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Este trabajo se inscribe en un proyecto de investigación «Los momentos históricos de la
opinión pública», financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación (HAR2009-08461).
El primer borrador de este texto se presentó en la International Conference on the His-
tory of Concepts (Londres-Oxford, septiembre 2009). Posteriormente recibió sugerentes
comentarios por parte de Kari Palonen y Javier Fernández Sebastián. La redacción final
del artículo se ha visto enriquecida con la discusión sobre los tipos ideales de Weber y los
comentarios de Juan Luis Fernández.
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tende acuñar una categoría analítica, momento, que combina los cam-
bios semánticos dominantes de un concepto con los periodos tempo-
rales que los delimitan y los contextos en que se producen. Es decir,
precisar la relación entre cambio histórico y cambio semántico en cada
concepto concreto.
En el modelo de análisis que aquí se propone, ese momento puntual
coincide con un tiempo de importantes cambios en una determinada co-
yuntura histórica y en un ámbito concreto (político, social, económico,
científico…), cuyo resultado es una mutación de la semántica de un con-
cepto. Ese momento de aceleración temporal genera una polémica en
torno a los significados de un concepto fundamental que se resuelve
con un cambio en su sentido dominante, cuya impronta se prolonga en
el tiempo hasta que un nuevo «momento» altera esa tensión semántica
inherente a los conceptos fundamentales. Es en ese sentido que cada
momento prolonga su duración en el tiempo más allá de su naturaleza
temporalmente fugaz, debido a que el desplazamiento semántico que
origina y que se impone como socialmente dominante perdura durante
un periodo variable de tiempo.
Como resultado de ello, se desprende un marco de compresión de
los conceptos en su evolución histórica, así como una categoría útil para
caracterizar y delimitar las fronteras de los estratos semánticos kose-
lleckianos.
La tarea preliminar, por tanto, se centra en justificar las nociones de
«tipo ideal», «momento» y «concepto», en el marco de una metodología
de historia conceptual que pretende ser clara desde un punto de vista
epistemológico, así como distinta desde la perspectiva lingüística.
La categoría hermenéutica de un «momento conceptual» cualquiera
se ajusta al «tipo ideal» definido ya en 1904 por Max Weber2. De acuerdo
2
Ensayos sobre metodología sociológica, Buenos Aires, Amorrortu, 2006, pp. 39-101. Véase
también Gunther Roth y Wolfgang Schluter, Max Weber’s Vision of History, Berkeley,
University of California Press, 1984, pp. 195 y ss. Y el «estudio preliminar» de Joaquín
Abellán a Max Weber, La «objetividad» del conocimiento en la ciencia social y en la política
social, Madrid, Alianza, 2009.
Los «momentos conceptuales» 197
3
Esta acepción es la que puede percibirse en el uso del término aplicado por Kari Palonen en
su libro The Politics of Limited Times. The
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Rethoric of Temporal Judgment in Parliamen-
tary Democracies, Nomos, Baden-Baden, 2008. En su análisis de «la “temporalización”
de los conceptos y las experiencias y su implicación para la política» de las democra-
cias parlamentarias, Palonen detecta una clara ruptura con el pasado y el surgimiento re-
currente de una experiencia temporal distinta relacionada con «un futuro abierto» que
exige «una visión diferente de los estratos del tiempo» que ofreció Koselleck en su clá-
sico volumen Zeitschichten publicado en el año 2000 y parcialmente traducido al español
como Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia, Barcelona, Paidós, 2001; otros de
los ensayos los tradujo F. Oncina bajo el título Aceleración, prognosis y secularización,
Madrid, Pre-Textos, 2003. Precisamente Palonen propone una tipología de estratos se-
mánticos que pretende huir de las discusiones sobre el tiempo dominantes, que suelen
ser «normativas y ahistóricas». Es dentro de esa tipología de «tiempos políticos» donde
Palonen inserta el término «momento de la democratización» como un periodo-fuerza
donde la construcción de los regímenes democráticos y parlamentarios altera los tiempos
de la política (pp. 13-15). Para Palonen las «políticas parlamentarias democratizadas…
marcan un momento histórico (historical momentum) de politización del tiempo y de
temporalización de la política» (p. 16). Aunque en un sentido diferente, esta recuperación
de la doble impronta física y temporal del término «momentum», y la confluencia entre
Los «momentos conceptuales» 199
los estratos semánticos y los del tiempo, puede ponerse en relación con los «momentos
conceptuales».
4
Ludwig Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, Barcelona, Altaya, 1999. Para una aplica-
ción de la teoría de Wittgenstein en el contexto aquí tratado, puede verse Hanna F. Pitkin
y Ricardo Montoro Romero, Wittgenstein: el lenguaje, la política y la justicia: sobre el
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Así, por un lado, todo cae bajo la metáfora del juego; en compen
sación, ese juego no es puro y libre decisionismo de los agentes, sino
una interacción estructurada donde, por expresarlo con una idea de
Tocqueville, los hombres se empujan unos a otros más allá de sus de-
signios iniciales. Y esa estructura de la interacción entre ellos mismos y
con el entorno requiere comprobación estadística e imputación causal
de alguna manera, como Max Weber quiso, y no sólo una Verstehen de
significados culturales.
Teniendo en cuenta todo lo anteriormente expuesto, podemos efectuar
una síntesis o reconstitución de los argumentos desarrollados. Si quere-
mos recoger de «momento» su doble faz de temporalidad y fuerza, y si
queremos recoger de «concepto» su sentido pragmático en una perspec-
tiva de cultura-sociedad, entonces vemos cómo «momento conceptual»
es una clase de tipos ideales perfectamente explorable como herramien-
ta en investigaciones de Begriffgeschichte. Un «momento conceptual»
cualquiera es un tipo ideal que singulariza un ‘individuo histórico’ con
rasgos seleccionados desde el interés investigador. Ese tipo ideal hace
honor al desplazamiento temporal del significado, pero también a su
fuerza gravitatoria en un momento dado, a su presencia hegemónica en la
zona densa de la «nube de significación» que acompaña al significante a
lo largo de las décadas y los siglos. Esta fuerza gravitatoria no es un mero
desplazamiento ideal –aunque también es esto–, sino el resultado de las
luchas sociales por los sentidos, es decir, las luchas por la autointerpre-
tación de la vida humana en sociedad, y adicionalmente de la evolución,
al hilo de estas dinámicas sociales, de los espacios de comunicación,
cuya importancia mostró de forma pionera Jürgen Habermas en su tesis
doctoral de principios de los años sesenta7.
Entonces, «momento conceptual» es una fase determinada en el despla-
zamiento de las significaciones de un concepto, que muestra la preferencia
de los usuarios por unos sentidos hegemónicos a partir de la dinámica de
7
Vid. Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida
pública, Barcelona, Gustavo Gili, 1982. Traducción de la publicación en alemán de la tesis
de Habermas bajo el título Strukturwandel der Öffentlichkeit en 1962.
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8
Kari Palonen, Das ‘Webersche Moment’. Zur Kontingenz des Politischen, Wiesbaden, West-
deutscher Verlag, 1998. Pierre Rosanvallon, Le moment Guizot, París, Gallimard, 1985; John
Pocock, The Machiavellian Moment: Florentine Political Thought and the Atlantic Republi-
can Tradition, Princeton (NJ), Princeton University Press, 1975. Hay edición en castellano:
El momento maquiavélico. El pensamiento político florentino y la tradición republicana
atlántica, Madrid, Tecnos, 2002. Al respecto puede verse Dominique Poulot, «The Birth
of Heritage: “le moment Guizot”», The Oxford Art Journal, n° 11 (2), (1988), pp. 40-56.
9
Según la explicación del «término moment» que el propio Pocock ofrece en su «Introducción
a la edición española de 2002», p. 75. Sobre este aspecto puede verse Vickie B. Sullivan,
«Machiavelli’s momentary “Machiavellian Moment”», Political Theory, vol. 20, n° 2 (mayo
de 1992), pp. 309-318.
10
Rosanvallon, Le moment Guizot…, op. cit., p. 26.
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11
Para cómo ese momento moral se hace sentir incluso en el proceso de plena politización
del concepto durante la Revolución francesa, vid. Charles Walton, «La opinión pública y
la política patológica de la Revolución francesa», Ayer, 80 (2010), pp. 21-51.
12
Sobre este particular, véase Víctor Sampedro Blanco y Jorge Resina de la Fuente, «Opi-
nión pública y democracia deliberativa en la sociedad red», en Historia, política y opinión
pública…, op. cit., pp. 139-162.
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13
Samuel Johnson, Dictionary of English Language in which the words are deduced from
their originals; and illustrated in their different significations by examples from the best
writers, Londres, Longman, 1818, vol. III.
14
Cf. Brockhaus Real-Encyclopädie (1846) y Adolfe-Benestor Lunel, Dictionnaire universel
des connaissances humaines, París, Magiaty et Cia., 1857-59, vol. III.
15
Hermann Beck, «The Problem: Pauperism and the Social Question in Prussia, 1815-1870»,
en The Origins of Authoritarian Welfare State in Prussia: Conservatives, Bureaucray and
the Social Question, 1815-1870, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 1995.
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16
Incido en las peculiaridades de la recepción de este nuevo concepto en diferentes marcos
nacionales en mi Enciclopedia del pauperismo. Vol. I. Los nombres de la pobreza, Ciudad
Real, Universidad de Castilla-La Mancha/ECH, 2007. La importancia de los procesos de
traducción para llegar a comprender el cambio semántico, así como los procesos de trans-
ferencia e interacción como clave para entender los diferentes significados contemporáneos
de un concepto en distintos contextos históricos al incorporarse a los distintos discursos
nacionales, es analizada con precisión Jörn Leonhard en su capítulo, incluido en este mismo
volumen, sobre «Lenguaje, experiencia y traducción».
17
Esa lucha por connotar el concepto con una determinada semántica se recoge muy bien en
el texto contemporáneo del sociólogo francés Louis Garriguet, Question sociale et écoles
sociales: introduction à l’étude de la sociologie, París, Bloud, 1909, 2 vols.
210
Momento 1930-1940 I y II Guerra Mundial Creación de los medios de comunicación Propaganda, persua-
mediático Lippman / Ber- / propaganda y medios de masas que son un poder fáctico capaz sión, públicos, agenda,
nais de comunicación de de fabricar las agendas de la opinión pú- audiencia, ciberespacio
masas: cine y radio blica y conducirla por la senda que los
diferentes grupos de interés que dominan
los medios quieran marcarle (este poder
está por encima incluso del poder polí-
tico que se ve necesitado de una perma-
nente transacción con los medios)
Los «momentos conceptuales» 211
18
En una perspectiva transnacional, puede verse cómo para el caso chileno la cuestión social se
introdujo en la agenda política en el último cuarto del siglo xix, y la impronta que la Iglesia
quiso dar al concepto en contraposición a las tendencias socialistas y comunistas a las que
se contraponen claramente en el marco del proceso de industrialización y desplazamiento
demográfico del campo a la ciudad. Cf. Ana María Stuven, «El primer “catolicismo social”:
un momento en el proceso de consolidación nacional», Teología y vida, vol. XLIX (2008),
pp. 483-497.
19
Vid. Loïc Blondiaux, La fabrique de l’opinion. Une histoire sociale des sondages, París,
Seuil, 1998 y Giorgio Grossi, La opinión pública: teoría del campo demoscópico, Madrid,
CSIC, 2007 [2004].
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21
Ya puesta de manifiesto con toda claridad hace tiempo, por un autor ajeno a la histo-
ria conceptual, como Vitaliano Rovigiatti, Lecciones sobre la opinión pública, Quito, Cies-
pal, 1981.
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vada, de los individuos a la que otras personas cercanas juzgan (del juicio
de ese inapelable tribunal resulta la «fama pública» de cada individuo en
el seno de la sociedad). Este concepto premoderno de la opinión viene a
expresar casi lo mismo que otros términos como «fama» y tiene que ver
con la reputación o la honestidad de los individuos. El propio Maquia-
velo, al que con tanta frecuencia como imprecisión suele citarse como un
pionero en usar en sentido moderno el concepto opinión pública, emplea
en sus Discorsi indistintamente los términos «fama, o voce u opinione»
referidas a «il popolo» o asociados a una misma realidad, «pubblica voce
e fama»22. Y, en cualquier caso, lo que aparece con toda claridad ya en este
autor es que la idea de lo que él aún llama una «opinione universale», en
ese sentido de tribunal moral por medio del cual la comunidad aprueba
o reprueba la conducta de los individuos, adquiere su fuerza a partir de
la antigua creencia contenida en la expresión vox populi, vox dei (Ma-
quiavelo escribe que «la voce d’un popolo a quella di dio»).
Esa manera premoderna –y prepolítica– de concebir la opinión pú-
blica en un sentido puramente moral está perfectamente definida, según
Bauer, en la obra de Blaise Pascal. Entendiendo que la opinión pública
es enemiga de la razón, le otorga un poder que Bauer describirá casi tres
siglos después de manera preclara: «Ella acumula fama en unos y ver-
güenza en otros». Preguntándose de manera retórica en ese sentido el
autor austriaco, «¿Quién distribuye el buen nombre? ¿Quién confiere
respeto y veneración a las personas?»23.
Y no debe extrañar que en un tiempo en que la organización política
de la sociedad se corresponde con lo que solemos denominar monarquía
absoluta (o Antiguo Régimen, en términos histórico-jurídicos) sea la voz
de Dios la que presta su fuerza y autoridad a la del pueblo. Tampoco
la teoría política antigua encontraba otros elementos legitimadores del
monarca más allá de los derivados de la religión. Por eso resultaba casi
22
Nicolás Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Madrid, Alianza,
1987, cap. 34.
23
Wilhelm Bauer, La opinión pública y sus bases históricas [1914], Santander, Universidad de
Cantabria, 2008, p. 39. Traducción de R. Gabás.
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Charles Walton, Policing Public Opinion in the French Revolution, Oxford, Oxford Uni-
versity Press, 2009, pp. 3-8.
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25
Elías Palti, «Opinión pública/Razón/Voluntad general», en El tiempo de la política, Buenos
Aires, Siglo XXI Editores Argentina, 2007, pp. 161-165.
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no tienen nada que les apoye salvo la opinión». Idea de la que concluye
con su célebre sentencia: «El gobierno se fundamenta únicamente en la
opinión». Pero incluso en esta pionera concepción ya puramente política
del concepto habría que recordar un matiz, y es que Hume dice que esto
sucede tanto en los «gobiernos más despóticos y militares como en los
más libres y populares»26. Este reconocimiento de que la opinión es una
fuerza –que además se contrapone justamente a la violencia– muy útil
en política a «los pocos» que tienen las riendas del gobierno, se asimilará
posteriormente de manera inequívoca a un tipo de gobierno concreto, al
representativo. De forma que en el siglo xix la moderna opinión pública
es la que constituye uno de los elementos definitorios de los gobiernos
representativos, también denominados directamente gobiernos de opi-
nión. Y otro rasgo que va a caracterizar este momento político de la
opinión pública, durante el cual se va modelando el concepto al gusto
del liberalismo imperante, es la definición de un nuevo sujeto.
También en este sentido el cambio sobrevino gradualmente. Lo pri-
mero que hicieron los eruditos sobresalientes en el periodo de las luces
fue despojar a la voz del pueblo de su divinidad. En el caso español el
cambio se percibe nítidamente en la obra de Feijoo. En su Teatro crítico
universal dedicó todo el primer discurso precisamente a dejar claro que el
sujeto de esa vox populi no era el pueblo entendido en sentido moderno,
positivo, sino en otro más bien despectivo que no duda en denominar
como vulgo, y vulgo ignorante. Y ese vulgo, lógicamente, no podía ser
el sujeto de una voz, de una opinión verdadera sino, todo lo contrario,
errónea y poco fiable por tanto27. Así comenzó a minarse por su misma
base, al viejo sujeto de la opinión para sustituirlo con el tiempo por otro
más digno, el público o la nación. De hecho, fue habitual hablar de una
26
David Hume, Essays, Moral and Political, Edimburgo, A. Kincaid, 1741, p. 49. Hay edición
en español: Ensayos morales, políticos y literarios, Madrid, Trotta, 2011 (edición, prólogo y
notas de E. F. Miller; traducción de C. Martín Ramírez).
27
Benito Jerónimo Feijoo, «La voz del pueblo», en Teatro crítico universal, tomo I [1726],
disponible en Los Sueltos de Acopos, 1. Una denostación que se producía sobre la base del
desprecio de los ilustrados hacia un conocimiento imperfecto e inseguro (la opinión se
identificaba con la doxa platónica, frente al conocimiento cierto y racional de la ciencia).
218 Gonzalo Capellán de Miguel
opinión pública que en países como la España del xix suponía no todo
el pueblo, sino una parte de él. Se trataba, pues, de un sujeto consciente-
mente delimitado por esa parte del pueblo que por capacidad, intelectual
o económica, leía los periódicos, escribía, se reunía en cafés y tertulias
y, finalmente, expresaba su opinión política mediante un sufragio, cen-
sitario, reducido a esa pequeña parte de la población, muy pequeña en
términos cuantitativos, por cierto. Y es que, como se encargará de ob-
servar el Conde Roederer en uno de los pioneros textos sobre la «teoría
de la opinión pública» (1797), la cuestión de la opinión pública se reduce
a dos aspectos esenciales: cultura y riqueza de los individuos28.
Otra transformación fundamental, acaecida en el contexto de la Re-
volución francesa y la contestación frente al absolutismo, fue el cambio
desde las opiniones variadas y heterogéneas del público al singular «opi-
nión pública»29. Los ilustrados tuvieron un concepto cuantitativo de la
opinión pública, como si fuera una especie de suma de las opiniones in-
dividuales. Aspecto que quedará superado con la concepción cualitativa
propia del liberalismo que antepone la opinión común, aunque esa tensión
entre opinión individual y voluntad general no va a desaparecer ya nunca.
Además, los ilustrados vincularon de forma determinante la opinión pú-
blica a la imprenta, atribuyéndole una función principalmente instructiva,
ilustrar al pueblo/público. La fuerza emancipadora de la enseñanza se
28
Roederer (Conde Pierre Louis), «De la mayoría nacional, del modo en que se forma y de los
signos por los que se la puede reconocer o Teoría de la opinión pública» [1795]; disponible
en Los Sueltos de Acopos, 3 (traducción de B. Vauthier).
29
Lo señaló ya Keith M. Baker en su artículo «Public opinion», incluido en Mona Ozouf y
François Furet (eds.), The French Revolution and the Creation of Modern Political Culture.
Vol. 1. The Political Culture of the Old Regime, Oxford, Pergamon Press, 1987, pp. 2-4.
A su vez, incidía en el problema intrínseco a este sentido unitario del concepto opinión
pública, que debía construirse sobre «la base de una colección de opiniones individuales».
La tensión entre la idea de consenso que implica este concepto y que se intenta imponer
sobre la realidad de una diversidad étnica, de creencias y culturas, también se puso de
manifiesto en el ámbito iberoamericano durante los procesos de independencia, donde
el discurso homogeneizador de la opinión pública siempre fue muy útil al discurso de la
elite dominante (vid. Noemi Goldman, «Legitimidad y deliberación. El concepto de opi-
nión pública en Iberoamérica, 1750-1850», en J. Fernández Sebastián [dir.], Diccionario
político y social del mundo iberoamericano. La era de las revoluciones, 1750-1850, vol. I,
Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2009, pp. 981-998).
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30
Sostiene esta tesis de forma muy convincente Jon Cowans, To Speak for the People. Public
Opinion and the Problem of Legitimacy in the French Revolution, Nueva York y Londres,
Routledge, 2001, pp. 2-3. El trabajo de Cowans se inserta en la pionera línea de trabajo
iniciada varias décadas antes por Keith M. Baker, quien defiende la tesis –que comparto–
de que el concepto de opinión pública fue una «innovación política» que debemos datar
históricamente en los momentos de la Revolución francesa. De hecho, es el nuevo signifi-
cado que adopta entonces y que permite hablar de un «momento político», lo que permite
diferenciarlo claramente de los usos y la semántica previa asociados a la misma expresión.
Cf. Inventing the French Revolution [1990], Cambridge, Cambridge University Press,
1994, pp. 167-199. Para ese periodo es fundamental también Javier Fernández Sebastián y
Joëlle Chassin (coords.), L’avènement de l’opinion publique. Europe et Amérique xviii-xixè
siècles, París, L’Harmattan, 2004.
220 Gonzalo Capellán de Miguel
metáfora «reina del mundo». Sobre su origen véase John A. W. Gunn, Queen of the World:
Opinion in the Public Life of France from the Renaissance to the Revolution, Oxford, The
Voltaire Foundation, 1995. Para la importancia de las metáforas en el lenguaje filosófico,
véase Hans Blumemberg, Paradigmas para una metaforología, Madrid, Trotta, 2003 (es-
pecialmente pp. 41 y ss. «La metafórica de la “poderosa” verdad»).
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32
Encyclopaedia of the Social Sciences (E. R. A. Seligman y A. S. Johnson [eds.]), Nueva York,
Macmillan, 1930-1967, tomo I, p. 669.
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33
Autor de un pionero e influyente «Ensayo sobre la opinión pública» publicado en Sevilla en
El Espectador Sevillano en 1809. Para su difusión por Iberoamérica, vid. Noemí Goldman,
«Opinión pública», en Javier Fernández Sebastián (dir.), Diccionario político y social del
mundo iberoamericano, Madrid, Fundación Carolina, SECC, CEPC, 2009, pp. 985 y ss.
34
John Stuart Mill, Sobre la libertad, Madrid, Alianza, 1988, p. 14.
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35
Vid. Gonzalo Capellán y Mª Victoria Campos, «Opinión pública», en Enciclopedia de la
Comunicación, Madrid, CEU, 2011, pp. 561-585.
36
España (24-II-1916), p. 57.
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37
De Walter Lippman, véanse sus dos textos clásicos, La opinión pública [1922], Madrid,
Cuadernos de Langre, 2003 y El público fantasma [1925], Santander, Ediciones de la
Universidad de Cantabria, 2011. Y de Edward Bernays, Propaganda [1930], Madrid, Me-
lusina, 2008.
38
En ese sentido sigue siendo una lectura muy recomendable el clásico de Elias Canetti, Masa
y poder. Vol. 1 de su Obra Completa, Barcelona, Debolsillo, 2009 (traducción y edición de
J. J. del Solar).
226 Gonzalo Capellán de Miguel
39
Nº 1 (enero de 1937), pp. 7-23. La revista se publicaba al amparo de la American
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Associa-
tion of Public Opinion Research (AAPOR), hoy transformada en asociación de dimensión
mundial, como World Association of Public Opinion Research (WAPOR).
40
Juan Ignacio Rospir ha estudiado con gran detalle el origen y evolución de este marco en
Opinión pública. La tradición americana, 1908-1965, Madrid, Biblioteca Nueva, 2010.
228 Gonzalo Capellán de Miguel
41
Pierre Bourdieu [1972], «La opinión pública no existe», en Cuestiones de sociología, Istmo,
2000.
42
Cf. Homo videns. La sociedad teledirigida, Madrid, Taurus, 1998.
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43
Grossi, La opinión pública…, op. cit.
44
Vid. Javier del Rey Morato, Comunicación política, internet y campañas electorales. De la
teledemocracia a la ciberdemocracia, Madrid, Tecnos, 2007.
45
Adelantó su influyente tesis, junto a Donald L. Shaw en Public Opinion Quarterly en
1972 (vol. 36, pp. 176-187). Sobre este punto véase Maxwell MacCombs, Estableciendo la
agenda: el impacto de los medios en la opinión pública y en el conocimiento, Barcelona,
Paidós, 2006.
230 Gonzalo Capellán de Miguel
46
Elizabeth Noelle-Neuman, La espiral del silencio: opinión pública, nuestra piel social [1984],
Barcelona, Paidós, 1995.
232 Gonzalo Capellán de Miguel
47
Mark Buchanan, The Social Atom, Nueva York, Bloomsbury, 2007.
48
Peter Klimek, Renaud Lambiotte y Stefan Thurner, «Opinion formation in laggard societies»,
EPLA A Letters Journal Exploring the Frontiers of Physics, nº 82, 2008 (www.epljourna.org).
49
Massimo Chiais, Menzogna e propaganda. Armi di disinformazione do massa, Milán, Editori
di Comunicazione, 2008.
50
Jacques Julliard, La Reine du monde. Essai sur la démocratie d’opinion, París, Flammarion,
2008.
Los «momentos conceptuales» 233