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La nación: construcciones complejas de un relato unificador

Ante la elevada y bella complejidad que habita en los procesos históricos paradójico resulta
conservar con fervor aquellas viejas estructuras de pensamiento, andrajosas ideas que persisten
en el tiempo y en nuestra memoria. No es el carácter innovador la única virtud de los últimos
estudios realizados por la historiografía argentina, la posibilidad de repensar nuestros orígenes
como sociedad abre un sinfín de posibilidades analíticas. La razón de ser de este artículo reside en
cada lector potencial al que puedo ofrecerle, con previa disculpa, un problema: teniendo en
cuenta nuestra conflictiva y accidentada historia ¿se preguntó alguna vez de qué manera se logró
que todos formemos parte de la nación argentina?

La crisis de legitimidad de la corona española inicia en 1806 con la primera de las invasiones
inglesasi a Buenos Aires y se incrementa en 1808 con la invasión de España a manos de Napoleón.
Siguiendo la tesis de Halperín Dongui, el quiebre revolucionarioii es posible gracias a una
degradación de la legitimidad y el poder de la corona española en América y Europa. Lógico resulta
pensar que la revolución planteaba un problema (o varios) para los actores del ’10, aquí me
enfocaré en uno en particular: la construcción de la nacionalidad argentina. El concepto de
nacionalidad y su aplicabilidad respondía a un proyecto mayor que era el de la construcción del
Estado nacional, consagrado hacía fines del siglo XIX. El nuevo Estado fundamentaría su existencia
mediante la utilización de mecanismos que favorecerían la construcción de una identidad colectiva
homogeneizadora. En palabras de Chiaramonte, “la identidad nacional resulta reflejo de un
proceso histórico de construcción de la unidad política del país, iniciado hacía 1810 y en gran parte
completado hacía fines de esa centuria”1.

El XIX fue un siglo revolucionario en América que trajo consigo la aparición de los nuevos Estados
nacionales y liberales, hijos de la modernidad. Lo que antes había sido el Virreinato del Río de la
Plata ya no existía como unidad política, tras su fragmentación y luego de varios debatesiii se tomó
la decisión (por iniciativa de Buenos Aires) de fomentar la codiciada identidad. Tres elementos
cobraron vital importancia: la imprenta, la simbología y las fiestas mayas. Interesante me parece
proponer en esta instancia una idea de Bourdieu:

1
Chiaramonte, J.C.” Elogio de la diversidad” en Encrucijadas, N° 15, enero de 2002, p.54.
“El poder simbólico es en efecto este poder invisible que sólo puede ejercerse con la
complicidad de quienes no quieren saber que lo sufren o que incluso lo ejercen” 2.

La fuerza de la palabra: la cultura impresa en el siglo XIX

La imprenta nace en el Río de Plata hacía fines del siglo XVII a manos de los jesuitas cordobeses y
se convierte rápidamente en uno de los grandes emblemas del proceso revolucionario. En efecto,
“el surgimiento de la cultura impresa rioplatense se ensambla con las guerras de independencia y
se define por ellas. Es la historia de las palabras de independencia, las celebraciones patrióticas, y
la creación de nuevos repertorios simbólicos que se combinaron para iniciar una revolución en las
formas de comunicación”3. Este nuevo elemento formaría parte del proceso mediante el cual en la
esfera pública puede verse una mayor interacción entre las elites letradas.

El primer periódico impreso en Buenos Aires fue la Gazeta, su director era ni más ni menos que
Mariano Moreno, un ilustrado ciudadano porteño. El diario sirvió como portavoz de la junta y
como no podía ser de otra manera despertó tensiones en los que veían con recelo el intento de
centralización del poder en la ciudad del gran puerto. Y es que su carga ideológica era muy grande,
la utilización de términos como ‘revolución’, ‘patriotas’ era recurrente. No obstante, el alcance de
los mismos estaba limitado por el alto porcentaje de analfabetos, razón por la cual se incorporaron
elementos iconográficos y hasta comenzaron a leerse en voz alta en lugares públicos: plazas, cafés,
pulperías.

Trascendental es también la creación de la primera Biblioteca Pública de Buenos Aires, fue el


mismo Moreno quien solicitó donaciones para la misma. El revolucionario y participe de la primera
junta aspiraba a una ‘ilustración pública’, de manera que los ideales rescatados del Contrato Social
de Rousseau entre tantas ideas, llegasen a la gran mayoría que habitaba en suelo americano. La
biblioteca es un “símbolo de la Revolución de Mayo y del surgimiento de una nueva forma de

2
Bourdieu, P. Poder, derecho y clases sociales, editorial Desclée de Brouwer, 2000. Pág. 88.
3William, A. “La lectura cotidiana. Cultura impresa e identidad colectiva en el Río de la Plata, 1780-1910” en Colección
Historia Argentina, Dir. Raúl O. Fradkin. Prometeo, Buenos Aires, 2003. Pág. 53.
comunicación”4 aunque tuviera un acotado alcance. La inclinación hacía nuevas prácticas tenía una
argumentación, Acree da cuenta de ella de manera muy precisa:

“Las nuevas e inestables instituciones que reemplazaron a las coloniales en el gobierno de las
Provincias Unidas y de la Banda Oriental requerían nuevas representaciones simbólicas. La cultura
impresa revolucionaria hizo posible la elaboración de repertorios simbólicos.5

Una imagen dice más que mil palabras

Desde hace más de dos milenios el hombre establece elementos simbólicos que exponen con gran
fuerza sus creencias y convicciones. Desde los dioses de la mitología griega hasta los escudos
medievales eclesiásticos, los símbolos forman parte de nuestra vida y constituyen mediante
representaciones nuestra identidad. Es así porque “el poder simbólico es un poder de
construcción de la realidad que aspira a establecer un orden gnoseológico: el sentido inmediato
del mundo (y en particular del mundo social) supone lo que Durkheim llama el conformismo
lógico, es decir ‘una concepción homogénea del tiempo, del espacio, del número, de la causa, que
hace posible el acuerdo entre las inteligencias’”6. La más grande aspiración era la homogeneidad,
aunque su afianzamiento parecía ser muy lejano en un lugar que presentaba tantos matices
sociales y culturales.
Si hablamos de la simbología post-colonial utilizada en lo que sería años más tarde el Estado
argentino, importante es resaltar la continuidad de ciertas características propias del viejo
continente que adoptamos como propias. Un claro ejemplo de ello son los colores elegidos a la
hora de establecer las banderas y escudos de la época, deben ser nombradas en plural porque si
bien la unificación política era el sueño de algunos pocos, la realidad distaba bastante de aquella
premisa. Los colores elegidos por Buenos Aires para presentarse ante el mundo eran el celeste y el
blanco, mientras que la Banda Oriental agregaba a éstos dos el color rojo. La idea de los colores
parece muy radical aunque aquellos “provienen del universo simbólico de la Corona española”7.

44 William, A. “La lectura cotidiana. Cultura impresa e identidad colectiva en el Río de la Plata, 1780-1910” en Colección
Historia Argentina, Dir. Raúl O. Fradkin. Prometeo, Buenos Aires, 2003. Pág. 41.
5 William, A. “La lectura cotidiana. Cultura impresa e identidad colectiva en el Río de la Plata, 1780-1910” en Colección

Historia Argentina, Dir. Raúl O. Fradkin. Prometeo, Buenos Aires, 2003. Pág.46.
6 Bourdieu, P. Poder, derecho y clases sociales, editorial Desclée de Brouwer, 2000. Pág. 91-92.
7 7 Herrero, A. “Algunas cuestiones en torno a la construcción de la nacional argentina” en Estudios Sociales, Revista

Universitaria Semestral. Año VI, N° 11, Santa Fem Argentina, 1996, p. 51.
Atractivo resulta derribar viejos mitos y jugar con las estructuras previas, pues otra de las
representaciones socialmente aceptadas es la del vocablo ‘argentina’. Aunque muchos le
confieran un origen innato, cierto es que nace como propuesta de Juan José Paso quien desde
Buenos Aires intenta imponerlo en el resto del territorio. Por supuesto tal acción no estaría exenta
de la recalcitrante conflictividad social, ante tal panorama no debería sorprendernos que aquella
palabra coexistiera con “los vocablos americano y correntino”8 y nos hablen de sentimientos
regionales de larga dataiv. El término se incorpora en el discurso político oficial recién en 1826,
¿Por qué habrán pasado tantos años para que la palabra que hoy nos designa a todos como parte
de un conjunto se legitime?

Ser parte: violentas celebraciones

Las celebraciones perduran en la memoria aunque pueden llegar a ser rutinarias, repetitivas y
capaces de coaccionar sobre millones de conciencias. Los revolucionarios del ’10 que tomaron
ideas de la revolución francesa y norteamericana no ignoraban su poder y las utilizaron en pos de
la construcción de una identidad colectiva. Denominadas originalmente como fiestas cívicas, las
fiestas mayas se realizaron por primera vezv en 1813 y en mayo de ese mismo año la Asamblea las
declaró celebración patriótica anual. No sólo se establecieron como festejos oficiales sino que
fueron implementados en uno de los ámbitos más políticos de la historia de la humanidad: la
escuela.

De modo que año tras año, desde el siglo XIX hasta la actualidad se festeja cada fecha patria como
una efeméride de algo muy importante, trascendental por ser parte intrínseca de nuestra
identidad. Gran efectividad logró alcanzar en muy corto plazo con el establecimiento de los actos
escolares como celebración patria en la que los integrantes de la institución (e incluso los padres y
vecinos que quisieran asistir) formaban el sentido de pertenencia con el que tanto insiste
Carretero. Sin embargo, es sobresaliente el aporte de Dussel y Southwell quienes ven en los actos
escolares una mecanización brutal y desgarradora. Realizando un análisis más profundo,
podremos comprender que tales celebraciones contienen en realidad un alto grado de violencia. El
término de violencia simbólica resulta oportuno para enervar una argumentación válida, ya que

88Herrero, A. “Algunas cuestiones en torno a la construcción de la nacional argentina” en Estudios Sociales, Revista
Universitaria Semestral. Año VI, N° 11, Santa Fem Argentina, 1996, p. 55.
explica elocuentemente la acción social y política de la escuelavi. De tal manera, el acto escolar se
transforma en un ritual capaz de “crear conexiones emocionales e intelectuales entre los
participantes, crear un estado de comunidad”9. La principal crítica al mecanismo utilizado (aún en
nuestros días) consiste en reconocer el estancamiento que produce al insistir con estas viejas
prácticas. Y es que ante el paso del tiempo y la falta de renovación las celebraciones se convierten
en procesos mecánicos que estancan la posibilidad de construir identidades colectivas más
amplias y más democráticas.

Tendremos en nuestras manos la responsabilidad de ser creativos y aportar ideas nuevas, ante
tantas estructuras que resisten en el tiempo sin necesidad de destruirlas, pues suele ser más fácil
construir paredes sobre cimientos que ya existen, aunque requieran una pequeña renovación. La
pregunta es ¿cómo empezar?

9Dussel I., Southwell M. “Los rituales escolares: Pasado y presente de una práctica colectiva”, en Revista El monitor
Nº21, 5º época, junio 2009.
NOTAS
i Las primeras invasiones evidenciaron la ineficiencia militar del virrey Sobremonte y por consiguiente de la corona
española. Fue Liniers (jefe de las milicias locales) quien movilizó a sus hombres contra las tropas inglesas obteniendo la
victoria. La legitimidad del poder de la corona sobre sus colonias americanas comenzó a provocar incertidumbre.
ii Aunque la historiografía clásica coloque el 25 de mayo de 1810 como fecha crucial, nuevos estudios (entre los que
destaco los realizados por Marcela Ternavasio) señalan a 1812 como la verdadera bisagra.
iii Entre debates y fuertes enfrentamientos armados, 1810 no inauguraba un período de paz. Por el contrario, las guerras
civiles afloraban como consecuencia de los intereses contrapuestos de las elites dirigentes que tomarían el mando de lo
que algún día sería el Estado (aunque no haya sido el objetivo primero).
iv Desde la época de la colonización de América se establecieron fuertes sentimientos regionales. El concepto de
heterogeneidad estructural acuñado por Waldo Ansaldi nos permite realizar un abordaje concreto al análisis de dicha
cuestión.
v Así como muchos de los acontecimientos más importantes de nuestra historia en la primera mitad del siglo XIX, ocurría
en Buenos Aires.
vi La escuela es el principal aparato de reproducción ideológica del Estado, y el grado de violencia simbólica que utiliza
sobrepasa los parámetros normales. ¿Quién puede inculcar ideas de manera más efectiva que una institución educativa?

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