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Colonial Latin American Review


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La negociación indígena en el Imperio


ibérico: aportes a su discusión
metodológica
a
Caroline Cunill
a
Université de Toulouse II–Le Mirail
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To cite this article: Caroline Cunill (2012): La negociación indígena en el Imperio ibérico: aportes a
su discusión metodológica, Colonial Latin American Review, 21:3, 391-412

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Colonial Latin American Review
Vol. 21, No. 3, December 2012, pp. 391412

La negociación indı́gena en el Imperio


ibérico: aportes a su discusión
metodológica
Caroline Cunill
Université de Toulouse IILe Mirail
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Introducción
Hace todavı́a algunos años la expresión negociación indı́gena hubiera podido parecer
contradictoria. En efecto, tanto los partidarios de la ‘leyenda negra,’ que insistı́an en
la crueldad de los colonos españoles, como los de la ‘leyenda blanca,’ que enfatizaban
la sed de justicia que animó a la Corona y a los miembros de las Órdenes
mendicantes, coincidı́an en que los pueblos autóctonos fueron vı́ctimas del sistema
colonial y que, si bien algunas reales cédulas pretendı́an ampararlos, éstas solı́an ser
desacatadas por colonos ávidos de riquezas y por autoridades poco escrupulosas,
o hasta corruptas*‘la ley se acata, pero no se cumple’ (Keen 1969, 1971; Hanke
1971). A partir de la década de los 1960, los estudios de etnohistoria pusieron de
manifiesto la autonomı́a lingüı́stica, religiosa, y aún sociopolı́tica que los indios
lograron mantener dentro de sus comunidades, devolviéndoles ası́ a los pueblos
autóctonos parte de su protagonismo histórico. Los indı́genas aparecı́an, pues, como
actores, pero su acción parecı́a limitarse al ámbito interno sin trascender de forma
contundente al mundo dominante. Por otro lado, si bien se desarrolló el concepto de
mestizaje, éste fue concebido, en la mayorı́a de los casos, como la recepción, dentro
de las pautas culturales autóctonas, de elementos foráneos hispanos. Además, el
análisis de los mecanismos de hibridación se centró principalmente en aspectos
culturales, llegándose a hablar de ‘colonización del imaginario’ (Gruzinski 1988).
La teorı́a de la negociación indı́gena altera la percepción del lugar que ocuparon los
indios dentro del Imperio ibérico, al asumir que éstos fueron actores no sólo del
mantenimiento de su propio mundo, sino también de la construcción de un discurso
y un orden coloniales, originales, y dinámicos. Ası́, los especialistas de la negociación
indı́gena desdibujan las fronteras entre lo indı́gena y lo hispano, entre lo prehispánico
y lo colonial, y enfocan sus estudios en los procesos de adaptación y de creación de un
ISSN 1060-9164 (print)/ISSN 1466-1802 (online) # 2012 Taylor & Francis on behalf of CLAR
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orden hı́brido y dialógico en el que los indios participaron plenamente a nivel tanto
cultural, como polı́tico. A este respecto, cabe subrayar que la corriente se centra
especialmente en la esfera legal, puesto que pretende situar la posición indı́gena en los
juegos de jurisdicciones y de alianzas que caracterizaban el funcionamiento polı́tico
del Imperio ibérico. Se ponen de manifiesto varias modalidades de participación
indı́gena, tales como el recurso a los tribunales, la elaboración de documentos legales
y la construcción de un discurso jurı́dico propio que incluı́a referencias tanto al
pasado prehispánico, como a las figuras de fiel vasallo del rey de Castilla y de buen
cristiano.

La negociación indı́gena en la historiografı́a americanista


En un artı́culo de 2001, la investigadora Ethelia Ruiz Medrano dio una de las
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primeras definiciones de la teorı́a de la negociación indı́gena e intentó formular sus


implicaciones epistemológicas y metodológicas. Según ella, quedaba claro que ‘la
Colonia fue un fenómeno que implicó la fuerza, pero al mismo tiempo la negociación
con la sociedad dominada’; por lo tanto, ‘los pueblos aprendieron a negociar y
defender sus derechos entre los pocos y magros resquicios que el poder español les
dejaba’ (Ruiz Medrano 2001, 57). De ahı́ que le pareciera necesario, por un lado,
comprender los motivos que empujaron a la Corona española a brindar a sus vasallos
indı́genas la posibilidad de negociar con los representantes de la autoridad real y,
por otro, analizar el uso que los indios hicieron de este margen de negociación
en términos de estrategias, de discursos, y de alianzas. El concepto permitirı́a ası́
mejorar el conocimiento de los procesos de adaptación y resistencia que los indı́genas
opusieron a los ‘mecanismos de control legal’ durante el periodo colonial (Ruiz
Medrano 2001, 65). En realidad, esta definición era el resultado de una serie de
reflexiones llevadas a cabo por la autora desde la década de los 1990 acerca de la
cuestión de los códices indı́genas. En 1998, en efecto, Ruiz Medrano y Perla Valle
subrayaron que muchos códices, aunque fueran redactados por los indios en su
propio idioma, estaban destinados a las autoridades coloniales: debı́an servir de
prueba en juicios para defender los intereses de una comunidad indı́gena, un linaje o
un particular. Aquellos escritos tenı́an, por consiguiente, un valor probatorio,
plenamente sancionado por las leyes de la época, lo cual justificaba el uso de la
expresión códice jurı́dico (Ruiz Medrano y Valle 1998). La presencia de este tipo de
documentos en numerosos pleitos coloniales donde los indios representaban a una de
las partes en litigio apuntaba, pues, a una activa participación indı́gena en el sistema
de justicia de la Monarquı́a hispana.1
Ası́, pues, el uso que hicieron los indios de la documentación histórica y su
recepción por parte de las autoridades, tanto coloniales como mexicanas, constituyen
los principales ejes del libro Mexico’s Indigenous Communities, publicado por Ruiz
Medrano en 2010. Según la autora, a través de la lucha legal para conservar la
integridad territorial, estaba en juego, más allá de aspectos estrictamente económicos,
la cuestión del mantenimiento de la identidad de las comunidades indı́genas. En
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Negotiation within Domination: New Spain’s Indian Pueblos Confront the Spanish State
Ruiz Medrano y Susan Kellogg acaban de proponer, asimismo, una serie de artı́culos
en los que el concepto de negociación indı́gena está asociado con el de hegemonı́a
para recordar que las acciones jurı́dicas de los indios estuvieron limitadas no sólo
por el marco legal impuesto por la Corona española, sino también en razón de
las desigualdades que caracterizaban a la sociedad colonial. No se trataba, por
consiguiente, de una discusión entre partes de poder equivalente, sino de una
negociación asimétrica (Ruiz Medrano y Kellogg 2010). La colaboración con Kellog
no sorprende, puesto que en Law and Transformation of Aztec Culture este autor ya se
habı́a centrado en la influencia que tuvieron las leyes coloniales en la sociedad y la
cultura nahuas (Kellogg 1995). Por otro lado, la inclusión de un prólogo de Brian
Owensby también resulta significativa, dado que este investigador enfocó uno de sus
últimos trabajos en el análisis de la adaptación de los indios de Nueva España al
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sistema de justicia colonial (Owensby 2008). Para él, en efecto, la ley constituye un
‘espacio privilegiado de interacción entre diferentes grupos de actores del virreinato’
(prólogo a Ruiz Medrano y Kellogg 2010, xii). No cabe duda de que estas dos
monografı́as han contribuido a ensanchar el alcance de la teorı́a de la negociación
indı́gena.
No obstante, otros especialistas han dedicado sus investigaciones recientes a la
impartición de la justicia entre los pueblos autóctonos de América. Julie Devineau
(2004), por ejemplo, enfocó un dossier de la revista Trace en el análisis de la relación
entre los indios y las formas legales del siglo XVI a la actualidad. Jacques Poloni-
Simard (2005) y Jeremy R. Mumford (2008) reflexionaron sobre el papel de los
tribunales en el mantenimiento del orden colonial en el virreinato peruano. En
Anuario de Estudios Americanos Nuria Sala i Vila y Ascensión Martı́nez Riaza (2009)
compilaron una serie de artı́culos sobre la ‘configuración del sistema de justicia y los
mecanismos que permiten su ejercicio y su aplicación real en América desde el siglo
XVI hasta el XIX.’ Jaime Lacueva Muñoz y yo misma analizamos la lucha de los
indı́genas de Meztitlán por defender su derecho de explotación de las minas de
alumbre de la región (Cunill y Lacueva Muñoz 2009). Más recientemente, Ana de
Zaballa Beascoechea (2011) se interrogó sobre la recepción del derecho canónico y el
uso de los tribunales eclesiásticos por los indios. Marcela Echeverri (2011) incluso
estableció un sugerente paralelismo entre los mecanismos de negociación empleados
por los indı́genas y los esclavos negros en los años que precedieron la Independencia
del Nuevo Reino de Granada. Y es que la cuestión de las relaciones entre los esclavos
negros y la legalidad colonial también está llamando la atención de algunos
investigadores (Owensby 2005; Hunold Lara 2007; Carlo-Altieri 2010; Gallup-Dı́az
2010).2
Por otro lado, conviene señalar el desarrollo de una corriente historiográfica
dedicada al pactismo indı́gena. Mientras que la negociación define el diálogo que se
dio entre los indios y las autoridades dentro del orden colonial y según sus reglas, el
pactismo se refiere a la diplomacia caracterı́stica de los confines del Imperio hispano.
Autores como Carlos Lázaro Ávila (1999) y Alebardo Levaggi (1993, 2000) muestran,
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en efecto, que el reconocimiento de naciones ‘salvajes,’ es decir de pueblos no


integrados al espacio colonial, condujo a la Monarquı́a a pactar tratados con éstas y a
crear una auténtica diplomacia de frontera.3 Pese esa diferencia, los especialistas de la
negociación indı́gena comparten con los del pactismo la idea central de que los indios
participaron en el diálogo con la Corona, lo que tuvo incidencias en la polı́tica de
ésta, tanto interior como exterior. Es lı́cito asumir que el interés de los antropólogos
por el actual uso que hacen los indı́genas de las legislaciones e instituciones
nacionales e internacionales, ası́ como por el lugar que ocupa el conocimiento del
derecho en los procesos de ‘etnogénesis’ ha contribuido a estimular las investiga-
ciones sobre la negociación indı́gena colonial, al mismo tiempo que constituye una
natural prolongación del debate en la actualidad (Nader 1990; Krotz 2001; Dehouve
2004; Gabbert 2004; Rappaport 2005; Torre Rangel 2006; Vázquez León 2010; Llanes
Salazar 2010; Boelens 2011).
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La gran variedad de nacionalidades y trayectorias de los investigadores que centran


sus estudios en la negociación indı́gena invita a interrogarse acerca de los factores que
pueden explicar la vitalidad de aquel concepto. El enfoque de la historiografı́a
americanista hacia la vertiente indı́gena se remonta por lo menos a la década de los
1950, con los trabajos de la escuela de Berkeley (Cook y Simpson 1948; Borah y Cook
1963) y las obras precursoras de Charles Gibson (1964) o Nathan Wachtel (1971)
sobre los aztecas y los incas durante el periodo colonial, respectivamente. En los años
siguientes, autores como John Murra (1975), Steve Stern (1982), Nancy Farriss
(1984), Karen Spalding (1984) o Irene Silverblatt (1987), por citar algunos, siguieron
insistiendo en la capacidad indı́gena para mantener sus lenguas, su organización
sociopolı́tica y sus creencias religiosas de manera autónoma con respecto al mundo
dominante. También se puso de manifiesto la resistencia indı́gena al orden colonial,
la cual quedaba patente en la huida endémica a regiones fuera del control hispano y
en frecuentes sublevaciones. De hecho, las recientes publicaciones de Schroeder
(1991), Romero Frizzi (1996) y Terraciano (2001) atestiguan la vitalidad de estas
reflexiones. Dando un paso más en la reivindicación de una historia propiamente
indı́gena, James Lockhart y otros destacados representantes de la Nueva Filologı́a
como Frances Karttunen, Pedro Carrasco, Luis Reyes Garcı́a, Matthew Restall, o
Tsubasa Hokoshi se propusieron construir sus estudios fundamentándose casi
exclusivamente en documentos redactados en lenguas indı́genas (Restall 2003;
Durston 2007). Por consiguiente, estos autores devolvieron a los indios un
protagonismo histórico que les habı́a sido ampliamente negado en la producción
académica anterior, premisa indispensable para poder concebir una negociación entre
los pueblos autóctonos y las autoridades coloniales.
No obstante, en las citadas obras la acción indı́gena parece limitarse a sus propias
comunidades, sin trascender de forma contundente al mundo dominante, aspecto
éste que revisa la corriente de la negociación indı́gena. Es cierto que en los últimos
años la etnohistoria ha evolucionado de forma significativa, dado que se ha
descartado cada vez más el estudio aislado de comunidades indı́genas*en parte
inspirado en la metodologı́a de la microhistoria*para centrarse en las relaciones
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interétnicas (Macleod y Wasserstrom 1983; Patch 1993; Schwartz 1994; Horn 1997).
El mismo Restall admitió que el futuro de la Nueva Filologı́a consistı́a en aplicar el
método filológico a las fuentes no sólo indı́genas, sino también españolas con el fin
de poder comprender la complejidad de la sociedad colonial (Restall 2003, 3). El
concepto de mestizaje y el papel de los mediadores culturales se han convertido,
asimismo, en el objeto de numerosos ensayos (Karttunen 1994; Gruzinski y Ares
Queija 1997; O’Phelan Godoy y Salazar 2005). Pero, si bien la teorı́a de la negociación
indı́gena se inscribe en esta lı́nea de reflexión, se aparta de ella al concebir las
relaciones interétnicas no como la recepción de elementos hispanos dentro de las
pautas culturales autóctonas, sino como una creación dialógica en la que
intervinieron indios, españoles e, incluso, otros grupos étnicos. Además, la corriente
extiende el análisis de los procesos de hibridación al terreno legal, mediante el estudio
del discurso jurı́dico colonial.
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Para entender estas innovaciones conviene situar, por muy sumariamente que
sea, la negociación indı́gena dentro de una producción historiográfica que rebasa
los lı́mites del americanismo. Kellogg considera que fueron Edward Said y Ranajit
Guha quienes sentaron los fundamentos del concepto de negociación en un contexto
colonial gracias a su reflexión sobre ‘la representación, la memoria, y las
significaciones culturales de la jerarquı́a, de la hegemonı́a y del poder’ (Ruiz
Medrano y Kellogg 2010, 12). La teorı́a se inscribirı́a, por consiguiente, en el proyecto
de fomentar una historia de-colonizada, cuyos orı́genes se remontan a la década de
los 1980 y cuyo objeto era, en un principio, las colonias británicas del sur asiático.
Said puso de manifiesto la dimensión hegemónica de las narraciones y de las
construcciones cognitivas producidas en un contexto colonial y Guha el alcance
polı́tico de los fenómenos de resistencia entre las clases subalternas. Ambos criticaron
la visión colonialista presente en gran parte de la historiografı́a, la cual, al adoptar las
principales pautas del discurso dominante, negó durante años voz y conciencia a los
pueblos colonizados (Said 2003; Guha 1999, 1998).4 Se puede considerar que Walter
Mignolo (1995, 1999), Jaime Humberto Borja Gómez (2002) o David J. Weber (2005)
contribuyeron al fructuoso trasplante de esta nueva forma de concebir la historia a la
producción cientı́fica americanista en su vertiente cultural. Gonzalo Lamana (2008)
también demostró que en los Andes coloniales no hubo un control exclusivo de
la producción de sentido por parte de los españoles, sino que los indı́genas
intervinieron activamente en la interpretación de la realidad, de modo que se ha de
hablar de construcción dialógica del sentido por españoles e indios mediante
procesos de ‘exotización/ocultamiento’ e ‘imitación/diferenciación.’
Ahora bien, la teorı́a de la negociación indı́gena transfiere la idea de la
participación indı́gena en las dinámicas coloniales americanas de lo cultural a lo
legal. Para ello, los especialistas pudieron apoyarse en las investigaciones pioneras de
Andrés Lira González (1972), Woodrow Borah (1983) o Charles Cutter (1986) sobre
el juicio de amparo colonial, el Juzgado General de Indios en Nueva España y el oficio
de protector de indios en Nuevo México, respectivamente. Se beneficiaron, asimismo,
de la profunda renovación de la historia del derecho, que se caracteriza por situar la
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justicia ‘dentro del más amplio proceso de formación y consolidación del Estado en
sus diversas etapas,’ pero ‘sin reducirse a la historia polı́tica,’ dando a su estudio
‘dimensiones social y cultural’ (Speckman y Marino 2006, 1101). Autores como
Herzog (1995), Traslosheros (2004), o Cañeque (2004) analizan, por ejemplo, la
práctica cotidiana de los tribunales, ası́ como la recepción de la cultura jurı́dica en
distintos sectores de la sociedad americana. En este contexto, un estimulante
encuentro se ha operado entre derecho, cultura, polı́tica, y sociedad alrededor de
la cuestión indı́gena en América. Ası́, Juan Garavaglia y Jean-Frédéric Schaub se
interrogan sobre ‘la confrontación entre el derecho occidental y las culturas que le son
extranjeras y que ha colonizado’ y sobre el ‘tratamiento jurı́dico de la materia social
no occidental (poblaciones, territorios o sı́mbolos)’ observable en el proceso colonial
americano (Garavaglia y Schaub 2005, 910). Ya en los 1990, Vı́ctor Tau Anzoátegui
recomendaba estudiar la actitud de los grupos aborı́genes que recurrieron ‘al orden
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jurı́dico español para defender sus intereses comunitarios o también, a veces, para
dirimir en última instancia sus disputas domésticas’ (Tau Anzoátegui 1997, 101).
Los historiadores de la negociación indı́gena consideran, en efecto, que la
explotación de la fuerza de trabajo y la usurpación material sufrida por las
poblaciones autóctonas no impidieron que éstas poseyeran una clara conciencia
polı́tica. Rechazan, por lo tanto, la supuesta marginalidad polı́tica de los indios e
insisten, al contrario, en su capacidad de influir en la conformación de un fluctuante
equilibrio de fuerzas, mediante el uso de las instituciones, las leyes y el discurso
jurı́dico coloniales. Procuran demostrar, asimismo, que la normatividad esgrimida
por los indios en sus escritos no estuvo circunscrita al ámbito judicial, sino que se
extendió a la esfera social, a la producción literaria, e, incluso, a la conciencia
individual (Kellogg 1995; Puente Luna 2008; Charles 2011). Ası́, se puede argüir que
la teorı́a de la negociación indı́gena desarrolla la vertiente del proyecto de Said
relativa a la articulación entre cultura e instituciones, puesto que para él las
producciones discursivas han de ser entendidas en el marco de las configuraciones de
poder. En el prólogo a la nueva edición de Orientalism, el autor reconocı́a que un
trabajo de esta envergadura requerı́a tiempo y que sólo se podrı́a sustentar en las
investigaciones de varias ‘comunidades de interpretación’ (Said 2003, xxix). Se
trataba de un llamamiento al diálogo entre las disciplinas para superar el riesgo de
una excesiva esquematización del conocimiento.
Por otro lado, la corriente de la negociación indı́gena rebasa los postulados de la
historia de ‘los de abajo,’ según los cuales el protagonismo polı́tico de los campesinos
raramente transcendı́a la esfera local, si no fuera por mediación de agentes exteriores,
dado que las clases subalternas estuvieron poco interesadas en ‘cambiar las
estructuras del Estado y la ley.’ Según Scott, la resistencia campesina se caracteriza,
en efecto, por requerir ‘poca o ninguna coordinación,’ valerse de ‘interpretaciones
implı́citas y de redes informales,’ representar a menudo ‘una forma de auto-ayuda
individual’ y evitar ‘la confrontación directa y simbólica con la autoridad’ (Scott
1985, xvi).5 Es significativo observar que este autor retoma algunas ideas que, en el
discurso colonial, estaban asociadas con el mundo indı́gena, ya que asume, por
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ejemplo, que los rebeldes contaban entre sus armas ‘la holgazanerı́a, la disimilación,
la deserción, la falsa docilidad, el hurto, la fingida ignorancia, la difamación,
los incendios, el sabotaje, etc.’ (Scott 1985, xv).6 En realidad, la teorı́a de la
negociación indı́gena se inscribe más bien en la perspectiva de Guha, para quien los
conceptos de incapacidad polı́tica, desorganización, y agentes exteriores expresan en
el lenguaje académico una visión colonial de la resistencia campesina, destinada a
minimizar y marginalizar la actividad y conciencia polı́ticas de los actores históricos
(Guha 1999, 1).
En definitiva, los postulados de la historia de la negociación indı́gena podrı́an
formularse de este modo: por motivos que cabe esclarecer, la Corona española otorgó
a los indios cierto margen de actividad polı́tica; los propios indı́genas trabajaron para
que el rey les permitiera existir polı́ticamente, ya que estaban interesados en
‘modificar las estructuras del Estado [o más bien del ‘‘gobierno’’ en el contexto de la
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Monarquı́a hispana] y la ley’*aunque no por ello se niega la existencia de otras


formas de resistencia indı́gena; la acción polı́tica de la población autóctona se
organizó en el seno de sus propias comunidades y entre ellas, sin necesariamente
recurrir a agentes exteriores; sin embargo, destacaron algunos representantes de los
intereses indı́genas cuya identidad, formación, estatus socioeconómico, y posición
ideológica conviene, asimismo, examinar. Veamos qué repuestas aportan las
investigaciones recientes acerca de estas interrogantes y, sobre todo, cómo éstas se
pueden articular entre sı́ para situar la negociación indı́gena en el contexto más
amplio del funcionamiento del Imperio ibérico.

Reflexiones en torno a las implicaciones del concepto


Empecemos por la cuestión más polémica, ¿por qué la Monarquı́a española hubiera
permitido que sus vasallos indı́genas, los vencidos al fin y al cabo, negociaran con sus
representantes locales y hasta con el Consejo de Indias y el mismo rey, cuando las
quejas y peticiones de los indios llegaban, en grado de apelación, ante este último
escalón del poder? Más allá de una visión apologética, hace falta tomar en cuenta los
intereses socioeconómicos, pero también polı́ticos y, globalmente, la cultura jurı́dica
en la que se inserta la negociación indı́gena. Los nuevos enfoques brindados por la
historia del derecho contribuyen a esclarecer la relación que la Corona española
pretendió entablar con las poblaciones autóctonas. Varios estudios han mostrado, en
efecto, que la negociación entre el rey y los distintos cuerpos que componı́an la
sociedad de Antiguo Régimen, lejos de representar un fenómeno periférico, formaba
parte del ejercicio de la soberanı́a y constituı́a un elemento de primera orden para
comprender el funcionamiento polı́tico de la Monarquı́a española y, por extensión,
del Imperio ibérico (Dios 1993; Castellano Castellano 2000; Daniels y Kennedy 2002;
Yun Casalilla 2009). François-Xavier Guerra subrayó la incoherencia que consistı́a en
analizar dichas sociedades con conceptos caracterı́sticos de la modernidad, dado que
el periodo revolucionario operó profundas modificaciones en la naturaleza misma del
poder y de la autoridad. Las nociones que aparecieron en aquel entonces (la idea de
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Nación, la Constitución, o la representación) no permiten, por tanto, comprender ‘el


funcionamiento y el imaginario polı́ticos del Antiguo Régimen,’ articulados alrededor
de las ideas de cuerpo y de jurisdicción cuyas raı́ces se han de buscar en la Edad
Media (Guerra y Lempérière 1998).7
En el Antiguo Régimen, la multiplicidad de corporaciones (universidades,
hospitales, cofradı́as, cabildos, etc.) y la superposición de las jurisdicciones hacı́an
que el arbitraje del monarca fuera necesario para mantener la unidad del cuerpo
social y evitar los conflictos. En consecuencia, la administración de la justicia
constituı́a la principal función del rey y era a través de ella que se articulaba el
gobierno, lo que explica que instituciones como las Audiencias fueran tan
fundamentales en América (Garriga 2004; Martiré 2005). No obstante, la jurısdıccıón
real no era en esencia diferente a las demás, como lo indica la metáfora del cuerpo y
de la cabeza, utilizada con frecuencia en aquella época para evocar el poder del
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monarca (Lempérière 2004). En este contexto, no sorprende que la negociación


indı́gena representara un importante reto polı́tico para la Corona de Castilla: por un
lado, el acceso de los indios a la justicia real legitimarı́a la presencia española en
América; por otro, favorecerı́a la actualización del vı́nculo entre los nuevos vasallos
y el rey; finalmente, constituirı́a uno de los mecanismos de control no sólo de las
poblaciones autóctonas, sino del conjunto de los habitantes del Nuevo Mundo. Ası́,
pues, definir el estatuto jurı́dico de los indı́genas pronto se convirtió en un asunto
capital para la Monarquı́a y provocó numerosas polémicas. En efecto, la pertenencia a
un estamento y a una corporación, al señalar los privilegios de cada sujeto y al fijar el
marco legal en el que éste recibirı́a justicia, condicionaba los términos y los lı́mites de
la negociación con las autoridades reales.
Al proclamar a los indios vasallos libres del rey de España, éstos debı́an beneficiarse
de la justicia real, aspecto en el que insistı́an varias cédulas de inicios del periodo
colonial (Garcı́a Gallo 1987). Pero, en la primera mitad del siglo XVI, el alejamiento
de la metrópoli y la ausencia de instituciones formalizadas hicieron que la
jurisdicción del rey fuera más una declaración de principios que una realidad. El
desconocimiento, por parte de los indı́genas, del castellano, de la escritura alfabética,
y de la cultura jurı́dica hispana acentuó el problema. De este modo, aunque poseer
una encomienda no otorgara ningún derecho sobre los tributarios que la integraban,
los encomenderos se comportaron a menudo como auténticos señores de ‘sus’
indios.8 Por otro lado, la rápida implantación de las Órdenes mendicantes explica el
peso decisivo que tuvo la jurisdicción eclesiástica sobre los indios a principios del
periodo colonial, con el beneplácito del rey que buscaba por esta vı́a contrarrestar el
poder de los colonos. Finalmente, los jefes indı́genas tradicionales gozaron durante
varios años de cierto margen de autonomı́a y ejercieron la justicia a nivel local según
sus usos y costumbres. La voluntad de la Corona de acrecentar el margen de
negociación indı́gena debe situarse, por lo tanto, en aquel contexto de rivalidades por
el control efectivo del Nuevo Mundo.
En efecto, conforme a la lógica de la época, la Corona optó por consolidar algunas
jurisdicciones en detrimento de otras con el fin de imponerse como el árbitro de
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todos los conflictos. Es sabido que las Leyes Nuevas de 1542 pretendı́an reducir la
autoridad de los encomenderos y consolidar la jurisdicción real. Asimismo, varias
cédulas de los años 1550 mermaron el poder del clero regular sobre las poblaciones
aborı́genes y reforzaron el del clero secular (Ruiz Medrano 2002). Finalmente, los
caciques indı́genas también provocaron el creciente recelo de las autoridades reales.9
Pero, lo más interesante para nuestro propósito es que, en aquellos años, la Corona
escogió una tercera vı́a para consolidar su hegemonı́a en el Nuevo Mundo: desarrollar
su aparato judicial y administrativo y, sobre todo, adaptarlo a las necesidades
indı́genas, puesto que un acceso más abierto de los indios a los tribunales reales debı́a
contribuir a romper los monopolios de poder.10 Al otorgar a los indios del común
una mejor representación legal, la Monarquı́a buscaba menguar la autoridad de las
Órdenes mendicantes, de los caciques, y de los colonos y reforzar la del rey no sólo
entre los indı́genas, sino también entre los demás sectores de la sociedad colonial.
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No es extraño, por consiguiente, que en la década de los 1550 la cuestión


jurisdiccional estuviera al centro de los debates acerca de la condición miserable del
indio. Inspirándose en una tradición medieval que hacı́a de los obispos los
protectores de los pobres, fray Bartolomé de Las Casas parece haber sido el primero
en proponer que se asignara a los indı́genas el estatuto jurı́dico de las personas
miserables. Con ello el dominico pretendı́a que los indios dependieran exclusiva-
mente de la jurisdicción eclesiástica. Pero la teorı́a pronto fue recuperada por la
Monarquı́a que la utilizó para crear un vı́nculo privilegiado con los indı́genas, dado
que el monarca se convertı́a ası́ en el principal garante de la protección de los vasallos
más indefensos del Imperio (Castañeda Delgado 1971; Assadourian 1990; Dı́az
Couselo 2001; Duve 2004; Cunill 2011). En el mismo momento, se generalizó el uso
de los mandamientos de amparo, que permitı́an una intervención directa del virrey
en los asuntos indı́genas para que las leyes que favorecı́an a los indios fueran
respetadas (Lira 1972; Cunill y Lacueva 2009). Asimismo, varias cédulas reales
reiteraron la orden de aplicar la cognitio summaria en los pleitos que involucraban a
indı́genas y el Consejo de Indias empezó a interrogarse sobre la conveniencia de que
los indios no pagaran derechos a los procuradores que los representaban o, al menos,
que los aranceles fueran reducidos (Borah 1983, 4669). Finalmente, oficios de
intermediarios especializados en el terreno judicial, como el de defensor de indios,
vieron la luz en aquellos años (Cunill, en prensa). En 1591 este conjunto de medidas y
experimentaciones desembocarı́a en la creación del Juzgado General de Indios,
institución genuina que se implantó en todo el territorio americano (Borah 1983).11
Es interesante observar que una estrategia similar de especialización de la justicia
en los asuntos indı́genas también fue adoptada en la esfera eclesiástica para crear
un contrapeso al poder de las Órdenes mendicantes. Según Jorge Traslosheros, se
encuentran menciones explı́citas relativas a un cargo de ‘provisor de indios’ en una
cédula de 1561 y en una carta del arzobispo Montúfar de 1567. El autor añade que,
en dos pleitos por amancebamiento entre una india y un español de 1559 y 1565
respectivamente, el bachiller Marañón ostentaba este oficio. Poco después, un
tribunal eclesiástico reservado a los indios, también conocido bajo el nombre de
400 C. Cunill

Provisorato de Indios, se institucionalizó en México (Traslosheros 2002). Además del


control de las costumbres indı́genas, del que el clero regular se vio excluido por las
cédulas de 1552, 1562, y 1563, este tribunal juzgaba los delitos contra la fe, ya que
desde 1571 los indios ya no dependı́an del fuero de la Inquisición (Traslosheros
2010). John Chuchiak demostró que esta especialización también se dio en la
provincia de Yucatán, lo que sugiere que se trataba probablemente de una polı́tica
común para todo el continente (Chuchiak 2000). En realidad, como apunta
Traslosheros, esta nueva configuración jurisdiccional consolidaba el poder del
monarca que controlaba los tribunales eclesiásticos ‘a través del Patronato Real de
Indias que le permitı́a casi decidir el nombramiento del personal eclesiástico’ y ‘por
ser la Corona la instancia ante la cual todo foro de justicia [. . .] debı́a negociar las
condiciones de su existencia y de su autonomı́a, la Iglesia incluida por supuesto’
(Traslosheros 2010, 51).
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Ası́, pues, en la segunda mitad del siglo XVI se realizó un auténtico esfuerzo por
organizar las instancias judiciales, tanto civiles como eclesiásticas, y por adaptarlas a
la población autóctona con el fin de hacer efectivo el ejercicio de la jurisdicción real
sobre los indı́genas. Por otro lado, aunque este aspecto sigue siendo poco conocido,
varias medidas tenı́an como objetivo difundir las leyes entre los indios, de manera
que se ordenó la traducción de varias compilaciones legales en distintas lenguas
indı́genas (Kellogg y Sell 1997). Al desarrollar entre los indios cierta ‘conciencia
jurı́dica,’ la Monarquı́a española pretendı́a asegurarse de que éstos participarı́an en el
mantenimiento del orden establecido.12 En efecto, ¿quién mejor que los interesados
lucharı́a por hacer respetar la legalidad tal como la propia Corona la habı́a
concebido? No obstante, cabe interrogarse acerca del grado de eficacia que tuvieron
las medidas adoptadas por la Corona para facilitar el acceso indı́gena al sistema de
justicia colonial. En otras palabras, se plantea la cuestión de la recepción del derecho
y del conocimiento de las instituciones coloniales por parte de los indios y del uso
que éstos hicieron de ambos para defender sus intereses.
Varias investigaciones recientes han esclarecido el papel decisivo desempeñado por
los aliados indı́genas en la conquista de América (Matthew y Oudijk 2007). Es lı́cito
considerar que esta intervención pudo constituir un factor determinante en el
desarrollo de la negociación indı́gena con las autoridades coloniales. En efecto, los
indios pronto aprendieron a usar este argumento para que la Corona les otorgara
privilegios. Resulta significativo observar, por ejemplo, cómo los habitantes de
Tlaxcala justificaron la mayorı́a de sus pretensiones esgrimiendo el apoyo que
brindaron a los españoles durante la toma de Tenochtitlan. Según Jovita Baber, las
gestiones de los tlaxcaltecas muestran que ‘los indı́genas negociaron sus intereses
dentro del Imperio de forma consciente y estratégica y, al hacerlo, tomaron parte a la
conformación de un sistema imperial que emergió como una fluida convergencia de
intereses negociados’ (Baber 2010, 20). La autora considera que el hábil uso de la
retórica hispana por parte de los indios, ası́ como su conocimiento del sistema de
justicia colonial les permitieron conseguir privilegios. Ası́, Tlaxcala se convirtió ‘en un
modelo de ciudad indı́gena auto-gobernada*tanto para la Corona, como para otras
Colonial Latin American Review 401

comunidades indı́genas*e influyó en el desarrollo del sistema imperial.’ Queda cada


vez más claro, por lo tanto, que no se trató de una mera asimilación de la cultura
jurı́dica hispana por parte de los indios, sino de una activa participación de los
mismos en la creación dialógica de un discurso y un orden coloniales hı́bridos.
En efecto, si bien los indios retomaban en sus producciones discursivas las
principales pautas y convenciones hispanas, las combinaban con elementos sacados
de su propia historia para presentar reivindicaciones especı́ficas. El uso de estas
estrategias discursivas se puede observar en las probanzas de méritos y servicios que
algunos indı́genas enviaron al Consejo de Indias, de forma individual o colectiva. Los
‘indios mexicanos’ de los barrios de San Cristóbal y Santiago extramuros de la ciudad
de Mérida, por ejemplo, insistieron en su participación en la conquista de Yucatán
para ser exentos de pagar tributos. Añadı́an que ‘siempre continuaron el servir a
Vuestra Alteza en todo lo que les ha sido mandado por Vuestros gobernadores y
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justicias, saliendo a rebatos de franceses y otros corsarios que a la dicha provincia han
acudido.’13 En vı́speras de la Independencia de América, los indios seguı́an
presentándose como fieles vasallos del monarca español, distinguiéndose ası́ de los
criollos insurrectos, para negociar el lugar que ocupaban en el seno de un
tambaleante Imperio (Glave 2008b; Echeverri 2011). El argumento militar también
se encuentra en las peticiones presentadas por los caciques indı́genas que participaron
en la reducción de las ‘naciones’ indias asentadas fuera del control hispano. Estos
personajes recurrieron, además, a la dicotomı́a, particularmente eficaz en un contexto
de frontera, entre indios rebeldes, bárbaros e idólatras e indios domésticos, civilizados
y cristianos. De este modo, ‘el discurso sobre la pacificación de indios ‘‘salvajes’’ se
convirtió en una forma de conseguir [. . .] tı́tulos, prestigio y potenciales ayudas de
costa tanto para los indı́genas, como para los españoles’ (Cunill 2010).
En otras ocasiones, los indios utilizaron el argumento de la costumbre como arma
en sus negociaciones con la Corona. Según Yanna Yannakakis, ‘al reivindicar la
validez de la costumbre, los indı́genas no sólo estaban resistiendo, sino que influı́an
en la conformación de una legalidad colonial.’ Gracias a esta estrategia retórica, ‘se
insertaron [. . .] en el debate dieciochesco acerca de la validez de la costumbre frente a
un concepto cada vez más racionalista y centralista de la ley del Estado’ (Yannakakis
2010, 139).14 A ello se sumó un uso hábil de los términos del contrato que vinculaba
a los indios con el monarca, especialmente de su estatuto jurı́dico de personas
miserables. Luise Enkerlin y Miguel Ángel Ruz Barrio han puesto de manifiesto el
empleo de este argumento en varios pleitos civiles (Enkerlin 1993; Ruz Barrio 2009).
La nobleza indı́gena, por su parte, se centró en enaltecer el linaje y el pasado
prehispánicos, factores de legitimidad reconocidos por la Monarquı́a (Lesbre 2001;
Béligand 2007; Castañeda de la Paz 2008). Queda patente, por consiguiente, que los
indios hicieron un uso pertinente y razonado de distintas facetas del discurso oficial
vigente en la Colonia y que supieron asociarlas de manera creativa, en función de su
estatuto y de los objetivos perseguidos. Como lo ha demostrado Owensby, aunque
por lo general los indı́genas se apoyaron en los dos pilares principales de la
Monarquı́a*la propagación de la religión católica y el acceso de los vasallos a la
402 C. Cunill

justicia real*, sus discursos nunca fueron estáticos: evolucionaron para adaptarse al
contexto polı́tico, social y cultural de la época en que estaban producidos (Owensby
2008). El concepto de pragmatismo indı́gena permite definir esta capacidad de los
pueblos autóctonos para construir sus discursos y su identidad gracias al uso selectivo
del pasado y en función de las necesidades del presente y de las perspectivas del
futuro, prueba de su conciencia polı́tica (Ruiz Medrano Mexico’s indigenous
communities 2010).
Los indios poseı́an, además, un cabal conocimiento de las instituciones coloniales y
de su funcionamiento. Si bien este aspecto sigue siendo poco estudiado, es probable
que la experiencia prehispánica desempañara un papel determinante en la adaptación
indı́gena al sistema de justicia colonial. Baber insiste, por ejemplo, en el hecho de que
los tlaxcaltecas, dada la alianza que les habı́a unido a Tenochtitlan y Texcoco, tenı́an
una larga tradición de negociación antes de la llegada de los españoles (Baber 2010,
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22). Ası́, pues, los indı́genas aprendieron rápidamente a qué oficiales dirigirse para
presentar sus quejas y peticiones. A finales del siglo XVI, un grupo de indios de
Tabasco pidió a su defensor que siguiera representándolos en la Real Audiencia de
México; en efecto, este oficial habı́a sido suspendido de su cargo, de modo que los
indios le propusieron redactar un contrato donde se comprometı́an en remunerarlo
por sus servicios de procurador (Cunill 2012). Los indı́genas conocı́an, asimismo, las
competencias respectivas de los distintos tribunales coloniales y supieron valerse de
los conflictos jurisdiccionales para defender sus intereses. John Charles insistió en el
profundo conocimiento del derecho canónico del que hizo gala Felipe Guaman Poma
en sus escritos (Charles 2011). De este modo, algunos indios se quejaron de sus
párrocos ante las autoridades civiles y, en ocasiones, utilizaron el recurso de fuerza
para que un tribunal civil conociera un pleito eclesiástico (Zaballa Beascoechea 2011;
Lundberg 2011). Los indı́genas también eran conscientes del valor de algunos
sı́mbolos, como el sello real o la imagen del monarca, ası́ como de la importancia de
los testimonios escritos en los pleitos (Rappaport y Cummins 1998; Rı́podas Ardanaz
1983; Ruiz Medrano Mexico’s indigenous communities 2010).
Yanna Yannakakis (2008) ha recientemente insisto en el papel que desempañaron
los intermediarios en esta creciente generalización del acceso indı́gena a la justicia
colonial. Del mismo modo, Ruiz Medrano (Mexico’s indigenous communities 2010)
considera que, en muchas ocasiones, los gobernadores y los oficiales de las repúblicas
de indios se convirtieron en los principales representantes de los intereses indı́genas
ante las autoridades coloniales. Según Norma Angélica Castillo Palma y Francisco
González-Hermosillo Adams (2004), el cabildo de Cholula estuvo muy activo en los
mecanismos de negociación con la Corona española a lo largo del siglo XVI. Arturo
Güémez Pineda (2004) estudió, asimismo, el trabajo de mediación realizado, a finales
del periodo colonial, por los gobernadores mayas ante el Juzgado General de Indios
de Yucatán para proteger la propiedad indı́gena. En algunas ocasiones, los
representantes indı́genas llegaron, incluso, hasta la Corte española para presentar
sus peticiones ante el monarca y su Consejo directamente (Puente Luna 2006; Glave
2008a). Cabe subrayar que, con el paso del tiempo, se ensanchó el perfil social de los
Colonial Latin American Review 403

litigantes, al incluir, además de los oficiales de república, a cada vez más indios del
común, tanto hombres como mujeres. Resulta significativo que los indı́genas
empezaran a utilizar los instrumentos que la Monarquı́a ponı́a a su disposición no
sólo para luchar contra los delitos de españoles, sino también para zanjar sus
conflictos internos*querellas por deslindes de tierras entre pueblos, cuestionamien-
tos de la autoridad de una cabecera sobre sus sujetos o denuncias contra
gobernadores por parte de los vecinos (Lavallé 1990, 2025; Bonnett Vélez 1992,
10020; Cunill, en prensa, 30816). Ası́, pues, parece que el monarca acabó por
imponerse como el árbitro de algunas de las luchas entre las facciones que dividı́an a
los pueblos de indios. Finalmente, conviene recordar que la negociación indı́gena no
siempre transitaba por vı́as institucionales, sino que podı́a realizarse mediante
acciones simbólicas. Según Thomas Calvo, la presencia de caciques en las juras reales
del siglo XVIII constituyó una manera de posicionarse en el tablero polı́tico colonial.
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El autor considera, en efecto, que la jura ‘permitı́a que se revitalizaran la memoria, las
alianzas, y los privilegios [. . .] de algunos linajes indı́genas’ (Calvo 2011, 83).
Nos situamos, por consiguiente, en las antı́podas de la imagen, vehiculada por
cierta historiografı́a, de indios agotándose en interminables y vanas luchas legales en
las que eran manipulados por actores hispanos más potentes y preparados que ellos.
El estereotipo opuesto, el de indı́genas ‘ignorantes de lo que les conviene y del
derecho que les compete, tı́midos y temerosos de pedir justicia y parecer ante ella a
pedir sus agravios,’ también se encuentra revisado.15 Y es que se reprodujeron con
frecuencia argumentos contenidos en los escritos coloniales, sin percatarse de que los
juicios de valor acerca de los indios formaban parte de discursos en los que se
perseguı́an objetivos polı́ticos especı́ficos. En realidad, queda claro que los indı́genas
asimilaron la cultura jurı́dica hispana y que la instrumentalizaron para defender
sus intereses, influyendo ası́ en la conformación de un orden colonial hı́brido. Como
apunta Yannakakis, ‘el poder colonial y las instituciones no existieron como
monolitos estáticos, sino que emergieron en la dialéctica con la litigación indı́gena
y la cultura polı́tico-legal’ (Yannakakis 2010, 138). En el prólogo a la nueva edición de
Elementary Aspects of Peasant Insurgency de Guha, Scott considera, asimismo, que ‘la
insurgencia campesina es una relación dialéctica, en el sentido literal de la palabra,
con las formas de dominación’ (prólogo a Guha 1999, xi).16 Pero, con ello la teorı́a de
la negociación indı́gena no pretende negar las desigualdades que caracterizaron a la
sociedad colonial americana y, de hecho, quedarı́a por preguntarse hasta qué punto
las actividades legales de los indı́genas contribuyeron a mitigar la coerción ejercida
sobre los indios.

Consideraciones finales
En las sociedades de Antiguo Régimen la negociación formaba parte de la cultura
polı́tica: no sorprende que, a raı́z de la conquista de América, aquellos mecanismos
se trasladaran al Nuevo Mundo y que constituyeran una de las principales
caracterı́sticas del funcionamiento del Imperio ibérico. Además, brindar a los
404 C. Cunill

indı́genas cierto margen de negociación presentaba un doble interés para la Corona


española: consolidar el vı́nculo entre un monarca lejano y sus nuevos vasallos y
crear un auténtico contrapeso al poder de sectores sociales que amenazaban la
autoridad real en sus posesiones de Ultramar. En este sentido, la adaptación del
aparato judicial y administrativo de la Monarquı́a a las necesidades de las
poblaciones aborı́genes, llevado a cabo de forma particularmente intensa durante
la segunda mitad del siglo XVI, permitió ensanchar el acceso de los indios a la
justicia civil y eclesiástica, de manera que el rey se convirtiera en el árbitro de la
mayorı́a de los conflictos surgidos en el Nuevo Mundo. Ası́, la justicia constituyó un
vector de la hegemonı́a de la metrópoli tanto sobre los indios, como sobre los
demás habitantes de la colonia. Las contestaciones, por muy subversivas que fueran,
se efectuaban por lo general dentro del marco legal y a partir del discurso jurı́dico
establecido (Cutter 1995).
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No obstante, la negociación también implicaba que los vasallos del rey gozaran
de cierto margen de autonomı́a. Conscientes de esta oportunidad, los indios
emplearon todos los medios de que disponı́an para defender sus intereses. Este
margen de maniobra dio lugar a la elaboración de estrategias múltiples, ya que éstas
dependı́an de la condición social y del estatuto de los actores en juego, pero
también de los objetivos perseguidos. Ası́, pues, la negociación indı́gena nunca fue
ni estática ni unilateral, sino movediza y polivalente. Por otro lado, pese a sus
especificidades, la negociación indı́gena compartı́a con los demás tipos de
negociación principios y mecanismos similares. Pensamos, por ejemplo, en el papel
de los intermediarios, en el empleo retórico de distintos aspectos del discurso
jurı́dico hispano y en la utilización estratégica de los conflictos jurisdiccionales. La
teorı́a de la negociación indı́gena aporta, por lo tanto, elementos nuevos acerca de
los mecanismos de poder en juego en el Imperio ibérico. De este modo, serı́a
legı́timo integrar estos estudios dentro de las corrientes historiográficas que colocan
las ideas de justicia, hegemonı́a y negociación en el centro de sus reflexiones, esto
es, ‘conectar historias’ para que el fenómeno de la negociación indı́gena encontrara
un lugar propio en los análisis de los ‘imperios negociados’ y de ‘las monarquı́as
compuestas.’17

Agradecimientos
Parte del presente trabajo ha sido presentado en el seminario ‘Autorité, pouvoir
et négociation dans les Mondes coloniaux’ organizado por Pierre Ragon en la
Universidad de Paris XNanterre en octubre del 2011. Agradezco al Dr. Pierre Ragon
y a los lectores de CLAR por sus valiosas sugerencias.

Notas
1
En un artı́culo del año siguiente, Ruiz Medrano ofreció una lista de casos concretos, como el de
las pinturas presentadas entre 1554 y 1556 por los indios de Tlatelolco, Tacuba, Tlalmanalco y
Colonial Latin American Review 405

Chalco ante el oidor de la Audiencia de México, Diego López de Montealegre, para denunciar los
abusos de Lorenzo de Tejada, su predecesor en el cargo (Ruiz Medrano 1999).
2
Se pueden considerar los estudios de Eugene Genovese (1976, 1979) como pioneros en el campo.
3
Agradezco a Christophe Giudicelli por llamar mi atención sobre esta corriente historiográfica.
Sobre este tema véanse también Boccara 2005 y Gutiérrez Ardila 2011.
4
Una reflexión sobre el alcance de los estudios subalternos en Sivaramakrishnan 1990 y 2005.
5
‘These [. . .] forms of class struggle [. . .] require little or no coordination or planning; they make
use of implicit understandings and informal networks; they often represent a form of individual
self-help; they typically avoid any direct, symbolic confrontation with authority.’
6
‘The ordinary weapons of relatively powerless groups: foot dragging, dissimulation, desertion,
false compliance, pilfering, feigned ignorance, slander, arson, sabotage, and so on.’
7
No cabe duda de que los análisis de autores como Richard Kagan (1981), Paolo Grossi (1996),
Paolo Prodi (2000), Jesús Vallejo (1992) y Carlos Garriga (1994), sobre las prácticas jurı́dicas y a
las instituciones medievales, contribuyeron plenamente a esa renovación historiográfica.
8
Según el oidor Tello de Sandoval, todavı́a en 1545 la autoridad del virrey y de la Audiencia de
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Nueva España se terminaba a veinticinco leguas de la ciudad de México: más allá, los indios no
tenı́an acceso a la justicia real y muchos de ellos consideraban a su encomendero como el
monarca. Carta de Tello de Sandoval al rey, México, 9 de septiembre de 1545 (Martiré 2005, 200).
9
En este contexto, es comprensible que en Nueva España frailes, encomenderos y caciques,
conscientes de los peligros que significaba la ofensiva de la Monarquı́a para sus intereses
respectivos, se aliaran contra el rey alrededor de la figura de Martı́n Cortés (Ruiz Medrano
‘Fighting destiny’ 2010).
10
Un proceso similar de consolidación de la jurisdicción real a través del desarrollo del aparato
administrativo y judicial de la monarquı́a ya se habı́a dado en la penı́nsula algunos años antes
(Kagan 1981).
11
La reciente publicación de varios trabajos dedicados al oficio de protector de naturales revela un
renovado interés por el tema (Lavallé 1990; Bonnett Vélez 1992; Levaggi 2003; Puente Brunke
2005; Baeza Martı́n 2010).
12
Sobre el concepto de ‘conciencia jurı́dica,’ véase Lira González 2006.
13
Probanza y memoria de los indios mexicanos de Yucatán (1576), Archivo General de Indias [en
adelante AGI], Sevilla, Audiencia de México, leg. 100, R. 4. Sobre la participación de aliados
indı́genas en la conquista de Yucatán, véase Chuchiak 2007.
14
‘By claiming the validity of costumbre, indigenous not only resisted but also shaped colonial law.
[. . .] Through their deployment of costumbre as legal rhetorical strategy, Zapotec litigants [. . .]
inserted themselves into an eighteenth-century debate about the validity of costumbre in
relationship to an increasingly rationalist and centralized concept of state law.’
15
Carta el rey de fray Francisco de la Torre, provincial des franciscanos de Yucatán, Mérida, 9 de
marzo de 1569. AGI, Audiencia de México, leg. 367, ff. 11622.
16
‘Peasant insurgency is a dialectical relationship, in the literal sense of the term, with the forms of
domination.’
17
Sobre el concepto de historias conectadas, véase Subrahmanyam 2007.

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