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La dichosa palabra

La definición de conceptos en política no suele ser un proceso sencillo, aceptado. En pocos


existe consenso, lo común es la disputa. De muchos nos queda la idea de que sería mejor
desecharlos debido al fracaso para emplearlos de manera sistemática bajo un mismo
sentido. Y aún así nos encontramos usándolos, leyéndolos. Pasa con el populismo lo mismo
que con el neoliberalismo, su uso polisémico despierta desconfianza: sirve lo mismo para
advertir el contenido de ciertas políticas, analizar un discurso, denostar a líderes y
movimientos. Ante esta multiplicidad de sentidos, ¿podemos saber qué es el populismo?
La literatura a propósito del populismo es inmanejable. Con mejores y peores cosas.
Con sus teóricos que lo reivindican (como Ernesto Laclau), hasta sus críticos que lo ven como
una amenaza a la democracia. Dentro de este último tipo cabe ¿Qué es el populismo? del
politólogo alemán Jan-Werner Müller. Este ensayo pretende agotar el debate sobre el
populismo, pues según el autor “difícilmente sabemos de qué estamos hablando.
Simplemente no tenemos nada parecido a una teoría del populismo pareciera haber una
carencia de criterios coherentes para decidir cuándo es que los políticos se vuelven
populistas en algún sentido significativo”. La urgencia de comprender el fenómeno se ve
reforzada por la expansión de acontecimientos como el Brexit, la elección de Donald Trump
y las, no por fallidas menos relevantes, candidaturas de Le Pen, Wilders, entre otros.
La crítica de Müller arranca con una petición de principio: el populismo es
reprochable porque es una amenaza a los principios democráticos (es decir, el pluralismo y
la libertad). Además, Müller rescata al populismo de las concepciones que lo hacen
patrimonio de la izquierda o de la derecha; en vez de explicarlo como una doctrina lo ve
como una serie de aseveraciones distintivas con una ‘lógica interna’. La operación del autor
para desmontar el concepto es cuestionable; Müller rechaza una génesis histórica del
populismo al desligarlo de su acepción norteamericana durante el siglo XIX, al igual que a
la tradición de los populistas rusos del mismo siglo. Así, hace a un lado la historia conceptual
para centrarse en lo que parece una ‘teoría pura’ del populismo.
En el primer capítulo el autor hace una crítica, por lo demás bastante acertada, a
quienes intentan definir al populismo a partir de: políticas irresponsables; la
autoadscripción de grupos y líderes; la idea -bastante arraigada- de que sus votantes son
clases medias-bajas que tienen ‘miedo’, ‘frustración’, ‘ira’ o que rechazan el súbito cambio
que trae la globalización a sus estilos de vida (una suerte de revival de la anacrónica teoría
de la modernización). Müller sugiere en cambio que el populismo es “una peculiar
imaginación moralista de la política”. Con esto se refiere a que los populistas evocan en el
discurso a una comunidad política (el pueblo) moralmente pura, frente a una élite corrupta
y antidemocrática. Las características que comparten los populistas serían: un antielitismo,
un antipluralismo marcado (sólo ellos representan realmente al pueblo) y una concepción
moral de la política que, como bien nota Müller, puede ser de izquierda o derecha.
Según Müller los populistas no están en contra de la representación, en todo caso el
populismo constituye su “sombra”; líderes y movimientos populistas se adjudican la
capacidad de abstraer las verdaderas intenciones y necesidades del pueblo, podrían (de ser
electos) llevar a cabo políticas correctas, al menos moralmente. Así, expresiones como “el
pueblo no se equívoca” o “haremos lo que diga el pueblo” son resultado del aparentemente
inequívoco y absoluto lazo que liga al partido, líder o movimiento populista con esa
abstracción ficticia que es el pueblo. Para el autor esto explicaría por un lado el rechazo a la
rendición de cuentas (después de todo la responsabilidad por la falla de una política sería
resultado no de las equivocaciones de los políticos, sino del pueblo); por otro lado el fracaso
electoral sería irrelevante pues el resultado moral-correcto está con los políticos populistas
(una ilusión metapolítica a decir de Kelsen). Además, los populistas pretenden depender lo
menos posible de una estructura mediadora e institucional como un partido político,
prefieren la “representación directa”; en todo caso eso también explica porque los partidos
populistas son verticales, con militantes subyugados a la disposición del líder y en donde el
desacuerdo se torna no sólo imposible, sino también inmoral.
Hacia el segundo capítulo Müller explica tres técnicas que emplean los populistas en
el poder: la ‘ocupación’ del Estado (es decir, la partidización y politización de instituciones
públicas); el clientelismo y corrupción; la supresión o acoso a ONGs y sociedad civil. El
problema más obvio al que nos enfrentamos es que estas técnicas parecen tener más que ver
con un claro caso de autoritarismo à la Linz. A su vez, es bastante ingenuo suponer que el
clientelismo y corrupción son inherentes o exclusivos al populismo.
El autor es cuidadoso de decir que el populismo no es totalmente antidemocrático,
pues al menos mantiene aspectos de democracia formal (elecciones, partidos). A su vez,
discute la creencia de que el populismo constituye una ‘democracia antiliberal’ (es decir, que
no respeta el Estado de derecho y que anula contrapesos). Su problema con esta etiqueta es
que permite que regímenes como el de Orban o Maduro puedan sostener que son
democracias, sólo que no liberales. La salida de Müller no es muy convincente, su opción es
llamar a estos sistemas ‘democracias defectuosas’. Un concepto que se tambalea por su
opacidad.
Una virtud en ¿Qué es el populismo? es la observación de que los populistas no
necesariamente están en contra de las instituciones; lo que hacen es amoldarlas a ellos una
vez que llegan al poder. Así, es equívoco decir que son ‘antisistema’. A su vez, Müller nota
con claridad un mecanismo relevante en la transformación del poder político: el llamado a
una nueva Constitución. En las variaciones y rumbos que esta puede seguir se esconden
algunos de los falsos postulados de quienes reivindican el populismo como un correctivo a
la democracia liberal. Por ejemplo, si bien se añaden mecanismos como consultas y
referendums en verdad es extraño que estos sean libres, vinculantes o que en su formulación
sean claros. Sucede que la participación no aumenta realmente, a menos claro que sea en la
forma en que los populistas quieren. También, estas constituciones dañan el funcionamiento
de órganos no electos, quitándoles funciones, legitimidad y peso en el sistema político (como
a las Cortes).
Acaso entre lo más destacable de este breve libro es la capacidad de Müller de no
desechar del todo lo que pone en entredicho el populismo. Así, hacia el final del libro el autor
llama la atención a las promesas incumplidas de la democracia, la desaparición de los
sistemas de partidos (como lo formuló hace un par de años Peter Mair en Ruling the void),
los problemas que suscita dar por hecho la ciudadanía, el pluralismo y la paradoja que
entraña el querer excluir del debate político a los populistas. Si bien, en algunos capítulos,
¿Qué es el populismo? se vuelve un tanto repetitivo su lectura es relevante, no sólo por los
tiempos convulsos, sino también para seguir debatiendo un concepto que acaso nunca
terminemos de descifrar

Jan-Werner Müller, ¿Qué es el populismo?, trad. Clara Stern, México, Grano de Sal, 2017,
162 pp.

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