y San Judas,
las habas, orejudas.
Ahora, al llegar octubre, cuando sus fae-
nas se lo permiten, se dedicará el montañés,
con todo el entusiasmo, de un prestigioso :.
sportman, a preparar los útiles de caza; lim-
pia su escopeta, visita y repa"ra su choza;
carga los cartuchos, guiándose por aque-
llo de
Pólvora, poca;
perdigón, haMa la beca. ..
Y, al fonanecer, emprende la caminata por
el lrnzarro arriba, hasta Ixoixokotx:ina, el
magnífico robledal, que ofrenda a las palo-
mas emigrantes los sabrosos abillotes ence-
rrados en sus conchos.
Y allí, en la choza, mientras asoma una
band ada, el viej o cazador. hábil explorador
de ingenios infa ntiles, )l:rn teará al nieto su
acertijo fayo~·ito :
El txínguilin, txínguilin
estaba colgando;
-- 76 -
o o T u B E

el lónguilis, lónguilis,
estaba mirando;
si el txínguilin, txfnguilin
se cayera,
el lóng uilis, lónguilis,
lo comiera.

--&Qu é cosita, cosita es?


-¡El abillote y el cocho!
Luego le contará aquel cuento del raposo,
que sacudía con su cola peluda el tronco de
un encino, en cuya copa había una paloma,
y le decía:
¡Palomita!
Echame un hijo,
que si no Jo echas,
te caigo el encino.

Y la paloma, pirueteando y moviendo la


cola de arriba abajo, le contestaba:
Cola de raposino
no cuerta encino;
hacha de acero
cuerta madero.

Octubre es bello, con la belleza gris de la


tristeza.
-77-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

Dejamos atrás el verano ruidoso, el estío


fogoso, con sus días claros e interminables;
murmurar de mieses y alegría en las eras; la
canción de las txirritxas; la manifestación
espléndida de la vida, que vuela con el águi-
• la junto al sol, y travesea, con el i~fusorio,
-en la pequeña charca del hondo barranco.
Y comienza el otoño, melancólico y lloro-
so, como un desahuciado.
Sol amarillento, estrías de luz, pálida y
quebrada, sobre un plano de sombras; inex-
presi6n nemorosa, crisis de la vida univer-
sal, que muere sobre un lecho áspero y cre-
pitante de hojas secas.
El esqueleto de la vida-o de la muerte-
caracterizado en las ramas de los árboles
desnudos ...

-78-
NOVIEMBRE

·e orresponde la añada a la zona ribe-


reña, una banda mezquina de tierra
amorosa y abrigada, una grieta providen-
cial en las montaüas de piedra, un descanso,
un alto, en la agitación de cumbres, barran-
cos y laderas.
Hoy está oscura o inexpresiva.
Da la sensación de una inmensa arpillera
en el estudio de uu pintor.
Más tarde será un brillante tapiz, decorado
por la mano del Artista Supremo: una cinta
verde, junto al cristal del río, que ostenta,
cara al sol, la gama de1' iris; chopos altivos,
en custodia; robles descoyuntados; racimos
de avellanos apretados, festoneando los ri-
bazos; y e~1 el fondo montai1oso, Mendia,
Agiridui, Senabarra, Borotieta ...
Y más atrás, más arriba, cortando el hori-
zontP,, la cordillera de Cantabria, el centine-
la avanzado ...
-79-
.
EN LA MONTA~A ALAVESA ';-+

Está dando el montañés la primera mano.


Emigraron las grullas a tierras africanas.
Cruzaron nuestro cielo, trazando un ángu-
lo agudo, en forma de gancho, con dos estra-
tegas a la cabeza. ·
Las vió el labriego:
Pasan las grullas
a vendimiar,
coge el aladro,
vete a sembrar.
!Cuántas carretadas de trigo van desapa-
reciendo entre los surcos!
El labrador no repara, no escatima, aun-
que alguna vez asalte su fantasia el móns-
truo del hambre, acurrucado en un rincón
del alorín vacío.
El arar no me da apuro,
el sembrar no me da pena.
el ten er trigo pal afio,
será la marimorena.
Acaso algun día lo dij eron, hipando.
Pero el carácter montafiés ha evoluciona-
nado paralelamente a su situación eco-
nómica.
- 80 -
N o V 1 E M B R E

¿Cuál es el secreto de este vivir alegre y


confiado1
Todo el día en la brega, empujando a la
pareja, pisando la rastra, derramando trigo,
distribuyendo abonos. Y al ahogar los boste-
zo~ del hambre, correrá por las piezaa fron-
teras el eco del humorismo, volando sobre
las notas de una copla:
Me duele la cabeza
por el pescuezo,
de mirar hacia casa,
por el almuerzo.

Se acerca la desolación de la campifla.


La tonalidad cenicienta del cielo, gravi-
tando pesadamente sobre el silencio otoñal
de la tierra.
En un rincón de la selva desnuda, de un
palo quebrado-como el palpo de una arafia
gigantesca-ha colgado su lira la poesía.
La visión del agotamiento, la sensación
del aplanamiento.
No hay lnz, ni calor, ni actividad.
Todo muere de frío y de tristeza.
Arriba, un toldo oscuro.
-81-
6
EN LA M O N T A Ñ A AL A V E S A
":»
Abajo, una alfombra áspera.
Pero ~hí, debajo de osa alfombra, en el ta-
ller misterioso de la tierra, oculta a nuestras
miradas, está trabajando la vida, e~tá rom-
'
piendo .sq cobertera, está deshaciendo obs-
táculos, nutriéndose, desarrollando.
Todo es actividad, todo es movimiento.
Pronto lo anunciarán las primeras pince·
ladas del brillante tapiz.
Y ahí, arriba, en las entrafias de algodón
de esas nubt:·s, se están cociendo las grandes
nevadas, que caerán sobre nosotros, como
un enjambre de moscas blancas.
&Pronto'?
) Por los Santos,
la nieve por los altos.
tPor los altos!... Kapildui, Mendigorri, Gu-
ramendi, Santzapezarra ... Las cimas que aún
se elevan, 1;omo una erupción de la meseta
serrana. Están lejos del fondo de este cuen-
co, en que nos movemos, para que nos in-
quiete el blanquear de sus conos.
Se irán aproximando las moscas blancas.
Llegarán a los corrales:
-82-
N o V 1 E M B R E

Por San Martín,


la nieve por el cortfn.

Más tarde, nos rodearán por todas partes,


nos acosarán, aislándonos, aprisionándonos:
Por Santa Catalina,
la nieve por la cocina.
Por San Andrés,
la nieve por los pies.

Correrá la ganadería a internarse en los


laberintos de Izkitz.
Dormirá la campifía bajo el suave edre-
dón blanco. Llorarán lágrimas de desola-
ción los pájaros, alineados bajo los aleros.
Copos finos, menudos, apretados,-la
pseudo-kaskarrina-azotarán los cristales de
las ventanas, mientras silba la odiosa sirena
del regafión.
Y a través de los cristales empafiados, mi-
raremos a nuestro campo y a nuestro cielo,
y los veremos envueltos en una bruma per-
. lina, que borra los contornos y lima fas fron-
teras, frenando la agresividad de nuestras
pupilas....

-83-
DICIEMBRE

TI unque un poco tarde, hemos disfru-


l l tado del veranillo de San Martín.
Durante cuatro o cinco días, la tierra, em-
bozada en su manta blanca, se asomó al sol.
Aprovechó el fabrador esos días, para
traer n casa grandes quilmas de abillotes, y
para recoger-al otro lado del puerto-la
cosecha U.e aceitunas:
San Martín y San Millán
a coger olivas van;
San Martín lleva la cesta,
San Millán lleva el costal.

Corremos el momento más desagradable


del invierno.
El imperio de la (•Scuridad, la tristeza de
los viejos candiles, que engaf1au, con sus len-
guas frías de luz, ·en las largas veladas, evo-
cadoras de recuerdos dolientes.
-84-
D 1 e 1 E M B R E

Por San Andrés,


todo el día de noche es.
Pronto se desenojará el amigo sol; y su
buena compafiía, sus proyecciones de luz,
sus oleadas de calor, serán más largas.
La noche comenzará a plegar despacito y
y en frunces regulares, su inmenso toldo.
Y habremos vencido al invierno tenebro-
so, al invierno ventajista, que-para ame-
drentarnos-se esconde, como el coco de los
niños.
El cierzo, encañonado en la tronera de Re-
bidea; el solano, soplando por el embudo de
Arratia; el regañón, barriendo las losas de
Zabala, serán enemigos descubiertos, adver-
sarios leales.
Y si la punta de sus heJados cuchillos pe-
netra hasta loq bronquios, y hurga en los
pulmones, se recordará y se pondrá en prác-
tica el consejo del anónimo galeno:
Para curar el catarro,
guindillas y buen trago.
Es el montafiés eminentemente altruísta,
pero su altruísmo es un egoísmo indirecto.
-85-
EN LA MONTAÑA ALAVESA ,.,.
1

Ha de poner más esmero en cuidar del


ganado, que en cuidarse a sí mismo. Esto es
una especie de lo que los juristas llaman cdo
ut des>.
Todo animal está dotado de un portentoso
insttnto de conservación.
Sabe refugiarse en los ábrigos, procurarse
pasto, arrimarse a su banda.
Ya habrá para estas fechas algún nuevo
corderillo:
Por San Andrés,
corderillos tres.

Y ¡cómo se desvivirá el montañés por aca-


riciarle y acercarle a su madre, y calentarle,
si es preciso, con el calor de su cuer¡:;ot ...
Cayeron algunos mandiles.
Pero vamos siendo afortunados. No ha
cuajado una nevada.
Labra el montañés con codicia la tierra;
trae las últimas carretadas de leña y de hoja,
para hacer camas en los corrales y pura au -
mentar las leñeras; arregla-de vereda-los
caminos castigados durante los acarreos.
-86-
D 1 e 1 E M B R E

¡Muchos días vendrán, en que verá correr


las horas, arrinconado junto al fuego!
Sale al monte el ganado. Y parece conqcer
la época que se avecina. Va almacenando re-
servas, para cuando lleguen los días de los
piensos cortos en los pesebres oscuros, los
días en que se sucederán las nevadas, sin un
momento de sol, ni ráfagas del castellano, ni .
tocatas de agua, ni un rayo de esperanza en
el montaf1és, que medirá las raciones:
Cuando.neva menudico,
poca paja al borrico.
Diciembre ... Cepos enormes en el hogar,
que sostengan el brillo de los tizone~ ... finas
y apeetadas abarras, cuyas llamas-amari·
llentas y azuladas-subirán, lamiendo el ho-
llín del viejo llar y teñirán de un vivo car-
mín los rostros de los mocetes ... íntima y
sabrosa conversación familiar .... sosegado
girar de rueca, al compás de la invariable
canción:
Hilar, hilar,
de '1'odos los Santos
a Navidad.
-87-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

Hilar de veras,
desde Navidad
a Candelas.
Quien pa Candelas no hiló,
atrás la tela dejó.
Hilar, hilar ...

Diciembre ... Hielo sobre la nieve ... rastros


de liebre y raposo ... fechorías de jabalines...
niños tiritones y encogidos; resbalando ha·
cia la escuela.... cencerreo colosal en todos
los corrales, que supondrá una merma nota·
ble en los graneros, porque
a la vaquilla
que anda por casa,
a la noche
no le des paja.

Y en la noche del día 24 irá a la Misa del


Gallo todo el pueblo, endomingado, con los
má5 lucidos ternos de sus arcas, y defendi-
dos por recias capas:
Al que gasta blusa
por Navidad,
no le preguntes
·cómo le va.
-88-
D 1 e 1 E M B R E

Y en la maiiana de Navidad, volverán al


templo, para oir las otras dos misas de ese
dfa.
·Son generosos con Dios, y saben que

por oir misa y dar cebada,
no se pierde la jornada.

En esa misma noche del día 24, aunque


nieve, aunque hiele, aunque vuelque sobre
Ja tierra el invierno sus recursos mortales,
cruzarán las callejas algunas sombras, y so
oirá; más tarde, el eco de una copla:
Esta noche es Noche buena,
¡triste de mí!
El gallo está en la cazuela,
¡qui-qui·ri · q uí!

-89-
MI ALDEA
MI ALDEA

tJ n cielo rebelde a la luz, tendió su


manto de opacidad irritante frente .
al disco de oro del sol. ·
Gemía el viento-prisionero de las arbo-
ledas-al rasgarse entre las ramas de los
hayales.
Rápidas y copiosas se sucedían las tocatas ·
de agua, que borrabu las siluetas de las mon-
tañas y las aristas de los enormes peñascos,
que cuelgan de las cumbres, como aderezos
monstruosos . .
La meseta, que comienza en San Cristóbal
y ter mina en Oxanduia y Apazaita, era un
inmenso chapatal.
Luego... el descenso. El descenso por el
tobogán guijarroso de Arratia, convertido
en hnponente y ruidosa torrentera.
Y abajo, en lo más profundo, hace lenta-
- 93 -
EN LA. MONTA1'1A ALAVESA

mente su aparición el pueblecito montafilís,


la aldea amada, que descansa, silenciosa-
mente, en el arranque de un círculo de mon-
tañas que dan la sensación de un cono in-
vertido.
Ahí está, escondida y medrosa, la pequeña
aldea, viviendo una vida que, a pesar de sus
largas centurias, conserva su ingenuidad ca-
racterística, esa fisonomía infantil, más cla-
ramente definida y de~cubierta en sus mis-
mas candorosas trapacerías.
Arriba, llenándolo y animándolo todo con
la soberana majestad de su presencia, la igle-
sia, con su torre del siglo XX, y sus modillo-
nes del siglo XIII.
La fusión de los siglos al calor de la fe.
El · gesto elocuente, la postura clara de
los montañeses de setecientos años atrás,
·e re.yentes y espléndidos, como los montafie-
ses de hoy.
El abrazo de las viejas generaciones con
la actualidad.
¡Cómo palpita la verdad en esas viejas·
piedras! ¡Cómo en ellas descansa el alma,
-94-
1 A L D A

cuando, explorando en las galerías oscuras


de la lejanía, rendida y descorazonada, se
ve sorprendida por la luz diáfana, cegadora,
que de esas piedras se desprende!...
Ahí no cabe la ironía de un pecdolista que
se recrea en el fraude. Ni la explotación cai-
culada de un detalle impreciso y sombrío.
Es la sinceridad la que está cosida a esas
piedras luminosas.
Abajo, un racimo de casas tristonas, de as-
pecto arcáico, de fachadas sin expresión,
porf oct!lmente alineadas, enmarcando · e)
arroyo adoquinado y de orillas enlosadas.
Puertas enormes, de roble indígena, peEa-
das, desmazaladas, girando sobre unos goz-
nes costrosos.
Ventanucos mezquinos, de dobles y com-
plicados postigos.
Alguna nota de color, algún rasgo de luz,
algún esc.udo de cuarteles historiados.
El silen.cio del pueblo es interru,mpido por
los niños que cantan en la escuela la tabla de
multiplicar.
Los mayores salieron al ~ampo.
-95-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

Está solitaria la calle.


El ca~cabeleo de un cencerro anuncia el
trote de un caballo bajo mi ventana.
Muy pronto la calle se llenará de chiqui-
llos, que correrán a sus casas, y zarpearán
en las paneras, buscando el codiciado zoque-
t6n, para correr, mordisqueándolo, a Ja calle,
a jugar en alborotado holgorio.
Y poco más tarde, cuando desde el cam-
panario se anuncia la oración del ángelus,
regresarán del campo los labriegos.
Y se r eunirá la familia, formando un se·
micírculo alrededor do la gran fogata, que
absorverá la llama del viejo candil.
El cabeza de familia-sentado en el esca-
ño que ocuparon sus abuelos-cogerá el lar·
go rosario, que cü elga bajo la campana, y
sus cuentas de azabache, gruesas y brillan-
tes, irán r esbalando suavemente por aque-
llos dedos, en los que el sudor y Ja tierra han
creado una corteza negra y áspera.
Y sus labios se moverán gravemente en la
oración ...

-96-
EL ANTIGUO MONTAÑES

e
montaflés.
n mangas de camisa y calzado con
fuertes abarcas, va a la sierra el

En el zurrón, un zoquete de pan ciudada-


no. Arriba hay ricos manantiales de agua sa•
brosa y cristalina.
En el alma, sombras negras de pesimismo,
bafiadas por ráfagas fugaces de bienestar
luminoso y apacible.
La irredenci6n que tortura y despedaz::i,
luchando con oleadas-rápidas, instantáner-is
-de una esperanza nebulosa.
¡Ah! ... Si pudiese romper el marco, redu-
cido y miserable, en que se mueve, para al·
canzar, empujado por una audacia bravía, el
porvenir, que tantas veces ha sofiado el rudo
'
. . . ....
v1s1onar10
-97-
7
EN LA MONTAÑA ALAVES ~

El pecho violento y empinado, que lleva


a la sierra, no rinde al hombre del hacha y
la tronzadera.
Arriba está la cumbre. amplia, magnífica,
generosa... y am le aguardan los bosques
inagotables, con sus copudas hayas, con sus
robles contrahechos, en espléndida oblación
de troncos robustos y frágiles abarras.
Y abajo ... hay una mujer que hila y que
reza, una mujer de exquisito perfil monta-
flés, de aspecto sombrío, de espíritu recio,
varonil, de corazón amable y hondamente
cristiano.
La que empuja a una pareja absurda, sur-
co arriba, en la brega campesina; la quo
prepara el condumio aldeano; la que cuida
de la pobre hacienda de los corrales, la que
canta melo.rlías montaraces, blandas e insi-
nuantes, mientras cierra sus ojillos el moce-
te juguetón.
Ha terminado el leñador su ascensión
penosa.
Subía encogido, baja la cabeza, dobladas
las piernas, mirando a los guijarros, sin ver-
- 98 -
EL ANTIGUO MONTAÑES

los; pero subía, subía siempre, sin volver la


cabeza hacia Ja ald~a, que aparece, acaricia-
dora, en el fondo de los barrancales, esqui-
vando los arroyos, que bajan-ruidosos y
espumantes-de las alturas.
No se ha detenido a contemplar el bello
panorama de la montaña'.
No ha mirado a las cimas orgullosas, afila-
das, que levantan los picos de sus conos so-
.bre las otras, modestas y chatas, nacidas con
el destino humillante de eternas peanas. Te-
ftidas-todas ellas-de un débil colorido que
da el sol naciente.
Ni ha mirado a Ja estupenda crestería, qu.e
se levanta a la altura de su frente.
Ni Je ha impresionado la verde tonalidad
del trigo, que se destaca-prometedor en
el fondo oscuro de la campiña.
Ni ha visto culebrear a los rebaños en las
faldas de los montes Jej anos, buscando el
pasto cuotidiano entre laberintos de espesos ·
bujarrales, hociqueando en el áspero bero-
zo, c:lespuntando las altivas espigas del tumo,
mordisqueando en el suculento ginebro.
~ 99-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

El lefí.ador-·-como todo buen montañés-


siente en su alma las deleitosas sacudidas de
la poesía.
(Frecuentemente, es más poeta el que sien-
te en silencio la belleza, que el que la expre-
sa. Esta misma expresión goza muchas veces
del elocuente privilegio de marcar obras poé-
ticas con un sello feo de mercnntilismo, lo
más prosáico de las prosas.)
Admiró con frecuencia los magníficos es-
pectáculos de la natm·aleza, sus alboradas
suaves y sus crepúsculos de sa ngre; ei co-
lumpiarse de las mieses; el eeta Llar de las ye-
:::nas; el azotar de las algaradas abrileñas; la
pesadumbre de las tardes otoñales; y oyó la
maravillosa música, el concierto grandioso
de los pájaros, de las cascadas, de los hura-
canes ...
Ya está arriba.
Ayer encendió la carbonera, una carbone-
ra pequefia, familiar.
Los troncos centrales serán ya ceniw, y
es preciso proceder a la operación del be-
tagarri.
-100-
J~ L ANTIGUO M O N '1' A. Ñ E S

Hay que entacufrn.r la carbonera; hay que


sofocarla.
Y el buen leI'íador descubre unos brazos
de ·hierro, unos bíceps de acero, una muscu-
latura de gladiador.
Y el filo agudo del hacha comienza a tra-
zar en el aire unas líneas rápidas, invisibles;
y los troncos del haya van cediendo.
El leñador teme al betagarri.
Sobre la carbonera, alargando el brazo,
retirando el busto, comienza a echar tarugos.
Las llamaradas que provoca el bctagarri,
al golpe del lefío sobre las ascuas, snben
como apariciones de fuego, a dos dedos del
leñador.
Pero es una labor necesaria. Sin el beta-
gard, toda la carbonera sería ceniza ...
Y el leñador-agotado y triunfador-ba-
jará de la ca:rbonel'a, para prBparar una
nueva.
Y máa tarde, cor.rerá cuesta abajo, y lle-
gará a su casa, cuanJo el sol hace sus últi-
mas caricias a los árboles de Gabalaza, des-
- 101 -
EN LA MONTAÑA ALAVESA

pués de haber iluminado la ascensión prima-


veral de la naturaleza.
El simpático lefiador gustará el idilio del
hogar, el amor de la montafiesa, el sabroso
condumio aldeano, los besos del mocete
juguetón..

-102-
LOS MONTAÑESES DE HOY

h a habido en la montaña una época


J... ~ de formación, cuyos relieves som-
bríos evocan los hombres de hoy, como ras-
gos fundamentales, que definen la fisonomía
de su triunfo.
Para ascender a la cumbre, hay que ir
venciendo una gradería tapizada .de pena-
lidades.
Hay que clavar en lo alto l&s pupilas, sin
mirar a las huellas de s:rngre que van que-
dando atrás.
La voluntad de hierro del montañés-ge·
neradorn de un aparente atavismo mostruo-
so - ~ u laboriosidad indiscut.ible, han ido la-
brando, sob~·e un pretérito doloroso, un pre-
sente lleno de vitalidad.
Era ayer, cuando veíamos al mont;1flés ni-
drio por el golpeo constante de la dP.sventu-
ra, de sus luchas agotadoras; taciturno y ape-
- 103 -
l!~N LA MONTA~A ALAVESA

sadumbrado ante un paisaje de irredención;


gastando los músculos de sus bíceps en una
brega ingrata, infecunda.
Familiarizado con la privación, acorazado
contra la derrota definitiva, pisando atenta-
mente al margen del abismo, fué creando su
situación actual.
La gestación fué dura.
El resultado ha sido una compensación
consoladora.
Hoy va resbalando la vida montañesa en
un plano de bienestar.
El hambre es ·un ogro de leyenda. El usu-
rero huyó a la región de los logreros. El
liturgo ateniense sembró su semilla, que no
se agota.
Hay en las paneras otanas de pan de tri-
go, cocido en casa; y en la despensa, abulta-
dos pellejos de vino nabarro o riojano.
Sonríe el montañés redimido.
Pero téngase en cuenta que la redención
no ha brotado espontáneamente de los sur-
cos, ni la ha provocado, en absoluto, el alza
de los mercados.
-104-
L O S M O N ,'i' A Ñ E S E S D E H O Y

El montafiés ha sabido imponerse al des-


tino que le abatía, confiando en que cen lo
más (!SCUro amanece Dios>.
· Los cajones de las cómodas arcáicas, don-
. de lns arafias tejinn - con sus telas - sus
ocios, hoy ocultan títulos, láminas y cartilJas,
que suponen un capital activo y alerta.
Al mismo tiempo que el bienestar mate-
rial, va ascendiendo también el nivel cul-
tural.
El Arcipreste de Hita, analizando Ja psico-
logía de los adinerados, hace-por la qua-
derna vía-una fina observación:
«Sea un home nescio e rudo labrador,
los .dineros le facen fidalgo e sabidor,
cuánto más algo tiene, tanto es más de valor;
el que non ha dineros, non es de sí sei'lor. •

No. Yo me alzo contra esa afirmación.


Podría acontecer eso en los tiempos en que
el simpático clérigo escribia su LIBRO DE
CANTARES. Y muchos siglos rlespués.
Ha evolucionado la idiosincrasia de los
pueblos.
-105-
F!N LA MONTAÑA ALAVESA

Tamhién a estos rincones,- llegan-salvan-


do los puertos-brisas europeas, aires de de-
mocraeia.
Pero de una democracia distinta de la que
priva en las urbes populosas y se predica en
los tinglados de la vieja farsa.
El pensamiento del Arcipreste lo recogió
el pueblo en unas frases gráficas:
Don sin din,
campana sin babajo.
Don sin din,
corral sin puerta.

Esas fr:H;es se pudren de los archivos fol-


klóricos.
En la montaña se cultiva la democracia, a
base de la fraternidad cristiana.
El rico ayuda al pobre. Uµa casa levanta
a otra. Un propietario redime a un rentero.
Y el pobre, el humildf\, se rosigna, pen·
sando que
' los días vienen de balde,
y el tiempo Dios nos lo da.

La franca convivencia, el roce contínuo en


-106-
J,OS MONTAÑESES DE HOY

un círculo reducido, -la identidad de ideas y


sentimientos, es la coyunda más práctica de
las voluntades.
· Son pocos, son muy escasos, los montañe-
ses que no disfrutan de «Un buen pasar».
Los pobres no conocen el hambre.
Los ricos, cerrando los ojos a espejismos
recientes, no abandonan la esteva.
Unos y otros dicen que
no hay poco, que no dure,
ni mucho, que no se ar.abe.

La montaña no es lo que era hace treinta


afíos.
So han contado leyendas negras, cuadros
siniestros, acerca de la montafüi.
M6nstruos fabulosos, conchabados en el
corazón de Izkitz •.. hondas tragedias en las
selvas de Jupana ... la silueta del montaflés,
camarada de lobos y jabaünes, en las barran-
queras de Igoroin ... el drama doloroso de
los pastores intrépidos, embrujados por dia-
bólicos endriagos en el silo de Okina;.. unos
hombres misteriosos, hábiles trepadores, que
-107-
kN LA MON1'A. ÑA ALAVESA

escalaban las cumbres, eternos e impotentes


mendigos de la tierra ... hambre en los hoga-
res y un frio intenso en las almas.
Ese es el cuadro pintoresco de la montafia,
que únicamente se puede admitir, como ele-
mento decorativo de tertulias insípidas ...

-108 -
LA ERMITA DE LA MONTAÑA

~o es un templo suntuoso, de aparato-


,l_ e sa ornamentación, de rasgos mara-
villosos, de un historial ruidoso y doslum-
bra nto.
Tampoco es la urna fabulosa de leyendas
fantásticas, de r egocijados episodios nove-
lescos.
Una ermita modesta, silenciosn, recogidn,
avara en detalles nrtísticos.
La ostentación tímida de unas líneas evo·
cadoras del siglo XIII.
Situada deliciosamente en la cresta d e un
pequeño cer:ro, l.l ega.n hasta ella-camino
del cielo-las plegariRs do los pueblos cre-
yentes,-notas terrosas, oscuras-congrega-
dos u sus pies.
Los bosques, los rios, las praderas, el lla-
- 109 --
LAS BELLEZAS DE LA MONTAÑA

no, no saben hablarnos claramente de nues-


tros abuelos. No pueden precisar-aparte de
una revelación filológica importante-una
nota trascendental.
La ermita es la canci6n vetusta de bellas
melodías.
Es un libro-siempre abierto-de alto va-
lor pedagógico.
Lo escribió una generación lejana en pá-
ginas de piedra.
En cada fragmento artístico se esconde la
concreción de un esfuerzo. En cada piedra
labrada, un bravo gesto de cristiano, una
frase de aliento. El conjunto habla de una fe
robusta ...
La honda piedad de la aldea hierve en el
ambiente religioso de la ermita.
El montañés ama las tradiciones, los vie-
jos siglos, la voz de la lejanía.
Y la visión del enigma amado tiene lugar
· en la ermita.
Pero hay algo más que eso.
Preside la ermita una imagen sedente de
-110-
LA ERMITA DE LA MONTARA

María, Ja Virgen de Beolarra, amada inten-


samente por los montañeses.
Los antiguos franquearon su amplia por-
tada en un largo desfile de siglos.
Allí rezaron, y lloraron, y gozaron.
Y los montafloscs ele hoy también rezan y
lloran y gozan santamente a los pies de su
Virgen.
El labriego, doblado por el látigo de un
hregar penoso; el pastor que barrena en si-
lencio los misterios de la natu.raleza; la mu-
jer, la montañesa discreta; los niños ...
La oración íntima brota del cornón, cuan-
do el sol quema las tierras, cuando el rayo
fatídico rasga las nubes, pL·eludiando un con-
cierto funesto de destrucción; cuando hay
penas que tortlmm el alma, cuando hay
sombras que entristecen el hogar.
Y sube la Qración , empujada por suspiros
sinceros, mojada con lágrimas ardorosaR,
hasta el trono de nuestra Virgen.
Ella es más fuerte que el sol, más podero-
sa que el rayo; sabe sonreir a los espiritus
-111-
LAS BELLEZAS DE LA MONTAÑA '!/'

enlutados, es luz que centellea, iluminando


los hogares.
Cuando se doblan las rodillas, y se inclina
la frente, y se abre el coraz6n ante el altar
de Santa María de Beolarra, se van desdo·
blando los pliegues, se van estirando los
frunces, que encogen el alma.
Allí se aprende a luchar y a triunfar.
A luchar contra las tendencias plebeyas
del utilitarismo. A triunfar de las miserias
que siembra en el alma la soberbia.
Y el duelo-duelo de pan y duelo de los
espíritus-clavado en las retinas del alma,
se deshace, como el fantasma de una pe-
sadilla.
Pero no se crea que los montafieses van
siempre a su ermita, alargando la mano del
pordiosero, desgranando la eterna cantinela
de los mendigos profesionales.
¡No! Van a la ermita a presentar a la Vir-
gen la ofrenda espléndida de sus vidas, de
sus haciendas, de su fervor, profundamente
religioso.
Van a abrillantar el culto, a testimoniar
-112-
LA ERMITA DE LA MONTAÑA

su gratitud, a hacer confidencias intimas.


Así fueron también nuestros abuelos.
En la cumbre del cerro de Beolarra se
confunden el amor a la tradición y el amor
a nuestra Virgen, la fe y el honor, como dos
estrofas de un poema divino.

-113-
8
PSICOLOOIA DEL MONTAÑES

e s muy ~omplejo el estudio del mon-


tañés.
A primera vista ofrece caracteres contra-
dictorios, que son más aparentes que reales.
El montañés-como todo hombre-impre·
siona de distinto modo al analizador que de
un vistazo pretende abarcar un temperamen·
to colectivo, y al . obse rvador, que va estu-
diando lentamente las diferentes modalidades
individuales, convergentes en un acorde, o
d.iscrepantes en un conjunto inarmónico.
Para tener una idea cabal del montafiés,
es preciso observar sus características, a lo
largo de sus diversas manifestaciones, en una
constante y honda visión de su espíritu, en
el contacto familiar, intimo, que permite
llegar a conocer plenamente el corazón del
hombre.
Es el montafiés enemigo de encogimientos
-114-
·p S I C O L O G I A D E L MO N T AÑ E S

espirituales, no en el sentido moral y reli-


gioso, sino bajo el aspecto culturai.
El combatir a la aldea, porque no lee pe-
riódicos, es un síntoma de infantilismo im-
bécil.
Una cultura total, universal, no la tiene el
aldeano, ni tampoco el ciudadano, aunque
-sea ateneísta. ¡No está al alcance de cualquier ·
intelectual, más o menos pintoresco!
Si la cultura del ciudadano consiste en una
vasta erudición, en una elevada filosofía, en
un b :1flo de las ciencias y las letras, la cultu-
ra del aldeano consiste-a mi cntender--en
la aplicaciiJn de los modernos procedimien-
tos-si son prácticos-a. su labor, en la adap-
tación a los sistemas más favorables a su ob-
jeto, y-¡sobre todo!-en el logro de un espí-
ritu sano y fuerte, en el vivir honrado, «que
es el secreto del vivir .dichoso », como dijo
un gran poeta, enamorado de la aldea.
Y on esto sentido, que no es dospreoiable;
el montaflés es culto.
Es cierto que la montaña tiene aspectos
ingratos, desviaciones lamentables ...
-115-
TIN LA MONTAÑA ALAVESA
'ti'
Pero eso no es una condición exclusiva, no
es una consecuencia necesaria del medio
montañés ... Son rasgos comunes a los hom-
bres de la montaña, del valle, de la ciudad,
de todas partes ...
¡Son lacras que afean a la humanidad! ¡No
son características denigrantes de la mon-
tafial
En este extremo, se impone sentar la ver-
dad. Y la verdad es que son rarísimos los
ejemplares indeseables en la montaña.
El montañés es brusco, áspero ...
Eso va dentro de todo aldeano.
El trabajo comunica cierto carácter al
hombre.
P arece que las diversas labores en que se
ejercitan los hombres, determinan sus diver-
sos tempernmentos sociales, marcan sus fiso-
nom1as.
El investigador es perseverante, escruta-
dor en sus miradas; le ha edl,lcado su traba-
jo. El minero es sombrío, cefiudo, como su
trabajo. El médico es serio, trascendental,
como su ministerio. El artista es jovial, bo·
-116-
}>$JCOLOGIA DEL MONTAÑES

hernio, como sus cuadros, como sus partitu-


ras. El pedagogo es sugcsti vo, sobrio, como
exige su profesión. El aldeano, el labrador,
·e s brusco, es áspero, como los pajones de las
rastrojeras, como los espinos de los ribazos,
·como su bregar entre los terrones ...

Recojo de un periódico madrileño un pen-


snmiento, que parece escrito para ser estam-
pndo en este lugar.
Un aldeano llega a la Corte, y q•.rnda ad-
mirado, al ver a un caballero, que desmiga
pedacillos de pan, que va esparciendo por el
suelo. Descienden de los árboles los gorrio-
nes, a regalarse con el convite, y a gozar del
·afecto del hombre. Algunos pajarillos subían
a los hombros del caballero, y descendían
por sus brazos con una confianza increible.
La sorpresa del aldeano es enorme. En su
pueblo no ocurre eso. Antes mueren de
hambre los gorriones, que acercarse a un
hombre.
-117-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

Pero halla pronto la explicación a estos.


fenómenos.
- «En los pueblos-dice el aldeano al ciu-
dadano que le acompafia-les tratamos como
a enemigos. e.No han de huirnos? Los nues-
tros muchachos, si los cogen en sus manos~
les atan las patas con bramantes; los zngalo-
nes andan siempre a cantazos con ellos. Y
nosotros, los hombres, cuando en días gri-
ses, de niebla y de frío, se aventuran a bajar
a los corrales para templar sus cuerpecillos
yertos con el vaho que aún conserva el es-
tiércol amontonado en las cuadras y a bus-.
car algún granito de cebada, escarbando,.
acechándoles detrás de las puertas, les desce-
rrajamos un escopetazo y dejamos algunos
tendíos en el montón de fiemo, rehilándoles
las patucas con las ansias de la muerte. &Cómo.
han de ser confiados si no los tratamos con
agrado, como trata a los de aqui ese señor·
que hemos visto? Pues eso mesmo digo yo
que ocurre con nosotros, los pardillos, como.
nos llaman ustedes porque vestimos de sa,
yal pardo. Semos astutos, recelosos, ariscos~
-118-
PSICOLOGIA DEL 1\IONTAÑES

recihimos a los forasteros con desconfianza .. .


pero es que nos tratan como a los gorriones .. .
Si en lugar de maltratarnoH o de engailar-
n.os con caliamones, nos atendieran, como ese
buen seflor cuidaba a los pájaros, quizás de-
jaríamos de ser ariscos, y, como los gorrio-
nes del Retiro, picotearíamos agradecidos
las manos de los que hubiesen esparcido las
migajas, que con cariño, y no a pedradas, se ·
hace confiados a gorriones, y pardillos~.

A pesar de que la vida del montafiés está


trabada en un rincón de mezquino horizón-
te, gusta de asomarse a las cumbres, y con-
templar paisajes de leja nía.
Acaso sea algo suspicaz en sus relaciones.
Cuando el arriero
vende la bota,
o sabe a la pez,
o es que está rota.

Pero esa suspicacia es la que le espolea a


documentarse, a procurarse una mayor ilus-
tración.
-119-
EN LA MONTAÑA ALAVESA ~

De espíritu hondamente meditativo, des-


envuelve sus cálculos en un misterioso y te-
naz silencio, que muchas veces nos sor-
prende.
El montafiés, trabajando en el campo, rara
vez iniciará una conversación.
Se ha de pasar junto a él, y es muy posi-
ble que no salude ni mire al transeunte. Aca-
so es porque no quiere interrumpir su labor
con pláticas, a las que no da importancia.
Acaso es porque no le ha visto. El trabajo
del campo-que apenas exige aplicación
mental-se presta a profundas reflexiones.
En sus tertulias, en sus reuniones, es lo-
cuaz, campechano, humorista, con ribetes de
ironista, sobre todo si se trata do pueblos
próximos, entre los que acaso haya alguna
rivalidad:
Si vas a Melledes,
pan en la alforja lleves;
porque en !gay
no hay,
en Carasta
no se gasta;
- ·1 20-
PSICOLOGIA DEL MONTAÑES

vete a San Miguel,


que allí hay pan y miel.

El honor de su pueblo defienden con todo


entusiasmo.
El honor del pueblo, que muchas veces
vinculan a una partida de bolos o de mus.
Peeo aunque se pierda, apenas queda re-
sentido el honor, porque saben m,uy bien
que «en el pueblo forastero la vaca le acor-
na al buey».
Es el montañés eminentemente creyente.
Y practica con todo fervor la religión.
Mira por la iglesia, como se mira por la
casa de la gran familia, del pueblo. Y así es,
realmente. Colabora en el esplendor del cul-
to. Canta en la misa y en las Vísperas.
Y esta colaboración le autoriza para pre-
sumir de latino.
Recogían patatas dos montafi.eses. Eran
hermosas. No sabían cómo expresar su ex-
traordinario tamafio, y uno de ellos dijo:
-Oye, fíjate; estas salen de profundis ....
Y le contestó el otro:
-Pues estas salen de clamavi...
-121-
EN LA MONTAÑA ALAV E SA

El trabajo excesivo, a que están acostum-


brado~, y que no puede menos de rendirle~,
]es hace comprender las grandes dificulta-
des que hay que vencer para sostener y au-
mentar-si es posible-el caudal familiar.
Y de esta comprensión nace su espíritu
ahorrador.
No son tacafios. Pero si enemigos de los
necios despilfarros.
Saben privarse de lo superfluo, sin ser
mezquinos en lo necesario o conveniente.
Y hacen muy bien.

A por una voy,


dos vengais;
y si venís tres,
no os caigais.

A los no labradores mira el montañés con


algún recelo.
Comprende que quizás han de trabajar más
que él, pero no lo reconocerá. Sería esa una
humillación, que no puede soportar.
-122-
P 81 COL O G l A D E L .MONTA Ñ ES

Zapateros y sastres
y tejedores,
hacen una cuadrilla
de enredadores.

Y cuentan de un zapatero, que ofrecía su


mercancía en la iglesia, a las imágenes que
veía descalzas:
Un zapatero fué a misa,
y no ·sabía rezar;
y andaba por los altares:
«¡Zapatos, a remendar!»
A los facultativos se les tiene cierto res-
peto.
En estos pueblecillos, en todos los cuales
no puede tener residencia el médico, se ven
casos providenciales.
Pero ponen toda su confianza en el médi-
co, a quien llaman con toda urgencia, y en
el potamen de las anaqueler1as farmaceú-
ticas.
Sin embargo, dicen:
Médicos y boticarios
no van a misa mayor,
porque dicen los difuntos:
«Ya viene quien nos mató».
-123-
EN LA MONTAÑA ALAVESA
':rJ<
A quienes peor tratan es a los molineros.
El molino es el trozo de hacienda común,
que con más cariño cuida el montañés. ¡Tan-
tas veces necesit.a de él!
Y eso de que lo administre un extrafío,
que ellos mismos han buscado, da lugar a
sospechas o a observRci.ones muy graves,
deducidas, a voces, de confesiones que atri-
buyen a los mismos molineros, cuando dicen:
Bendigo este saco;
· un celemín te saco;
te vuelvo a bendecir,
te saco otro celemín.
Y si no mirara Dios,
te sacaba otros dos.

No es, pues, extraño que alguna vez haya


oido cantar en la montaña:
l\\olineros, al infierno,
que en el cielo no hay lugar;
¡cuántas veces habréis hecho
la reverencia al costal!

El concepto que se tiene de los molineros,


puede considerarse francamente expuesto en
este dístico:
-124-
PSICOLOGIA DEL MONTAÑES

De molinero cambiarás,
de ladrón no te apartarás.

No hay que olvidar que a los montañeses


lés gusta cultivar la ironía, la ironía flage-
lante, por via de pasatiempo festivo.
No es que haya odios, ni sospechas que
puedan empañar ningún honor.
No debe escarbarse en sus humorismos,
para hallar conceptos ofensivos, que no
existen.
Ama el montafiés entrañablemente a su
montafia.
Ensalza a su tierra, proclamando sus vir-
tudes.
Y si alguno canta las excelencias de la
Rioja, de la que nos separa el muro de Can-
tabria, canta también el montañés, y yo le
acompaño con toda mi alma:
Viva la montaña, viva,
viva el hombre montañés;
que si la montaña muere,
la Rioja muerta es.

-125-
LOS NIÑOS DE LA MONTAÑA

-O ubios como el sol y el oro; morenos,


J~\. de amplias pupilas oscuras; frescos,
como el boscaje riberei10; de líneas delica-
das o vulgares; de cutis estirado, brillante,
o mate; de recia pelambre inculta; alegres,
saltarines, retozones ... son la nota amable y
de~•eada en el vivir austero de la aldea.
Los niños de la montafia tienen algún en-
canto secreto.
A través de sus ropillas de hoJI!.bre-pan-
tal6n largo y larga blusa-a través de sus
gestos, reveladores de una precocidad deli-
ciosa, y de su pose varon.il, sorprendemos en
sus miradas la blancura <lH un alma infantil...
que siempre es encantadora, tanto más en-
cantadora, cuantos mayores sean los esfuer-
zos para aparecer como un hombre.
¡Los nin.os de la montaña!
-126-
LOS NIROS DE LA MONTARA

Yo los veo todos los días en la ribera de


Legurria, o en las acciclentadas pendientes
de Rcbidea, formando animadas tertulias,
cuidando los panes, en los que quieren en-
trar las yeguas que pacen la fresca hierba
de las barbecheras.
Es bello el espectáculo del campo en estas
tardes magníficas de mayo.
Los hombres dirigen las parejas quema-
quinan la tierra.
La mujeres van detrás, sembrando, o es-
cardan en las piezas fronteras; las mozas diB·
tribuyen el estiércol. manejando diestramen-
te el bieldo y el cunacho; las niñas juegan-
divididas en grupos-a la cadena:
Pasar y trespasar en el jubilitero,
pasar y trespasar en el jubilitero real.
Uvas traigo a vender en el jubititero,
uvas traigo a vender en el jubilitero real.

Y los niüos dan fuego a los espinos de los


ribazos, o disparan pcfía,zos a..... doride lle-
guen, o discurren-tumbados a la sombra
acariciadora de los tupidos azkarL·os-algu ·
na travesura de pequeños diablos.
-127-
EN LA 1110NTAÑA ALAVESA

Fumando brigazas, correosas y picantes,


comentan los acontecimientos del pueblo,
comparan unas yeguas - las suyas - con
otras.
Lamentan la ausencia de los buenos ami-
gos, de los simpáticos pastoricos, que cuidan
sus rebaños en la sierra.
Y cantan. Cantan «de renque>, en una isin-
gular oposición por la conquista de la pal-
ma-imaginaria-que se otorga al <cantor
de la voz graciosa »:
Allá va la despedida,
y con esta ya van cuatro;
quédate con Dios, morena,
hasta que vuelva otro rato.

.. queY lueg<;> montarán-a pelo-en las yeguas,


galoparán, seguidas de los muletos, de
las potricas, de los potros.
Más tarde, un largo y monótono cencerreo
les dirá que ha regresado la cabrada.
Hay que amamantar a los cabritillos. Hay
que encerrar en sus cortines a las cabras
agresivas.
Y los nifios-intensamente laboriosos-
-128 _:
.LOS NIÑOS DE LA MONTAÑA

.trajinarán por los corrales, con los párpa-


dos desmayados, con las cabezas abatidas,
sacudiendo la anestesia de sus músculos, y
no confundirán la Verdina con la Mocha.
El estudio del niño montañés tiene aspec-
tos muy interesantes.
¡Qué hermoso y qué elocuente es el con-
traste del niño que llora junto a las faldas de
su madre, y, momentos más tarde, castiga a ·
una pareja de bueyes!
Corre por los prados, trisca por las peñas,
salta y brinca y vuela, persiguiendo a una
yegua arisca.
Grita, como un energúmeno; canta con
sentimiento; silba con arte.
Le entienden las ovejas y las cabras; le co-
nocen las vacas y las yeguas; le d eleita el bra-
mar del toro; azuza a los novillos, para que
se amochen.
Y suefia... Sueña que es ya un mozo. Y que
«les puede~ todos>. Y que su yunta de bue-
yes es la que más vale. Y que la yegua parió
una mula.
Pero, ¿es que no saben que, al otro lado
-129-
9
EN LA MONTAÑA ALAVESA

de Larrea, más allá de Arboro y de Galarza,


hay pueblos y ciudades'?
tNo han sentido alguna vez el estímulo
que empuja a la emigración'?
Dentro de treinta, de cuarenta afios, dirán
lo que hoy dicen sus padres y sus abuelos:
Me dejó aquí tni abuela,
y aquí me encontrará,
cuando vuelva.
Y e.la escuela'?
Los nifios de la montaña-como los nifíos
de todas partes-son poco aficionados a ·1a
escuela.
La disciplina, el orden que reina en la es-
cuela, no se compadece bien con el nervio·
sismo de los niños.
Un pequeño montañés dejó de asistir a la
escuela toda la semana de la Ascensión.
El lunes siguiente tomó todo género de
precauciones. Se lavó la cara; se frotó-al
entrar en la escuela-las narices con la bo-
camanga lustrosa de su blusilla; se estiró, se
mii·6, y se acercó-tembloroso-al pupitre
del señor maestro.
-130-
LOS Nijos DE LA M0NTA~A

Este - perfecto conocedor del tempera-


-mento montafiés-le dirigi6 algunae pregun-
tas acerca de su ausencia en la semana an-
terior.
Y el pobre niño, haciendo-como exordio
·-una bonita colecci6n de muecas, dando
·vueltas a la boina entre sus manos, y miran-
·do con ojos de carnero al buen .maestro, le
-dijo:
Lunes, rogativa;
martes, rogativa;
miércoles, rogatón;
jueves, la Ascensión;
viernes, coció mi madre;
sábado, no pude venir, seilor. ·

-131-
EL DOMINGO EN LA MONTAÑA

'"<""\ omingo.
U Un domingo de luz cegadora, at-
mósfera clara, cielo intensamente azul.
Un cielo reducido, cortado por la cinta se-
micircular de la serranía, como una ori,g inal
capota.
La fuerza ardorosa del sol - triunfador
con Canícula-lucha en las alturas con el
empuje bravío de un cierzo deseado, con-
solador.
Vacila el mercurio del único termómetro.
El domingo en la aldea es un día de quie-
tud absoluta, de reposo bienhechor, día se-
dante y r eparador.
Cantan con más sentimiento los tordos y
las charras en Basa-bidea y Donustebia, y
en los cerezales de Legurria.
No temen sorpresas agresivas.
El ganado pace y rumia en Okalanduia.
-132-
EL DOMINGO EN LA MONTAÑA

Descansa el campo, cubierto con un toldo


<le espigas.
~arece que las casas son ml1s blancas; las
calles, más limpias; el sol, más claro; el am-
biente, más amable.
Terminaron las Vísperas.
Asistió a ellas todo el pueblo .
No sabrán interpretar la belleza de los
·salmos, ni la anagogía de la liturgia católica,
pero saben orar con gran recogimiento,
mientr:1s el sefior cura y Ja élite aldeana-
sentados ante un pesado facistol-van alter··
nando monótonamente en el canto de los
versículos.
Cuan do termina la función religiosa, se
impone el desmembramiento.
Cada individuo tiene asignada su sección.
Silenciosamente--el silencio es la mulet'illa
del aldeano-van saliendo del templo.
Los h~mbres quedan en el pórtico-un
pórtico-observatorio-desde el que se domi-
na un fértil valle, cerrado por la cordillera
<le Cantabria.
La charla es animada· y bulliciosa, rota-
-- 133 -
F;N LA l\ION'l'AÑA ALAVE:SA

a intervalos-por algunos compases de es-


pera, necesarios para reflexionar y poder
dar forma a una observación acertada.
Durante la semana, la incomunicación ha
sido casi absoluta.
El domingo es el día destinado a la tertu-.
lia, a los comentarios, a la exposición y dis-
cusión de proyectos, a la censura y al aplau-
so oficiosos. Las veredas, el molino, la subas-
ta de recursos forestales, el regadío ...
Es el día do las honestas expansiones, de-
1a sincera fraternidad, de la íntima convi-
vencia.
Las mujeres toman otro rumbo. En el Por- .
talico y en la plaza quedaron unas perrillas
y hay que rescatarlas ...
Forman corrillos divertidos y ruidosos,
donde se tira do la oreja-con gran suavi-
dad-al paciente Jorge. El juego obligado.
es el tomate. Circula el caparrón-moneda.
Las mozas y los ·nii1os juegan, cantando,
en las eras.
Caras limpias, bien jaqonadas, redondas, .
fresca'"; pelo brillante y estirado; blusas.
-134-
EL DOMINGO EN LA MONTAÑA

blancas; colorines chillones, la policromia


del vestuario dominguero, a base de percal
y dril.
Juegan al pilocho, al marro, a la mar-
marisola:
Las estrellas y el lucero,
las estrellas y el lucero,
han armado una porfía;
las estrellas, que es de noche,
y el lucero, que es de día.
Chun, la, láa, chun, la, láa ...

Los mozos, en el juego de bolos:


-¡Qué! ¿La echamos?
-¡Hala! ¡Eclrnidelal
-Vriya; de tres, dos, la metá.
Y un mocetón alto, recio, un perfecto zan-
gnrullón de anchas espaldas, coge la bola.
Ante él, la tabla que ha de ir pisando la
bola; más allá, al terminar la tabla, tres bo-
• los: cantón, medio y último, de renque.
Pisa fuerte en la parra, mira al pique, ar-
quea el brazo.
-Va de tira.
-¡Aprétale el gordo! ¡Que te se val
-135-
EN LA MONTAÑA ALAVESA_~·

Y sale la bola, disparada como un pro-


yectil.
-¡Se fué al royo!
-De poco entra en el portal del señor
maistro.
-iBuenot En Madri jugaron cuatro y per·
dieron dos.
Luego va quedando desierto el pueblo.
En cuanto anochece, se retira la gente.
Acaso más tarde, se oye el rasgueo de una
guitarra y una voz á.spera, estridente, que
canta una copla muy jaleada:
No te enamores, mi vida,
de las hijas del alcalde,
que tienen un quita, quita,
quita, que vi~ne mi padre.

-136-
RECUERDOS DE ANTAÑO

.e-< ra el día 28 de agosto de 1566.


Gallardos jinetes-rígidos, atiesa-
dos-sobre hermosas mulas, negras y casta-
fias, 'de gran alzada, bote rojo, buenos ro-
mos, seguros pisos, velas derechas y nncns
redondas, iban llegando a la villa de Mal'-
quiniz clérigos cofrades, do teja monumen-
tal y abarquillada, de amplio manteo de ne:
gro intenso y mate prieto.
Todos se apeaban diestramente en la puer-
ta de la casa que cedió a la cofradía ~el b e-
nefiziado martin martinez de urturi y que
está junto a la fuente principal de la villa,
teniente a la de su sobrino».
Era el día señalado para el ayuntamiento
anual de los cofrades de la «confradía de la
assumpcióh de la gloriosa virgen santa
maria».
Pero en esta ocasión, aparte de las cere-
monias y cultos religiosos de otras veces, se
trataba de algo trascendental.
-137-
EN LA MONTA~A ALAVESA '!/I'

Las mujeres-que no eran admitidas por


confradesas-iban y venían camino de la
fuente, al ver tanta afluencia de clérigos, sin
poder adivinar qué era lo que acontecía.
Los hombres hacían cábalasJ más o menos
aproximadas a la rP-alidad.
De lo que se trataba era de restaurar la
decadente Confradía, vigorizándola con unas
nuevas ordenanzas, inspiradas en los anti-
quísimos estatutos, pero con la adición de
alguna novedad, impuesta por la época.
Asistían todos los cofrades, clérigos y lai-
cos, exceptuados los impedidos por alguna
fuerte razón.
Y fueron aquellos «Jope saez ele saseta,
Diego pérez de urarte, El bachill er Joan
l\Iz. cura de marquiniz, francisco abbad de
marquiniz, Joan Abbad de Ramos, martin
mz. de Marquiniz, El bachiller Joan Ruiz de
Alegria, martin abbad cura de parizuza, vero
abbad de vaxauri, franco. abbad de vaxauri,
J oanes de lagran, cura de urarte, El canonigo
marauri, pero abbad cura de albania, franco.
abbad de marauri, gonzalo abbad de saseta.
' -138' -
RECUERDOS DE ANTAÑO

El cantor de llanos, pero mz. de pedruzo.


pero mz. cura de Quintana, martin abb!ld
cura de orturi, martin frez. cura de ovecuri.
iheronimo cura de lagran, pero abbad cura
de antecha, sancho abbad de saseta, Joan
abbad de viana, Joanes de vallejo, pero
abbad de azpileta, El bachiller uzquiano.
pero abbad· de llanos, migel abbad de axar-
te>, clérigos; y otros, legos.
Presidía el cOanonigo marauri» a los co-
frad es reunidos en una sala espaciosa, sen-
tados en bancos de roble, largos, anchos y
recios.
El presidente, en un corto discurso, hizo
consideraciones piadosas y atinadas, plenas
de belleza y sinceridad.
Los clérigos y los laicos escuchaban reli-
giosamente.
-Todos nós-decía el canónigo-y 9ada
uno de nós ·sabemos cómo cosa cierta sea y
no dubdosa, la muerte ser natural a todos los
hombres <leste mundo, y nenguno poderse
della escapar; y la vida <leste mundo transi-
torio ser ansí como la sombra sobre la tie-
-139-
EN LA MONTAÑA ALAVESA itfi'

rra, que propiamente cuando le paresce es-


tar más fuerte es nenguna cossa y de ser
torna en no ser. El temor de Dios es princi-
pio y comienzo de todo bien, sin falacia al-
guna. Por ende es menester que n6s y cada
uno de n6s que somos ayuntados en esta con-
fradía, seamos prestos por .acrescentar el
servicio de Dios y de la Virgen gloriosa San-
ta María, por corregir y enmendar nuestras
vidas y augmentar la salvación de más almas.
:No tenemos-continuaba--firmeza ni se-
guridad alguna, ni confiamos en este mundo
fallescedero ni en sus cosas, porque somos
en él, como dice la Scriptura, ansí como pere-
grinos y advenedizos y semejantes a la hoja
del árbol arrebatada del viento, y polvo es-
parzitlo y derramado sobre la tierra. 813yen-
do todos concordes en dilección y amor fra-
ternal, ansí como hermanos en Yesucristo,
habemos de procurar remediar acerca de
nuestras vidas, por manera que nuestra fla-
queza sea tolerada y el servicio de Dios sea
augmentado, queriendo ultr6neamente y sin
premia alguna obligarnos a cumplir las con-
- 140 -
RECUERDOS DE ANTAÑO

diciones y ordenanzas desta nuestra confra-


día, respetando siempre y considerando el
buen zelo que nuestros antecesores tuvieron
. en la ordenar e instituir y la grande anti-
güedad della. Y para mayor seguridad, ju-
remos a Dios nuestro Señor de las guardar
y observar cumplidamente».
Y, levantándose todos, juraron, puesta la
mano en el pecho los clérigos, y en la cruz,
los legos.
Inmediatamente, don Joan Martínez de
Lagrán, notario público y apostólico, reque-
rido por los cofrades, remató de su puño y
letra las ordenanzas y cfizo este su sino
acostumbrado a tal, en testimonio de
verdad».
Fueron aprobadas las ordenanzas por el
Obispo de Calahorra y la Calzada, Joan de
Quignones, en la villa de Villoslada, el día
13 de agosto de 1567 .
• De todo ello ya no queda más que ese
viejo legajo, cuyos folios amarillentos, de
ra.sgos borrosos e historiados, he ido sabo-
reando con exquisita delectación.
-141-
COMO LOS TRILLOS ...

©
el agosto.
apito es ya un mozo.
Cumplió los diez y ocho años en

Altas polainas defienden sus piernas de


lns otakas y de los aguines punzadores.
Calza unas enormes botas, de un cuero
áspero y bruto. En las suelas, apretadas hi-
leras de tachuelas.
Una blusilla de dril, un escaparate de re-
miendos y desgarrones.
A la espalda, el zurrón.
En la mano, la cachaba.
La cachaba y el zurrón integran la perso-
nalidad del pastor.
El zurrón es su despensa.
La cachaba, su cetro.
Comienzan a piruetear en su fantasía los
de
f::l.unos reidores, timadores la inocencia.
-143-
C O M O L O S TRILLOS ...
~

Y en su corazón se agitan los primeros


síntomas de la rebeldía.
Sus horas largas de reflexión van acen-
tuando el malestar, que nace en el fondo de
su alma.
Sentado sobre un ribazo, dominando la
ribera risuefia que limita un bello anfitea-
tro , formado por caprichosas y atrevidas re-
voluciones geogónicas, observa Gapito los
movimientos de sus ovejas y de sus carneros.
Rumian o pacen, mordiendo el sabroso
pajón del rastrojo, y la fina hierba de los
· bald1os.
Más abajo, allá, por Atxuriaga, comienzan
a destacarse unas notas claras sobre un fon-
do oscuro.
Van creciendo ... creciendo ...
Es otro rebafio, el rebaño de la Goya, que
se va acercando.
Goya es una muchacha colorada, robusta,
con el velo de la candid ez en sus miradas, y
el sello de la ingenuidad en sus labios.
Sin citarse, se encuentran todos los días.
-144-
COMO L O S. T R I L L O S ..•

Se atraen por un impulso de simpatía mu-


tua, hondamente sentida.
Son víctimas de una misma desgracia. Ni
mío ni otra conocieron a sus padre.;;.
Viven una misma vida, que va girnndo en
el marco 1·educido de la montaña. '
Antes que llegue el sol a los hayales <le
Arrausia, ya está Goya e11 el ribazo ...
Los dos rebaños se mezclan, se confunden,
como miembros conscientes de un mismo
grupo.
---Anda, Gapito, que ya sabes en lo quo
quedemos ...
-Amos, quita. Que, si a mano viene, has
do dir aluego por ahí' neso diciendo que
tal y que cual...
-·-Y eso, ¿qué tié que ver? Pues tú a algu-
no se lo oyerías ...
-Me lo aprendió el señor Tanis en lo <le
Aspia.
-¿Es mucho triste'?
-Por dicho de triste, muchazo, mucha-
zu no es. Verás.
-145-
10
EN LA MONTAÑA ALAVESA

Estiró Goya sobre sus piernas las sayas


remendadas; cruzó sobre ellas las manos,
adoptando una actitud de gran recogimiento.
Gapito, de pie, apoyado por la espalda en
la cachaba y entornando los ojos, comenzó
su romance:

«Trabajaba un pastorcito
remendando su zamarra;
ve pasar a cinco lobos,
y en medio, una loba parda.
La loba, más atrevida,
un cordero se llevaba.
-Loba, deja ese cordero,
que a tí no te debe nada.
Si te chapo mis cachorros,
te dejarán maltratada.
-Yo me como a tus cachorros,
y a ti, si presto no callas.
-Arriba, perro rabón,
arriba, perra barrada.
Hala, que si la pilláis,
la cena teneis ganada,
y si no me la pil!ais,
llevareis con la cachaba.
Siete leguas la corrierron
por una oscura montaña,
-146-
C O M O L O S T R I L L O S ••.

y otras siete la corrieron


por;una tierra muy clara.
Al subir un pechecito,
dando vista a una llanada,
-Ahí teneis vuestro cordero,
limpio y sano, como estaba.
- No queremos el cordero
de tu boca baboseada,
que queremos tu pelleja,
para hacer una zamarra ... »

Gapito quedó mirando a Goya, como quien


:aguarda un elogio,
-Pero, ts' acabao?-pregunt6 Ja pastora,
alzando la cabeza, y bordando un gracioso
mohín.
-Pa mí ya s' acab;10, porque no sé lo en-
demás.
-Pues pa eso ...
-Mira, vae ande el señor Tanis, que lo
sabe t6 raso.
~¡Ande el seiior Tanis!. .. Pero, tno sabes?
-&El qué'?
-Ha entregao la cabrada. Dicen que va a
dir al Hospicio.
-1Pues ya!
__:. 147 -
EN LA MONTAÑA ALAVESA.,
~

-Eso dicen ...


--¿Lo ves'? ¡Si no hay peor oficio que ~l do
pastor!
-Pa contalo.
-Y pa andalo. 1Pobre señor Tanis! ¡Algu-
nos peazos de yesca le tendré daos! ¡Qué hu-
meras echaba!
-¡Y qué plantas!
-Pero ¡mujer! Cuando echas una parrafa-
da, no está bien que digamos que se diga lo
que no se debe; pero por una planta que se
eche sin malicia ... ibueno! Y si a alguno lo
turra ... ¡qué! También turra la guindilla, que
alampa, si es fina, y a tós mos gusta.
-Paece que le defiendes, Gapito ...
-iQue paezga! Me da mucho coraje lo
que oservo. iA esa edá quedarsen solos! ... , Y
el yegüero ha de hacer otro tanto. Dime tú,
Goya, a ver qué chandrío hay en aquella
casa. Amos, dime.
-Pues ya le rondaron lambiot~nes.
- Le rondarían. Pero hoy tiene una mala
correa, y está solo. Lo qu' es a mí, te digo
que .....
-148-
e o l\c o L O S T R l L L O S •••

-A ti t' han de hacer regidor.


-No quiero. Pero tampoco tengo de ser
pastor. Por Jos sanjuanes curpplo. No me ve-
rás más, Goya ... ¡Siempre pastor! Dicen qu'
el difunto mi padre solía decir que los pas-
tores son como los trillos: de jóvenes,'siem-
pre a rastras, y de viejos, al fuego ...
Goya sentía oprimirse su pecho.
AJgo había soñado, y el sueño se disipa-
ba en un momento.
La r evelación del pastor, del buen compa-
ñero, cubrió de sombras el horizonte de un
·porvenir, que la pastora presentía y amaba
on secreto.
Por sus mejillas, intensamente rosadas,
rodaron dos bellas lágrimas ...

-1'.'19-
iCUANDO NOS VOLVEREMOS A VERr

e 1 tío Manolico y la tía Tomasica eran


dos tíos menudos, acartonados.
Más de cuarenta aflos hacía que se habían
casado, y jamás entró de puertas adentro
-en la miserable casucha, donde se iban
apergaminando-la más ligera sombra que.
oscureciese la felicidad conyugal.
Los hijos emigraron a la Argentina.
Y todos los años-por Navidad-enviaban
a los ancianitos un cariñoso recuerdo, rebo-
zado en agradables aguinaldos.
Mutuamente se ayudaban, mutuamente se.
consolaban, y juntitos. «bien aunidos~, reza-
ban-al anochecer-el rosario, y la oración
d~ las cinco llagP..s, y la del Santo Sudario, y
la de Santa Polonia, sentados a izquierda y
derecha del fogón, d!:mcle ardían débilmente-
rlos tizonicos, menudos y arrugados, como
ellos.

-150-
jCUANDO NOS VOLVEREMOS A VER!

Era la época en que se atravesaba en la


montana una difícil crisis económica.
J?ur:rnte la guerra civil, perdieron el ga-
nado-la riqueza de la montafia-y no les
quedó ni la yunta de bueyes.
-No te paece, Manuel, que dejemos la
labranza'?
-&Ahora me sales con eso'?
- Ya hace tiempo que ando dándolo
vueltas...
-Y &qué vida va a ser la nuestra, pobre
mujer'?
-iOña! Pues, chico, pa andar tó el día raso
con el zadón en la mano, que ni tiempo pa
comer nos queda, y a fin de año ... San Silves-
tre, mejor nos tenía carbonear, como hacen
otros, que me paece a mí que no les va mal.
-Pues no te falta razón, Tomasa. Hablas
bien.
-Mira, que si haríamos unos cuartos,
Manuel ...
-Pues la del otro: cuartillicos y rosarios.
-Hay que ver que nos vamos hiciendo
viejos. Tú me llevas dos afios, pero, pal caso,
-151-
EN LA MONTAÑA ALAVESA <'

igual tiene. Aún tienes correa pa dir a la


sierra y hacer carb6n. Ya lo tengo de llevar
yo a Vitoria.
-iSí! ¡A arricotes!
-No, tonto. En la yegua de la señá Con-
suelo, que es segura y navega mucho. Le
damos uno o medio, y podemos dir tirando.
--&Sabes, Tomasa, que no me paece del
todo mal'?

Y el pobre tío Manolico bnjaba de Larrea


todos los días-ya de noche-trayendo so-
bre los hombres doblados dos costalicos de
carbón.
Y a la mañana siguiente, a las tres o tres
y media, se levantaban, aparejaban la ye.-
gua de la señá Consuelo, y cargaban el
carb6n.
Tirando del ramal, acompaüaba a la tía
Tomasica su marido, hasta la fuente de Rc-
bidea.
-Te traes una otana y un tiracol, no te
-152-
icuANDO NOS VOJ~VEH.EMOS A VER!

vayas a quedar plantá en mitá de la sierra,


como est' otro día.
-Y aún me quedarán cuatro reales.
-!Qué bien marchamos! ¿Lo ves, Tomasa'?
-Gracias a las monjitas ...
--La verdá es que nos pagan mucho bien.
Hemos de llevarles estas Pascuas un celemi n
de nueces del nogal de Legurria, por c· l
-Hcuerdo de los escapularios ...

\. Llegaban a la fuente de Rebidea.


¿Iba a terminar el suave idilio de los an-
cianitos'? Se detenían. Se miraban.
-¡Vaya!-decía el tío Manolico.-¡Adi6s,
Tomasa!
-¡Adiós, Manuel! ¡Cuándo nos volveremos
a ver!
-:Ea! Que ya te tengo de acompañar otro
ratico, mujer.
Y volvían a caminar, silenciosos, por la
pendiente de Rebidea arriba, envueltos en
la oscuridad, y pisando la escarcha.
Subían hasta «el corral .del cantero».
-153-
EN LA MONTA~A ALAVESA ';1'

-1Vaya! Que se va hiciendo mucho tarde.


¡Adiós, Tomasa!
-!Adiós, Manuel!... ¡Cuándo nos volvere-
mos a ver! ...
-IPues ya! Mejor será que subamos otro
ratico ...
El dolor de la separación-una separación
de doce horas-entristecía los dos corazones.
La emoción que ponía en sus palabras la
tía Tomasica llegaba hasta el alma a su
marido.
¡Nunca habían estado alejados el uno de
la otra tantas horas!
Juntos laborearon en las piezns, juntos
«pascuaron > con sus parientes, juntos traba·
jaron en la era.
Ya estaban en Garapeta.
!zarza, a la derecha. Okina, a la izquierda.
Enfrente, lejos, detrás de un cordón ñe mon-
tañas, Vitoria, con el temblor de sus luces.
-Mira, Tomasa, ya apunta la luz por el
solano. Tendré que volverme, que aguanta
mucho el dia ... !Adiós, Tomasa!
-154-
iCUANDO NOS VOLVEREMOS A VER!

-!Adiós, Manuel!. .. ¡Cuándo nos volvere-


mos a ver!
· Y se despedían, mirándose.
La tía Tomasica volvía la cabeza.
Lo mismo hacia el tío .Manolico.
Poro ... ¡Ya no se veían!. ..
Y esto, un día, y otro, y otro~ ..

Un día de nieve regresaba-a la tardecica


-de Vitoria la tía Tomasica.
Al llegar a Galarza, dil5 un grito, que es-
pantó a la yegua.
Era sangre ... sangre sobre la nieve.
Un rloloroso presentimiento encogía su
corazón.
¿De quién había de ser aquella sangre,
sino de su pobre M:molico?
Siguiendo las huellas abiertas en la nieve,
continuó hacia su cas~.
Al bajar por Rebidea, oyó que las campa-
nas doblaban a muerto.
Y se encontró con unos vecinos, que co-
menzaron a decirle cosas insustanciales,
atropellándose, tartamudeando, y sin apar-
- 155 -
EN LA MONTAÑA ALAVESA

tar la vista de los ojillos llorosos de la tía


Tomasica.
Pronto le dieron la horrible noticia.
El lobo, que vino huyendo de Urbasa, sor-
prendió al tío Manolico en plena sierra.
Y se cebó su boca sanguinaria en :iquella
armazón, revestida por una piel rugosa y
seca.
Arriba · estaba el cadáver ensangrentado.
Las manos,-duras, frías, blancas-sobre
el pecho, unidas las palmas y atadas a la
m.m"i.eca con una cinta azul. Sobre la cinta,
un rosario. A los pies, la Bula de la Santa
Cruzada.
Entró, resignada, la tía Tomasica, y ¡;e sen-
tó a la cabecera del muerto, y estuvo rezan-
do ... rezando ...
Y, al quedar sola un momento, agarró las
manos del difunto tío Manolico, y clavando
sus ojos en los ojos entornados del muerto,
como si quisiera absorverlos, dijo, sollo-
zando:
-iAy, Manuel, Manuel! ¡Pronto nos vol-
veremos a ver! ...
-156 -
LOS ALEGA TOS DEL TIO BORRASCA

71·álgame! Y iqué ardura pa' dir a la


Y pieza un día como hoy!. ..
Decía la tía Gaspara, una montañesa fi~
brosa, de ojillos ribeteados y lengua suelta;
una de esas pobres mujeres, a quienes lleva
a « juncirse ~ el garbo flamenco de un hom-
bro, como Borrasca, el mejor tirador de bo-
los en sus buenos tiempos, el más hábil «ta-
fii sta» del contorno, el mozo más jaque, más
bravo, más forzudo de la aldea.
Ya las cosas habían cambiado.
De todos esos ornatos, no quedaban al tío
Borrasca más que sn gran esponja y un hu-
mor endiablado, cuando trabajaba a seco.
-Pero, mira, Gaspara. Mira al cierzo, y
dime si es cosa de salir, con la tocata que va
a venir ...
-Qué tocatas, ni qué procesiones! Lo que
hay es que tú has visto a Chirola con dos
-157-
EN LA MONTA ~A A LA V ES A

pellejos, y eso es lo que a tí te trae a mal


andar.
-Que tras de un día viene otro df a,
mujer...
-¡Sí! Y en juntándose el hambre con las
ganas de comer...
-Escúchame, Gaspara ...
-JChiflos!
-&Sí'? ¡Mira que a razones no me has de
ganar! ...
-Vete a la pieza, y déjate de razones y
de coplas.
-Oyeme, si quieres ...
-Es que no quiero.
-Pues, óyeme, aunque no quieras. Cuan-
do trajimos la otra cántara, y no me dejarás ·
mentir, no me diste un día de sosiego. Que
era muy caro, que era muy agrio ... Y era
vino de Elvillar!
El vino de Elvillar,
beber y callar.

Pues déjame que ahora lo pruebe, y vea


si nos conviene quedarnos con un pedazo .
. -158-
LOS ALEGATOS DEL TIO BORRASCA

Me se afigura a mi que este vinillo tiene otra


gracia ... Y ya sabes también que es vino
nuevo, y
por San Andrés,
el vino nuevo
ai1ejo es.

Y comenzó a bajar las escaleras.


-¡Pero, qué hígados, Virgen! Por algo te
llaman y te llamarán Borrasca, marido sin
entrañas.
-¡Gaspara! JQue me ofendes en el nombre
de pila!-dijo el tio Borrasca, deteniéndose
y fulminando con sus miradas una seria
amenaza.
-Pero si tú no puedes estar bien bautizao,
pa que vengas hablando de pilas... A tí te
bautizó la comadrona con vino.
-i¡Gaspara!l-rugi6 el marido, próximo a
estallar.
-¡Vaya usté· a la gloria!
-Cuando en mi casa
me hablan de usté,
bajo las escaleras
de tres en tres.
-159-
EN LA MONTAÑA ALAVESA~

Y entró-como una exhalación- en la


taberna.
¡Qué sabroso, qué espumoso, que saltarín,
el vino que trajo Chirola!
--Dos pellejos! ...-decía eltío Borrasca.-
Doscientos, como este, se ferian en un verbo.
Y no es porque estés tú delante. A esta se lo
tellgo dicho más de una vez. Yo no sé qué
gracia tenéis vosotros pa posar el vino, pa
clarificarlo. Porque tienes ahí el vino de
Nabarra, que es una cosa tosca, áspera, que
te da p' atrás el beberlo ...
Comenzaba a trabársele la lengua.
Tenían sus ojos esa vaga inexpresión, pre-
cursora de la embriaguez, esa mirada de los
que piensan en algo, sin darse cuenta de que
están pensando.
No dejaba de hablar, con ese interé~ que
tienen los borrachos en aparentar una luci-
dez que no poseen, sin conseguir otra cosa
que denunciar su estado, resbalando en unas
sílabas y atascándose en otras.
Sentado en un banquito de roble, ante un
-160-
LOS A LE G A T O S DE L T I O 13 O R R A S C A

gran escriI'ío colocado boca abajo, iba va-


ciando varias jarras de media azumbre.
-Echa otro cuartillico ...
:-Pero, hombre, por Dios-observaba la
tabernera.
-Amos, tira, que
igual tiene un amén,
que cién.

· Escuchaba Chirola, complacido.


Cada vinje a la aldea suponía para él una ·
porción de reales.
1Cómo gozaba el simpático arriero, oyendo
las cosas del tío Borrasca!
Este fué sacristán en algún tiempo. Y lqné
voz tenía! Y ¡cómo cantaba ."la Magnífica de
noma! >
Cobl'ó cierta afición al latín, y no desper-
diciaba ocasión-o las buscaba-de lucir sus
conocimientos, que asombraban a los aldea-
nos, cuando no les hacía reir.
Sacó del bolsillo un zoquetico de pan mo-
reno, y lo introdujo en la jarra.
-&A que no sabéis c6mo se llama en latín
ese corrusquico do pan?-preguntó, adivi-
- 161 -
11
EN LA MONTAÑA ALAVESA

nando la ignorancia de Chirola y de la ta-


bernera, y comentándola con una mueca de
compasión.
-¡Qué cosas tienes!-dijo la mujer.
-Es mucho largo, pero lo vais a ver:
Partícula panis
in bolsillo servata,
in taberna sacata,
ad echandum cuartillum,
máxime accomodata.

-iJ esús, que letanía!


-Eso, pa que vengais di ciendo que uno ya
no vale pa ná ... Echa otro cuartillico ...
La tabernera, que estimaba a su clientela,
sufría, cuando algún vecino doblaba el codo
más de lo con-.eniente.
El tío Borrasca era un caso incurable.
No valían rs.zones, consideraciones amis-
tosas, indirectas punzantes, ni una franca
oposición.
De no empezar . a golpes con él, nada se
podía lograr.
<El que está de Dios que muera a oscuras
-162-
J,OS ALEGATO S DEL TIO BORRASCA

-solía deeir-así morirá, aunque su padre


sea cerero»,
Llegó a casa, tambaleándose. Besó losado-
quin es más de una vez. Parecía que había
crecido su le.ngna. Era pequefia la boca, para
poder moverla libremente.
Babeando un montón de tonterías, se me-
tió en la cama.
Y, a la mañana siguiente, tosiendo como
un condenado, pidiendo agua a gritos, de-
sazonado y febril, saludó a la pacientísima
Gaspara, diciendo:
-Noches alegres,
mañanas tristes,
lobo del alma,
¿dónde te fuistes?

-163-
<-

ORILLO, AFORTUNADO

e ra Grillo un malandrín sin enmienda>


__.... una feria de guiüapos, un costal do
verdugones, un hijo pródigo, a quien gusta-
ron las bellotas.
Saltimbanqui de todos los aprendizajes,.
. tomó en serio el problema de la vida.
Ponderando en el recogi1niento de la ta-
berna-ante una jarra de peleón, mellada y
sin asa-lo caduco de las cosas terrenas, lo
deleznable de las riquezas, la bellaquería de
los esfuerzos humanos por lograr un bien-
estar que luego se desbarata ... resolvió ha-
cer frente a Ja vida, sin trabajar.
Un trago do cuartillo selló y refrendó el
acuerdo.
Explotó todas las desgracias, agotó todos
los recursos que le ofreció su ingenioso, fe-
cundo y endiablado caletre.
-164-
'GRCLLO, A F O R T U N A D O

Fué cojo, manco, ciego, tullido, en las


puertas de todas las iglesias.
Luch6 en todae las guerras, corri6 todos
lbs pueblos, sufrió todas las calamidades.
Su última y definitiva postura fué la de un
I

vulgar mendigo, que va alargando la mano


de puerta en puerta, ladrado por todos los
perros, burlado de todos los chicos, entrega- .
·do a todos los diablos; recogiendo zoquetes
_y céntimos, para ir luego a una taberna-su
r efugio sempiterno- ~ beber media>, mordis·
·quear un mendrugo, y dormir en el pajar.

Hacía ya algunos días que se veía a Grillo


muy pensativo y turbado.
Las taberneras-confidentes de Grillo-se
devanaban los sesos, y tiraban del anzuelo-
bien cebado-sin conseguir que cantara.
y una mañana dosapareci6 de la zona, en
·que ejercía su pro(esión.
Carretera adel:\nte - o culebreando por
senderos tortuosos-saltando·matos, pisando
-165-
EN LA ll:lONTAÑA ALAVESA
~~

espinos, iba Grillo, camino de parajes igno-


rados.
¿Le había hastiado aquella vida de bohe-
mio'? ¿Pretendia redimirse de una vez'? ¿Bus~
caba la olla de algún asilo'? ¿Se iba a tirar
al mar'?
Grillo corría, corría, sin mirar atrás, arras-
trando los pingos de su terno astroso, pei-
nando con sus dedos largos la cabellera en-
maraflada, mientras bailaban en sus labios
cantidades fabulosas ...

Un monarca de países lejanos perdió su


anillo más preciado, el ar.illo de un valor
incalculable, el que estimaba más que todos
los tesoros de su reino.
Invitó-mediante el ofrecimiento de una
suma crecidísima-a los adivinos, brujos y
agoreros del mundo entero, para que apli-.
casen su ciencia a la tarea de dar con la joya
perdida.
Llegó la noticia a Grillo, y-ni corto ni
perezoso-se dispuso a probar fortuna.
-166-
GHILLO AFORTUNADO

Ante la escalinata de mánnol del Palacio


Real, discurría Grillo, rascándose la oreja:
-Total... ¡bueno! Acaso no sea del todo
·decoroso, pero no es cosa de pararse en me-
lindres. Son novecientos mil reales los que
se me plantan delante de las nárices. Y
&quién me asegura que no he de ser yo el
que tropiece con esa tontería de anillo'?
Y estiraba el cuello, mirando a todos lados.
Y continuaba:
-Y, aunque así no fuese, ¿quién me quita
de comer durante tres días al estilo de los
reyes? ¡Cuándo te verás en otra! ¿Que no doy .
con el secreto, y me matan como a un sapo?
En tre morir en un hospital o morir en un
palacio, opto por el palacio. ¡Lánzate, Grillo!
¡Y se lanzó!
Paseaba nerviosamente el rey en la am-
pli:l. terraza· de su palacio, cuando le presen-
taron a Grillo.
El monarca no pudo disimular su sorpre-
sa ante la pretensión de aquel andrajoso,
que así se acercaba a su real presencia.
-Pero ... &tú... '?
-167-
~~N LA MONTAÑA ALAVESA

-¡Señor!--le interrumpió Grillo, h ablan-


do con pomposa solenmnidad.-Yo desen-
tierro lo que está oculto una legua bnjo tie-
rra, y juego todas las noches con las estre-
llas. No me pregunteis quien soy.
-Pero ese aspecto ...
·-iAh! Mi ropón constelado, salpicado de
lagartijas y triángulos, está sObre el ara de
mi templo. Aquí lo hubiese profanado ... Hoy
vengo a pedir ... a pedir al misterio vuestro
aniJlo. Y vengo vestido al modo de los po-
b1:es, que mendigan en los pórticos de mi
templo indio.
-¡Oh! 1Sois un fakir disfrazado! Os han
conocido mis mastines dálmatas. Y os han
respetado.
-No sabreis quien soy. No os importa sa-
berlo. Introducidme en vuestro palacio, que
veo asomar a la estrella do mis altares, sa-
cudiendo su melena de oro ...

Fué conducido Grillo a un espléndido sa-


-168-
URILLO, A F O R T U N A D O

16n, fantásticamente decorado, un museo de


pieles y tapices raros.
Estuvo tentado de guardarse algo, pero
venció a la tentación.
Había muchos metros desde la ventana al
jardín, y abajo rondaban los temibles' mas-
tines.
Se moría de hambt·e ... Pero se deleitaba
·e n expectación de los tres magníficos días,
que le aguardaban.
Su conversación con el rey le había . en -
g reído.
Paseaba, como un príncipe, en el salón.
Un olorcillo suavo cosquilleó su olfato,
corriendo a saludar a aquel estómago desfa-
ll ecido.
Entró un criado, portador de sabrosas
viandas.
Meditaba Grillo en los tres días de regios
banquetes, cuando le di strajo el servidor.
-¡Bendito sea San Bruno!,
que ya he visto uno,
exclam1, sentándosf.I ante la mesa, llena de
manjares exquisitos.
-169-
EN LA MONTAÑA ALAVESA
'ti'
El criado estuvo a punto de rodar por el
suelo.
Pálido de espanto, saltándosele los ojos,
salió del salón, dirigiéndose hacia dos de sus
bompañeros de servicio.
-¡Por los cuernos de todas las cabras! ]!fo
parece que estamos perdidos.
Les dijo lo que Grillo dejó traslucir en su
exclamación, y acordaron que al día siguien-
te le sirviese otro de la terna.
Efectivamente. Se presentó otro de los
criados, cuando Grillo saboreaba el fe~tín
que se le preparaba para el segundo día.
-¡Bendito sea Dios!,
que ya he visto dos,

dijo, acariciando su barbilla puntiaguda, y


sin fijarse en el criado, que corrió, dispara-
do, a confirmar lo que su compañero sospe-
chaba.
-No hay que. apurarse-les dijo el terce-
ro de los criados.-Iré yo mafiana, y veré si
realmente ha descubierto el robo. Acaso no
hayais oido bien.
-170-
GRILLO, AFORTUNADO

Sirvióle la comida al día siguiente, y, al


verle Grillo, agradecido a la esplendidez d el
rey, bendijo el tercer día de palacio, di-
ciendo:
- ¡Bendito sea San Andrés!,
que ya he visto los tres.

- ¡Por lo que usted más quiera, mngo ce-


lesti all-suplicó el criado, llorando y arro-
dillándoi:;e ante Grillo.-Nos ha descubier to,
pero no nos delate. El castigo sería espan-
toso .....
Grillo, que había creído tener del ante a
un pobre loco, se dió cuenta de lo que ocu-
rría , y adoptando un aire de protector deci-
dido, sin poder disimular su loca alegría,
le dijo:
-Bien, muy bien. Me agrada tu sinceri-
dad. Los tres criados habéis robado el
anillo ...
-Los tres, señor, pero yo ...
-Nada, nada. Y e.dónde está1
-Lo hemos guardado.
-Pues lo necesito inmediatamente.
-17L-
EN LA MONTAÑA ALAVESA~

-Nos denunciaréis'?
-No tengais miedo. Os salvaré.
---Y tqué vais a responder cuando os pre-
gunten .. .?
-Ahora mismo vas a traer el anillo; lo
metes, como puedas, en el papo de aquel
pato amarillo que picotea en el jardín, y
nada más.

Toda la corte rodeaba a los reyes, que se


sentaban en sus magníficos tronos.
Habían transcurrido los tres días, y los
adivinos tenían que rendir cuentas.
Varios habían fracasado, cuando se pre-
sentó Gl'illo, orgulloso de sus harapos, le-
vantando cuidadosamente los guifiapos col-
gantes, orondo de satisfacción.
Miraba a todos de potencia a potencia.
Estuvo a punto de besar el suelo, por ha-
ber tropezado en una alfombra rarísima,
felpuda y polícroma.
El rey, clavando en él una mirada inves·
-172-
GRILLO, AFORTUNADO

tigadora e inquieta, le preguntó con gran


solemni1 ld:
-¿Dónde está el anillo?
- En el papo del pato amarillo,

respondió Grillo, con la segurida~ de un


brujo auténtico.
Corrió por el salón un murmullo de in-
credulidad.
Insistió Grillo. Se decapitó al pato. Se en-
contró el anillo.
Cobró el truhán los novecientos mil rea-
les, y colorín, colorao....

-173-
YO, TRES, Y TU, DOS ...

e alixto defendió siempre, en las tertu-


lias de los mozos de cuadrilla, la
supremacía del hombre en el hogar.
-A mi me r~vientan las mujeres dominan-
tas-decía, mientras jugaban al mus en la
taberna.-Igual tiene que sea una o que sea
otra... Tres envido.
-Quiero, y paso a chica... Pero no hagas
caso, tú, Calixto, quo otro tanto te ha de
ocurrir a tí... Pares, no. Que al más majo se
la pegan, hombre .. .
-Llevo parejas ... ¡Caso en diez colorao! ...
Est' otro día bajemos a Vitoria, y hablemos ...
Ello será pronto, y malo ha de ser que no
podais hacer de bueno lo que tantas veces
sos teugo dicho.

Y el día de la boda, tuvo Calixto una idea


peregrina.
-174-
YO, TRES, Y TU, DOS . • .

Ante todos los in vitados, presentó unos


pantafone s a la Mamerta, su mujer, di-
ciéndole:
. -iMamerta! Toma, ponte eso .. .
-Pero, chico, tú estas malo .. .
-Que te pongas eso, si quieres. Hoy es el
único día que te dejo llevar los pantalones
de la casa.

Ingeniosa y aleccionadora fué su ocmren-


cia, pero no tuvo eficacia alguna.
Cunnclo una mujer observa en su marido
un afán decidido-improcedente, muchas ve-
ces-por conservai· su puesto, que no se le
discute, es euando ve resentida su dignidad;
y la que antes era compañera dócil y ama·
ble, se torna en rival temible, con gran que-
brnnto de la felicidad del hogar.
Transcurrjeron lindamente los primeros
meses.
Pero pronto comenzó a advertirse una
sorda lucha por la conquista del poder do·
méstico.
-175-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

Calixto razonaba, adornando sus discur-


sos con una mímica ateneísta.
Mamerta lloraba, gritaba, pateaba.
Aquel cedía. Esta galleaba.

Meditando un día Calixto, mientras dis-


tributa el pienso al ganado, se decidió a no
transigir.
-¡Vaya!-se dijo-Esto ha terminado. De
aquí ya no paso.
Precisamente aquel día no había en casa
más que cinco huevos.
Se sentaron a la mesa.
Mamerta puso en un plato los cinco hue-
vos, fritos.
-Hay cinco-dijo gravemente Calixto.-
&Te parece que coma yo tres?
-iQué majo! 1No, no! Y0, tres, y tú, dos ....
Un mom ento de silencio.
El marido se movía, inquieto. Una tempes-
tad espantosa se desencadenaba en su cabe-
za, al parecer.
La mujer no apartaba la vista del plato.
-176-
YO, TRES, Y TU, DOS •••

-1Por vida de San Juan de Luz! .•... Pero,


tno comprendes, Mamerta, que yo llevo el
rigor del trabajo, y que me toca comer más'?
.-Y yo tengo que criar y que trabajar.
Además, las mujeres semos más débiles. Yo,
tres, y tú, dos ...
-INo; yo, tres, y ...
-1No quiero nada!
-¡Pues no quieras!
-¡Y me pongo mala!
-¡Que te pongas! Yo, tres, y tú, dos ...

Mamerta salió de la cocina y marchó al


dormitorio, metiéndose en la cama.
En ~ eguida se presentó alli su mnrido.
-iAy, Calixto! ¡Que estoy mucho mala!. ..
Que venga el señor cura, Calixto, por Dios,
que venga ... .
- Pero, muj er, no seas testaruda. Atiende
a razones ... &No te parece que yo... '?
. -¡Que no quiero!
Se oyó un toque de campana. Algún dia-
- 177 -
12
EN LA MONTA~A ALAVESA

blo andaba por medio. Los vecinos llegaban,


alarmados.
-Mira, Mamerta-decía Calixto, acercán-
dose al oido de su terca mujer.-Que te van
a llevar al camposanto ... Que si tú te empe-
ñas en morirte, yo voy a seguir la broma, y ...
-No me importa ... Yo, tres, y ...
-Pues no ha de ser lo que tú digas,
¡contra!

Camino del cementerio, se hablan con los


ojos marido y muj er .
Ya están ante el foso.
Calixto se arrodilla, y permanece discu-
tiendo-en voz bajísima-con Mamerta.
Está abierto ol hoyo. La caja, en el mismo
borde, sobre dos cuerdas.
Quedan los cnatro conductores y el ente-
rrador.
Este, a pesar de estar acostumbrado a los
dramas del cementerio, se emociona, y dice:
-¡Pobre Calixto! No creí que quisiese tan-
to a su mujer. ¡y lo que decía la gente!
1Pa que te fies! ...
-178-
YO, TRES, Y TU, DOS •.•

Habla el matrimonio:
-¡Mamerta! Mira el hoyo. ¡Míralo! Que no
-va do broma. Que te onterrnmos ... Dí que yo,
tres ....
-¡No! ¡Aunque me entiel'ren!
- ¡Oña! - grita el marido, levantándose
·como una furia, con gran espanto de los que
.alli estaban.-¡C6mete Jos cinco!
No es posible describir el susto de los con- ·
ductores y del enterrador, cuando vieron
que-al conjuro del marido--se levanta la
difunta, dispuesta, sin duda, a devorarlos.....
Galoparon, sin atreverse a mirar hacia
.atrás.
No sé si Mamerta se comió los cinco hue-
vos, o se sintió espléndida ...

.,..-- 179 -:--


iVAYA UN PISITO, MI AMIGO(!

'\d. ebastián, el mocet6n forzudo, de tos-·


.P cas facciones, de cejas grandes y ce-
rradas, de ceflo arrugado, ·de enormes ma-
nazas enguantadas de barro, planeó a su pa-
dre la cuestión, con la elocuencia de un toro:-
bramando y embistiendo.
-Le he dicho que me marcho. Ya no.
aguan to más.
-Pero, hijo, &qué tienes que aguantar?
-Lo sé muy bien.
-Pues tu dirás.
-De sobra lo sabe usté. Dende que vino a,
casa mi cufiao, ya veo la marcha que lleva,
esto.
-La de siempre.. .
-¡N6! Yo trabajo .. .
-¡Para tí!
-iPal diablo!
-.Mira lo que dices, Sebastián.
-180-
;¡vAYA UN PISITO, MI AMIGO!

-No tengo que mirar nada. Lo que hago


·es marcharme, y hemos terminao.
¡y terminaron!

Llegó Sebastián a Barcelona, como uno de


-tantos braceros, y mendigando a las puertas
·de las fábricas, logró colocarse, como peón,
-en una de ellas.
Los primeros cuartos que ganó, fueron a
parar a una mercería, donde compró una
·corbata. Luego visitó una zapatería, y allí,
por veinte pesetas, se hizo con unos zapatos,
-que querían ser elegantes.
Se dejó crecer el pelo, y paseaba los do·
-mingos por las Ramblas, con ínfulas de de-
legado del Soviet ruso, afeitado.
Tenía todos los rasgos de un comunista
.;analfabeto.
Al cabo de algún tiempo, quiso dar una
vueltecita por su pueblo, para eclipsar, con
'el lustre de su fachenda ciudadana, la cultu-
..ra mate de la aldea.
Era un domingo .
. -181 -
EN L.A MONTAÑA ALAVESA

No se veía un alma por la calle.


Al poco rato, vió que la gente-todo el
pueblo-salía de la iglesia.
Se dirigió al grupo de los mozos, estre-
chando las manos de sus amigos, sonriente y
fanfarrón.
- Ya creí que os había dado a todos pol'
emigrar.
-¡Cá, hombre! A nosotros no nos amiten
por ahí.
-¿Qué hacer, hombre1 Claro es que hay-
qne saber presentarse ...
-Pero, bueno; en estando aquí bien, bue--
na gana de ...
-Sí, _pero..... ¡oh! ¡Si vieseis aquellol ....
L

¡Aquello es un pueblo, y no esta porquería!


Los mozos se miraron.
Y continuó el peón, arreglando su corba-
ta de 0'60:
-Asfalto en las aceras y en las calles; y
¡unos cafesesl Pero, &Jquí'? ¡Vaya un pisito,
mi amigo! Me he puesto los zapatos, que si
me ven en Barcelona, no me conocen. Y se·
guramente, aquí no habrá betún ...
-182-
!VAYA UN PISITO, MI AMIGO!

-Betún ... betún ... El señor cura, malo será


que no lo tenga ...
-!Ay, no! Antes me daba con cal viva.
·-Pues, &y eso?
-Dejaime de curas. He aprendido mucho ...
-¡Hola!
-Sí, mucho. Y lo que me queda.
-Eso me se hace amí...
-Por do pronto, allí, en Barcelona, eso do
ir a misa, es un cuento. Y &confesarse?...
· -¡Otro cuento!
-Tú lo has dicho.
-Y &no has tenido reparo en venir por
aquí, sabiendo que nosotros oyemos misa y
nos confesarnos?
- Cada uno es cada uno.
-!Caramba! Pero, ¿tampoco sabías como
.estaba el pisito'?
-¡Vaya un pisito, mi amigo! Si estuviesen
aquí mis amigos de Barcelona ...
-¿Los que no se confiesan? Pues, chico;
los que no se confiesan son los que nos lo
estropean ...

-183-
· EN LA MONTAÑA ALAVESA

Han pasado tres años.


Sebastián continuó ~iendo en Barcelona
tan animal, como en su pueblo. Un animal,
con corbata y pelo largo.
Hubo una huelga, y algún disparate haría
Sebastián, que tuvo que salir de allí, como
un rayo.
EL hambre, la miseria, le arrastraron a su
pueblo.
Por una especial recomendación del señor
cura, se le admitió para pastor de las cabras.
Todo su lustre ciudadano había desapare-
cido. Era un hampón de aldea.
Al dia siguiente de haber tomado posesión
de su cargo, iba al monte, siguiendo al ga-
nado, metiéndose en los charcos, y emba-
rrándose hasta Jas rodillas.
A la salida del pueblo, se encontró con
uno de sus amigos.
Su saludo al nuevo pastor fué este:
-!Vaya un pisito, r.1i amigo!
El puhre Sebastián siguió cuesta arriba,
mirando a sus alpargatas, abiertas y moja-
das, que parecían reirse del fanfarrón ...
-184-
LA VENGANZA DE PACHO

.r nsigne trapisondista ~ agudo en sus


iniciativas, fecundo en sus diablu-
ras, era Pacho el · alma do todas las conspi-
racion es de su pandilla, de las que había de ·
resultar una víctima descalabrada.
Se le temía como a un ciclón.
En sus ojillos vivos, que parecían querer
saltar de las órbitas, estaba fielmente retra-
tada su alma inquieta.
Cuando parpadeaba fuertem ente, parecía
que de sus ojos queda salir la revelación de
algu nn travesura en proyecto.
Pacho fué quien - con ::isombro de las
gentes-estuvo de charla con la estatua de
• Mateo de Moraza, levantada frente a la Di-
putnción . .
El fué quien convenció al secretario de un
.ayuntamiento vecino de que andaba por los
.a lrededores del pueblo un oso blanco, y ·le
-185-
EN LA MONTAÑA ALAVESA
~

hizo redactar partes al gobernador y a los


alcaldes de los pueblos limítrofes.
y toreó a muchísimos incautos de la ma-
nera más pintoresca ...

Pero el más diestro se descuida alguna vez.


. ¡y no fué pequei'ía la broina que le dió a
Pacho su amigo y camarads, el tío Chu-
menea!
-Me parece, tú Pacho-le dijo un dia el
~le mático tío Chumenea, con su hablar sose- ,
gado y machacón-que andan jabalines ·
aquí' nesto.
-¿Jabalin es? ¡No fuera malo!
-Te digo, Pncho, que andan jabalines. En
mi pieza de Alzaia han dormido anoche.
-¡Siempre les hab1·ás oido ronquear!
-Pues la cama bien marcada estaba. Y en
los haces buenos pizcos han dao.
-Bueno. Y ¿qué ·quieres? ¿Que estemos a
la espera esta noche?.
-Eso me tenía yo pensao. Creo que ten~
di'emos caza, Pacho.
-186-
LA VENGANZA DE PACHO

-Y &si no vienen?
Clavaba Pacho sus ojillos saltarines en la
cara redonda, llena, del t1o Chumenea.
·Este se detuvo un momento, como refle-
xionando.
Con el índice en la frente, y mirando al
suelo, dijo:
-1\Ie parece a mí, Pacho, que están mu-
cho vezaos, y que no fallarán ~Tienes balas'?
-Pa matar a tós los jabalines de Izkiz ...
-Pues tráete un buen pedazo, que menos
de cuatro no son ...

La:; diez de la noche.


En la pieza de Al7.aia. Grandes haces de
trigo desparramados por la pieza ..
Los dos amigos, con las escopetas de dos
cafiones terciadas, y el cinturón de municio-
nes bien preparado, se disponen a tomar
posiciones.
La oscuridad es absoluta.
-Tú, Pacho, en esta acequia estarás bien.
No fumes, que se pueden espantar. Y ya sa-
- 187 -
EN LA MONTAÑA ALAVESA
',ill'

bes: toses bajico. Yo estaré junto al camino,


detrás de un haz.
¡Con qué ansiedad aguardaba Pacho la
aparición del jabalí!
Sentado en la acequia, sin soltar la esco-
peta cargada, y levantados los gatillos, apli-
caba los oidos a uno y otro lado.
Pasaban las horas. Ningún ruido sospe-
choso se oía.
Comenzaba a impacientarse y a sentir sue-
fio. Dió algunas cabezada<>.
De pronto, se echó a la cara la escopeta.
No había duda: eran los jabalíes.
Un ruido bronco corría por la pieza. Iba
subiendo gradualmente, y luego desaparecía.
-¡Y no haber lunaL--lamentaba Pacho.
Volvía a oir el mismo ruido alarmante.
&Sería víctima de una sorpresa?
Tosió. Nada.
Tosió más fuerte. Nada.
¡y siempre oyendo el mismo ruido!
Llamó, temblando de miedo, al tío Chume-
_nea. Este no respondía.
De puntillas, y con la escopeta dispuesta
-188-
LA VENGANZA DE PACHG

a ser disparada, fué acercándose al camino.


Detrás de un haz, tumbado sobre unas ga-
villas, dormía el tío Chumenea, roncando
con toda su alma.
Le despert6 a culatazos.
Y no se di6 por ofendido.
-Pues verás - le decía a Pacho el tío
Churnenea, mientraR iban hacia casa.--Este
otro año me robaron diez haces, por Fer un
descuidao. Y ayer me dijo la Alfonsa, dice:
Andan jabalines. Y lo que yo me dij e: bien.
Pasao mañana trill amos el trigo de Alzaia,
que es el que paga mejor. Y pa que no se
rían los jabalines de dos patas, me voy allá
esta noche con Pacho, lo cuidamos, y que
vengan, que vengan ...
Pacho Re reía a carcajadas.

Ya nadie .se acordaba de aquello.


-Esta tarde voy a coger el águila. ¿Ven-
drás conmigo'?- decía Pacho al tío Chu-
menea
-¡Qué ha de hacer, hombre!
-189~
EN LA MONTA Ñ A A L A V ES A

-La voy siguiendo, la voy siguiendo, y


ayer mesmo la vi, &dónde dirás?
-Qué sé ol
-En la peña del Castillo.
-Bueno; pues iré con los chicos, que la
gente no estorba. Y ?,quién se va a colgar'1
. -Igual tiene que me cuelgue yo. ¡Tantas
veces me he colgao ya!
-Sí, porque los chicos, ya sabes.
; -No es que tenga uno más habilidá, pero
tus chicos no están acostumbraos ...
. -Pues no hay más que hablar. &Esta
tarde?.
-Bueno; esta tarde. Ya te tengo de llamar.

La peña del Castillo es una gigantesca


mole de piedra, incrustada en la falda vio·
lenta de Alraspia.
Por su lado norte comunica con la tierra,
por medio de unas peñas auxiliares, que per-
miten ascender al extremo más elevado.
Por el sur está cortada a tajo.
Da escalofríos asomarse al labio de la
peña.
-190-
LA VENGANZA DE PACHO

A unos diez metros de la base y otros tan-


tos de la altura de la pefia, se abre el agu-
jero, en el que tiene su nido el águila .
. Para cazar los aguiluchos, no hay más re-
medio que valerse de una cuerda.
· Bien amarrado, comienza Pacho a descen-
der, sujetando la cuerda el tío Chumcnea
con sus dos hijos.
-¡Cuerdaaaa! .. grita Pacho.
Y los de arriba van cedieIHlo.
~¡Cuerdaaaat...-sigue gritando el intré-
pido acróbata.
· Y el tío Chumonea, agotada ya la cuerda,
alarga el brazo todo lo que puede dar de sí,
atropellándose las manos d~ los tres familia-
res en el extremo de la cuerda, sin atreverse
a mirar hacia abajo.
Un os momentos de gran ansiedad.
Pacho no dice una palabra. Sin duda, está
ya en el ag.ujero. !Acaso está luchando con
el águila!
-¡Tiraide p' arribal-grita Pacho.
Y comienzan a recoger cuerda los auxi-
liares.
-191-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

-A ... iuna! A... luna!


Y, al hacer un gran esfuerzo, caen los tres
de espaldas.
Abajo se <lió un grito de dolor.
-¡Ay, ayl ¡Que me muero! ¡Que me muero!
Locos, desesperados, corrieron el tío Chu-
menea y sus hijos, saltando por las peñas,
magullándose, sangrando de la cara, de las
manos, para auxiliar a Pacho.
· Y Pacho-fumando un cigarro-les aguar-
daba, sonriente.
e,Qué había ocurrido?
Que Pacho, para vengarse del tío Chume·
nea, bajó a tierra, ató una piedra a la cuer·
da, y la piedra cayó, cuando la subían, su-
dorosos y con una exquisita solicitud, las
víctimas de Pacho.

-192-
MILAGROS DEL SEBO

~ oda zona de población_, más o menos


\_,J extensa, ofrece una colección de le-
yendn s divertidas, en las que se pone de ma-
nifiesto el ingenio obtuso, la candidez más
supina de un pueblo.
Ello es debido a la rivalidad de los pue-
blos fronteros, o al humorismo. de los píca-
ros, o a ambos motivos.
Acaso en más de una ocasión, la leyenda
tiene un fundamento lejano ...

Seriamente preocnpaclo estaba el ayunta-


miento de Añastro, porque el banco de la
iglesia, en el que se sentaban los «días de
incienso :.> , resultaba escaso para los con<~e­
jales.
¿Cómo resolver tan difícil problema?
¿Ser.tándose en otro ba11co algún concejal?
¡Esto era muy odioso, y daría lugar a gran-
- 193 -
13
E N L A M O N T A Ñ A A L A V E S A.ti'

des censuras, y quizás a lamentables poeter-


gaciones!
&Haciendo un nuevo banco'?
!Pero si no era más que cuna miseria>, lo
que faltaba!
-Se le añide un peazo de tabla, y termi-
nao-propuso un concejal.
-A mi paecer, yo no sé, pero pa mí que
el ban co ha de perder con eso-observó
otro edil, deseoso de conservar en su primi-
tivo estado el tradicional banco, sin compos-
turas que lo afeasen.
-Pues algo hay que hacer. Y vosotros lo
habéis de decir-añadió el alcalde, dejando
a la iniciativa de sus compaüeros de muni-
cipio, la solución del grave conflicto.-Si
por mi es-continuó-no se ponen petachos,
porque es una cosa del afio de témpore, y
hay que respetarla ...

Los concejales, apoyando la barba en la


mano, en actitud de supremo recogimiento,
meditaban.
-194-
..M I L A G R O S D E L S E B O

Y así permanecieron, en el más profundo


-de los silencios, unos momentos.
-¡Ya estál-dijo uno de ellos, que era
·considerado como el más listo del puehlo.
'l'an listo, tan listo, que sabía cantar en la
Semana Santa «los maitines de las comple-
tas, y las antífonas, y había leido mucho,
¡mucho!, en un libro quo tenía en su casa,
donde ponía singular, plural y Aristóteles ... »
-A mí me p3rece que, untando con sebo
-el banco, él ha de medrar ... Total, nada cues-
ta hacer una prueba ... Dí tú algo, Francho ...
-¡Hombre! No has habhw mal a mi pae-
-cer... Por probar, nada nos han de llevar...
tEn qué hahia estado pensando el ayunta-
miento, durante tantos años?
&Cómo no se les ocurrió antes un proce-
dimiento tan sencillo y tan efica7i?
Lamentaban su torpeza.
Y resolvieron marchar inmediatamente a .
la iglesia, a hacer un en.;;ayo.

Dieron al decrépito banco . edilicio sendas


-195-
EN LA MONTAÑA ALAVESA.
'!"
friegas de sebo, en medio del mayor entu-
siasmo.
__:.Bueno; ya tiene bastante. Vamos a ver·
si cogemos.
¡Vaya si cogieron! ¡y aún se podía sentar
el alguacil.
Se celebró el éxito con «media>, en la
Sala.
-Que vengan ahora los de Cucho a can-
tarnos aquello:
De Añastro a Cucho
perdí un costal;
De Cucho a Añastro
lo volví a encontrar.

-iSí, no tienes mala! 1Ya van a cantar, sir


-De todos modos, a cualquiera no se le
ocurre una. cosa así, de balde os canseis, y n<>
es porque estés tú delante.
¡Qué satisfecho estaba el municipio!

Llegó un día de incienso.


Con sus grandes capas de pafio recio y
-196-
l\III.AGROS D E L S E ll O

tieso, iban los concejales a la iglesia, por or-


·den de cargos.
-Oye, Francho-dijo en voz baja el te-
niente de alcalde, que era el autor de la idea.
-No cogemos.
-Ya lo veo, ya.
-Pues ¿cómo cogimos el otro día'?
-No comprendes que so ha tenia que se-
·car el sobo, y ha menguao el banco'?
-iToma! iY es verdad!
Encogidos, prensados, sudando a mares,
tuvieron que soportar el martirio del banco.

No se re~ignaban.
En cuanto terminó la función religiosa y
' ·quedaron solos, se quitaron las capas.
Volvieron a untar con sebo.
Se sentaron. Todos cahían.
¡Natul'almente!
-¿.Lo veis'? ¡Todo se le tiene que ocurrir a
;uuo!
Fuer0n a Vísperas ...
¡Alguna bruja andaba en el banco!
-197-
EN LA MONTA Ñ A A LA V ES A.

Las hermosas capas que abrigaron a va-


rias generaciones, se llenaron de sebo.
No se llegó a descubrir el secreto.
Sin capa, se sentaban.
Con capa, no podían.
&Por qué sería'?
Lo que estaba fuera de discusión era qu&
el sebo hacía medrar al banco ...

-198-
TUS ... MUS ...

'"'f"l ormitorio aldeano.


U Ostentación de blancura en las pa-
redes y en las bóvedas encaladas, cortadas
por cuartones añil.
Abundantes cromo-litografías, encerradas
en mezquinos marcos, bafiados de infame
purpurina, distribuidas con simetría: un án-
gel sobre una tabla, llevando de la mano a
una niña; San Ramón Nonnato, de capisayos
episcopales; en las costas de Berbería, con
<los sacos de monedas abiertos a sus pies, y
unos cautivos arrodillados ante él; San José,
la Virgen de los Dolores ...
Colores crudos, intensos...
Ramilletes de flores artificiales, de papel
y talco; frascos de medicinas, sobre· 1a mesa
y la cómoda.
Un gran Rosario de cuentas de boj, ama-
nera de dosel, sobre la cama...
Escapularios, estampas, fotograffas...
-199-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

Y en una gran cama de nogal, de alta ca-


becera, tumbado boca arriba, clavada la mi-
rada en el techo, el sefior Raimundo, con
una barba entrecana de tres a cuatro se·
manas.
Otras tantas lleva a su lado, sin apartarse
un momento, la señá Todora, que no deja de
hacer aspavientos con los labios, con los
ojos, con las manos ...
-T6s los días rasos y brillosos-decía la
buena mujer, monologando en alta voz, y
pasando, de cuando en cuando, al diálogo
-·-está prometiendo el médico que te has de
levantar, y porfiando que no es más que una
mala correa, que son los humores, y yo, ¡la
verdá!, no sé qué va a ser esto ...
El señor Raimundo, calla, mirando al to-
cho, cuyos cuartones parece que va contan-
do por milésima vez.
Está embozado hasta el cuello. Parece un
erizo.
Tiene en el pueblo fama de callado, de
reservado, con una pequeña dosis de misan-
tropia.
-200-
T U S ••• M U S •

Y es cierto. Jamás, ni en los concejos, ni


en su casa, ni en la pieza, habló., si su pala- ·
bra no era precisa; y callaba, en cuanto de-
cía lo necesario.
Esta conducta viste bien a los hombres,
les presta cierta autoridad, les da cierto
prestigio. Será prudencia, será recelo, serán
desengaiíos ... O también-en algunas ocasio-
nes - pobt·eza mental... Pero harta riqueza
d emuestra poseer el que-por ese motivo-
calla. Los más ignorantes suelen ser los más
charlatanes ...
-Ya más de veinte días en la cama-con-
tinúa la señá Todora-que te estás misma-
mente consumiendo, y sin d ir alante ni
atrás ... Ya le he dicho al señ.or cura que no
tienes ni traza de hombre, que te estás que-
dando en la misma figura ...
El señor Raimundo sigue en silencio.
-Yo que . tú, ¡01ia!, hacía una prueba.
¡Como me llamo Todora Urturi! l\Ie levanta-
ba, y en la cocina, junto a la lumbre, buenos
caldos de gallina, y no esas tontadas de va-
sicos de leche y de agua; y lo peor son las
-201-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

añidencias, que cucharadas, que sellos •....


¡Quita, quita! Eso no hace más que maliciar
la sangre, y en tu viendo la sangre maliciada,
ya no puede haber cosa buena ...
El señor Raimundo, inmóvil, trata de hu-
medecerse la boca, paseando por ella la
lengua ...
-Si fu ese una pulmonía, o un mal de co-
r::izón, no digo nada. Pero si no toseas, ni
tienes un arquido, ni te duele el costao ..•.•
¡Siquiera no hubiamos llamao al médicot
Muchas veces no sabes ni cómo acertar ...
El sefior Raimundo mueve los labios.
Algo va a decir.
Su mujer le mira con ansiedad ...
El enfermo comienza a .decir sosegada-
mente:
-Tus... mus ... tus ... mus ...
-!Virgen! ¡Raimundo! ¡Raimundot-grita,
espantada la señá Todora.
-'I'us ... mus .... tus ... mus ...
-IAy, Dios mío! 1Este hombre se mueret
¡Se muere! 1Locadial ¡Jacinto! ¡Subide pron-
to, pronto!
-202-
T U S ••• M U S •• •

-Tus ... mus ...-sigue diciendo el enfermo,


sin hacer caso a los gritos de su mujer.
La sefíá Todora se va a volver loca .
. Se mueve de un lado a otro. No sabe qué
hacer ...
-¡Raimundo! ¡Por Dios! ¿Qué dices'? ¿Qué
quieres'? ...
Y el sefior Raimundo, sin mover la cabeza,
y mirando oblicuamente a su mujer. dice:
-Estoy mucho mal, Todora ... me voy a
morir... y no quiero que digan que me he
muerto sin decir tus ni mus. Tus ... mus...

-203-
LA FLEXIBILIDAD DE BRAGAZAS

·E· 1 alguacil, un hombre largo y desco-


-e
yuntado, fué coscorroneando todas
las puertas del pueblo, portador de la orden
terminante del señor alcalde, que prohibía la
permanencia de los vecinos en los estableci-
mientos públicos, desde las nueve de la no- "
che en adelante.
Había alcanzado, aún hacía poco tiempo,
la vara el gran Bragazas, un hombre gordo,
inmensamente gordo, como aquellos hom-
bres, que tomaban-hace algún tiempo-una
vez al día el chocolate de ~latías L6pez.
Y quiso hacer sentir al vecindario el peso
do su autoridad, cerrando la brecha do los
·ágapes nocturnos, que ahogaban en cántaras
·de Yino y cuartillas de ron, la mor!llidad pú-
blica, con detrimento evidente del buen
nombre del pueblo, conquistado, en tiempos
-204-
LA FLEXIBILIDAD DE BRAGAZAS

mejores, a fuerza de abstenciones, de hon-


radez gástrica, de un invariable recogimien·
to al toque de oración ...
· Cuando propuso la idea al ayuntamiento,
se desenvolvió su razonamiento en un am·
biente muy favorable.
-Mira, Bragazas-le dijo un concejal, con
esa familiaridad, con que se tratan los bue~
nos camaradas pueblerinos, sean de arriba,
o sean de abajo.-Mientras vayas por ese
camino, hemos de estar a tu lao, pa tó lo que
se presente ...
-Es verdad-asintió otro.-Las chocola-
tadas a las dos de la mañana, y el zurraca-
pote a las tres, traen a mal andar a nuestros
chicos... y a nuestros alorines .... que después
de tó, a costa de uno van las furriolas ... An-
tier, pa no dir más lejos, me faltaron a mi
dos robos de avena ...
- En la taberna estarán- advirtió un
tercero.
-¡Toma! En esas ya estamos.
-Los que tienen pocos cuartos-insinuó
el alguacil, que tenía voz en las sesiones-y
-205-
EN LA MONTA~A ALAVESA

gastan mucho... bueno, ya vosotros me on -


· tendeis ...
-La culpa la tienen los taberneros-de-
finió el alcalde. -Si ellos no amitiesen esas
cosas ...
-Pues ¡duro con ellos!
-Mételes una equis!
--Y que va a ser de profundis ... Mientras
yo sea alcalde, tó el mundo va a andar así.
Y empinó un dedo como una morcilla.
El alguacil clavó su mirada en aquel dedo
alcaldesco, tecleando en el pantalón con los
suyos, que más parecían palillos de tam·
boril. ..

Llegó un domingo.
La señá Carlota, la mujer del inexorable
Bragazas, de indiscutible vocación detecti-
vesca, se asomó, con gran cautela, a una ren-
dija de la ventana, a las diez de la noche,
con todo el celo de una alcaldesa de con-
ciencia ...
-206-
LA FLEXIBILIDAD DE BRAGAZAS

Después de un rato de observación, vió


luz en la taberna de Roque, que era el lugar
de reunión de los mozos ... y sorprendió mo-
'vimiento en el interior.
Volviéndose hacia su marido, que libaba
tranquilamente en compañía del alguacil, le
dijo:
-¡Sos l' han pegao!
-&A mí'?
-A tí y ató el auntamiento en corporación.
-No te creo, Carlota-se atrevió a decir
el alguacil.
-Eso sería reirsen de nosotros - aulló
Bragazas-y a buenas, lo que quieran, pero
a malas ... toa vía no saben quien soy yo ...
So asomaron a la ventana los tres, por or-
den de categorías y de sexos.
-Miraide-advertía la alcaldesa, alargan-
do el brazo por encima de las dos cabezas, y
señalando ·con el dedo.-¿No habéis visto'?
¡Otro! ¡¡Otro!! ¡Pero si están todos!
-JBueno!-gruñó Bragazas, dirigiéndose
a su fiel subordir..ado.-&Quieres que nos de-
mos una vuelta por ahí' neso'?
-207-
EN LA 1\IONTA~.A ALAVESA. ~,

-¡Hala! Ya estamos picando...


-Tráeme el tapabocas, Carlota.

Buen policía era la señá Carlota, pero mu-


cha habilidad hacía falta para atrapar a los
mozos, que habían organizado admirable-
mente un turno de centinelas ...
Uno de éstos adivinó lo que acontecía en
la ventana del alcalde, y dió a la cuerda la
voz preventiva.
. A los pocos momentos vió en la calle a ·
Bragazas, arrastrando su fenomenal bandu-
llo, y al alguacil, al grumete del navío mu-
nicipal, y dió la voz ejecutiva.
Poco trabajo costó a los mozos arrojarse
a la calle por las ventanas laterales, burlan-
do la acometividad difícil de la opulenta
autoridad.
Uno de ellos, que no pudo huir, se escon·
<lió debajo de la caina.
Llamó a la puerta el alcalde. Se le fran-
queó la entrada.
Subieron a una habitación iluminada, lle-
- 208 -
LA FLEXIBILIDAD DE BRAGAZAS

na de humo, con una mesa en el centro, fes-


toneadn con platillos rebosantes de ron que-
mado, oloroso y tentador ...
-~&Cómo así'?-interrogó el alcalde.-tPa
quién es esto'?
-¡Pa mí! ¡Pa quién ha de ser!-respondi6
serenamente el tabernero.
-&Todo'?
- -iTodol
Las autoridades se miraron.
-Pero, bueno--continuó Roque. - Sién-
tenscn y hagan aprecio, que más a tiempo no
· han podido venir. No tieno que ver una cosa
co n otrri.
Se volv ieron a mirar las autoridades. La
mi_rn<la del alguacil aconsejaba benevolencia.
Y se sentó Bragazas, con gran peligro de
la integl'idad de una silla, que lanzó un dé-
bil gemido.
El alg uacil hizo lo mismo.
--B ueno; pa que no digas que tal y que
cual, vamos a hacer aprecio.
Y bebieron. Y charl aron, encantados de la
· i·ecepción.
-209-
14
EN LA MONTAÑA ALAVESA

Después de tres o cuatro copas, apuntó el


alcalde:
-t,Sabeis que si hubiese otro pie, podía'-
mos echar un mus?
-Si es por eso, no hay que apurarse. Aquí
hay uno.
Dijo Roque. Y levantó los flecos de la col-
ch!l, saliendo de su escondite el mozo.
-Pues, vamos. Un día es un día. Claro,
que esto que se quede aquí
-1Qué cosas tienes, hombre!
-Nó; es que ya sabeis lo que son los
pueblos.
Comenzaron a jugar al mus.
-¿Soy mano? A las dos paso.
-Qué p!lso, ni qué ... ienvido!
-Quiero y envido, y llevo pares y ¡pum!
-Amos a juar más sosegaos-suplicó el
pobre Bragazas, congestionado y sudoroso.
-Voy a querer.
-Llevo juego ...
-Sí.
- -Sí.
-iüchol
-210-
LA FL E XIDILIDAD DE B RAGAZAS

-iCatorce!
-iürdago!
-Quiero y gano ...
· A las tres de Ja mallana pudo llegar a casa
Bragazas, apoyado en los brazos del aJgua-
'Cil y de Roque, con el odre lleno de ron y
de sopas de ajo ...

-211-
AGUDEZAS DE LA MONTAÑA

D os atropellos indignan tes de las gran-


des urbes, casa solariega del más
odioso caciquismo, han solido ser una pe-
queña futesa, si se los compara con las cosas
-no encuentro la palabra exacta-que he-
mos visto realizarse en la aldea, bajo la ins-
piración de los grandes caciques centrales.
Multas, destituciones, amenazas, estacazos ...
!el arte de la faramalla electoral!
Las elecciones en la aldea se reducían a
unos exámenes de ingenios.
El más listo, el más diablo, ganaba la
elección.

Estaba el puel>lo profundamente dividido.


La pro:ximirlad de las elecciones afilaba el
ingenio de los aldeanos más diestros en todo
género de picardías electorales.
-212-
AGUDEZAS DE LA MONTAÑA

El sistema de los embuchados, rotura de


urnas, combinaciones con el reloj, detencio-
nes arbitrarias ... estaba desacreditado.
Y la lucha se presentaba difícil · para el
grupo de Uralde.
-Como sos dejeis llevar el ata-les había
advertido-nos' mos de ver aqui' nesto. Se
l' han de querer llevar toa rasa, que son más
torcidos que una hoz ...
Raimundo-cabecilla local de la otra fac-
ción-dió también las oportunas instruccio-
nes a los suyos:
-iCaso en diez coloraol Cuidade la urnia,
que esos son peores que la avena mala.

El día de la elección.
Tres amigos de Uralde, largos ... largos ...
doblados por el peso de unas enormes capas
de paño, se acercan al colegio momentos an-
tes de Ja hora del escrutinio.
Van hablando de asuntos aldeanos, por
charlar de algo.
-213-
EN LA MONTAÑA A"LAVESA..

En la aldea, los asuntos de charla son muy·


limitados.
Entran en la Sala, sin dejar de hablar.
La mesa-aburrida-toma parte en la con-
versación del trio soberano.
De pronto, uno de los electores, con más.
concha que un galápago, dice, como preocu-.
pado por una idea obsesionante:
-Pues si la escuela tié que tener, quieras.
que n6, quince metros... pues una cosa así
como esto ...
-¡Ande vas a parar, hombre! ¿De onde,
sacas tú quince metros?
-No porfíes, que pué que los tenga ...
-iQue sí!
-¡Que nól
-1No te juarás una azumbre!
-¡Ya está juada! Y a verlo ahora mesmo.
-Ahí' neso hay un metro ...

Todos los presentes se disponen a compro--


bar si la Sala tiene o nó Jos quince metros.
Uno de los electores de capa! procede len--
- 214 -
AGUDEZA8 DH LA MONTAÑA

tarnente u la operación, inspeccionado por


todos los domáo;:,
En cuclillas, frotando el suelo con las na-
rices, velan por la exactitüd de la medición.
Mientras tanto, ott·o de los electores do
capa se ha acercado disimuladamente a la
mesa, ha dejado sobre ella una urna que lle-
vaba bajo la capa, y se ha apoderado de la
auténtica, sin que nadie se haya dado cuenta
del escamoteo.

No sé si eran quince-o más, o menos-los


metros.
Ni lo saben los interesados.
Al poco tiempo de haber terminado la
opera ción, dieron las cuatro en el reloj de
Ja villn.
S t~ll enó de aldeanos la Sala.
El presidente dió comienzo a la lectura
de las papeletas:
-Don Oasimiro Martínez del Trompón ...
lndiferencia eh la Sala.
Ese sef10r era el candidato de Uralde.
-215-
E N L A M O N T A Ñ A A ºL A V E S A
'ti'
-Don Casimiro Martínez del Trompón ...
Iba ya leyendo ocho o diez papeletas, y
todas ellas decían lo mismo.
Comenzaron a alarmarse los amigos de
Raimundo.
El presidente, que pertenecia al grupo de
Uralde, leía con una entonación ultra-aca-
démica:
- ·Don Casimiro Martínez del Trom ... ¡pón!
Daba a este <pón» final tal entonación,
que sonaba como un cal1onazo en los oidos
de los contrarios.
El escándalo fué uno de tantos escándalos
característicos de aquella época desdichada.
Ya de noche, cantaban los mozos, rondan-
do la casa de Raimundo:
Dicen los del contorneo
que aquí' nesto hay devisión,
y todo el mundo ha votado
a Casimiro Trompón.

-216-
UNA SOLUCION INGENIOSA

~ esde que Cleto-el último vástngo de


U la feliz pareja-contrajo matrimo·
nio, y se instaló definitivamente en casa de su .
mujer, en Uzquiano, lindo pueblo del Con-
dado de Trevilio, el Señor Lorenzo y la sel'íá
Eulalia renunciaron al empeño, que fué-
hasta entonces-norma de su vida heróica:
un ahorro escrupuloso, intenso, a fuerza de
·trabajos y dolorosas privaciones ...
Gracias a ese sistema, lograron dotar bien
a sus hijos, para que pudiesen comenzar a
montar decorosamente sus nuevas vidas.
Y aún quedó para ellos una pequ efla ha-
cienda, que les permitía vivir modestamente,
cultiYando la huerta, recriando terneras,
vendiendo cabritos, novillos y muletos ...
Tenían cuartos, trabajaban poco, comían y
vestían bien, gozaban de buena salud, eran
estimados en el pueblo ...
-217-
E N L A 111 O N T A Ñ A ,\ L A V E S A

Pero la fe licidad no está en la ti erra. Y si


alguna vez nos saluda, lo hace muy ligera-
mente. Siempre tiene prisa por alejarse de
nosotros, por ir engañando a todo5 los hom-
bres que la esperan.

El diablo-listo, travieso, malvatlo-estn-


dió el caso del sefior Lorenzo y la señá Eu-
lalia.
Y-como buen amigo-les acon sejó que
así, de vez en cuando, no vendría mal un tra-
g uito de vino; que harto habí an abusado del
ngua de la Fu.ente Rica; que cunnclo el cuer-
po comienza a arrugarse, conviene estirarlo
y animarlo con algunos toques de porrón ...
Cuando logró que los abstemios rompi9ra n
su eterno ayuno, les fué aficionando traído·
r amente al vino, secando-con su aproxima-
ción-las fallces de los aldeanicos, y depa-
rándoles género exquisito de Elciego o Ba-
rriobusto.

Aquella casita, blanca y risuel1a, donde en,


218-
UNA SOLUCION INGENIOS.A

traba-gozoso-el sol, a participar de la ale-


gría de los viejos, ha perdido mucho de su
encanto .
. Ha sta el yeso de las paredes e'3 menos
blanco, y el f:;uelo menos limpio, y las caras
más mustias, y el sol más serio y esquivo ...
Claro es que un amor recio y profundo no.
se rompe fácilmente.
Pero si alguna vez se impone una protesta
de ese amor, la frase muere en los labios, o
brota. temblorosa, como dudando de su mis-
ma sinceridad.
En cambio, juegan mucho en los diálogos
las burleh1s, las chanzas, las bromas, por las
que los ancianitos llegan hasta a molestarse
mutuamente.
Si Ja sefiá Eulalia-para cortar un conato
de mitin-se va a la Fuente del Cura con su
cantarico, a la vuelta no tiene más remedio
que escucha.r la copla, que-guiñándose el
ojo a sí mismo-canturreará el sefi.or Lo-
renzo:
Cuando· vas a la fuente,
vete tiesica,
-219-
E N L A M O N T A Ñ A A L .,A V E S A

pa que digan los chicos,


¡vaya qué chica!

La señá Eulalia t!ene a su lengua. Con la


lumbre de sus ojos podría su marido encen-
der el cigarro que termina de liar, para tem-·
piar los nervios.
Y en plan de franca lucha, la sefí.á Eulalia
canta también la suya:
Aunque su santo no esté
escrito en el repertorio,
a cualquiera se le ocurre
que será San Vejestorio.

El marido-más ecuánime-continúa el
duelo, pero inspirándose en una intención
más impersonal:
Cuando Dios creó al erizo,
lo creó de mala gana;
por eso el animalito
tiene tan suave la lana.

Y remata su copla con una carcajada, que


desconcierta a su mujer ...
Y así todos los días ...
¿Qué misterio encierra esa continua pelea
-220-
UNA SOLUCION INGENIOSA

entre quienes no hacían más que mirarse y


complacerse mutuamente?

La feliz pareja se había acostumbrado a


beber más de lo prudente.
Nadie les había visto en la calle en forma
inconveniente. Jamás habían dado el espec-
táculo vergonzoso de los borrachos ...
Pero lenguas murmuradoras aseguraban
que en su casita se ponían buenos ...
El señor Lorenzo y la señá Eulalia se diel
ron cuenta del gravísimo riesgo que corrían,
y resolvieron poner un remedio serio, el re-
medio que les aconsejase un buen director
de almas.
Efectivamente. Cada uno, por su lado, con-
sultó el caso, haciendo ver el mal hábito que
había adquirido, y Jo arraigado que estaba.
La obligación que se les impuso fué no
volver a nombrar al vino, no volver a pro-
nunciar esa palabra.
La abstención era un verdadero martirio.
-221- - ~_j
' ~ u )

\~
EN LA MONTAÑA ALAVESA

Pero habían prometido on firme observar lo


mandado, y había que soportar las conse-
cuencias de la promesa.
l!.:sa era la razón del mal humor, de lasco-
plas lesivas, de la irritabilidad y agresividad
do los cónyuges ...
En más de una ocasión asomaba a los ln ·
bios la palabra fatal, la palabra vitanda ...
pero al momento volvía-insalivada-a sus
antros oscuros, sin haber logrado romper la
promesa.

Llegó el día de Nochebuena.


El matrimonio tenía excelente humor.
Eran ejemplares cristiano:S, y la noche de
Navidad fo¡·zosamcnte había de regocijarles.
Comieron un buen plato de patatas. Tras
eso, un trago de agua cristalina.
Charlaban con la mayol' animación.
La seüú Eulaiia puso en la mesa un gran
trozo de bacalao, asaLlo.
Los viejitos se miraban con insistencia.
Sin duda, los dos coincidían ...
-222 -
UNA SOLUCION INGENIOSA

La sal del bacalao reclamaría una inter-


vención, y no precisamente dol agua.
Además, era la Nochebuena ...
· So miraban ..• y comenzaban a sonreír... y
a reir francamente ...
Había que hacer algo. Se imponía un tra-
go. Pero no se podía pl'Onunciar la palabra
odiosa.
L:i. señá Eulalia comenzó como a querer
silbar, y a mirar al techo, y a hacer muecas ...
y dijo tímidamente:
-¡Qué bien vendría esto
pa con aquello .. .
-¡Pues toma la jarra
y vete por ello!...

terminó resueltamente el marido.


Y bebieron con moderación. Sus escrúpu-
los fueron desvanecidos, porque no se les
prohibió beber, sino nombrar al vir.o. '}
Y volvió. a ser blanca la casita, y v0lvi6 a
'jugar el sol con las flores de las macetas .•.

-223-
EN EL CUMPLIMIENTO DEL DEBER

e 1 sefior Ulpiano-barrigudo y gra-


siento-se apoyaba en la pequefía
anaquelería, llena de botellas, tarros, barras
de jabón, alpargatas ...
Don Manuel, el señor cura del pueblo in-
mediato, y quo servía a este, se detuvo junto
a la puerta del bazar aldeano.
-Ya me lo han dicho, don Manuel... Pues
10 siento de veras ... porque uúa madre ... no
es una cosa cualqufora , y en perdiéndola .. .
-Ciei·tamente. Hay que confiar en Dios ...
Y resignarse ... No es esta nuestra patria. Hoy
vivimos, robustos, desafiadores ... y mañana
apesta nuestro cuerpo, que se descompone ...
Hubo una pausa.
El seflor cura continuó:
-Y lo triste es qua sobre la preocupación
que me da el estado de mi pobre madre, he
-224-
EN EL CUMPLL\IIEN'fO DEL DEBER

de añadir la inquietud natural que se siente,


cuando se está lejos de la parroquia ...
-Sí, ya sabemos que lo que no ocurre en
diez años, ocurre en un día. Pero me paece
que por dicho de eso ...
-Si esta parroquia no estuviese vacante,
yo estaría mucho más tranquilo.
-Pero, ¿pa qué necesitamos cura, estando
tan bien servidos?... Y no es porque esté usté
delante ...
La modestia del cura estuvo a punto de
sangrar.
-Dígame usté--continu6 el opulento ve~
cino-; ¿qué podemos pedir? Cuando un cura
cumple con su deber ... Me gusta que e.11 la
iglcsi:i. marche torio derecho. Y mejor qno
ahora, me paece que ya le costará.
-Poro puede haber un caso urgente, du-
rnnte una ausencia del cmra; un accidente
mortal. .. Y aunque esté yo en el otro pueblo,
para c1Jando llego aquí...
-Tenemos buenos caballos. ¿No ha visto
usté galopear a mi mohíno? Podía plantarse
aquí'nesto en dos minutos . .Y adomás, cuan-
- 225 -
í5
EN LA MONTAÑA ALAVESA

do el cura es como es ... y no me gusta apon-


derar por alante ... la gente se anda con mu-
cho tiento. Y eso vale mucho.
El señor Ulpiano era considerado en el
pueblo, como un capataz del diablo.
tCuáudo y cómo se había realizado el mi-
lagro'? Porque milagro parecía aquel fervor
encendido con que hablaba.

Dos horas más tarde.


En la taberna del pueblo. Circula el po-
rrón de mano en mano. La charla va crecien-
do en interés y en ruido.
Al sef10r Ulpiano no le falta más que la
campanilla, para estar en carácter.
-Pues yo no voy en esa comisión. Ya sos
tengo dicho que yo no pido cura. Y el que
vaya es un beato. iEso es! A mí me tienen
sin cuiclao esas cosas. Y además, que con el
que tenemos nos sobra ...
-Pero, ¡re... miendo!, é,y si tié usted una
mala correa'? tQué ·dela'?
-é.,Y me la va a arreglar el cura? ¡Amos,
-226-
EN EJ. CUMPLIMIENTO DEL DEBER

hombre! Pa eso, llamaide al médico y hacei-


le un palacio. ¡Qué cuonian!
-Pues nosotros hemos visto Eiempre cura
-en -el pueblo, y queremos tenerlo. ¡Y ná más!
-Pues por mí, así no viniese ni el que nos
viene. Que pa un día o dos que viene a la se-
mana, buena paga se cobra... Ahora mesmo
ha hecho correr el cuento de que su madre
está en forma, y no es más que pa que no di-
gamos. ¡Si rnbremos lo que pasa! ...
-Lo que sabemos es ande te duelo a tí. Tú
no quieras que venga cura, porque te va
bien con la pieza cural, que pala renta que
pngas ...
Bailaba furiosamente el vientre volumino-
so del seüoi· Ulpiano.

Don Manuel salió L!e su casa, de la cusa de


sus padres, con los ojos baüados en lágrimas.
No volvió la cabeza para despedirse de sus
familiares, que se asomaban a las puertas y
a las v11ntanas.
Todos ellos estaban tristes. y llm·osos.
- 227-
EN LA MONTAÑA ALAVESA.
'#-
Arriba agonizaba la madre idolatrada.
Con el corazón destrozado, se despidió don
Manuel de su madre, que le dijo, apretándo-
le las manos, en una despedida dolorosa:
-Sí, vete, hijo mio. Es tu obligación. Por-
la oración continuaremos juntos. Yo voy a
morir contenta, pues creo que he cumplid<>
con mi deber ...

Don Manuel iba a cumplir el suyo, que, en


esta ocasión era realmente cruel.
No podía bendecir la tierra que iba a ocul-
tar muy pronto el cadáver amado de la ma-
dre! ...
El era padre de un pueblo, y sus hijos le
aguardaban.
Era domingo al día siguiente, y no había
más r emedio que celebrar el Santo Sacrificio
en las dos aldeas, cuyo pastor era.
Quien tuvo suficiente valor para alejarse
de su madre moribunda, no se había de aco-
bardar ante la gran dificultad que se pre-
sentaba.
-228-
'EN EL CUMPLIMIENTO DEL DEBER

La nieve habia borrado los caminos y sen-


'Clns, que tenía que atravesar para llegar a
.s u ald ea.
No había una huolla, ni un rastro, ni un
punto que le orientase.
Todo parecía una sábana de nieve.
Se acercaba la noche, y aún tenía que atra-
vesar una sierra.
Rezaba el Rosario, mientras caminaba,
-Orando por su madre a la Virgen, la madre
más tierna de todas las madres ...

Domingo.
Don Manuel no había llegado al pueblo.
No faltó quien censurase al cura, al pobre
-cura, que por amor a sus feligreses y a su
santo ministerio, aceptó dos sacrificios, a cual
ú1ás dolorosos.
-iQ.ué templao!-decía un vecino, que ha-
bía sido acemilero en el servicio-así, cual-
quiera es cura ...
-&No sos lo dije'?-añadió, triunfador, el
.sefior Ulpiano.
-229-
EN LA l\1 O N T A Ñ A ALAVESA «-.,

Pasaba el tiempo, y el señor cura no lle-


gaba.
Ni llegó al siguiente día, ni al otro ...
Y después de varios días, le encontraron
enterrado en la nieve, con el rosario entre
las manos heladas ...
Todo el pueblo-dolorido-asistió a los
funeraies.
Lloraba como un niño el señor Ulpiano,
cuando sus manos temblorosas arrojaron un
puñado de tierra, que antes había besado,
sobre la tumba donde iba a quedar escondi-
do el cadáver del buen pastor ...

-230-
LA CAZA DE PALOMAS

e n la primera decena de octubre los


arnateurs de la caza se disponen a
la batida que ha de prolongarse hasta que
termine la emigración de las palorn:is.
Hay que reparar las chozas, esos edificio"
rústicos, que defienden relativamente del
flgtia y del viento, amueblados con unas ban-

quetas confortables a fu erza de h elecho, y


Hgujereados por discretas mirillas, necesarias
pnra iuspeccionar... y pnra disparar.
Los árboles vecinos han de e~tar clif'pues·
tos en forma conveniente. Que las palom::is
no se espanten, y se pongan a tiro. Y que
ve:m trabajar a llls ciegas.
El cnzador entra en Izkitz-la hospedería
de las palomas-como un colonizador en la
tierra en que se va a instalar. Durante el paso
de las palomas, allí está su casa; la choza es
su única preocupación. Lleva su escopeta,
-231-
EN LA MONTAÑA ALAVESA
?#
con todos los útiles de la caza; lleva también
un hacha, cuerdas, comestible, bota preta de
vino, y unas cuantas palomas ... las ciegas, las
que han de llamar a las emigrantes.
Si se llevasen palomas torcaces, para hacer
el reclamo, y no se tomase ninguna precau-
ción, el resultado sería nulo. La torcaz, al ver
a sus compañeras, haría tales esfuerzos por
huir con ellas, que, en vez de atraerlas, las
espantaría. Para evitar eso, algunos cazado-
res crueles les pinchaban los globos de los
ojos, y quedaban ciegas. Los cazadores de la
montaña son más humanos. Les cosen los
párpados, y-al terminar el paso-las palo-
mas vuelven a ver.
Antes de llegar a Izkitz, el cazador ha pro-
nosticado el resultado del día. Le orienta en
sus cálculos la direcci6n del viento, y el as-
pecto del cielo.
La primera labor consiste en colocar a las
ciegas sobre unas pal etas, que se columpia-
rán oportunamente, al tirar el cazador de
unas cuerdas que van sujetas a las paletas, y
cuyos cabos terminan en la choza.
- 232 :__
LA CAZ A DE PALOMAS

Estos cazadores tienen vista de lince. Cuan-


do los profanos vemos el cielo completamen-
te limpio, ellos ya divisan a una distancia
fantástica una enorme bandada de palomas,
que-aún después de avisarnos-vemos con
gran dificultad.
Tan pronto como la bandada entra en In
zona de influencia de las ciegas, comienza el .
jaleo de la choza.
No se puede hablar, no se puede reir, ape-
nns se pu ed~ respirar. El que se encontraba
· fu er a, que se tumbe en tierra. Los mirones,
que no estorben.
El cazador anda de un lado a otro, en lo
que cabe, dadas las dimensiones de la choza.
Sus brazos no descansan. Tira de una cuer-
da. Tira de otra. Áhora, la que mira al sola-
no. Luego, la que está cara al castellano.
Y la paletas suben, y-con ellas-las pa-
lomas. Al abandonarse la cuerda, la ciega
baja-a ocupar su posición norm al-batien -
do las alas.
La bandada de palomas observa ese moví-
.miento, y su instinto le engaña miserable-
- 233 -
E N L A M: O N T A Ñ A A L A Y E S .\.

mente, dici éndole que allí-donde se poBan


aquellas hermanas-hay pasto, hay bellotas.
Y cae sobre los árboles, que rodean a la
choza, una nube de paloma~.
El cazador prepara su escopeta, apunta,
y ... ipum!... Una, o dos, o tres palomas, caen
heridas o muertas.
Y así todo el día, si el día es bueno .
.:U iniciarse la noche, regresa al pueblo,
con toda !a batería que llevó, más las palo-
mas, víctimas de su puntería ...

Unois cazadores de Vitoria, amigos de


Goyo, llegaron a nuestro pueblo, dispuestos
a interceptar con plomo la línea aérea de las
palomas.
No deja de ser una tentativa audaz.
Goyo es muy travieso. Y es un buen afi·
cionado. Sus amigos, confiando en su entu-
siasmo por la caza, no se preocuparon de las
diabluras que se le pudieran ocurrir al mon-
tañés agudo.
Los de la ciudad no conocían este sistema
-234-
LA CAZ A DE PALO~lAS

de ciegas y chozas. Habían cazado mnchus


palomas, pero siempre a vuelo.
·Aquella caza exige un gran dominio en los
disparos por descargas. Todas las escopetas
han de disparar a un tiempo, en el momento
en que da la voz convenida el que dirige la
caza.
No había, pues, más remedio que ensayar, .
antes de ir al monte, para adiestrarse en lo~
disp:iros simultáneo~.
Goyo, que lrnbía de llevar en Ja choza la
voz cantante-al que dirige la caza se le se-
flala por «el que canta'>-había de disponl'r
también, en toda regla, los detalles del en-
trcnnmi en to.
La casa de Goyo tiene cuatro luces. Cuatro
ventanas, orientadas a otros tantos lados, se
comunican entre si por dos pasmos en cruz.
Situó" a los cazadores en lns ventanas, co-
locándose él en el centro de la cruz.
Eran las nueve de la noche.
-Bueno; cuando yo pregunte «&estáis?~,
decís que sí, si tenéis una pieza, o las que
sean, a tiro. Cuando diga c¡pis!'>, apuntáis
-235-
EN LA l\fONTAÑA ALAVESA

bien y preparáis el gatillo, y, al deci'r ense-


guida «i:;mm!>, disparáis a una.
· Todo estaba dispuesto.
Por las cuatro ventanas asomaban cuatro
cal1ones.
-¿Estáis?
-¡Sí!-respondieron los cuatro cazadores.
-¡Pis! ... ¡Pum!
Brrrruunmmm ... En el silencio de la noche
resonó un estampido formidable.
-N6; no está eso bien. Tú, Esteban, me
paece que te has adelantao. Otra vez.
Pausa.
-¿Estáis?...
-¡Sí!
-Ojo, ¿eh? A ver: iPi:;!. .. iPum!
Otra descarga, que hizo trepidar al pueblo.
Nu evos reparos de Goyo, y profundas con-
sideraciones acerca ele las piezas que se pier-
den, a causa de la precipitación o el descui-
<lo en disparar ...
Lo que ocurrió fué-y esto era lo que per-
seguía Goyo-que a las doce de la noche aún
seguían entrenándose, en medio de un es-
- 236 -
LA C A Z A DE P A L O MAS

pantoso alboroto de caballos que relincha-


ban, perros que ladraban, gallos que canta-
ban , vacas que mugían, críos que gritaban y
·viejos que protestaban desde sus lechos, ante
la humorada de algún diablo que armaba
aquella algazara tan intempestiva...
Y consiguió además-supongo que tam-
bién esto entraría en su plan-que las muni-
ciones sufriesen un quebranto lamentable.
No quedaban más que cuatro o cinco cartu-
chos a cada uno.
P ocas hazafias podían realizar con aquello.
Goyo les había «juao la pieza».
-A06mo andáis de municiones?-les pre-
guntó, cuando se disponían a acostarse.
-1Pchs! ... Bien ...

Goyo y Ramiro tienen una choza común.


Haco ya años que vienen disfrutándola
ambos.
Es muy pintoresco el camino que conduce
a la choza de Goyo y Ramiro.
C::izarro adelante, pasando por los robles
-237-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

grandes, se llega a la Majada. Ya en la orilla


d e Izkitz, se toma el camino de Baj1rnri, y,
enseguida, la sendica que va subiendo hasta
la choza.
Es un gran observatorio. Se domina desde
ella todo el monte, y un amplio horizonte que
cortan montaiías lejanas. Su elección acredi-
ta a Goyo y Ramiro de buenos estratfigas.
A las seis de la mañana ya estaban en ca-
mino los cuatro forasteros y los dos asesores.
No tardaron una hora en llegar a la choza.
un trago, un cigarro ... y a colocar las
ciegas.
-.8sta cana es de primera-decía Goyo,
mientras sujetaba la p aleta al árbol.-P uede
que no la diese por media onza ... Hace seis
años que trabaja conmigo, y aún, aún ...
-Pu es esta de la co1·bata pi:lta no le tie -
ne envidia -reparaba Ramiro ...
-Tom~ía tiene que trabajar mucho, pa
cuando ll ogue a esta ...
-Y de esa que parece que tiene reuma-
preguntó, con sorna, un vitoriano --&no te-
néis nada q ne decir?
-238-
LA CAZ A DE PALOMAS

-Eso del reuma lo váis a ver pronto ...


Por más que hoy puede que no hagamos cosa
buena ... E ste viento nos va a reventar.
·Seg uramente lo sentirían en el alma los
montañeses, más que por la anulación del
día, porque no habría lugar al lucimiento, a
la exhibición de sus ciegas ...
La labor, la «pericia" de las ciegas es un
factor importantísimo en el éxito de esas jor-
nadas.
Por ello, los cazadores las miman con ca·
riüo, las acaricfan, llegan a «tenerles ley )) ,
Si enferman, toda la atención del cazador
<'8tá en sn curación.
Cuando mu ere una ciega vetera na, es po-
i: ible q ue aig11 na lagrimilla corra por la me-
.i illa d el cazador...
Mientras los prácticos colocaban las eiegas
en sus árboles, los ciudadanos cuchicheaban
on la choza, en Ja que entl'aron aquellos, una
voz terminada su tarea.
¿Reservada Goyo alguna travesura para
última hora~
No era de esperar ...
-239-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

-&Cómo andamos de municiones1-pre-


guntó.
-Mal; no tenemos más que a cuatro car-
tuchos por barba.
-iPor vida de ... ! !Así no se viene!
-Nó; si a tu casa no vinimos así. Pero los
doscientos tiros de anoche ...
- -Dale con los tiros de anoche. ¡Si aquello
era preciso!
-Sí, &eh?
-Pues ¡claro! Y el caso es que yo no he
cargao cartuchos, creyendo que vosotros
ver.dríais bien preparaos ...
Y guiñó el ojo a Ramiro ...
También los cazadores se miraron ...
A pesar de tratarse de tan buenos camara-
das, sin embargo, se advertía allí un ambien-
te de recelo ...
Comenzaron a oírse tiros.
-Son los de Urturi-advertfa Ramiro.
l\Iás tiros.
--Esos son del puerto de Marañón ... ¡Esos
siempre han de estar tirando, aunque sea a
los gorriones!
-240-
J., A CAZ A DE PALOMAS

Pronto se oyeron los tiros de Tanis, el <as~


de los cazadores, el mago de Senabarra.
Luego, los de Félix y Rufa ... Más tarde,
acusaban su presencia en su choza Maxi y
Aranguiz ...
Y apareció-muy lejos-una formidable
bandada.
-JPalomas!-gritó Goyo.
De un brinco se levantaron, asomándose a
sus correspondientes mirillas.
iCómo trabajaba la cana!
1Con qué serenidad batía sus alas la de «la
· corbata pinta»!
Y aquella, acusada de reumatismo, con
qué solicitud se movía, llamando a sus her-
manas emigrantes! ...
La bandada evolucionó sobre la choza,
como enterándose de la seguridad del lugar,
y originando caprichosas combinaciones de
letras y figuras geométricas.
Y se posaron ruidosamente sobre los ár-
. boles, que quedaron cubiertos de un manto
ceniciento.
Los cazadores no respiraban. Con un cui-

16
EN LA MONTAÑA ALAVESA
' ;j<
dado y una «monada» exagerados, levanta- ·
ron sus escopetas y apuntaron ...
Y Goyo-al mismo tiempo que decía «¿cs-
táis?»-rlió disimuladamente un golpe a la
cuerda de una paleta, y la ciega-al levan-
tarse-espantó a la bandada, que huyó a una
velocidad fantástica, quedando burlados to-
dos los cazadores...
-¡También tiene esto alma!--rugió el pe-
rillán-¿Quién ha sido?
Era inútil. Sabían todos perfectamente que
el travieso había hecho una de las suyas.
- -iPero si yo no he tocao la cuerda!. ..
Continuaban oyéndose los disparos de las
chozas vecinas.
No tardó mucho en llegar otra bandada.
Se tiraron todos a sus escopetas.
-A ver si alguno vuelve a descuidarse-
aclvirlió Goyo.-¿Estáis?
-iSít
-iPis!. .. ¡Pum!
Una descarga cerrada.
La bandada huyó, alocada. Y las cuatro
ciegas colgaban-muertas-de sus paletas •..
-242-
LA CAZ A DE PALOMAS

La venganza de los cazadores burlados fué


-sangrienta.

· El amor propio de Goyo quedó herido en


lo más vivo.
P ero, como-además de travieso-era buen
-cómico, fingió una absoluta indiferencia ante
Ja catástrofe, que le llegaba al alma.
-Eso es lo que tiene el no estar prácticos ...
-Hombre, nosotros ...
-Nó; si ya lo comprendo ... Pero ... !las cua-
·trol ¡También mi cana!...
La serenidad teatral de Goyo corría un
riesgo gravísimo. Le faltaba poco para rom-
per a llorar, o para liarse a culatazos con los
asesinos ...
Prefirió no tocar más ese asunto, y dis-
traerse, comentando bagatelas.
Ya nada se podía hacer. Salieron de la cho-
za. Y ~e pusieron a comer con todo sosiego ...
-iMejor sería que no comiéramos por
eso!... Pues si estas se han muerto, ya ven-
drán otras! ...
Poco antes de terminar la comida, llegó
-243-
EN LA MONTAÑA ALAVESA

Colás, el hijo mayor de Goyo, un mozo listo.


como su padre. Este, después de hablar a
solas un momento con su padre, emprendió
el regreso al pueblo.
Antes de declinar el sol por el portillo de
Urarte, entraban también en el pueblo los
cazadores fracasados.
El estoicismo que aparentaba Goyo, tran-
quilizaba a los forasteros ...
Pero el señor Miguel, un sefior que había
sido alguacil, derribó aquella tranquilidad
con estas palabras:
-¡Densen ustedes presos!
-&Cómo presos'?-pregunt6 Goyo.-e,Quie-
nes quedan presos'?
-Todos rasos! ...
-Pero ¿por qué'? Si estos sefiores han ve-
nido ayer, y no han podido hacer nada, y
nosotros ...
-Aquí'n esto manda la autoridad, y cuan-
do la autoridad manda lo que manda, los en-
demás no tienen que chistar...
-Pero, Miguel...
-Todos rasos! &Se han crei.do ustedes que
-244-
LA CAZ A DE PALOMAS

.se puede hacer en este pueblo lo que se


-quiere?
- ¡Pero si nosotros no hemos hecho ni lo
qué hemos querido! Ya ves: hemos ido por .
palomas, y venimos sin muestra ...
-Anoche matarían ustedes bastante, mien-
tras no nos dejaron dormir a los vecinos ...
-Seflores-dijo Goyo.-Nos detienen por
los ensayos de anoche. Es una mala partida ...
- Pero nosotros no estamos para p erder
el tiempo mientras se rectifican las malas
partidas-advirtió un forastero.
Migu el, inflexible, se llevó a todos a la cár-
cel del pueblo, donde acariciaron los rostros,
bi en afeitados de los ciudadanos, unas sua·
vísimas telarafías, y les divirtieron con sus
correrías monísimas unos juguetones raton·
citos.
-Esto es cuestión de caciquismo-les de-
cía Ramiro.
-Y el caciquismo de aquí no tiene bromas
-añadía Goyo.
-Bueno, pero me figuro que se aclarará
todo, y saldremos pronto.
, -245 -
T~ N L A M O N 'f A Ñ A A L A V E S ,\t.

-Eso de salir ... eso de salir... acaso nos.


cueste.
-Y si...
Un fora.s tero señaló el bolsillo de la,
cartera.
--Así, inmediatamente.
-Y ... cuánto ...
-Por los cuatro... qué 8é yo ... pero unos.
cuarenta duros ...
-·-!Hombre! Eso es intolerable!
-Sí, sí... pero ...
-Y ¿qué hacemos?
-¡Qué hemos de hacer! Marchar cuant0-
::intes a casa, cueste lo que cueste, no sea que.
· nos armP.n alguna otra.
-¡Que son doscientas pesetas!
-¡Que sea n!
- Oye, Goyo; y cómo haremos eso? Por-·
que a mi me da cierto reparo ...
-Nó, hombre, n6! Venga el dinero, y ..•
-¿El dinero? Te lo daremos en la calle;:
aquí, nó.
- e.No hay confianza, v qué? Pues apañaoR-.
e8tamos!
- 246 :-
LA C .A Z A DE PALOMAS

Goyo habló con Miguel. Miguel salió a Ja


calle. Volvió.
Y salieron de la cárcel, sin gana de volver
a probar la caza de palomas con ciegas ...
Soltaron los cuarenta duros, y marcharon,
sacudiendo el polvo de los zapatos ...

-Nos l'han querido pegar-decía Goyo,


ya de noche, en la taberna--pero l'han errao.
Nos han matao cuatro ciegas ... ¡Lo siento por
la canal Pero las hemos cobrao bien ... Toma,
Ramiro; veinte duros son tuyos ...

-247 -
LAS ASPIRACIONES DE LA MONTAÑA

e 1 aislamiento en que se encuentran


estos pueblos de la montaña, ofrece
ese encanto singular de lo inexplorado, esa
d eliciosa fisonomía monacal, muy estimable,
cuando el espíritu-que ha observado y ha
condenado el barullo, la agitación, la frivo-
lidad fachendosa de las poblaciones-quiere
concentrarse en el castillo interior, y gusta
de la reflexión serena en un ambiente de si-
lencio, de paz, de recogimiento.
P ero hay que sacrificar el biemistar priva-
do, cuando lo exigen las necesidades de los
pueblos.
Estos pueblos que me han obsequiado con
e.l sosiego religioso de su mecanismo rudi-
- 248 -
LAS A 8 P T R A C 1 O N E S DE LA M O !\ 'l' A ~ A

mentario, con las tranquilas características


de una vida sin complicaciones disipadoras,
sin purulencias morales, sin ruidos turbado-
.res, tienen grandes necesidades, que-a pe-
sar d1) ser grandes-pueden cubrirse con pe-
queños esfuerzos ...
Quiero cerrar mi obrita, recogiendo el cla-
mor de la montaña amada, detenién'd ome
ante una de esas necesidades, cuya solución
determinaría automáticamente otras solu-
ciones.
Desde hace largos años vienen pidiendo
un camino vecinal, que facilite sus comuni-
caciones con los mercados.
Es tierra fecunda la tierra de estos pue-
blos; y sus hombres son intensamente labo-
riosos y emprendedor·es.
Pero, é,cómo van a realizar sus empresas,
si los torcos de las sendas mezquinas y arci-
llosas impiden el tránsito de las carretas,
agotan 1a fuerza de las parejas, sofocando
toda iniciativa'?...
El cultivo intenso y amplio de la tierra, la
-249-
E N L A M O N T A Ñ A A L A V E S .\

selección de géneros de grandes rendimien·


tos económicos, los entusiasmos por la repo·
blación forestal, las empresas industriales,
los adelantos del pueblo, la explotación de
toda riqueza ... exigen cierta facilidad en las
comunicaciones.
Estos pueblos han solicitado-repetid::ts ve-
ces-el apoyo de las corporaciones encarga·
das de promover la prosperidad de aquellos.
Pero-sin duda-las promesas mueren, al
formularse.
Los montañeses-ingénuos, crédulos-han
venido acariciando grandes esperanzas, am-
parados en las promesas que se les hacían ...
Pero hasta ahora, nuestros proyectos han
tenido el carácter de «proyectos de carrete-
ras electorales» .
Los pueblos manifiestan su aspiración, que
nada tiene de descabellada. El candidato la·
menta la situación en que se encuentran, re·
dondeando unos períodos, decorados con tré·
molos de exquisita emoción, promete ponerse
al servicio de una causa tan justa ... y los al·
- 250 :-
LA~ A S P J R A C l , O N E S DE LA 111 O ~ T A N .\

dennos regresan-triunfadores-al pu eblo ...


Y para que vean que esas palabras no son
tan vanas, como las que hasta ahora han
nriun ciado la realización del proyecto-bur-
lando la candidez de los montalieses--un día
vienen unos señores de corbata y sombrero;
traen unos banderines, que irán colocando
en de terminados puntos; toman notas en un
block; consultan algunos extremos con los
vecinos ... y acuerdan la línea que ha dM•e-
guir la nueva carreterR ...
Pasa la época electoral, y siguen entorcán-
dose nuestras carretas...
No es justo que a estos pueblos-dispues-
tos a contribuir con prestaciones muy apre-
ciables-se les niegue de hecho la concesión
del camino vecinal.
Estoy escribiendo estas líneas, cuando se
me dice que vnolve a suscitarse el asunto del
camino vecinal.
Y que la Diputación alavesa se coloca en
un buen plan, que permite acariciar la espe·
ranza de que pronto llegará una carretera
hasta Arlucea o Marquínez.
-251- ·~
s. --:----.!..
~;:,\
~
BN LA MONTAÑA ALAVESA

La gratitud de la montafia es de más valor


que el esfuerzo exigido por la construcción ·
del camino que se pide.
Ahora, vosotros, montafieses, tenéis la pa-
labra.
Tened en cuenta que los grandes ideales
no se realizan sin sacrificios...

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INDICE

A mis amigos de Arlucea y Marquínez. 7


Las bellezas de la montaña. 11
E NERO, . . . • . . . • • . 25.
Febrero.•. 30
Marzo .• , . • • . . . . . . . . • . · 3G
Abril .. 40
Mayo .•
Junio .. , . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
· Julio . . . . . . . . . . . . . . . . ffl
Agosto. . . . • • . 63
Septiembre. . . . • . . . . • • . • . • . • . . . . . 69
Octubre . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
Noviembre. . 79
Diciembre . . . . . . 84
MI ALDEA . . . . . 9~i
El antig uo montaíi és. 97
Los montañeses de hoy. . . . • . . . . • • . . 103
La ermita de la montaña. . . • . 100
P sicol0g ía del montañés. . . • . 114
Los niñ os de la montaña. . . . 12()
El domingo en la montaña. . . 102
Recuerdos de antaño . . . . . ..• 137
COM.O LOS TRILLOS . . . • . 143 ~·
¡Cuándo nos volveremos a ver! 15~)

Los alegatos del tío Borrasca . • . . . 157


Grillo, afortunado . . . . . : . . • . . lfü
Yo, tres, y tú, dos. . . . . 174
¡Vaya un pisito, mi amigo! . • . • . • . • l SO
La venganza de Pacho . .
Milagros del sebo . . . . . . . . . • . .
.. 185
193
Tus ... mus ... . . . . . . . . . . . . • • 19'.)
La flexibilidad de Bragazas. . ·. . . . • • . . 204
Agudezas de la montaña. . . 212
Una solución ingeniosa. . . . 217
En el cumplimiento del deber. 224
La caza de palomas. · . . . . 231
Aspiraciones de la montaña. . 248
ERRATA IMPORTANTE

En la página 21, línea 21, se dice: « ••. siendo


José Obispo de Pedro en Calahorra». Debe
d ecir: 4: ••• siendo .Juan de Pedro (Pérez) Obis-
po en Calahorra 7;.

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