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Revelación y Dogma

El primer presupuesto de la teología es sin duda la fe del teólogo. Partiendo de la


vivencia creyente de la persona que se adentra en el ambiente teológico, llega otro
presupuesto principal: la razón. En este sentido se llega a la conciencia de que el punto de
partida y la base imprescindible para el trabajo teológico son los artículos de la fe. El teólogo
no elabora los datos de su estudio, los recibe de la Iglesia en donde ha desarrollado su acción
creyente, si esto no fuera así, sencillamente se realizaría no una acción teológica, sino un
mero ejercicio intelectual y privado con respecto a temas determinados que tienen que ver
con Dios, esto no sería teología. Ahora bien, al teólogo le corresponde creer y también pensar,
la ausencia de uno u otro seria la disolución de la acción teológica. La teología suele referirse
constantemente al dato revelado, objetivo que se da en la Palabra de Dios y en la Tradición
de la Iglesia. Este conjunto de riquezas que han sido entregadas a la Iglesia para su custodia,
preservación y correcta difusión, se denomina el depósito de la fe, de cuyo cuidado es
responsable el Magisterio.

La fe es el presupuesto subjetivo de la teología, la fe es un hecho personal, que se da


en forma de diálogo entre dos personas, una que habla (Dios), y otra que le responde (el ser
humano). Cada persona ha asumido en su existencia un llamado que puede ser o no ser
respondido, ya que se trata de un acto libre de la voluntad de cuya respuesta depende la
salvación y la plenitud de la persona. Ante esto, la luz de la teología no es solo una
iluminación divina de la fe que se infunde en la vida de la persona, tampoco es la simple luz
natural de la razón humana, es decir no se solo carismática ni racionalista, se trata de la
integralidad de estos dos aspectos que llevan a realizar una serie de acciones a la razón que
es guiada por la fe, o la razón iluminada por la fe.

Para profundizar y captar mejor lo que significa la fe es necesario ver el ejemplo de


los grandes creyentes: para Abraham se trata de todo un dinamismo, es oír la Palabra,
reconocer la autoridad de quien le habla, optar por obedecer y actuar. En los evangelios
sinópticos la fe se da en la medida que la persona responda al llamado que hace Jesús, para
san Pablo es aceptar el mensaje acerca de Jesucristo. En san Juan es el impulso interior que
lleva a reconocer libremente el carácter divino de Jesús, se trata de vincular el creer y el ver
con el conocer.

La fe subjetiva tiene unas características en la persona que la recibe y la acepta: la


primera de ellas tiene que ver con el asentimiento, la persona acepta en su ser las verdades
que son reveladas, confía en que lo que se le revela es verdad porque sabe que eso viene de
Dios y reconoce su autoridad. Ante esta circunstancia, el creyente hace un verdadero
obsequio intelectual para creer y aceptar como verdadero y real lo que no ve con absoluta
claridad ni puede fundamentar racionalmente con una demostración.

La segunda indica que la fe es también un acto libre e incondicionado, la persona no


es obligada a creer, la llamada la realiza Dios, la respuesta depende de la voluntad de quien
escuche el llamado, es un mensaje no coercitivo. La tercera característica es que la fe no
rechaza la acción de la razón, al contrario, la acoge y la perfecciona. El creyente busca y
encuentra razones por las cuales decide creer, no es una creencia supersticiosa de una fe sin
sentido racional, sino que se adentra en el ambiente del conocimiento humano.
La cuarta característica es que la fe es un don, un regalo sobrenatural. Si bien el
creyente encuentra razones para creer, este don rebasa las facultades racionales porque es
sobrenatural, es fruto de la gracia divina que invita al hombre a acercarse, a tender hacia el
conocimiento de esta, pero su acción racional no puede agotar el contenido de la revelación.
Por último, la fe es principio y base del modo de vivir de la persona. Implica acciones de
parte del creyente, no se queda en el mejor hecho sentimental subjetivo o racional intelectivo,
se hace vida en la vida de quien cree, la fe es para la vida e impulsa cambios y conductas
particulares de las personas que adquieren sentido gracias al don y a la gracia divinas.

El cristianismo tiene la característica de ser una religión dogmática, esto quiere decir
que traduce las verdades reveladas al lenguaje humano con fórmulas y expresiones precisas,
dadas como fruto de una reflexión profunda y una vivencia grande de la fe. Los dogmas
expresan, en el cristianismo, el aspecto objetivo de la Revelación divina, presentados como
un pronunciamiento eclesial acerca de la verdad religiosa. En este sentido, los dogmas han
de considerarse como la totalidad de la conciencia de la Iglesia, que repercuten no solo en el
conocimiento intelectual y racional de la religión, sino también en la conducta moral del
creyente en los que se da una mediación entre el mensaje revelado y la vida de quien los
acepta.

Las formulaciones dogmáticas son inmutables porque son dadas como respuesta a
una verdad Revelada que precisan un determinado elemento de la religión y que se presenta
dentro de la objetividad eclesial hacia el creyente, es decir, no se sustenta en las experiencias
individuales de una persona, sino que tiene como base la vivencia eclesial de la fe en el
conocimiento y la conducta de los creyentes. De esta manera, las enseñanzas de la Iglesia
presentan siempre el mismo contenido y el mismo sentido porque la Revelación es dada
definitivamente en Cristo y el sustento escriturístico y tradicional de la teología es invariable,
no se le añade o suprime nada. Sin embargo, esto no constituye un inmovilismo y limitación
racional, el dogma es la base de verdad que contiene el conocimiento cristiano y que debe
ser transmitida a los hombres de una manera viva que corresponda a las exigencias del
momento histórico.

Por esto, los dogmas no son solo formulas muertas y fijas, son puntos de partida,
presupuestos que se dan para ser correctamente interpretados y que determinan la conciencia
y la conducta de los creyentes. La correcta interpretación dogmática debe responder a la
integración con la doctrina y la vida de la Iglesia, además, es necesario ver cada dogma en el
conjunto de todos los demás, para llegar a una compresión analógica de los mismos para
evita excesos negativos y errores, para eliminar concepciones puramente simbólicas que
permitan su trascendencia en el tiempo no como una vivencia pasajera, esto con el fin de
llegar a entender la interpretación dogmática como un esfuerzo espiritual e intelectual
dirigido por el Espíritu de la Verdad.

De este modo se afirma claramente que los dogmas en la Iglesia no cambian, no


mutan, pero sí se desarrollan, en donde, con base en su formulación primera, que era
imprecisa y limitada, se va descubriendo a lo largo del tiempo y como fruto de nuevas
reflexiones en donde lo implícito del dogma se va volviendo más explícito, pero sin perder
su naturaleza original. En este orden de ideas, el desarrollo de los dogmas y la comprensión
de los mismos en la Iglesia se han dado gracias a discusiones, controversias y errores de
interpretación dogmática. Además, los factores de desarrollo se han dado en la actividad de
los padres de la Iglesia y teólogos que han aportado gran profundidad de reflexión en el
desarrollo de la comprensión de la fe, la vida litúrgica, la fe y la piedad de los mismos
cristianos y la importante acción del Magisterio eclesial. Es necesario anotar, por último, que
toda la especulación, reflexión, estudio, profundización y proclamación de los dogmas, se
hace desde un presupuesto creyente. No es posible limitar la fe a elementos conceptuales, el
teólogo debe reconocer que la realidad que busca está más allá de los enunciados de los
dogmas, que es un elemento más existencial que intelectual, y que la cognición es medio para
llegar a esa vivencia.

Referencia Bibliográfica

Morales, José. 2008. Introducción a la Teología. Navarra: EUNSA.

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