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LEALTAD FRENTE A LAS DIFICULTADES

(2°Timoteo 1:6-10)

“Por esta razón, te vuelvo a recordar que avives el don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.
Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto,
no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, prisionero suyo. Más bien, sé partícipe
conmigo de los sufrimientos por el evangelio, según el poder de Dios. Fue él quien nos salvó y nos llamó con
santo llamamiento, no conforme a nuestras obras, sino conforme a su propio propósito y gracia, la cual nos fue
dada en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo; y ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro
Salvador Cristo Jesús. El anuló la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio”.

1. PODER Y NO COBARDÍA (vv.6-8)

“Por esta razón, te vuelvo a recordar que avives el don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.
Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto,
no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, prisionero suyo. Más bien, sé partícipe
conmigo de los sufrimientos por el evangelio, según el poder de Dios”.

No existen los súper héroes en el ministerio, existen ministros de carne y hueso, quienes sufren, lloran,
se desalientan o asustan: “Por esta razón, te vuelvo a recordar que avives el don de Dios que está en ti por la
imposición de mis manos”. Nunca perdamos la razón de por qué estamos en el ministerio. Porque así como
Timoteo, se trata de un don que Dios puesto dentro de nosotros. La exhortación es: “¡Aviva ese don!”. Por otro
lado, la imposición de manos no fue el momento en que Timoteo recibe el don, se trata de la ceremonia pública
donde a Timoteo se le reconoce que tiene el don de Dios para ser comisionado para el ministerio.

Unas palabras de aliento para avivar ese don siempre son necesarias en momentos de duras pruebas:
“Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. Aunque
en una traducción literal no podemos definir con precisión si se trata del espíritu humano o el Espíritu Santo.
Hay 3 razones contextuales que nos lleva a pensar que Dios no nos ha dado de su Espíritu (Santo) para
participar de la cobardía.

(1) La estrecha relación entre los vv.6 y 7. El “porque” del v.7 anuncia que a continuación viene el
argumento sustentable del v.6.
(2) Dios dio el don a Timoteo (v.6), Dios dio el Espíritu a Timoteo (v.7). Y…
(3) Las palabras “poder” y “amor” (en las cartas paulinas) son facultades propias del Espíritu Santo
capacitando al creyente.

Tal vez, la palabra “cobardía” sea un tanto brusca para referirse a su amado hijo en la fe. Pero, si Pablo
la eligió es por alguna buena razón. No busco ofender, pero, realmente hay que decirlo: ¡No seamos cobardes
en el ministerio al que Dios llamó!

Para contrarrestar la cobardía, tenemos 3 cualidades divinas: “poder, amor y dominio propio”. De sobra
sale repetir que, esto es la capacitación del Espíritu Santo en nuestras vidas. Y sobre “dominio propio” para
entender la idea de la traducción tal vez podemos usar la palabra “sensatez”.

Timoteo tiene que quedar realmente convencido; así que, ahora viene otro argumento: “Por tanto, no te
avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, prisionero suyo”. ¿Qué pensarías de un predicador
que va a parar a la cárcel? ¡Oh, sí! ¡Qué escandalo! Todos los periódicos tendrían la noticia en primera plana.
Pero, Pablo dice: “no te avergüences”, yo no lo hago. Porque no he cometido nada que haya manchado mi
testimonio, toda acusación es meramente amarre político.

Cada vez que das “testimonio de nuestro Señor”, no importa cuántas infamias se levanten contra ti.
Simplemente ¡Hazlo! Curiosamente, la palabra “testimonio” en el original guarda una estrecha relación con la
palabra “mártir”. Entonces, te pregunto: ¿Cuánto te ha de costar testificar de Cristo? ¿Estás dispuesto a pagar el
precio?

Y para terminar, tenemos una invitación poco atractiva: “Más bien, sé partícipe conmigo de los
sufrimientos por el evangelio, según el poder de Dios”. “¡Partícipe de los sufrimientos!”, ¿Quién se atrevería a
decir: ¡Sí, yo voy!? Por supuesto, algún loco que no tenga nada que perder, que no tenga esposa, ni hijos, ni
trabajo. Tal vez, alguien así sería el candidato perfecto para este trabajo. Pero, ¿Qué hay de ti? ¿Te atreverías?

Sólo aprende esto: Si Dios te ha dado el don para ello, no tienes escapatoria. Además, el versículo
finaliza con algo realmente reconfortante: “según el poder de Dios”. Si estás en el ministerio, y sufres en el
ministerio. No lo olvides, todo es SEGÚN EL PODER DE DIOS. ¿Tienes algo más en qué confiar?

2. LLAMAMIENTO SANTO (vv.9-10)

“Fue él quien nos salvó y nos llamó con santo llamamiento, no conforme a nuestras obras, sino conforme a su
propio propósito y gracia, la cual nos fue dada en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo; y ahora ha sido
manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús. El anuló la muerte y sacó a la luz la vida y la
inmortalidad por medio del evangelio”.

La cárcel en la experiencia de Pablo y las dificultades en la experiencia de Timoteo, no son razones


suficientes para acobardarse y avergonzarse del evangelio. Sino que, en medio de la tormenta es un buen
momento para recordar: “Fue él quien nos salvó y nos llamó con santo llamamiento”. Entonces aprendemos: no
servimos a Dios por la recompensa, servimos a Dios por su obra en nosotros: “Fue él quien nos salvó”. De
hecho, las recompensas de Dios nos estimulan, pero no son la causa de nuestro servicio.

Y sobre la experiencia de la salvación, agregó en nosotros el honor del llamado: “y nos llamó con santo
llamamiento”. Pero, que este honor no infle nuestro orgullo. Mejor es prestar atención a la calidad del
llamamiento: “santo llamamiento”. Así que, quien no ejerza su ministerio en santidad está corrompiendo el
llamado del Señor.

¿Éramos dignos de ser llamados para tan honroso ministerio? Pues no. Pablo añade: “no conforme a
nuestras obras, sino conforme a su propio propósito y gracia”. ¡Exacto! Porque si nuestras obras servirían para
evaluar si somos aptos para el llamado del Señor, de seguro descalificamos. Entonces, sólo nos queda algo por
aceptar: “su propio propósito y gracia”. La gracia nunca será comprendida en plenitud por el hombre, sólo nos
queda aceptarla. Pero, su propósito es algo que vamos aprendiendo día con día.

Cuando no sepamos qué hacer frente a las dificultades, confrontemos la temporalidad de los problemas
frente a la eternidad de su llamado y gracia: “la cual nos fue dada en Cristo Jesús antes del comienzo del
tiempo”. ¡Qué maravilloso! Estábamos en la mente de Dios aun antes que el tiempo existiese. Por lo cual, todo
compete a un plan eterno. Eso significa que la cárcel (para Pablo), las dificultades y enfermedades (para
Timoteo), y cualquier tipo de crisis (para ti o para mí) no durarán más de lo que Dios ha establecido.

Entonces, llegó el día en que la gracia tome personificación: “y ahora ha sido manifestada por la
aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús”. Cristo Jesús es la encarnación de Dios, la encarnación de su amor,
y la encarnación de su gracia. Aprendamos esto: Si nuestra salvación, nuestro llamamiento y nuestra
santificación cobra su máxima relevancia en que Dios envió a su Hijo al mundo. Entonces, ¿Por qué
atemorizarnos en el ministerio?

Realmente todo este recordatorio debe haber animado a Timoteo. Pero, una cosa más…

La obra de Cristo en la tierra: “El anuló la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio
del evangelio”. Y la conclusión es esta: Si Él “anuló la muerte” en la cruz, “sacó a la luz la vida” en su
resurrección, y “la inmortalidad” (vida eterna) es el mensaje del evangelio, ¡¿Cómo no seguir firmes en el
ministerio?! Todo el plan ya está resuelto, ahora, sólo está llevándose a cabo.

¡Estad firmes! Amén.

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