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Historia y práctica social en el campo del poder" e "Historia y práctica social en el

campo de las luchas populares".


“HISTORIA Y PRÁCTICA SOCIAL EN EL CAMPO DEL PODER E HISTORIA Y
PRÁCTICA SOCIAL EN EL CAMPO DE LAS LUCHAS POPULARES”.
JEAN CHAENEAUX.
La historia forma parte de los instrumentos y mantiene su poder. El estado y el poder
se organizan en el tiempo pasado y conforman su imagen en función de sus
intereses políticos e ideológicos. Para reutilizarse el pasado y atraerse a su servicio
la memoria popular el Estado hace uso de las fiestas nacionales, las
conmemoraciones y aniversarios solemnes.
El aparato del estado actúa sobre las “fuentes”. El pasado no ha desaparecido, pero
no es ya el soberano en estatua. El pasado esta ahora hecho pedazos, convertido
en elementos dispersos de un sistema inofensivo.
La ocultación del pasado es un procedimiento favorito del poder. El pasado molesta
a quienes se preocupan por preservar, su poder particular. El control del pasado, en
función de las exigencias de cada modo de producción dominante.
“HISTORIA Y PRÁCTICA SOCIAL EN EL CAMPO DE LAS LUCHAS
POPULARES”.
En la lucha contra el orden establecido, rechazar el pasado y sus imágenes de
opresión es una tendencia natural. La voluntad de liberar el pasado, de apoyarse en
él para afirmar la identidad nacional es fuerte en los movimientos de liberación del
tercer mundo en el siglo XX.

Historia y práctica social en el campo del poder Historia y práctica social en el campo
de las luchas populares
Jean Chesneaux.
Construcción del conocimiento Tema 3: Funciones de la historia de la historia en la
escuela primaria.
Historia y práctica social en el campo del poder
Historia y práctica social en el campo de las luchas populares
Pág. 70-81
Historia y práctica social en el campo del poder, en este tema se puede analizar
como el gobierno manipula la historia que nos transmite desde que somos pequeños
hasta que somos adultos, incluso nos sigue manipulando a través de los medios de
comunicación que tiene a su alcancé, enseñándonos una historia de héroes y de
mártires de nuestra nación que existieron en una época determinada.
definitivamente el gobierno conoce y la utiliza para sus fines políticos y como
distracciones para la sociedad para que ellos continúen teniendo el poder en sus
manos. Las personas o los historiadores los maneja y los manipula el poder
ocultando la verdadera historia de nuestro país e incluso destruyendo las evidencias
de las personas que relataron en su época que impactaron a nuestra país.
En al otra cara de la moneda la historia y práctica social en el campo de las luchas
populares, la búsqueda del pasado que apoya la identidad nacional es igual una
fuente de movimiento de liberación ya que cuando se descubre la verdad y se
reconstruye el pasado se encuentra la verdadera historia y se entiende el manejo
actual de la misma, descubriendo las injusticias que se han realizado un ejemplo
claro es el movimiento del 68.

LECTURA:
“HISTORIA Y PRÁCTICA SOCIAL EN EL CAMPO DEL PODER E HISTORIA Y
PRÁCTICA SOCIAL EN EL CAMPO DE LAS LUCHAS POPULARES”
Autor: Jean Chesneaux
En esta lectura nos habla de que el autor se pregunta para sirve la historia y para
que se sigue utilizando y para que se construye y enseña la historia.
Nos dice que los hombres somos dueños de la historia de ayer y que con lo que
hacemos influimos en el presente y con lo que estoy de acuerdo ya que es verdad
que somos dueños de la historia porque la utilizamos para que nuestros alumnos
salgan adelante y conozcan todos lo hechos sobresalientes de la historia y los
valoren.
El pasado es un objetivo político o un tema de lucha y lo vamos a seguir estudiando
para que en la actualidad podamos cambiar y ya no sigamos haciendo lo mismo
que en la historia.
¿Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de la historia y de los historiadores
[1977]
por Teoría de la historia
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Jean Chesneaux cuestiona a la historia como “oficio” y a los historiadores como
mandarines, “con sus satisfacciones de prestigio, de poder y de dinero”. Su
planteamiento es revolucionario, en el sentido que todo su esfuerzo está
concentrado en demostrar que la historia tiene como finalidad el cambio social, la
lucha política. Para ello, hace un análisis desmitificador de los “componentes
sagrados” del saber histórico. Y allí es donde entran a cobrar importancia sus
preguntas: ¿Qué es la historia dentro de la vida social? ¿Cuál es su función? ¿Se
puede hablar de “hecho histórico” objetivo, de una vez y para siempre? ¿Puede
estar el historiador “distanciado” de su época? ¿Cuál es la resultante de la “difusión
masiva de la historia”, tal como se la practica hoy? ¿Se puede ser “historiador
marxista” de la Edad Media? ¿Ayuda el presente a “comprender” el pasado o debe
el pasado ayudar a comprender el presente? Y su pregunta final: “¿qué es historia
para revolución?” El modo de responder a estas preguntas es declarado y
militantemente político: se reconoce como un profesional “(in) confortablemente
instalado” en ese “territorio” y en ese “oficio” ambiguamente llamado HISTORIA.
Partiendo de su rechazo del capitalismo, de su práctica social efectiva, de una
posición marxista y comunista y de su condición de profesor universitario, reflexiona
sobre los problemas del saber histórico. Su reflexión es desacralizadora, en el
sentido de que a nada da por sentado: todo puede ser una “falsa evidencia”: el
hecho histórico inmutable, la periodización, la intelectualización del pasado que lo
convierte así en un conocimiento de élite, alejando a las masas populares de sus
marcos de referencias “naturales”. Chesneaux explicita las formas en que el saber
histórico es utilizado por las clases dominantes para ejercer el poder, para mantener
el poder, para desposeer también en este campo a la clase trabajadora. ¿Cuáles
son los métodos que utiliza para lograrlo? Controlar al pasado tanto a nivel de la
política práctica como a nivel de la ideología, ocultar determinados hechos
históricos, manejar las “fuentes”, apelar al pasado en cuanto a la tradición
prolongando así, por la continuidad y por la “naturalidad”, el modo actual de
dominación. La contrapartida se da en el campo de las luchas populares: a esa
versión oficial del pasado, las masas oponen “una imagen más sólida, una imagen
conforme con sus aspiraciones y que refleja la riqueza real de su pasado”. Por eso,
también es el pasado un objetivo político y un tema de lucha para las fuerzas
populares, ya que colabora alimentándolas. Liberar, reivindicar y reconquistar el
pasado, apoyándose en él para afirmarse, es uno de los objetivos de los
movimientos de liberación del Tercer Mundo en nuestro siglo. El autor nos previene
sobre el papel que cumplen los historiadores para mantener este estado de cosas:
amparados en su apoliticidad, en la objetividad del oficio, en el manejo de las
técnicas científicas, son muy susceptibles de aceptar y hasta reivindicar el vivir
“desdoblados”: como personas “privadas” tienen derecho a optar políticamente,
pero como historiadores, son “neutros, objetivos, científicos”. Sobre esta base el
historiador crea su “discurso histórico” y por ello, éste es tecnicista, profesionalista,
con un lenguaje cifrado, intelectualista y por último productivista, ya que se toma al
crecimiento de la producción histórica como un objetivo en sí, encerrado en sí
mismo, acumulativo. Así “funciona al servicio del orden establecido, de los valores
de base de la sociedad capitalista y de toda la ideología dominante”. Chesneaux
utiliza como método para clarificar políticamente la problemática histórica, la teoría
revolucionaria elaborada por Marx y Engels, entendida como creación continua,
enriquecida por los aportes de cada etapa importante de la lucha por el socialismo,
sistematizados por Lenin, Rosa de Luxemburg, Gramsci, Mao. En muchas partes
del libro hay advertencias y juicios dirigidos a sus colegas “marxistas-académicos”
quienes caen en vicios dogmáticos y quienes a partir de las posiciones ganadas en
los sucesos de mayo del 68 en Francia, cuando el Partido Comunista logra entrar
oficialmente a la Universidad, optan por negarse a criticar la ideología dominante,
aceptando los “juegos y las seducciones del sistema universitario”. Las categorías
del cuadripartidismo histórico -historia antigua, medieval, moderna y
contemporánea- son reemplazadas por las trampas de la sistematización de la
historia mundial de los modos de producción principales -teoría estalinista de los
cinco estadios-. Así junto a la tradicional corriente histórica de los hechos, se dan
en la Francia actual dos nuevas corrientes, la de la “Nueva Historia” -Pierre Nora,
Jacques Le Goff, Braudel- y la historia universitaria marxista, pero todas tienen en
común “una concepción de los2159072-L mecanismos históricos que reposan sobre
la continuidad lenta, sobre procesos externos al movimiento activo de las masas”
desposeyéndolas de su historia, ignorando la relación fundamental entre saber
histórico y práctica social. Pero el marxismo, dice Chesneaux “teoría de la lucha
revolucionaria y no teoría destinada al análisis intelectual del pasado, nació de las
exigencias de la práctica social”. “Marx no era un ‘historiador marxista’, pero sí
ciertamente un intelectual revolucionario”. Por eso, el fin del conocimiento histórico
es poner el pasado al servicio del presente y el gran reto de los historiadores es el
de operacionalizar esa relación con el pasado, para responder a las exigencias que
hoy tienen las masas populares. Esto no lo puede hacer el historiador si pretende
distanciarse de los sucesos y de las fuerzas de su época. Chesneaux enfoca a la
historia como “relación activa con el pasado” en el campo del poder y en el campo
de las luchas populares. Su interés apunta a sus “colegas”, llamándolos a la
reflexión para posibilitar el cambio cualitativo que significa romper los automatismos
del saber histórico dominante, porque las luchas por la liberación nacional y social
que llevan a cabo las fuerzas populares, marcan la ocasión de “arrancarse del
campo histórico clásico y por lo tanto de su cronología. Lo cualitativo afirma así su
primacía sobre lo cuantitativo, lo discontinuo sobre lo continuo”. Pero su interés
también apunta a sectores más amplios, aunque sabe las dificultades que tiene el
intelectual para superar el aislamiento que lo separa de las clases populares. Su
crítica al lenguaje cifrado es coherente con el lenguaje asequible en que redacta su
libro. Pero esta simplicidad en las palabras que utiliza no significa que los temas
sean tratados superficialmente; por el contrario, el autor se esfuerza en hacer un
examen exhaustivo, retomando los temas en los diversos capítulos, aclarando y
profundizando su análisis desde distintos ángulos. Plantea así temas de reconocida
importancia: la geopolítica, la continuidad y la discontinuidad en los procesos
históricos, la pluridisciplinaridad, la “historia universal” y la interioridad nacional de
la historia, la “historia por arriba e historia por abajo. Las masas populares en la
historia”. “¿Hacemos tabla rasa del pesado?”, pregunta con que Chesneaux titula
su libro, plantea toda una labor que no sólo deberá ser hecha por los historiadores.
Si se está ubicado en el campo de los que luchan por su liberación, se desea acabar
la historia como saber elitista, como recurso ideológico que coloca al pasado sobre
el presente, resguardando a las clases dirigentes. Pero como “una sociedad tendrá
siempre necesidad de definir su pasado, tendrá siempre necesidad de su pasado
para definir su futuro”, entonces, la historia no se acabará y por ello es vitalmente
necesario enfrentarnos con su problemática.

[Susana TORME. “¿Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de la historia y de


los historiadores” (reseña), in Praxis (San José de Costa Rica), nº 7, enero-febrero
de 1978, pp. 97-100]

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