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Se calcula que la religión judaica tiene más de 3.500 años de historia, lo que
la convierte en la más antigua de las religiones monoteístas. Además, se
considera que sirvió como fuente de inspiración para las otras dos grandes
religiones monoteístas: el cristianismo y el islam, con las que guarda muchas
similitudes y con las que comparte algunos textos sagrados.
Por otra parte, cabe señalar que el contenido de la Torah se corresponde con
el de el Antiguo Testamento, de tal modo que la única diferencia entre la
Biblia de los judíos y la de los cristianos es que los primeros no aceptan el
Nuevo Testamento como libro sagrado ni comprenden la figura de Jesucristo
como hijo de Dios sino como mero profeta.
Los primeros, los fariseos, no sólo creían en la Torah sino también en la ley
oral judaica. Además creían en la inmortalidad del alma, el castigo a los
infieles y la resurrección de los justos. Se enfrentaban a los saduceos porque
éstos creían únicamente en la Torah por lo que negaban la validez de la ley
oral.
Los judíos son conocidos de diversas formas. Así, se les llama hebreos
porque se considera que el primer judío fue Abraham, quien es también el
fundador de otras religiones monoteístas. Según la tradición, Abraham
habría sido el primer hombre en recibir la llamada y la palabra del único
Dios.
Por otra parte, según la Biblia el nieto de Abraham, que se llamaba Jacob,
recibió el nombre de Israel, por lo que también se conoce a los judíos como
israelitas, haciendo referencia tanto a la persona de Jacob como a la Tierra
Prometida a la que debían dirigirse.
Estos preceptos, que son los que aparecen en el libro fundacional del
judaísmo, pueden variar a partir de las diversas interpretaciones que se
hagan de la Torah.
El conjunto de todas estas leyes junto con sus diversas interpretaciones dan
lugar a lo que se conoce en el mundo hebreo como Halajá, que es
el corpus legal de la religión judía, y que puede variar dependiendo de la
aceptación o no del Talmud y la Mishná.
Entre los ritos que se siguen de la ley judía destacan la circuncisión, que es el
rito iniciático de los hebreos, al que le siguen los referidos a la forma de
alimentarse, a la forma de orar a Dios o al número de veces que hay que ir a
la sinagoga, así como a los diferentes ritos de confirmación de la fe.
Por ello, el rabino es considerado como una especie de sabio, como una
persona de gran cultura y preparación que es capaz de tomar decisiones
dentro de las más diversas circunstancias. El rabino es además un experto
en la lectura y en la interpretación de la Torah, y suele estar familiarizado
con las distintas exégesis que se recogen en el Talmud y en la Mishná.
Para la mentalidad occidental “sacrificar la vida por una creencia” suena como
una acción por demás drástica! ¿Tiene lógica alguna lo que nuestros
antepasados hicieron? ¿De dónde sacaron la fuerza para dar su vida en lugar
de aceptar otra religión?
Sus estudiantes exclamaron: “Rabino, ¿no sólo debemos dar nuestra vida por
el honor de D-os, sino que debemos hacerlo con alegría?”.
Contestó Rabí Akivá: “Toda mi vida luché para poder santificar el Nombre de
D-os incluso con mi propia vida y ahora que tengo la oportunidad, con
felicidad lo hago”.
¿Fue Rabí Akivá un superhombre? ¿Cómo puede ser que esta "oportunidad"
le dio tal placer que oscureció por completo la agonía de la muerte?!.
El Verdadero Placer
Si las mitzvot son para nuestro beneficio… ¿cómo es que esto puede ser
placentero para nosotros?
Similarmente, cuando has encontrado una causa tan elevada que estarías
dispuesto a dar tu vida por ella, cuando realmente vives por ella, lo haces con
una fuerza y un placer desmesurado.
Este es el secreto del heroísmo judío. Esta es la razón por la cual tantos
judíos a través de la historia han sacrificado sus vidas por aquello en lo que
creían. Porque morir por D-os es un placer mayor… que vivir sin Él.
Una vez conocí a una persona que vivía con este principio.
Durante los cuatro años en los que Zeev estuvo en este movimiento, él
estaba alejado de su familia y sus amigos - forzado a trabajar como un
trabajador interino sin tener la posibilidad de hablar a casa. Cada día
caminaba por las calles, prestando mucha atención, porque los ingleses
estaban constantemente parando gente y revisándola. Cualquier judío que
fuese encontrado cargando un arma sería matado.
Un día, los ingleses hicieron una revisión sorpresa, y Zeev fue arrestado. Se
dieron cuenta que era parte del movimiento clandestino judío y lo torturaron
para sacarle más nombres. Zeev perdió una pierna por el maltrato.
Él cuenta:
La Vida No es Comodidad
Un tonto es por demás capaz de llevar una vida cómoda. No sufre mucho.
Disfruta del helado, insulta a las moscas que se paran en su cabeza, siempre
está con una sonrisa… su vida es p-r-e-c-i-o-s-a.
Infinidad de grupos darían su vida por diferentes causas. Los iraníes, los
iraquíes, los kurdos… la lista no tiene fin. Entonces ¿qué tiene de especial el
pueblo judío?
Este concepto tenía una claridad tal, que le daba a los judíos un placer más
grande que cualquier placer material en la tierra. Rabí Akivá entendió esto.
Cuando se le pidió dar su vida por D-os, entendió la idea tan claramente, que
inclusive experimentó alegría al hacerlo. Sabía que se estaba conectando con
algo más precioso que su propia vida.
Sin tanta terquedad y adherencia a nuestra fe, el pueblo judío nunca hubiera
podido hacer un impacto tan grande en las ideas y valores de la civilización
mundial.
Nuestros abuelos entendieron esto y por eso es que todavía hoy somos
judíos.
Es por eso que le enseñamos a nuestros hijos a decir el Shemá: “Escucha
Israel, El Señor es Nuestro D-os, El Señor es Uno”.
Muerte
Una de las tantas paradojas de la historia judía es que en tanto que el pueblo judío ha conocido la
muerte antinatural y prematura como una compañera constante probablemente más que cualquier
otra nación, cultural y espiritualmente los judíos están notablemente despreocupados por la muerte
y el más allá.
En el Exodo de Egipto, los judíos abandonaron una colosal civilización obsesionada con la muerte
y que dedicó mucha energía espiritual y recursos materiales a los preparativos para el más allá.
Este culto a la muerte fue uno de los males de los que Moshé extrajo a los Hijos de Israel,
orientándolos hacia la vida. “Vida” es sinónimo de todo lo que es enaltecido en la Creación. Uno de
los Nombres de Di-s es “Di-s de la vida”. La Torá es descripta como “Torá de la vida”. La Torá
misma habla de “vida y bondad” como una y la misma cosa. Las “Aguas Vivientes” son vistas como
una fuente de pureza. La muerte es la negación de la realidad Divina en todas sus
manifestaciones.
La creencia judía de que “este mundo es la antecámara del próximo” bien puede haber inspirado la
especulación gentil masiva acerca del cielo, el infierno y el purgatorio, pero, en contraste, la
tradición y literatura judía se aboca sólo a una escasa exploración del paraíso. El judaísmo no hace
intento alguno por olvidar la muerte o sofocarla con júbilo falso. “Los muertos no alaban al Señor, ni
tampoco lo hacen quienes descienden al silencio de la tumba. Pero nosotros bendeciremos al
Señor desde ahora y por siempre jamás ¡Aleluy-a!”, proclama el Salmista.
El enfoque judío respecto de la muerte es que se trata de un problema que debe ser resuelto por y
para los vivientes. La muerte, la preparación para la muerte, y el luto, están todos hilvanados en la
fibra de la vida cotidiana. La esencia del luto no es pesar por los difuntos, sino más bien compasión
hacia los sobrevivientes parientes en su soledad.
“No solloces por el hombre muerto que ha hallado descanso”, decía una antigua elegía, “sino llora
por nosotros que hemos encontrado lágrimas”. La ley judía prescribe que todas las elegías hechas
en funerales son a la vida y a los miembros sobrevivientes de la familia.
La congoja se define dentro de, como si fuera, murmullos concéntricos de intensidad decreciente.
El murmullo en el primer día de sucedida la muerte es el más fuerte y crítico. También poderoso,
pero algo menos, es en la primera semana de duelo. Los períodos sucesivos son los primeros
treinta días y los primeros doce meses, convirtiéndose, con el paso del tiempo, en cada vez menos
dolorosos.
En todo momento se toman precauciones contra las impropias explosiones de violenta ansiedad.
Hay un expresa advertencia contra la automutilación como símbolo de simpatía por el muerto, y
quién habla ya del suicidio a fin de acompañar al difunto.
La confrontación personal con la muerte, quizás la prueba más dura para un individuo y para una
cultura, es por supuesto frecuentemente encontrada en la erudición judía. Las muchas variantes de
este tema presentan un aspecto en común — el encuentro con la muerte es observado como un
momento trascendental de la vida, con el que hay que encontrarse siendo meritorio. A diferencia
de muchas otras culturas, el judaísmo no acepta que algún tipo particular de muerte sea gloriosa
per se — con una única excepción, a la que hemos de regresar.
Incluso en los tiempos bíblicos, la muerte de un héroe no era observada como un logro glorioso; el
ideal era que el hombre “duerma con sus padres” y que transmita la riqueza de su vida y fortaleza
a aquellos que vienen tras él.
Una obra especial, llamada “el Libro de la Partida”, que describe las muertes de los padres de la
nación, destaca constantemente la necesidad de mantener una postura serena y confiada frente al
enemigo, la muerte. Se nos convoca a estar de pie frente al Angel de la Muerte y dispuestos con
toda tranquilidad a devolver “el nexo de la vida al Señor tu Di-s”.
No obstante, hay un tipo excepcional de muerte que los judíos consideran gloriosa, y que llamamos
“santificación del Nombre de Di-s”. El martirio soportado en aras de la santificación del Nombre de
Di-s es un acto público realizado en medio de la santa comunidad, pues el sacrificio imparte un
sentido adicional de santidad a los vivos. Cuando es martirizado de esta manera, el judío abraza la
muerte en aras de los supervivientes, para que su dedicación al modo de vida judío pueda
fortalecerse.
En este contexto, podemos comprender el carácter extraordinario del Kadish. Inicialmente, esta
antigua plegaria no estaba vinculada a la muerte o al difunto, y era parte ordinaria de la liturgia.
Sólo en un período relativamente posterior, a comienzos de la Edad Media, cuando la progresiva
persecución trajo el martirio frecuente, el Kadish se convirtió en una plegaria de muerte. Sin
embargo, en él está ausente siquiera la más sutil insinuación de reproche a Di-s, quien es loado a
lo largo de toda la plegaria, glorificado y santificado.
La actitud básica del judaísmo hacia la muerte, introducida con la expulsión de Adam del Jardín del
Edén, es que no se trata de un fenómeno natural inevitable. La muerte es la vida enferma,
deformada, pervertida, desviada del flujo de santidad que se identifica con la vida. De modo que
lado a lado con una sumisión estoica a la muerte, hay una terca batalla contra ella en el nivel físico
y cósmico. La muerte, cuyo representante es Satán, es considerada el peor defecto del mundo. El
remedio es la fe en la resurrección.
En última instancia, “muerte y maldad” –y una es equivalente a la otra– son rechazadas como
efímeras. Ellas no son parte de la genuina esencia del mundo y, como el desaparecido Rabí Kook
enfatizó en sus escritos, el hombre no debería aceptar la premisa de que la muerte saldrá siempre
victoriosa.
En la lucha de la vida contra la muerte, de ser contra no ser, el judaísmo manifiesta su no-creencia
en la persistencia de la muerte, y sostiene que es un obstáculo temporario que puede y ha de ser
superado. Nuestros Sabios, profetizando un mundo en el que no habrá más muerte, escriben:
“Nos estamos acercando cada vez más a un mundo en el que hemos de vencer a la muerte, en el
que estaremos por encima y mucho más allá de la muerte”.
http://www.tora.org.ar/seccion/comenzando/