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Su formulación clásica, primum non nocere, ha sido traducida como «en primer lugar, no hacer daño» .
Algunos filósofos como William Frankena incluye la no-maleficencia como la primera de las obligaciones de la
beneficencia en cambio Beauchamp y Childress prefieren hacer de ella un principio aparte. Por un lado, para
evitar demasiadas subdivisiones dentro de los principios; pero sobre todo, porque no comparten el orden
jerárquico de obligaciones de beneficencia que presenta Frankena. Sin embargo, en determinadas situaciones
las obligaciones de beneficencia tendrían prioridad sobre las de no-maleficencia. Cosa que Frankena no
aceptaría.
Ponen el ejemplo de la investigación clínica sobre sujetos sanos cuyo protocolo presente riesgos e
inconvenientes tan pequeños, que la hagan moralmente recomendable teniendo en cuenta las gran utilidad
que podría conllevar para un determinado tipo de pacientes. Otro ejemplo sería la transfusión de sangre, que
supone un pequeño inconveniente para el que la dona, mientras que puede salvar la vida del que la recibe.
Por su parte, Gillon explica que es bueno distinguir los dos principios, ya que el sujeto moral tiene obligaciones
de beneficencia respecto a pocas personas, mientras que la obligación de no dañar se extiende a todas.
Inspirada en la tradición inaugurada por Bentham, el utilitarismo postula como principio de justicia la
maximización de la utilidad del colectivo. Entendiendo por este principio que el bienestar se corresponde con
el placer, esta teoría propone la siguiente fórmula: así como el bienestar de una persona resulta de la suma de
sus placeres, también el bienestar de cualquier grupo de personas puede ser entendido como la suma de los
placeres de sus miembros. En su introducción a Utilitarianism and Beyond (Cambridge, 1982), Sen y Williams
definen al utilitarismo como la combinación de consecuencialismo, bienestarismo y sum-ranking. Por el
consecuencialismo, las líneas de acción a tomar deben elegirse sobre la base de los estados que de ellas
resultarían como producto, con lo que el juicio de una acción no contempla quién hace qué a quién sino
solamente las eventuales consecuencias que implica. El bienestarismo consiste en la evaluación de los estados
sociales atendiendo al bienestar, la satisfacción o la obtención de aquello que las personas prefieren, de modo
que toda la información relevante para la toma de una decisión social se reduce a la utilidad que las personas
involucradas en un estado social dado obtienen. Finalmente, por el sum-ranking, se juntan todas las unidades
de utilidad en una masa total única, y en el proceso se pierden las identidades y la individualidad de las personas
así como las características distributivas de la utilidad. De esta intersección, "el utilitarismo, en su versión
primaria, recomienda la elección de una acción en función de sus consecuencias y una valoración de las
consecuencias en términos de bienestar".
Hay un utilitarismo de acción y otro de reglas. Desde la perspectiva del primero, lo correcto o incorrecto de una
acción es juzgado por las consecuencias, buenas o malas de la acción en sí misma; mientras el utilitarismo de
reglas evalúa en primera instancia, no las acciones individuales, sino las reglas generales que las gobiernan.
Igualitarismo:
La igualdad como justificación de una distribución justa encuentra un terreno fértil de reflexión en
el pensamiento liberal igualitarista. Éste es igualitario hacia los recursos naturales o externos tanto como
respecto a las capacidades de cada uno, en oposición al libertarismo, y a través de la crítica al principio de la
autopropiedad –base de la explicación de la injusticia por la categoría de la explotación– pretende superar el
alcance igualitario del marxismo.
Su objetivo no consiste en señalar principios de justicia para aplicar en situaciones específicas, sino descubrir
aquellos principios generales que orientan la distribución de los recursos básicos de la sociedad.
La teoría de la justicia de John Rawls es una teoría acerca de la distribución de los bienes sociales primarios.
Sus célebres principios de justicia, elegibles bajo las condiciones de la hipotética posición original, concilian el
derecho al conjunto más amplio de libertades fundamentales iguales, con la compensación de las desigualdades
originadas en circunstancias moralmente arbitrarias. En esta concepción, nadie merece sus talentos o
capacidades, y el esquema de justicia no se resuelve con la estricta igualdad de oportunidades. Esta teoría de
la justicia se preocupa por regular las desigualdades que afectan las oportunidades en la vida de la gente, y no
las desigualdades derivadas de sus elecciones de vida, porque los individuos son finalmente responsables de
sus elecciones.
Hay dos fuentes de impugnación contra las ideas –y las prescripciones políticas– de los liberales igualitaristas.
Desde el libertarismo, se denuncian un individualismo y un liberalismo insuficientes, limitados por un exceso
de intervención estatal. Del otro lado de la crítica, desde el comunitarismo se repudia la neutralidad de los
liberales con respecto a la elección de los modos de vida, defendiendo la revitalización de los
valores tradicionales y una intervención que propicie determinadas conductas en los ciudadanos.
Derecho a la atención de la salud:
Cuando hablamos de salud no estamos definiendo un simple concepto, estamos abordando mucho más que
una palabra. Muchas veces no alcanzan las palabras para una simple aproximación a lo que ella significa para
la vida. A toda entidad biológica le compete por excelencia, pero aún más allá, la salud pertenece también al
ámbito de lo social, cultural y espiritual en el ser humano.
La salud es un derecho social fundamental, obligación del Estado, que lo garantizará como parte del derecho a
la vida. El Estado promoverá y desarrollará políticas orientadas a elevar la calidad de vida, el bienestar colectivo
y el acceso a los servicios. Todas las personas tienen derecho a la protección de la salud, así como el deber de
participar activamente en su promoción y defensa, y el de cumplir con las medidas sanitarias y de saneamiento
que establezca la ley, de conformidad con los tratados y convenios internacionales suscritos y ratificados por la
República.
Los principios bioéticos resultan receptados. Así, el de beneficencia se relaciona, básicamente, con la promoción
del "bienestar general" (Preámbulo de la Constitución Nacional) en materia de salud y con el derecho a la
preservación de la salud -contemplado por diversas normas, de fuente originariamente internacional
(Declaración Universal de los Derechos Humanos (ONU), Declaración Americana de los Derechos y los Deberes
del Hombre (OEA), Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (ONU), Convención
Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica), Convención sobre los Derechos del Niño
(ONU), Convención sobre Eliminación de toda forma de Discriminación de la Mujer (ONU) y otras)-, así como
también con la protección del usuario de los servicios de salud (art. 42, Const. Nac.).
Selección de pacientes para transplantes:
"El transplante de un órgano es la sustitución de uno que ya no funciona, por otro lado que si lo hace, con el
objeto de restituir las funciones perdidas. En muchos pacientes, el trasplante es la única alternativa que puede
salvarle la vida y recuperar la calidad de la misma. Los trasplantes de órganos constituyen un logro terapéutico,
vinculado históricamente al propio desarrollo cultural de la humanidad, al deseo irrefrenable de perpetuarse y
de alcanzar la inmortalidad."
Se selecciona a los receptores que tienen un tipo de tejido y de grupo sanguíneos más parecidos al del órgano
donado. Se extraen los órganos del donador, con el debido respeto, mediante un procedimiento quirúrgico. En
el caso de tratarse de un donador cadavérico, los órganos son preservados y preparados para ser transportados
a los lugares en donde se encuentran los receptores.
Se prepara a los receptores para la cirugía, mientras se transportan los órganos. El equipo de trasplante extrae
el órgano que no funciona y lo reemplaza por el del donador.
Existen listas de pacientes que esperan los órganos que les permitan recuperar la salud y/o salvar la vida. Estas
listas son inmodificables y sólo controladas por el organismo oficial responsable de estas bases de datos. Esta
información se actualiza permanentemente con los nuevos pacientes proporcionados por los equipos médicos
que asisten enfermos con indicación de transplante. La compatibilidad y la urgencia son los elementos básicos
por los que se realiza la selección e identificación del receptor de un órgano.
Una vez que se determina que un paciente necesita de un transplante, el paso que se debe seguir es la
obtención del órgano adecuado. Para el caso del transplante renal, el órgano se puede obtener de un donante
vivo relacionado (esto es, de un familiar que en forma voluntaria permite la extracción de uno de sus riñones)
o de un donante cadáver. Infortunadamente, sólo 10% a 15% de los enfermos en diálisis tienen un donante vivo
apto. Entre 85% y 90% necesitan un riñón de donante cadáver.
Los transplantes de hígado y corazón exigen de un donante cadáver. Aunque se puede utilizar una parte del
hígado de un familiar para implantarlo a un niño, la experiencia con este método, a nivel mundial es aún
precaria.
La selección de los receptores de hígado y corazón depende de tres factores: el grado de urgencia, la
compatibilidad de grupo sanguíneo y el tamaño de la persona (peso y talla). Para escoger los receptores renales
se analizan los tejidos del donante y se comparan con todos los pacientes que se encuentran en lista de espera,
con un grupo sanguíneo compatible. Cada riñón se implanta a un receptor diferente.
Selección de pacientes para diálisis:
Niños:
-Cuando sea posible, se debe iniciar la diálisis de forma temprana, para prevenir el desarrollo de malnutrición
severa o de sintomatología urémica del niño.
-Habitualmente se inicia cuando la depuración de creatinina se encuentra entre 9 y 14 ml/min, que sería lo que
le queda de función al riñón. Se puede presentar entonces sobrecarga de líquidos, inestabilidad cardiovascular
o hipertensión, que obligan a restringir tanto el aporte de líquidos que se corre el riesgo de desnutrir al paciente
o llevarlo a estados de desequilibrio de líquidos y electrolíticos.
-Otras indicaciones se derivan de la sintomatología urémica como somnolencia, fatiga y debilidad general. Es
importante contar con varias opciones de tratamiento como hemodiálisis, CAPD o diálisis peritoneal manual y
APD o diálisis peritoneal automatizada; en especial ésta última es muy adecuada para el paciente pediátrico.
Adultos:
En general es aceptado que en el enfermo urémico, las siguientes manifestaciones clínico humorales son
indicación absoluta para iniciar un tratamiento sustitutivo renal crónico: Encefalopatía, Edema Pulmonar,
Hipertensión Incontrolable, Pericarditis, Hiperpotasemia, Acidosis Metabólica, Polineuropatía y
Diátesis Hemorragipara. Como indicación relativa de comienzo de diálisis se mencionan: Anorexia, Nauseas o
Vómitos, Pérdida de Peso, Malnutrición, Reducción de la Inteligencia, Síndrome de los Pies Inquietos y el
Prurito. Los términos " diálisis precoz" y "diálisis tardía" son de empleo habitual, aunque el ideal seria aplicar el
de "diálisis en tiempo". El ser oportuno en la elección del momento de iniciar diálisis puede reducir la morbi-
mortalidad que se aprecia en los enfermos con inicio tardío de la diálisis(1); ello se relacionaría con la
malnutrición proteica debida a restricciones alimenticias, sean éstas espontáneas o por prescripción médica. El
inicio tardío, muchas veces es debido a la demora en la derivación al médico nefrólogo situación que debería
suceder cuando la creatininemia exceda los 2 mg/dl. Estudios de diversos autores muestran que esta derivación
demorada conduce a una mala selección de la modalidad de diálisis, a una falta de acceso para realizarla, a una
incorporación tardía al procedimiento, a una mayor morbi-mortalidad, a un mayor tiempo de hospitalización,
a una peor rehabilitación y a mayores costos.
Un criterio importante a considerar es el que la restricción proteica alimenticia, espontánea o médica, puede
desnutrir al enfermo. Tampoco la diálisis debería posponerse si la albuminemia es menor de 3,5 a 3,7 g/dl. Para
definir el momento de comienzo de la diálisis, la determinación del valor del Filtrado Glomerular es de utilidad
pero debe aceptarse que el mismo es afectable por causas extrarrenales como la sobre o la deshidratación, la
ingestión de drogas antiinflamatorias, la ingesta aguda de excesivas proteínas, la tensión arterial y algunos
antihipertensivos.
La medicina siempre trató de disponer de valores y mediciones que respalden los hallazgos clínicos antes
citados o mejor, que detecten la necesidad de diálisis antes que se produzcan esas manifestaciones clínicas,
pero, desde luego, sin llegar a pretender que la iniciación del tratamiento dialítico crónico descanse
exclusivamente en algún valor numérico.
Principio de Confidencialidad y Privacidad
Decir la verdad es a menudo muy difícil, mentir por omisión, una de cuyas maneras es callar, puede hacernos
culpables de ocultar la verdad. Sin tener en cuenta de la intención, los resultados son los mismos: los pacientes
esperan que se les diga la verdad y cuando no, sentimos que el diálogo se convierte en un fraude.
Muchos profesionales tienen miedo de decirle a su paciente que tiene un cáncer o que sospechan que puedan
tenerlo. ¿A quién tratan de proteger? ¿Estamos reteniendo información que la persona requiere desde el
punto de vista moral ético y legal? La actitud aparentemente bondadosa se convierte en un bumerang para el
paciente porque así como el ocultar un cáncer incipiente, y mentir por omisión no es bondad ni es corrección,
es simplemente cobardía.
Nosotros como profesionales a futuro no tenemos la tarea de controlar la felicidad, los sentimientos o
reacciones de nuestro paciente. Tenemos la obligación de proteger su bienestar y su mejor calidad de aun a
costa de embarcarnos en alguna situación que podría parecer embarazosa. Decir la verdad puede tener
consecuencias aparentemente negativas para nuestros pacientes, o nuestras relaciones con ellos.
Debemos tener en cuenta la personalidad del paciente y el estilo de comunicación más conveniente. Expresar
la verdad considerando al prójimo requiere de nosotros una actitud gentil, honesta, hacerlo con tacto,
acomodando nuestras palabras para cada individuo, teniendo en mente su personalidad y estilo de
comunicación. La buena noticia es que el ser franco, nos liberará tanto a nosotros como a nuestros
pacientes. Esto sucede a pesar de posibles respuestas iniciales negativas, que son parte de un proceso normal
(negación, ira, queja, depresión y aceptación). Esta es una reacción humana natural cuando hemos recibido
advertencia sobre una situación negativa de envergadura. Se debe ser franco, honesto y objetivo para dar a
nuestros pacientes la verdad aun cuando esto pueda lanzar este proceso del que hablábamos (negación, ira,
queja, depresión y aceptación). Ellos deben pasar por este proceso prioritariamente a aceptarnos a nosotros y
a nuestro tratamiento que ellos necesitan. Nosotros debemos apoyarlos durante estos tiempos difíciles y no
tomarnos las cosas en forma personal.
Mentir no es sólo faltar a la verdad. No es, sólo, decir una cosa por otra. Mentir también es no decir la verdad
completa, existiendo el deber de hacerlo o exigiéndolo así las circunstancias. Sobre todo cuando, por una
verdad a medias, se induce a otro a decir o hacer algo que, con la verdad plena, no habría dicho o hecho, o
habría dicho o hecho de otra manera. Desde luego hay mentira por omisión, con similares efectos.
Algunos objetan que la verdad absoluta no existe, de manera que el profesional nunca podría estar
completamente seguro de lo que ha sucedido o va a suceder. Y si eso es así no tendría obligación de afirmar
algo sobre lo que no hay certeza. Este argumento es parcialmente verdadero, puesto que
elconocimiento del hombre es limitado. Pero el deber ético de cumplir con la norma de veracidad no consiste
en decir la verdad absoluta sino aquella que estamos en condiciones de afirmar en un determinado tiempo y
lugar.
La mentira y la decepción en el contexto clínico son tan negativas como continuar con intervenciones agresivas
hasta el final. Ambas técnicas se pueden calificar como una tortura.
En algunas ocasiones, un miembro determinado de la familia puede ser designado como la persona encargada
del proceso de toma de decisiones por un paciente incompetente que posteriormente recupera
la competencia . Entonces, ¿quién recibe qué tipo de información? Por lo general, la familia y el paciente
pueden mantenerse informados y concordar acerca de las opciones, pero no en todos los casos la situación se
manifiesta de esta forma. Nuevamente, el médico tiene que hacer un juicio no sólo acerca de la competencia
del paciente sino acerca de qué información el paciente puede manejar y cuándo la familia debería tomar ésta
en sus manos. Si los miembros de la familia le dan al doctor o a la enfermera información médica importante
desconocida por el paciente, generalmente se le diría que la ética médica profesional requiere que a un
paciente se le den tales informaciones. Sin embargo, al igual que en el caso de otras variaciones contextuales,
se requiere de un juicio médico sensible y sutil en extremo.
La veracidad es el fundamento de la confianza en las relaciones interpersonales. Por lo tanto, podríamos decir
que, en general, comunicar la verdad al paciente y a sus familiares constituye un beneficio para ellos (principio
de beneficencia), pues posibilita su participación activa en el proceso de toma de decisiones (principio de
autonomía). Sin embargo, en la práctica hay situaciones en las que el manejo de la información genera especial
dificultad para los médicos. Ello ocurre especialmente cuando se trata de comunicar "malas noticias", como son
el diagnóstico de enfermedades progresivas e incurables o el pronóstico de una muerte próxima inevitable. En
estas circunstancias, no es inusual caer en la tentación de tener una actitud falsamente paternalista, que nos
lleve a ocultar la verdad al paciente. Se cae así, con alguna frecuencia, en el círculo vicioso de la llamada
"conspiración del silencio" que, además de representar nuevas fuentes de sufrimiento para el paciente, puede
suponer una grave injusticia (principio de justicia). Lo anterior no excluye la necesidad de reconocer aquellas
situaciones en las que podría ser prudente postergar la entrega de la información al paciente, en atención al
principio de no maleficencia, como podría ocurrir, p.ej., en el caso de pacientes con depresiones severas que
aún no hayan sido tratadas. Por tanto, para que la comunicación de la verdad sea moralmente buena, se debe
prestar siempre atención al qué, cómo, cuándo, cuánto, quién y a quién se debe informar. En otras palabras,
para el manejo de la información en medicina se han de aplicar con prudencia los cuatro principios básicos de
la ética clínica: no maleficencia, beneficencia, autonomía y justicia.
Derecho a la intimidad
Es el derecho del individuo de decidir por si mismo en que medida compartirá con otros sus pensamientos,
sentimientos y los hechos de su vida privada.
La intimidad no debe reducirse a no ser molestado, a no ser conocidos en algunos aspectos por los demás, sino
que abarca el derecho a controlar el uso que otros hagan de la información concerniente a un sujeto
determinado. La intimidad es la zona de reserva, libre de intromisiones que rodea al individuo.
La dignidad humana, dentro de la esfera de lo social, se garantiza en la medida en que se tenga la posibilidad
de conservar su privacidad, entendida como aquel fuero interno que sólo puede interesar al ser humano como
individuo o dentro de un contexto reducido de personas que en últimas está determinada por el consentimiento
de quien es depositario de su existencia.
Diferencias entre intimidad y confidencialidad
Íntimo se aplica a las cosas profundas del alma humana, así como a lo cercano, mientras que privado se refiere
a lo personal y lo particular, esto es, a aquello que se mantiene alejado del público y que ha de estar libre de
intromisión. Así, una reunión íntima es un encuentro muy cercano, donde existe gran proximidad afectiva,
mientras que una reunión privada es un encuentro alejado del público, o bien una reunión para tratar asuntos
de tipo particular.
Tanto la intimidad como la privacidad son reservadas, pero de distinta forma. Para las cosas íntimas hay
personas que son reservadas incluso con los seres más próximos, pues se hallan en lo más profundo de nuestro
interior, mientras que la privacidad es preservada de la mirada de quienes no forman parte de nuestro entorno
personal, constituido por los familiares, y en algunos aspectos por nuestros amigos personales. Estos
pertenecen a nuestra vida privada, pero solo algunos son íntimos.
A menudo se confunden ambos términos, y se emplea privacidad en lugar de confidencialidad. Esta palabra
designa la cualidad de los datos e informaciones reservados o secretos. Entre otros aspectos, se aplica a los
datos del individuo que no deben o no pueden ser difundidos en público o transmitidos a terceros, sin el
consentimiento del interesado.
Argumentos a favor de la confidencialidad
El Código especifica: "El Profesional no podrá en caso alguno, revelar directa, ni indirectamente los hechos,
datos o informaciones que haya conocido o le hayan sido revelados en el ejercicio de su profesión, salvo Orden
Judicial expresa o autorización por escrito del paciente o cliente mayor de edad y con discernimiento e
informadamente". Incluso frente a una Orden Judicial debe elaborar el informe estrictamente relacionado con
los aspectos clínicos pertinentes y mantener en la más estricta reserva aquellos antecedentes no relacionados
directamente con el asunto judicial específico y que dicen relación con la intimidad de las personas.
El secreto profesional, además, es un derecho de las personas (pacientes o clientes) establecido en su beneficio,
respaldado y protegido por Ley de la República. Por lo tanto, su trasgresión puede tener una sanción legal para
el medico si el afectado, en legítima defensa de su privacidad, hiciera la denuncia ante los Tribunales de Justicia.
El secreto y la confidencialidad abarcan incluso aquellos contenidos que sin tener que ver directamente con el
paciente o cliente se refieran a circunstancias, personas u otros de los cuales el profesional toma conocimiento
en el acto profesional, conocida como información privilegiada, "Es la información que el medico sólo ha podido
obtener como consecuencia de la atención profesional de quién por su especial ubicación en una fuente de
información, tengan acceso y hayan revelado al profesional, antecedentes reservados que de otra forma éste
no habría podido obtener y cuya utilización pudiera provocar daños a terceros".
El profesional tampoco está autorizado a repetir una información dada por el paciente o cliente. Tampoco el
profesional tiene la facultad para decidir lo que es íntimo o no para una persona. Debe mantener
completamente la confidencialidad y el secreto profesional, pues para esa persona (cliente o paciente) puede
significar un daño, lo que a juicio del médico puede ser inocuo.
Ante el deber del profesional de la medicina de guardar secreto médico y el derecho de todo paciente a la
intimidad y la confidencialidad de sus datos, y ante la facilidad que existe hoy día para vulnerar dichos derechos,
la plataforma en defensa de la confidencialidad y el secreto médico propugna:
La intimidad es un valor ético y jurídico amparado por la Constitución y por la legislación vigente en nuestro
país, y como tal hay que demandarlo y protegerlo por profesionales y usuarios.
El respeto de la intimidad, confidencialidad y libertad de la persona, implica la autonomía, la información y
el consentimiento en lo relativo a los datos de carácter personal y al secreto médico.
Por muchos motivos de salud, con frecuencia, es necesario en la consulta médica que se revelen secretos,
que no se confían ni siquiera a los más allegados, por eso la confidencialidad y el secreto médico son
imprescindibles en la relación médico-paciente.
El derecho a la confidencialidad, que tiene todo paciente, es la única garantía para el paciente para la
defensa de su intimidad, y es necesario para una buena practica sanitaria.
El secreto es una obligación del médico y una garantía para el paciente. El secreto médico se ha de proteger
en el tratamiento de los datos sanitarios, ya sea en medios manuales o informatizados, como se establece
en la legislación vigente, exigiendo las medidas de seguridad apropiadas que garanticen la protección de los
datos personales de los pacientes. Sin estas medidas de seguridad no se deberán tratar los datos de salud.
El paciente tiene derecho a ser informado sobre que se hará con sus datos y para qué se utilizarán, y tiene
derecho a consentir y a decidir sobre que se hace y para que se utilizarán sus datos personales.
Solo en contadas ocasiones el derecho a la confidencialidad debe someterse a consideraciones
de interés público. La intimidad sólo puede ser allanada por derechos superiores de otras personas o el bien
común, como en casos de graves problemas de salud pública.
Para proteger la intimidad, la confidencialidad de los pacientes y el secreto médico, como establece el
Código de Deontología Médica: los sistemasde informatización médica tendrán implantadas las medidas de
seguridad necesarias que eviten la perdida de los datos, la alteración de los mismos y que otras personas,
no autorizadas, accedan a los datos de los pacientes. Asimismo, todos los ficheros con historias clínicas y
datos de salud estarán bajo la responsabilidad de un médico, y los ficheros con datos sanitarios no deberán
conectarse a redes no médicas, como Internet.
Todo paciente tiene el derecho a que se requiera el previo consentimiento para la recogida y uso de los datos
personales, el derecho a saber y ser informado sobre que se hará y quién accederá sus datos, y el derecho a
acceder, rectificar y cancelar dichos datos. En definitiva, el poder de disposición sobre los datos personales.
Violación justificada de la confidencialidad
En el ámbito sanitario, la confidencialidad constituye uno de los elementos más importantes desde el punto de
vista de la ética profesional en enfermería, entendida como una forma de "secreto confiado", mediante el cual
el profesional está obligado a mantener silencio sobre todo aquello que conozca sobre una persona como
resultado de su actividad profesional. El secreto profesional se define pues como el deber de custodiar la
información relativa al paciente, revelada por él o conocida a través de la relación profesional establecida por
y para su atención sanitaria.
Este deber obliga a la enfermera, y a toda persona que, por su profesión (médicos, auxiliares, técnicos sanitarios
u otros especialistas) o situación (administrativos, celadores, estudiantes) tenga conocimiento de materias
objeto de secreto.
El Secreto puede definirse también como una verdad conocida por una o muy pocas personas, diferentes del
interesado, cuya revelación sería considerada por éste como un atentado contra la propia intimidad.
Al derecho de que se nos protejan nuestros propios secretos, corresponde el deber de respetar la intimidad
ajena. El velo del secreto tutela el mutuo respeto y abre el camino a la confianza, al acceso al otro. Este respeto
y confianza mutuos posibilitan la comunicación de los propios secretos con la garantía de no ser develados. Por
otra parte la obligación del secreto coexiste con la obligación de desvelarlo, cuando no hay otra forma de evitar
daño al individuo y/o a la sociedad.
La confidencialidad y la privacidad en el conflicto con la educación médica
En la formación del médico es muy importante el contacto con pacientes, cuanto más prematuro más
experiencia que acumula el estudiante. El alumno es, junto al médico, el portador de un saber que el paciente
no posee ni tiene por qué saber. La participación del estudiante en este ámbito es cuestionada, no por
interrumpir su derecho a aprender, que nadie cuestiona, sino por interrumpir la relación médico-paciente.
Muchas veces el médico presenta al estudiante como un colega profesional, con la finalidad de "proteger" al
enfermo de la angustia o disconformidad que pudiera sentir al verse transformado en "objeto" de estudio.
Por encima de esta situación no hay que olvidar la autonomía del paciente, ya que este tiene derecho a no ser
tocada, observada y/o que no se obtenga información sobre ella o su entorno íntimo. Esto significa que la
persona decide hasta dónde permite el acceso, por quién y durante cuánto tiempo. Esto es de vital importancia
en la práctica médica y, en particular, en la actividad docente con pacientes.