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LIDER vs DICTADOR

Una reflexión sobre el liderazgo y la tiranía

Son tiempos electorales y palabras como dictadura, autoritarismo y hasta tiranía bogan a su
máximo apogeo. El escenario de incertidumbre política y fragmentación social que actualmente
experimenta México se ha convertido en terreno idóneo para que ciertas evocaciones históricas
cobren mayor fuerza que nunca. Las siguientes líneas tienen como intención reflexionar acerca
de una de esas figuras históricas y atemporales: El Tirano o Dictador.
Antes de entrar de lleno en el tema conviene mencionar que estas reflexiones no se limitan a la
esfera política, sino también –y, sobre todo– pueden ser aplicadas al ámbito empresarial, social
o de cualquier institución en que un individuo sea capaz de obtener cierta cantidad de poder e
influencia sobre otras personas.

Una breve precisión semántica e histórica es requerida a manera de introducción. La palabra


tirano, a contraflujo de la intuición actual, se comenzó a utilizar en la antigua Grecia para
nombrar al gobernante que llegaba al poder por medios ilegítimos, pero que no necesariamente
era arbitrario en sus decisiones o indolente hacia las necesidades del pueblo. Un gran
precursor del liberalismo moderno como lo fue Rousseau destacó esta distinción al señalar en
su Contrato Social: De modo que el tirano puede no ser déspota, pero el déspota es siempre
tirano1.
No obstante, con el paso del tiempo el vocablo degeneró hasta fundirse con otro término que
ilustraba una actitud de autoritarismo, imposición y coacción de una manera más directa e
inequívoca: el dictador. Este vocablo etimológicamente implica ya la idea de imponer palabras
sobre algo para que otra las escriba o ejecute.

Dicho lo anterior, no es difícil imaginar –e identificar– al individuo que asume este rol dentro de
una organización o sistema. Por cierto, la asunción del dictador siempre supone una estructura
que lo sostenga hasta alcanzar el poder y lo mantenga para evitar que lo pierda; dicha estructura
no puede estar compuesta sino por individuos menos iluminados y más endebles en su propia
posición moral e ideológica, bien que dispuestos a dar rienda suelta a sus tendencias
destructivas. Erich Fromm, prominente psicoanalista social del siglo XX, dice en El Corazón del
Hombre al respecto de esta deposición de la voluntad propia a favor de un único caudillo
ideológico: Sobre este supuesto de que los hombres son corderos erigieron su sistema los
grandes inquisidores y los dictadores. Más aún, esta creencia de que los hombres son corderos y
que, por lo tanto, necesitan jefes que tomen decisiones por ellos, ha dado con frecuencia a los
jefes el convencimiento sincero de que estaban cumpliendo un deber moral…2

Sirvan los anteriores apuntes como exordio para comenzar con la mención sumaria de las siete
características del tirano, en contraste con los comportamientos que demuestra un líder.

1
Rousseau, El contrato Social, “Capitulo X, Libro III”.
2
Es cierto que la dicotomía lobo-cordero es un tema complejo y cuya dilucidación es, de hecho, el
objetivo de varias de las obras del pensador alemán. La alusión a este tema en el presente texto es de
carácter suplementario y no tiene la intención de agotar todas las aristas de su análisis.
1. Se enfoca en los resultados sin importarle los métodos. El dictador no es ético, no le
interesa pensar en la ecología de sus decisiones, ni en el daño colateral que puedan
provocar sus acciones. Su enfoque se basa en alcanzar resultados que puedan reportarle
un beneficio personal y sacien su hambre de poder y riqueza. Para lograr sus objetivos
es capaz de hacer ambiguo su discurso, maquillar resultados, cambiar versiones de los
hechos, desconocer acuerdos, explotar o poner en riesgo a su personal, robar ideas,
manipular a sus allegados, etc. En los pocos casos en que pareciera que el dictador se
ajusta a los marcos éticos o legales, lo hace más bien por temor a ser sancionado o a
perder su poder ante una autoridad mayor. El líder, en cambio, ve el método como una
sucesión de acciones –pequeños resultados–necesaria e indisolublemente unidas a la
consecución de un resultado final. Debido a esto, un líder sabe que la calidad del
resultado es proporcional a la legitimidad del método utilizado para alcanzarlo.
2. No tolera compartir el poder. El dictador es una figura egocéntrica que rinde constante
culto a su personalidad; le encanta ser el foco de atención y cualquier acción que soslaye
su poder y autoridad es percibida como una amenaza y un ataque directo a sus
intereses, sobre todo cuando esta acción proviene de un subordinado. El dictador
necesita ser el originador de todas las “buenas ideas”, aquel que genera las “estrategias
exitosas” o, por lo menos, el que “revisa y da el visto bueno” para certificar que todo se
ha hecho de la manera correcta. Para este personaje es impensable ver a sus
subalternos como figuras similares a sí mismo, con habilidades distintas, pero igual de
valiosas y dignas de un trato igualitario. El dictador sólo considera como sus iguales a
aquellas figuras que detentan posiciones jerárquicas idénticas o superiores a las de él
mismo, mientras que todos los demás pasan a ser simples ejecutores, personal de apoyo
o peones a los que sólo puede mostrar condescendencia en el mejor de los casos. Un
líder exhibe una conducta bien distinta; busca empoderar a los miembros de su equipo
y para ello los forma y prepara de manera que se conviertan en colaboradores
autosuficientes y brillen a través de sus propios méritos y contribuciones a la
organización.
3. Utiliza el miedo como arma. Ya sea que el castigo con que amenace sea concreto o
simbólico, el dictador usa el temor como instrumento de control sobre sus
subordinados. El riesgo de morir, ser apresado, perder el empleo o no tener
oportunidades de crecimiento dentro de la empresa o departamento son razones
suficientes para que una persona acepte y ejecute ordenes, o bien finja aceptar puntos
de vista con los que no está de acuerdo o que inclusive rechazaría frontalmente. El
dictador constantemente evoca su poder punitivo para imponer su ley y recalcar su
posición dentro de la organización a la que pertenece; le gusta dejar en claro que “eres
libre de pensar como lo desees, pero recuerda cuál es el lugar al que van las personas
que no están alineadas a nuestro objetivo…”. Muy distinta es la actitud del líder, que no
busca amedrentar sino inspirar a sus colaboradores para comprometerlos con los
objetivos de la organización y su visión del mundo. A través del ejemplo, la congruencia,
una comunicación efectiva y la legitimidad de las metas y planteamientos, el líder
construye las bases de la motivación exógena que el subalterno necesita para ejecutar
sus tareas con eficiencia, pasión y compromiso.

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