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En relación a la cuestión de las finanzas públicas, efectivamente, hay situación de déficit que se tiene que financiar
de alguna manera y en la cual no se puede vivir eternamente. Pero el déficit surge de dos variables, de ingresos y de
gastos.
Decir que sólo se puede ajustar gasto, a través de la obra pública, reforma previsional, ajuste de la planta estatal o
mediante devaluación e inflación para licuar el gasto público, es no decir que se puede llevar a cabo un mix de
alternativas, como por ejemplo fortalecer los ingresos.
El gobierno no se plantea revertir las medidas de desfinanciamiento que implementó, no habla de reponer las
retenciones a los mismos sectores beneficiados ahora por la devaluación. Tampoco habla de recuperar ingresos que
rifó por baja de impuestos a sectores acomodados.
Pero, además, no se puede equiparar la economía de una familia a la de un país. En un hogar, si se gasta más de lo
que ingresa habrá que dejar de lado ciertas cosas para cubrir las necesidades principales.
Pero en un país, bajar el gasto del sector público tiene efecto en el ingreso de la economía, porque al bajar el gasto
también se reduce la actividad económica y afecta la recaudación. O sea, bajar el gasto puede aumentar el déficit en
lugar de achicarlo, como sucedió en Grecia o incluso en la Argentina en los 9 ́ 0.
La negación de Mauricio Macri: déficit fiscal en 10 puntos del PBI (500.000 millones de U$D en 2017)
(El cronista comercial-13 de noviembre 2017)
De acuerdo con los datos de Hacienda, el déficit primario en 2017 fue 404.142 millones de pesos (un aumento
nominal de 18%), mientras que el rojo de los intereses de la deuda fue de $ 224.907 millones de pesos. Entre ambos,
el rojo de las cuentas públicas fue de 629.050 millones de pesos
Sumando estos cuatro componentes llegamos a un formidable déficit consolidado de 9.30% del PBI, lo que
representa 46.500 millones de dólares, ni los K fueron capaces de tanto, podríamos incluso agregar un
quinto rojo con un 4% de déficit de cuenta corriente (incluye el intercambio de servicios como el turismo
y el saldo de la cuenta rentas).
Según informó el Indec, en doce meses las importaciones alcanzaron los 66.899 millones, con una suba del
19,7 por ciento frente a 2016. En cambio, las exportaciones terminaron 0,9 por ciento por encima del año
previo, con un total de 58.428 millones de dólares, a 25 mil millones de dólares del record de 2011
(84.269 millones).
La balanza comercial terminó el año pasado con un déficit de 8471 millones de dólares, lo que implica un
marcado deterioro frente al superávit de 1969 millones del año pasado, marcando un nuevo récord
histórico.
Las compras al exterior fueron motivadas por el proceso de apertura comercial que se expresa en la fuerte
suba en el ingreso de bienes de consumo y autos, junto a los bienes de capital en sectores como el
automotor, maquinaria agrícola y vial y teléfonos celulares.
El bache en materia de comercio exterior junto a la fuga de capitales pone en juego la sustentabilidad del
esquema macroeconómico, que por ahora sólo encuentra amparo en la emisión de deuda externa y el
ingreso de capitales especulativos para aprovechar la bicicleta financiera.
EL diario Página 12 consultó al economista Martín Alfie, economista de la consultora Radar, quien calculó
que el déficit comercial (el rojo del intercambio de bienes) en términos del PIB es del 1,5 % (puede
superar los USD 6.000 millones), el más alto desde 1998, cuando había sido 1,7. En términos nominales,
el rojo del 2017 es el más abultado de la historia económica argentina.
Cabe destacar que, los proyectos del Gobierno en materia de comercio exterior, en donde se destaca el
acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, tienden a empeorar la posición comercial del país porque
estimulan mucho más las importaciones que las exportaciones.
El déficit comercial no es por sí mismo un síntoma negativo de la economía. Muchas veces el crecimiento
de las importaciones coincide con años de expansión del PBI, que replica en el ingreso de equipos e
insumos para mejorar el perfil productivo del país, aunque hunde el balance total por el intercambio de
bienes.
A la vez, los años de mayor superávit comercial fueron los más recesivos para el PBI, con desplome de las
importaciones. Así ocurrió en 2002 (superávit comercial de USD 16.719 millones) y 2009 (+USD 16.890
millones), con retrocesos del PBI del orden del 10,9% y el 6%, respectivamente.
Datos: 2017
El INDEC informó que en cuanto a exportaciones, los precios y las cantidades subieron 3% y 7%,
respectivamente. En valor, las exportaciones de "Productos primarios" subieron 13,8%, las "Manufacturas
de origen agropecuario" (MOA) se redujeron 0,4%, las "Manufacturas de origen industrial" (MOI) se
incrementaron 9,1%, y las exportaciones de "Combustibles y energía" aumentaron 83,6 por ciento
Pueden identificarse 5 condiciones del presente económico que inciden en el rojo comercial histórico, que
podría replicarse en 2018
1) ATRASO CAMBIARIO. Un aumento del dólar a menor ritmo que el de la tasa de inflación encarece a la
producción local y hace más accesibles los productos importados
2) DEMANDA POR CRECIMIENTO. El repunte de la actividad económica local promueve la importación de
bienes de capital
3) MENOR APORTE DEL AGRO. En el acumulado del año, el total de exportaciones asciende a USD 38.528
millones. De ese total, la mayor contribución corresponde a las Manufacturas de Origen Agropecuario
(USD 15.308 millones), que en el acumulado de ocho meses de 2017 caen un 1,7% en comparación a
2016. Además, los Productos Primarios, donde se contabilizan las ventas de granos sin procesar,
registran una caída del 9,5%, a USD 10.301 millones.
4) EFECTO DE PRECIOS INTERNACIONALES. En lo que va de 2017 los precios de las mercancías que
Argentina importa se encarecieron, en general, por encima del de los bienes que el país exporta, en un
10,4% y 2,4%, respectivamente
De todas maneras, la cuestión central detrás de la última crisis cambiaria no es el déficit fiscal, sino el de
cuenta corriente del balance de pagos, siendo éste el principal problema que registra la economía. El
déficit fiscal, que es en pesos, puede ser financiado mediante el endeudamiento interno o bien con
emisión monetaria (si esta última genera inflación o no es otra discusión). De hecho, aunque se lograra
obtener superávit fiscal, la Argentina seguiría necesitando financiamiento externo debido al déficit en
cuenta corriente.
Esto es lo que ha venido financiando “el mundo” (eufemismo para señalar a los grandes capitales
financieros internacionales), es decir, el exceso de dólares que demanda la economía por sobre su
capacidad para generarlos. Si bien entre 2002 y 2009 la Argentina logró obtener un importante superávit
en cuenta corriente -fundamentalmente gracias a una fuerte contracción inicial de las importaciones a raíz
de la crisis y luego debido a la mejora en los términos de intercambio-, desde 2010 en adelante la situación
ha vuelto a ser deficitaria.
Entre 2010 y 2015 este déficit fue afrontado por los gobiernos de CFK de un modo contradictorio, donde
convivieron intentos por regular el comportamiento del capital extranjero con la búsqueda por reinsertar a
la Argentina en el mercado internacional de crédito. Dado el litigio judicial con los fondos buitre, esta
última opción se mantuvo restringida, frente a lo cual se optó por sacrificar una parte importante de las
reservas internacionales acumuladas en el período anterior.
Lejos de resolverse, este problema se agravó tras el recambio gubernamental. El año pasado el déficit en
cuenta corriente alcanzó el récord de 30.800 millones de dólares, equivalente al 4,8 por ciento del
Producto Bruto Interno. Se ha resaltado la importancia del déficit comercial (5522 millones de dólares) y
de servicios -incluye turismo- (9778 millones de dólares), pero estos rubros explican solo la mitad del
déficit en cuenta corriente. El resto (15.906 millones de dólares) es explicado por las utilidades obtenidas
por los inversores extranjeros y los pagos de intereses de la deuda externa.
Desde la asunción del gobierno de Cambiemos, ese déficit ha sido financiado mediante el ingreso de
dólares especulativos (inversiones de cartera) y un acelerado proceso de endeudamiento externo (cuenta
financiera). Esto fue posible en buena medida por el relativo bajo nivel de endeudamiento que tenía la
economía en 2015 y por la implementación de la “bicicleta financiera” a partir de los altos rendimientos
que ofrecían las Lebac y otros instrumentos financieros en “moneda dura”.
El virtual cierre de los mercados financieros internacionales y la retirada de buena parte de las inversiones
especulativas explican la reciente corrida cambiaria. Si bien hubo un conjunto de factores externos y otros
coyunturales que pudieron haber precipitado este escenario (sequía en el campo, suba de la tasa de
interés en Estados Unidos, impuesto a las ganancias para las inversores extranjeros en títulos locales),
estos se montan sobre los problemas estructurales que presenta la economía en su sector externo.
Los grandes operadores financieros a nivel mundial evaluaron que el déficit de cuenta corriente era
demasiado alto y que la “gradualidad” del ajuste aplicado no alcanzaba para reducirlo y garantizar el
repago de la deuda y el mantenimiento de los altos rendimientos financieros en dólares.
Restricción externa
Se afirma que el conjunto de la sociedad debe pagar los costos de “haber vivido de prestado” y que por lo
tanto, como hace cualquier hogar o empresa, debe ajustar sus gastos a sus ingresos. Pero, como se señaló,
el principal problema, y que desató la última crisis financiera (con inevitables consecuencias sobre la
“economía real”), es la falta de divisas, es decir, la restricción externa.
¿Quiénes son los principales responsables de la restricción externa? En lo que respecta al déficit
comercial, existe cierto sesgo de clase dado que la canasta consumo de los estratos de mayores ingresos
suele tener un componente importado mucho mayor al promedio (por ejemplo, autos de gama media y
alta, smartphones de alta gama, viajes turísticos al exterior). En cambio, el grueso de los asalariados gasta
una mayor proporción de sus ingresos en alimentos, servicios básicos y otros bienes con menor contenido
importado.
La redistribución regresiva del ingreso producida desde la asunción del gobierno de Cambiemos solo ha
tendido a agravar este problema, fomentando el consumo de los estratos más altos en detrimento de los
bajos y medios. La apertura comercial también ha fortalecido el proceso de desintegración productiva
local, fomentando un incremento de las importaciones de insumos y de bienes de capital, que en muchos
casos ha reemplazado producción local.
Además, la mitad del déficit de cuenta corriente corresponde a las ganancias obtenidas por las empresas
transnacionales (y que no han sido compensadas con el ingreso de nuevas inversiones) y los pagos de
intereses de la deuda externa. Mientras que lo primero responde al alto nivel de extranjerización
alcanzado por la economía argentina (proceso que ha venido desarrollándose, con algunas oscilaciones,
desde mediados de la década de 1990), el aumento del pago de intereses corresponde principalmente al
acelerado proceso de endeudamiento externo de estos dos últimos años, cuyo destino no ha sido el de
generar nuevos sectores en la economía real que puedan proveer divisas adicionales (exportaciones) o
bien ahorrarlas (sustitución de importaciones), sino financiar la salida de dólares a través del comercio
exterior, el turismo, la remisión de utilidades, el pago de intereses y la fuga de capitales.
Deuda y fuga
La fuga de capitales ha sido una constante en distintas etapas económicas desde las reformas aplicadas por
la última dictadura militar (1976-1983), aunque ha variado en intensidad según distintas coyunturas. La
misma se había reducido notablemente a partir de la introducción de los controles cambiarios a fines de
2011 (“cepo”), aunque ello generó también otro tipo de problemas que no serán analizados aquí.
Desde la eliminación de los controles cambiarios a fines de 2015, la fuga se reactivó fuertemente,
alcanzando los 24.941 millones de dólares en 2017 y 9369 millones entre enero y marzo de este año, es
decir, antes de que se desatara la corrida.
La fuga ha sido históricamente protagonizada por los grandes grupos económicos locales y extranjeros, a lo
cual se suma una demanda menor pero también importante de individuos de sectores medios-altos que
buscan conservar sus ahorros en “moneda dura”.
Esta fuga fue facilitada por el gobierno de Macri mediante varios mecanismos:
1. A partir de desarmar controles y restricciones a la compra de moneda extranjera.
2. Con la eliminación de tiempos mínimos de permanencia para las inversiones de cartera y el fin de la
obligación de los exportadores de liquidar las divisas en el mercado de cambios.
3. Generando una redistribución regresiva del ingreso que favorece el ahorro en “moneda dura” de los
sectores de altos ingresos.
4. Manteniendo un tipo de cambio relativamente bajo (“dólares baratos”) mediante el endeudamiento
público externo.
En síntesis, el financiamiento externo no ha sido aprovechado por todos los sectores sociales por igual, sino
que ha favorecido fundamentalmente a los grandes grupos económicos locales y extranjeros y al propio
capital financiero, que se ha convertido en el “pilar” del modelo macrista en tanto financiador del déficit en
cuenta corriente.
El regreso del FMI a la Argentina no tiene otro objetivo que el de garantizar los intereses de ese sector,
tarea que demandará, paradójicamente, el sacrificio de aquellos que no pudieron “vivir de prestado”
Según números de la consultora LCG previos al convenio, el saldo entero del sector externo, la llamada
cuenta corriente o el balance entre divisas que entran y divisas que salen, arrojaría este año un rojo de
US$ 27.400 millones. Nada más y nada menos.
Quizás las cifras cambien o quizás no cambien demasiado, pero aun así sigue firme lo que llevan adentro:
llevan déficit comercial y de servicios; transferencias de utilidades empresarias; compras de particulares y,
sobre todo, muchísimo pago de intereses. De un modo u otro, se trata de pérdida o fuga de dólares
valiosos para el país.
Para mayor abundancia: un estudio de especialistas publicado en el BID plantea que cuando el
desequilibrio de la cuenta corriente supera el 4% del PBI, se está ingresando en zona de riesgo. El estimado
por LCG señala 4,7%, un déficit que pasa de largo al peor de la convertibilidad que obviamente era malo.
Ajuste:
Pronto, cuando empiece a conocerse qué hay debajo de los títulos del acuerdo, se sabrá además qué
significa de verdad recortar el déficit fiscal del 2,7% al 1,3% del PBI en 2019, o pasar del 3,2 al 1,3% en sólo
dos años. Y si los porcentajes dicen menos que poco, la plata en juego lo dice todo: traducido a dólares de
hoy, el saque ronda US$ 12.000 millones. Esto es, tres veces el presupuesto asignado a salud y diez veces el
de vivienda y urbanismo.
Las opciones que tiene el Gobierno frente a esa encrucijada son básicamente tres: convence a los
argentinos de no comprar tantos dólares, tentándolos con altas tasas de interés en pesos, consigue
reactivar el ingreso de divisas para la bicicleta financiera, también con tasas por las nubes, o abandona la
política de desregulación absoluta para la adquisición de moneda extranjera que habilitó, junto a otras
medidas, el esquema insostenible que ahora hizo eclosión.
Una cuarta alternativa a la que podría apelar el Gobierno para cubrir la insuficiencia de dólares en el
esquema actual de política económica es volver a colocar deuda en moneda dura en los mercados
internacionales. Esa fue la fuente de financiamiento de la que hizo uso y abuso el equipo económico entre
diciembre de 2015 y enero pasado, con la emisión de títulos públicos por más de 100 mil millones de
dólares. Sin embargo, esa opción por el momento está vedada ante la comprobación de los financistas del
exterior de que el país se encaminaba a paso firme hacia la insolvencia. No se puede vivir con dólares
prestados todo el tiempo, concluyeron, con los números en la mano
El nuevo informe del Observatorio de la Deuda Externa de la Universidad Metropolitana para la Educación
y el Trabajo (ODE-UMET) revela que entre junio y diciembre el Estado nacional deberá afrontar pagos de
intereses por 6190 millones de dólares. Además, en el mismo período operan vencimientos de capital por
4667 millones y vencimientos de Letes también en dólares por 12.938 millones. El Ministerio de Hacienda y
Finanzas intentará la renovación de estas últimas, pero aun así quedan otros 10.800 millones de dólares a
cubrir. Las reservas del Banco Central lucen por lo tanto bajo una intensa presión. En resumen, la precaria
estabilidad cambiaria que parece haber alcanzado el Gobierno esta semana con el desembolso del FMI, el
aumento de la tasa de interés al 47 por ciento -como se anticipó en esta columna el último sábado- y la
suba de la calificación de Argentina a mercado emergente puede trastabillar en cualquier momento ante
cualquier evento en el frente interno o del exterior, como podría ser, otra vez, una aceleración en la suba
de la tasa de interés de Estados Unidos.
El coeficiente Gini es una medida de distribución del ingreso que lo mide por percentiles (se distribuye la
población en diez bloques de diez por ciento de la población) y los compara. Cada percentil equivale a unos
2,7 millones de personas. El peor desempeño de la era Cambiemos, al menos de los que hay registro tras la
suspensión de las estadísticas oficiales, fue en el tercer trimestre de 2016, cuando se ubicó en 0,451
puntos. El segundo fue el de la primera parte de este año (0,440) superando el 0,417 de septiembre-
diciembre pasado, el menor registro (la mejor marca) en dos años de macrismo.
“El ingreso promedio per cápita (familiar) de la población alcanzó los 10.381 pesos mensuales en este
período (primer trimestre)”, detalla el informe oficial. A modo de comparación, el valor de la canasta
básica total promedió los 14.000 pesos (fue de 13.513,15 pesos en enero y de 14.224,43 en marzo).
La diferencia entre el primer y el último decil fue de 20 veces en el primer trimestre, mientras que en el
mismo período de 2016 era de 19 veces.
La Argentina estaba metida en una trampa muy compleja, el problema estaba disimulado porque
podíamos endeudarnos y nos regalaban la plata, ahora ya no viene con tanta facilidad. Estos problemas
estructurales se corrigen con mucho dolor.
Hasta que no haya una recesión, el mercado no se va a convencer que los ajustes se realizaron.
El tema no es el déficit fiscal solamente; hay un déficit de cuenta corriente y carencia general de dólares
en la economía argentina. La recesión será por esa falta de dólares. Una mala política del Banco Central,
con tasas altísimas y atraso cambiario, produjo que falten dólares.
El mercado internacional se enrareció y empezó a ver cuáles eran los países que necesitaban muchos
dólares. Eran dos: Turquía y la Argentina. La Argentina es un país extremadamente vulnerable por la
herencia recibida y la mala praxis en política monetaria.
Esta crisis no solo le impide al Gobierno cumplir con bajar la inflación y relanzar el crecimiento, sino que
existe otro problema: la modificación del tipo de cambio. Al sector importador se le cambió la ecuación. Al
modificar el tipo de cambio se está modificando una variable central en mercados importantísimos para
este gobierno, como por ejemplo, el mercado energético. Es un cañonazo para el mercado energético la
devaluación de la moneda. Porque la Argentina importa petróleo, su precio se traslada a los combustibles y
eso pega directamente en la inflación. La corrección de precios relativos vuelve a cero. Como el gobierno
no puede subsidiar y no se puede pasar la suba del petróleo al consumidor, el costo lo deben pagar los
empresarios. El costo del ajuste lo tendrán que pagar los empresarios, esto explica la caída de la acciones
de empresas energéticas en la bolsa. Esta crisis retrotrajo a cero dos promesas del Gobierno: normalizar
los precios relativos y fijar relaciones impersonales confiables de largo plazo.