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Prólogo

Existe la creencia generalizada, y aceptada por numerosos historiadores, que la conquista y


colonización de América finalizó en el transcurso del siglo XIX, cuando se consolidaron los
movimientos libertadores que dieron lugar a la formación de los Estados-Nación en todo el
continente. Sin embargo el proceso histórico tuvo una continuidad manifestada en el afán
expansionista de esos nuevos Estados, conducidos por clases dirigentes herederas de las
europeas conquistadoras del continente. Esa nueva etnia en el poder cortó lazos con las
metrópolis y puso en marcha su plan independiente de ampliación y colonización de
territorios, aunque bajo el mismo modelo político-económico liberal naciente en Europa.
No fue ese un cambio afortunado para los habitantes primitivos de América. Muchas
comunidades indígenas que aún vivían en sus propios dominios sufrieron invasiones y
despojos de tierras; debieron someterse a la legislación vigente del orden establecido;
tuvieron que renunciar a sus culturas en función de la homogeinización educativa; fueron
privados de los recursos económicos y de la libertad del espacio vital y limitados por
fronteras nacionales que partieron sus comunidades. Esta política agresiva, negadora de la
total autonomía de los pueblos indígenas se prolonga hasta la actualidad.

-PARTE I-

LA CONQUISTA

Unas pocas palabras sueltas, relacionadas exclusivamente por asociación de ideas, pueden
constituirse en una síntesis de más de 350 años de conquista y colonialismo español en
América: inquisición, genocidio, explotación, saqueo, transculturación... Estos procesos
negativos son la esencia de la historia no oficial descrita desde el punto de vista de los
pueblos conquistados. Sin considerar esta versión como una verdad absoluta, los
testimonios comprobados de esos períodos históricos manifiestan que la destrucción
sistemática de la cultura local y su reemplazo por las pautas culturales impuestas desde la
metrópolis fue una tarea primordial que justificaba el uso de cualquier medio para llevarla a
cabo.

Dos cronistas de la época dejaron sus textos como pruebas: "(...) pues como las minas eran
muy ricas y la codicia de los hombres insaciable, trabajaron algunos excesivamente a los
indios; otros no les dieron de comer como convenía... Dieron así mismo gran causa a la
muerte de estas gentes las mudanzas que los gobernadores y repartidores hicieron de estos
indios; porque andando de amo en amo y de señor en señor y pasando los de un codicioso a
otro mayor, todo eso fue unos aparejos e instrumentos evidentes para la total definición de
esta gente y para ello, por las causas que he dicho o por cualquiera de ellas, muriesen los
indios. Y llegó a tanto el negocio, que no solamente fueron repartidos los indios a los
pobladores, pero también se dieron a caballeros privados, personas aceptas y que estaban
cerca de la persona del rey Católico, que eran del Consejo de Castilla y de Indias", según
describe el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo. Mientras que un fragmento de
declaración del sacerdote Bartolomé de las Casas dice "(...) por ende digo que tengo por
cierto y lo creo así, porque creo y estimo que así lo tendrá la Santa Romana Iglesia, regla y
mesura de nuestro creer, que cuanto se ha cometido por los españoles contra aquellas
gentes, robos, muertes y usurpaciones de sus Estados y señoríos de los naturales reyes y
señores, tierras y reinos, y otros infinitos bienes, con tan malditas crueldades, ha sido con la
ley de Dios (...)"

Por tanto no es que se elijan sólo procesos negativos para caracterizar la época de la
conquista americana, es que la mayoría de ellos fueron irremediablemente perjudiciales
para los habitantes aborígenes.

Los primeros años posteriores a la llegada de Cristóbal Colón a América -conducentes a la


Edad de Oro del Imperio Español- permitieron encontrar en esas nuevas tierras un objetivo
que el azar brindaba para el lanzamiento hacia las metas de poder económico y político
ambicionadas por la jerarquía reinante. La mayor parte de aquellos sueños de grandeza se
forjaron sobre diversas formas de servidumbre a las que se vieron sometidos los indígenas.
Los aristócratas, funcionarios públicos, militares o religiosos españoles los tenían a su
servicio personal como tamemes o cuidadores de ganado, cargadores o servidores
domésticos, reproduciendo el estaus esclavizante reservado para la plebe y los esclavos en
el modelo de estructura social española de la época.

Los conquistadores ignoraron el entramado cultural vigente en esos pueblos y las jerarquías
sociales existentes en los mismos, para imponer sus valores propios.

La campaña evangelizadora de la iglesia católica desnuclearizó la estructura social


indígena. Los aborígenes eran alejados de sus agrupaciones tribales o multifamiliares,
promoviendo deportaciones masivas hacia lugares con climas y costumbres diferentes, para
formar las congregas que construían iglesias y conventos y para servir a los religiosos de
esas residencias.

A partir de 1553 los indígenas eran obligados a proporcionarle sustento a los sacerdotes
(según acuerdo legal entre Audiencia e Iglesia) a través del camarico; una especie de
impuesto que consistía en la entrega diaria a la jerarquía religiosa de esa comunidad, de un
par de gallinas, y la cesión de entre tres y cuatro mujeres que elaboraran pan, recogieran
frutas e hicieran la comida para los caballos. La mayoría de los religiosos terminaron
cobrando ese impuesto en monedas de plata. En 1537, sin embargo, el Papa Paulo III
admitió que los indios americanos eran "seres humanos, dotados de alma y razón", en su
bula Sublimis Deus. Algunos historiadores creen ver detrás de esa bula misericordiosa, el
resultado perverso de las luchas políticas entre la iglesia católica y las jerarquías
monárquicas del siglo XVI. Estos enfrentamientos, abiertos en muchas ocasiones, eran lo
suficientemente enconados como para creer que la declaración del Papa se debía
simplemente a un piadoso pensamiento cristiano iluminado por el espíritu santo. Los siglos
y acontecimientos subsiguientes confirmaron que el reconocimiento de los indios como
seres humanos había actuado como única razón justificadora para emprender con rigor y
organización la cruzada evangelizadora: difícilmente se pudiera entender la llegada masiva
de eclesiásticos a América con la misión de convertir animales al cristianismo. Un juicio
sencillo pero básico para la elaboración posterior del sofisma que engendra la división entre
la civilización europea y la barbarie americana (dos estadios diferentes de desarrollo
cultural que presupone la primacía de uno sobre otro y la imposición didáctico-práctica del
vencedor).
En la sociedad civil se repitieron y multiplicaron los factores de dominación. La figura del
encomendero era de fundamental importancia: autorizado por la propia Corona española, se
encargaba de repartir los indios de la comarca para la realización de determinados trabajos,
según sus necesidades productivas y personales; y además gozaba de la facultad de
exigirles tributo. La ambición desenfrenada de los conquistadores y encomenderos llevó a
someter a los indios y ofrecerlos como moneda de cambio convertible en oro.

El mismo camino seguían los indígenas que entraban en la mita o sorteo de trabajadores
realizado por los Señores del lugar, para llevar a cabo trabajos en las haciendas; o los
sometidos a una especie de esclavitud oculta denominada por los indígenas yanaconazgo o
yanaconaje (como se le suele llamar en Perú) igual a efectuar servicios personales para el
patrón noble, entre los que se contaban también los requerimientos sexuales.

Estas relaciones humanas y de producción eran consecuencia de la transferencia del sistema


de vida feudal europeo al nuevo continente, cuyo modelo social y económico era
absolutamente desigualitario, profundamente injusto, promovedor de privilegios y
esclavitudes. Características incrementadas en América gracias al ejercicio del poder
absoluto que los conquistadores se autoatribuían por gracia divina.

El marco de represión en el que se desarrolló este régimen de dominación, incluidas las


guerras pertinentes, es conocido a través de sus consecuencias. En 1492 había
aproximadamente 90 millones de indígenas viviendo en América (66,5 millones en
Sudamérica; 13,5 en América Central y 10 millones en Norteamérica). Cien años más tarde
el equilibrio demográfico se había roto de tal manera a causa de las guerras, las
enfermedades y las matanzas, que los habitantes indígenas de Sudamérica se habían
reducido en 40 millones de personas. En 1652, los 13,5 millones de indios
centroamericanos se habían transformado en 540.000. Y en 1692, en el segundo centenario
del desembarco europeo en América, la población indígena total superaba apenas los 4,5
millones de habitantes, según datos proporcionados por la organización Survival
International.

El derecho regio se antepuso a cualquier legislación consuetudinaria indígena cuando citaba


que "la toma de posesión de tierras conquistadas para el soberano español y el derecho de
un quinto sobre toda presa y botín o reintegro de gastos que se hubieran hecho con cargo a
las cajas reales y la totalidad de lo que fuera tomado, aprisionado o rescatado de los
príncipes y monarcas vencidos" eran deberes de los conquistadores.

La gestión de las tierras nuevas y su explotación económica estuvo presidida por la


transferencia permanente de recursos hacia la metrópolis, que ya no cesaría durante toda la
dominación española, y que continuaría aunque con procedimientos diferentes hasta el
presente.

Durante el período 1503-1660 las remesas totales de metales preciosos embarcados desde
América hacia España alcanzaban los 181.333 kilos de oro y 16.886.815 kilos de plata
según la constancia oficial registrada en los Libros de Cuenta y Razón y Cargo y Data de la
Casa de Contratación. Indudablemente, entre esos datos no se cuentan las cargas de los
navíos clandestinos que no figuraban en los listados de navegación de la Casa de
Contratación, ni las inversiones realizadas por los nobles y burgueses españoles en castillos
y mansiones en el propio territorio americano.

PERIODO COLONIAL

La estructura de dominación colonial comenzó a consolidarse a partir de las primeras


décadas del siglo XVI. A través de la integración territorial se incorporaron al reino español
los nuevos dominios bajo una concepción del bajo medioevo: las apetencias del poder
político, relacionadas con la creación de un imperio, concordaban perfectamente con la
primacía de la expansión mercantil.

El desarrollo, sobre estas bases, significó la destrucción total de las estructuras sociales y
políticas que regían la vida de las Naciones e imperios indígenas precolombinos con sus
relaciones dinámicas de poder y fuerza y su territorialidad, legislada y administrada. La
ruptura total que originó el desconcierto, las diásporas, la indefensión y el aniquilamiento
de gran parte de los pueblos indígenas, se consolidó con nuevas legislaciones,
administraciones y límites territoriales. Virreinatos, capitanías generales, departamentos,
gobernaciones, corregimientos dividieron las tierras en función de las luchas del
conquistador, los asentamientos de los colonizadores y, posteriormente, de la explotación
de los grandes recursos naturales que ofrecía la región (caucho, tabaco, madera, salitre,
frutos exóticos, minerales preciosos) y las actividades agropecuarias. No es verosímil por
tanto el eufemismo que que reduce el complejo proceso de conquista y colonización al
"encuentro de dos culturas", como sinónimo de intercambio cultural, ocultando la
prevalencia total y premeditada de una sobre otra.

La civilización europea no reconoció los valores de los pueblos aborígenes, creando las
bases para la prolongación de su sometimiento en siglos posteriores.

Todo el período colonial hispano hasta el desarrollo del proceso de liberación americana, a
finales del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, evolucionó reflejando el proceso de
transformaciones graduales de las ideas y las estructuras europeas.

El caso norteamericano

En Norteamérica el proceso de conquista y colonización sajón -el que prevaleció,


finalmente, entre otros intentos- tuvo matices distintos. Los primeros colonos llegaron a las
tierras del este norteamericano a principios del siglo XVII. Y la primera población colonial
fundada en tierras norteamericanas fue Jamestown (en el actual estado de Virginia) en
1607. Tenía aproximadamente 6.000 habitantes, en su gran mayoría ingleses ambiciosos,
cuya principal obsesión fue la búsqueda afanosa de metales preciosos, sin detenerse a
formar la mínima trama social entre sus pobladores para construir una colonia con visión de
futuro. Las guerras con los indios, las enfermedades y los conflictos internos fueron
diezmando la población hasta quedar reducidos a mil habitantes en 1624.

La historia oficial norteamericana ocultó este primer paso verdadero en la colonización de


aquellas tierras por su similitud de actitudes con la conquista hispana. Los estadounidenses
prefieren reivindicar a los anglicanos que llegaron en el buque My Flowers en 1620. Estos
puritanos capitalistas, sometidos por la corona británica (bajo la dinastía de los Estuardo)
pusieron su pie sobre las nuevas tierras con concepciones distintas, más liberales en lo
político y social, con el objetivo de fundar una nueva comunidad alejada de los privilegios
monárquicos y el absolutismo que prevalecían en las islas británicas. En los siguientes
treinta años se produjeron olas migratorias que fueron poblando la costa Este
norteamericana al amparo de leyes bastante rigurosas y sumamente progresistas para la
época, en las que se determinaban la separación de iglesia y estado, la libertad religiosa, y
el reconocimiento de los derechos indígenas sobre la propiedad de la tierra.

Las tribus del este, hurones, iroqueses, mohicanos se vieron presionados por las costumbres
mercantilistas de los colonizadores y las tribus algonquinas no tardaron en transformar sus
costumbres: de la agricultura de superviviencia al trampeo para obtener pieles de animales
que, una vez descubiertos por los europeos, comenzaron a ser muy valorados. Los indios
formaron olas migratorias hacia las zonas de caza y ampliaron considerablemente las zonas
de trampeo para comerciar. Pocos años después (durante la primera mitad del siglo XVII)
las colonias francesas y holandesas comerciaban fluidamente con los indios. Es más, los
comerciantes holandeses llegaron a crear la fábrica más importante de sombreros, basada
en pieles, de América del Norte, que marcó el inicio de la moda de la indumentaria en
Europa (pieles de castor, nutria, zorro, etc.).

La llegada posterior de diferentes grupos religiosos como los calvinistas o los


prebisterianos (que tendrían influencia decisiva en la Conquista del Oeste en el siglo XIX)
ensombrecerían ese proceso que había demostrado intenciones aparentes de respeto a las
culturas de los colonos y a la de los indígenas.

No por ocultos los datos de la conquista norteamericana son menos representativos de sus
crueles consecuencias. A principio del siglo XVII, algunos historiadores atribuyen
aproximadamente entre 8 y 10 millones de habitantes indígenas para Estados Unidos,
aunque no existe coincidencia en las cifras. Los mismos autores sitúan esa población entre
850 mil y un millón y medio en 1800 (24 años después de haberse proclamado la
independencia norteamericana). Enfermedades desconocidas, el deterioro económico y
social, las hambrunas, el alcohol, las matanzas y deportaciones acabaron en tres siglos con
casi el noventa por ciento de los indios norteamericanos. Y si la etapa colonial fue dura, los
años posteriores de expansión de los colonos norteamericanos fueron aún más crueles y
disgregadores para los indígenas.

Las Naciones Indias no encajaban en los planes del nuevo Estado independiente. Detrás de
una fachada pacífica y respetuosa las olas colonizadoras, apoyadas por fuerzas armadas,
fueron ganando territorios hacia el oeste.

A partir de 1780 los trece estados de la Unión (embrión político de lo que serían los
Estados Unidos) quedaron libres de indios. Los mahican y los delaware fueron deportados
al oeste de los montes Alleghanys; la Nación iroquesa obligada a ceder porciones de sus
tierras a los Estados de Nueva York, Pennsylvania y Ohio en 1784. A partir de 1790 se
produjo la guerra con los Shawnee como consecuencia de la negativa de éstos a renunciar a
sus tierras en beneficio de los colonizadores. Finalmente fueron derrotados y debieron
resignar dos tercios de los territorios de Ohio y parte de Indiana.
Los primeros 20 años del siglo XIX el flamante Estado norteamericano seguía
conquistando silenciosamente los territorios de la costa atlántica sin contemplaciones con
los indígenas.

En 1813 concluye la guerra anglo-norteamericana con la derrota británica y el


sometimiento de numerosas tribus: los kickapoos, los wyandot, los peoria, los winnebago,
los sauk, los cherokees, los creek y los semínolas de la Florida. La mayoría fueron
deportados a reservas en Kansas, donde cada sublevación se pagaba con una matanza; otras
pueblos huyeron hacia las montañas y pantanos, totalmente desperdigados, para sobrevivir
clandestinamente.

Sucesivos presidentes norteamericanos como Monroe o Jackson aumentaron la política de


sometimiento y deportaciones de indios. Según explica el historiador Carlo Caranci, "a
partir de 1831 se reconoce a las comunidades indias el estatuto de naciones domésticas
dependientes en estado de tutela sin soberanía, puesto que se hallaban en territorio
estadounidense, con las que el Estado federal puede firmar tratados. Pero los mismos serán
meros medios de presión para forzarlos a abandonar sus tierras y marcharse al oeste.
Centenares de miles de indios son privados de sus tierras y bienes y trasladados al llamado
Territorio Indio (actualmente Oklahoma): los choctaw en 1831, los creek en el 36, los
cherokees entre el 38 y el 39. No sin haber sido saqueados y vejados previamente por los
colonos, ante la pasividad de las autoridades, a lo largo de la Pista de Lágrimas, en la que
muchos murieron antes de llegar a su destino".

LOS NUEVOS ESTADOS-NACION INDEPENDIENTES

La evolución del pensamiento liberal del viejo continente, fue ganando terreno durante el
siglo XVIII, recortando los poderes absolutos de las monarquías y reclamando la
organización más horizontal del poder dentro de la sociedad.

En Europa se desarrolló la propuesta nacionalista que sostenía el derecho de los pueblos a


autogobernarse. La concepción de Rousseau, Ferguson, incluso Hobbes, sostenía la
identificación del progreso con el avance del Estado, entendido ya no como una
determinación divina en manos de los herederos naturales de ese poder omnímodo
(absolutismo monárquico), sino como un acuerdo concensual de voluntades semejantes.

Hasta el siglo XIX la colonia en Centro y Sudamérica era ese lugar cercado y seguro que
debía rendir cuentas exclusivamente a su metrópoli; parte integrante de un sistema político
y económico único y cerrado. A partir de la Revolución Francesa se empezaron a
reconsiderar ciertos valores, intocables hasta entonces, como la esclavitud humana, y se
abren las puertas hacia el liberalismo económico (propiedad privada, librecambio de
mercancías).

La repercusión de esta ideología en las colonias centro y sudamericanas tiene lugar entre
finales del siglo XVIII y mediados del XIX. Los españoles residentes y los nacidos en
tierras americanas al igual que los mestizos comenzaron a sentir la necesidad de
distanciarse de una España decadente y acercarse a un Imperio Británico en auge,
proclamador de ideales económicos libertarios contrarios al absolutismo proteccionista.
Surgieron entonces en América las revoluciones de los mercaderes, de los pequeños y
grandes comerciantes que necesitaban abrir fronteras y eliminar aduanas, impuestos y
restricciones comerciales, deslumbrados y presionados por el avance británico.

La transformación americana a cargo de las burguesías locales no implicó el


reconocimiento de los pueblos indígenas (ni de los sometidos ni de aquellos que aún
habitaban territorios no ocupados por los criollos o europeos). Las nuevas clases dirigentes
tuvieron como objetivo continuar la expansión y desarrollo iniciados por sus antecesores
españoles monárquicos, bajo el proyecto de organización de los Estados-Nación y la
búsqueda de sus identidades nacionales, a las que no respondía ninguna característica del
ser indígena, de modo que éste no era considerado ser nacional sino un usurpador.

Los nuevos Estados seguían considerando como "territorios desérticos" las zonas habitadas
por poblaciones indígenas autónomas y automarginadas de los procesos organizativos de
los descendientes de europeos. Los movimientos independentistas que dieron lugar a esas
nuevas Naciones sólo reconocían límites en las tierras ocupadas por otros Estados, excepto
que una relación de fuerzas favorable o equilibrada permitiera el intento de ocupación de
esas zonas.

La legislación de las nuevas Naciones desconocía en la mayoría de los casos las tierras
indígenas y si bien reconocía a sus habitantes como integrantes del nuevo país - en caso de
que los indios aceptaran el nuevo orden vigente-, no los consideraba miembros de pleno
derecho. La contradicción se hacía más evidente al surgir situaciones de conflicto. Cuando
se producía un enfrentamiento bélico entre Estados era considerado una "guerra" que debía
atenerse a los principios de la norma internacional; en cambio las luchas entre tribus y
Naciones indias contra tropas de ese mismo Estado, eran denominadas "campañas"
tendentes a resolver problemas internos, sin arreglo al derecho internacional.

El expansionismo de los nuevos Estados fue el motivo principal para el desarrollo de esas
"campañas" por gran parte del continente para ocupar los territorios "vacíos": la costa
atlántica de Centroamérica; el litoral norte de Brasil, parte de la selva amazónica, la selva
del Orinoco, la meseta del Matto Grosso; un vasto sector del Chaco; casi toda Colombia
(incluido lo que hoy es Panamá) y todo el sur patagónico del continente: a partir del río Bío
Bío en Chile y de los ríos Salado y Colorado en la Argentina.

Ese proceso desarrollado a lo largo del siglo XIX respondía también a las necesidades de
las metrópolis europeas que experimentaban un giro en sus relaciones de fuerza.

El último tercio del siglo pasado se produjo el Gran Viraje Colonial europeo. A partir de
1870 el mapa del mundo conquistado se reconvirtió. Entre 1876 y 1914 una cuarta parte de
los territorios del planeta fueron redistribuidos entre media docena de Estados: Gran
Bretaña, Francia, Estados Unidos, Alemania, Bélgica e Italia. Los británicos incrementaron
sus posesiones en cerca de diez millones de kilómetros cuadrados; los franceses en nueve
millones; los alemanes en dos millones y medio y los belgas e italianos en
aproximadamente dos millones. Los Estados Unidos ampliaron sus posesiones externas en
cerca de 250.000 kilómetros cuadrados, en su mayoría gracias a la usurpación de territorios
mexicanos y a la obtención de antiguos dominios coloniales españoles.
El expansionismo europeo, sin embargo, no se contaba exclusivamente por la superficie de
las colonias conquistadas sino en la trasmisión de las ideas que daban lugar a esa
expansión. Al mismo tiempo que conquistaban nuevas tierras, establecían lazos de
dependencia económica-cultural con aquellos países que declaraban su independencia
política en América Latina.

El gran avance industrial y comercial del centro de poder europeo necesitaba abastecerse de
materias primas y los países latinoamericanos basaban su riqueza en esos recursos
naturales. Es así que los territorios conquistados por los ejércitos autóctonos fueron
utilizados para la explotación de esos recursos que, en su más amplia mayoría eran
transferidos a las metrópolis.

La justificación ideológica de esta nueva conquista tenía puntos diferenciados de la


española: se pretendía integrar esos territorios en un mercado mundial capitalista; se
imponía la definición de las relaciones con los indígenas a partir del ideario liberal; los
conquistados debían ser reconvertidos en ciudadanos (no en cristianos); se exigía, en
muchos casos, la anulación de la estructura social precedente para incorporarse
individualmente al Estado; se desvalorizaba la cultura autóctona en nombre del progreso
(fuertes influencias del positivismo); se promovía la integración forzosa a una nueva
estructura social con jerarquías rígidas y relaciones étnicas desiguales y racistas.

Un ejemplo: en 1854 el presidente de la República de Ecuador, José María Urbina,


promulgó un decreto sobre las relaciones entre los indígenas que ocupaban el sector
oriental del país (selva) y el Estado. En sus considerandos decía:

1- Que es un deber estricto del Gobierno sacar de la barbarie y colocar en el camino de la
civilización a las tribus de indígenas que habitan en la parte oriental de la República.

2- Que está asi mismo entre sus esenciales deberes el de fomentar el espíritu de empresa, y
procurar que se descubran y se pongan al alcance de los ciudadanos las fuentes de riqueza
que abundan en esas regiones.

3- Que para conseguir este doble objeto es de absoluta necesidad dar un régimen de
administración pública de la manera más adecuada a las circunstancias peculiares y
excepcionales en que se encuentran actualmente esas localidades.

En su artículo 1 el decreto dice: "se incluyen bajo la denominación del Gobierno de Oriente
las poblaciones territoriales conprendidas en los antiguos corregimientos de Quijos, Macas
y Canelos" (división administrativa colonial). Mientras que en los artículos 2 y 3,
correspondientes al capítulo de las atribuciones del Gobernador, se expone: "Favorecer a
los indígenas, y procurar introducir en ellos hábitos de orden y de sumisión a las leyes.
Defender los límites de que la República se ha hallado en posesión".

En otros países de numerosa población indígena la legislación sirvió para la


desmembración de la vida colectiva.
En Bolivia el presidente Melgarejo decretó en 1866 la abolición de las comunidades de
origen, ordenando el reparto de sus tierras individualmente entre los indios. Y ocho años
más tarde el gobierno promulgó otra ley complementaria: la de exvinculación de tierras de
ayllus (denominación incaica para la división de la tierra según la administración
precolombina). Ambas leyes produjeron el traspaso de los terrenos a manos blancas o
mestizas; las parcelas que quedaron en poder de los indios fueron rápidamente absorbidas
por las grandes fincas o haciendas privadas, permaneciendo los indígenas en sus tierras
ancestrales en calidad de sirvientes que recibían una pequeña parcela y, a veces, el permiso
para conservar algunos animales.

En 1870, contemporánea a la legislación boliviana, el régimen guatemalteco de Rufino


Barrios impuso una ley similar sobre las grandes tierras de la meseta que aún conservaban
en administración colectiva las comunidades indígenas. El resultado fue catastrófico para
los nativos: muchas de las tierras no registradas fueron vendidas como baldías por el
gobierno a grandes hacendados; otras fueron absorbidas o compradas por los latifundistas
en maniobras financieras no siempre transparentes.

La ley venezolana sobre reducción, civilización y resguardo de indígenas, del 2 de junio de


1882, declaró "la abolición de las antiguas reservas y todos los privilegios concedidos por
la administración colonial. Sólo se reconocen las comunidades indias de los territorios
federales de Amazonas, Alto Orinoco y La Guajira". Y apenas iniciarse el siglo XX se
cerró el cerco legal. El 8 de abril de 1904, una nueva ley sobre resguardos indígenas
dispuso "que las tierras que habían sido propiedad de las comunidades indígenas
desaparecidas y las tierras cuyos títulos de propiedad no pudieran ser debidamente
establecidos pasarán a poder de la Nación (...)"

Esta política fue aplicada con matices menores y adaptada a la circunstancias territoriales,
en cada país, en toda Latinoamérica. Y produjo el creciente aniquilamiento, bajo cobertura
legal gubernativa, de aquellas Naciones indígenas que se negaban a integrarse en el nuevo
sistema o a desalojar las tierras "vacías".

Las peores matanzas organizadas sistemáticamente fueron las producidas en Argentina,


Chile, Uruguay y Paraguay. El proyecto autárquico y autoritario impuesto en este último
país en la segunda mitad del siglo XIX llevó a una guerra, denominada de la Triple Alianza,
que lo enfrentó a Brasil, Argentina y Uruguay, aliados que contaron con la asistencia de
Gran Bretaña en base a suministros y préstamos financieros. Las masacres indígenas de
tribus guaraníes, tobas, guaycurúes, mocovíes y matacos, entre otras, permitió no sólo
liberar la región del Chaco para su explotación (forestal fundamentalmente) sino también
aplastar las intenciones autonómicas-proteccionistas del Paraguay y abrirlo al
librecambismo. Pocos años después los gobiernos de Argentina y Chile llevaron adelante la
Campaña al Desierto (tierras ocupadas por Naciones Mapuches en el sur de ambos países).
Las sucesivas incursiones duraron aproximadamente 15 años y, en términos de vidas
humanas, tuvieron un costo oficial de más de 70.000 indios. Durante esa época el científico
inglés Charles Darwin investigaba en tierras patagónicas y describió así las persecuciones
contra los indios: "Siéntese profunda melancolía al pensar en la rapidez con que los indios
han desaparecido ante los invasores. Aquí todos están convencidos de que ésta es la más
justa de las guerras Quién podría creer que se cometan tantas atrocidades en un país
cristiano y civilizado? Creo que dentro de medio siglo no habrá ni un sólo indio salvaje al
norte del Río Negro" (del libro "Viaje de un Naturalista Alrededor del Mundo").

Esa campaña forjó el latifundismo argentino. El gobierno y los terratenientes realizaron un


gran negocio; la adjudicación y venta de tierras. Las aristocráticas familias de Buenos Aires
y representantes de latifundistas extranjeros tuvieron prioridad para comprar grandes
extensiones de tierras en la zona de Río Negro y Neuquén (más tarde se trasladaron a las
provincias australes de Chubut y Santa Cruz), donde pagaron 0,16 centavos por cada
hectárea. Quince años después del término de la "Campaña", es decir a finales de siglo,
cada hectárea costaba 400,00 pesos. Las más grandes fortunas y familias de raigambre
argentina nacieron como consecuencia de estas operaciones.

En el resto de Latinoamérica las represiones sistemáticas estuvieron dirigidas a los núcleos


indígenas resistentes; a los más remisos a asimilarse al nuevo sistema, que tenía reservada
para ellos una situación de servidumbre esclavizante. Su papel sería el de mano de obra
libre sin ninguna legislación que los amparase, ni en lo laboral ni en lo social.

La Conquista del Oeste norteamericano

Estados Unidos intensificó durante el último cuarto del siglo XIX, superada la Guerra de
Secesión, todo el "lento" expansionismo hacia el oeste que le había permitido un
crecimiento continuado desde la declaración de su independencia. Este último período fue
el más cruente de la persecución indígena: lo que más tarde la historia oficial
norteamericana llamaría la Epopeya de la Conquista del Oeste.

En 1860, entre los 31.400.000 de norteamericanos blancos y el océano Pacífico se


interponían centenares de miles de indios agrupados en diferentes naciones. Treinta años
más tarde, los dos océanos estaban unidos bajo la jurisdicción de un mismo Estado habitado
por 62.700.000 habitantes, en su mayoría inmigrantes extranjeros dispuestos a vivir en las
tierras expoliadas a los indígenas.

Los recursos para expulsar a los indios de sus tierras no ofrecieron demasiados reparos y
contradijeron claramente los preceptos legales y morales que sostenían la ideología del
nuevo Estado.

La base del sustento de las grandes naciones indígenas de la pradera era el búfalo; su
matanza deliberada, indiscriminada y dirigida ofuscó a muchos de esos pueblos que se
lanzaron desesperadamente a una batalla final por la supervivencia. Los datos de esa sorda
guerra oficial son elocuentes: en 1830 existían cerca de 75 millones de búfalos diseminados
en la vasta pradera central norteamericana; veinte años más tarde quedaban 50 millones. En
1883 se los había declarado una especie en extinción (sólo en 1870 se abatieron más de un
millón de animales).

Las matanzas de indígenas ante la resistencia a ceder sus tierras tampoco ofrecieron reparos
oficiales. Primero fueron los sioux en 1862 quienes se negaron a abandonar los territorios
de Minnesota y las Dakotas y poco después los cheyennes, quienes quedaron reducidos a
unos grupúsculos luego de las matanzas de Sand Creek, en 1865 y la de Washita River,
nueve años más tarde, dirigida por el general Custer.

El desequilibrio era tan grande y la desproporción del enfrentamiento entre las tropas
estatales y los indios tan mayúsculo, que en 1876 sioux y cheyenes, haciendo el más grande
esfuerzo de concordia, pudieron formar un ejército de 2.000 guerreros. La historia
estadounidense recuerda como el gran desastre de su ejército frente a los indios la derrota
de Little Big Horn, en la que murieron 260 soldados del general Custer.

En 1886, Gerónimo, jefe de los apaches-chiricahuas, huía por tierras de Nuevo México
desde hacía tres años dándole jaque a varios regimientos que le perseguían sumando una
tropa conjunta de 5.000 hombres. Los indios eran 25, con sus mujeres y niños. Finalmente
fueron atrapados 18.

En 1889 se cerró el último acto de aquella conquista difundida tendeciosamente, medio


siglo después, a través del cine y la televisión. El llamado Territorio Indio, fue convertido
por el gobierno Norteamericano en el Estado de Oklahoma. En esa tierra malvivian,
harapientos y muertos de hambre, 75.000 indios deportados de diferentes regiones. El 22 de
abril de aquel año, y en sólo 24 horas vieron invadidas esas tierras deprimidas y secas por
50.000 colonos. Las reservas que les asignó el gobierno estadounidense eran semejantes a
corrales de hacinamiento.

-PARTE II-

SIGLO XX: EL OLVIDO

A finales del siglo pasado y primeras décadas del presente comienza una "tercera
conquista" de los indígenas americanos. En esta oportunidad, estabilizadas las condiciones
políticas y divisiones territoriales en lo que respecta a sus distribución entre los Estados de
la región latinoamericana, el peso de esta nueva colonización quedó relegado a la acción
privada, con el apoyo jurídico que le otorgaban las nuevas legislaciones, frente a la
indefensión de los indios y el olvido del cuerpo social.

Los territorios conquistados el siglo anterior a los mapuches, en Argentina y Chile,


permitieron la explotación agroganadera de aquellas tierras a través de empresas textiles y
frigoríficas importadoras de carnes y cueros de Gran Bretaña (Swift, Westley, etc.);
también compañías inglesas se hicieron con vastos territorios de Paraguay, Argentina,
Brasil y Uruguay para la explotación forestal indiscriminada en el hábitat ocupado por las
Naciones indígenas del Chaco y la Baja Amazonía.

Después del invento de los neumáticos por John Dunlop, en 1808, el caucho pasó a ser el
oro blanco de la selva sudamericana. En el norte de la selva amazónica (abarca territorio
colombiano, peruano y brasileño) la fiebre del caucho provocó masacres silenciadas. Un
aterrador testimonio del norteamericano W. Handenburg, registrado en 1.909, pone de
manifiesto la magnitud del genocidio "(...) Los agentes de la Compañía obligan a los
pacíficos indios del Putumayo a trabajar día y noche, sin la más mínima recuperación salvo
la comida necesaria para mantenerlos vivos. Les roban sus cosechas, sus mujeres, sus hijos.
Los azotan inhumanamente hasta dejarles los huesos al aire... Toman a sus hijos por los
pies y les estrellan la cabeza contra los árboles y paredes... Hombres, mujeres y niños
sirven de blanco a los disparos por diversión y en oportunidades les queman con parafina
para que los empleados disfruten con su desesperada agonía (...)".

Estas acciones repetidas en el resto de América Latina, contaban con la permisividad oficial
ya sea por acción, protegiendo la actividad de esas empresas que significaban "progreso" o
por omisión, puesto que esas poderosas compañías extranjeras suplantaban la capacidad
represiva oficial en lugares alejados y contribuían a mantener la unidad territorial formal.

El pensamiento antiindio se hizo doctrina oficial en la Argentina del siglo XX, justificando
el genocidio, el destierro y el saqueo. En un libro de geografía, aprobado como texto
escolar por el Ministerio de Educación, y escrito en 1926 por el profesor Eduardo Acevedo
Díaz, se podía leer (...) "La República Argentina no necesita de sus indios. Las razones
sentimentales que aconsejan su protección son contrarias a las conveniencias nacionales".

En el presente siglo la lucha por las tierras indias quedó relegada a pocos núcleos
resistentes de hecho, a la supervivencia de comunidades indígenas en regiones
improductivas o la asimilación al sistema productivo del país en cuestión. En este último
caso los indios era tratados como personas marginadas de una legislación laboral ya de por
sí escasa e injusta para los intereses del trabajador. Por lo general el indio realizaba tareas
agrícolas y, según especifica un Informe de la Organización Internacional del Trabajo
realizado en 1953, las condiciones de la labor eran las siguientes: "(...) el terrateniente
facilita al indio una parcela de su propia tierra (generalmente difícil de trabajar por su
infertilidad o desnivel de relieve) y también semillas, abonos y herramientas y, para cubrir
sus necesidades, le anticipa dinero para cuya devolución se le exige un pago en especie a un
tipo de conversión que determina el propietario. De este modo se abre 'una cuenta en
especie', lo que da lugar a una situación de dependencia debido a la acumulación de las
deudas, que a menudo obliga al trabajador indígena a permanecer indefinidamente al
servicio del terrateniente".

Un ejemplo claro de esta situación, repetida en la mayoría de los países de Latinoamérica,


fue el México prerevolucionario. Al final de la dictadura de Porfirio Díaz, el uno por ciento
de la población poseía el 70 por ciento de las tierras laborables del país: en el Estado de
Chihuahua una sola familia se consideraba dueña de 4.956.000 ha; en tanto el Estado de
Hidalgo se lo repartían tres familias.

En Perú las formas esclavizantes de trabajo se mantuvieron de hecho legalmente hasta


1969. Un informe elaborado 15 años antes daba cuenta de las dos modalidades de tenencia
de la tierra de los indígenas: el colonato y el yanaconaje, este último heredado de la colonia
española 400 años antes. El yanacón o yanacona, según una Comisión de Expertos en
Trabajo Indígena de la década de los cincuenta, "es un trabajador que tiene dos contratos:
uno que lo compromete a prestar servicios en la hacienda como trabajador estable y otro
por el que recibe un pedazo de tierra para cultivarla por su cuenta. Este segundo es de
arrendamiento o aparcería. Si el indio recibe la tierra en arrendamiento a merced conductiva
puede pagarla en dinero, aunque es más usual que lo haga en productos que el mismo
principal señala en cantidad fija".
La integración mundial creciente en este siglo, fundamentalmente relacionada con aspectos
económicos, ha transformado negativamente la vida de los indígenas latinoamericanos,
prolongando su desintegración como pueblos y su degradación en la escala social. Los
grandes proyectos de progreso de los gobiernos latinoamericanos fueron conducidos por la
senda liberal que confiaba el control de los sectores básicos de su economía a grandes
empresas multinacionales extranjeras.

En el terreno de la energía un ejemplo flagrante fue la Guerra del Chaco (enfrentó a Bolivia
y Paraguay en 1932-1935 por reivindicaciones territoriales) motivada por intereses
particulares de dos empresas petroleras contendientes, La Royal- Dutch Shell y la Standard
Oil, que pretendían lograr mejores posiciones negociadoras y mayores parcelas en los
yacimientos de hidrocarburos. La mayor parte de las víctimas de esa sangrienta guerra
fueron indios.

En Guatemala, los yacimientos controlados por la Texaco y Amoco Oil eran custodiados
por los propios militares guatemaltecos que aún ejercen la represión indiscriminada contra
los trabajadores indígenas. En las mismas tierras indias de Alta Verapaz fue encontrado
níquel cuya explotación quedó en manos de la INCO y la Hanna Minning Co., empresas
que provocaron la expulsión de los indios bajo el fuego de un ejército privado que, en 1978
causó la matanza de más de dos centenares de nativos. Similares acciones se
produjeron/producen en otros países con la explotación de otros recursos naturales, como el
petróleo en Perú, Venezuela, México y Ecuador; el cobre en Chile; el estaño en Bolivia; el
oro en Brasil; las esmeraldas y el café en Colombia, entre muchos otros. Pero el ejemplo
que ha tenido mayor relevancia en el continente es el de la empresa United Fruit Company,
cuyo poder se extiende desde principios de siglo por Colombia, Ecuador, Panamá, Costa
Rica, Honduras, Nicaragua y Guatemala, creando un Estado dentro de otro mayor, incluso
con el poder manifiesto para derrocar presidentes, conducir la economía, decidir sobre
infraestructuras y modificar a su antojo las condiciones legales y sociales de esos países.
Esta empresa poderosa redujo a la explotación esclavista a gran parte de los trabajadores
indígenas que cosechaban los frutales que exportaba; y tenía libertad para reprimir
cualquier intento de protesta o para ejecutar "traslados forzados" de indígenas hacia
reductos similares a campos de detención, disimulados bajo formas laborales.

No resulta extraño este tipo de comportamiento de empresas que teóricamente deberían


respetar las leyes del país en el que se asientan. Las legislaciones de inversiones extranjeras
en los países latinoamericanos no existían o cuando, a lo largo del siglo, se fueron
decretando, tenían un alto índice de permisividad para la instalación y gestión foráneas
dentro de cada país. Todo aquello que no pudiera ser conseguido a través de la legalidad
vigente, claramente favorable a sus intereses, era logrado a través de la corrupción de las
autoriades locales o la presión política-económica, ejercida desde las empresas centrales o
las propias autoridades nacionales norteamericanas o europeas.

La explotación del indio como ideología medieval, fue abolida en la Argentina en 1949, en
Bolivia en 1952 y en Perú en 1968; en Colombia, Ecuador y Brasil, la presión internacional
ha favorecido el impulso de un proceso de recuperación y delimitación de tierras y derechos
indígenas, aún escaso, entre 1991 y 1993. En tanto otros países como México, Ecuador y
Chile, por ejemplo, siguen sin definición clara sobre el tema.
El concepto de "Nación dentro de otra Nación", base ideológica para la organización de
comunidades indias en los Estados actuales, no ha sido nunca aceptada por los países
latinoamericanos como una especie de autonomía política, administrativa y cultural que
permitiera la conservación o recuperación de sus viejos valores.

En el trascurso de las décadas de los 60, 70 y 80 los procesos dictatoriales que asaltaron el
poder en la mayor parte de los países del subcontinente, adoptaron la Doctrina de Seguridad
Nacional como pieza clave de la represión militar que ejercían sus propios ejércitos
nacionales contra rebeliones internas al orden establecido. El fantasma del enemigo
comunista, tan relevante durante la Guerra Fría, fue agitado por una de las potencias en
litigio (Estados Unidos) para controlar el continente y adaptarlo a sus necesidades políticas
y económicas.

La falta de arraigo nacionalista evidenciado por las comunidades indígenas y por los
propios ciudadanos indios asimilados, produjo la desconfiaza y sospecha permanente de las
autoridades dictatoriales. En Chile, cada movimiento de las reservas mapuches del sur
fueron contestados con incursiones del ejército chileno, comandado por general Pinochet,
con saldos que superaban las centenas de muertos. En esas tierras el proyecto hidroeléctrico
del alto Bío Bío, que amenazaba sumergir las zonas destinadas a seis comunidades
indígenas, fue tomado como una prioridad de infraestructura del país.

Durante los años 70 cerca de 3.600 km2 de territorio fronterizo brasileño correspondiente a
comunidades indias del Amazonas, pasaron a control militar por "razones de seguridad",
dando ingreso posteriormente al área a empresas extranjeras para explotar recursos
naturales. Durante la dictadura argentina (1976-1983) la campaña "marchemos hacia la
frontera", llevada a cabo por el general Domingo Bussi para reforzar el espíritu
nacionalista, puso en tela de juicio el "nacionalismo" de los mapuches ubicados en la
provincia de Neuquén, sistemáticamente hostigados por esta causa.

PRESENTE DE AISLAMIENTO Y MARGINACION

La ideología del olvido, la sospecha, la marginación social y económica, el rechazo racista


y la represión violenta de las comunidades indígenas persiste en América Latina, según se
deduce de los numerosos estudios sobre sus condiciones de vida, realizados por entidades
oficiales, religiosas, organizaciones no gubernamentales y organismos internacionales: la
mayoría coincide en afirmar que la situación es de pobreza extrema, con destrucción del
tejido social, marginación creciente y nulas posibilidades de integración colectiva o
reconocimiento de su cultura singular. Aisladas, sin posibilidades económicas, sobreviven
mediante el desarrollo de actividades informales, carentes de cobertura sanitaria y
educacional. En los países andinos constituyen la gran mayoría postergada de la población,
desintegrados del país oficial, soportando estructuras sociales discriminatorias y relegados
en muchos casos a las tierras altas de los valles andinos o a la ceja de selva amazónica
(cultivo y comercio de hoja de coca). En Guatemala están sometidos al terror ejercido por
un ejército que se ampara en la represión antiguerrillera para cometer masacres que no
trascienden a los medios de comunicación. Los hijos de indígenas guatemaltecos reciben
generalmente un año y medio de educación en contraste con los cinco años de promedio
que alcanza el resto de la población infantil.
Los trabajadores indios del continente reciben, como media, un salario equivalente al 60
por ciento del sueldo que cobran trabajadores de otras etnias por igual tarea y tiempo
empleados.

Los cambios demográficos y sociales y el desarrollo tecnológico han sido la causa de


numerosos cambios en la economía que obligaron a grandes migraciones internas de los
indígenas hacia las ciudades del continente. La tareas agrícolas fueron perdiendo peso en el
aparato productivo y su rendimiento se hizo cada vez más escaso originando el traslado de
hábitat para sobrevivir, con la consiguiente pérdida de signos de identidad que ello supone.

De acuerdo con un estudio realizado por la organización no gubernamental Survival


International, "Los quechuas se ven obligados a dejar sus tierras y dirigirse a las ciudades
donde la única opción para las mujeres es vender sus productos y para los hombres trabajar
como porteros y obreros mal pagados. Sus antepasados murieron en las minas de oro y
plata como esclavos de los españoles y hoy las cosas han mejorado poco, pues sus vidas
están reducidas al servilismo y a la pobreza en los barrios marginales de las ciudades".

En la Amazonia que comparten Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guyana y


Bolivia perviven todavía grupos indígenas que conservan su estructura primitiva aunque
fueron reducidos por las incursiones violentas de los colonos o los explotadores de
minerales.

Según un informe del Consejo Económico y Social de Naciones Unidas "Los indios
yanomamis están agonizando en Brasil, ya que el gobierno impide que lleguen hasta ellos
los servicios médicos adecuados. Los yanomamis son el grupo indio más nutrido que
todavía vive en América del Sur relativamente aislado de las comunidades no indias. Este
grupo constituye en Brasil una población de 9.000 a 10.000 indios, en el Estado de
Roraima. Su situación ha experimentado un acusado deterioro y numerosos yanomamis han
muerto a causa de las enfermedades y la violencia desatada por los cerca de 50.000
buscadores de oro que invadieron su territorio".

La tribu nambiquara ("orejas largas" o "agujero en la oreja"), formada por nómadas,


cazadores y recolectores, vivía libremente en la sabana brasileña hasta la decisión del
Estado central de abrir una supercarretera que atravesara sus tierras en 1960. Durante los
últimos 30 años los nambiquara han sufrido la marginación en reservas reducidas, un
aumento considerable de su mortandad a causa de los asesinatos de colonos y madereros
que incursionan en su zona, la desnutrición y afecciones como fiebre tifoidea y amarilla. A
inicios de la década de los 90 habían quedado reducidos a 1.200 habitantes.

Mayor éxito tuvo el grupo indígena amazónico kayapó que en 1989 logró resistir en base a
un programa de protesta internacional liderado por organizaciones no gubernamentales y
medios de comunicación, un plan de construcción de embalses en sus tierras que hubiesen
anegado un territorio equivalente a una vez y media la superficie de Gran Bretaña.

Similares dificultades viven otros pueblos que pretenden preservar sus formas de vida
comunitaria: los wichi, en medio de la selva del Chaco argentino, han sido invadidos por
colonos criadores de ganado que manejan la ley y la justicia en función de sus intereses,
llegando al asesinato para resolver los contenciosos. Los rarámuris (pies veloces) habitantes
de las montañas del oeste mexicano deben enfrentarse a los colonos y a la política oficial,
ya que en 1989 el Banco Mundial concedió un crédito de 45 millones de dólares a México
para la explotación forestal en el Estado de Chihuahua. Las talas han reducido
sistemáticamente, año a año, la superficie de su zona vital con el peligro de su extinción
como etnia.

En Costa Rica, cerca de cuatro mil indígenas huaynines viven en la frontera con Panamá y
por tanto, ante la duda de su ubicación, el gobierno costarricense les niega la nacionalidad;
cuestión que se repite en el caso del gobierno panameño. Como consecuencia de este
simple problema burocrático los indígenas no tienen derecho sobre sus tierras porque no
pueden acreditar su nacionalidad costarricense y tampoco reciben los beneficios de la
Asistencia Social y la atención médica que la legislación de ese país centroamericano
ofrece gratuitamente a todos sus habitantes.

Una de las pocas comunidades que han logrado conciliar los intereses nacionales y
trasnacionales con los suyos propios son los Kuna, grupo indígena (el tercero de
Centroamérica en población) habitante del istmo de Darién en el archipiélago del Golfo de
San Blas, en la costa atlántica panameña. El aislamiento fue su mejor aliado para conservar
entre los islotes sus costumbres y estructura social. Cuando los intereses norteamericanos
favorecieron la independencia de Panamá de Colombia para poder llevar adelante la obra
del canal interoceánico, el territorio Kuna recibió protección norteamericana para evitar la
recuperación colombiana. Actualmente, los kuna continúan viviendo en sus 375 islas
invadidos por los turistas y la infraestructura de trasporte, comunicaciones y servicios.
Tampoco han podido escapar a la depauperada economía que el país centroamericano tiene
reservada a sus sectores sociales más bajos, los cuales buscan refugio en un circuito
comercial marginal, sumergido. Una situación repetida en toda la región como
consecuencia del subdesarrollo y las relaciones intrínsecamente injustas en que está sumida.

Las acciones de los gobiernos americanos para solucionar lo que generalmente llaman el
"problema indio" dependen de la trascendencia internacional de la situación de sus
comunidades o ciudadanos indígenas, el perjuicio político que provoquen, o los grupos de
presión internos que actúen para concienciar a la opinión pública. El movimiento
indigenista ha logrado tomar una tenue iniciativa, a partir de 1970, como respuesta y
resistencia activa a su constante deterioro, explotación y olvido intencionado. Los
gobiernos americanos, sin embargo, tienden a ocultar, silenciar la vida marginal de los
indígenas y a mantener un orden opresivo plenamente justificado desde el poder, mediante
el cual minorías/ mayorías blancas someten económica y socialmente a las mayorías/
minorías indígenas.

ANEXO I

UN MODELO DE GENOCIDIO: ARGENTINA-LA CONQUISTA DEL DESIERTO

La denominada Conquista del Desierto en Argentina, llevada a cabo durante el último


tercio del siglo XIX, tuvo como misión eliminar definitivamente la línea fronteriza
impuesta como un cordón de seguridad cortando el mapa de la Argentina a la altura del sur
de la provincia de Buenos Aires, La Pampa y Neuquén. Ese paralelo imaginario dejaba
cautiva, en poder de los indígenas, toda la Patagonia y las zonas más productivas del centro
del país (la región Pampeana). Su presencia impedía el desarrollo del ferrocarril, las
explotaciones mineras (carbón), forestales (bosques de coníferas), agrícolas y de ganado
ovino, sectores sobre los que tenían especial interés las empresas británicas.

Más allá de las grandes civilizaciones de la llamada América Nuclear, que abarcaba todo el
territorio encerrado entre los trópicos, al sur de Cáncer vivían numerosas naciones con un
grado menor de avance cultural. En el noroeste argentino y chileno y el sur boliviano
estaban asentados los atamaqueños, los omaguacas, y los diaguitas, tribus incorporadas al
Tahuatinsuyo (Imperio Inca). En la región del Gran Chaco (noreste de Argentina,
Paraguay) los guaycurú era la nación más importante dividida en grupos: los mbayá, los
caduveo, los guaraníes, los matacos, los payaguá, los mocovíes y fundamentalmente los
tobas. Más al sur, en territorios de lo que hoy es Uruguay se asentaban las tribus charrúas.
En el centro de Argentina, sanavirones y comechingones se repartían las sierras y los
huarpes la precordillera mendocina. La región pampeana estaba habitada por una de las
naciones más importantes del subcontinente, los araucanos, dividida a su vez en numerosos
grupos étnicos entre los que destacaban los mapuches, los ranqueles, los puelches y los
tehuelches. En el extremo sur del continente, al sur de la provincia Argentina de Santa Cruz
y en la isla de Tierra del Fuego, ejercían su particular cultura del frío, las tribus ona,
alacaluf y yaghan. Este resumen étnico puede ser sorprendente para muchos europeos que
creían que la Patagonia era un territorio deshabitado. Todas esas naciones fueron
literalmente arrasadas por los ejércitos argentinos durante el siglo XIX.

Durante la década de 1830 a 1840, el caudillo de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas
realizó varias incursiones hacia el "desierto" para intentar aislar a las tribus de indios
puelches y ranqueles. Tribus nómadas sin localizaciones específicas, inventoras de la
"guerra de guerrillas", sus ataques se producían en grupos reducidos, llamados malones,
que lograban sembrar el pánico entre las poblaciones fronterizas.

En mayo de 1832 el general Rosas comienza su primera incursión hacia el suroeste, en


dirección a las provincias patagónicas de Río Negro y Neuquén. Cuatro meses más tarde el
diario de Buenos Aires la "Gaceta Mercantil", daba a conocer los resultados de la breve
campaña: "3.200 indios muertos, 1.200 prisioneros de ambos sexos".

A principios de los años 40 la campaña se cierra con más de 8.000 indios muertos y un
avance importante sobre sus territorios de la línea de fortines fronterizos.

Los conflictos internos y la lucha de intereses por el poder en la Argentina que recién nacía
postergaron el golpe final por el cual abogaban los miembros del Club del Progreso de
Buenos Aires, cuyos integrantes formaban las ricas familias oligárquicas descendientes de
los españoles. Entre ellos habían militares deseosos de gloria sobre la base de una nueva
epopeya; terratenientes avariciosos que habían esculpido la frase "no hay negocio como el
de las tierras, en una nación jóven", y financistas y banqueros deseosos de otorgar nuevos
créditos a tasas módicas para engrosar sus capitales.
En 1877 asume la presidencia de la Nación Argentina el doctor Nicolás Avellaneda un
liberal honrado que cogió a un país con ganas de salir adelante pero con una carga de deuda
externa generada durante a presidencia anterior de Domingo Sarmiento (con la banca,
empresas y particulares ingleses, preferentemente) que le hizo profetizar: "nuestro país
pagará sus compromisos externos hasta la última gota de sangre del último argentino".
Desde luego, en la mente de Avellaneda los primeros litros de ese plasma salvador debían
recaudarse de venas indias. Inmediatamente nombró ministro de Guerra a un jóven y
aristocrático general de 34 años, Julio Argentino Roca, de reconocida militancia antiindia y
con un importante antecedente en su hoja de servicio: varias batallas ganadas seis años
antes en la Guerra del Paraguay o de la Triple Alianza (Brasil, Argentina y Uruguay contra
Paraguay), en la que el presidente argentino Bartolomé Mitre financió una matanza
premeditada de indios y mestizos con capitales de la banca Baring Brothers de Londres.

Roca inicia los preparativos de la Campaña al Desierto en 1878. Algunas columnas de


soldados partieron hacia el sur como operativo de ablandamiento de la gran andanada.
Volvieron con 4.000 indios prisioneros: hombres, mujeres, niños y ancianos. Muchos de
ellos murieron en campos de reserva.

Las incursiones fueron minando paulatinamente la resistencia de indios que tenían pocas
posibilidades de sobrevivir si sus costumbres sociales se veían amenazadas, si no disponían
de tiempo para la caza y la recolección, mientras guerreaban, ni podían dar seguridad a sus
familias. Sin embargo ninguno de ellos estaba dispuesto a rendirse. Namuncurá y Pincén,
dos de los caciques araucanos más prestigiosos se dispersaron en los montes con cien
guerreros cada uno para atacar por "montoneras" (pequeños grupos que actúan por
sorpresa) a los hombres blancos y resistir hasta las últimas consecuencias.

En abril de 1879 el general Roca inicia su expedición desplegando en abanico a más de


6.000 hombres muy bien pertrechados y apoyados por artillería. Más de 150.000 indios
inician una triste retirada; un éxodo en dirección al Neuquén.

El informe final que el general Roca ofreció al Congreso sobre esa campaña dice que
"14.172 indios fueron reducidos, muertos o prisioneros (algunos historiadores elevan esa
cifra a 35.000). Seiscientos indígenas fueron enviados a la zafra en Tucumán. Los
prisioneros de guerra fueron incorporados (forzosamente) al Ejército y la Marina para
cumplir un servicio de seis años, mientras que las mujeres y los niños se distribuyeron entre
familias que las solicitaban (para servicios domésticos o adopción forzada) a través de la
Sociedad de Beneficiencia".

En 1881 Roca inicia la segunda fase de exterminio ilegal en la provincia del Neuquén,
puesto que el Congreso le había autorizado, a través de una ley (número 947) a perseguir a
los indios solamente hasta la frontera reconocida de los ríos Limay y Neuquén "y no más
allá". En marzo de 1881 el general Villegas partía con tres brigadas de infantería, cuatro
regimientos de caballería y una sección de artillería hacia el lago Nahuel Huapi (Cabeza de
Tigre, en araucano). La huida de las familias indias (sólo opusieron resistencia los caciques
con grupos selectos de guerreros) transformó la expedición gloriosa en un auténtico saqueo.
Después de matar 45 indios y de tomar 150 prisioneros, las huestes del ejército argentino se
alzaron con 6.500 cabezas de ovinos, 1.700 vacas y 2.300 caballos, rapiñados a las tribus en
fuga. Las batallas siguientes al pie de la Cordillera de Los Andes, pusieron de manifiesto el
desequilibrio existentes: 345 indios muertos y 1.720 prisioneros. Entre las fuerzas
nacionales se registraron 17 muertos y 21 heridos.

En términos de vidas humanas la conquista del Neuquén tuvo un costo oficial de 55.000
indios.

Datos demográficos

Actualmente la población indígena latinoamericana se eleva aproximadamente a 40


millones de personas (varía según fuentes oficiales y movimientos indigenistas). Los países
andinos de Sudamérica (Chile, Bolivia, Perú y Ecuador) junto a Guatemala y México
concentran los grupos mayoritarios. En tanto en la selva amazónica sobreviven
aproximadamente unos 250.000 indígenas.

Un detalle más exacto acerca estas cifras:

País Indígenas Porcentaje s/población total

Argentina: 350.000 1,1

Belize: 15.000 8,5

Bolivia: 5.000.000 68,5

Brasil: 250.000 0,2

Chile: 1.000.000 7,6

Colombia: 500.000 1,5

Costa Rica: 30.000 1

R. Dominicana: 2.000 8

Ecuador: 4.100.000 38,7

El Salvador: 500.000 9,5

Guayana Fr.: 4.000 4,4

Guatemala: 5.300.000 57,6

Guyana: 40.000 4,9

Honduras: 245.000 4,8


México: 12.000.000 13,5

Nicaragua: 150.000 3,8

Panamá: 140.000 5,8

Paraguay: 100.000 2,3

Perú: 9.300.000 43,3

Surinam: 15.000 3,6

Uruguay: 400 0,01

Venezuela: 300.000 1,5

Fuente: ONG Survival Internacional; IEPALA (Instituto de Estudios Políticos para


América Latina y Africa).

Bibliografía

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Artículo "Tierra para los indios"; revista Tercer Mundo, N 124, enero 1990.

"La Flota de Indias"; Manuel Lucena Salmoral; colección Historia 16, 1986.

"La Hueste Indiana"; Manuel Ballesteros Gaibrois; colección Historia 16, 1986.

"Informe Latinoamericano" de la OIT; junio 1993.

"Identidad y movimientos indios"; Asunción Ontiveros Yulquila; Intermon, 1992.

"Expansión de fronteras sobre comunidades indígenas"; Dolores Juliano; Intermon, 1992.

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Intermon, 1992.

"Coca, Cocaína y Narcotráfico -Laberinto de los Andes", Comisión Andina de Juristas,


1989.

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Artículo "El present dels pobles indígenes a Amèrica Llatina", revista DCIDOB N40,
mayo, 1992.

"Indios Kuna"; Tomás Calvo Buezas, 1987.

"Las matanzas del Neuquén - crónicas mapuches"; Curruhuinca-Roux; Plus Ultra, 1984.

"Caballos contra Jaguar - La extraordinaria conquista de las fieras de indias"; Emilio


García Merás; Kaydeda Ediciones, Madrid; 1988.

"Dos mil años de economía española", Pedro Voltes; Planeta, 1988

"Cinco siglos de legislación agraria en México"; Manuel Fabila (director de colección);


México, 1941.

"Poblaciones Indígenas"; informe de la Organización Internacional del Trabajo, 1953.

"Indigenous People- International Year 1993"; Centre for Human Rights United Nations,
1993.

"Historia Social del Ecuador" - tomo III; Piedad Peña Herrera de Costales y Alfredo
Costales Samaniego, Quito, 1963.

"Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826"; John Lynch; Editorial Ariel; 1976.

"Abi Yala - Tierra, nuestra libertad"; Intermon, 1977.

Artículo "Aborígenes - Condenados al olvido"; revista El Periodista de Buenos Aires


N15; Carlos Ares, Adriana Bruno y Cecilia Mosto; 1984.

"Multinacionales en Latinoamérica"; Nelson Martínez Díaz; colección Historia 16, 1985.

"El Oeste Americano"; Carlo Caranci, Historia 16; 1985.

"Historia de Estados Unidos"; Carl N. Degler; Editorial Ariel;

1986.

"Conquista de Norteamérica"; Manuel Ferrer, Sylvia L. Hilton,

Pedro Vives; Historia 16; 1985.

"La Santa Federación" - 1840-1850; Andrés Carretero; colección

Memorial de la Patria; Ediciones La Bastilla, Buenos Aires; 1979.


Informes e investigaciones de la ONG Survival International.

Trabajo realizado por Osvaldo Leboso

Comunicación intercultural para un mundo más humano y diverso

Genocidio por despojo. Los pueblos indígenas de la


Amazonía confrontan al neo-liberalismo

Por Stefano Varese*

28 de abril, 2010.- A mediados del mes de octubre de este año escribí un texto corto sobre
los trágico hechos de Bagua y sobre la contínua lucha de los pueblos indígenas de la
Amazonía y del Perú en defensa de sus tierras, sus recursos y su derecho a la vida. El
ensayo fue recogido por Servindi [http://www.servindi.org/] y recibió más difusión de la
que yo esperaba, algunas voces de apoyo y también algunos insultos que llegaron
directamente a mi correo electrónico universitario. Hace pocos días la Editorial Línea
Andina me solicitó una contribución adicional a un libro colectivo que están preparando
AIDESEP y CONACAMI. Acepto con gusto y humildad la invitación y me siento honrado
de poder expresar una cuantas ideas que puedan fomentar el entendimiento entre todos los
peruanos, la justicias social, la equidad cultural y la coexistencia pacífica y creativa de
todas las expresiones histórico-culturales del país.

El pillaje neo-liberal

El gran geógrafo inglés David Harvey ha afirmado que en esta etapa tardía del capitalismo
neo-liberal y global el proceso de acumulación del capital toma una nueva forma que él
denomina “accumulation by dispossession”, es decir acumulación por despojo o
acumulación por pillaje. La acumulación por despojo es el motor del neo-liberalismo que
aspira a mercantilizar todos los elementos de la naturaleza y del mundo e incluso del
universo: todos los recursos, tierras, aguas, aire, animales, plantas, minerales, paisajes y
sobre todo la gente pueden y deben ser mercantilizados. Es decir, tienen un precio y el
capital los puede tomar (no solamente comprarlos) y disponer de ellos para su propio
beneficio y ganancia.

Incluso el trastorno –o colapso- de Wall Street puede


“La acumulación por entenderse como el resultado intencional de la
“acumulación por despojo”. Los enganches financieros e
despojo es el motor hipotecarios aparentemente baratos y finalmente
del neo-liberalismo impagables fueron ofrecidos al proletariado doméstico
de los Estados Unidos con el pleno conocimiento de los
que aspira a banqueros y prestamistas de que los compradores iban a
fallar en sus pagos (por el alevoso aumento astronómico
mercantilizar todos de las tasas de interés) con lo que la institución
financiera se podía re-apropiar de las casas y también de
los elementos de la los primeros meses de pagos hipotecarios de las
víctimas de este pillaje. Las trampas financieras y
naturaleza y del “legales” de estos robos a mano armada del neo-
liberalismo, en el caso de los Estados Unidos, son
mundo e incluso del invisibilizadas por los aparatos mediáticos que forman
universo: todos los parte de los conglomerados financieros y bancarios
siempre más monopólicos y en asociación con el
recursos, tierras, gobierno federal de los EEUU. El público general tiene
grandes dificultades en entender que es lo que
aguas, aire, animales, exactamente ha ocurrido y por qué repentinamente el
sistema financiero y de crédito deja de funcionar.
plantas, minerales,
Ocasionalmente, sin embargo, hasta la autocensura de
paisajes y sobre todo los medios de comunicación en un descuido deja
la gente pueden y escapar a algunos datos de los horrores de este sistema
económico y social. En el New York Times del 11 de
deben ser octubre de 2009 aparece la noticia de que un sin número
de cadáveres de familiares muertos son abandonados en
mercantilizados” la morgue y en los hospitales porque la gente no tiene
dinero para pagar por el entierro o la cremación.
Sospecho que ni siquiera en los peores momentos de la
Edad Media europea se llegó a estos extremos de miseria y desolación. La muerte de un ser
querido es tornada en mercancía para la agencia funeraria (privada) y para el cementerio
(casi siempre en subcontrato de la ciudad con agencias privadas). Aquí la acumulación por
despojo se quita toda máscara de dignidad hipócrita y anuncia en spots televisivos
perfectamente filmados que es indispensable que todo individuo de la tercera edad empiece
a pagar en cómodas cuotas mensuales su propio entierro.

He dedicado algunas líneas a comentar esta manifestaciones del neo-liberalismo en los


mismos EE.UU. porque es a partir de este modelo socio-económico, de este paradigma
ideológico que se nos impone cotidianamente por los medios como nuestra salvación que
hay que descifrar, analizar, criticar y eventualmente derrotar en sus interpretaciones
políticas y empresariales por parte de las élites peruanas en su adopción servil del modelo y
en su implementación autoritaria del mismo.
El genocidio enmascarado

Unos de los éxitos más obvios del colonialismo euro-americano impuesto a los pueblos
indígenas de todo el continente desde el siglo XVI, fue la construcción de un discurso
ideológico generalizado que logró enmascarar ante los ojos del mundo y de la historia el
verdadero holocausto de los pueblos originarios de las Américas. Durante los primeros cien
años de ocupación militar española el 95 por ciento de los indígenas de América
desapareció. La guerra convencional y bacteriológica sumada a la guerra ambiental o
ecológica lograron exterminar a los millones de pueblos indígenas que por milenios habían
prosperado en el continente y construído sofisticadas y complejas formas de civilización.
Los estudios recientes de demografía histórica empiezan a iluminar este período horroroso
de la expansión europea y el costo verdadero que la humanidad indígena tuvo que pagar
para el crecimiento desmedido de España, Europa y posteriormente Norte América.

Ningún texto de historia y muy pocas escuelas de pensamiento social convencional han
llamado estas masacres masivas de hombres, mujeres, niños, ancianos por su verdadero
nombre: genocidio. Si los más de 90 millones de muertos causados por la Segunda Guerra
Mundial merecen el trágico nombre de genocidio y los 6 o más millones de judíos
aniquilados por el nazi-fascismo son recordados como víctimas inocentes del holocausto,
nada comparable ha sido recordado, escrito, conmemorado para los 300 o más millones de
pueblos indios que murieron para enriquecer a las monarquías europeas y a las oligarquías
coloniales y neo-coloniales. El reiterado silencio de las intelectualidades nacionales sobre
este doloroso y sangriento comienzo de la vida de Occidente en América marca la sucesiva
sistemática alienación de las sociedades nacionales ante los propios pueblos indígenas que
lograron sobrevivir y coexistir con los nuevos amos.

Hacia mediados de los años de 1960 la antropología francesa introdujo el término etnocidio
para significar las políticas y prácticas de agresión y violencia de los estados y el sector
privado hacia los pueblos indígenas. Los barí de Colombia, cazados como animales, por los
colonos mestizos se volvieron el emblema de esta nueva tipología del neo-colonialismo. A
los barí le siguieron las revelaciones sobre el etnocidio de los guayakí de Paraguay, los
ñambikwara de Brasil y otros centenares de grupos indígenas de los que ni siquiera se
conocía la existencia afuera de los círculos de la antropología. Lo absurdo de todo este
movimiento inicial de la “antropología de rescate” es que no interesaba tanto la vida de los
indígenas cuanto el registro y documentación de sus culturas y lenguas en peligro de
extinción. No era suficiente que enteros pueblos indígenas fueran diezmados o
exterminados para que las comunidades nacionales, los gobiernos y los académicos
llamaran las cosas por su verdadero nombre: estábamos asistiendo pasivamente al
genocidio de pueblos enteros.

Cualquier diccionario define al genocidio como “la destrucción deliberada y sistemática de


un grupo étnico-cultural, político o religioso”. Cómo y con cuáles métodos se lleve a cabo
la destrucción de un grupo humano y cuán numeroso el grupo tiene que ser, no constituyen
obstáculos para tipificar el hecho como genocidio. Los poco centenares de ñambikwara, o
los miles de witoto del Amazonas que fueron exterminados por los caucheros peruanos a
fines del siglo XIX son tan víctimas de genocidio como los 800.000 tutsi y hutus de
Rwanda o los millones de armenios victimados por el
estado Turco-Otomán.

En 1971 un grupo de antropólogos latinoamericanos se “Nadie en nuestros


reunió en la isla caribeña de Barbados para debatir la países, y
situación de los pueblos indígenas de las tierras bajas
de Centro y Sudamérica. La Declaración de Barbados I especialmente en
sobre la violencia sistemática, el despojo y las
agresiones armadas a las que los pueblos indígenas Perú, quiere admitir
estaban sometidos causó algunas reacciones entre los
misioneros y los antropólogos y prácticamente ninguna que hay una corriente
respuesta de los gobiernos latinoamericanos que
siguieron ignorando la situación de etno/genocidio que subterránea
se daba al interior de sus países. Un solo gobierno
respondió con rapidez al desafío de estas denuncias. La permanente de
dictadura militar de Uruguay requisó inmediatamente políticas sistemáticas
todos los ejemplares del libro de Barbados I –
publicado en español precisamente por una editorial de genocidio de los
uruguaya- y en la mejor tradición nazi-fascista los
mandó a quemar. Se salvó la edición en inglés porque pueblos indígenas”
se publicó en Suiza. ¿Cómo interpretar este celo de los
censores militares uruguayos? Creo que sin ni siquiera
saberlo la/s dictadura/s militar/es de Sudamérica que desembocaron en Pinochet asumieron
para sí el rol de guardianes de la historia oficial de Occidente. Del Occidente cristiano y
civilizado, cuyas expresiones más altas de civilización son que ha sabido asimilar e integrar
(o desaparecer) a los pueblos originarios del continente que vivían en la barbarie y en la
oscuridad.

Nadie en nuestros países, y especialmente en Perú, quiere admitir que hay una corriente
subterránea permanente de políticas sistemáticas de genocidio de los pueblos indígenas. En
1967 yo mismo denuncié en la revista Amaru (Nº 3, julio-septiembre) que el gobierno de
Fernando Belaúnde Terry había mandado a aviones de la FAP a bombardear con bombas
incendiarias al pueblo matsés del alto Yaquerana. Para llevar adelante esta acción
civilizadora el gobierno “democrático” de Belaúnde pidió ayuda a la International
Petroleum Company para que sus ingenieros y técnicos estadounidense les enseñaran a los
militares peruanos como construir bombas incendiarias. Las populares bombas Napalm que
los EEUU estaban usando masivamente en Viet Nam. Los bombardeos fueron ejecutados
por la FAP con la ayuda logística de helicópteros de los EEUU especialmente traídos desde
Panamá.

¿Cómo llamar este evento? ¿Con cuáles hipócritas metáforas esconder esta barbarie? ¿Qué
más necesita hacer un gobierno, un estado nacional y sus empresarios a los pueblos
indígenas del amazonas para que la acusación de genocidio entre a formar parte del léxico
legal internacional y los gobiernos culpables de esta políticas sean responsabilizados?
La suma de estas políticas escandalosas de etno/genocidio llegó a repercutir tanto en la
opinión pública Europea que en 1981 la Fundación Bertrand Russell convocó al IV
Tribunal Internacional Bertrand Russell sobre los Derechos Humanos de los Pueblos
Indígenas. El Tribunal y su jurado internacional reunidos en Rotterdam (Holanda)
escucharon y revisaron una muestra de más de mil casos de formas deliberadas y
sistemáticas de etno/genocidio cometidos en contra de los pueblos indígenas de América
por los gobiernos y las empresas privadas. La condena moral del Tribunal Russell si bien
no causó molestia alguna a los gobiernos por lo menos sirvió para ampliar la conciencia en
un sector ilustrado de la opinión pública latinoamericana y fue capitalizada por algunas de
las organizaciones indígena y sus miembros.

Sin embargo la fuerza ideológica y mediática de los sucesivos gobiernos, el apoyo que
reciben del poder imperial tanto en armamentos como en sustentos ideológicos logran
mantener invisibles a las varias modalidades de agresiones y violencias sistemáticas en
contra de los pueblos y comunidades indígenas. Desde las matanzas a cargo de la policía y
el ejercito que ocurren en la selva central en los años 1964-65, luego en el Madre de Dios,
pasando por las masacres del senderismo/tupamarismo y del ejército en la década trágica
para desembocar en los miles de refugiados ashanínka, nomatsiguenga y otros pueblos
amazónicos obligados a abandonar sus territorios y exilarse en la pobreza más absoluta, la
historia reciente de la Amazonía manifiesta de manera inequívoca e irrebatible la estructura
política genocida del estado peruano en relación a los pueblos indígenas de la selva. Hay
una sola excepción a esta estructura política genocida, y como excepción confirma
precisamente la norma, se trata del período de pocos años de la revolución velasquista que
ofreció respiro político y legalidad a los pueblos y organizaciones indígenas de la
Amazonía para su adecuación a las nuevas embestidas del mercado neo-liberal.

Economía política del genocidio

Cabe preguntarse ¿Por qué el velasquismo fue una excepción? ¿Cómo explicarse que aun
dentro del marco “revolucionario” y popular del velasquismo la expansión a fierro y fuego
en pueblos y tierras amazónicas disminuyó e incluso hubo logros en la consolidación de
medidas legislativas de apoyo a los reclamos territoriales indígenas? La explicación de esta
aparente contradicción hay que buscarla en el desfase estructural de la economía peruana de
las décadas de los ’60 y ’70 en relación a las reformas de la economía liberal que se estaban
produciendo en los EEUU e Inglaterra y que culminaron con consolidación de la Escuela de
Economía de Chicago que dio nuevo impulso a la economía neo-clásica con el nombre y el
programa de neo-liberalismo.

En síntesis, esta nueva versión de la economía burguesa proponía la no intervención del


gobierno y el estado en el mercado –este se ajusta por sí solo a los vaivenes de la
producción-circulación-consumo-; el rol tradicional del estado como regulador de las
disfuncionalidades y desigualdades socio-económicas tiene que ser eliminado; no más
estado de bienestar social, sino dejar que la ley de la competencia y eficiencia se vuelva el
ente regulador del mercado. Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en EEUU
fueron los abanderados de esta versión radicalizada –y hasta extremista- de la economía
liberal. El Perú de los ’70 pasó impunemente por estas reformas neo-liberales mientras en
Chile la dictadura militar las implementó a punta de bayonetas, desaparecidos y torturas
logrando efectivamente enriquecer de manera vergonzosa a su oligarquía y empobrecer a
trabajadores, campesinos y mapuches que fueron desposeídos de todos sus recursos. En el
Perú del velasquismo, en cambio, una parte importante de la dirigencia política y una
pequeña cúpula militar creía –aun sin decirlo demasiado en voz alta- en la ruta de una
socialdemocracia adaptada a las necesidades del país y sus pueblos. Y sobre todo de un
estado con poderes reguladores y una ética de justicia social. Como se sabe a partir del
golpe de Morales Bermúdez el evangelio neo-liberal volvió a tomar el control del estado y
de los gobiernos sin lograr del todo la cancelación total de las reformas estructurales que
había establecido el velasquismo.

Acumulación por despojo y etno/genocidio

¿Qué tiene que ver todo esto con los pueblos indígenas
“en esta fase del de la amazonía? Es aquí donde hay que retomar la
propuesta analítica de David Harvey y su tesis de que
capitalismo neo- en esta fase del capitalismo neo-liberal global el
liberal global el proceso de acumulación del capital se da a partir del
despojo o del pillaje de recursos, fuerza de trabajo y
proceso de hasta dinero que están todavía bajo relativo control de
algunas clases, grupos o, como en el caso de la
acumulación del Amazonía, de las nacionalidades/etnias indígenas. La
misma historia de la expansión nacional de las fronteras
capital se da a partir agroforestales y ahora minero/petroleras explica porque
el despojo se tiene que dar en los territorios de los
del despojo o del pueblos indígenas. ¿Adónde más puede el capital hacer
pillaje y saqueo? ¿Adonde están aún los bosques, las
pillaje de recursos, aguas, la riqueza biótica, los minerales, y
fuerza de trabajo y desafortunadamente el petróleo si no en la Amazonía
indígena? Este Perú de los territorios indígenas, que el
hasta dinero que Perú oficial, el Perú de la oligarquía en el poder, el Perú
de las corporaciones transnacionales, de los mal
están todavía bajo llamados acuerdos o tratados de libre comercio
considera como “colonias internas” que se pueden
relativo control de invadir, ocupar militarmente, someter, conquistar,
saquear. No nos olvidemos que fue Belaúnde quien
algunas clases, grupos acuñó la frase digna de Pizarro: “La conquista del Perú
o, como en el caso de por los peruanos” y que ahora este concepto de
imperialismo barato ha sufrido la metamorfosis del
la Amazonía, de las “perro del hortelano” en un alarde presidencial de
“profundo análisis histórico social”.
nacionalidades/etnias
Hay necesidad de disfrazar el despojo y las
indígenas” consiguientes muertes por inanición de los pueblos
saqueados, con un aparataje legalista que pueda ser
digerido por la opinión pública urbana y por las
entidades financieras multilaterales. En esto la post-democracia peruana ha avanzado
mucho a partir de las enseñanzas y de las prácticas políticas de los EEUU. Todo robo, todo
saqueo, toda ocupación territorial, toda incautación de bienes y finalmente toda violencia
armada tiene que estar respaldada por una o más leyes. No hace falta remontarse a Marx
para darse cuenta que las leyes –aún las que aprueban a carpetazo los congresistas
diligentemente elegidos por el pueblo- constituyen simplemente el plan programático para
ejecutar el robo con una apariencia de civilidad. Es decir que es importante para los
gobernantes del neo-liberalismo guardar un cierto estilo de conducta pública que los
distancie de los narcotraficantes y del estereotipo del dictador de las república bananeras.
Sin embargo los resultados son los mismos: los pueblos indígenas son depredados de tierras
que han ocupado por milenios y recursos con los que han convivido de manera productiva y
reproductiva desde tiempos inmemoriales. ¿Quiénes han domesticado la totalidad de las
plantas comestibles y de uso de la Amazonía andina y de la selva baja? ¿Quiénes han
creado y recreado el paisaje civilizado del bosque amazónico que durante milenios fue
capaz de sustentar la vida de millones –no miles sino millones- de personas? No fueron
ciertamente los europeos ni los ciudadanos criollos de la republica oligárquica
decimonónica y contemporánea expertos sólo en la devastación del bosque, en el
depredación de los animales, en la contaminación de las aguas y en el ultraje permanente de
los pueblos amazónicos.

“La acumulación por


despojo está siendo
impuesta por el
gobierno de Alan García
y demás agentes de la
oligarquía financiero-
empresarial como modo
económico extractivo
dominante en la
Amazonía. Las víctimas
de este antiguo y
renovado sistema de
rapiña no son solamente
los pueblos indígenas,
La acumulación por despojo está siendo impuesta
por el gobierno de Alan García y demás agentes de los ribereños y los
la oligarquía financiero-empresarial como modo
económico extractivo dominante en la Amazonía.
colonos pobres sino toda
Las víctimas de este antiguo y renovado sistema de la densa red de
rapiña no son solamente los pueblos indígenas, los
ribereños y los colonos pobres sino toda la densa relaciones biótico-
red de relaciones biótico-sociales que permiten la
renovación de los recursos y enriquecen el paisaje sociales que permiten la
en su diversidad productiva y su capacidad
regenerativa. Al final de este modo criminal de renovación de los
extracción y acumulación solo quedan desiertos,
sabanas improductivas, pueblos enteros recursos y enriquecen el
desaparecidos o demasiado debilitados para
reconstituirse como agentes de su propia historia.
paisaje en su diversidad
Aun una lectura superficial de la historia biótico- productiva y su
cultural de la Amazonía nos da los claros indicios
de que estos serán los resultados finales del saqueo. capacidad regenerativa”
La trágica ironía de estas empresas de la economía
liberal-burguesa es que la acumulación escandalosa
de riqueza en los pocas manos nacionales e transnacionales termina esfumándose en un
mundo financiero y bancario especulativo fundamentalmente corrupto que reinvierte de
manera incestuosa las ganancias en su propia reproducción de clase sin dejar que nada de
esta riqueza se redistribuya aun parcialmente hacia abajo, hacia los pueblos saqueados o
hacia proyectos productivos con objetivos morales de justicia social.

¿Qué hacer?

Desde los años ’70 los pueblos indígenas de la Amazonía -las Comunidades Nativas- han
irrumpido de manera incontenible en el escenario social, político y cultural nacional. Los
pueblos indígenas de la Amazonía han entrado de lleno al Perú adormecido y embaucado
por el consumismo de baratijas, por la desesperanza, por el desengaño cíclico de los
partidos, y por la inequívoca certeza de que el sistema todo es corrupto e irremplazable. Los
pueblos indígenas amazónicos organizados son un testimonio permanente de que ellos
también son parte del Perú martirizado por los horrores de la amarga, mentecata e inútil
década de violencia. Creo que la gran y monumental enseñanza que los pueblos indígenas
de la Amazonía nos están dando es que se organizan y reorganizan, prescinden de los
partidos, no se dejan seducir por ideologías y prácticas políticas generadas al exterior de sus
trayectorias histórico-culturales y menos se han dejado embaucar por la retórica del
desarrollismo y modernización que durante varias décadas han sido el disfraz del proyecto
del capitalismo global.

Mientras la clase obrera está siendo dividida y desarticulada por un modelo de producción
industrial (e incluso minera) fragmentado que obstaculiza las formas tradicionales de lucha
sindical; mientras el desempleo y subempleo urbano aumenta vertiginosamente; y mientras
el campesinado indígena y mestizo ha sido arrinconado a modalidades productivas poco
rentables en un mercado competitivo desventajoso frente a las agroindustrias de alta
tecnología y concentración de capital; los pueblos indígenas de la Amazonía, en cambio,
han logrado mantener un cierto grado de autonomía y desvinculación del mercado
capitalista apoyándose en la reconstitución y reforzamiento de sus economías sociales (las
economías mixtas de subsistencia).

Es obvio que la pobreza sigue subsistiendo y que se


“Es imposible no ver en acentúa en aquellas regiones donde la pérdida de
recursos y la destrucción ambiental pone a la
el caso de la espantosa comunidad en la disyuntiva de vender su fuerza de
violencia en contra de trabajo a las empresas extractivistas o migrar de
manera circular a otras zonas. Pero es así mismo
los asháninka del Ene la claro que las Comunidades Nativas en gran parte han
sabido evitar la disolución de la entidad
intencionalidad étnico/comunal por abandono y desidia tendiendo a
reconstituirse social y culturalmente incluso en
genocida de esas dos condiciones muy desfavorables. Este el caso de las
comunidades asháninkas del Ene martirizadas,
versiones deportadas y desplazadas por el senderismo y el
ejército en una guerra de aniquilación étnica
fundamentalistas de un implementada con igual crueldad e idiotez por los
mismo proyecto dos bandos. Es imposible no ver en el caso de la
espantosa violencia en contra de los asháninka del
nacionalista de Ene la intencionalidad genocida de esas dos
versiones fundamentalistas de un mismo proyecto
“asimilación por nacionalista de “asimilación por exterminio”. Y a
pesar de todo los asháninka viven y crecen y se
exterminio” adaptan y se organizan y nos dan lecciones de
esperanzas.

No hay fórmulas políticas ni recetas culturales para compartir con los pueblos indígenas
que se enfrentan a renovadas formas de opresión y violencia de estado, a las políticas
genocidas ocultadas debajo de la retórica de la modernización y el desarrollo. Y si las
hubiera serían fruto de la misma experiencia histórica de cada pueblo oprimido. Nosotros
(yo) somos testigos, la mayoría de las veces lejanos y ausentes, que compartimos los
sufrimientos y la rabia de los pueblos amazónicos e intentamos desenmarañar los engaños,
las trampas, y el proyecto delincuente de esta vieja y nueva empresa colonialista llamada
desarrollo y modernidad. La resistencia de los indígenas a la opresión y al exterminio sutil
o abierto organizado por el estado y sus amos nacionales o transnacionales tiene una larga
historia que se remonta al siglo XVI. Poco hay que enseñarles a los awajún, por ejemplo,
que ya en el siglo XVII expulsaron a los españoles de sus territorios o a los asháninka que
le cerraron las entradas a la selva central a los españoles y peruanos desde 1742 hasta 1848.
Qué se le puede ofrecer en el campo de la organización etno-política a los yanesha que
empezaron a organizarse para le defensa de sus tierras en 1967. Lo único que nosotros (yo)
en solidaridad les ofrecería es el relato de sus historias de autonomía y resistencia, el
compendio de siglos de oposición a ser sometidos, la memoria profunda de sus proyectos
sociales y culturales utópicos que algunos de nosotros, fuereños indiscretos, llegamos a
vislumbrar y comprender al calor de su hospitalidad.

Davis, 2 de noviembre 2009

* Stéfano Varese es Antropólogo, catedrático en el Departamento de Estudios Indígenas


(Native American Studies) en la Universidad de California, Davis.

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