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Contenido
• 1 el Abandono en la Teología musulmana
• 2 Preámbulo: notas sobre ciertas diferencias al interior del Islam
• 3 Los tres grados del abandono según Ghazâlî y Abu cAlí al Daggag
• 4 ¿Es amante el abandono musulmán al Dios único?
• 5 ¿Libre abandono al Dios misericordiosamente predestinador?
• 6 ¿Hace falta hablar de fatalismo?
• 7 Significación del paralelismo multiforme entre abandono cristiano y abandono musulmán
Muchos cristianos se sorprenderían al tomar conciencia de que este tema del abandono a la
Providencia tratado por numerosos autores espirituales que les son queridos, lo ha sido igualmente
por teólogos musulmanes y judíos. Sus páginas, a menudo magníficas, presentan a la vista un doble
interés : intrínseco, ayudándonos a percibir cómo, sobre el panorama de sus convicciones
confesionales y personales, conciben este abandono; extrínseco, estimulando nuestro deseo de
decantar con más precisión el contenido de un abandono específicamente cristiano; y a partir de esta
doble consideración, podríamos ver mejor aquello que nos diferencia y aquello que nos es común,
en el marco de un diálogo interreligioso sobre el abandono.
Históricamente, el sufismo[1] musulmán está en el origen del sufismo judío[2]; expondremos
entonces en primer lugar la espiritualidad musulmana del abandono; pero tendremos que hacerlo a
la luz de autores de hecho posteriores al teólogo judío, Bahya Ibn Paquda, que fue el primero en
abordar, en el seno del judaísmo, este tema; tema que reservamos para un capítulo posterior. Así
respetaremos mejor si no la secuencia “material” de las ideas, al menos su trabazón formal. Después
de haber evocado el rol capital de Ghazâlî (muerto en 1111), situaremos el abandono islámico en los
dos contextos de la unicidad de Dios y de la libertad humana, lo que nos permitirá entrever mejor su
especificidad.
El Islam sunita y clásico, siguiendo una orientación impuesta desde hace mil años, practica un
abandono de sumisión a la voluntad escrita de Dios (Corán). Es el abandono a ley divina, a los
decretos y prescripciones del Señor. A este Islam sunita se remite el actual islamismo
fundamentalista. Algunos comparan al fariseísmo, al interior del judaísmo, con este Islam sunita,
ortodoxo. Para él, Dios hace todo, inclusive aquello que nos parece ser el mal (físico). Los
musulmanes sunitas quieren, entonces, abandonarse a la voluntad inclusive obscura del Creador.
Esta primera corriente considera a los místicos musulmanes, los sufíes, como más o menos
heterodoxos. El Islam sufí quiere comulgar en una sumisión llevada hasta la extenuación de sí con
la voluntad de Dios que obra en nosotros. Los sufíes preconizan un abandono pasivo: Dios deviene,
para ellos, un agente íntimo. Buscan la asimilación con Él, que permanece exterior.
Las páginas siguientes ayudarán a comprender este preámbulo, tal vez simplificador, cuya ventaja
está en procurar un mínimo de luz inicial a lectores poco familiarizados con los problemas del
Islam.
Se conoce la considerable influencia que el pensador árabe Ghazâlî ejerció sobre el medioevo
cristiano. Mediante parábolas sucesivas y ascendentes, nos explica, en su tratado sobre el tawakkul
(palabra que significa abandono) la psicología del que se encomienda a Dios, como un acusado que
se abandona a su abogado, como un niño a su madre y como un cadáver al lavador de muertos:
“Si está bien afianzada en tu alma, por una iluminación o una convicción decisiva, la idea de que
Dios solo es agente (...) si, además, estás convencido de la perfección con la cual la ciencia y el
poder (divinos) amparan suficientemente a las criaturas, y de la perfección con la cual La
Benevolencia, la Providencia y la Misericordia se ejercen sobre el conjunto de los hombres, y sobre
cada uno en particular (...) necesariamente tu corazón se abandonará sólo a Él.
Anciano sufí
Porque ese niño pequeño no conoce a nadie más que ella, no busca refugio más que cerca de ella,
no se apoya más que en ella. Desde el momento en que la ve, se aferra en toda circunstancia al
borde de su vestido y no la suelta. Si experimenta cualquier mal en ausencia de su madre, la primera
palabra que le viene a los labios es: mamá, y el primer pensamiento que atraviesa el espíritu es el de
su madre. Porque ella es su refugio. La confianza del niño es total en la garantía que ella le da de
subvenir a todas sus necesidades y de envolverlo con su solicitud.
A decir verdad, esta confianza no se da sin alguna preocupación consciente y deliberada por parte
del niño (...) Aquel está en el segundo grado se abandona del todo. En su abandono inclusive pierde
de vista su abandono, puesto que su corazón no se vuelve para nada hacia ese estado en que puede
estar en la naturaleza. Y en su corazón sólo hay lugar para Él. Para el hombre del primer grado, por
el contrario, se trata de un abandono que se adquiere con pena. Este hombre no sabría perder de
vista su estado puesto que le causa preocupación y le hace tomar conciencia de ello. Ahora bien,
esta preocupación lo distrae de pensar sólo en Aquél a quien se está abandonando (...)
El tercer grado es el más elevado. Consiste en estar entre las manos del Dios Altísimo tanto en la
acción como en el reposo, como el cadáver entre las manos del lavador de muertos. Con una única
diferencia : el hombre se ve a sí mismo como muerto, movido por el Poder eterno como la mano del
lavador mueve el cadáver; Tanto que se refuerza su certidumbre de que no viene a moverse, a poder,
a querer y a saber más que por un Decreto absoluto (de Dios).
Se puede comparar la llegada del espíritu al tercer grado de abandono con un niño que sabría que
inclusive si no pidiera leche a su madre, ella abriría su seno y lo amamantaría.
Este tercer estado de abandono tiene por fruto suprimir la oración de súplica y toda petición dirigida
a Dios porque produce la confianza en su generosidad y en su Providencia y en que Dios dará desde
el principio más de lo que se le pida. Cuántas gracias comenzarían a ser derramadas antes de todo
pedido y sin ningún mérito. El segundo estado, no exige el abandono de oración de súplica (...)
Exige solamente que toda petición sea abandonada a nadie más que a Él.”[3]
Detengámonos unos instantes para considerar las implicaciones y los alcances de esta larga cita.
Señalemos, primeramente, que Ghazâlî sitúa la experiencia religiosa del abandonado en el ámbito
de una triple y universal experiencia humana, enmarcado toda la existencia, desde el nacimiento
hasta la muerte: el ser humano durante su niñez se vuelve hacia su madre, durante su vida adulta
hacia aquellos que, frente a sus acusadores, aceptan defenderlo, y al final de la vida, abandona su
cadáver a quienes lo lavarán. Esta última experiencia puede ser identificada con la de la vejez.
En cada uno de estos tres casos, se trata de una experiencia de dependencia e inclusive de
dependencia conscientemente reconocida. A través de esta dependencia horizontal en relación a las
otras criaturas, se ejerce ya, de manera inicial, una dependencia vertical respecto del Creador. Lo
que parece común a estos tres grados de abandono tal como los entiende Ghazâlî, es en cada caso la
adhesión de la voluntad humana a la voluntad divina, adhesión siempre operada por la voluntad
divina en el interior de la voluntad humana.
¡Pero el abandono descrito no es solamente volitivo sino además intelectual! En el segundo grado,
el abandono se convierte en olvido de sí (mientras que en el primero, el abandonado reflexionaba
sobre su propio estado de manera consciente); y en el tercero el abandonado recibe su saber mismo
del decreto de la voluntad divina. La insistencia sobre el decreto absoluto corresponde, sin embargo,
a un acento más grande puesto sobre el aspecto volitivo del abandono con relación a su dimensión
intelectual.
La evolución de la actitud del abandonado respecto de la petición a los hombres y a Dios se muestra
solidaria con la acentuación de la pasividad. En el primer grado, el abandonado pide a los hombres
y a Dios aquello que necesita; en el segundo grado ya no pide nada a los hombres, sino solamente a
Dios, para terminar, en el tercer grado, recibiendo todo de Él sin haber haberle pedido nada,
¡inclusive sin recibir de Dios una oración de súplica dirigida a Él.
El lector cristiano no deja de ser sacudido por la presencia, en nuestro Algazel, de una problemática
que concierne a la consciencia (de una acción divina operando el abandono mismo) y a la oración
de súplica que encuentra en el contexto del quietismo. Anticipa ya lo que precisaremos más
adelante : el discípulo de Jesús, abandonándose a Él, permanece consciente de su identidad personal
manifestada particularmente en la oración de súplica, siempre ofrecida y pedida al cristiano,
inclusive en los estados espirituales más elevados.
No sin conexión con los puntos anteriormente abordados, relativos a la consciencia y a la súplica,
Algazel propone además una pregunta sugestiva sobre la duración de los estados a los que
corresponde cada uno de los grados. Para él semejante interrogación es inseparable del análisis de la
relación entre el abandonado y las causas secundarias. He aquí su respuesta:
“El segundo y tercer grados son raros. Suponiendo que se produzcan, probablemente no se
prolonguen. Porque es natural al corazón descansar en las consideraciones del juicio (de las
criaturas) y en la fuerza de la eficacia de las causas segundas, mientras que el alejarse no puede ser
sino transitorio y accidental (...) Que el corazón humano cese de considerar totalmente juicio, fuerza
y otros casos aparentes es un estado que no dura..
(...) Si me preguntas además ¿en estos estados el hombre conserva su iniciativa y su dependencia
con relación a las causas segundas? Sabe que el tercer estado suprime toda iniciativa personal
mientras dure el estado espiritual que le es propio”[4]
A los ojos de Algazel, el progreso espiritual en el estado de abandono se manifiesta entonces por la
desaparición de la iniciativa personal. “El sujeto que lo experimente quedará como alelado”, agrega.
Le parece imposible que este sujeto considere simultáneamente la causa primera y las causas
segundas. El juego de la participación parece despejado. Lógicamente, no podría haber, a sus ojos,
abandono al Creador en medio del abandono entre las manos de las criaturas, la persona humana ya
no podría, en adelante, ponerse en manos de su abogado, o entregar intencionalmente su cadáver a
los lavadores de muertos desde el momento en que se abandona al Altísimo. Percibimos aquí, una
diferencia importante entre cierta[5] concepción musulmana de abandono y las perspectivas de los
místicos cristianos, como (por ejemplo) una María de la Encarnación que perseguía sus cálculos
financieros poniéndose en presencia de Dios. Para Tomás de Aquino, la Causa primera, actúa otro
tanto más, porque no opera sola, sino se sirve de las causas segundas.[6] Y las hace actuar.
Pero, precisamente, la visión de Algazel respecto del abandono no es la única del Islam. R.
Arnáldez, nota una serie de otras definiciones dadas por diversos autores musulmanes[7]. Hace falta
reconocer, sin embargo, que todas ellas indican como punto de llegada de la espiritualidad del
abandono la renuncia a toda acción personal del ser creado y la exaltación de la sola acción divina.
Como lo observa L. Gardet en una afirmación que valdría para los otros teólogos musulmanes,
“para Ghazâlî, los progresos realizados en tawakkul parecen ser una actualización, una
“realización” psicológica sin cesar, impulsada más por la ineficacia intrínseca de las causas
segundas”[8]
Entre estas concepciones a la vez diferentes y convergentes del abandono en el mundo islámico,
advirtamos particularmente aquella que nos propone Abu c Ali al - Daqqaq cuando describe tres
grados del abandono : el tawakkul propiamente dicho, el taslim y el tafwid : “El que se encuentra en
el nivel del tawakkul encuentra su descanso en la promesa de Dios, el que se encuentra en el nivel
del taslim no tiene más necesidad que la ciencia dada por Dios y que le basta; el que se encuentra en
el nivel del tafwid da su consentimiento al juicio de Dios”.
La palabra taslim ---Islam viene de la misma raíz--- significa reconocimiento de los derechos
exclusivos de Dios a gobernar el mundo entero. La palabra tafwid implica la idea de encomendarse
totalmente a Dios. El verbo es empleado en el Corán (40, 44) ahí donde dice que Moisés, frente a
una amenaza de muerte, encomienda toda su vida a Dios.
Para Abu cAli al-Daqqaq, le “tawakkul califica a los creyentes, el taslim a los amigos de Dios, el
tafwid a los hombres que tienen el conocimiento de la unicidad divina, es decir para quienes existe
Dios solo, porque su espíritu ha sido purificado de todo lo que no es él”[9]
En estas diversas definiciones no se ve casi ni un abandono ejercido con relación al Amor Divino ni
este abandono concebido como un ejercicio de amor respecto de Dios. Al menos explícitamente.
Implícitamente, la realidad es sin duda muy diferente. Está permitido pensar que la actitud
musulmana de abandono está, de hecho, penetrada totalmente por el ejercicio del amor por Dios que
preconiza el Corán. Este tema merece un desarrollo especial.
NOTAS:
1. Se entiende por sufismo la mística musulmana; la palabra soufi designa al místico, el término nos
conduce a souf, lana. El soufí es el hombre vestido de lana en signo de humildad y de
desprendimiento. En la conciencia popular, al llevar el hábito de sayal, la pureza y la sabiduría se
identifican: ver V. Monteil, Encyclopædia Universalis, art. Soufisme, París, 1968.
2. Expresión de P. Fenton (RC, 13).
3. Ghazâlî, extracto de la Ihya, Le Caire, 1933, traducido en MM, 156 s.
4. Ibid.
5. MM, 19.
6. Saint Thomas d’ Aquin, Somme contre les Gentils, III, 65 a 67 ; Somme de Théologie, II. II. 17.
4: es permitido esperar el Auxilio divino y, simultáneamente los auxilios humanos, a título
secundario e instrumental.
7. RC, 147.148.
8. MM, 155.
9. RC, 149. El autor citado es un sufí del siglo X.
10. MM, 16.
11. RA, 636-637.
12. MM, 188.189.
13. L. Gardet, Encyclopédie de l’ Islam, Paris, 1965, t II, p. 232, art. Dhikr
14. Ibid., 233.
15. RC, 180.
16. Ibid.
17. RA, 642: para el Islam, Dios habría dicho a Moisés “Mi consentimiento está en el
consentimiento que tu das a mi decreto” (RC, 180).
18. RC, 183. Sobre el amor (mahatba) entre Dios y el hombre, en l’ Islam, ver MM, 161 ss.
19. RA, 640-641; RC 168-169.
20. RA, 640-641; cf RC 168-169
21. RA 642-643.
22. RC 208; Cf. RA 626-628
23. MM, 19.
24. MM, 19-20.
25. GI, 112.
26. GI, 113. El A. Agrega: “La entrega a Dios que pide el Islam como actitud fundamental exige a
adherirse a la voluntad divina tal como la expresen las circunstancias de la vida, gozosas o
dolorosas”.
27. El término hadith significa una tradición atribuida a Mohammed y garantizada por una cadena
de transmisores
28. GI, 113.
29. El texto (señalado en GI es obscuro). La parábola no es explicada. Sería difícil sobre la base de
una parábola aislada y no explicada, afianzar una doctrina que afirme la predestinación a un infierno
antes de toda previsión de deméritos.
30. GI, 114; cf B. Romeyer, art. Fatalisme, Encycl. Catholicisme (IV, 1956, 1111); el fatalismo es
una doctrina según la cual una irresistible necesidad exterior domina a tal punto a los hombres que
la suerte de cada uno se encuentra, sin importar lo que se haga, fijada con anterioridad.
31. GI, 114-115; ver además M. Borrmans, P.B., Orientations pour un dialogue entre chrétiens et
muslmans, Paris, 1981, pp. 102-103: Muchos pensadores musulmanes actuales no dejan de repetir
que el hombre es el autor libre y responsable de sus actos, invitado por Dios mismo, a hacer el
máximo uso de su inteligencia y de su libertad mediante el recurso cotidiano del esfuerzo de
interpretación personal (ijtihad) en todo campo en que Dios no ha impuesto un texto decisivo,
todavía más cuando todo texto exige una interpretación. Para muchos musulmanes, el Islam
significa compromiso y esfuerzo superior para un mejor cumplimiento de la voluntad de Dios, y
llevar, por tanto, su obra creadora al estado de perfección”.
32. RA, 645.
33. Ver MM, 57-60 ; Encycl. Universalis, art Ibn Arabi.
34. J.M. Abd-el-Jalil y Y. Moubarac, art. Islam, Catholicisme VI (1967) 182.
35. Cf. L. Ramlot, art. Prophetisme, SDB VIII (1970) 946 ss con bibl.
36. RA 624-625, citando a Al Tawhidi, escritor del siglo X; cf, 206 ss.
37. Siguiendo todas las escuelas de espiritualidad en el seno de la Iglesia católica, las oraciones de
petición en materia de bienes temporales no son oídas por Dios, salvo que a juicio de su Sabiduría
sea conforme al bien de los orantes; o Dios puede, oyéndolos, ¡castigar misericordiosamente a los
pecadores por su bien! Entre tanto, en el Islam, las prescripciones coránicas son a la vez espirituales
y temporales (GI, 278).
38. Ver B. De Margerie, Les perfections du Dieu de Jésus-Christ, Paris, 1981, ch. XIII.
39. GI, 99-101: para el Islam, los infieles son condenados al infierno eterno, a diferencia de los
creyentes musulmanes pecadores; sin embargo el sufí Shibli (muerto en 945) decía: “Yo estando
cerca de Mohamed, intercederé hasta que no quede nadie en el fuego del infierno” (RC, 237); se ve
aquí asomarse una tendencia a la apocatástasis en el seno del Islam.
40. Cf. B. De Margerie, op. Cit (nota 38) pp.335 ss.
41. St. Agustin, De Dono perseverantiæ, 24.67; B. De Margerie, Le Christ pour le monde, Paris,
1971, p. 374.
42. Jn. 12,27; 4, 42; HB 5, 7-10.
43. 1 Tim. 2,3.
44. Jn. 17,13.
45. Cf. Santo Tomás de Aquino, que escribe que el Hijo es el “Verbo de la Bondad divina”.
46. Ver el anterior n. 32, citando RA, 643