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Verónica Bujeiro
individuo del temor y la angustia que el aislamiento provoca. Si el individuo decide no ser
puede encontrar más solitaria que aquella del que hace reír, si el sujeto no sólo rehúye al
acomodo del rebaño, sino que además denuncia los defectos, las incapacidades, los fracasos
y las nulas virtudes de una sociedad anestesiada por su necesidad de pertenencia, a cambio
apuntaba como condición necesaria la insociabilidad del personaje humorístico, ya que “el
que se para en una tarima (o cadalso) para hacer su rutina de denostación pública y privada,
consideramos que uno de los mayores propósitos del humor es la trasgresión a la regla o el
tabú de una sociedad. Quien encarne semejante papel tendrá no sólo que estar fuera de lo
que critica, sino también en una especie de falsa superioridad en cuanto al resto, como
Bergson lo indica: “El humorista es un moralista que se encubre bajo el disfraz del sabio,
algo así como un anatomista que sólo hiciera disecciones para despertar nuestra
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repugnancia”. En este punto es interesante resaltar que en las esquinas a donde van a parar
como el moralista, tiene el oficio de denunciar los vicios de los hombres, reportar toda
directos de la inteligencia, pero como hermanos a los que sólo los une la arbitrariedad de lo
El moralista, como el profeta, es siempre, en mayor o menor grado, la voz del que clama en el
desierto. Justamente por ese extraño modo de ser solidariamente solitario o solitariamente
solidario. Los otros inconformistas son puramente solitarios, denuncian los pecados de una
sociedad con cuya suerte no se solidarizan, de cuya suerte se desentienden. Es la suya una
actitud en definitiva excéntrica. Por el contrario, el moralista denuncia una sociedad de la que
se sabe y siente solidariamente responsable.1
Es en esa solidaridad solitaria donde estriba su mayor diferencia. El moralista aún busca
sociedad. El humorista se presenta muy frecuentemente ante sus oyentes como resentido y
humillado, como un paria que no tiene la menor intención de regresar al territorio del cual
condiciones sine qua non para quien lo ejerza. Si no, ¿cómo conseguir la bergsoniana
anestesia del corazón si aún se tiene un vínculo sentimental con aquello que se infama?
1José Luis Aranguren López, “El oficio del moralista en la sociedad actual”, Papeles de Son Armadans,
Madrid, núm. 40, 1959, pp. 11-22.
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aplicadas responsablemente? Sin duda la seriedad haría su aparición triunfal y toda la
Sin embargo, la solidaridad del humorista, comediante o payaso con su público es una
que si bien la risa necesita de la complicidad de otro, como en el amor, la relación entre
los otros, sino que lleva la propia”.2 El instante de la risa constituye la preciada solidaridad
entre quien ríe y hace reír, un efecto momentáneo que nos salva, cura y libera, pero que
que:
En la misma raíz de la palabra humor yace esta dicotomía que más tarde encarnará en el
humorista, y que proviene de un humor particular del cuerpo, la bilis negra antes
como eufóricos hizo que más tarde, y por préstamos lingüísticos entre el inglés y el francés,
un sentido relegara al otro. De cualquier modo, es claro que en el humorista sobrevive esa
desesperación y la angustia:
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La elaboración cómica de un humor —melancolía, furor, locura— termina por arrastrar al
mismo tiempo al creador, su creación y al espectador. El humorista pone en juego su propia
existencia. […] la pulsión de muerte es la que alimenta al humor verdadero…4
carencia de respuestas, no hay iluminación con el humor, sólo un profundo y vital vacío.
terapéuticos, pero que en el comediante deja graves efectos secundarios. Nadie sabe qué
pasa cuando el humor acaba y por ello la soledad del payaso sorprende cuando es
descubierta. Pocos son los que soportan la carga del humor con esa incongruencia
irresoluble que basa su éxito en el precario equilibrio entre lo trágico y lo cómico, paradoja
Crowley:
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ni ríe ni llora.
Ni hace lo que él dice.
No hay estadística que precise los decesos, ni seguro que ampare contra los riesgos de
semejante labor. Tampoco existe terapeuta, porque se considera que la risa es la terapia en
sí misma. Lo único seguro es que no hay nadie alrededor soltando una risilla cuando se está