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2017
UNIVERSIDAD DEL ACONCAGUA
FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS Y JURÍDICAS
DERECHO PRIVADO II – OBLIGACIONES
CICLO LECTIVO 2017/2018
GUÍA DE CLASE N° 25
1. El punto de partida:
Un concepto de antijuridicidad…
LaLaantijuridicidad
antijuridicidadradica
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contradicciónentre
entre
elel hecho
hecho de de una
una persona
persona yy elel ordenamiento
ordenamiento
jurídicoconsiderado
consideradoen enforma
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integral.
jurídico
Según este concepto, una acción es antijurídica (ilícita) cuando resulta contraria al ordenamiento jurídico
integralmente considerado.
Se entiende por acción el comportamiento humano, comisivo u omisivo, que provoca un resultado
en el mundo exterior. No se requiere para que exista acción la presencia de voluntariedad del
agente; basta con que refleje su personalidad. Quedan, por ende, comprendidos dentro del
concepto de acción los denominados actos habituales e instintivos. Por el contrario, están al margen
del mismo los actos reflejos, los que emanan de estados de inconsciencia total o los que derivan de
una fuerza irresistible.
La antijuridicidad debe ser valorada con perspectiva de unidad, lo cual determina que una conducta que viola
determinado precepto legal no sea antijurídica si encuentra una causa de justificación en otra norma.
Se trata de un concepto netamente objetivo, que deriva de la contrariedad de la acción con el derecho; por lo
tanto, es independiente de la voluntariedad y de la culpabilidad. De allí que la conducta de un menor de diez
años o de un demente, puede ser antijurídica.
Respecto del daño, podrá predicarse su carácter de justo o injusto, según deba ser asumido por la víctima o
trasladadas sus consecuencias a un tercero por vía resarcitoria.
Derecho Privado II - Obligaciones
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La antijuridicidad es una contradicción entre la conducta y el ordenamiento jurídico apreciado con sentido unitario.
Se trata de un presupuesto de la responsabilidad independiente de la voluntariedad y la culpabilidad.
Concretamente, no es otra cosa que el causar un daño a otro sin causa de justificación. De tal modo, para que exista
no es necesario que haya una norma expresa que prohíba una determinada conducta --en el caso, inexistencia de ley
que impusiera al hospital demandado el deber jurídico de efectuar pruebas serológicas y adoptar medidas de
bioseguridad tendientes a evitar el contagio de enfermedades al personal del servicio de hemoterapia--, pues es
suficiente que se cause un daño sin justificación. (Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, sala D • 29/02/1996 •
T., C. J. c. Municipalidad de Buenos Aires. • LA LEY 1996-D, 24, con nota de Jorge Bustamante Alsina ; DJ 1996-2, 644)
Una conducta es antijurídica cuando es producto de la violación de una norma jurídica imperativa o
prohibitiva.
El art. 1066 del Código de Vélez disponía; “Ningún acto voluntario tendrá el carácter de ilícito, si no fuere
expresamente prohibido por las leyes ordinarias, municipales o reglamentos de policía; y a ningún acto
ilícito se le podrá aplicar pena o sanción de este Código, si no hubiere una disposición de la ley que la
hubiese impuesto”.
Se funda en la tipicidad del ilícito que importa una doble previsión: el comportamiento debe estar
anticipado por el legislador, como también la sanción resarcitoria. Equivale a una igualación de la
ilicitud civil con la penal sobre la base de una serie cerrada o numerus clausus de delitos: nulla pena
Antijuridicidad formal nulla crimen sine lege.
La tipificación de los ilícitos y de las sanciones, como su idea complementaria, la tipificación de los
derechos subjetivos, se funda en el valor seguridad y encuentra un correlato en la interpretación literal
de los arts. 18 y 19 de la Constitución Nacional: todo lo que no está expresamente prohibido se
encuentra permitido.
Este criterio es rechazado por la moderna doctrina, reprochándose ser insatisfactorio e insuficiente en
el campo civil que, a diferencia del penal, debe consagrar la atipicidad del ilícito. La pretensión de
tipificar categorías reducidas en número y suficientemente amplias como para poder subsumir en ellas
todos los casos posibles - como la fórmula todo daño a la persona debe ser indemnizado- conduce a
torturar la idea del tipo de la cual se parte.
Se llega a este segundo momento en la evolución jurídica cuando la ilicitud deja de confundirse con la
ilegalidad: cuando se comprende que el Derecho no se agota en la legalidad, cuando de integra el
ordenamiento jurídico dando cabida a otras fuentes del derecho como las buenas costumbres, la
moral social, los principios generales del derecho.
Antijuridicidad Este paso implica un abandono de la actitud soberbia del legislador que deja de considerarse el único
material creador del derecho, y el reconocimiento del rol del juez en la elaboración del derecho del caso que se
somete a su juzgamiento. Con la integración del plexo normativo se logra una respuesta adecuada a la
pregunta sobre la ilicitud del comportamiento.
Así, es antijurídica toda conducta que lesione un derecho subjetivo o un interés merecedor de tutela
de un sujeto.
Es un criterio diferente en cuanto la búsqueda de la antijuridicidad abandona el sendero de la
desaprobación del acto o hecho en sí mismo, objetivamente considerado, para avanzar sobre la
desaprobación de la conducta del autor o agente.
Antijuridicidad La antijuridicidad se encuentra en la culpa, la faute de la doctrina francesa.
Subjetiva En definitiva, para que una conducta pueda ser calificada de antijurídica, el sujeto a quien se imputa la
misma debe ser imputable, es decir, que debe tener la capacidad de discernir y conocer las
consecuencias de sus actos.
La antijuridicidad es el carácter que tiene un acto en cuanto infringe o viola el derecho objetivo considerado en su
totalidad, queriendo significar con ello -siguiendo a las escuelas alemanas- que no hay licitud o ilicitud que sea
exclusivamente penal, civil, laboral, etc., sino que el carácter ilícito del acto que resulta de una cualquiera de las
ramas del derecho, se extiende a todas las demás ; siendo tal el acto que contraría una prohibición legal sin ninguna
otra consideración, encontrándose este concepto fijado en el art. 1066 del Cód. Civil.
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La ilicitud o antijuridicidad resulta necesariamente de actos realizados "contra legem", debiendo entenderse por tal
"lato sensu" al orden jurídico considerado en su plenitud, o sea aprehendiendo unitariamente al derecho positivo en
su totalidad. Juzgado de 1a Instancia en lo Civil y Comercial Nro. 2 de San Martín • 31/10/1986 • C., A. y V. de C., A. •
LA LEY 1987-A, 39
Una conducta sólo es antijurídica cuando está prohibida por el ordenamiento jurídico.
Zavala de González sostiene que el carácter expreso de la prohibición sólo implica que debe estar consignada
por la ley a través de términos claros, indubitables, inequívocos, ciertos o inconfundibles, no necesariamente
sacramentales ni ceñidos a lo casuístico. No supone, entonces, la descripción particularizada del elenco de
hechos ilícitos, sistema que sólo por excepción adopta nuestra ley civil.
A diferencia de lo que ocurre con la ley penal, en donde rige el principio nullum crimen sine lege, el derecho civil
no requiere de un catálogo cerrado de prohibiciones tipificadas. Determina un gran principio rector de la
materia, genérico y flexible, que es aquel que prohíbe causar daños a otro en su persona o en sus bienes
(alterum non laedere), e impone la consiguiente responsabilidad cuando esa conducta dañosa se conjuga con
los demás presupuestos (factor de atribución y relación causal).
El ordenamiento jurídico argentino ha consagrado el principio rector del alterum non laedere, prohibiendo dañar
a otro sin causa de justificación. La Corte Suprema de Justicia de la Nación en el caso Santa Coloma, le ha
asignado rango constitucional.
En principio, debe presumirse antijurídico todo acto u omisión que causa un daño a otro,
sin que medie causa de justificación.
En el primer supuesto (actos de comisión o de actividad) el sujeto realiza una conducta positiva cuya ejecución
se encuentra prohibida, expresa o genéricamente, por el ordenamiento jurídico.
La acción también puede asumir forma negativa: es la omisión antijurídica. El ilícito consiste en no hacer aquello
que ordena la ley (por ejemplo, omitir prestar auxilio a un menor desamparado o a una persona que se
encuentra herida, amenazada de un peligro grave, pese a poder hacerlo sin riesgo personal, art. 108 del Código
Penal)
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Suele sostenerse que en la responsabilidad objetiva en general, y en la derivada del riesgo o vicio de la cosa en
particular, no se advierte la presencia de antijuridicidad. Se trataría de una responsabilidad por actos lícitos
(Moisset de Espanés, Zavala de González, Borda)
- La ley se ha hecho eco de una realidad inocultable de nuestro tiempo, cual es la existencia de cosas y
actividades que engendran una potencialidad de daño considerable hacia terceros, cuyo empleo en modo
alguno puede ser suprimido o limitado, sin aparejar un retroceso considerable desde el punto de vista
económico social.
- Emplear útilmente este tipo de maquinarias constituía una actividad lícita, aunque pueda eventualmente
engendrar riesgos considerables a terceros. De allí que la obligación de reparar el daño que surja de esta
conducta o actividad lícita no sería suficiente para transformarla en ilícita.
Otros autores entienden que también en la responsabilidad objetiva puede encontrarse el presupuesto de la
antijuridicidad objetiva (Mosset Iturraspe, Zannoni, Bueres)
- La creación de un riesgo, a través de una actividad humana que socialmente es reconocida como valiosa es
lícita. Sin embargo, el mero hecho de generar un riesgo, cuando todavía no ha determinado un detrimento
a terceros, constituye una cuestión al margen de la responsabilidad. De allí que no puede ser esta etapa
anterior a la producción del daño la que deba computarse al tiempo de calibrar la juridicidad o
antijuridicidad de la acción.
- La actividad riesgosa puede devenir dañosa. Y es entonces donde se opera la transgresión del principio
alterum non laedere y la consecuente antijuridicidad. El riesgo entraña, por ser tal, una potencialidad
dañosa que el derecho no desconoce. Esa actividad es ilícita cuando provoca el daño pues efectivizó su
potencialidad dañosa en concreto.
El incumplimiento objetivo obligacional, en cualquiera de sus posibles manifestaciones, importa una violación al
derecho de crédito y constituye siempre, en sí propio, una conducta antijurídica.
- Incumplimiento total
- Incumplimiento parcial
- Retardo en el cumplimiento
- Incumplimiento definitivo
- Incumplimiento defectuoso
Quien incumple una obligación en forma absoluta o relativa, total o parcial, obra antijurídicamente pues
contraviene los deberes que le atañen, derivados de un vínculo preexistente, salvo que medie una causa de
justificación relevante.
El art. 959 del Código Civil y Comercial dispone: "Efecto vinculante. Todo contrato válidamente celebrado es
obligatorio para las partes. Su contenido sólo puede ser modificado o extinguido por acuerdo de partes o en
los supuestos en que la ley lo prevé".
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Quien incumple un contrato no obra conforme al ordenamiento jurídico.
El incumplimiento obligacional importa siempre una noción objetiva, por cuanto constituye la violación de una
obligación preexistente, y consecuentemente, del derecho de crédito del acreedor.
Si bien ordinariamente es provocado por el deudor, nada impide que pueda reconocer su origen en la propia
conducta del acreedor o inclusive de un tercero extraño.
La responsabilidad que emerge de la ilicitud de un evento dañoso es única para todo el Derecho. En sustancia
no caben diferencias entre el Derecho Público y el Derecho Privado, y dentro de este último, entre los ámbitos
contractual y extracontractual o del acto ilícito.
Los argumentos que permiten fundar la unificación de las órbitas responsabilidad son:
- Si el Derecho de Daños parte de la situación de la víctima, carece de sentido elaborar ámbitos excluyentes
con regímenes propios.
- La gravedad de la antijuridicidad es la misma cuando se incumple una obligación contractual que cuando se
viola el deber genérico de no dañar.
- La función indemnizatoria del daño debe procurar en todos los supuestos colocar a la víctima en la misma
situación en que se encontraba antes del hecho dañoso.
La antijuridicidad es un obrar contra derecho, una transgresión abierta al orden jurídico en su totalidad.
El ordenamiento jurídico manda hacer tal conducta y el obligado se aparta de esa orden y realiza otro
comportamiento; pero no siempre el accionar de los transgresores hace simple la visualización de la ilicitud y,
por ende la aplicación de la sanción.
En el actual estado de evolución del derecho se destacan, junto a la contradicción con el derecho, el fraude a la
ley y el abuso de los derechos subjetivos, siendo estas dos últimas conductas más sutiles, más rebuscadas en su
finalidad transgresora.
El fraude a la ley se configura cuando se elude la norma que prohíbe una conducta determinada, amparado en
una norma general permisiva o norma de cobertura, se llega a un resultado análogo o similar, pero no igual, al
vedado.
ARTÍCULO 12.- Orden público. Fraude a la ley. Las convenciones particulares no pueden dejar sin efecto las leyes
en cuya observancia está interesado el orden público.
El acto respecto del cual se invoque el amparo de un texto legal, que persiga un resultado sustancialmente
análogo al prohibido por una norma imperativa, se considera otorgado en fraude a la ley. En ese caso, el acto
debe someterse a la norma imperativa que se trata de eludir.
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El ejercicio abusivo de los derechos muestra un comportamiento que, al menos objetivamente, y en su primera
fase, aparece como respetuoso de la norma de la norma. Se está frente a la realización de una conducta
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tipificada como lícita, pero que resulta antijurídica si se atiende a los fines para cuyo logro se ha concedido el
derecho en análisis, los fines de la figura.
ARTÍCULO 10.- Abuso del derecho. El ejercicio regular de un derecho propio o el cumplimiento de una obligación
legal no puede constituir como ilícito ningún acto.
La ley no ampara el ejercicio abusivo de los derechos. Se considera tal el que contraría los fines del
ordenamiento jurídico o el que excede los límites impuestos por la buena fe, la moral y las buenas costumbres.
El juez debe ordenar lo necesario para evitar los efectos del ejercicio abusivo o de la situación jurídica abusiva y,
si correspondiere, procurar la reposición al estado de hecho anterior y fijar una indemnización.
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Debe rechazarse un derecho genérico a dañar. Por el contrario, debe afirmarse el derecho a no ser víctima.
La libertad como principio y las restricciones como excepciones se explican en las relaciones entre los
ciudadanos frente a la autoridad pública, donde rige el imperativo de legalidad de las prohibiciones, a fin de
garantizar la seguridad de los gobernados y la previsibilidad de que sólo determinados actos generarán
consecuencias represivas.
En el Derecho de Daños, las relaciones se establecen entre dañadores y víctimas potenciales y por tanto, no
puede concebirse una libertad genérica para dañar sino libertad para conservarse intacto, o sea, para una
preservación en la mayor medida posible.
Existe una obligación de no dañar, salvo que exista una causa de justificación.
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Aunque el hecho sea lícito e inculpable, puede resultar inequitativo dejar de indemnizar el daño padecido por
una víctima inocente.
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El Derecho de Daños no tipifica una nómina cerrada de conductas ilícitas, sino que engloba como tales a todas
las que perjudican a otro sin una razón justa.
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Sólo las acciones humanas pueden calificarse de ilícitas o lícitas. La antijuridicidad sólo puede predicarse a
propósito de la conducta humana dañosa y no del daño mismo: que éste sea injusto no significa que siempre o
necesariamente lo haya ocasionado ilícitamente una persona.
La injusticia del daño no presupone forzosamente antijuridicidad del hecho que lo causa.
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En la responsabilidad por daños la antijuridicidad sólo satisface alguna función a partir de un perjuicio causado o
que amenaza causarse, o sea, el eje siempre es el alterum non laedere.
La ilicitud no desempeña un papel autónomo sino instrumental: puede conducir a desvalorizar el acto y, por
derivación, a descalificar igualmente el resultado perjudicial como adverso a la justicia.
La antijuridicidad colorea de injusticia al daño: como regla, un acto ilícito genera un daño injusto para la víctima
y hace nacer un derecho resarcitorio si concurre un factor de atribución contra el agente o contra quien está
obligado por él.
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5. Las causas de justificación
y su efecto neutralizante de la antijuridicidad
1. Concepto y generalidades
Se trata de razones excepcionales que legitiman el acto: ponen de relieve que, a pesar del mal inferido por el
agente, su conducta es justa y que el ordenamiento jurídico la autoriza y aprueba.
El sustento de las causas de justificación radica en una valoración comparativa entre el interés lesionado por el
autor y el interés que salvaguarda o tiende a salvaguardar su conducta.
La virtualidad práctica de las causas de justificación radica en que neutraliza la antijuridicidad del hecho
dañoso, aunque no siempre ello significará la irresponsabilidad por el daño causado.
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a. Dentro de un primer grupo de causas de justificación, pueden ubicarse aquellas cuya razón de licitud radica
en la "ausencia de interés" sobre el bien jurídico que resulta lesionado o puesto en peligro, como ocurre en
el llamado consentimiento del damnificado.
b. En el segundo grupo, se ubican todas aquellas que basan su ilicitud en la "primacía de un interés" sobre
otro con el cual entra en conflicto. Se pueden mencionar aquí el caso del estado de necesidad, la legítima
defensa, y la obediencia debida. En todos ellos se ha la preeminencia de un interés de superior jerarquía.
El ejercicio regular de un derecho, dentro de los límites reconocidos por el ordenamiento jurídico, constituye un
obrar lícito, sin que obste a tal conclusión la eventual causación de un daño a un tercero derivada de aquel. Tal
menoscabo no es, en principio, indemnizable.
ARTÍCULO 1718.- Legítima defensa, estado de necesidad y ejercicio regular de un derecho. Está
justificado el hecho que causa un daño:
a. en ejercicio regular de un derecho;
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La noción de ejercicio regular de un derecho y la de abuso del derecho hace a la esencia de la relatividad de los
mismos, que está ínsita en los que reconoce nuestra Constitución Nacional en su parte dogmática. Sólo a partir
de derechos relativos es posible predicar conductas abusivas.
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b. Estado de necesidad
ARTÍCULO 1718.- Legítima defensa, estado de necesidad y ejercicio regular de un derecho. Está
justificado el hecho que causa un daño:
c. para evitar un mal, actual o inminente, de otro modo inevitable, que amenaza al agente o a un tercero, si el
peligro no se origina en un hecho suyo; el hecho se halla justificado únicamente si el mal que se evita es mayor
que el que se causa. En este caso, el damnificado tiene derecho a ser indemnizado en la medida en que el juez lo
considere equitativo.
Orgaz lo define como la situación en que se halla una persona que, para apartar de sí o de otra un peligro
inminente que amenaza sus bienes personales o patrimoniales causa ilegítimamente un mal menor a un tercero
que no es autor del peligro.
Si se mira al que ha sufrido el daño, sin merecerlo, parece justo reconocerle el derecho a obtener la reparación
plena del perjuicio, pues nadie está obligado a contribuir con sus bienes, patrimoniales o extrapatrimoniales, a
salvar los de otro. Pero tampoco parece justo responsabilizar a quien, por un estado de necesidad no imputable,
causa un daño para evitar otro más importante. ¿Hay derecho a indemnización por parte del que ha sufrido el
daño?
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¿Es invocable el estado de necesidad para justificar el incumplimiento de una obligación convencional?
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c. Legítima defensa
El Nuevo Código Civil y Comercial de la Nación regula la legítima defensa como causa de justificación:
ARTÍCULO 1718.- Legítima defensa, estado de necesidad y ejercicio regular de un derecho. Está
justificado el hecho que causa un daño:
b. en legítima defensa propia o de terceros, por un medio racionalmente proporcionado, frente a
una agresión actual o inminente, ilícita y no provocada; el tercero que no fue agresor ilegítimo y
sufre daños como consecuencia de un hecho realizado en legítima defensa tiene derecho a obtener
una reparación plena;
a. Agresión ilegítima
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Se advierte que la legítima defensa se encuentra emparentada con el estado de necesidad, pero difiere de este
último en que el que se defiende causa un daño a su agresor; en cambio, en el estado de necesidad, el perjuicio
es soportado por una persona ajena al hecho.
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d. Asunción de riesgos.
El Nuevo Código regula la asunción de riesgos con particulares contornos, calificándola como un supuesto de
eximente de responsabilidad si reúne los requisitos del hecho del damnificado:
ARTÍCULO 1719.- Asunción de riesgos. La exposición voluntaria por parte de la víctima a una situación
de peligro no justifica el hecho dañoso ni exime de responsabilidad a menos que, por las
circunstancias del caso, ella pueda calificarse como un hecho del damnificado que interrumpe total o
parcialmente el nexo causal.
Cuando se alude a la noción de asunción de riesgos y a su campo de aplicación se distingue entre riesgos
genéricos u ordinarios de la vida en sociedad que todo individuo debe tolerar y riesgos específicos. Así, se
afirma que los riesgos genéricos de la vida en sociedad no tienen ninguna incidencia en la responsabilidad civil;
mientras que sí tiene relevancia la conducta de la víctima del daño cuando ésta asumió un riesgo específico, que
excede los riesgos normales, ordinarios o genéricos.
Puede funcionar como excusa cuando la exposición a la situación de riesgo generadora de un daño pueda
calificarse como un hecho del damnificado que interrumpe total o parcialmente el nexo causal. La excepción no
es tal por cuanto la eximición de responsabilidad no deviene por la ausencia de antijuridicidad sino por el
quiebre de otro presupuesto de la responsabilidad civil, cual es el nexo de causalidad.
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Quien voluntariamente se expone a una situación de peligro para salvar la persona o los bienes de
otro tiene derecho, en caso de resultar dañado, a ser indemnizado por quien creó la situación de
peligro, o por el beneficiado por el acto de abnegación. En este último caso, la reparación procede
únicamente en la medida del enriquecimiento por él obtenido.
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El consentimiento del propio damnificado puede, en ciertos casos, actuar como causa de justificación, y
determinar la no resarcibilidad del daño causado.
En principio, el consentimiento del damnificado excluye la antijuridicidad de la conducta del dañador, salvo
cuando ello sea contrario a la ley, a la moral, a las buenas costumbres y al orden público. El campo de las
limitaciones es muy amplio y lleva a proclamar un criterio ciertamente restrictivo que pondere los intereses
comprometidos, en función de las circunstancias del caso. Para que esta limitación opere es indispensable que
el consentimiento del titular del derecho sea inequívoco, expreso o tácito.
El consentimiento siempre es revocable, sin perjuicio de la responsabilidad civil que tal circunstancia pueda
general. El tema asume especial relevancia en materia de derechos no disponibles en forma absoluta, como el
derecho a la vida, cuya protección trasciende el plano de los intereses individuales, para proyectarse al ámbito
social.
La ley 24.193 autoriza los transplantes de órganos a los mayores de edad, en determinadas circunstancias.
Otros derechos, en cambio, son parcialmente disponibles, como el derecho a la imagen o a la intimidad,
pudiendo el titular del derecho consentir y autorizar la intrusión de terceras personas.
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El Nuevo Código regula la eficacia del consentimiento como causa excluyente de la ilicitud.
Los individuos poseen amplias facultades de disposición de derechos patrimoniales que, en principio, son
disponibles y están comprendidos en esta norma. No ocurre lo mismo con los derechos extrapatrimoniales, en
principio indisponibles, que estarían excluidos de la regla del art. 1720.
RECORDAR QUE….
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ARTÍCULO 55.- Disposición de derechos personalísimos. El consentimiento para la
disposición de los derechos personalísimos es admitido si no es contrario a la ley, la moral o
las buenas costumbres. Este consentimiento no se presume, es de interpretación
restrictiva, y libremente revocable.
Cuando el damnificado prestó voluntariamente el consentimiento para soportar ciertos riesgos, en principio, se
eliminaría la antijuridicidad frente a la producción de daños derivados de tales riesgos. Esta noción surge del
principio de autonomía personal consagrado en la Constitución Nacional, principalmente de los arts. 19 y 17 —
este último en relación a los derechos patrimoniales—. En el ámbito del derecho civil se vincula al principio de
autonomía de la voluntad, consagrado en el CCyC en el art. 958.
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